Capítulo 22 - La muerte lo conquista todo
"La muerte no se reparte como si fuera un bien. Nadie anda en busca de tristezas"
Juan Rulfo, Pedro Páramo
Sury West (Distrito 2)
Si Silvana estaba muerta poco le quedaba a Sury por hacer aparte de ganar. Haber matado a su asesina le reportaba a Sury menos consuelo del que podría pensarse. Había hecho lo que había podido por el cadáver de su amiga antes de que se lo llevase el aerodeslizador. La había desplazado por las piernas, para que no yaciera sobre un charco de su propia sangre y había ocultado el tajo del cuello con un pedazo de la tela de su uniforme. Luego le había colocado los brazos en cruz sobre el pecho y se había despedido de ella con un beso en la fría mejilla. No se podía hacer más. Sury sabía perfectamente que no era recomendable tener amigos en los Juegos y sin embargo, se había encariñado. Error suyo. Le quitó a Willow las armas restantes, incluida la que le había clavado en el ojo, que hizo un sonido de lo más satisfactorio al salir, y se dirigió hacia la final, tratando de que la luz de la tarde no le hiciera derramar ni una sola lágrima.
La Cornucopia había cambiado cuando llegó hasta ella. Ya no se trataba de un jardín de rosas. Ahora parecía más un bosque en la cima de una pequeña colina, los troncos de los árboles repletos de enredaderas que lucían hermosos botones negros. Eran rosas de floración nocturna, Sury las había podido contemplar en el Capitolio. Nadie negaría que eran hermosas. El montículo parecía preparado para declarar un vencedor. Sólo quedaban tres en la arena y dentro de poco solo quedaría ella, alzada en esa cima. Llevaban poco más de una semana en los Juegos del Hambre. Habían muerto veintiún tributos para allanarle el camino. No estaba tan pirada como esa chiquilla que decía ser la elegida y a la que Silvana tuvo que atravesar con una espada, pero sí que era consciente de que estar allí suponía todo un privilegio.
Sury escaló la colina, a la espera de que llegaran los otros dos. Suponía que irían o, en todo caso, que los Vigilantes les obligarían a aparecer. Ella no había perdido el tiempo. Quería librar la batalla final y volver a casa. La muerte de Silvana la había hecho desear arreglar las cosas con su padre. Hizo un balance mental de las muertes que había provocado y le parecieron una birria, solamente dos. Por suerte esa cuestión todavía tenía arreglo.
No podía decirse que no estuviera nerviosa mientras avanzaba. Sentía un nudo en la garganta, como si le hubieran colocado allí un tapón. Se había vendado las manos con pedazos del traje de Willow antes de que se la llevaran. Tenía cortes profundos, pero por lo demás, estaba lista.
Subió hasta arriba y esperó, mirando al cielo, que estaba teñido de nubes enrojecidas que avisaban de la proximidad de la noche. Se sentía nerviosa de anticipación. ¿Qué les habría preparado el Capitolio para ese gran momento? Era obligación de los Vigilantes que aquello fuera un espectáculo, a los tributos les tocaba la parte de darle emoción. Aunque Sury prefería acabar cuanto antes. Hizo recuento de sus armas. Tenía la lanza y tenía las armas que le había arrebatado a Willow. No necesitaba nada más.
Los ánimos de Sury se vinieron un poco abajo cuando vio aparecer a Ocean Maze, la tributo del cinco, ella sola.
—¿Dónde está Russell? —no pudo evitar preguntar.
Ocean sonrió.
—¿Dónde crees tú que está?
Sury frunció el ceño. No le gustaba que la tomaran por tonta.
—No te hagas la lista. No ha sonado ningún cañonazo.
—Será cuestión de tiempo —replicó Ocean, encogiéndose de hombros. Iba cargada con esa espada monstruosa, que parecía más una espada ornamental que una verdadera, pero cuya hoja seguía manchada de sangre. La sangre podía pertenecer a la trastornada del Distrito 11, aunque claro, fue Russel quien se llevó la espada y ahora la tenía ella.
Sury dudó por un segundo. Luego giró sobre sí misma en busca del susodicho. No iba a caer en esa trampa.
—No me creo ni por un momento esta artimaña vuestra. ¡Sal de donde estés, suplente! —dijo a voz en grito— Y enfréntate conmigo como deberías haber hecho desde el primer día.
Ocean soltó una carcajada, pero no hizo ademán de moverse. Sury seguía viendo a Ocean desde lo alto y si bien le gustaba esa posición privilegiada, tenía que afinar el oído para escuchar bien a la otra chica.
—No me crees capaz de haberlo hecho, ¿verdad? —inquirió la muchacha del Cinco— porque soy una chica de distrito. Una mosquita muerta que no sabe hacer la o con un canuto.
Sury entrecerró los ojos hasta dejarlos convertidos en dos finas rendijas
—No te veo capaz de haberlo hecho porque vi tu cara cuando él te disparó —respondió.
—Exacto, me disparó —afirmó Ocean, pero tenía las mejillas arreboladas—. Podía haber disparado a cualquiera pero me disparó a mi.
Le estaba entrando un cabreo mayúsculo. Toda esa charla le parecía de lo más insustancial. Ella quería pelea, quería alzarse con la victoria cuanto antes pero, francamente, no había barajado la posibilidad de que alguien se le adelantara matando a Jake Russell. Había soñado muchas noches con hacerlo ella misma. Se negó a creerlo por su propio bien, aparte de por la obviedad del cañonazo.
—Esto que estáis haciendo es de cobardes. ¿Necesitáis este tipo de trucos para ganar?, menudos vencedores seríais.
—Te equivocas —replicó su contrincante—. Sólo yo voy a ganar. Sólo yo. Ocean Maze, la chica que no sabe hacer nada.
Y se lanzó a por ella espada en mano.
Pero mira que era boba. La espada pesaba más que ella y le costaba subir la colina con semejante carga. Sury se dedicó a esperarla tranquilamente, aunque se armó ambas manos y colocó su cuerpo en posición de pelea para ir ganando tiempo. Hasta que se cansó de esperar y decidió aprovechar el impulso que le daba la ladera. Iba a acabar con ella en un suspiro, no duraría ni una coma, iba a….
Aquello fue mala idea. Sury avanzaba deprisa empujada por la gravedad y Ocean había colocado la punta de la espada apuntando en su dirección con la intención de ensartarla según caía. Las prisas nunca son buenas compañeras, pensó Sury mientras desviaba su trayectoria ligeramente para no acabar empalada. En su caída desestabilizó a Ocean lo justo para que se fuera al suelo con ella mientras Ocean alzaba los brazos y golpeaba a Sury de lleno en la cara con la empuñadura de su descomunal arma. Las dos seguían muy vivas para ese momento, pero ahora Sury tenía posiblemente la nariz rota, un dolor agudo se le extendía por la cara junto con el sabor metálico de la sangre.
Empezaron a rodar colina abajo hechas un burruño de miembros. Sury dio gracias por tener a mano las armas de Willow, aunque pronto se dio cuenta de que la velocidad de la caída no facilitaba el poder usarlas con precisión. Le arreó un buen codazo a Ocean en la cara para no acabar insertada en la dichosa espada. Ocean se enganchaba al arma con todas sus fuerzas, moviéndola contra Sury, buscando un punto débil. Con la otra mano le agarró de la corta melena, pero la soltó repentinamente.
Sury dejó de rodar cuando la pendiente dejó de estar inclinada y alzó la cabeza: a Ocean se le había enganchado la larga cabellera castaña en unos rosales. Se levantó a buscarla, pero la chica se apresuró a dar un tajo a su melena para liberarse. A Sury le habría encantado tirar de esa mata de pelo marrón hasta arrancarle el cuero cabelludo.
Se acercó tambaleante, sintiendo la sangre que le resbalaba por la cara. Ocean era un buen espejo para hacerse una idea de las pintas que tenían las dos. Sangrantes y llenas de magulladuras. Sury tenía la impresión de ver doble por un ojo.
No le importaba, un solo ojo sería suficiente para acabar con ese despojo de chica. Se colocaron frente a frente, por fin. A Ocean no se le daba bien golpear, pero sabía pelear. Esquivaba sus arremetidas como si la hubieran entrenado en la misma academia de su distrito. Sury notaba el chorreo de sangre de la nariz a los labios.
Se sentía como un animal herido, salvaje y dispuesta a defender su territorio. No perdió más el tiempo y arremetió contra Ocean con todo su arsenal hasta que consiguió derribarla de nuevo al suelo. Quería sentir su carne cuando la despedazara, el sonido de la piel al rasgarse, el calor que proporcionaba el cuerpo a cuerpo siempre había sido su parte preferida en los entrenamientos. Ocean soltó la espada y emitió un aullido desgarrador.
Si no le fallaba el oído, Sury juraría que Ocean llamaba a Jake. Era el momento de hacer su apuesta. Tenía un cuchillo en la mano y el cuello de Ocean despejado. O también podía esperar para que él lo presenciara y perdiera los papeles contemplando morir a la chica. Verlo desquiciado merecía la pena la espera.
Si Jake Russel estaba muerto tenía un cadáver muy vital paseándose por la arena. Sury sonrió antes de ver uno de los cuchillos arrojadizos del chico encaminarse derechito a su cabeza. Tuvo que incorporarse para esquivarlo y para cuando quiso darse cuenta, Ocean había hecho acopio de fuerzas y habían cambiado de posición. Sury la agarró del pelo que le quedaba e intentó clavarle el cuchillo en el pecho, sin embargo la zorra respondió arreándole un puñetazo en la cara que le hizo soltar el arma. Para cuando abrió los ojos tenían a Russell encima.
—Estás pálida —le dijo Jake a Ocean. Ella le miraba como una tonta.
—De verdad Russell —replicó Sury escupiendo gotitas de sangre—, la mejor forma de ganarse los favores de una chica no es decirle que parece enferma.
Entonces hizo palanca con las piernas y logró quitarse a Ocean de encima. Estaba a cuatro patas. Recuperó el arma de Willow que estaba a pocos centímetros, aunque no fue lo bastante rápida para evitar que Jake la agarrara por la tela de la espalda del traje y la estampara contra el árbol que tenían más cerca. Sury notó las espinas de las enredaderas primero, después el golpe en la cabeza y un río de sangre brotando de la parte de atrás de su cráneo que le fundió todo en negro.
Ocean Maze (Distrito 5)
El impulso de Sury la dejó tirada en el suelo y con un golpe en el estómago que le vació los pulmones de aire. Tenía además un dolor agudo en el costado que hacía que le costara respirar, como si se hubiera fracturado alguna costilla, lo cual era muy posible, después de precipitarse por la ladera chocando contra todo lo que había en medio. Intentó tranquilizar la mente para poder sosegar al cuerpo y controlar el dolor. El dolor es un estado mental, le había enseñado Pat. Solo había que convencer al cuerpo de que no lo sentía para evitar que fuera molesto. No funcionaba del todo.
Echó un vistazo a su alrededor y allí estaba Jake, con su mano extendida para ayudarla a levantarse. Jake, fresco como una manzana después de matar a Sury arrojándola contra un árbol. Jake, a quién tendría que matar en poco rato si quería salir de ahí. Su plan contra Sury no había salido del todo bien, pero ya no importaba. Ocean se incorporó sobre los codos y vio el cuerpo de Sury estampado contra la corteza del árbol. Tenía un reguero de sangre resbalándole desde la cabeza y aunque le pitaban bastante los oídos, estaba segura de haber escuchado el cañonazo. Ocean buscó su espada por el suelo y se la colocó en el regazo, mirando a Jake con recelo.
Todos los Juegos matando sin pensar y ahora…
—Estoy cansada de tener miedo —le dijo.
—No parecía que lo tuvieras —contestó el chico.
Pero era verdad. Estaba agotada, y no eran los juegos ni las lesiones varias lo que la tenían harta (aunque eso también), lo que no quería era volver a sentirse indefensa nunca más. Nunca más tener la incertidumbre de si saldría su nombre en las papeletas. Nunca más sentir la impotencia de no saber lo que comerían al día siguiente. Llevaba años deseando dejar atrás esa vida miserable que le había tocado vivir. Y ahora, muriese o viviese, habría acabado con todo eso.
Ocean aceptó la mano de Jake, luego se armó de valor y atacó a Jake con la espada. Él retrocedió lo justo para que ésta se ensartara en su hombro en lugar de en su pecho y cayó al suelo de rodillas.
—Espera —dijo el chico, llevando su mano al hombro herido donde se incrustaba el arma—. Así no.
—¿Entonces cómo? —replicó ella. No había manera de hacerlo más fácil.
Sabía que estaba en desventaja, lo sabía perfectamente. Él también tenía que saberlo. No podía haber una pelea justa entre ellos. No cuando Jake duplicaba su tamaño y manejaba las armas a la perfección. Lo único a favor de Ocean era su falta de confianza en sí mismo. Y saber que en el fondo él no quería matarla. Ella tendría que querer matarlo a él si pretendía salir de esta. Así estaban las cosas, así de simples. Ocean no se quería morir. Tenía el instinto más humano de todos, el de querer salir adelante. Sacó la espada y volvió a atacarlo. Jake empezó a sangrar por el hombro. A esas alturas Ocean ya se había inmunizado a la sangre. Pero le costaba ver sangrar a Jake. ¿Le perseguirá más adelante su fantasma, como perseguían al chico del Once?
Ocean agarró la espada con ambas manos. No había matado a Jake, pero al menos le había dejado con un brazo algo inútil. Se agarraba la zona del hombro donde se le había abierto la herida, una herida sobre otra herida que sangraba a través de los dedos. Jake se incorporó, un poco tambaleante y echó mano de uno de sus cuchillos curvos.
—Hagámoslo bien —dijo exhalando el aire despacio—. Hagamos que sea una pelea justa.
—¿Es eso lo que te gustaría? ¿Lo que te enseñaron en tu academia? Ninguna pelea en los Juegos puede ser justa —replicó Ocean.
Ahora, viéndolo en pie, lamentaba no haberlo hecho mejor.
—Teníamos un trato —contestó él con voz débil. La sangre se derramaba por su hombro y por su traje de tributo, ahora que no se sujetaba con la mano la herida.
—Perdóname —dijo ella con expresión atribulada. Notaba calor en las mejillas, como si estuviera febril o peor aún, como si se avergonzara de sí misma —. Ojalá no tuviera que ser así. Ojalá ambos pudiéramos sobrevivir a este día.
A Jake se le cayeron los hombros en un gesto de cansancio. Se estaba dando por vencido. Por fin. Levantó la vista hacia ella y la miró directamente a los ojos
—Vamos entonces. Ataca.
Y entonces Ocean se lanzó a por él como si el futuro del mundo dependiera de que ella moviera bien su última ficha.
Sury West (Distrito 2)
Sury había perdido el conocimiento pero lo estaba recuperando. Despertó con una incómoda palpitación en las sienes; el dolor que emanaba de allí se repartía por su columna hasta llegar a las puntas de los dedos de las manos, que notaba adormecidas. Estaba en una postura poco natural, casi incrustada contra el tronco de un árbol. Se llevó una mano a la cabeza al notar que la tenía húmeda y no se sorprendió al encontrarla llena de sangre. Pero Sury sonrió al darse cuenta de que seguía viva y lo que era todavía mejor, o al menos igual de bueno, Jake Russel también seguía muy vivo, para así poder matarlo. Allí estaban ellos dos, justo frente a sus ojos, ejecutando una coreografía de miradas y pasos estudiados que parecía hecha para que la grabaran las cámaras del Capitolio.
Pero eso no eran los Juegos, Sury lo tenía claro. Los Juegos eran peleas sucias y puñaladas por la espalda. No alianzas, compañerismo y actos heroicos. Ella lo había aprendido por las malas con Silvana, que al final se murió, como estaba escrito, dejándole un vacío la mar de extraño en el pecho incluso en esos momentos, en los que le dolía tanto el cuerpo entero que apenas podía pensar en otra cosa.
Sury respiró hondo y sacó a Silvana de su cabeza y, junto con ella, la estúpida idea que había tenido de poder salvar a alguien. ¿Salvarla de qué? Ese era su destino, ganar los Juegos o morir en el intento y Silvana había luchado hasta el final. Así que esperaría a que Jake matara a la otra chica haciéndose la muerta y luego ella lo mataría a él. Pelearían en la final y lo vencería. Ese era su sueño desde el principio. O tal vez Ocean se lo cargara a él primero y tendría su anhelada final de chicas, aunque sin Silvana no iba a ser lo mismo.
Movió el cuello para comprobar que no estaba roto, aunque estaba casi segura de que si se hubiera roto el cuello estaría muerta. Comprobó que aún tenía un par de las armas de Willow, pero mejor que eso: en el suelo, a poco más de medio metro del alcance de su mano, estaba su lanza. Casi grita de alegría.
Trató de levantarse sin hacer ningún ruido. Los tortolitos no le estaban prestando ninguna atención, tan atentos el uno al otro tratando de matarse sin hacerse daño. Menudo espectáculo lamentable para unos Juegos de mierda.
De repente se le quitó la idea de esperar a que sucediera algún asesinato. Se sintió en la obligación de levantar aquello. Se incorporó ligeramente, en cuclillas sobre los tobillos. La cabeza le daba unas vueltas tremendas. Alargó una mano hacia su lanza, y avanzó a cuatro patas hasta colocarse en el ángulo que consideró adecuado. En esos momentos Jake acababa de hacerle perder el equilibrio a Ocean y estaba encaramado sobre ella, la chica tendida en el suelo, con la espada en la mano, pero el brazo que la sostenía inmovilizado con el pie de Jake. Sury se incorporó sobre las rodillas. Era ahora o nunca y Jake tenía un pecho enorme para atravesarlo. Sury se planteó de nuevo por un momento la posibilidad de que se mataran entre ellos, más que nada debido a que sentía un mareo galopante. Sería una victoria simple y del todo falta de épica. Negó con la cabeza. Podían pasarse horas en ese plan y ella qué haría, ¿hacerse la muerta todo el santo rato? ¿Cómo la miraría su padre luego, cuando volviera al distrito? Sury ya lo sabía. La miraría como diciendo: ganaste de chiripa, hija mía. Un varón lo habría hecho mejor que tú.
O quizá estuviera orgulloso, no lo tenía nada claro. Pero por si acaso tiró su lanza, consciente de que no iba a errar. Con mareo o sin él, ella nunca lo hacía. Hasta nunca Jake Russell.
A Sury se le escapó un grito de la impresión que le causó el resultado de sus acciones. Porque la lanza no había matado a Russell. La lanza a quien atravesó fue a Ocean Maze, de costado a costado. ¿Cómo había sido posible? Había ocurrido a cámara rápida ante los ojos de Sury y no le había dado tiempo de procesarlo. Ocean le estaba haciendo una llave a las piernas de Jake, después éste estaba cayendo. Cuando ella se puso a horcajadas sobre él, la ensartó la lanza. Todo en medio suspiro. Ahora la chica se balanceaba con los ojos abiertos y la espada en la mano. Jake recogió la espada y dejó que Ocean cayera sobre él. Luego se la quitó de encima.
—Todavía no estoy muerta —balbuceó Ocean. Le lagrimeaban los ojos, Sury podía ver las gotitas brillantes en el resplandor de lo poco que le quedaba al día.
Pero era evidente que Sury había hecho una brocheta con algunos de sus órganos internos. Jake miró en dirección a Sury.
—¡Tú! —rugió.
Sury sonrió. De oreja a oreja, para ser exactos. No era eso lo que había planeado pero tendría que ser así. Sentía los dientes manchados de su propia sangre y se pasó la lengua sobre ellos para limpiarlos.
—La profesional y el suplente —dijo—. Menuda final.
Jake Russell (Distrito 2)
Jake estaba furioso. Algo que no había sentido con esa intensidad desde que entrara en los Juegos del Hambre. Había estado enfadado, triste y frustrado por su propia idiotez, pero en ningún momento presa de esa furia asesina. Volvió a mirar a Ocean, tirada en el suelo boqueando sangre y consiguió que además se le revolvieran las tripas. No podía atenderla ni preocuparse de estar con ella hasta el final. Tenía que ocuparse de la muerta viviente que le miraba con una sonrisa demente a unos metros de distancia. Había sonado el cañonazo. Estaba seguro. ¿Podían equivocarse los Vigilantes? ¿Lo habían hecho a posta? Tanto él como Ocean lo habían oído. Les quedaba tiempo para los dos, solos.
Agarró la espada de Ocean con el brazo bueno, tanteó el resto de armas que llevaba sujetas al cinturón. Estaba muy bien surtido. Ahora sí que sólo quedaban Sury y el.
Una muerte más y volvería a casa.
Sury se puso en pie. Estaba un poco tambaleante y embadurnada de sangre, pero Jake sabía que no podía fiarse de eso. La había visto entrenar. Todo el mundo en la Academia la había visto. Era la más ágil y fuerte de entre las chicas y superaba a la mayoría de los varones en casi todo. ¿La razón? Nunca perdía una pelea porque jamás se rendía. Habría que haberla matado para convencerla de ello y en la Academia estaba prohibido matar. Además, acababa de demostrarle que aún muerta no se daba por vencida.
Pero allí, en esa arena, con el cuerpo de Ocean agonizando cerca de ellos, sí que estaba permitido el asesinato.
—¿No vas a venir a por mí? —preguntó a la chica, mientras iba acercándose a ella.
—Ahorro energético —dijo Sury.
Jake cambió la espada de mano. El hombro que había recibido la estocada de Ocean apenas podía aguantar su peso. Se llevó la mano al cinturón y le lanzó a Sury un cuchillo. Ella desplazó ligeramente el cuerpo, lo justo para esquivarlo. El cuchillo se clavó en la corteza.
—Muchas gracias, inútil —dijo ella mientras lo sacaba y se lo guardaba en un bolsillo del pantalón del mono—. Puedes seguir con eso hasta que te quedes sin armas, por mí no hay problema.
Pero Jake lo que quería era saber cómo de afectada estaba la movilidad de Sury. Después de todo, no se había lanzado al ataque inmediatamente. Ella no se caracterizaba por su mesura y paciencia, y para ser francos, él tampoco. Pero los Juegos le habían enseñado a esperar. Lanzó otro cuchillo, esta vez a los pies de la chica. Volvió a clavarse en el tronco, entre las piernas de Sury. Ella resopló y se dobló sobre sí misma para recogerlo.
—Eres un insulto para el Distrito 2 —espetó ella mientras lo hacía. Jake lanzó un tercer cuchillo justo por encima de su cabeza. Sury se sobresaltó, empezó a incorporarse y giró medio cuerpo para recogerlo—. De verdad que eres idiota, Russell. Todos esos rumores en la Academia debían de ser ciertos…
Jake apretó los dientes, aguantó las ganas de preguntar cuáles eran esos rumores.
Antes de que a ella le diera tiempo a reaccionar Jake estaba a medio centímetro de la chica, soltó la espada, agarró su cuello y la empujó contra el tronco del árbol cubierto de una enredadera de espinas. Sury debía tener el cuerpo hecho un colador. Luego le dio un puñetazo en la mandíbula. Ella escupió sangre por la boca un segundo después, directa a su cara, entorpeciendo su visión por un momento.
—Serás zorra —gritó Jake limpiando la sangre de sus ojos con la manga del traje, pero Sury aprovechó ese momento de distracción para birlarle la daga del cinturón de armas y clavársela en el costado. Por suerte no estuvo fina y dio con el mango de la sartén que todavía llevaba allí colgada. La daga se incrustó lo justo para rasgar el traje y hacerle corte, si bien no se iba a desangrar por esa rajita.
Para su sorpresa Sury se desembarazó de él y se encaramó al árbol que había detrás de ella. Usa tu entorno como un arma era una de las frases favoritas de uno de los instructores de la Academia. También era evidente que no estaba tan inválida como él creía. Jake prefería continuar en suelo firme. Aunque visto de otro modo, si la perdía de vista, ella podría saltar en cualquier momento y pillarlo desprevenido, así que allá que fue. Trepó detrás de ella, más torpemente de lo que le gustaría con el hombro herido. Se acordó de la familia de los Vigilantes al pincharse las manos con las espinas. Se fijó en que Sury llevaba vendas. Aún así ella parecía menos ágil de lo que solía mostrar en la academia. Jake esperaba haberle causado una contusión cerebral, al menos, del golpe en la cabeza contra el árbol.
Con su peso, requería de una cierta concentración encontrar las ramas que pudieran soportarlo. Ella iba mucho más deprisa, trepaba como una araña. Jake tenía que distraerla para que desacelerara el ritmo.
—¿Se te ha muerto tu amiga? —preguntó en voz alta.
La chica paró y se volvió para enfrentarlo. Estaba en cuclillas sobre una rama finísima, sujeta con ambos brazos a la de arriba.
—Igual que a ti se te ha muerto la tuya. Conste que la lanza iba para ti.
Jake recuperó el ritmo y siguió avanzando, aunque ella ya no se movía.
—¿Cómo se llamaba? ¿Era Silvina o Silvato? —inquirió con sorna.
Entonces ella se lanzó igual que si fuera un mono encima de él. Cayeron en picado hacia el suelo, llevándose todas las ramas por delante. La espalda de Jake recibía todos los golpes y la caída no fue buena cuando llegaron abajo. Tenía a Sury encima a cuatro patas. Ella empezó a golpearlo salvajemente con los puños, como si no quisiera perder el tiempo encontrando un arma. Sus manos estaban empapadas en sangre y la cara de Jake también empezó a sangrar. El dolor le nublaba los sentidos y parecía difícil mandar órdenes a sus miembros en esa postura.
—No vuelvas a nombrarla —gritaba la chica—. Jodido sustituto de mierda que nunca debió de entrar aquí. No digas su nombre con tu sucia bocaza.
Otro golpe en la boca. Jake se palpó un diente partido con la lengua al tiempo que soltaba el brazo bueno para arrearle un codazo en las tripas. Sury volvió a escupir sangre encima de su cara. Debía estar hecha papilla por dentro.
Aguanta Jake. Mantenla distraída para que no use una hoja en tu garganta.
Lo que encontró Sury fue la sartén y se la desprendió con ferocidad. Le golpeó en el hombro y luego fuertemente en el costado.
Notó cómo crujían varias costillas. El dolor era inhumano y Jake estuvo a punto de dejarse llevar por la inconsciencia. Total, él no quería estar allí y no tenía claro querer salir de allí. Cerró los ojos por un momento y vio a Ocean atravesada por la lanza de Sury. Ocean, muriendo a pocos metros de allí. La opresión en el pecho superó el dolor de las heridas y el del costado.
Ella iba directa a por la cabeza cuando logró sujetarle las manos. Sury lo golpeó en la entrepierna.
—Serás puta —aulló de dolor. Pero logró levantarla por encima de su cabeza.
Llevó todo el cuerpo de la muchacha por encima de él hasta hacerla aterrizar en el suelo. Sintió el desgarro del brazo con el movimiento. Si salía de esa, iban a tener que montarlo de nuevo como a un puzzle. Jake intentó agarrar la espada de Ocean, que estaba tirada cerca de él, sin éxito. Sujetó un pie de Sury con una mano antes de incorporarse e hizo que su cuerpo se pusiera boca abajo. Se echó encima de ella para inmovilizarla y le quitó todas las armas visibles. Todos sus cuchillos, las armas que ella guardaba y que no había usado. La chica gritaba como si estuviera poseída por un demonio.
Jake presionó su cabeza contra el suelo con una mano y le retorció un brazo con la otra hasta escucharlo crujir.
La agarró del corto pelo naranja y giró su cara hacia él. Estaba llena de pequeños gusanos, como serpientes diminutas que le salían de todos los orificios. Jake se espantó por un momento en el que Sury aprovechó para clavarle algún objeto punzante en el muslo con un brazo que se había soltado. Volvió a levantar su cara para estar seguro de lo que había visto. Tenía que ser un último efecto especial del Capitolio ya que ahora los gusanos estaban por todas partes.
—Eres un monstruo —escupió la chica—. Eres un monstruo igual que yo.
Ahí tenía razón. Se sentía un monstruo.
Y la odiaba, Jake la odiaba y odiaba sus propias manos manchadas de sangre. Odiaba su cuerpo entero que palpitaba de dolor. Le arreó un fuerte golpe con la mano abierta. A ella se le saltaron un par de dientes de esa cara sucia de tierra e insectos, luego presionó su cabeza contra el suelo y la golpeó, la golpeó y la golpeó hasta que los aullidos de la muchacha empezaron a ser pequeños jadeos. Había algo satisfactorio en matar con las manos, tuvo que reconocerse. Por eso Sury no había usado sus armas cuando tuvo la oportunidad. El cuerpo de Sury dejó de moverse paulatinamente mientras él presionaba su cara contra el manto de bichos que era la tierra. Siguió así hasta que sonó el cañonazo.
Esa vez sí.
Se quedó encima del cuerpo caliente de Sury un poco más, jadeando. Esperando que pasara algo. O tal vez morir en ese mismo instante. La sensación que tenía era la de estar a punto de viajar al otro barrio, cuando se dio cuenta de que quedaba un último cañonazo por sonar.
Tuvo muchas dificultades para ponerse de pie y todavía más para recoger la espada de Ocean del suelo. Le parecía una broma macabra que ella todavía no estuviera muerta, como si el destino lo hubiera preparado para que tuviera que hacerlo él. Casi se arrastró para llegar hasta ella. Tenía los ojos abiertos.
—Prométeme que harás que me lleven a casa —farfulló Ocean. Estaba tan pálida que probablemente había perdido toda la sangre del cuerpo. Era como el fantasma de Ocean y Jake estaba sobre él, con la espada en ambas manos, para terminar con lo poco que le quedaba de vida.
—Ellos te llevarán a casa, no te preocupes —replicó.
—Mis hermanos… —balbuceó ella.
—No te preocupes —repitió Jake. Sabía lo que tenía que hacer. Hundió a Gloriosa, la espada con la que Ocean había asesinado a su primera víctima, en su pecho. El suelo se manchó de más sangre, roja y espesa. Tardaron pocos segundos en sonar las trompetas de la victoria.
Jake se quedó inmóvil por un momento. Le temblaba el cuerpo entero. Necesitaba un segundo para serenarse, para recuperarse. Ojalá lo tuviera, alejado de las cámaras. Un lugar donde dejarse caer y… sacó algo que llevaba en uno de sus bolsillos. El pan estaba reseco. Llevaba guardándolo desde los primeros días de los Juegos. Repartió las migas sobre el cadáver de Ocean, para que tuviera comida durante su viaje de regreso al lugar desde el que había venido. Era una costumbre en el Dos y él todavía amaba las pocas cosas buenas que quedaban en su distrito.
Contempló el escenario que sería carne de sus pesadillas los años que le quedarán de vida. El cielo todavía rojo, igual que la sangre derramada en el suelo, pues nunca había llegado la verdadera noche. Las rosas negras abiertas y los cadáveres de las dos chicas a las que se había visto obligado a matar, todo quedaría grabado a fuego en en su memoria. Le hubiera gustado tener un momento más, pero un foco le dio de lleno desde el techo, rodeándolo de un círculo de luz blanca. Jake trató de llenar de aire sus pulmones, sujetó la empuñadura de Gloriosa con ambas manos. Apenas podía sostenerse en pie y no obstante la alzó al cielo, con la sangre de Ocean aún fresca en la hoja.
Entonces gritó, un sonido sucio que le salía de dentro del pecho. Gritó como lo habría hecho Torkas, como lo había hecho Sury cada vez que levantaba su cabeza para que obtuviera aire y así alargaba su agonía. Gritó por todo lo que le quedaba por hacer. ¿Qué vida le esperaba a partir de esos momentos?
En medio de su grito, empezaron a caer confeti y una voz desde el cielo lo declaró vencedor de los Juegos del Hambre.
Se le escurrían lágrimas por las mejillas. Trató de parecer emocionado pero sentía las piernas líquidas y los brazos incapaces de seguir sosteniendo a Gloriosa. Cayó de rodillas al suelo justo antes de que llegara el aerodeslizador para recogerlos a Ocean y a él.
FIN
Trompetas, cotillón, ¡tenemos vencedor!
Enhorabuena (¿pero es ganar una recompensa?) a Jake, nuestro último superviviente, por quedarse vivo al final. Los profesionales pesan mucho.
Nos despedimos del resto del podio:
-Sury, has sido una fuerza feminista, y uno de los lados del romance (sistermance) más querido de estos Juegos. Esa pelea final era la buena, y sin embargo has muerto a manos de un hombre. La vida tiene esas ironías. Ha sido un placer escribirte.
-Ocean, Pat estará orgulloso de ti. Has cumplido con creces tu cometido, dejando al D5 en una postura muy alta. Casi casi ganas. Gloriosa tiene ese nombre porque tú le has dado tu fuerza. Enhorabuena, y ahora descansa, por fin. Jake te recordará por siempre.
Y este es el fin. ¡Qué momento más solemne! Tanto Rebeca como Gui os agradecemos un montón por el seguimiento y los reviews. ¡Pero aún no os vayáis! Aristóteles tiene algo que decir, aún.
El epílogo sigue (lo que compensa el retraso por Covid que hemos acumulado al final, sorry sorry).
Gui y Rebeca
