Epílogo.

Aristóteles se dejó caer en el suelo de la sala de los Vigilantes. Todos habían salido a festejar y él por fin podía darse un respiro. Nunca pensó que aquel trabajo le fuese a traer tantas emociones. Siempre había mirado los Juegos por encima, pensando que no estaba del todo de acuerdo, pero que la vida es injusta para todos. No era su problema si él había nacido en el lado privilegiado y los demás sufrían. ¿Qué iba a hacer?

Había acabado de ayudante de Séneca por casualidad. Su madre, una tía lejana, una fiesta, unos besos en el baño, la cama de Séneca, Séneca el perezoso buscando ayudantes y proponiéndole un trabajito, Aristóteles dejando de lado su trabajo en la tienda para estar con Séneca, y descubriendo, un poco tarde, que el trabajito no tenía nada que ver con lo que se había imaginado.

Se frotó los ojos con las manos. Se había dejado la piel ayudándole y él se llevaba el mérito y el dinero. Y Aristóteles… probablemente lo volvería a hacer.

Se asomó una cabeza de mujer por la puerta.

—¿Aris..tóteles? —pronunció, verificando el nombre en un papelito.

—Sí —contestó él, levantándose con esfuerzo desde el suelo. Sentía que era como un burruño de papel desdoblándose.

—Te requiere el presidente.

Aristóteles alzó tanto las cejas que casi le tocan el cuero cabelludo. Pero no preguntó. Siguió a la joven, observando su pequeño tic nervioso de la mano. Sintió una oleada de cariño hacia ella. Parecía que ostentaba un puesto similar al suyo.

Le condujo por un pasillo que se adentraba en el interior del edificio. Todos estaban fuera, festejando, mientras unos cuantos se ocupaban de sacar a Jake Russel con vida de la arena. Aristóteles estaba contento de no ser parte del equipo médico. Por lo menos su trabajo había terminado. Quedaban unas cuantas nimiedades: la entrevista final, la Gira de la Victoria, pero estaban organizadas desde hacía una semana por lo menos.

Llegaron a una gran puerta maciza y la chica dio unos toques rítmicos contra la puerta. Esperó un instante y luego abrió la puerta.

—El señor Aristóteles, señor.

—Gracias Lisístrata, puedes retirarte.

Aristóteles entró en la sala y se le cortó el aliento.

Pese a estar en la zona más alejada del exterior, había muchísima luz. Aristóteles se dio cuenta de que el techo abovedado y los muros eran todo ventanas. Estaba en un enorme invernadero que se parecía un montón a la Cornucopia. Seguro que Séneca ya había estado en esta sala antes. El presidente Snow estaba ataviado con un mono de jardinería y plantaba un rosal con un capullo blanco en ciernes de abrirse. Parecía que acababa de plantar el que estaba al lado.

—Aristóteles… el perrito faldero de Séneca, ¿verdad? —El presidente se rio, jovial. No parecía una risa amenazante.

—Eh… —¿qué se suponía que tenía que contestar a eso?

—No te había prestado demasiada atención, la verdad sea dicha, porque te juzgué mal. Pensé que no eras más que otra de las conquistas de nuestro Vigilante Jefe. Hasta que me enteré, por el jefe de mutos, de quién le había dado la descripción de las ovejas asesinas. Y no puedo evitar preguntarme… ¿cuántas de las ideas de los Juegos vienen de ti?

Le clavó los ojos de serpiente con mucha intención. Aristóteles no tenía claro si le estaba haciendo un cumplido o si acabaría en la próxima arena, de cebo. Se frotó los brazos con las manos e hizo un amago de sonrisa. Snow miró de nuevo su planta.

—Esta es para Ocean Maze. ¿Ves todas estas rosas? Cada una de ellas representa a un tributo muerto en los Juegos. Tenemos el deber de respetar a nuestros muertos, que han dado la vida porque nosotros sigamos aquí.

Le hizo un gesto a Aristóteles para que se acercara. Ari dio un par de pasos al frente, embriagado por el olor de las rosas, y más aún por su significado oculto. Aquél invernadero gigante… era un cementerio.

De repente se acordó de Cress Oleander y le recorrió un escalofrío. Alguna de esas rosas sería suya. ¿Habría elegido él enterrarse en un rosal, o habría preferido un abedul, o un arce?

—Por supuesto, también tenemos que respetar a los vivos, y sobre todo a su trabajo duro. Aristóteles —dijo el presidente, levantándose y sacudiéndose la tierra de los pantalones— tengo que darte mi sincera enhorabuena por tu arduo trabajo. Te voy a ascender a Vigilante.

Aristóteles se quedó en blanco. ¿Vigilante? ¿Vigilante? Pero Séneca…

—Oh, señor presidente, yo… gracias, por supuesto, pero…

—¿No te interesa ser Vigilante? Te confesaré que no tiene nada mucho más interesante de lo que has hecho ya, salvo que otros te servirán el café a ti y ganarás un poco más de dinero. Además, podrás poner tu nombre al lado de tus creaciones. El muto aristóteles puede ser una nueva marca.

Aristóteles no sabía qué decir. Uno no le decía que no a un ascenso, y aún menos si te lo proponía el presidente. Pero tenía la sensación de que lo debería consultar con Séneca.

—Ya sabemos los dos que Séneca es un poco perezoso. Se le da bien llevar a cabo las cosas con eficacia. Te daré una enseñanza hoy, Aristóteles: siempre hay que reclutar a gente vaga, porque encontrarán una manera rápida de hacer las cosas. Séneca es útil y eficaz, pero a veces se le van las cosas de las manos. Como cuando dejó sonar ese cañonazo cuando Sury West no había muerto.

—Oh, pero no, presidente, fue el golpe contra el árbol. Su medidor de constantes vitales se llevó la peor parte. Además tenía el cuello torcido, así que cuando el medidor nos anunció que estaba muerta a nadie le pareció chocante.

Snow le miraba divertido, con una ceja alzada, probablemente sorprendido de que Aristóteles le hubiese interrumpido con tanto ahínco.

—Eres fiel a tus superiores, eso es una cualidad. Sin embargo, considero que no hacemos los Juegos para engañar al público, ni a los tributos. Hoy es un medidor de constantes vitales, ¿y qué será mañana? ¿Un tributo demasiado avispado burlándose de nosotros?

—Por… por suerte, Sury West murió antes que Ocean Maze, al final —se atrevió a decir Aristóteles.

—En eso estamos de acuerdo. Con este comentario me demuestras otra vez que tengo razón. Tú, contrariamente a Séneca, eres concienzudo. Te fijas en estos detalles. Ahora que lo he entendido, estoy seguro de que no me equivocaría al darte una lista de todas las cosas que has hecho tú y de las que se ha llevado Séneca el mérito.

El presidente miró a Aristóteles con compasión, y Aristóteles se sintió algo henchido de orgullo, aunque no estaba seguro de que fuese un buen sentimiento. El presidente le estaba alabando, algo que Séneca nunca había hecho.

Lo más que había hecho Séneca era acariciarle maravillado cuando Aristóteles…

—Un silencio vale más que mil palabras, querido mío. No se hable más. Serás ascendido a partir de hoy mismo, ya le he dado las instrucciones a Lisístrata. Ahora nos queda todavía un tiempo antes de tener que ocuparnos de los demás, y me gustaría enseñarte mis rosas una a una. Recuerdo todos sus nombres. Ven conmigo.


Como dijo el presidente, no debemos olvidar a los vivos:

Aristóteles: rechazó finalmente la oferta de ascenso del presidente, pero montó su propia tienda de complementos después de dimitir de su cargo y dejar a Séneca. Nunca volvió a verse envuelto en una relación abusiva.

Silver Machintosh: acabó liándose con Atena, pero la cosa duró poco. Se puso del lado de los rebeldes en la guerra y cuando acabó, formó un grupo de resistencia contra el nuevo gobierno.

Saf y Jem Goldstein: consiguieron erigirle a Esme una placa en la Academia, que quitó después de la guerra.

Jake Russell: murió dos años después, en la guerra del Sinsajo. Abatido por un arma que se había fabricado en su mismo distrito. Nunca llegó a ser mentor en unos Juegos.

Evan Plinth : se retiró a las montañas con su familia cuando comenzó la guerra. Lograron sobrevivir los tres. Antes de eso lo único que intercambió con Jake fueron un par de miradas.

El padre de Sury: lamentó el resto de sus días haber dejado que su hija se fuera a los juegos sin saber que era la persona que más amaba en el mundo. Murió en las revueltas del dos después de la guerra, fusilado por un grupo de rebeldes pro Capitolio.

Megaby: lloró la muerte de Faye. Aunque había sido mala con ella, la había querido. Donó fondos para la rebelión.

Fiora: le puso "Teddy" a su hijo, que nació después de la revolución. Mathia es su padrino.

Pauline Dalton: Fue capturada por el Capitolio cuando estalló la guerra. Se ahorcó a sí misma en su celda.

La tribu de Torkas: después de que Torkas desvelara su existencia, el presidente Snow intentó aniquilarlos enviando bombarderos a su territorio para que no existiera ni un pedazo de Panem que escapara a su control. Pero ellos estaban preparados, se escondieron en cuevas y más tarde subieron a uno de sus barcos en busca de nuevas tierras que explorar y a las que someter.

Pat: dirigió jóvenes rebeldes del distrito 5. Él mismo participó en varias batallas. Estuvo en la toma del Capitolio para después regresar a su distrito y abrir una escuela de artes marciales. Dar cera, pulir cera.

Los padres de Nekko: donaron la espada familiar a un museo cuando acabó la guerra. Ahora descansa en una vitrina del museo de armas legendarias del Capitolio, junto a Gloriosa.

Marianne: tras superar una depresión y sobrevivir a la guerra, fue la ganadora de un reality en el que competían los mejores pasteleros de Panem. Más tarde abrió su propia cadena de panaderías a las que llamó King Arth. Actualmente es una de las mujeres más ricas del país.

Palojo: fue un topo del Capitolio durante la contienda y se dedicó a filtrar información sobre los rebeldes del siete. Estos acabaron por describirlo y lo colgaron de la rama de un pino en uno de sus bosques.

Yami Rheder: dejó de creer en la buena suerte y empezó a creer en la fuerza de voluntad para conseguir las cosas. Para él, su hijo siempre fue el gran héroe de los 73 Juegos del Hambre.

Los padres de Bernese: sí que tuvieron que matar a los perros. Sus dos hijas restantes encontraron trabajo en las fábricas, pero cuando estalló la revolución volvieron a la granja apartada. Adoptaron un perrito callejero.

El hermano mayor de Nick: se sintió siempre culpable de no haber ido a la Cosecha. Ayudó a los refugiados a fugarse del 8 durante la rebelión.

Kanan Wheatly: se alistó en las tropas rebeldes nada más comenzar la guerra. Murió en el Capitolio cuando una vaina reventó a todo su escuadrón. Durante el tiempo que estuvo con vida, nunca más fingió ser quien no era.

Alana: lideró la Resistencia rebelde en el distrito 10 durante la guerra. Acabó casándose con Eddie y teniendo tres hijos, pero siempre guardó un lugar para Maraya en su corazón.

Lynn :mejor amiga de Adrien: montó tal escándalo después de la muerte de Adrien que consiguió pasar una semana en el calabozo. Tras la guerra estudió para ser veterinaria y continuó la labor de Adrien salvando animales en lugar de matándolos.

Los amigos y la chica de Cress: siguieron reuniéndose en torno al sofá de Branco Springs, y dejando la marca de Cress con grafiti cuando tenían la ocasión. Después de la rebelión, tuvieron que encontrar un nuevo sofá, pues el anterior acabó destrozado por una bomba.

El padre de Azalea: murió poco después que su hija, consciente de que fue ella quien lo había estado envenenando.

La familia de James: sobrevivió entera a los bombardeos del Distrito 12 gracias a Gale. Actualmente son ciudadanos de pleno derecho en el 13 y trabajan en las granjas que empiezan a surgir al aire libre.


a/n: Ahora sí que se ha acabado.

Esto es un secreto a voces, pero Gui fue la encargada de los distritos 1, 3, 4, 7, 8 y 11 y Rebeca (yo) del resto (2, 5, 6, 9, 10 y 12). Pero en todo momento ha sido un trabajo conjunto y todas y cada una de las decisiones compartidas.

Ha sido un viaje increíble y un placer para nosotras. Muchas gracias a quienes enviaron tributos para que jugásemos a matarlos, a quienes nos han leído y comentado y han aguantado las muertes de sus chiquillos con estoicismo.

Os queremos.

Gui y Rebeca