Capítulo XX
Vigésima sesión
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El apartamento de Kagome era pequeño, InuYasha creía que incluso más pequeño que el propio o quizás fuese simplemente la distribución de ambos. La cocina no era más que un mueble con una placa de inducción de dos calores, una fregadera pequeña y un frigorífico, también pequeño, que estaba alojado en la parte baja del mismo mueble que servía a su vez de encimera. Junto a lo descrito había una pequeña mesa con dos sillas y desde ese lugar era que InuYasha la observaba intentando poner, con manos temblorosas, un par de sobres de sopa instantánea en un cuenco y una taza.
—¿Quieres que lo haga yo? —le preguntó, a lo que Kagome respondió con un monosílabo más; otro de los tantos que habían sido su modo de conversación hoy.
—No.
Su forma de pronunciarlos no resultaba agresiva, tampoco densa, sin embargo parecía contenida e inquieta y se lo había notado nada más verla en el portal un rato atrás. Lo que él pensó que se convertiría en un fogoso encuentro, después de su separación de dos días, terminó siendo una sonrisa, un largo abrazo y un rotundo silencio.
—Quizás te he importunado —era lo único que se le ocurría. Ella no respondió y él decidió dirigirse hasta el único sillón que había en el apartamento y tomar su morral de viaje.
—No —se giró Kagome, para mirarlo y por el tono de su voz le pareció que su negativa era genuina e incluso algo desesperada.
—¿Estás bien? ¿He hecho algo mal? —las preguntas salían de él sin poder evitarlas.
Kagome lo miró y deseó ser capaz de decir lo que sentía, pero el nudo que tenía en el pecho le hacía imposible comunicarse; era un nudo atado por años de mantenerse fuerte y sola. Así que decidió hacerlo de la única manera que conocía y se acercó hasta InuYasha. Alzó la barbilla por la diferencia de altura, invitándolo a tomar su boca mientras ella desabotonaba los jeans que él vestía hoy. Pudo ver el desconcierto en la mirada dorada que no dejaba de observarla, recorriendo las expresiones que Kagome le pudiese mostrar, hasta que ella metió la mano por entre la ropa interior, deleitándose con el vello suave y firme que InuYasha tenía en esa zona.
Mierda.
Kagome lo escuchó farfullar, justo antes de notar como él le sostenía la cara entre las manos y se apropiaba de sus labios. Permitió el beso con ansia, con la necesidad apremiante de recuperar lo que podía manejar de sí misma: la mujer segura y sensual que hacía lo que quería con un hombre en la cama. Necesitaba eso, porque era lo que había construido durante los últimos años y no sabía hacerlo de otra forma. Con ese pensamiento en mente oprimió el sexo de InuYasha que ya comenzaba a mostrar su excitación. Lo escuchó quejarse sobre sus labios y ella abrió un poco más la boca para que el beso fuese más profundo.
Lo besó, lo lamió y lo acarició; y cuando InuYasha soltó el aire sobre su boca, extenuado de besos, Kagome aprovechó para liberarse de sus manos y arrodillarse ante él. Lo escuchó murmurar una maldición a medias, mientras ella manipulaba la cremallera para abrirse paso y tener delante el sexo endurecido de su acompañante. En ese momento, al fin, percibió algo de orden en todo lo que estaba sintiendo. Sostuvo la erección con la palma de una mano y dedicó una complacida mirada a un InuYasha que mostraba la expectación en sus ojos. No esperó mucho más y una vez posicionó el pene entre sus labios lo engulló completamente y se sintió poderosa al notar como él se encorvaba hacia su cuerpo y se sostenía de su espalda con la mano abierta.
InuYasha comenzó a repetir el nombre de Kagome en todos los tonos de ansiedad que conocía. Se sostuvo del cuerpo femenino cuando sintió que entraba completamente en la boca hasta notar la resistencia en la garganta de ella. InuYasha creyó que le fallarían las piernas en el momento en que su sexo fue liberado, para volver a ser devorado un instante después; la sensación de calor, humedad y presión que estaba ejerciendo Kagome en su erección era abrumadora.
Suplicó y quiso detenerla, tanto como anhelaba que continuara y en esa vorágine de sensaciones, se dejó hacer y llevar, hasta que finalmente sintió la presión en su vientre. Todo estaba sucediendo demasiado rápido. En un resquicio de su mente comprendió que ella necesitaba esto y no pudo evitar desear darle lo que quisiera; cualquier cosa.
Voy a… voy a… —musito, con la garganta seca por la respiración acelerada. Kagome se sostuvo con más ímpetu de su cadera y en ese momento InuYasha cerró los ojos con fuerza, sosteniendo la cabeza de Kagome hacia él para eyacular dentro de su boca.
Su cuerpo se sacudió durante unos cuantos segundos, hasta que fue consciente de lo que acababa de suceder. Aligeró el agarre y se permitió caer sentado en el sillón que tenía justo detrás, observando la forma en que Kagome se había puesto el dorso de la mano sobre la boca, obligándose a tragar con dificultad.
¿Qué había pasado? —se preguntó, sin dejar de mirarla, aun recobrando el aliento y organizando los pensamientos en su cabeza.
Finalmente ella lo miró también.
—¿En qué estábamos? —la sonrisa femenina no llegaba a iluminar los ojos castaños en los que InuYasha había descubierto una extraña melancolía.
—La cena —aclaró él, con la voz corroída por el orgasmo que acababa de tener.
Kagome se pasó la lengua por los labios en un gesto descarado que intentaba evidenciar que ella acababa de comer algo.
—Es cierto —la escuchó decir, con un extraño tono que a InuYasha lo devolvió a semanas atrás, a esas primeras conversaciones que enmascaraban algo más profundo, la sensibilidad real que él creía que poco a poco estaba consiguiendo ver de ella.
Siguió sus movimientos cuando Kagome se puso en pie y le pareció que intentaba una fuga descarada que a él lo dejaba en el sillón y con el pantalón desabotonado.
—De eso, nada —se apresuró a sostenerla por la muñeca y tirar de ella hasta que la acomodó sentada sobre su regazo.
Kagome tuvo el suficiente cuidado de no aplastar el sexo de InuYasha, que volvía a estar oculto dentro del pantalón.
—Y ¿Qué harás al respecto? —la pregunta no obtuvo respuesta verbal. Kagome entrecerró los ojos y contuvo el aliento en el momento en que sintió los dedos de InuYasha ejerciendo presión entre sus piernas.
No pudo evitar pensar en lo bien que él había llegado a conocer su anatomía, a pesar del poco tiempo que llevaban encontrándose. Soltó el aire en un suspiro lento, mientras levantaba la cadera en un acto irreflexivo de gozo.
InuYasha retiró la mano y Kagome se quejó y lo miró casi con reproche. Sin embargo, antes de llegar a emitir una queja, él le pasó el brazo bajo las piernas y la alzó, dando media vuelta al sillón para encaminarse al futón que estaba a un par de metros y dejarla sobre la superficie cubierta con una manta.
Kagome lo observó, mientras él se quitaba la ropa. No pudo evitar el pensar que aquel hombre era un espectáculo, con el pelo suelto acariciándole los costados del torso desnudo, mientras se quitaba los pantalones y le dejaba ver la fuerza de sus piernas. Sintió la reacción de su propio cuerpo ante la visión y también el vuelco que le dio el corazón cuando InuYasha descanso una mirada cálida en ella. En el momento en que él se acercó Kagome retrocedió sobre el futón, notando un pequeño acceso de pánico ante sus emociones, el que consiguió disfrazar por medio de una sonrisa y la mirada baja. InuYasha tardó en acercarse un momento más de lo que habría esperado, quizás probando lo que producía en ella. Kagome le tocó el pecho e intentó una caricia que aplacara la duda y notó como él respondía al tomar su mano y lamer la palma en un gesto cargado de libido. Ante ese gesto se reforzó su decisión de hacer las cosas como sabía.
InuYasha comenzó a desnudarla y ella quiso tomar el mando de aquello, ser quién controlara los detalles de cómo y qué sacar a cada momento. Sus manos chocaron y se interfirieron, hasta que al intentar quitar el sujetador, Kagome hizo un movimiento brusco y le dio con el dorso de la mano a InuYasha en la ceja.
Él se echó atrás, intentó sonreír y finalmente dijo algo, sin poder evitar el tono irónico.
—Vaya, si no quieres hacerlo basta con que lo digas.
—No, lo siento, fue… lo siento.
Kagome intentó ordenar las ideas y crear una disculpa, sin embargo fracasó rotundamente y las lágrimas se le saltaron sin que pudiese evitarlo. Ni siquiera consiguió pensar en ese momento en la imagen patética que debía estar dando, con el sujetador colgando de uno de sus hombros y en bragas.
—Kagome —InuYasha hizo el amago de tocarla, no obstante detuvo la mano en el aire y contuvo el primer impulso por miedo a que ella no lo quisiese.
El momento resultó extraño, ambos arrodillados sobre el futón y sin ropa. Una sin saber pedir ayuda y el otro sin saber si debía darla. Así, de ese modo, se mantuvieron cerca de un minuto.
—¿Te puedo abrazar? —él fue el primero en intentarlo. Kagome pensó en lo desesperante que le resultaba sentirse así de descompuesta. A pesar de ello, aceptó la propuesta con un asentimiento.
InuYasha se deslizó por el futón, un poco más cerca de ella, la rodeo con un brazo por los hombros y con una caricia de sus dedos entre el pelo oscuro, se la acercó al pecho. En ese momento el llanto de Kagome aumentó por medio de lo que a InuYasha le pareció un estallido de lágrimas que le mojaban la piel. Se moría de ganas de saber qué le pasaba, por qué contenía tanta tristeza, sin embargo sólo la acunó muy despacio, esperando a que se calmara.
Lo siento —la escuchaba decir, una y otra vez. Él sólo la abrazaba.
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Kagome se movió sobre el futón, en medio de un estado entre el sueño y el despertar. Respiró hondamente por la nariz y alcanzó a pensar en que al fin podía respirar bien, después de la congestión que había sufrido. El siguiente pensamiento se lo dedicó al llanto que era la razón de su congestión y ya el tercer pensamiento fue para InuYasha. Entonces Kagome abrió los ojos y comprobó tanto que era de noche aún, como el que InuYasha estaba dormido a su lado. Su primera sensación fue la de entrar en pánico y se sentó en el lugar con rapidez; a continuación reparó en lo hermoso que era el rostro de este hombre cuando dormía.
Se quedó por un instante admirándolo, bajo la luz que llegaba desde la cocina y que conseguía iluminarlo en el lugar en que estaba. Tenía una expresión calmada, las pestañas eran largas y casi le tocaban el inicio de la mejilla. Le miró los labios, los tenía ligeramente abiertos y emitía un suave y cadencioso sonido al respirar. Kagome recordó la forma en que la había contenido en medio de su ataque de ansiedad. No le había hecho ni una pregunta, cosa que ella agradecía porque sabía que las respuestas estaban enterradas en un lugar muy profundo de su corazón y llegar hasta ellas implicaría romperse y eso le daba más miedo que estar sola.
Él se encontraba de medio lado y Kagome tocó las hebras blanquecinas de su pelo, que creaban un bucle entre su hombro y el inicio de la espalda. No era la primera vez que las tocaba, sin embargo era la primera vez que lo hacía con esta sensación de contemplación.
¿Qué hay en ti? —se preguntó, notando la emoción que le estaba calentando el corazón.
InuYasha movió un poco la cabeza, parecía estar acomodándose. Kagome se quedó muy quieta y con el deseo secreto de que no despertara aun para seguir admirándolo; sin embargo él respiró de forma profunda y abrió los ojos con lentitud cuando fue soltando el aire. Se giró despacio y la miró durante un largo instante de silencio en el que ninguno dijo nada. Aquello dio al momento el aspecto de un encuentro recatado y adolescente, dos jóvenes observándose en medio de la intimidad. Kagome se ciñó un poco más al pecho la manta que los había cubierto durante el sueño.
—Lo siento, me dormí —InuYasha reaccionó al gesto e intentó incorporarse—. Me voy.
Por un momento Kagome se quedó mirando sus movimientos, era lógico que se fuese, ella misma le había hablado de su norma de no dormir con nadie y él, con esa honestidad que parecía caracterizarlo, estaba acatando aquello. Le sostuvo la muñeca de la mano que tenía más cerca para impedir que se alejara.
—Espera —dijo, InuYasha la miró y ella era consciente de que debía decir algo más, aunque ahora mismo en su garganta había un nudo y no le permitía emitir las escasas palabras que su corazón aceptaba reconocer como un sentimiento hacia él.
InuYasha la observó durante un momento que se extendió en sus mentes mucho más de lo que el propio tiempo marcaba. Él tuvo ese primer indicio de que algo dentro se estaba rindiendo a lo que sentía y con un lento movimiento acercó la mano que mantenía libre de la sujeción de Kagome hasta tocarle la mejilla. El toque fue delicado, cuidadoso, del modo que sentía que debía tratarla.
—¿Me quedo? —le preguntó, como si intentara ayudarla a sacar lo que ella parecía retener. La vio asentir con suavidad y cierta inseguridad, por un momento pensó que su actitud estaba dirigida a no despertar a los demonios que llevaba dentro. Entonces él aseveró— Me quedo.
Ante la certeza de InuYasha, Kagome acercó su mano y la descansó sobre la que él había puesto en su mejilla, inclinó la cabeza de forma ligera y se sintió reconfortada.
El gesto que ella acababa de hacer lo llevó a sentí el corazón inflamado de una emoción que reconocía perfectamente, ya había experimentado esta maravillosa sensación de rendición y también la angustia que le siguió. Aun así se entregó, quizás por una oculta tendencia autodestructiva.
Se inclinó hacia Kagome y se detuvo a pocos centímetros de sus labios, esperando a que le demostrara la misma ansia que estaba viviendo él. Notó la respiración tibia de ella entrando a su boca durante un instante que se le estaba haciendo eterno. Fue consciente del modo en que sentía que se le aguaba la boca y casi se echó a reír al comprobar que Kagome se estaba convirtiendo en un bocado deseado para él. Sintió como le tocaba los labios con los dedos, los delineaba en tanto su mirada castaña permanecía posada en ese movimiento. Fue tal el fuego de la emoción que lo abordó en ese momento, que sólo fue consciente de la forma en que la sostuvo con ambas manos por la cintura y la alzó para sentarla sobre las suyas.
Kagome inhalo con sorpresa ante el gesto y exhalo con ansia. No sabía a dónde los llevaría este camino, porque ese mantra recurrente en su cabeza que le recordaba que esta sería la última vez, varió su cantinela y le hablo de perpetuar el momento por muchas últimas veces, tantas como el anhelo por InuYasha le permitiese.
Tomó el rostro de su acompañante y usurpó su boca con impaciencia y un punto de esperanza que comenzaba a zumbar en su vientre como la luz de algo nuevo. InuYasha se entregaba al beso con esa pasión desprendida y honesta tan suya que conseguía desarmarla. Supo que necesitaría de toda su voluntad para no dañarlo.
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Continuará
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N/A
Esta historia comenzó de una energía muy oscura que tenía dentro, pensé en escribir algo sencillo que fuese prácticamente sólo físico… y aquí estamos, dilucidando las redes del corazón xD
Muchas veces he dicho que los personajes se mandan solos y con InuYasha y Kagome es algo que me resulta irresistible.
Un beso y gracias por estar, por leer y por acompañarme en la aventura de crear.
Anyara
