Mirar

.

—¿Por qué haces esto? —te pregunto.

—¿Qué cosa? ¿Echarme sobre la hierba? —respondes, mientras miras el cielo con tus ojos castaños atentos a los detalles.

—Bueno, eso también.

—Y ¿Qué más hago? —escucho como le das a tu voz ese leve sonidillo divertido de cuando digo algo que para ti es obvio aunque yo no lo entienda.

—No te burles, mujer —me quejo, echado sobre la hierba, con las manos tras la cabeza y observando con atención el mismo cielo que tú, por si descubro que es lo que te tiene así de interesada.

—No me burlo —extiendes una mano hacia mí y la descansas sobre mi pecho con la palma hacia arriba, como si buscaras contacto. Me gusta que lo hagas, me hace sentir que te hago falta.

—Entonces ¿Qué miras tanto? —continuo observando con atención— Yo sólo veo nubes y algún pájaro y tengo mejor vista que tú.

—No ves porque yo miro con otros ojos —sonríes, sin dejar de mirar el cielo.

Bufo molesto, siempre me ganas con tus comentarios espirituales. Tú ríes con más ganas.

—Calla —te exijo, con menos efusividad de la que debería. Supongo que el tenerte de vuelta me ha ablandado mucho.

—Mira, mira esa —indicas una nube con un dedo de la misma mano que descansabas sobre mi pecho—. La que es como una bola con un par de protuberancias más pequeñas, parece un león pequeño.

—¿León? —a veces mencionas cosas que no conozco.

—Sí, como un gato más grande —explicas. Yo observó con detención.

—Hmm… Sí, podría parecer un gato robusto —admito. Entonces comprendo que estás buscando figuras en el cielo.

—Sí, un gato robusto —aceptas.

Me quedo contigo oteando el cielo y ya de paso tomo tu mano y la devuelvo a mi pecho, con la palma hacia arriba, exactamente igual como la habías descansado tú. Por un instante dejas de mirar el cielo y me miras a mí.

—¡Mira! ¡Esa se parece al Goshinboku! —creo que voy comprendiendo tu forma de mirar. Tú dudas.

—Bueno, claro, si el Goshinboku tuviese el tronco redondo —te mofas.

—¿Cómo redondo? No lo estás mirando desde el ángulo correcto —comienzo a indicar—tiene una pequeña abertura de ese lado y lo que sobra a la izquierda es la rama que me sostenía al árbol.

Haces un sonido especulativo y te quedas observando.

—Puede ser, te lo doy por bueno —lo dices como si me perdonaras la vida.

—Cómo que por bueno —me quejó.

—Mira, mira, esa es como un lobo —indicas con entusiasmo y miro al cielo casi con indignación.

—¿Un lobo? ¡¿Por qué un lobo?! —exclamo. Me siento sobre la hierba, como si al cambiar de posición pudiese cambiar lo que has visto.

—¿Prefieres que sea un perro? —preguntas y entonces te miro, aun sigues echada del todo en la hierba y me sonríes de ese modo hermoso que te he descubierto desde que regresaste.

—Sí, mejor un perro —acepto con cierto nerviosismo.

—Un hermoso perro, entonces —consientes y yo respiro hondo, como si volviese a existir el aire y el pecho se me expande y el amor me quema los labios.

Me inclino hacia ti y sé que ya no te dejo ver las nubes; no parece importarte. Acerco mi boca a tu boca y rozo tus labios del mismo modo que llevo haciendo las últimas semanas desde que has vuelto: con suavidad y total determinación. Nos besamos y estoy seguro que el perro en el cielo ahora tiene remarcado un corazón en el pecho.

.

N/A