13
La Academia Beifong de Metal Control pareció haber sobrevivido a aquellas dos semanas de abandono ya que Toph la encontró tal cual la había dejado. Sumida en la calma de la noche, sólo eran perceptibles los sonidos que emitían los animalillos desde los bosques cercanos y el ululo del viento entre montes, zarandeando los árboles y haciendo volar sus hojas. Durante el trayecto Sokka le había comentado cuán bien se veían aquella noche las estrellas, el cielo despejado y sin nubes, describiéndolo como un firmamento iluminado de gotitas similares al rocío.
Cuando cruzaron las puertas de la academia todo el mundo parecía estar cenando en el comedor. Llegaba el barullo general desde la entrada, como cada día en que los estudiantes charlaban sobre la jornada y compartían anécdotas e historias. Toph y Sokka cruzaron el patio siendo guiados por su olfato, recibiendo el agradable aroma de la comida y siguiéndolo como un par de perros mientras sus estómagos rugían con hambre.
Cuando abrieron la puerta del comedor, la cháchara se detuvo y les recibió un silencio general donde sólo se oyeron algunas inspiraciones sorprendidas. Cuando les reconocieron, de pronto gritaron todos al unísono:
—¡Sifu Toph!
Y al instante se vieron acorralados por todos los estudiantes que corrían a recibirles entre gritos alegres y vítores. De entre toda la emoción se captaba algún «¡¿Cómo estás?!» y algunos «¡Oímos sobre el ataque!», los muchachos dirigiéndose a ella con admiración y el resto de muchachas "admirándole" a él. Ho Tun, Penga y el Oscuro acudieron rápidamente a socorrerles, abriéndose paso entre todo el mundo hasta alcanzarles.
—¡Sifu Toph! —exclamó Ho Tun abrazándola junto a Penga, el Oscuro manteniéndose al margen mientras saludaba cordialmente a Sokka—. ¡¿Qué ocurrió?! ¡Dijiste que te ibas un par de días y después escuchamos sobre el ataque en Pueblo Pezgrulla-!
—Ciudad República —corrigieron Toph y Sokka a la vez, sonriéndose con complicidad.
—¡¿Es verdad que sujetaste el ayuntamiento entero?! —preguntó Penga, asombrada.
—Parte de él —concretó ella—. Es una historia muy larga… pero os la contaré a cambio de un plato de esa sopa.
De nuevo se alzó el griterío, todos los estudiantes dando saltos de alegría y siguiéndola con adoración mientras se abría paso por el comedor precedida por los más veteranos. Escuchaba la risa de Sokka a su espalda, bien pegado a ella, todo divertido por la felicidad que parecía desbordar a los chavales. En una especie de sobreactuación, como si fuesen un par de reyes, algunos muchachos les ofrecieron las sillas principales y prepararon los platos y cubiertos mientras Ho Tun les servía la sopa.
Había algo conmovedor en la manera en como todos se sentaron en torno a ellos, desperdigados entre el suelo, las sillas y las mesas en un semicírculo. Los más pequeños parecían esperar un cuento de buenas noches, estirados por el suelo cómodamente; los más mayores se mantenían de pie, atentos. En todos se notaba la admiración y el respeto hacia su maestra.
Si en algún tiempo pasado Toph se había cansado de su academia, en aquel momento se arrepintió de pensarlo siquiera. Se sintió embargada por el cariño que todos profesaban, expectantes por que se arrancara a hablar, y se sintió agradecida de tener aquella pequeña pero gran familia. Podía sentir la expectación en los muchachos, deseosos de que se arrancara a hablar, y no se hizo esperar más.
Lo explicó todo entre sorbos, mascando con la boca llena y bebiendo de vez en cuando para hacer bajar la comida a tragos. Sokka apenas se sumaba al relato, ocupado con comer, sabiendo también darle su espacio para más regocijo de los estudiantes. Según la historia se complicaba, los niños se iban encaramando a la mesa entre respiraciones contenidas y exhalaciones de sorpresa. Los más mayores también se fueron aproximando, acercando sillas y sentándose volcados hacia ella. Se había hecho silencio en todo el recinto, como si el bosque alrededor también callara para escucharla.
—… y el condenado aprovechó que saltaba por los aires para atacarme —iba ella diciendo, su cuenco ya vacío—. Qué miserable. Sabía que me encontraba a ciegas y aprovechó.
—¿Y tú qué hiciste? —preguntó la voz menuda de una niña.
Todo el mundo se mantenía expectante. Toph percibió la mirada curiosa que le dirigió Sokka.
—¿No os enterasteis? —le escuchó preguntar.
—¿Enterarnos de qué? —dijo a su vez Ho Tun.
—Resultó gravemente herida. Le clavó… —Sokka calló. Toph le sintió reparar el semblante de los más jóvenes, cuya expresión iba cambiando con preocupación—. Le hicieron bastante daño, sin más. Mi hermana la sanó.
—¿La maestra Katara? —se escuchó la voz curiosa de un niño.
—La misma —respondió Sokka con orgullo, logrando devolver los ánimos a los más pequeños que le miraron maravillados—. A partir de ahí Toph sanó y en cuanto se ha repuesto hemos vuelto.
—Y vivieron felices y cenaron sopa —bromeó Toph, poniéndose en pie con un suspiro y desperezándose mientras estiraba los brazos—. De acuerdo gallinas, todo el mundo a los dormitorios. ¡Mañana hay que tener energía para afrontar el entrenamiento! —Se escucharon las protestas de los más pequeños, que hicieron caso con pesar mientras iban saliendo del comedor—. Quedaos los estudiantes del último curso —añadió, haciendo que varios jóvenes se volvieran con sorpresa—. Mayores de edad, por favor.
Sólo tres chicos y una chica rehicieron los pasos, los demás muchachos suspirando con pesar. Sintió la extrañeza de todos por el modo en cómo se volvieron hacia ella, sin entender su propósito. Mientras la puerta del comedor se cerraba, dejándoles a solas en el lugar, Toph rodeó la mesa y se aproximó a sus estudiantes con atención, examinándoles con detenimiento. Sintió sus pulsos acelerarse frente al escrutinio, ellos también curiosos por su petición.
—Imagino que ahora vendrá la versión sin censura —bromeó uno de los chicos llamado Shen, cruzándose de brazos con gesto orgulloso para esconder los nervios.
Ese era el líder del grupo que aquellos chicos habían formado, siendo los más mayores y estando ya cerca de acabar sus formaciones. Toph siempre los veía juntos por el recinto, entrenando sin descanso unos contra otros. Otras veces se escapaban a Yu Dao tras las clases para pasar el tiempo y evadirse un poco de la academia, siempre tan dura y exigente.
—En Yu Dao me pareció escuchar que estuvo al borde de la muerte —reconoció Tian, el segundo en cabeza—. ¿Es cierto, sifu?
—No quería asustar a los niños —avanzó a explicarse Sokka, aproximándose a ellos hasta colocarse junto a su amiga.
—Esos niños son difíciles de asustar —dijo aun así ella con una sonrisa torcida—. Pero sí, Tian, reconozco que estuve a punto de morir. Lo que me clavaron fue una daga de fuego, en el abdomen. —Entre la conmoción general, Toph sintió la exhalación de Ho Tun, Penga y el Oscuro que rápidamente se acercaron a ella para llenarla a preguntas—. ¡Estoy bien! Ya estoy bien. No me agobiéis, por favor.
—¿Se ha castigado al culpable? —preguntó la voz femenina de Yi.
—Está muerto. —Toph dio un par de palmadas en el hombro de Sokka con gesto irónico—. El gran guerrero Sokka de la Tribu Agua del Sur le atravesó el corazón con su espada, acabando con cualquier posibilidad de conocer el paradero de Azula.
—Q-que yo he… ¡¿Qué?! —Sokka se volvió hacia ella hecho un amasijo de nervios—. ¡¿Ese era Kazuo?! —Toph asintió con una sonrisa sarcástica de oreja a oreja—. ¡¿Pero y por qué no me lo dijiste antes?!
—¿Qué más dará si ya está muerto?
Enzarzados en la discusión, Sokka sin parar de llenarla a reproches, ambos ignoraron las miradas consternadas de alumnos y profesores. Uno de los chicos les cortó al preguntar:
—Disculpe, sifu, pero… ¿Qué necesita de nosotros?
Fue Jie el que habló, el cuarto alumno, que permanecía en su habitual discreción tras sus compañeros. Era el mejor de sus alumnos, el más brillante que había pasado por allí en los últimos años. Su serenidad, templanza y su paciencia al escuchar la tierra, le habían llevado a dominar el metal brillantemente en muy poco tiempo. Tenía un par de años más que Toph, siendo el más mayor de ellos. Siempre le rodeaba un aura enigmática que, junto a su voz grave, lograban imponerse frente a una sifu que a veces rozaba la arrogancia. Nunca tuvo el valor de dirigirse a él como un "gallina".
—He recibido una petición por parte del Avatar-
—¡Ni se te ocurra! —la cortó Sokka, obligándola a encararle de nuevo al tomarla con fuerza de los hombros y hacerla girar sobre sí misma—. ¡No, Toph, no puedes aceptar! ¡Estuviste al borde de la muerte!
—Sokka, para… —masculló ella amenazantemente, forcejeando con el agarre.
—¡No le hagas puñetero caso a Aang! —Pudo sentir perfectamente la fuerte pulsación que lo recorrió con nerviosismo, conteniendo las ganas de aproximarse aún más a ella—. ¡Pensaba que lo habías rechazado! ¡No puede pedirte eso, no después de cómo has estado!
—Estoy bien y estaré bien. Y ahora suéltame. —Se deshizo del agarre con dos manotazos, volviéndose de nuevo hacia sus alumnos y escuchando resoplar a Sokka al darse por vencido—. El Avatar quiere mejorar la protección de Ciudad República y para ello me ha pedido formar una nueva fuerza policial de maestros del metal, liderados por mí. Necesito voluntarios.
El silencio apenas duró unos segundos cuando Shen y Tian, el dúo inseparable, inspiraron con fuerza y se buscaron con la mirada para chocar los cinco triunfantemente. Gritaron, eufóricos, en algo que a Toph se le antojó como un aullido que respondía afirmativamente a su petición. Yi, precavida, miró no muy convencida a sus profesores; ellos se volvieron incrédulamente hacia Toph, como si no hubieran oído bien.
Sokka, disgustado y frustrado, salió bufando del comedor y perdió sus pasos en algún punto del patio, sin entretenerse en estar pendiente. Su vista se centró en Jie puesto que era él quien más le interesaba de todos. Su pulso se mantenía sereno, un rasgo característico en él, y Toph debía reconocer cuánto le disgustaba no percibir una respuesta clara por su parte.
—¿Puedo contar con vosotros? —les animó con una sonrisa impropiamente amable.
—¡Por supuesto, sifu! —exclamó Shen agarrado a Tian con camaradería, entrelazados con un brazo colgando en los hombros del otro.
—Estupendo. ¿Yi?
La chica se mostraba dudosa.
—Debería consultarlo con mis padres —contestó con algo de vergüenza—. Me permitieron venir aquí con la condición de utilizar el metal control para orfebrería.
—Lo entiendo. ¿Pero te gustaría dedicarte a la seguridad? —Toph se mantuvo atenta, sabiendo que la chica decía la verdad cuando asintió enérgicamente—. En ese caso esperaremos a que puedas consultarlo. —Tras una pausa, se dirigió hacia su brillante alumno—. ¿Jie?
El chico se cruzó de brazos mientras sopesaba la idea. Toph sentía el peso de su mirada clavada en ella, como si la juzgara sin reparos. También por eso le gustaba aquel alumno: no se dejaba amedrentar ni por la mismísima Toph Beifong.
—Esperaba poder encontrar trabajo en la refinería —reconoció Jie, plantándose erguido con firmeza—. Sé que muchos exalumnos acuden allí por los montajes del ingeniero.
El recuerdo de Satoru atacó a Toph. Suspiró con fuerza y se sorprendió a si misma con la brusquedad de su voz cuando contestó:
—Tienes demasiado talento como para desaprovecharlo en una fábrica.
Shen y Tian se volvieron con recelo hacia Jie, la envidia escapando por cada poro de sus cuerpos; nunca le había dicho aquello a alguno de sus alumnos. Yi, por el contrario, sonrió con orgullo a su compañero y le dio un cariñoso apretón en el hombro.
—Lo haría desinteresadamente, sifu, pero necesito el dinero.
—No te preocupes por el dinero. En el caso de que contara con suficiente apoyo y el proyecto viese la luz, me encargaría de que todos aquí nos veamos recompensados por nuestra labor. Y esto también va por vosotros. —Se volvió hacia Ho Tun, Penga y el Oscuro—. Me encantaría que vinierais conmigo, aunque reconozco que necesitaría gente en la academia para que siguiera funcionando en condiciones. Vosotros sois las personas en las que más confío.
Los tres lo sopesaron durante unos instantes, mirándose entre ellos con nerviosismo. Se leyeron mutuamente en silencio hasta que les sintió asentir a la vez y Ho Tun contestó:
—Somos felices aquí ejerciendo de profesores. Si necesitas que nos encarguemos de la academia, cuenta con nosotros.
—Entonces está decidido. —La voz de Toph por fin sonó conforme, complacida—. Vosotros os quedareis aquí y seguiréis enseñando a los gallinas. Sólo tengo una última petición: buscad datos de exalumnos y contactad con todos los que podáis. Indicadles que, si les interesa la petición, vayan hasta Ciudad República y me busquen o bien en casa de Lao Beifong o bien en la isla. —Cuando los tres profesores asintieron conformes, se volvió hacia los alumnos—. Y nosotros mañana nos acercaremos a Yu Dao, a la policía, y buscaremos antiguos alumnos que ahora trabajan allí.
—Al jefe no le hará gracia —le advirtió Penga según echaba a andar hacia la puerta.
—Me importa poco —respondió ella mientras traspasaba el umbral—. Ahora a descansar; os necesito frescos para mañana. Buenas noches.
«¡Buenas noches, sifu Toph!», les escuchó decir a todos a sus espaldas, dejándoles atrás. Al salir al exterior, el viento frío de la noche otoñal le heló la piel. Se abrazó a sí misma y caminó hasta la entrada de la academia, donde intuía a Sokka sentado en la escalera que subía el monte hasta el gran arco principal. Estaba recostado cómodamente contra la columna admirando las estrellas y la luna, inmune al frío que les envolvía; aquello no debía ser nada en comparación al Sur, siempre helado.
En silencio, Toph se sentó allí a su lado. Pasados unos segundos se encogió en un intento por infundirse calor y fue entonces cuando Sokka resopló con hastío, incapaz de ignorarla, y la envolvió con un brazo para pegarla a su cuerpo. Durante unos instantes ninguno de los dos se amoldó al otro, todavía recordando la discusión minutos atrás, orgullosos y testarudos. Fue la lástima de Sokka al sentir su piel helada lo que le llevó a envolverla por completo con sus brazos, abriendo las piernas y obligándola a acomodarse allí. Toph se dejó apegar contra su cuerpo, recostándose sobre su torso, y cedió en su obstinación al apoyar cómodamente la cabeza sobre su pecho.
—No sufras tanto por mí —dijo con voz queda—, ya estoy bien.
—Lo sé, pero no es justo. —La voz de Sokka vibró con fuerza en su pecho, recorriéndola de pies a cabeza—. Aang no puede pedirte eso… Estuviste a punto de morir, Toph…
Sus brazos la estrecharon un poco más fuerte. El calor de su cuerpo poco a poco la embargaba.
—Cuando te vi en el suelo, ensangrentada… Pensaba que te perdía. Aquella herida fue horrible. Horrible, Toph. Nunca había visto tanta sangre brotar de una herida. Se expandía por tu ropa, por el suelo… —Su voz compungida sonaba cada vez más débil—. Y el cabrón se regocijaba con las vistas. ¿Qué tipo de mente perturbada disfruta con eso?
Cuando quiso destensar el ambiente con alguna broma, Sokka se avanzó diciendo:
—No dudé en matarle. Ni un segundo. Eras tú o él, y no estaba dispuesto a perderte. —Toph se estremeció entre sus brazos—. Nunca hubiese imaginado la facilidad con la que la hoja atravesaría la carne. Cómo cedería contra la empuñadura así sin más… Y aunque te había librado de él, seguías sin estar a salvo. Apenas abrías los ojos. Sólo sangrabas y sangrabas. No respondías. ¡Te morías! J-joder, te morías-
Su voz se quebró y por fin calló. El cuerpo le temblaba en contra de su voluntad, un temblor que le nacía desde el centro y agitaba su respiración. Toph, aún envuelta en su abrazo, se revolvió y giró sobre sí misma para poder encararle, subiendo por su cuerpo hasta que sus rostros quedaron frente a frente. La respiración nerviosa de Sokka le revolvía el flequillo. En una dulzura impropia de ella, ocultando el dolor que le provocaba sentir su agitación, tomó su rostro entre las manos y le acarició suavemente mientras pegaba sus frentes. No lloraba, pero le notaba como ido, perdido en ese horrible recuerdo.
—Estoy aquí —dijo con voz amable—. Estoy bien, Sokka.
—Ya lo sé… —protestó él, volviendo en sí, apartándola con delicadeza como si se avergonzara de su compasión.
Ganando algo de distancia, Toph sintió su quietud cuando, en silencio, parecía contemplarla. Sintió cómo se aceleraban los latidos de su corazón, sin más, admirándola en silencio. Quiso saber qué se le pasaba por la cabeza, que verbalizara lo que sentía. No obtuvo una explicación, pero se conformó con su aparente serenidad.
—Si Aang me lo ha pedido es porque no le queda más remedio —se atrevió a decir entonces, con cautela, temerosa de que se arrancara a temblar de nuevo—. Trata de entenderle; hace unos años intentó integrar maestros entre los bloqueadores de chi y la cosa no funcionó. Necesita de gente hábil y resolutiva, Sokka. Si esos maestros fuego eran tan buenos es porque probablemente Azula les ha entrenado. No cualquiera puede defenderse de ellos…
—¿No eres consciente del conflicto que eso supone? —contestó él—. Hicieron falta años hasta que maestros y no-maestros se reconciliaron en Pueblo Pezgrulla. ¡Fue Aang quien les pidió hacer las paces! Forzó a los comercios a mezclar los empleados. Mismamente tu padre debió instalar de nuevo la línea para maestros en la refinería y ahora es Aang el que quiere echar a los bloqueadores de chi de la policía y suplirlos por maestros del metal. ¿Entiendes el descontento que esto provocará?
—¿Tú pudiste atacar a los maestros fuego? —preguntó Toph a bocajarro. Sokka se quedó perplejo, sin responder—. ¿Verdad que no? ¿Acaso no hacías otra cosa más que esquivar, sin tener oportunidad de dar un golpe? ¿Lograste acercarte a ellos?
—No —admitió Sokka por fin—, me fue imposible. Sólo con el boomerang conseguí darles.
—Entonces no hay nada más que discutir. A vosotros os corresponde encargaros de la política y gestionarlo; a mí lo único que me importa es acabar con ellos.
—¿Por qué tú, Toph? —Sokka la retuvo cogiendo su muñeca cuando ella se puso en pie, dispuesta a retirarse.
—Dime una mejor opción.
Pareció pensarlo, pero no le supo dar una respuesta. Tiró de él haciéndole incorporarse, soltándose de su agarre y caminando airosa de vuelta hacia la academia.
—Vamos a dormir —le apremió—, mañana será un largo día.
Fue la primera noche que durmió del tirón. Reconocer su malestar a Toph, explicarle las horribles imágenes que se repetían en sus sueños, aquel horrible recuerdo, le había permitido a Sokka dormir tranquilo después de muchos días. La cama se les quedaba pequeña y sin embargo no recordaba haber estado nunca tan cómodo; sus cuerpos encajaban a la perfección, amoldados uno contra el otro bajo las sábanas; sus cabellos, sueltos, se entremezclaban sobre la almohada; sus brazos rodeaban el cuerpo del otro, apegándolo hacia sí; sus piernas, entrelazadas, se aseguraban de retener al otro en aquel remanso de paz.
Sobre el cabecero de la cama, una ventana filtraba la luz del sol dándole de pleno en los ojos. Los abrió, molesto, hasta que logró acostumbrarse al cambio y lo primero que vio fue el rostro de Toph que dormía serenamente frente a él. A cada día que pasaba la veía más preciosa. Con la luz bañando su piel admiró embelesado su blancura resplandeciente, el tono rosado de sus mejillas, el contraste de sus pestañas oscuras y sus labios carnosos entreabiertos como una invitación para besarlos. No quiso despertarla, por eso se contuvo.
No recordaba en qué momento de la noche habían llegado a buscarse de aquel modo, ambos intentando encontrar una postura mínimamente cómoda en la cama individual de Toph. Él se había dormido de cara a la pared y había despertado unido a ella… una forma maravillosa de empezar el día. Cuando la notó revolverse, haciendo un mohín de incomodidad, temió que despertara y se acabara aquel momento. Quiso parar el tiempo con el canto de los pájaros que llegaba desde el exterior, con aquella preciosa luz que les bañaba y con Toph descansando tranquila entre sus brazos.
Verla dormir era una imagen serena, dulce, como si se expusiera una naturaleza que ella se afanaba por cambiar. Parecía delicada, como la joven que podría haber llegado a ser de no haberse rebelado años atrás; como la dama que se había esperado de ella.
—Tú corazón… —pronunció somnolientamente—. Se acelera…
—¿Cómo es posible que lo notes? —se quejó él.
Toph se encogió de hombros y se revolvió mínimamente, acomodándose. Se arrebujó bajo las sábanas y hundió la nariz bajo su cuello, respirando profundamente y estrechándole entre sus brazos como si quisiera exprimir su olor. Él permaneció quieto como un muñeco, a su merced, su pulso acelerándose irremediablemente.
—¿En qué estás pensando para que se te acelere así el corazón? —preguntó ella con cierta malicia, cada vez más despierta.
—¿Qué insinúas?
Notó el imperceptible movimiento del muslo, casi involuntario, cuando se apretó contra su entrepierna. Sokka ocultó un respingo, su corazón latiendo entonces desbocado, y Toph rió por lo bajo con picardía. Estaba claro que no era una dama; nunca lo sería.
Puesto que se estuvo quieta como si no hubiera pasado nada, ignorando la broma, Sokka no se lo tuvo en cuenta. Sin saber qué tipo de relación mantenían, o siendo el beso de la tarde anterior todavía demasiado reciente, ninguno de los dos se atrevió a hablar o a moverse. Estaba claro que el atrevimiento de Toph había sido excesivo y tampoco se la veía con ganas de abandonar todavía sus brazos, mucho menos la cama. Se apretó un poco más contra él cuando les llegaron las voces de los alumnos más madrugadores, como si quisiera dilatar lo máximo posible aquel momento en el tiempo, pero el patio iba llenándose cada vez de más gente y ambos supieron que aquello no podía durar mucho más. Era la hora de desayunar y les debían esperar en el comedor.
Se separaron a regañadientes, ninguno de los dos expresando su deseo de permanecer allí, y así Toph salió de la cama, cogió su ropa y entró al aseo para arreglarse. Sokka también se deshizo del pijama, un par de prendas raídas que ella misma le había prestado, pero salió antes de la casa para no levantar sospechas entre el alumnado. Así entró en el comedor, siendo saludado alegremente por todo el mundo, y desayunó sentado junto a Ho Tun, Penga y el Oscuro. Apenas fue consciente de la conversación que intentaban entablar con él, pendiente de Toph una vez hizo acto de presencia en el comedor y se sentó junto a sus alumnos de nivel superior. Sólo con verla echó en falta el contacto con su cuerpo; le costó horrores disimularlo.
La abordó apurando un bollo cuando, tras el desayuno, los vio alzarse a todos con intención de abandonar el comedor.
—Buenos días, sifu Toph —saludó alegremente, viéndola sonreír al ser la única que percibió su picardía.
—Buenos días —contestó ella con naturalidad, disimulando, haciéndole sonreír con complicidad—. ¿Nos acompañas a Yu Dao? Voy a reclamar algunos exalumnos que están trabajando para la policía.
Desde luego fue algo digno de ver y Sokka agradeció no perdérselo. Fue la confianza con la que entró Toph en comisaría, seguida por unos alumnos también seguros de sí mismos, lo que hizo que todos los agentes del lugar alzaran la cabeza en su dirección y la siguieran con la mirada por todo el pasillo que recorrió hasta el despacho del jefe. Algunos la reconocieron, llamándola "sifu", lo que a Sokka le dio a entender que eran los oficiales que les interesaban; otros, los más mayores, les miraban con desprecio como si fueran unos jóvenes inconscientes.
—Buenos días, jefe Shenzhen —saludó Toph abriendo la puerta doble del despacho de par en par. El hombre rápidamente se puso en pie, sobresaltado—. Necesitaría hablar con usted sobre los exalumnos de mi academia que trabajan aquí ahora mismo.
—¿Q-qué? —Shenzhen les recorrió con la mirada a todos, sin entender—. ¿Ocurre algo? ¿Quién son todos estos-?
Cortándole, hablando alto para que todos los oficiales curiosos que se concentraban tras ellos la escucharan bien, Toph proclamó:
—Necesito maestros del metal para la nueva fuerza policial que quiere formar el Avatar en Ciudad República. Me estoy encargando de reclutar a los oficiales puesto que yo seré la jefa y los alumnos de mi escuela son las personas en las que más confío para ello.
Se hizo un silencio sepulcral en el que absolutamente nadie se atrevió a decir palabra. Hubo algún tosido incómodo, algún murmullo, y de pronto el jefe Shenzhen se arrancó a reír mirándola sin dar crédito. Había cierto desdén en sus carcajadas, aunque verdaderamente parecía creer que se trataba de una broma.
—¿Tú, jefa de policía? —logró articular sin poder contener la risa.
—¿Tan gracioso le parece? —Toph se colocó amenazantemente en posición de ataque, haciendo que todos automáticamente recularan con temor—. ¿Quiere comprobar mi habilidad o prefiere que le quite la risa a base de golpes?
Cuando el hombre calló fue demasiado tarde; Toph, aprovechando su armadura de metal, lo proyectó contra la pared del despacho con tanta fuerza que lo dejó incrustado en el yeso. Después, sin volverse hacia atrás y recuperando la verticalidad íntegramente, se dirigió a los exalumnos que quedaban a su espalda diciendo:
—Yo partiré ahora con mis actuales alumnos hacia Ciudad República. Tomaremos el ferrocarril que pasa dentro de una hora. Si no es margen suficiente para que os lo penséis, podéis acercaros cuando queráis y podéis buscarme en casa de Lao Beifong o en la isla donde vive el Avatar. ¿Queda claro?
«¡Sí, sifu Toph!», se escuchó decir obedientemente a algunos oficiales. Casi parecía un mantra que hubiesen aprendido en la academia, teniendo todos muy claro desde el inicio de la formación que debían contentarla. Si la enfadaban podían sufrir un castigo similar al del jefe Shenzhen, que se desprendía entonces de la pared resintiéndose del golpe entre quejidos.
Toph rehízo los pasos seguida por su séquito de alumnos; orgullosos, altivos y con la cabeza bien alta. Sokka vio los ojos de los exalumnos llenarse del mismo orgullo, siguiéndoles con la mirada anhelando unírseles sin preocupaciones. Antes de que pudieran tomar la decisión, deberían consultar con sus familias y plantearse todas las ventajas y los inconvenientes. Al menos eso parecía ser lo que contrariaba a los más maduros, hombres que parecían rondar los cuarenta años y que seguramente tenían hijos y una estabilidad que no podían arriesgar. Sólo en los más jóvenes, los que no parecían superar la treintena, se veían esos ánimos y esa predisposición.
—¿No crees que te has pasado un poco con el jefe? —le reprochó Sokka a Toph una vez llegaron al exterior, su voz queriendo ocultar el divertimento.
Ella se limitó a encogerse de hombros con una sonrisa torcida en los labios, cual niña traviesa. Iba a responderle cuando desde la distancia se escuchó «¡Sifu Toph!», la voz enérgica de Yi que llegaba corriendo desde la distancia con la respiración agitada.
—¿Te vienes? —fue todo lo que dijo Toph.
—¡Sí, sí, voy con vosotros! —La chica calló unos segundos, recuperando el aliento. A pesar del cansancio sonreía resplandecientemente—. ¡Mis padres me dejan ir!
Al momento, Shen, Tian y Jie lo celebraron con alegría chocando los cinco y abrazándola con cariño. Sokka les contempló, feliz, aplaudiendo mientras echaba la vista atrás hacia comisaría y comprobaba con pesar que ningún oficial se les unía. Creyó que tal vez por eso Toph no sonreía; se cruzó de brazos y agachó la cabeza, ganándose la mirada confundida de Yi que se dejaba abrazar y forzaba una gran sonrisa para sus compañeros.
Fue en el ferrocarril donde Toph le admitió que Yi mentía. Dejaron a los alumnos en el compartimento, charlando alegremente, y ellos salieron al pasillo con la intención de estirar las piernas. Poco podían hacer más que caminar estúpidamente de punta a punta del vagón, así que decidieron abrir una de las ventanas y recostarse allí contra la pared, tomando aire fresco. Con el paisaje verde de las colinas y el mar de fondo, Sokka se recreó en la imagen tan bella que Toph le regalaba con su perfil recortándose frente al vidrio y su flequillo revolviéndose al viento.
—Es mayor de edad —dijo él restándole importancia al asunto—, puede hacer lo que quiera. Probablemente sus padres se hayan negado y ella haya escapado, de ahí que llegara corriendo. Me recuerda a alguien.
Toph le dedicó una sonrisa torcida, sabiendo que se refería a ella. Tenía una belleza muy particular; por hosca que pudiera ser, sus facciones finas resultaban cautivadoras. Eran una mezcla muy curiosa y atractiva.
—Sólo espero que no vayan a buscarla —contestó ella—, o peor aún, que la rapten y la lleven de vuelta a Yu Dao.
—En ese caso la jaula tendrá que ser de platino —bromeó Sokka—. Puede ser que descubra un nuevo control.
—Eso es cosa mía. Nadie me quitará el puesto. —La sonrisa de Toph, tan llena de confianza, se le antojó incluso seductora.
Un cómodo silencio se instaló entre ellos, acompañados por el característico sonido de los raíles y el traqueteo del ferrocarril que temblaba alrededor. Si bien Sokka podía centrarse en el paisaje, prefiriendo admirar a Toph, sabía que ella centraba su atención en él a falta de algo mejor. Sabía que le estaba analizando; sabía que podía sentir los latidos de su corazón según se recreaba más y más en ella, su pulso acelerándose irremediablemente.
Se preguntó si Toph, con aquel sentido suyo, sería capaz también de notar la tensión entre ambos. Le atraía de tal forma que la conexión parecía tangible, como si unos hilos tiraran de él hasta hacer contacto con su cuerpo. Algún día le resultaría imposible contener el impulso… Hasta entonces, disfrutaría gustosamente de todo aquel coqueteo sugerente.
