14

No supo cuántas veces llegó a disculparse Aang cuando la vio llegar a la isla. Rodeó a Toph con sus brazos sin parar de pedirle perdón, realmente arrepentido, mientras que Katara empezó con su esperada retahíla de reproches recordándole cuán mala amiga era por irse sin avisar, sobre todo después de sus esfuerzos por sanarla; una manera particular de decirle, sin más, "nos tenías muy preocupados". Bufando con tedio, se dejó reprender y abrazar hasta que ambos callaron a la vez al ver llegar a sus alumnos. Para sorpresa de la pareja, a su espalda, precedidos por Sokka, los gallinas acababan de subir las escaleras que ascendían hasta la plaza y avanzaban hacia el Avatar con admiración.

Aang se soltó poco a poco de ella, mirando a sus alumnos con curiosidad.

—¿Entonces sí? —pronunció a media voz—. ¿Has aceptado?

—Sí, he aceptado, Pies Ligeros. —Toph le propinó un cariñoso golpe de brazo para contrarrestar la sonrisa que le sentía ir dibujando—. Pero necesitarán un lugar donde alojarse y entrenar en condiciones. Si todo va bien, ya hablaremos del sueldo… Espero recibir más maestros en los próximos días; he dado el aviso a mis exalumnos.

El entusiasmo inicial de Aang se perdió progresivamente con el paso de los días. Con la ayuda de Sokka insistieron al Concilio de Negocios para que costearan temporalmente el alojamiento y no sólo se toparon con la negativa rotunda por parte de todos los presentes, sino que además debieron aguantar el desprecio con el que se refirieron a Toph. «Sólo es una veinteañera.», «Una niña ciega no puede encabezar la fuerza policial.», «No sea ridículo, Avatar Aang.»… De haber estado allí Lao Beifong nadie habría tenido el valor de pronunciarse. De haber estado allí su hija, la mismísima Toph, hubiesen acabado todos molidos a golpes de roca.

En cuanto al lugar de entreno, Aang y Sokka trataron de hacer entender a los bloqueadores de chi cuán necesario era que compartieran el espacio con los maestros metal. La sede de policía, que se había alzado pocos años atrás gracias a la subvención del Concilio de Negocios, se había destinado únicamente a los bloqueadores de chi y no se les veía muy dispuestos a ceder el lugar. Aang tuvo que soportar los reproches que le dedicaron todos cuando entendieron que quería reemplazarles por los maestros. «¡Es injusto!», «Sabemos hacer nuestro trabajo.», protestaron… Y por mucho que Sokka empatizara con ellos, agachando la cabeza con vergüenza al no salir en su defensa, todo lo que pudo hacer fue mirar con preocupación las quemaduras que presentaban varios hombres tras la reciente batalla.

Ajena a todo ello, sin importarle lo más mínimo la política, Toph se encargó de probar a sus alumnos en una primera misión: detener a los rebeldes de la refinería. Para su sorpresa, Satoru no había parado la producción ni había aceptado la protección en casa de su padre, sino que siguió haciendo vida normal llevando consigo a todas partes aquella arma eléctrica que se había fabricado. Hinchándose de valor en un esfuerzo por ganársela de vuelta, fingía su valía ocultando el temor, apretando con fuerza el arma que portaba en el bolsillo del delantal. Toph sintió ternura y vergüenza ajena a partes iguales. A punto estuvo de obligarle a largarse y mandarle esconderse en casa, pero poner en duda su hombría después de aquellos alardes valientes no haría otra cosa más que herirle el orgullo.

Tal y como le había pedido, durante aquellos días Satoru le había guardado todo el metal sobrante que pudo apilar a escondidas en una esquina del almacén. Como años atrás, notó su asombro al verla manipular el metal y rodear los cuerpos de sus alumnos en armaduras improvisadas. Estaba acostumbrado a que alardeara de su control en los montajes más meticulosos que él diseñaba, a veces olvidando la capacidad de tenía para manejar piezas mucho más grandes que ella. Ambos parecieron pensar a la vez en todos los momentos compartidos, fabricando y creando juntos, conscientes de que muy probablemente aquella situación no se volvería a repetir.

Fue incómodo. Muy internamente Toph se lamentó de que su amistad se fuera a ver resentida. No estaba segura de poder volver a sentirse cómoda cerca de él, o al menos no hasta que pasara un tiempo.

Aun queriendo mantenerle al margen de la misión, aunque regocijándose un poco a modo de venganza, le utilizó como señuelo para llamar la atención de los rebeldes que se encontraban en la línea de maestros. Con el pretexto de comunicarles algo, apretando el arma en su mano por dentro del bolsillo, Satoru les atrajo hasta el almacén donde Toph y sus alumnos esperaban pacientes su llegada escondidos tras las estanterías y los montacargas. Acordaron que atacarían los cuatro estudiantes a la vez, ella manteniéndose al margen, supervisándoles; intervendría sólo de ser necesario.

Atenta a sus movimientos, Toph comprobó complacida la habilidad de sus gallinas. Se guiaban demasiado por la vista y no escuchaban bien la tierra, desaprovechando la ventaja del sentido sísmico, pero a pesar de no prever los movimientos de los atacantes sí que tenían mucha agilidad para esquivarles. El que mejores aptitudes tenía era Jie, que siguiendo el consejo de su sifu intentaba anteponerse a ellos y lograba hacer fallar la trayectoria de algunos fogonazos. Shen, Tian y Yi se escabullían del fuego atacando desde lo lejos, centrados en inmovilizar las extremidades de los maestros fuego que, por suerte, no eran tan habilidosos como los que Toph afrontó en la última batalla. Azula no había entrenado a aquellos tres y se preguntó entonces qué criterio debía seguir a la hora de formar a sus subordinados.

Pronto los tres hombres quedaban inmovilizados en el suelo, con los pies y las manos agarrados con metal para evitar que contraatacaran. Todos mantuvieron una distancia prudencial por si se arrancaban a soltar fuego por la boca, aunque lo que brotó de sus labios cuando la vieron salir del escondite sólo fue desdén.

—La puñetera ciega… —masculló uno de ellos cargado de desprecio—. ¿Por qué no has atacado tú? ¿Tanto miedo nos tienes?

El suelo automáticamente cedió bajo el cuerpo del insolente, que se lo tragó por completo. Toph sintió a la perfección la pulsación que escapó a los otros dos, aterrorizados.

—Los que os han tumbado han sido sólo mis alumnos —contestó ella con calma—. De haber sido por mí, no hubiese tenido tanta piedad. —Supo que sonó suficientemente amenazante puesto que les sintió tragar fuerte. Después añadió con dureza—: ¿Dónde está Azula?

—No lo sabemos —respondió uno armándose de valor—. Créenos. P-por favor, ¡créenos!

Y decía la verdad, como siempre que preguntaba por su paradero. Nadie lo sabía. Ningún rebelde tenía idea de donde se encontraba la princesa. Sólo Kazuo lo sabía, o al menos hasta antes de morir…

—¿Quién podría decírmelo? —insistió entonces—. Kazuo lo sabía, pero se metió con quien no debía y… murió. —Lo dijo con un tono de voz tan inquietante que hizo estremecerse a los dos hombres.

—¡Nadie le ha suplido! —se explicó el otro, avanzándose a su compañero—. ¡Nadie substituye a Kazuo desde que murió! ¡No hemos recibido órdenes desde el ataque! Nadie sabe qué ocurre ni con la organización ni con la princesa ni-

—Entonces decidme dónde encontrar a vuestros compañeros.

Tal y como esperaba, no recibió una respuesta. Dio un paso al frente amenazantemente, con un puño en alto preparado para golpearles a pedradas, pero los rebeldes no se dejaron amedrentar. En el silencio que siguió sólo se percibían los gritos agónicos del hombre engullido por el cemento a poca distancia de sus pies. No hubo manera de intimidarlos, altivos a pesar del temor, y Toph tuvo que ceder sabiendo cuán imprudente era apalizarles después de que su bando se hubiese cobrado una vida. No obstante, con el metal que les envolvía, forjó una celda alrededor de los rebeldes y desenterró al insolente, que emergió del suelo entre gritos y llantos que reverberaron en el almacén.

Dio media vuelta y echó a andar hacia la salida indicándoles con un simple gesto de mano a sus alumnos que la siguieran. Después, dirigiéndose a Satoru a sus espaldas, dijo en voz alta:

—Manda a la policía que los encierren en prisión, junto a los capturados tras la batalla, e infórmales de que en breves me pasaré a interrogar a todos.


Frente a las negociaciones poco fructuosas de Aang y Sokka y a falta de un lugar donde alojarse, Toph instaló temporalmente a sus alumnos en casa de su padre. Había habitaciones suficientes y provisiones para todos, aunque el trato de las criadas no era el mejor; no solamente recibían más trabajo del habitual, sino que además debían servir a unos muchachos que no tenían el permiso del jefe Lao para estar allí. Las órdenes de Toph eran suficientes y se encargó de poner en su lugar a todo el mundo, sobre todo al imbécil de Wong, el jefe de los guardias, que se mostraba receloso con ellos y siempre tenía algún comentario desdeñoso o impertinente.

Durante aquel par de días que habían pasado en convivencia, Toph reafirmó los lazos con sus alumnos y empezaron a cruzar la barrera que les diferenciaba como gallinas y sifu, permitiendo florecer una nueva amistad aun manteniendo el respeto de siempre. Notaba cómo les empezaba a resultar raro llamarla "sifu", a veces dirigiéndose directamente a ella como Toph; no le importó, guardándose para sí misma la alegría que le producía estrechar amistad con ellos. Shen y Tian eran igual de caóticos que ella, Jie era un alma serena en su misma sintonía con la tierra e incluso con Yi compartía la constante sensación de sentirse incomprendida en todos lados. En el caso de la última lo asociaba a su huida de Yu Dao y Toph se mantuvo a la espera de que reconociera su mentira, aunque no recibió disculpa alguna. Se vio tentada de explicarle su misma situación años atrás, huyendo de sus padres, y calló por respeto sin querer incomodarla.

Aquella noche, tras la exitosa misión inicial, se fueron todos satisfechos a sus camas después de una buena cena. Toph insistió en que era importante que descansaran bien puesto que amenazaba con un extenuante entrenamiento bien temprano en la mañana; quedó en una simple idea, porque nadie previó la llegada del jefe. Lao Beifong irrumpió en su casa antes de que saliera el sol, anteponiéndose a cualquier plan inicial, y se dirigió directamente a la habitación de su hija.

Toph despertó con el abrazo de un hombre que inicialmente no identificó, reconociendo en sus sollozos la voz de su padre. Quedó petrificada en la cama durante unos segundos, procesando lo que ocurría, y poco a poco se removió girando sobre sí misma y encarándole. Al instante sus manos le tomaron el rostro y sus labios le besaron con ternura en la frente.

—Hija mía —lloraba—, mi niña… Estás viva

Espíritus, ¿la daba por muerta?

—Papá —contestó a media voz, respondiendo por fin y abrazándole de vuelta—, estás aquí. ¿Estás bien? ¿Qué-?

—Hakoda me dijo q-que te atacaron —tembló su voz—, de muerte, te hirieron de muerte… Me dijo que te dejó en manos de su hija, muy grave. Yo pensaba que- ¡Espíritus! Estás viva, hija mía. Estás viva.

Siguió repitiendo esas palabras por lo bajo, con la voz amortiguada mientras presionaba los labios una y otra vez sobre su cabeza, besándola con adoración. La acunó en un vaivén con el que intentaba calmarse, estrechándola entre sus brazos, repitiéndose «Estás viva.» yendo y viniendo, una y otra vez, y otra, como un bálsamo que apaciguara el malestar. Tras unos segundos así pareció convencerse de que efectivamente allí la tenía, sana y salva, y la soltó poco a poco apurando una última caricia en su rostro.

—Katara me sanó —confirmó ella—, y Sokka —añadió también; él no merecía menos. La asaltó el impreciso recuerdo de su ataque, liberándola de Kazuo, y disimuló su estremecimiento. Sintió un pinchazo en el vientre, como si la carne guardara memoria.

—¿Jefe Lao? —llamó Wong desde la puerta, interrumpiéndoles—. Como puede ver-

—¡¿Acaso no te he dicho que me dejaras a solas con mi hija?! —Lao calló cuando se volvió en dirección al guardia—. Pero- ¿Quién son esos?

Toph rápidamente se puso en pie, haciendo contacto con el suelo y recuperando su visión. Tras el umbral de la puerta se concentraban sus alumnos, el imbécil y un montón más de guardias que se asomaban con curiosidad en una excusa por no seguir vigilando los jardines. Reconoció también la figura de su padre, aliviada de sentirle sano y salvo, y no se dejó amedrentar cuando se volvió decidida hacia él y respondió:

—Mis alumnos. Maestros metal. Necesito un lugar donde acogerles.

—¿Puedo preguntar por qué se encuentran aquí en Ciudad República? —No sonaba enfadado, sólo curioso.

—Aang quiere reforzar la protección de la ciudad y cambiará a los bloqueadores de chi por mis alumnos. Quiere que la fuerza policial se forme con maestros metal puesto que mi enseñanza es dura y están preparados para afrontar cualquier peligro. El último ataque fue muy grave y quiere prevenir otros futuros. —Se adelantó a su padre antes de que preguntará más, diciendo—: Está negociando con el Concilio de Negocios el alojamiento, pero por ahora no lo aprueban.

—¿Por qué? —inquirió Lao—. Si el Avatar lo cree conveniente… ¿Cómo se atreven a oponerse?

—Imagino que les dolerá en el orgullo que una veinteañera ciega recién sanada vaya a encabezarles.

—Que una- ¿Qué? —Lao no pareció entender sus palabras—. Espera… ¡¿Que tú qué?!

Ahí sí que sonó enfadado.

Se hizo un silencio incómodo en la estancia, sin que nadie se atreviera a decir palabra, ni ella ni todos los curiosos arremolinados frente a la puerta. No llegaba ni un sonido del exterior de tan temprano que era. La ciudad descansaba tranquila antes de afrontar el día y sumirse en su habitual bullicio, pero allí, entre aquellas silenciosas cuatro paredes, se concentraba tal tensión que casi pareciera que reventaría la estancia en cuanto su padre abriera la boca. Ella no tuvo el valor de decir nada, encogiéndose levemente frente al cuerpo bien erguido de su padre.

—Dejadnos a solas —pronunció gravemente Lao a los curiosos, sin apartar la mirada de ella.

Y allí quedó a su merced. La puerta se fue cerrando lentamente, obedeciendo a la orden del jefe.

—Vengo desde la Tribu Agua del Sur a buscarte, Toph, la Tribu Agua del Sur —repitió Lao haciendo énfasis en la distancia recorrida—, porque te creía muerta, porque me habían dicho que habías resultado gravemente herida, y me encuentro con que recién te has recuperado te estás planteando encabezar la fuerza policial de Ciudad República.

—Me lo pidió Aang —se justificó ella cautelosamente.

—¡Me da absolutamente igual lo que quiera el Avatar! —explotó Lao sin perder la verticalidad, sólo atravesándola con su voz hasta perforarle el alma—. ¡¿En qué momento se le ha ocurrido pedirte eso?! ¡Has estado a punto de morir! ¡¿Y cómo se te ocurre a ti aceptar?! ¡No te corresponde a ti solucionar sus problemas!

—Es mi amigo… —pronunció ella conteniendo la voz. No quería gritar… No quería parecerse a él…

—¡¿Es tu amigo?! ¡¿Un amigo le pide a otro que arriesgue su vida cuando recién ha vuelto de la muerte?!

—No seas dramático, papá. —Se guardó todo el sarcasmo que pudo respetuosamente—. Ya estoy bien. No hubiese aceptado si no pudiera asumir el trabajo que me pide.

—¡No te toca a ti asumirlo! ¡Es egoísta que recurra a ti! —Lao se echó a andar por la estancia, nervioso, incapaz de contenerse en el cuerpo—. Pienso hablar con él en cuanto salga el sol… ¿Quién se ha creído que es? Atreverse a pedirle a una Beifong que trabaje de policía… ¡Policía! —repitió con desprecio—. ¡Qué valor! ¡Y tú has aceptado! ¡¿Acaso no tienes vergüenza?!

—¿Por qué tendría que avergonzarme de ello?

—¡Porque eres una Beifong! —El eco retumbó en las cuatro pareces de la habitación—. ¡Puedo consentir tu capricho de ser profesora, ¿pero esto?!

—No necesito tu consentimiento —replicó ella alzando el rostro orgullosamente.

—¡No seas insolente!

—No lo soy, sólo digo las cosas como son: no necesito tu consentimiento. Seré policía lo aceptes o no, tal y como he sido profesora te gustara o no y tal y como ayudé a Aang a acabar con la guerra a pesar de tu oposición. Si debiera contar contigo para tomar decisiones, aún estaría encerrada en Gaoling.

Sus palabras cayeron lapidariamente sobre su padre, templando sus nervios. Aún le escuchó resoplar, su respiración agitada, mientras calló pensando una buena respuesta con la que contraatacar. Nada acudió a sus labios, dolido por el reproche. Después, con la voz quebrada, alcanzó a pronunciar:

—¿Qué será de ti, hija mía?

El tono de su voz, triste, decepcionado, le partieron el alma en dos. Toph sintió las lágrimas pugnando por caer, anegando sus ojos, y las contuvo con orgullo.

—No necesito tu aprobación… —musitó para sí misma. Flaqueó al hablar y se mordió el labio con rabia, haciendo un gran esfuerzo por no llorar. Sus manos se apretaban fuertemente en dos puños, enfrentándole con altivez.

—¿Y Satoru? ¿Al menos te casarás con él? —Oh, necio. Qué necio podía llegar a ser su padre—. Puede no ser noble, pero es el heredero de la fortuna de su tío… Es un candidato decente.

—Olvídate de Satoru. —Cuando habló, Toph no pudo contener más las lágrimas—. Sabía que su tío se relacionaba con los de la sociedad secreta y aun así no me dijo nada. Nos podríamos haber ahorrado todo este entuerto si hubiese sido sincero conmigo.

—Entonces… ¿No estáis juntos? —Se escuchó algo de lástima en la voz de Lao.

—No, papá. Ya no estamos juntos. Rompió mi confianza, además de que yo misma encarcelé a su tío; Loban ya está pagando por lo que te hizo. ¿Cómo se supone que vamos a seguir juntos?

—Espíritus, hija mía… —Por fin su padre se mostró compasivo, sentándose en la cama tras fallarle las fuerzas. Toph sintió su amago de abrazarla, aunque se contuvo probablemente arrepentido por la dureza en sus anteriores gritos—. ¿Y ahora qué? ¿Qué vas a hacer? —Toph se encogió de hombros—. Necesitas un marido…

—No necesito a nadie-

—Toph, tienes veintidós años y planeas ser policía. Tú, una noble. Si no buscas rápido un marido te quedarás soltera para-

—¡¿Tan grave sería?! —estalló ella entonces, incapaz de contenerse, sus mejillas húmedas por las lágrimas que no paraban de caer—. ¡Te acabo de decir que me encargué de poner a Loban en su lugar, el hombre que por poco no acaba contigo, ¿y en vez de darme las gracias te preocupas por buscarme un marido?! ¡Tienes el alma tan podrida como él! —Toph sintió la pulsación que escapó del corazón de su padre—. ¡Tenéis la mente jodida por la codicia!

—¡Toph! —la reprendió él, sobresaltado por su vocabulario.

—¡No me pienso callar! —Ella, Toph Beifong, tan menuda como era, se inclinó amenazantemente sobre su padre que reculaba sobre el colchón sin dar crédito—. ¡Estás vivo, papá! ¡Podrías haber muerto en el Sur! ¡Y yo estoy viva, después de que me atravesaran el abdomen! —Se señaló la herida cubierta por la ropa—. ¡Podríamos haber muerto, los dos, y seguimos aquí! ¡Que le jodan a los nobles y a cualquier pretendiente adinerado! ¡Me importa una mierda el dinero; el dinero sólo trae problemas!

Acobardado, su padre trató de hacerla entrar en razón diciendo comprensiblemente:

—Toph, perteneces a la nobleza…

—¡Entonces no me hagas renegar de mi apellido, porque te juro que lo haré si con eso me dejas vivir a mi manera!

No fue consciente del leve temblor que sacudía la tierra, llevándoselo consigo cuando salió apresuradamente de casa y se perdió por las calles de la ciudad, desvelada, dejando a su padre atónito sobre la cama.


Sokka despertó aquella mañana con la conversación acalorada que le llegaba desde el salón. Escuchaba la voz de Aang discutiendo con otro hombre, o más bien aplacándole con respuestas que no parecían contentar al caballero que tan obcecadamente se desahogaba con él. Nada parecía contentarle, ni los comentarios puntuales con los que Katara parecía intervenir, dirigiéndose a él con una amabilidad que reservaba para personas respetadas.

Salió rápidamente de la cama, fregándose los ojos, y al llegar al salón se encontró con Lao Beifong. Este se volvió hacia él mirando con disgusto su torso desnudo como una especie de ofensa. Katara también le reprendió con la mirada, avergonzada probablemente de compartir su misma sangre.

—Buenos días —dijo sin más, curioso, interrogándoles con la mirada—. ¿Hay algún problema?

Su hermana le fulminó con sus ojos azules, mirando su torso con reprobación diciendo sin palabras: "tú eres el problema".

—Al parecer Toph le ha comentado a su padre mi intención de reforzar la fuerza policial —le explicó Aang, sus ojos grises pidiéndole prudencia a la hora de hablar.

—Es una insensatez —murmuró Lao—. Me alegro que el Concilio de Negocios no apoye la moción.

—¿Se alegra? —replicó Sokka con sorpresa, cruzándose de brazos. La mirada de Lao descendió involuntariamente a sus músculos, disgustado—. Seguro que no le alegraría tanto saber cómo se refirieron a su hija.

—Sokka… —le advirtió Aang por lo bajo, suplicándole con la mirada que callara. Por el contrario, Lao esperaba atentamente sus explicaciones.

—Para ellos el problema reside en que su hija es sólo, y cito textualmente, "una veinteañera ciega incapaz de encabezar la fuerza policial", a lo que tacharon la idea de Aang como "ridícula". —Los ojos marrones del hombre se abrieron de par en par, dolido, sintiéndose atacado por sus palabras—. Creo que tanto al Concilio de Negocios como a usted se les olvida que se trata de una heroína de guerra. Mismamente hace poco salvó montones de vidas cuando sujetó ella sola el ayuntamiento para evitar que todos murieran aplastados.

—A usted le salvó de morir aplastado años atrás —le recordó Katara—, yo misma estaba allí.

—Y lleva años formando a maestros metal —añadió Aang—. También a mí me enseñó a controlar la tierra y doy fe de cuán buena maestra es. Puede formar a policías de élite por su gran habilidad para combatir además de ser fuerte, tenaz y saber sobreponerse a cualquier adversidad. Insisto, señor Beifong: es mi mejor candidata.

—Mi hija no nació para deberse a tus caprichos, Avatar Aang —insistió Lao.

—Oh, claro, lo hizo para cumplir los suyos —contestó sarcásticamente Sokka—. Seguro que a Toph le apasionaría encerrarse en casa como una muñeca de porcelana.

Katara se cubrió el rostro con una mano, avergonzada, y dirigiéndose a Lao dijo:

—Discúlpele, señor Beifong… Mi hermano es estúpido…

—No, Katara, entiendo su punto —reconoció el hombre, encarando a Sokka dignamente—. No tendré en cuenta tu comentario… Sólo dime una cosa: ¿de veras mis compañeros la menospreciaron? —Sokka le sostuvo la mirada, asintiendo con firmeza—. En ese caso no hay nada más que hablar. Les pienso convocar esta misma mañana y debatiremos el asunto cara a cara. Allí os estaré esperando.

Cuando se disponía a marcharse, inclinándose respetuosamente frente a ellos y caminando hacia la puerta, Sokka le retuvo preguntando:

—¿Y su hija? ¿Dónde está? ¿Por qué no ha venido aquí con usted?

—Hemos discutido —admitió Lao manteniéndose de espaldas—. Partió esta mañana y no sé dónde fue. Si dais con ella, comunicadle la reunión.

No tardaron en recorrer las calles de Ciudad República en busca de su amiga, sin tener un rastro que seguir ni una mínima pista de dónde poder encontrarla. Los tres se dividieron en distintos sectores, Sokka asumiendo el central, y fue caminando frente a la sede de policía cuando vio el alboroto concentrado frente a la puerta principal. Montones de periodistas acosaban a una Toph que, queriendo pasar desapercibida, no se rebelaba contra ellos y trataba de abrirse camino sin éxito, todos parando sus pies interponiéndose frente a ella. De las preguntas lanzadas al aire, Sokka interpretó algún «¡¿Es cierto que estuviste a punto de morir?!», «¡¿Mataste tú al muchacho?!» o «¡¿Reemplazarás a los no-maestros?!» entre un montón de griterío sensacionalista con el que buscaban provocarla.

Acudió en su ayuda, notando en su expresión la sorpresa al reconocer sus pasos. Con su cuerpo se interpuso entre ella y los periodistas a modo de escudo, obligándoles a retroceder para permitirle a Toph ganar algo de espacio propio.

—¿Se puede saber qué está pasando? —preguntó, acelerando el paso junto a Toph—. ¿Qué haces aquí en la sede de policía?

—Estaba interrogando a todos los rebeldes encarcelados —contestó ella. Antes de que preguntara, se avanzó diciendo—: No, no he conseguido nada de información. A punto he estado de matar a alguno y he tenido que parar de insistir. Además, no he sido bien recibida por los bloqueadores de chi… Se ha corrido la voz y al salir me he encontrado con toda esta gente.

No daban tregua; ni la indiferencia les contentaba. Les siguieron insistentemente mientras bajaban la calle, no satisfechos con la ignorancia que ellos les profesaban. «¡¿Quién mató al maestro fuego?!», «¡Señorita Beifong, atienda!», «¡¿Ciudad República está segura bajo la protección de los bloqueadores de chi?!». Sokka vio a Toph fruncir el ceño y hacer un mohín de disgusto, perdida en sus pensamientos mientras intentaba hacer oídos sordos. Reparó en sus ojos ojerosos, cansados, y en el sudor que perlaba su piel no sólo por los intensos interrogatorios sino por la tensión a la que se estaba viendo sometida.

De pronto Toph se detuvo de forma abrupta, giró hacia la marabunta y exclamó:

—¡Sí se va a formar la nueva fuerza policial!

Todos se detuvieron a la par, sorprendidos, y sacaron velozmente sus cuadernos. Sokka la admiró en silencio, divertido por sus arrebatos y su carácter impetuoso.

—¡Apuntad bien, alimañas! —Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, orgullosa—. ¡Bien podemos no contar con el apoyo del Concilio, pero los maestros metal nos ocuparemos de mantener la ciudad a salvo! ¡Así lo quiere el Avatar y así será! ¡Me encargaré de liderarlos y pronto habremos acabado con cualquier amenaza en la ciudad! Si queda algún cenicero por aquí —escupió con desprecio, refiriéndose a los maestros fuego de la sociedad secreta—, más les vale huir o se pasarán la vida entre rejas.

Echó a andar airosamente, tomando a Sokka del brazo y tirando de él calle abajo.

—¡Que salga en primera plana! —exclamó para que los periodistas la escucharan a sus espaldas—. ¡Quiero que sea el titular más grande de todos!

Consiguieron dejarles atrás, todos entretenidos en escribir sus palabras. Toph seguía sujetando su brazo, colgándose de él con disimulo intentando parecer distraída. Él fue incapaz de ocultar su sonrisa, divertido por su actitud, y no comentó nada al respecto para lograr apurar el contacto el máximo tiempo posible. Así caminaron por las calles de la ciudad sin rumbo fijo, o eso creía él hasta que al poco se percató de que los pasos de Toph les dirigían hacia casa de su padre.

En algún punto del silencioso trayecto se vieron sumidos en el mercado callejero, que recorría parte del centro hasta integrarse con la zona más humilde del sur. Avergonzada por si les reconocían, Toph se descolgó de su brazo y aprovechó el bullicio no sólo para apegarse a él de manera justificada sino también para tomar su mano con disimulo y evitar perderle entre el gentío. Enternecido, sin hacerlo muy evidente, Sokka la estrechó entre sus dedos. No reparó en su reacción por la cantidad de estímulos que les rodeaban: puestos de comida callejera con sus pertinentes aromas; paradas de comestibles, desde especias hasta verduras o pescado; venta de armas, antigüedades o ropa… Entre el ruido general, todo el mundo conversando y riendo mientras paseaban tranquilamente ojeando alrededor, los tenderos llamaban la atención a gritos para que se aproximaran a sus paradas y compraran.

—No sé si prefiero esto o los periodistas —bromeó Toph volcándose sobre su oído para asegurarse de que la escuchara. Sokka rió en respuesta—. Necesitaría pasar por casa de mi padre. Esta mañana he discutido con él y-

—Lo sé —la cortó él, inclinándose también en su oído. Observó complacido el tierno rubor que tiñó sus mejillas—. Esta mañana se acercó a la isla para hablar con Aang. Fue él quien nos dijo que no sabía dónde andabas y los tres hemos salido en tu busca.

Según avanzaban a contracorriente entre el gentío para dirigirse hacia la zona alta del norte, viéndose el final del mercado ya próximo a pocos metros, de entre la muchedumbre varios curiosos se fijaban en ellos y les miraban sin reparos intentando averiguar si se trataba de los héroes de guerra. Sokka les sostenía la mirada, divertido, otorgando la duda sin verificar sus sospechas.

Hizo contacto visual con una chica cuyos ojos dorados les escrutaban desde la distancia. Inmersa entre la multitud, avanzando en dirección opuesta a ellos, les analizaba insistentemente sin importarle incomodarles. Iba sola. Cubría su cabeza con la caperuza de la capa, que apenas permitía verle bien el rostro y tapaba por completo sus ropas. Se advertía una intrigante belleza en sus ojos, aunque Sokka apenas tuvo un segundo para admirarlos cuando pasaron de largo en sentido contrario y salieron del mercado.

Aquellos ojos le resultaron familiares; inquietantemente familiares.

No supo a quién le recordaban y tampoco le dio mayor importancia cuando Toph le sacó de sus pensamientos preguntando:

—¿Cómo avanzan las negociaciones?

Seguía cogiendo su mano a pesar de que la calle ya estaba tranquila. No parecía tener intención de soltarle y a él tampoco se le antojaba.

—El Concilio no cede —explicó él—. Esta mañana he provocado a tu padre para que interceda a tu favor.

—¿A mi favor? —contestó Toph con sarcasmo—. Toda la discusión ha surgido porque le parece una vergüenza que sea policía llevando su apellido.

—¿Y tan poco confías en mí? —bromeó él en respuesta—. Ha convocado una junta para hablar con el Concilio. Podrá no gustarle la idea, pero menos aún le gusta que rechacen a su hija.

Vio a Toph abrir los ojos con sorpresa, complacida.

—Entonces hay una mínima esperanza… —dijo por lo bajo casi para sí misma, ocultando la sonrisa bajo el flequillo.