Bueno, tras un largo mes cargado de muchas cosas malas, he podido terminarlo. Me siento conforme, pues he contado todo cuanto requería.
En este episodio salen personajes nuevos, que serán importantes para la futura trama.
Espero que lo disfruten 8D
Nunca te enamores de esas hermanas
12
Nuevos senderos
Matsuri despertó con demasiado calor y con tanta sed que podría beberse la piscina. Se sentó en la cama, con las piernas estiradas y miró el reflejo que le devolvía el espejo. Tenía el cabello tan despeinado como cuando era una niña y rehuía del cepillo, bajo los gritos de frustración de Izumi por querer ordenar ese nido de pájaros, como solía llamarlo su padre.
Bien podría peinarse y asearse un poco, si no fuera porque no estaba en su dormitorio.
Tardó un poco en comprender, hasta el punto de estremecerse, reptar hacia los pies lentamente y salir de puntillas, rezando todo lo que conocía por no despertar a las dos personas con las que había compartido colchón.
No pudo soltar el aire hasta que llegó a la cocina.
Ino iba a matarla. Lo haría.
—¿Tenemos ratitas en la casa?
Dio un respingo al escuchar la voz. Provenía de la cocina. Caminó dudosa hacia el vano de la puerta y se asomó, intrigada. Gaara estaba de pie junto a la mesa, preparando algo de desayunar. Elevó una taza hacia ella.
—¿Chocolate?
—Sí —aceptó algo dudosa. Se acercó con cautela y tomó la taza. Tras olisquearla, se percató de que era chocolate con leche. Dio un buen trago, con los mofletes llenos.
—¿Está bueno?
—¡Delicioso! No es muy dulce ni fuerte. Está en su punto.
Se percató de que sus comisuras se elevaron débilmente. Habría sido maravilloso si no le doliera tanto. Nunca pensó que ser rechazada doliera tanto. Lo entendía, no era idiota, pero igualmente, nunca se había sentido tan interesada en otro ser diferente a su sexo de esa forma como con él. Y no debería de ser malo, pero que él pensara que podía encontrar el amor en alguien de su edad…
—Irritante —soltó sin pensar.
Gaara elevó la mirada de otra taza que empezaba a preparar a ella.
—¿Qué?
—¡Yo no…! —masculló—, es que… A ver cómo lo digo.
—Toma aire, piensa y luego habla —aconsejó. Matsuri se echó a reír—. ¿Qué ocurre?
—Es que pareces mi profesor —dijo encogiéndose de hombros—. Simplemente, no puedo aceptar las palabras que me dijiste. La verdad. Hasta ahora, yo no he mirado a ningún otro hombre o chico. Los chicos de mi edad no me gustan, no siento esa seguridad que puedo sentir contigo. Ni hacen que me palpite el corazón de la misma forma que tú.
—Matsuri —interrumpió.
Ella negó con la cabeza, volvió a beber más y dejó la taza sobre la mesa, decidida.
—Mira, sé que puede ser molesto, pero voy a seguir sintiéndome de esa forma. Quieras tú o no, porque ni siquiera yo puedo frenar esto. Puede ser que me esté imaginando cosas que no son, que sea así porque me gustan las historias de amor, o porque me salvaste la vida, no lo sé. Pero deja que aprenda como caerme sola. Ya ha empezado a doler. Nadie puede aguantar este dolor por tanto tiempo —aseguró—. Porque estoy sintiendo como si arrancaran alguna parte de mí. Y antes que digas que es mejor que no siga con esto, te diré que ya lo sé. No soy idiota. Me gusta que me mimen mis hermanas, pero sé y entiendo muchas más cosas de las que creen.
Tomó aire y le dio la espalda.
—¡Gracias por el chocolate!
No le dio tiempo a responder o a pisotear más sus sentimientos. Sentía que había dicho todo lo que debía y no quería escuchar más.
Salió de la casa para encontrarse a Ino y Sakura buscándola. Cuando la primera la vio, corrió hacia ella para abrazarla.
—¿¡Dónde te habías metido!? —exigió—. ¡Llevamos buscándote toda la mañana! Temíamos que te hubieras caído en la piscina, de un árbol o que te hubieras quedado encerrada en algún sitio. ¿Qué pasa contigo?
—Lo siento —se disculpó algo confundida. En realidad, recordaba haber salido fuera para pensar y quedarse dormida. Después, escuchó la voz de Izumi y fue como si el mundo fuera mejor, más amable, y su corazón no doliera tanto—. Me he despertado en la casa de los chicos.
La mirada inquisitiva de Ino, pasó de preocupación a la que solía colocar cuando algo creaba sumo interés, y cuanto más morboso, mejor.
—¿Dónde? —preguntó al instante—. ¿Con quién? ¿En qué dormitorio?
Matsuri parpadeó, sorprendida. Enrojeció sin saber bien por qué.
—¡Ah! —acusó Sakura al verlas—. Ahí estás.
—No interrumpas ahora, frentona —ordenó Ino extendiendo una mano hacia ella, que Sakura empujó para evitar tenerla en la cara—, esto es muy importante.
—Claro que es importante —afirmó Sakura frunciendo el ceño—. Estábamos muy preocupadas por ti, Matsuri.
—Lo siento —se disculpó, sospechando que no sería la única vez que tendría que hacerlo.
—¡Ay, de verdad, frentona! —protestó Ino—. Ahora lo importante es otra cosa.
—¿Más importante que saber que tu hermana pequeña está bien, Ino? —cuestionó irritada Sakura.
—Ya sé que ella está bien, frentona —se defendió Ino—, así que mi interés va hacia otros rumbos.
Matsuri aprovechó el momento para escabullirse. Cuando Ino y Sakura empezaban a discutir, dejaban de fijarse en el resto. Aunque, esa vez, Ino se percató antes de que subiera la escalera de entrada.
—¿Qué ocurre? —preguntó Temari sorprendida. Empujaba la silla de ruedas hacia la entrada al escuchar los gritos—. ¿Dónde estabas?
—En casa de los chicos —explicó rauda—. He dormido allí. Izumi me encontró, así que he estado con ella. No hay problema.
Temari suspiró aliviada.
—Tienes el bigote sucio. ¿Chocolate?
Enrojeció culpablemente.
—Sí. Gaara me dio un poco.
—¡A Temari siempre le cuentas todo sin rechistar! —protestó Ino ya a su altura.
Matsuri la ignoró y Temari sonrió amablemente.
—Anda, date una ducha y cámbiate.
—¡No, espera! —demandó Ino aferrándola del codo—. Quiero los detalles importantes.
—¿Acaso lo importante no es saber que está bien, Ino? —cuestionó Temari apoyando las manos sobre sus rodillas—. Porque de no ser así, creo que tú y yo vamos a tener una charla.
—Eh… No, claro —aceptó retrocediendo Ino. Si algo compartían, era el temor a Temari. La amaban, sí, pero el respeto era todavía más grande que otra cosa. Izumi y Temari eran sagradas y eso no cambiaba ni por el mejor chisme que existiera.
—Bien. Entonces, dejad que Matsuri se cambie y asee. Avisad a Hinata de que ha regresado. Ino. ¿No tienes universidad hoy?
—La tengo —recordó protestando—, pensé que podía no ir por Matsuri.
—Ni hablar —denegó Temari—. Ya está en casa, así que puedes encargarte de tus tareas normales. Además, antes de irte dijiste que querías hablar con papá de algo.
—¡Ay, sí! —recordó—. Sai aceptó la propuesta, así que tengo que pedirle la hoja de inscripción para él.
Ino la ignoró y subió escaleras arriba, casi llevándose por delante uno de los jarrones preferidos de Izumi. Por suerte, la gravedad no ganó esa vez.
—Entonces, iré a mi cuarto —informó Matsuri subiendo las escaleras. Temari asintió.
Por mala suerte, no logró librarse de Sakura, quien la siguió casi en silencio, con las manos en la espalda y dedicándole sonrisas.
Suspiró, abriendo la puerta de su dormitorio y esperando que ella la cerrase.
—No he visto nada —confesó mirándola, apoyada en la puerta con una mueca de desinterés que realmente no sentía—. En realidad, me he ido como si quemase. ¡Es incómodo! ¿Quién puede despertarse entre medias de su hermana y un chico y levantarse como si nada? No sabía bien qué hacer y pensé marcharme, pero…
—¿Pero? —cuestionó Sakura invitándola a continuar.
—Me encontré con Gaara en la cocina —dijo sentándose a los pies de la cama, cansada—. ¿Sabes? Anoche me dijo que debía de enamorarme de alguien de mi edad. Como si estar enamorada de él, por ser mayor, fuera algo equivocado. No es como que uno pueda controlar lo que siente. No sale a la calle o entra en su clase, ve a un chico y decide que se va a enamorar, desear casarse y pasar el resto de su vida con él. A mi me ha pasado eso con Gaara. ¿Qué hago mal?
Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos antes de que pudiera controlarlas. Sakura abandonó su lugar para llegar a su altura y abrazarla.
—Odio esto. Odio ser menor, odio ser pequeña… odio que no sea capaz de mirarme sin pensar que necesito protección o que sólo estoy equivocada…
—Lo sé, Matsuri, lo sé —susurró su hermana en el apogeo de desear calmar su corazón—. El amor a veces puede ser una mierda. Y tienes razón, es incontrolable. Una no puede decidir la dirección que tomará su corazón. Hemos de saber, sin embargo, aceptar cuando es malo.
—Lo dices por Hinata…
—Sí, su experiencia es importante como ejemplo —confirmó sentándose a su lado y limpiándole las mejillas con los dedos—, sin embargo, ese hombre era malo. Gaara, no. O puedo decir que no. Tú hasta ahora siempre te has alejado de las personas malas. Quizás por instinto, no lo sé, pero siempre ha sido así.
Se lamió los labios antes de continuar.
—Cuando éramos pequeñas, una mujer no estuvo siguiendo durante mucho tiempo. Las demás nos dimos cuenta, pero Izumi se las arregló para que dejara de hacerlo. No sé cómo fue. El caso es que un día, te vimos hablar con ella. Recuerdo que Temari estaba tan nerviosa que se comió las uñas hasta la carne. Sin embargo, tú te alejaste de ella cuando te ofreció la mano, pese a que fue muy amable. Cuando nos reunimos contigo, nos dijiste: "esa mujer se hace ver buena, pero realmente no lo es". Quisimos saber cómo te diste cuenta, pero nunca nos lo dijiste.
—No lo recuerdo —confesó.
—No importa. No fue la única vez que pasó. Hubo otras situaciones peligrosas en las que no te acercabas. No es que estés con la guardia alta, que va, pero cuando te encuentras de frente con personas que no te gustan, no te acercas. Y tampoco nunca has tenido interés en chicos. Siempre decías que eran inmaduros, o que eran incapaces de meter las narices en libros. Te aburrían las conversaciones…
—La verdad es que sí —confirmó azorada—. No es que tenga grandes conversaciones con Gaara, pero hay cosas que… no sé. ¿Te molestan a ti los silencios de Sasuke?
—No —respondió sorprendida Sakura, con las mejillas enrojecidas.
Matsuri chasqueó la lengua.
—¡Pues es eso! No me molestan. Ni me inquietan. Siento que puedo sentarme a su lado a Deidarar o escribir y que todo estará bien. Pero él…
Sakura le echó el flequillo hacia atrás, suspirando.
—En realidad, no sabemos cómo se siente Gaara al respecto.
—Me dijo que…
—Sí, los hombres dicen muchas cosas que pueden significar otras. El bien podría haberte lanzado a los brazos de un chico de tu edad porque piensa que has de vivir el amor de esa forma y no con los problemas que conlleva estar enamorada de alguien mayor. Existe también la posibilidad de que él mismo no sepa cómo tratar el amor porque no lo ha sentido y le sobrepase la idea de que alguien pueda sentirse atraída por él.
—¡Pero si es maravilloso! —protestó. Sakura se rio de su inocencia—. He dicho algo estúpido. ¿Verdad?
—No, realmente no —negó ella sonriente—. Es algo que nos suele pasar cuando estamos enamoradas o nos gusta alguien. Si yo te dijera que Sasuke es guapísimo y que me encanta la forma de sus labios o, cómo huele cuando suda. ¿Tú qué dirías?
—Pues… —Lo meditó seriamente antes de responder—. Es guapo. Su boca es normal. Tiene un diente ligeramente torcido que quizás le de encanto. Parece demasiado perfecto para mi gusto y… bueno, el sudor no sé si sea desagradable o agradable, pero, se me hace algo asqueroso una idea de imaginarte olisqueándole los sobacos.
—¡Claro que no voy a hacer eso! —exclamó Sakura poniéndose en pie a la par que su rostro enrojecía—. No seas asquerosa, por dios.
Matsuri se echó a reír, pero pronto, la sonrisa se borró de su rostro para adoptar una mueca de preocupación.
—¿Crees que pueda agobiarle? Le he dicho que no iba a rendirme y que no podía controlar lo que siento.
—¿Le has qué…?
—¡Ya sabes cómo soy! —se defendió—. ¡Estaba muy alterada y triste y solté las cosas sin pensar! Igual está enfadado, pero…
Unos golpes en la puerta interrumpieron su frase. Sakura, más cerca, abrió.
—Vaya —saludó sorprendida. Matsuri no alcanzaba a ver quién era. Imaginaba que Ino no, pues, de serlo, Sakura ya habría sido quitada de en medio—. Pasa, claro.
Finalmente, su hermana se hizo a un lado. Descubrió a Shikamaru.
—¿Shikamaru? —cuestionó levantándose. El hombre abandonó el vano y se adentró hasta llegar a su altura.
—Gaara es idiota —le dijo en voz baja, tanto, que notó que Sakura se acercaba algo para poder captar algo—. Pero es nuestro idiota y, a veces, tenemos que limpiar sus errores. Toma, te devuelvo tu libro.
Matsuri lo tomó con interés, confusa.
—Creo que se quedó por la página 320.
Ella asintió, aunque dudaba. Cuando él salió, bostezando, tras despedirse, Sakura y ella se miraron sin comprender.
—Si al final va a ser Shikamaru quien te devuelva los libros… —murmuró Sakura mordiéndose la uña del pulgar—. Quizás sí que es un amor en vano, pequeñaja. Se fuerte.
Sakura se marchó arrastrando los pies, más derrotada por ella que como se sentía realmente Matsuri. Puede que Sakura no hubiera captado nada, pero ella albergaba una idea. El libro que le había devuelto Shikamaru se llamaba "Las palabras que nunca te diré", y tenía sólo 319 páginas escritas. Lo sabía, porque era uno de sus preferidos.
Se sentó en el escritorio y empezó a pasar las hojas rápidamente hasta llegar al final. Lo vio, un pequeño papel encajado en las dos últimas partes del libro, aferrado con un trozo de celo. Lo quitó con sumo cuidado, con el corazón latiéndole a mil por hora.
Lo desdobló y se echó a reír.
El llanto y la risa acumulándose en su rostro.
¿Podría tener arrugas tan pronto? La sola idea provocó que se volviera a reír.
Dejó la nota sobre la mesa y se alejó, empezando a desnudarse. Empezó a canturrear su canción favorita a medida que lo hacía.
La nota voló hasta el suelo, abriéndose.
Por favor, regresa con más.
Sí, a ese paso, iba a tardar más en desenamorarse.
.
.
—Ah. Shikamaru.
Temari notó que el chico se detenía antes de empujar la silla hacia el exterior. Desde su posición, el olor a tabaco mezclado con su aroma natural y colonia, le cosquilleó la nariz. Era gracioso que se percatara de ese detalle. Esos pequeños momentos en que él no la miraba o que podía permitirse divagar un poco más en todo aquello.
—¿Está Sasuke en casa? —preguntó su padre desde lo alto de las escaleras a su espalda.
—Creo que sí —confirmó Shikamaru—. Hoy tiene libre.
—Perfecto. ¿Puedes pedirle que venga a mi despacho? Necesito hablar con él.
Shikamaru pareció dudar.
—¿Ha ocurrido algo, papá? —cuestionó para alivió de Shikamaru, quien parecía debatirse entre preguntar o no.
—No, cariño —respondió éste sonriéndole con suma amabilidad—. Necesito hablar con él acerca de la beca. No es nada complicado. ¿Vais a rehabilitación?
—Hoy no — respondió—. Vamos a hacer unas compras y cuando Hinata termine su reunión de trabajo, iremos a buscar unos documentos al hospital.
—No mareéis mucho a Shikamaru. ¿Vale? —regañó amablemente Kakashi. Temari sintió que se ruborizaba.
—No se preocupe, señor Hatake —dijo Shikamaru rápidamente—. No tengo mucho que hacer. Puedo acompañarlas sin problemas. Después de todo, ustedes nos ayudan muchísimo.
Su padre la observó, luego a él y su sonrisa se ensanchó más. Hasta entrecerró los ojos afablemente.
—De acuerdo. Pero que no abusen de ti. Sabre bien yo que son unas diablesas cuando quieren.
—¡Papá! —protestó azorada.
Shikamaru, sin embargo, esbozó una lenta sonrisa que, quizás, prometía alguna que otra broma a riesgo incluso de ganarse algún pellizco.
—Enseguida avisaré a Sasuke —dijo, antes de volverse hacia ella—. Te bajaré primero. ¿Vale?
—Gracias.
Si su padre se marchó o no, no se percató. Sólo sintió los brazos de Shikamaru rodearla para elevarla, mientras que, su chofer, bajó la silla de ruedas. Antes de que volviera a sentarla, se permitió un momento para observarle. Era mucho más guapo de cerca y sin imperfecciones. Ni siquiera parecía haberse cortado nunca al afeitarse. Debía de ser cuidadoso, porque no percibía comienzo de una barbaba y, por un loco instante, se preguntó cómo de satisfactorio sería acercar su cara a él, jugar con su nariz en su mejilla, acariciar con sus labios.
—¿Todo bien? —preguntó él, desconcertado con su escrutinio.
—¡Sí, claro! —aceptó soltándose una vez estuvo en la silla—. Tengo muchas ganas de no necesitar esto.
—Tiempo al tiempo —tranquilizó Shikamaru enderezándose—. Voy a buscar a Sasuke y regresó. ¿De acuerdo?
A penas afirmó, Shikamaru se alejó. Parecía preocupado. Ella misma se preguntaba qué ocurriría para que su padre quisiera que uno de los chicos Uchiha se presentara en su despacho. Casi, impaciente, como cuando llamaba a una de sus hermanas para darle una larga charla a cuenta de una mala conducta. Aunque dudaba que su padre hubiera aceptado a esos chicos casi como para darle charlas paternales, no titubeaba al pensar que era bien capaz de ello de ponerse.
A veces, se había preguntado si su padre estaba decepcionado por solo tener mujeres como descendencia. Aunque Hatake nunca había demostrado eso, no podía evitar preguntarse si él echaba de menos esa confraternidad que podría haber experimentado con un varón de por medio. Porque en algún momento, todas dejaron de querer jugar a pasar la pelota o sentarse a ver un partido de cualquier deporte. No las invitaba a tomar tragos ni hablaban de cosas redundantes.
Nunca las había hecho sentirse menos ni menospreciaba sus ideas o gustos, pero había cosas que, claramente, no todas se sentían cómodas hablando con él. Quizás Matsuri era más abierta, pero todas se volcaron más en ser capaces de hablar con Izumi que con él.
Por eso, quizás tener a la vista tantos hombres que bien podían ser sus hijos, le había despertado esa vena paternal.
Shikamaru y Sasuke aparecieron, con el segundo arrastrando los pies y las manos dentro de unas calzonas negras. La camiseta estaba toda arrugada y, para su sorpresa, no parecía haberse peinado.
—Buenos días, Sasuke —saludó cuando estuvieron a su altura.
Él sólo gruñó como respuesta y Shikamaru le palmeó la espalda con tanta brusquedad que Temari temió que se la hubiera roto.
—¿¡Qué diablos!? —gruñó Sasuke, al parecer, finalmente despierto.
—Ah, si tienes voz —indicó Shikamaru con el ceño fruncido—. Sé más educado, que eso te lo hemos dado gratis.
Sasuke volvió a gruñir y tras volverse hacia ella, gesticuló un seco saludo matutino. Antes de que Shikamaru volviera a regañarle, subió los escalones de tres en tres con sus largas piernas.
—¿Realmente era necesario el golpe? —cuestionó elevando una ceja.
Shikamaru suspiró, irritado.
—Sasuke lleva una temporada de un humor de perros. A veces me dan más ganas de estrangularlo que de darle una cachetada. Así que sí. Al menos, que se comporte frente a tu padre.
—Oh, primero tendrá que superar la barrera que es Sakura — opinó, escuchando el nombre del chico en un tono elevado de sorpresa por parte de su hermana pequeña—. Creo que le va a llevar un buen rato.
Shikamaru chasqueó la lengua. Lo retuvo de la mano antes de que decidiera ir.
—Déjales, anda —demandó amablemente—. Tenemos cosas que comprar y Hinata no debe de tardar mucho.
Shikamaru pareció debatirse y tras observarla a ella un poco, decidió que era mil veces mejor su compañía, al parecer.
Y Temari lo agradeció. Halagada, con el corazón danzando en su pecho sin control.
—Por cierto. ¿Sabes que Izumi está en casa?
Temari sintió cierto cosquilleo en las orejas. Diablos. No. No quería ser como Ino.
—Ah, ¿sí? —cuestionó. Luego se maldijo.
Él acababa de atraparla (1).
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Sasuke todavía sentir ardor en la espalda cuando Sakura lo interceptó. Salía de una de las habitaciones con una caja en las manos que casi cae al gritar su nombre y mirarle sorprendida. Tampoco parecía tener clases ese día.
—¡Qué sorpresa verte aquí! Pensaba que no nos veríamos hasta la tarde.
—No tengo universidad esta tarde.
—¿No? —cuestionó frustrada—. Jo. Yo tengo laboratorio esta tarde. ¿Y Naruto?
—No lo sé —respondió, tosco. Todavía tenía las emociones batallando en su cabeza. Entre los deseos que despertaba en él y las acciones que estaban cambiando la estabilidad de su familia, se sentía en una balanza que no terminaba de indicar las medidas correctas—. Tu padre me busca.
Diablos, Shikamaru había entrado en su dormitorio repentinamente, le había tirado de la pierna para tirarlo en el suelo y tras nombrar a Kakashi Hatake, le ordenó vestirse. Apenas tuvo tiempo de ponerse algo y bajó arrastrando los pies. Era tan temprano que ni siquiera Itachi estaba levantado y Gaara se había quedado frito en el sofá.
Le dolía la cabeza por falta de sueño y todavía tenía que ir a su trabajo. No se imaginaba qué diablos podría querer Hatake de él.
—Papá está en el despacho —informó ella haciendo un movimiento con la cabeza para indicarle el camino. Como si él no lo recordara. Como si no se hubieran besado allí.
Del mismo modo que el beso se instaló en su mente, pareció que a ella también. Sus mejillas enrojecieron y se humedeció los labios. ¿Acaso sentía el mismo molesto cosquilleo que él?
—Iré —informó.
Sakura se hizo a un lado para dejarle pasar.
—¿Sabes que cuando estás a punto de expresar tus verdaderos sentimientos te pones a la defensiva? —cuestionó justo antes de poner su mano sobre el picaporte. Se detuvo para mirarla—. ¿Has recordado también? El beso. El sabor. La sensación. Te gustó. Y eso te enfada.
Esbozó una mueca divertida.
—Sí. Lo siento, Uchiha —le dijo, pavoneándose a la par que se alejaba—. Quizás no tengo que preocuparme. Tu cabeza está completamente llena de mí.
Dios. Iba a matarlo. O él iba a matarla a ella. Una de dos.
—Sasuke. ¿Entras?
—Sí —confirmó al escuchar la voz de Kakashi desde el otro lado de la puerta.
Su mente se concentró entonces en ello. Huyó de la sensación de los recuerdos, o de que sus ojos fueran completamente traidores y decidieran seguir el movimiento de las caderas femeninas. Ya tendría tiempo de Sakura.
Kakashi estaba sentado tras el escritorio. No había nada diferente, excepto, quizás, que con más claridad podía ver los colores de los libros en la estantería.
—Por favor, pasa y siéntate —invitó Hatake educadamente.
Sasuke obedeció en silencio y esperó.
—Siento levantarte tan temprano. No sabía que era tu día libre.
—No tiene importancia. Si no hubiera sido usted, habría sido Naruto —reconoció. Y no era una mentira. Naruto parecía tener un despertador de energía metido en el culo. Podía ser el último en acostarse y el primero en despertar, como si hubiera tomado cafeína en vena—. ¿Ocurre algo?
Esperaba que Sakura no hubiera dicho algo que pudiera ponerle en cierto compromiso. No tenía ganas de lidiar con un padre protector. Sólo quería lo que había tras la caja fuerte y nada más. Kakashi podía quedarse con todas sus hijas.
—Desgraciadamente, sí —confirmó Hatake extendiendo un sobre hacia él. Sasuke lo observó con cierta reticencia—. Por favor, ábrelo.
Lentamente, obedeció. Nada más sacar el contenido, maldijo. Eran fotografías suyas, con las gafas falsas y la coleta, tras la barra de su trabajo. Genial. Simplemente genial. Ahora Hatake tenía con qué chantajearle.
—La universidad sabe de tu trabajo.
Elevó las cejas con sorpresa.
¿Era de los que atacaba de frente?
—¿Por qué?
—Un chivatazo, al parecer. Alguien te descubrió y fue quien tomó las fotografías. No tardó en enviarlo a la dirección. Anoche me llamaron, pues soy el que paga vuestras becas —explicó Hatake lentamente—. No quiero nada a cambio por eso, sin embargo, me niego a que dejes de estudiar.
Apretó los dientes volviendo a mirar las fotografías. Debió de ser en algún momento que estaba con la guardia baja. Más atareado como para no fijarse en la clientela y tener cuidado.
—No puedo dejar ese trabajo —dijo. Era la verdad. Lo poco que ganaba le servía para pagarse los libros que no entraban con la beca y ayudar algo en casa.
—Oh, sí que puedes.
No supo interpretar bien del todo el tono de voz. Kakashi parecía contundente, como si no fuera a aceptar una negativa por su parte. Abrió un cajón a su derecha y extendió varios folios apilados frente a él.
—Este es tu nuevo contrato —explicó—. A partir de ahora, trabajarás para mí. Serás mi secretario personal. La fecha está un poco adelantada para cubrirte en la escuela, eso sí.
Sasuke se sentía congelado. Como si su cerebro hubiera sido expulsado de su cabeza, muy lejos y tuviera el cráneo adormecido.
—Sé que todo esto es muy precipitado, Sasuke. Entiendo tu confusión. La escuela sólo aceptará que sigas trabajando y, con ello, ganando experiencia, si trabajas para mí. No aceptará que trabajes para la cafetería. ¿Quieres perder todo lo que has luchado estudiando y los pocos años que te quedan por un trabajo que ni siquiera es seguro?
—Ese poco sueldo lo necesitaba —rezongó.
—¿Y quién te ha dicho que no voy a pagarte? —cuestionó Kakashi.
—Me paga la beca —objetó.
—Eso es una cosa y esta, otra. No voy a tenerte de secretario sin darte nada. Dado que eres un becario, cobrarás lo que un becario, por supuesto. Es algo más de lo que ganabas en la cafetería.
—Me lo daban en negro —añadió, cruzándose de brazos—. Estaba ilegal allí.
El hombre frunció el ceño. Un tic nervioso tiró en su mentón.
—Conmigo no —aseguró—. Vas a abrirte una cuenta bancaria donde ingresaré cada vez tu parte.
—Eso sería…
Cerró la boca. Estuvo a punto de delatarse.
Abrirse una cuenta bancaria sería imprudente. No necesitaba más lastre arrastrando para una vez que se marchasen.
—Lo correcto. Si prefieres que lo haga en la cuenta de Itachi, no tengo problema —indicó—. El punto, es que no voy a darte dinero en negro, Sasuke. Y necesitas pensar esto pronto —puntualizó dando toques sobre los folios—. Llévatelo a casa. Dale un ojo y si te parece bien, esta tarde me lo traes.
Sasuke tomó las hojas con cuidado.
—Pero, Sasuke, piensa que esta oferta podría ser la mejor. Y a veces, es bueno tirarse a la piscina.
Lo sabía y comprendía y aceptaba que era una maravillosa opción. El problema es que requería ciertas cosas que no quería arrastrar. Aunque no podía negar que trabajar para él implicaría una cercanía que podría ayudarle a conocer más de lo que ansiaban. La contraseña, quizás, de la caja fuerte.
—Gracias —murmuró antes de salir.
Se sentía horrible.
—¿Todo bien?
Dio un respingo al escuchar la voz. Sakura apareció en su campo de visión.
—¿Sigues aquí?
—Vivo aquí —respondió ella con una sonrisa.
—Cierto —gruñó, avergonzado por sus palabras, aunque mantuvo su posición, recta y alejada—. Adiós.
Sakura retrocedió para dejarle pasar. Él se detuvo, observándola.
—¿Hay algo que no perdonarías nunca en tu vida? —cuestionó.
Sakura lo meditó antes de responder.
—Hay muchas cosas —reconoció—. Que mataran a mis hermanas, que las hirieran, creo que eso nunca lo podría perdonar. Por ejemplo, no puedo perdonar a Toneri por sus acciones hacia Hinata. Ese tipo de hombre, no lo quiero cerca de ellas.
Sonrió.
—Entonces, mira bien qué escoges —aconsejó.
Sakura, por supuesto, no entendió a qué se refería. Él no iba a explicárselo, claro está. Ella necesitaba pensar por sí misma, pero no necesitaba que fuera tan perspicaz tan pronto. No, antes de que se marcharan.
Volvió a su casa sintiendo la mano pesada. Sólo eran folios y tinta, pero parecía que eran bolitas de hierro. Sai ya estaba despierto, cargando con su bolsa de trabajo. Gaara continuaba durmiendo en el sofá y al mirar hacia arriba, se percató de que la puerta de Itachi continuaba cerrada.
—¿Ocurre algo? —cuestionó Sai.
—No —negó rápidamente—. ¿Naruto?
—Se fue a clases con Ino —respondió Sai—. ¿No es tu día libre?
—Sí.
Empezó a subir las escaleras, deteniéndose.
—¿Vas a sacar la huella?
—Sí. —Se detuvo al notar su titubeo. Odiaba que Sai fuera tan perspicaz—. ¿Qué ha ocurrido?
—Nada —descartó—. Simplemente, la vida de nuevo es una mierda.
—¿Por qué exactamente?
—Sai…
—Sí, que me meta en mis asuntos —recordó el mayor suspirando—. ¿Sabes qué ocurre, Sasuke? Que eres mi hermano pequeño. Si te ocurre algo, me gusta saberlo. Si puedo ayudar, lo haré.
—Tienes que concentrarte en sacar la huella —dijo encogiéndose de hombros—. Preocúpate más de eso.
Si debía de admitirlo, Sai y él siempre habían tenido algo de resquemor. Le quería, porque era su hermano, pero a veces lo sentía como si fuera un intruso. No obstante, entendía que era más por preocuparse por él, esa vez, que por buscar un motivo con el que burlarse.
Sai no abrió la boca más. Asintió, con la boca tensa y abrió la puerta secreta para desaparecer después tras ella. Suspiró.
—Todo un ejemplo de amabilidad.
Bajó la mirada hacia el sofá. Gaara se incorporaba, bostezando.
—¿Has tomado tu medicina?
—Sí —respondió levantándose—. Aunque me sorprende que te importe.
Eso lo desconcertó.
—Me importa.
—Ya… Pues si es así, deberías de comprender cómo se siente Sai ahora. O Itachi. Shikamaru o yo —reiteró.
Sasuke se mordió el labio inferior, maldiciendo para sus adentros. Después, extendió las hojas hacia él.
—Tengo que dar una respuesta esta tarde.
Se sentía como un niño pequeño que volvía a casa con un parte escolar. Gaara estudio las hojas en silencio y se las devolvió.
—El que entiende más de estas cosas es Shikamaru —le dijo—, pero ahora mismo, estás en la misma situación que Itachi. Y te has dado cuenta.
Sí. No era idiota.
Gaara miró hacia las escaleras.
—Tienes suerte que no se haya levantado todavía —le dijo—. Sube a tu cuarto y dale unas cuantas vueltas. Si sigues perdido, aquí estamos.
Gruñó un seco gracias y subió las escaleras tras recoger las hojas.
Se detuvo frente a la puerta cerrada de Itachi. Elevó el puño. Lo bajó.
Primero lo pensaría.
La cuestión era tomar una decisión.
Trabajar para Hatake era un verdadero problema. También le daba cierta cercanía que podrían usar. Podría mantener sus estudios, aunque todos sabían que eso posiblemente tuviera que quedarse en nada si llevaban adelante su trabajo.
Sí, la vida era una completa mierda algunas veces.
.
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Izumi llevaba despierta desde que Matsuri se marchara. Primero se había preocupado por su hermana, hasta que escuchó su voz mezclada con otra y después, algo más lejana, con otra femenina.
Por algún motivo, pensaba que, esa vez, que se le pegaran las sábanas no era tan malo. Hacía mucho tiempo que no se demoraba de esa forma, junto a otra persona, sin tener que velarla por un resfriado o para asegurarse que pudiera dormir sin monstruos a la vista. O de despertarse sin unas sábanas vacías y una almohada arrugada, como en antaño, en aquel tiempo doloroso…
Llevaba un rato observando al hombre a su lado. Itachi era guapo despierto, dormido, más. Había una vulnerabilidad especial en eso que provocaba que lo viera incluso más atractivo. Su respiración era lenta, pesada y aún así, no se le había escapado ni un solo ronquido molesto. El cabello caía sobre la almohada, fino y negro. Su boca se mantenía relajada y largas pestañas caían. Con cierta envidia, sintió deseos de tocarlas.
Sin embargo, no lo hizo. Unos pasos interrumpieron su acción. Ya había aprendido que levantarse a escondidas en esa casa era imposible. Seis hombres, cinco si descontaba al que dormía a su lado, eran muy fáciles de encontrar por todos lados. Al menos, esa vez, estaba mejor vestida.
Itachi había acostado a Matsuri en la cama sin rechistar o molestarse por su presencia. Incluso ni siquiera mostró desagrado cuando la pequeña se colocó en sueños en medio de la cama. Sólo sonrió levemente, le apartó los cabellos de la cara y la cubrió con la sábana.
Después, tras rebuscar entre sus ropas, le había extendido un pantalón y una camiseta, antes de darle la espalda. Izumi se desnudó con cautela y una rapidez que ya poseía de años de ir tras sus hermanas. Cuando se volvió, Itachi terminaba de colocarse la camiseta.
Después, se acostaron cada uno a un lado de Matsuri y él apagó la luz. El silencio se lleno de suspiros y susurros silenciosos de una casa crujiente y vieja. Lejos de sentirse asustada, Izumi se sintió reconfortada y segura.
Le había abierto un poco su corazón. Itachi lo había resguardado cuidadosamente. No pedía más de lo que le diera y aunque solía ponerla al límite del descontrol, sabía cuándo detenerse. Igualmente, era capaz de enloquecerla por creer que la conocía más que ella misma.
Él desconocía esa parte que se había asegurado de esconder y, esa noche, con la playa de fondo y los sentimientos en revolución, estuvo a punto de contarle. Para finalizar, se entregó a sus besos, a las castas caricias. Ninguno de los dos parecía haber planeado continuar con lo que dejaron pausado en la playa, aunque no lo hubiera descartado de no ser por Matsuri.
El dilema era: ¿en qué punto se encontraban? La asustaba volver a reconocer que se sentía de esa forma con otro hombre. La aterraba hasta temblar como un flan que todo fuera destruido. Entregarse de nuevo al amor. Pero Itachi no parecía no querer nada sin eso.
Le había entregado su corazón libremente. Al recordar sus palabras, sintió que el suyo le daba un vuelco y el rubor le subía desde el vientre hasta las mejillas de alguna forma muy vergonzosa. ¿Qué hombre era capaz de entregarse de esa forma? ¿Y que fuera verdad? Quizás Itachi Uchiha estaba hecho de otra pasta.
Aunque en aquel momento también te prometieron hasta la luna…
Cerró los ojos de golpe. No quería recordar. No de nuevo.
Se sentó rápidamente, cubriéndose el rostro con ambas manos. No. Ella debía de ser fuerte. Firme. No decaer.
—¿Izumi? ¿Qué ocurre?
Itachi posó una mano en su hombro. Ella le miró y ahogó un sollozo antes de permitir que la acunara en sus brazos. Notó sus besos en su nuca y cabello.
—Sólo un momento —suplicó—. Un segundo y volveré.
—Tómate el tiempo que necesites. ¿De acuerdo? —dijo él—. Izumi. No eres de hierro.
No, no lo era. Debía de serlo, que era diferente.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Una pesadilla?
—Recuerdos —respondió escondiendo su rostro en su cuello—. Recuerdos que no quiero. Que bloquee y me costaron mucho enterrar. No quiero que se abra esa tapa.
Itachi no respondió. Se mantuvo en silencio hasta que ella se calmó. La comodidad comenzó a sentirse extraña. Empezaba a ser consciente de la posición y lo que eso provocaba en su corazón.
Hasta que su estómago la traicionó.
—Creo que será mejor comer algo —indicó Itachi mirando hacia la ventana—. Se nos han pegado las sábanas.
—Sí.
Empezó a moverse, hasta que él la retuvo del codo, elevando sus oscuras cejas. Ella lo miró dudosa, sin comprender.
—Cuidado donde pisas —le dijo casi en un susurro.
Bajó la mano hasta su cintura y la otra, surcó un sendero delicado por encima de su pierna hasta detenerse en su muslo. Izumi supo el momento exacto en que la iba a besar. Accedió, gustosa, hasta que, en un instante, dejó de estar sentada sobre él para tenerlo encima. Su cuerpo, delgado y fuerte, presionando contra el suyo en los puntos justos.
El cabello le cosquilleó en la frente y las mejillas y apenas pudo evitar echarse a reír. Él gruñó, separándose para echarlos hacia atrás masculinamente.
—Quizás sea hora de cortarlos.
—Ni hablar —negó ella adentrando una mano entre ellos con cuidado—. Me gusta ese toque salvaje que te da.
—¿Toque salvaje? —cuestionó él con un deje burlón—. Yo lo llamo pobreza para una peluquería.
Frunció el ceño sin poder reírse de ello.
—Puedo cortarte las puntas si quieres.
Él pareció sopesarlo.
—No sería mala idea. Primero, desayuno —rememoró. Dejó un último beso en sus labios y se incorporó, tirando de ella después para levantarla de golpe—. ¿Quieres que revise si hay moros en la costa?
—No, no es necesario —descartó—. Dudo que no sepan ya que estoy aquí dentro.
—Eso es cierto —aceptó—. Puertas abiertas. Una de las reglas.
Ella se adelantó para abrir.
—Creo que vas a tener que ir modificando esas reglas —dijo, saliendo. Por suerte, no parecía haber nadie—. ¿Dormirán?
—Hasta donde sé… —pareció intentar hacer memoria—, Shikamaru estará con tu hermana, seguro. Sasuke hoy tiene libre, pero mucho en qué pensar. Gaara cama o sofá. Sai… —dudó—. Quizás está pintando para el evento de tu hermana.
—¿Evento de mi hermana?
—Ino le ofreció la posibilidad de participar en un evento de dibujo. No sé bien los detalles.
Pero cuando bajaron, se detuvo para mirar un instante el salón. Pareció ver algo que ella no, pues la apremió a avanzar hacia la cocina.
—Voy necesitando una reunión con las chicas —dijo, ignorando su gesto y caminando hacia los cajones y armarios para sacar dos tazas y cucharillas—. ¿Azúcar?
—Poca —respondió algo ausente.
Izumi sacó una botella de leche de la nevera y se detuvo para mirarle.
—¿Ocurre algo?
—Simplemente pensaba —respondió, apoyándose en el vano de la puerta con los brazos cruzados—. Es interesante verte hacer un café. Podría acostumbrarme.
Sintió que el rubor le subía hasta las mejillas.
—¡Qué tonterías dices! Sólo es echar leche, azúcar y café. No hago milagros.
Le ofreció el café una listo y caminó hacia la sala, sentándose en el sofá. Itachi pareció algo incómodo.
—¿Te puedo preguntar algo?
Él dio un sorbo antes de responder.
—Claro.
—Desde que empecé a limpiar en la casa me lo pregunté. ¿Adónde lleva esa puerta?
Señaló la puerta del salón, aquella vieja que, pese a ello, no parecía ser fácil de abrir. Ella había intentado abrirla en su momento, cuando ninguno de ellos miraba. No lo logró, por supuesto, y aunque su cerradura parecía extraña, no le dio más vueltas hasta ese momento.
—Es del sótano —respondió tranquilamente él—. Tuve que bloquear la puerta hace tiempo. Puse una cerradura especial, claro, para que los niños no entraran.
—¿Guardas ahí los cuerpos de tus amantes? —bromeó.
—No —negó elevando las cejas—. Desconocía esa imaginación tuya.
Izumi enrojeció, esa vez, avergonzada por su osadía. Él alargó la mano, acariciándole las mejillas.
—Me gusta —le dijo suavemente—. En realidad, lo hice porque es peligroso. No hay que olvidar que esta casa fue construida para los sirvientes. Así que su construcción no es la misma que la mansión. El deterioro es mayor. No tengo dinero para reparar las paredes o reforzarlas, así que decidí mejor bloquearla.
—Vaya —murmuró preocupada. Si se hubiera empecinado más en abrirla podría haber ocurrido un accidente—. Entonces, me mantendré alejada de ella.
—Sí, mejor —aconsejó dejando la taza sobre la mesita para acercarse a ella. El cuerpo le tembló de impaciencia y deseo—. ¿Qué vas a hacer?
—¿Con?
Él levantó su muñeca.
—Llevas toda la noche fuera y no has dado señales de vida.
Dio un respingo, levantándose de golpe.
—¡Madre mía! ¡Las niñas! —exclamó. Recogió la taza de Itachi y casi saltó por encima del sofá, escuchando un leve gruñido masculino. Se detuvo para mirarle—. ¿Te acabas de reír de mí?
—Un poco —reconoció, burlón.
—¡Hombres! —protestó caminando a grandes zancadas hacia la cocina.
Pese a todo, su corazón no dejó de latir. Cuando salió, Sai estaba en el salón junto a Itachi.
—No te escuché pasar, ni te vi —le dijo sorprendida—. ¿Quieres un café?
Sai la miró, luego a Itachi.
—¿Desde cuándo tenemos sirvienta?
—Sai —aseveró Itachi aferrándolo de la parte trasera del cuello—. No te pases.
—Es una broma —intervino ella, asustada por el gesto, aunque no pareciera que eso evitara que Sai continuara sonriendo.
—Lo es —confirmó Sai tranquilamente. Itachi lo soltó—. Nosotros somos silenciosos, Izumi —dijo, acercándose a ella—. Porque tenemos un hermano que tiene un oído de mil diablos y aprendimos a hacer travesuras silenciosas. En cuanto al café, gracias —agradeció besándole la mejilla—, pero odio el café.
Luego, antes de que Itachi le tirase un cojín por tocarle el trasero, se marchó escaleras arriba. Izumi, ruborizada, se abanicó el rostro.
—¡Maldito enano! —exclamó Itachi dispuesto a seguirlo escaleras arriba. Izumi se echó a reír—. ¡No te rías! Primero Naruto y ahora Sai…
—¿Vas a poner una orden de alejamiento? —bromeó rodeándole el brazo con ambas manos.
—O un…
Itachi cerró la boca. Frunció el cejo. Izumi inclinó la cabeza, curiosa.
—¿Un qué?
—Nada —descartó besándole la frente—. Vamos a tu casa.
—Espera. Me cambia… No —negó al recordar la ropa—. La recogeré, eso sí.
Empezó a subir las escaleras, con él siguiéndole los pies.
—A mí me gustaba.
—¿El qué? —cuestionó entrando en la habitación.
—La ropa.
—Oh, por favor —suplicó subiéndose la camiseta hasta la nariz.
Itachi la hizo girar. Con suavidad, sus manos aferrando su cintura antes de que sus cuerpos se pegasen, como atraídos por un imán. Su mano derecha subió hasta el cuello de la camiseta, bajándola hasta que sus labios quedaron al descubierto. No tardó en cubrirlos, esa vez, con su boca. Un casto beso, suave, aunque intenso hasta el alma.
Tuvo que hacer uso de su mejor autocontrol para separarse.
—Mi casa. Mis hermanas. Mi padre. ¿Recuerdas? —le dijo.
Él asintió, pero no desistió, hasta que un golpe en la puerta sí lo hizo. Sasuke estaba en el vano, con la mano todavía sobre la madera.
—Tenemos que hablar —anunció.
Itachi bajó la mirada a sus labios, maldijo tan bajito que no estaba segura de qué palabrota había utilizado. Sonrió, acariciándole los brazos.
—Iré sola —indicó—. No voy a perderme de aquí a mi casa. Y lo que Sasuke parece necesitar se ve serio.
—Lo es —reconoció él, sorprendiéndola de que hablara a su par.
Cogió su ropa y se acercó a él. Se detuvo, acariciándole la mejilla. Esperaba que saltara como un gato, pero no lo hizo.
—Sé fuerte —animó.
Luego, se alejó.
Desde luego, el mundo estaba girando tan rápido que bien podía marearla.
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Naruto elevó la mano para que su palma golpeara contra la contraria. Su boca se extendía en una amplia sonrisa a la par que daba y recibía palmadas en la espalda.
—¡Hacía mucho tiempo que no te veía, dattebayo! —saludó.
—¿Qué tal, Naruto? —cuestionó su compañero—. Ya sabes que no digo tu apellido porque es un caos con todos vosotros y me recuerda más a tu hermano Sasuke, hn.
—Lo sé —descartó—. Es un placer verte, Deidara. ¿Cuánto hacía?
—Dos años. Desde que mi padre y mi hermano tuvieron que irse a la otra parte del mundo por temas de su trabajo. Una mierda, definitivamente, pero que sirvió para que aprendiera muchas cosas. El arte allí es bárbaro.
—¿Sigue gustándote moldear y esas cosas? —cuestionó sentándose tras atrapar la bebida que logró sacar de la máquina expendedora.
—Y tú sigues sacando bebidas gratis —puntualizó Deidara confirmando así su respuesta a la pregunta. Naruto chasqueó la lengua y sacó otra para él.
Conoció a Deidara años atrás, cuando eran mocosos que se sorbían los mocos y decían tacos débiles para hacerse los importantes y malvados. Sasuke y él acababan de saquear una máquina expendedora tras que Shikamaru les mostrara como conseguir bebidas gratis. Deidara los descubrió y tuvieron que comprar su silencio dándole alguna que otra lata de su bebida favorita.
Por algún motivo que desconocía, Sasuke y él no se entendieron nunca y sus conversaciones solían terminar en disputas. A la larga, el chantaje se convirtió en amistad y así continuaba pese a que Deidara llevaba dos años fuera de la ciudad.
—¿Os siguen yendo igual de mal las cosas?
—Sí —confirmó encogiéndose de hombres—. Aunque no tan mal. Existen ciertos cambios que nos ayudan, pero…
—¿Pero?
—Puede que dentro de poco sea yo el que se marche. Un buen trabajo —indicó.
Deidara chasqueó la lengua. Abrió su propia bebida y, tras dar un largo trago, suspiró ruidosamente.
—Parece que están sucediendo muchas cosas estos días. Es cierto que tuve que largarme de las malas lenguas por mi viejo y el don perfecto de mi hermano, pero pienso ir de visita con Kisame y los demás. A ver qué se cuece. ¿Vas a trabajar para ellos?
—Todos —explicó. No se sentía cómodo con la idea de dar más detalles, pero sabía que, de cumplir su palabra, Deidara se enteraría de todo más tarde—. Se lo dieron a mi hermano. Sabes que estamos arrastrando el culo, así que lo aceptó. Encima, vivimos cerca.
—Oh, debe ser sencillo.
—Sí… Más o menos.
No. Joder, no estaba resultando sencillo para nada. Lo de llegar y tomar se estaba convirtiendo en algo más duro. Encima, las sorpresas no dejaban de llover.
—¿Has averiguado algo de tu padre?
—Sí. Está frito.
—¿Qué? —Deidara casi se atraganta de la sorpresa—. No me digas que el muy cerdo está muerto.
—Lo está, Dattebayo —afirmó tirando la lata en la papelera—. Nos enteramos hace poco. Al parecer, lo mató su perdición por las mujeres. Al menos no trajo otro hijo antes de morir. O eso pensamos.
Deidara silbó, sacudiendo la cabeza.
—Joder, qué bien vivía. A costa de las mujeres y dejando sus vástagos tirados por cualquier parte. Vida de rey.
—A saber. —Se encogió de hombros—. Pero bien podría sacarla antes de tiempo o haberse cortado los huevos.
Deidara no dijo nada más. Miró a su alrededor, interesado.
—Este lugar es genial, definitivamente —halagó—. He ido hoy a clase y madre mía, la de bellezas que hay.
—No está mal —reconoció sonriente.
—Aunque bueno, supongo que Itachi os sigue teniendo con correas en cuanto al tema de mujeres, hn.
—No realmente —negó rascándose el pecho. La idea de pensar en Hinata le estremecía por completo.
—¡NARUTO!
Dio un respingo al escuchar su nombre y reconocer la voz. Apenas se dio la vuelta cuando Ino Hatake se aferró a su brazo, casi tirándolo. Deidara, por supuesto, elevó una de sus rubias cejas, curioso.
—¡Te he estado buscando todo el día! —regañó ella—Jo, quería que vinieras a ayudarme a escoger la estatua para el… ¿Quién es tu amigo?
Deidara enderezó la espalda y antes de que tuviera tiempo de presentarles, extendió su mano hacia ella.
—Deidara —se autopresentó—. ¿Tú?
—Ino —respondió ella frunciendo el ceño—. ¿Eres nuevo o algo?
—No, para nada —negó—. Sólo he regresado. He estado un tiempo fuera. ¿Haces arte?
—Paisajismo —explicó Ino.
—¿E ibas a pedirle a Naruto opinión sobre estatuas?
—En eso estaba, sí —recordó Ino elevando la mirada hacia él—. ¿Podrías…?
—Yo puedo —interrumpió Deidara—. Si necesitas idea de esculturas, es cosa mía. Estudio justo esa rama.
—Sí y no da más que problemas.
Naruto miró por encima de la cabeza de Ino para descubrir a otro hombre, de la edad de Itachi. Se subió las gafas por encima de la nariz a la par que suspiraba.
—Kabuto —saludó al reconocerlo—. ¿Qué haces aquí?
—Traer a mi hermano y recogerlo —contestó con cierto deje de irritación—. El muy idiota ha suspendido siete veces el carnet de conducir, así que mientras estoy de vacaciones no me queda más que ser su chofer para cargar las cajas llenas de arcilla.
—Ey, yo te empujaba en el carrito —protestó Deidara, cruzándose de brazos.
—¿No es él mayor que tú? —inquirió Ino.
Deidara asintió.
—El muy… me quitaba mi carrito de bebé para subirse él y luego se las ingeniaba para que yo le empujara.
—Travesuras infantiles que guarda en su mente como ofensas —descartó Kabuto inteligentemente. Luego se volvió hacia él—. ¿Qué tal está tu hermano?
—Bien, como siempre —respondió—. Aunque últimamente tenemos más problemas.
—¿Lo dices por nosotras? —preguntó Ino llevando las manos hacia sus caderas.
Naruto estiró los brazos negativamente.
—No, no, hablo de temas económicos —aclaró. Aunque, por suerte, Kabuto y Deidara entendieron su situación.
—Iré a verle más tarde —indicó Kabuto—. Cuando pueda quitarme de encima al bebé.
—Oh, ni hablar —negó Deidara—. Iré a ver a Itachi también.
Naruto miró el reloj en lo alto de la torre principal de la universidad.
—Si quieren, podemos ir ahora. Seguramente esté allí todavía y yo no tengo más clases.
—¿Qué? —protestó Ino inflando los mofletes—. ¡No es justo!
—Siempre puedes hacer pellas —invitó Deidara.
Ino no necesitó mucha invitación. Porque poco después, él, Kabuto al volante, Deidara y ella se dirigían hacia su casa.
—¿Y de dónde has salido tú? —cuestionó Kabuto dirigiéndose hacia ella.
—Mis hermanas y yo somos nuevas por aquí —explicó—. Vivíamos cerca, pero nos hemos mudado hace poco.
—¿Hermanas? —preguntó Deidara.
—Sí. Somos seis —explicó, sonriendo cómplice. Ambos ya conocían la cara de sorpresa que muchos solían poner cuando se enteraban de cuantos eran—. Y todas son bellísimas.
—¡Eso quiero verlo! —exclamó Deidara.
—¿No puedes dejar de sonar de como un pervertido? —cuestionó Kabuto.
Deidara chasqueó la lengua.
—¿En serio sueno así, hn? Yo quiero ver cosas bellas para plasmarlas en arcilla, no por un tema sexual, diablos.
Y era cierto. Al menos, desde que conocía a Deidara no le había visto mujeres de más y todo su afán hacia ellas solía ser más artístico que otra cosa. Aunque en dos años bien podría haber cambiado.
La radio rompió sus pensamientos. No estaba seguro de haber escuchado correctamente.
—Por favor, Kabuto, sube el volumen.
—¿También eres fan de las noticias, Naruto? —cuestionó Kabuto obedeciendo.
En realidad, no. Pero le había parecido escuchar un nombre conocido. Y, cuando volvió a escucharlo, intercambió una mirada significativa con Ino, quien se había llevado las manos a la boca.
—No puede ser —balbuceó, sorprendida—. ¿Será él?
—No lo sé —murmuró—. Aunque esa es la cárcel donde está.
—¿De qué tanto murmuran? —cuestionó Kabuto observándoles por el retrovisor.
Ino y Naruto se separaron.
—Nada, nada —dijo finalmente—. Sólo pensábamos en algo que vimos en las noticias por clase.
No supo si eso convenció a los hermanos o no, pero no volvieron a cuestionar nada. La radio cambió de noticias y ambos se desinteresaron. Ino se mordía la uña del pulgar y él daba golpecitos en la puerta, inquieto. La distancia entre su casa y la universidad nunca le había parecido tan larga.
Simplemente, el rostro de Hinata se aparecía en su mente muchas veces. Su sonrisa, los esfuerzos que estaba haciendo por liberarse de esa carga del pasado. Los cambios que le habían costado lágrimas.
Si todo volviera a abrirse, el espíritu de Hinata era capaz de doblegarse. Y eso lo enfurecía y maniataba a la vez.
Cerró el puño, angustioso.
Ino pasó su mano por su codo hasta bajar a su mano libre. Notó sus dedos enredarse con los suyos. Estaba helada.
—Me preocupa Hinata —susurró—. ¿Qué haremos si tiene que ver con él?
—No lo sé —reconoció—. Pero si ha sido él, no tiene nada de culpa. De nada. Igualmente, no sé cuán de segura esté. Ella y vosotras.
Ino bajó la mirada.
—Eso me aterra todavía más —reconoció—. Después de lo que pasó con Temari y Matsuri… ¿Por qué no pueden dejarnos en paz? No hemos hecho nada malo.
Desde luego que no. El problema es que muchas personas tenían carencias, como sus hermanos y él, y, otras, tenían la mente enferma. Y Hinata podía caer, sucumbir a esa oscuridad de la que había salido.
De sólo pensarlo le irritaba. Además, las demás hermanas estaban en peligro.
—Hemos llegado. ¿Era aquí? —cuestionó Deidara.
—Sí —indicó, abriendo la puerta una vez el coche se detuvo. Vio la moto de Itachi en la puerta, así que debía de encontrarse dentro. Se preguntó si habría escuchado las noticias.
—Yo iré a casa —anunció Ino cogiendo sus cosas.
Él asintió y empujó la verja de la entrada, que crujió como de costumbre. La puerta se abrió para mostrar a un confuso Gaara.
—¿Qué haces tan temprano? —cuestionó.
—Mis últimas clases fueron canceladas. ¿Está Itachi?
—Sí. Está hablando con Sasuke en el salón. —Se percató de la presencia de Kabuto y Deidara—. ¿Visitas?
—Sí —afirmó—. Deidara. No sé si te acuerdas de él. Y su hermano mayor, Kabuto.
Gaara les miró solo un instante, desinteresado y se alejó para tirar la basura. Los tres entraron. Naruto enseguida se anunció. Si Itachi y Sasuke estaban en medio de una conversación delicada, era bueno anunciarse a bombo y platillo.
Sus hermanos no tardaron en asomarse.
—Deidara —saludó Itachi nada más verlo, apretando su mano—. Qué sorpresa.
—Vine por curiosidad —explicó—. Hacía tiempo que no sabía nada de vosotros. ¿Va bien el negocio?
—Podría ir mejor —confesó Itachi rascándose la barbilla, con gesto distraído. No era ajeno a la presencia de Kabuto y desconocía hasta qué punto podía tener conocimiento de sus asuntos.
—Iré de visita a Kisame dentro de poco —le informó Deidara.
—Seguro que le sorprende —dijo Itachi—. ¿Usted?
—No me hables de usted, Itachi —descartó Kabuto encogiéndose de hombros—. Parece que la situación no ha cambiado.
Miró la casa con ojo crítico. Naruto apretó los dientes.
—Pronto cambiará —aseguró Itachi, mirándole—. ¿Ocurre algo?
—¿Has escuchado las noticias? —le preguntó.
Itachi negó con la cabeza y señaló a Sasuke con la cabeza, quien se había mantenido en silencio, observándoles.
—Vaya, no me había percatado de que estaba aquí el clon —exageró Deidara metiendo las manos en los bolsillos de los vaqueros—. ¿Qué tal tu vida, cachorro?
Sasuke sólo lo miró un instante antes de responder.
—¿Y tus manos?
Naruto maldijo entre dientes, interponiéndose entre ellos.
—¡Bueno, está bien! Ya sabemos que mi hermano es parco e idiota en conversaciones, así que no le des más importancia, Deidara —dijo rápidamente.
—Ya, de imbécil no cambia —aceptó Deidara.
Naruto notó que cerraba las manos en un puño. No era algo difícil de entender. Cuando eran más pequeños, durante una de sus peleas, Sasuke cortó las palmas de las manos de Deidara con un trozo de lata. Por suerte, no fue muy grave, pero quedó serias cicatrices en ellas. Cada vez que Sasuke quería herir a Deidara, recordaba aquel suceso. Especialmente, porque Deidara siempre tuvo mucho cuidado con sus manos para el arte.
Aunque dudaba en que, si Deidara cesara de meterse con Sasuke, éste nunca usaría eso para defenderse.
—Deidara —nombró Kabuto—. Mejor no metas tus narices donde no debes.
—¡Yo no…!
La puerta volvió a abrirse de par en par. Sin embargo, no era ninguno de sus hermanos. Sakura jadeaba en la puerta, mirándolos alternadamente.
—¡Chicos! —llamó—. Por favor, necesitamos que vengáis a casa. Ah… No sabía que tenían visita.
—No te preocupes —descartó Kabuto rápidamente—. En realidad, nosotros deberíamos de irnos ya. ¿Deidara?
Este se había quedado completamente estático. Observaba fijamente a Sakura, de arriba abajo. No estaba seguro de qué parte de su cuerpo le llamaba más la atención. Hasta que Kabuto no lo sacudió, no pareció reaccionar.
—Nos vamos —ordenó Kabuto—. Itachi, ya hablamos.
—Claro —aceptó este acompañándolos hacia la salida junto al resto. Sólo Gaara se quedó atrás, bostezando y rebuscando algo que comer—. Vamos, Sakura —incitó después de que ambos hubieran subido al coche.
Naruto siguió a los otros tres. Deidara y Kabuto pitaron al pasar, pero ninguno le prestó demasiada atención. Cuando subieron las escaleras, Izumi estaba ya esperándolos, ojeando un periódico que no tardó en exponer.
—¿Habéis visto esto? —cuestionó—. No dan nombres, pero, según la prensa, es de la misma cárcel en la que está encerrado Toneri.
Itachi tomó el periódico para leerlo.
—Naruto y yo lo hemos escuchado por la radio. Por eso he venido tan rápido —explicó Ino.
—¡Es cierto, Dattebayo!
—¿Está tu padre? —inquirió Itachi, ignorando el jaleo de sus frases intercaladas. Ino infló los mofletes al ser ignorada.
—No. Salió al recibir una llamada urgente. Rin fue con él.
—¿Hinata? —preguntó esa vez él, asomándose por encima del hombro de Itachi. Izumi parpadeó—. ¿Está? ¿Sabe la noticia?
—No, no está. Fue a reunirse con Temari en el hospital para recoger unos documentos —explicó Sakura—. Y no sabemos si es consciente de esto o no.
Maldijo entre dientes. Si Hinata continuaba ignorando lo sucedido quizás fuera bueno, pero si lo descubría en otra parte, sola, era capaz de enloquecer.
—Me preocupa —reconoció Izumi—. Si está sola, podría asustarse o… —Se cubrió el rostro con ambas manos—. Dios mío, no me perdonaría que volviera a pasarle algo. Voy a llamarla.
—Si está conduciendo o en el hospital, no te contestará —puntualizó Sakura, emitiendo un suspiro frustrante—. Es el tipo de persona que sigue las normas a rajatabla. Si entra en una zona en la que piden móvil apagado, lo hará. Si está conduciendo, no usará ni el manos libres.
—Iré a buscarla.
Itachi volteó hacia él.
—Si está sola, entrará en un caos. No quiero eso. Iré.
Itachi debió de comprender que no iba a aceptar una negativa, así que simplemente asintió con la cabeza.
—Iré contigo —anunció Sakura para sorpresa de todos—. Puedo llevarte. Llegaremos antes que andando.
—Sakura —dudó Izumi. El miedo era palpable en su voz.
—Estará con Naruto y Shikamaru. —Calmó Itachi amablemente.
Izumi volvió la mirada hacia él.
—¿Y si le llamamos a él antes? —propuso.
—Shikamaru no cogerá el teléfono. Es raro que lo haga.
—Además, si está en una zona sin cobertura del hospital, no funcionará que le llamemos —recalcó Sakura atrapándole de la manga—. Vamos a buscar a mi hermana.
—Iré con vosotras.
—Ino —detuvo Izumi—. No. Te necesito para cuidar de Matsuri. Ya me basta con tres hermanas pululando fuera de casa.
—¡Pero…!
—Por favor —suplicó Izumi tomándola de las manos—. Te necesito conmigo. Ino, Sakura tiene carnet. Temari y Hinata estarán ya allí. No os quiero desplegadas.
Ino bufó.
—Vale. Pero que conste que hoy iba a ir con Sai a inscribirle en el concurso —aclaró—. Y que, de no ir, perdería una gran oportunidad.
—Mi hermano está acostumbrado a perder oportunidades, Ino —recalcó Itachi cruzándose de brazos—. No te preocupes. Vosotros —pronunció observándoles—, iros cuanto antes.
Ni Sakura ni él se lo pensaron dos veces. Sakura bajó las escaleras de un salto a la par que sacaba las llaves, que tintinearon entre sus dedos. Se subieron al coche en silencio. Ni siquiera pusieron la radio. Ya estaba acostumbrado a la velocidad inesperada de la joven, así que, decidiera pisar el pedal algo más en ese momento, no le resultó inesperado.
—Espero que Hinata esté bien —murmuró entre dientes.
Naruto se apartó algunos pelos rebeldes de la frente.
—Sí.
Ella esbozó una sonrisa.
—Te preocupa mucho. ¿Verdad?
—No diré que no —reconoció. Era algo que bien podría molestarle negar. Le molestaba hasta la idea de que no era bueno hacerlo—. Simplemente no quiero que ese asqueroso vuelva a crear dolor cuando le ha costado tanto levantarse.
—Y no sabes cuanto —afirmó Sakura—. Tú no vives con ella estos días. La verdad es que lo que se esfuerza puede ser doloroso, pero es algo que necesita para continuar adelante. La queremos mucho y nos gustaría borrar esa parte de su vida, sin embargo…
—Lo necesitaba para hacerse fuerte.
—Sí… Es una mierda, lo sé. Así es la vida, no obstante. —Sakura viró demasiado deprisa y Naruto recordó que el cinturón era bueno en esos casos—. Me tiene muy preocupada todo esto, la verdad. Me asusta que ella tenga sufrir de nuevo.
—No lo hará si sabe reconocer que no está sola —aseguró.
—Naruto. —Sakura suspiró—. Mira, no quiero ponerme en temas filosóficos ni nada así, pero a veces puedes tener todo el mundo a tu alrededor que te sientes solo, diferente, como si nadie te viera. Es angustiante. Te asfixias y aún así, sonríes como si nada sucediera. O, en su defecto, te hundes porque te crees la peor mierda miserable del mundo. No quiero que Hinata caiga en ninguna de esas. Diablos…
Notó que apretaba los dedos en el volante.
—Querría envolver a mis hermanas para que nada de eso llegara a sucederle.
Extendió su mano hasta su cuello. Un gesto dulce de apoyo y comprensión. Él también habría dado lo que fuera por proteger a sus hermanos. La cuestión era: ¿ahora estaba seguro de ello? Porque para darles una mejor vida a sus hermanos tenía destruir lo que Hinata pudiera llegar a sentir por él.
Y eso le hizo sentir la peor de las mierdas. ¿Por qué? Porque estaba ayudándola con todas sus fuerzas a levantarse sólo para que él volviera a llenarle el corazón de mentiras que después destruiría para marcharse.
Alejó su mano y la cerró en puño.
—Es una mierda…
—Lo sé.
Sakura, por supuesto, no lo sabía. No podía imaginarse lo que estaban cerca de hacer, lo doloroso que sería. O lo destrozadas que podrían quedar como daños colaterales. Algo que, desde luego, ninguno olvidaría en un futuro. Porque ya no podía imaginarse a sí mismo en el futuro sin pensar en Hinata.
—Hemos llegado —anunció Sakura antes de meterse en el parking—. A ver… supongo que estarán en la sección de rehabilitación. ¿Esa qué letra era? —murmuró.
Naruto no respondió. Por regla general pasaban más tiempo en la sala de emergencias y rezando porque pudieran pagar los costes de Gaara. Como mucho, por las habitaciones. Y quien solía pasearse más por ellas era Shikamaru con tal de conseguir algo de dinero para pagar las medicinas.
—¡Ah, reconozco el coche! —exclamó Sakura levantando el brazo hacia la derecha—. La limusina de la casa.
Naruto desvió la mirada hacia el lugar señalado. Por un instante, recordó el pellizco que le diera una profesora por señalar una vez a un chico de clases que se estaba atragantando con una tiza. Le regañó por señalar en vez de encargarse del niño. Parecía más importante dejar en evidencia, por algo que no entendía, al pobre de la clase.
Por suerte, el muchacho se salvó, pero desde entonces había quedado cierto terror en él de señalar, aunque muchas veces no podía evitarlo. La educación no debería de costar la vida de ninguna persona, le dijo Itachi una vez que le pidió que señalara un juguete que quería de la basura y el se negó, explicándole lo sucedido.
Aparcaron cerca de la limusina negra. Sakura se acercó en busca del chofer, pero este no parecía estar allí, así que subieron directamente a la planta indicada. Tampoco encontraron ni a las hermanas ni a Shikamaru.
Empezaba a sentirse molesto cuando el olor a café le recordó que estaba hambriento.
—¿Miramos en la cafetería? —propuso. Quizás podría coger algo sin que las dependientas se dieran cuenta y comérselo después.
—Buena idea —aceptó Sakura.
No tardaron en mezclarse entre el bullicio. Antes de que tuviera tiempo de coger una magdalena, Sakura tiró de él del brazo y lo dirigió hacia una de las mesas. Temari, Shikamaru y Hinata estaban sentados en una de las mesas preparadas para minusválidos y acompañantes.
—¡Ey! —saludó Sakura acercándose rápidamente—. Os estamos buscando desde hace rato. Móviles apagados, chicos.
Shikamaru le miró elevando una ceja. Claramente, no había estado interesado en él.
—Han pasado cosas —le dijo.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Temari, quien captó su voz pese a todo el caos de voces.
—¿No habéis leído ni escuchado las noticias? —preguntó Sakura con la mirada fija en Hinata.
—No —contestó esta rebuscando su móvil—. Ya sabes que apago el móvil en el coche y no lo he encendido al entrar.
—Bien —aceptó Sakura cubriendo con su mano la de ella—. No lo hagas. Hemos de irnos a casa.
Temari palideció. Echó las manos hacia las ruedas de la silla y maldijo entre dientes.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó—. ¿Le ha pasado algo a las demás chicas? ¿Izumi?
—Izumi está bien —aclaró Sakura—. Salió del mismo lugar que Matsuri.
Shikamaru y él intercambiaron una mirada interrogante. ¿Acaso Itachi había utilizado a la niña como excusa para no avanzar de más con Izumi? Dudaba que Izumi, que parecía tan recta, soportara pasar ciertos puntos con Itachi después. Quizás su hermano quería proteger eso y, qué mejor forma de hacerlo que usando a la hermana pequeña como puente entre ellos.
—No ha pasado nada con ninguna —recalcó él—. Sólo hay que volver a casa.
—Pues vamos, vamos —apremió Temari.
Hinata empujó su silla hasta hacerla a un lado para que Shikamaru tomara las riendas, pero no habían terminado de salir de la cafetería cuando se encontraron frente a otro hombre, quien enseguida las detuvo.
—Neji —saludó Hinata educadamente. Él entrecerró los ojos. No eran celos, por supuesto, pero sí desconfianza. ¿Y si el tipo ese se iba de la lengua antes de estar en un lugar seguro?
—Necesito que hablemos —le dijo—. Con tu padre presente, si no es molestia. ¿Podemos reunirnos esta tarde?
—Claro —aceptó Hinata confusa—. Avisaré a papá. De no estar localizable, te digo cualquier cosa.
—Gracias. Con permiso.
Se marchó sin más. Tan parco de palabras que, por un momento, le recordó a Sasuke.
—Será mejor que volvamos —incitó Sakura, pálida—. Naruto. ¿Puedes ir con mi hermana? —preguntó.
Naruto sintió que daba un respingo. Sakura le miraba intensamente, como si quisiera decirle algo significativo que no captaba. Finalmente, harta, Sakura tiró de él para susurrar.
—Distrae a Hinata de que no ponga la radio por nada del mundo. No queremos que escuche las noticias. ¿De acuerdo?
—¡Ah! —comprendió golpeándose la mano—. ¡Claro, Dattebayo! ¡Cuenta conmigo!
—¿Qué estáis tramando? —preguntó Hinata, dudosa.
—¡Nada, nada! —exclamaron a la par—. Sólo llévalo contigo, anda.
Él sonrió abiertamente.
Ella elevó una ceja más no preguntó.
.
.
Hinata estaba por abrir el coche cuando captó la figura de Neji no muy lejos. Le había dejado preocupada su encuentro y aunque se había prometido a sí misma esperar hasta más tarde, no podía.
—Espera, Naruto. Quiero resolver algo.
El chico la miró por encima del techo de su pequeño coche y siguió su mirada. Frunció el ceño al ver a Neji.
—Te acompañaré.
—No te preocupes no es…
Pero él no estaba en la labor de discutir sus opciones. La siguió hasta llegar a Neji, quien palideció al verla.
—Qué sorpresa. Hinata Hyûga.
Otro hombre se asomó de detrás de la columna que lo ocultaba. Tragó, incómoda. Era un hombre alto y rígido, de porte importante y gesto implacable que no dudó en mirarlos a ambos como si fueran simples piedras en su camino. Claramente, pertenecía al clan Hyûga.
—No te veía desde que eras muy niña como para recordarme —continuó el hombre ignorando su inquietud—. Tu padre nos negó tu presencia con nosotros egoístamente.
—Mi padre no…
—Hinata —interrumpió Neji—. Te presento a Hiashi Hyûga. Actual líder del clan Hyûga. Y mi tío —añadió.
El nombrado no se molestó en ocultar lo orgulloso que estaba de la presentación. Se le revolvió el estómago. Siempre le habían dado miedo las personas como él. Aunque ahora sabía que existían las que bien podían ponerse caras de cordero, como Toneri.
—Sé quién es. Mi padre me ha hablado de él.
—El bueno de Kakashi, sí —confirmó Hiashi—. He oído que la fortuna le ha sonreído finalmente. Su prepotencia bajo una máscara falsa de amabilidad ha dado resultados.
Hinata sintió que el corazón le latía rápidamente. El rubor subió a sus mejillas y aunque abrió la boca, se quedó sin habla. ¿Cómo podía ser ese hombre tan miserablemente aterrador mientras escupía veneno por su boca?
—Tenga cuidado con lo que dice.
La advertencia llegó desde su espalda. Recordó entonces que, si bien le había pedido que se quedara, Naruto la había seguido y estaba cerca de ella. Incluso su mano se movió para encajar en sus lumbares con firmeza.
—El Kakashi Hatake que conocemos no es el mismo que usted describe. No sé qué imagen errónea tiene, pero claramente, ese bastardo del que habla o le gusta imaginar no le llega a la suela de los zapatos al padre de Hinata.
—Naruto —farfulló sorprendida.
Hiashi elevó una ceja.
—¿Quién es este espantapájaros? —cuestionó.
—¡No es un espantapájaros! —aseveró, sorprendida por su mala educación—. Es…
—¿Realmente crees que pueda interesarme que tengas otra conquista? —interrumpió el hombre suspirando. Pareciera que simplemente con tenerlos delante colmaban su paciencia—. Deshazte de él. Es hora de que tomes los cargos que te corresponden en tu clan. Al igual que Neji. ¿Cuándo piensas divorciarte? La espera solo alarga lo inevitable.
Neji apretaba la mandíbula. Estaba blanco y una gota de sudor resbala por su mejilla.
—¿Qué está diciendo? —cuestionó inquieta.
Hiashi bajó la mirada hacia ella.
—En que ambos deben de deshacer sus líos amorosos sin importancia para casarse entre ustedes. Este matrimonio lleva pactado desde mucho antes de que vuestros padres nacieran, he de decir.
Patidifusa, tartamudeó sin llegar a nada en claro. Hiashi gruñó.
—Aún con vuestros desperfectos y vuestras descaradas formas de retar a la autoridad, debéis de cumplir con el clan.
—Qué gilipollez.
Dio un respingo, sorprendida. Naruto parecía estar haciendo un gran esfuerzo por evitar echarse a reír.
Hiashi volvió a mirarle.
—Creía haber dicho que no eres más que un espantapájaros. No tienes derecho a opinar ni a chasquear si quiera tu lengua desnivelada hacia esta situación.
Naruto elevó una ceja.
—¿De qué condenada novela barata sale este tipo, ttebayo? —preguntó sin pelos en la lengua—. ¿Ordenar? ¿Deber? ¿Desperfectos? —Finalmente, una carcajada escapó de entre sus labios—. ¿Qué clase de idiota etiqueta a las personas de esa forma y cree que seguimos en el año treinta y tantos donde todavía se aceptaban los matrimonios concertados? Encima, sacadme de dudas, pero…
Señaló a Neji y luego a ella.
—¿Vosotros no sois parientes?
—Sí —confirmó Hinata—. Neji y yo somos primos.
—¡Oh! —masculló Naruto—. Entonces sí, eso sería válido. Igualmente, no tiene derecho a imponerlo.
—Como líder tengo derecho, sí —corrigió Hiashi, quien parecía estar muy tentado a estrangular con sus propias manos a Naruto—. Y las relaciones entre familiares no es un problema en nuestra línea sanguínea. Sus hijos serán sanos y fuertes para continuar con nuestro legado. Es algo… inamovible.
Naruto elevó la mano derecha y, a su vez, el dedo corazón directamente a la cara del hombro. Hinata estaba a punto de gritar cuando se percató de que la mano en su lumbar había subido hasta su cuello. La empujó suavemente contra él y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, la boca masculina cubría la suya.
Pesado, húmedo y suave.
La estremeció de la cabeza a los pies.
—Mueve eso —retó Naruto hacia Hiashi. Antes de que tuviera tiempo de contestarle, la tomó de la mano y tiró de ella—. Gilipollas.
Hinata no reaccionó hasta estar sentada del coche, con las manos en el volante y a punto de arrancar. Se puso como un tomate y antes de que fuera consciente de lo que hacía le plantó una palmada en el hombro.
—¡Ay, eso pica! —protestó él enérgicamente.
—¿¡Cómo has podido!? —tartamudeó—. ¡Bes…! —¡Ni siquiera era capaz de terminar la frase sin que el rostro se le volviera por completo como un tomate! ¡La había besado! —. ¡Eres…!
—¡Vale, vale! —aceptó él reteniendo sus manos—. Es que ese tipo me estaba irritando mucho. Y tú parecías muerta de miedo.
Parpadeó. Bajó la mirada hasta sus rodillas, sorprendida. Era cierto. El temor y la inquietud habían desaparecido. Sin embargo, ahora otros sentimientos turbulentos ocupaban su mente y no era bueno.
—Tenemos que volver a casa —zanjó liberándose de su agarre—. Necesito hablar con papá cuanto antes de esto.
Puso el coche en marcha temblando.
—¿Del beso? —cuestionó Naruto.
Casi le dio al auto tras ellos.
—¡Claro que no! —exclamó avergonzada. Tardó en darse cuenta que él estaba haciéndolo a propósito. Cada vez que su mente divagaba en esa zona oscura de temor, él parecía dispuesto a entrometerse.
Sonrió.
—Gracias.
Naruto se encogió de hombros.
—Ya me he cobrado el precio.
Le dio un codazo, avergonzada.
Para suerte de su corazón, el viaje continuó completamente en silencio. Le cosquilleaban los labios y alguna que otra vez se los mordió, fingiendo estar más preocupada por el tráfico, como si fuera un acto por ello, en vez de la preocupación que sentía. Porque había sido por sorpresa, tan inesperado que podría haberle abofeteado en otra situación y, sin embargo, era cálido y firme, como, quizás, debían de ser los besos.
Se sintió como una idiota a la que nunca hubieran besado, cuando no era así ni por asomo, claro.
Antes de que empezara a rascarse la cabeza con suma frustración, llegaron. Aparcó tras el coche de Sakura y antes de que tuviera tiempo ni de saludar, Izumi la abrazó con fuerza y empezó un periplo de interrogación que ni comprendía.
—Esperad —suplicó sintiendo que empezaba a dolerle las sienes—. ¿Está papá? Necesito hablar con él.
—Sí —confirmó Izumi mirando escaleras arriba—. En realidad, se ha encerrado en su despacho cuando hemos empezado a hacerle preguntas. No ha respondido nada.
—Iré con él —informó. Las miró amablemente—. Os prometo que después os contaré todo.
Como sabían que solía cumplir sus promesas, la dejaron ir. Naruto se quedó atrás con los demás y se enfrentó sola a la puerta del despacho. Su padre la recibió enseguida, colgando el teléfono y abrazándola.
—Dime qué sabes —pidió amablemente, aunque había cierta tirantez de preocupación en su voz.
—¿Sobre? —cuestionó—. Porque desde que he llegado las chicas me están preguntando cosas que no comprendo. ¿Es que ha ocurrido algo?
Kakashi asintió y empujó la silla para invitarla a sentarse. Una vez lo hizo, se arrodilló frente a ella y tomó sus manos con gentileza entre las suyas, más grandes y callosas.
—Hinata, lo que ha ocurrido, y quiero que me escuches bien y te lo graves en tu cabeza con fuego; no es tú culpa. No has tenido nada que ver con ello. ¿De acuerdo?
Miró a su alrededor, confusa.
—¿Qué es?
Su padre suspiró.
—Dios, me alegra mucho que no lo hayas escuchado en las noticias, pero es un tremendo dolor tener que contártelo. No sé bien hasta qué punto estas preparada para afrontarlo.
—Me estás asustando, papá.
—No, mi niña, no —descartó él dándole palmaditas suaves en la mano—. No te asuste. Porque no voy a permitir que nada de esto te salpique. Como he dicho, y reitero, no tienes la culpa de nada de esto. Sin embargo, no va a ser una noticia fácil de oír.
Se puso en pie y caminó hacia la chimenea. Observó las fotografías con detenimiento.
—Ha ocurrido algo que la prensa a cubierto con "mentiras piadosas", como lo ha llamado Rin.
Frunciendo el ceño, puso en marcha su cerebro. ¿Qué podría ocasionar que ella se culpase? Entonces, lo comprendió.
—¿Es por Toneri?
—Sí —confirmó Kakashi suavemente—. Me halaga que seas tan inteligente, cariño. Aunque no sea por algo tan bueno.
—¿Qué ha pasado con él? ¿Ha logrado salir? —preguntó mientras sus dedos aferraban con pánico los reposabrazos de la silla.
—No —negó su padre rápidamente—. La prensa ha inventado esa artimaña para evitar preguntas indeseadas a cuenta de alguien importante, pero la realidad es otra. Toneri fue hallado en su celda, muerto.
Llevó las manos hasta su boca para intentar, en vano, apagar el grito que no pudo evitar dar. Los ojos se le aguaron por el llanto que no tardó en bajar por sus mejillas.
—No… no… ¿Por qué?
—Eso es lo que estoy tratando de averiguar. Me enteré anoche, pero no quise inmiscuirte en esto hasta estar seguro. Esta mañana me he reunido con el director y Asuma. Hemos buscado alguna pista sin hallar nada. Lo han modificado de forma que parezca que se ha suicidado.
Pálida, se pasó una mano por el rostro.
—¿Por qué?
—Toneri tenía muchos enemigos, la verdad —respondió su padre pensativo—. Sin embargo, ciertas cosas, puedes llamarme loco, me hacen pensar que ha sido un método de quitarse de encima un peso que podría haber despertado secretos que alguien no deseaba.
—¿De quién?
Hatake tardó en responder.
—¿Papá?
Tras un lánguido suspiro, contestó:
—La casa Hyûga.
El recuerdo de Hiashi Hyûga la estremeció.
—¿Ocurre algo? —preguntó él, siempre atento a sus acciones y emociones.
—Sí —confesó. Le contó todo cuanto sabía y sucedió, obviando, por supuesto, el beso—. Neji dijo que quería hablar con nosotros esta tarde, así que puedo suponer que era por esto…
—Seguramente —afirmó Kakashi rascándose el mentón—. ¿Os marchasteis simplemente?
—Sí. Naruto fue… tajante. Pero dejamos a Neji allí y ahora que lo pienso, me da miedo que puedan hacerle algo.
Se frotó el brazo derecho con la mano izquierda, angustiada.
—No se lo harán. No daño físico al menos. Los Hyûga disfrutan del dolor emocional. Te destruyen donde más te duelen hasta que no puedes más. No los diferencia mucho de Toneri. Compran la vida con dinero y manejan las vidas de los que pueden y se dejan y a los que no… los llevan a los límites.
Hinata reconoció que su padre pensaba en su madre. Ella desconocía del todo las heridas profundas que habían dejado esas luchas para tenerla a ella y estar juntos, algo que no triunfó. Y ahora sólo ella quedaba de ese recuerdo y, en lugar de mostrar un mundo de felicidad, cargaba con una tortura tras ella.
En el presente no hacía más que darle problemas a su padre y arrastrar la maldición de su sangre.
—Como sea —continuó su progenitor ajeno a sus pensamientos—. La muerte de Toneri y los eventos sucedidos con él ha provocado que el nuevo líder sienta que tiene que avanzar antes de que sea tarde.
—Dijo algo acerca de que Neji y yo nos casemos…
—Sí. Desgraciadamente, su mentalidad sigue estancada en el tiempo de los matrimonios concertados por antepasados. Además, creen que de ese modo se sigue asegurando mantener una casta de sangre pura. Una idiotez en estos tiempos —farfulló irritado Kakashi—. En el momento en que yo me llevé a una de los suyos, el caos estalló.
—Espera. Eso me convertiría en una impura —puntualizó. Su padre sonrió.
—Tenemos un concepto diferente de pureza o impureza, cariño —dijo acariciándole la mejilla—. Pero sí. A ojos de esas personas te convierte en ello. Por eso, Neji es la mejor opción. No es impuro, no tiene hijos todavía y es hijo directo del rango del líder, como tú. Eso no terminará de estropear la castidad sanguínea. Seguramente —añadió sarcástico.
Hinata había sonreído de tener realmente las fuerzas para hacerlo.
—¿He de…?
—Ni por asomo —aseveró mirándola fijamente—. A menos, que entre ustedes dos, con Neji quiero decir, estéis de acuerdo en…
—¡No, claro que no! —exclamó avergonzada—. No. Entre Neji y yo no hay nada. Además, él está casado ya.
—Eso no es un impedimento para Hiashi Hyûga. No dudaría en que ya está preparando sus mejores abogados y creando malos entendidos entre Neji y su esposa.
—¡Eso es…!
—Horrible. Sí, lo sé. Pero no intentes comprender la mente de alguien cerrado, Hinata. O terminarás pensando igual.
—No quiero eso —aseguró—. Me gusta la libertad. Yo… he aprendido que eso es lo que más deseo. No quiero más imposiciones ni control. Quiero escoger por mí misma todo, que me acepten como soy y lo que quiere ese señor casi se me hace semejante a lo que deseaba Toneri.
—Es que, cariño, es lo mismo. Sólo que con palabras más bonitas y, eso sí, asegurándose de que no mueras hasta que dejes herederos y de forma natural. Puede que hasta fuera una vida mejor de la que esperaba darte Toneri.
Apretó los labios, dolida. Kakashi maldijo entre dientes, apretando entre sus manos cariñosamente su cara.
—No, cariño. No te lo estoy diciendo para hacerte daño. Qué más me gustaría a mí decirte que la vida es un camino de rosa, de algodones, como en las películas.
—Sé que no lo es, papá.
Sería hipócrita creer que lo era.
—¿Qué puedo hacer?
Kakashi lo sopesó.
—Hay algo que le frustraría muchísimo —comenzó—, pero… Bueno, implicaría de otra persona y, por supuesto, sería una pantomima. Un cliché.
—¿Afectaría a Neji?
—Bueno, si él fuera parte del plan, pero como aliado, sería duro. Tendría que hacer frente a un clan que buscará muchas formas para separarlos. Toneri ya lo intentó en su momento, por lo que sé, ya que conocía el plan de Hiashi Hyûga. Visitó a la esposa de Neji y le pasó fotos editadas de Neji engañándola (1).
—Recuerdo que las cosas iban mal entre ellos, sí —farfulló—. Pero Tente debería de comprender que Neji la ama. Si no, no hubiera dado la espalda a todo cuanto podrían ofrecerle.
—Sí, pero las relaciones ya sabes que son muy difíciles.
Se mordió el labio inferior, culpable. Ella tenía las pruebas frente a sus narices y no las había visto ni aceptado hasta que las muertes de sus hermanas estaban en la balanza.
—¿Pasará algo con ellas? —preguntó—. No quiero que las chicas vuelvan a sufrir por mi causa…
—No —aseguró Kakashi—. Y si sucede, no será como crees. Los Hyûga son más de comprar cosas y ganarse respeto con temor monetario, no con asesinatos. Como te dije, funcionan más con daño psicológico.
—Así como hicieron con mamá…
—Sí. No dejaré, eso sí, que pase contigo. ¿Me oyes?
—Lo sé —dijo sonriente, sincera, confiada. Al fin y al cabo: ¿cómo no iba a confiar en él?
—Bien. Entonces. ¿Con cual de los chicos te llevas mejor? —cuestionó su padre sonriente.
Hinata tragó.
Oh, no…
.
.
—Entonces… ¿realmente no hay peligro? —cuestionó apoyando el codo sobre la cabeza de Matsuri, quien gruñó, casi mordiéndole el brazo.
—No, Sakura —contestó Rin con amabilidad—. Por favor, no molestes mucho a Matsuri. Nos gusta su cabeza donde está y que tu brazo no tenga dentelladas.
Sakura desvió la mirada de Matsuri hacia Rin, quien, por un momento, pareció asustada por su atrevimiento. En realidad, pocas eran las veces en que osaba corregirlas de algún modo. Eso, solía ser cosa de Izumi. Al contrario que el resto de madres, Rin mantenía una reservada cautela hacia ellas y, aunque estaba dispuesta a dar sus mejores consejos, rara vez eran órdenes, por muy buenas que fueran para ellas.
Sin embargo, Sakura obedeció sin chistar y sonrió como respuesta, algo que pareció tranquilizar a la mujer.
—Es que es tan adorable que dan ganas de meterse con ella todo el tiempo —añadió en voz baja.
—Eso no te lo discutiré —corroboró, más tranquila—. Igualmente, como os decía, la muerte de Toneri no debería de afectar a vuestras vidas. Sí que es un problema a tener en cuenta, pero no un peligro. Vuestro padre ya se lo ha explicado a Hinata y, por ello, ha de actuar consecuentemente.
—¿Hinata estará bien? —preguntó Ino.
—Sí, desde luego —asintió Rin—. Todo lo bien que se puede estar en esta situación. Obviamente, no podemos olvidar que Toneri fue alguien importante en su vida. ¿Cómo olvida alguien un amor, así como así?
Sakura no estaba segura de cómo responder. Pero sí notó que Izumi abría muchos los ojos antes de apartar la mirada. Llevaba un rato apoyada en el vano de la puerta, mirando escaleras arriba. Sasuke y Itachi se habían reunido con su padre poco después de que Hinata saliera. La cual, se encerró en su dormitorio sin mediar palabras. Naruto, claramente preocupado, estaba sentado en la entrada, con las rodillas inquietas y la mirada perdida calle abajo.
Se acercó a él para sentarse a su lado.
—¿Sigues preocupado?
Naruto asintió.
—¿Conoces esa sensación de que sabes que va a pasar algo pero no el qué?
—Sí… Es un sentimiento incómodo, aterrador —murmuró frotándose el brazo. Por un momento, había sentido frio—. ¿Crees que vaya a pasar algo peligroso?
—No lo sé —reconoció él frunciendo los ojos. Naruto poseía unos ojos preciosos y limpios, pero en ese momento, su mirada le daba miedo, como si bajo esa cristalina mirada ocultara el más peligroso de los sucesos—. Espero que no. La verdad es que con la noticia pensé que todo iba a regresar, pero… que haya muerto no sé si debería de darnos alivio o más preocupaciones.
—La verdad, he pensado lo mismo. ¿Por qué no sentimos alivio? Ya saliendo de lo inmoral que es que te alegre la muerte de alguien, claro.
—Quizás porque la tormenta no haya terminado del todo…
Asintió, pensativa.
No tardó mucho en captar algo con la mirada. Juraría que era una persona, pero parte de su cuerpo parecía partida por la mitad por algo más grande que él.
—¿Sai? —cuestionó Naruto poniéndose en pie—. ¿Qué diablos llevas?
—Unos lienzos —respondió éste al llegar a su altura—. ¿Está Ino?
—Sí, dentro —informó Sakura señalando por encima de su hombro—. Iré a buscarla.
Sai asintió y dejó a ambos hermanos atrás. Ino no tardó en emitir un gritito y salir corriendo, casi llevándosela por delante. Sin ni siquiera darle explicaciones, se colgó del brazo libre de Sai y se alejaron cuchicheando.
—¿Qué están tramando esos dos? —preguntó llevando sus manos hacia las caderas.
—No lo sé, la verdad —reconoció Naruto mirando escaleras arriba—. Aunque reconozco que me preocupa más que Itachi y Sasuke estén tardando tanto con tu padre.
—A mi también. Esta mañana ya habló con Sasuke. No me dijo nada y… ¡Ay, Santo cielo! —exclamó.
—¿Qué ocurre?
—¡Que tengo laboratorio! ¡He de irme! Por favor, avisa a mis hermanas.
Le dio un beso en la mejilla y antes de que Naruto dijera algo más, subió al coche. No iba a necesitar material ajeno a la universidad, así que se aseguró de llevar su móvil y poco más. No estaba segura de si alguna vez había conducido tan deprisa, pero llegó justo a tiempo.
—¡Ey, chica!
Se detuvo justo antes de empujar la puerta de la zona de medicina. Al volverse, un chico rubio con coleta caminó hacia ella. Le sonaba realmente familiar.
—¿No eres la chica que entró como un huracán en casa de Naruto?
Entonces, comprendió.
—¡Ah, sí! —exclamó—. Perdona por lo de antes. ¿Eras…?
—Deidara, hn. Toma.
Le extendió su móvil. Se palpó los bolsillos, sorprendida.
—Madre mía, qué cabeza llevo que pierdo las cosas sin darme cuenta. Gracias, Deidara.
—¿Llegas tarde?
Revisó la hora en el móvil.
—Estoy a punto de llegar en dos minutos. Y tengo que subir dos tramos de escaleras.
—Entonces, vete —animó—. Suerte. Ah, luego mira tu lista de contactos, hn.
Levantó la mano como despedida. Ella no se entretuvo mucho más, pues lo que menos le preocupaba en ese momento era justamente Deidara.
.
.
Itachi se acarició los labios con el índice mientras observaba a su hermano firmar el contrato. Sasuke y él habían hablado largo y tendido a cuenta de ello. Se negaba a que Sasuke perdiera la oportunidad de continuar en la universidad. Especialmente, porque ahora el futuro no se le veía tan claro. Si podía llevar avanzado estudios o, conseguir un adelanto académico, mejor. Aunque reconocía que iba a ser un verdadero problema para el futuro, empezaba a idear otra oportunidad y esperaba que sus hermanos quedaran resguardados y cuanto más inocentes, mejor.
Todavía no lo había hablado con todos, solo con Sai, pero Izumi había interrumpido y Sakura después. Sabía que iban a negarse igual que Sai en su momento, pero era una de las pocas posibilidades que veía factible. No sabía cómo lo lograría, pero era rentable.
Además, con Sasuke ganándose la confianza de Kakashi Hatake lograrían ver mejor dónde se encontraba lo que deseaban. Eso era lo que había terminado convencido a su hermano, por suerte. Los ideales de su hermano iban cambiando, pero mucho más lento que para los demás.
Joder, no era ciego. Ese juego iba mal. La regla se estaba rompiendo por muchos pedazos.
—Bien. Con esto, quedas bajo mi mando. —Kakashi colocó el tapón al bolígrafo y abrió uno de los cajones para sacar una caja—. Este será tu nuevo móvil en referencia a mí. Deberás llevar horarios y tareas. Estar siempre activo. Eso sí, durante clases debes de tenerlo apagado como costumbre. Como he dicho, no quiero que pierdas ninguna clase, aunque extraescolar. ¿De acuerdo?
—Sí.
Sasuke tomó la caja, incómodo.
—Más tarde te mandaré mi horario de trabajo.
—De acuerdo, señor.
—Nada de señor —descartó Kakashi pálido—. Con Hatake o Kakashi es suficiente. Esto lo hago más que nada para que sigas estudiando, no por placer. Una vez termines tus estudios o la universidad acepte su hipocresía, volverás a ser el de siempre. Si quieres.
Luego, se volvió hacia él.
—También tengo un contrato de trabajo para ti —le recordó.
Itachi se cruzó de brazos, pensativo.
—Lo sé y me temo que tendré que…
—Dime una cosa, muchacho —interrumpió Hatake apoyando la barbilla en sus manos, a la par que los codos sobre la mesa—. ¿Vas en serio con mi Izumi?
Se le congeló el aliento. Sasuke carraspeó y pareció más interesado en los retratos sobre la chimenea. Maldijo entre dientes.
—Eso no es…
—De mi incumbencia, por supuesto. No me meteré donde no me llaman, claro está. Sin embargo, me gustaría pensar que mi hija está segura y que, de pasar algo, eres capaz de demostrarle al mundo que no te puede toser.
Eso lo confundió. ¿Hatake estaba alentándolo a demostrar que era capaz de mantener a Izumi por orgullo que por dinero?
—Me gustaría que, si alguien preguntara, ella pudiera decir: Ah, sí, mi novio trabaja en algo que le gusta. Las motos. Llevar un taller no es ningún insulto a esta vida.
Por supuesto, él no aceptaba ese trabajo por ese motivo. La grasa ya formaba parte de él.
—¿Qué pasaría si ellos cortaran?
La voz de Sasuke lo sorprendió. Kakashi se volvió hacia él, curioso.
—¿Insinúas que voy a interponer los temas personales a la hora de despedir personas?
—Hay una posibilidad —reconoció el adolescente encogiéndose de hombros—. No será la primera que vea eso. A mi no me aceptaron en una gasolinera porque no salí con la hija del jefe.
—Interesante y ridículo —dijo Kakashi encogiéndose de hombros—. Sinceramente, si me preocupara eso, no os daría ninguna oportunidad. No os querría cerca de mis hijas. He estado enamorado siete veces en mi vida. ¿Realmente creéis que no sé qué se siente que te rompan el corazón? Puedo conocer muchos de los motivos porque puede llegar a pelearse una pareja. Eso, sí —advirtió—. Lo que no voy a dejar que pase de nuevo es lo de Toneri. Si vas a por Izumi, Itachi, ves de frente. Y hazte a la idea de que con ella van cinco detrás.
Cerró los ojos y sintió un ligero tirón de sus comisuras.
—Conmigo también van cinco —dijo—. Y uno de ellos es realmente complicado.
Sasuke chasqueó la lengua, pero cuando le miró, tenía ligeramente las mejillas sonrojadas. Algo que no pasaba desde que era niño. Casi sintió deseos de acariciarle la cabeza.
—Firmaré.
Hatake dio una palmada, satisfecho. Sacó otra carpeta para ponerla frente a él junto a una pluma. Intercambió una mirada con Sasuke que decía lo mismo que él estaba pensado. Aún así, plasmó su firma sobre el papel.
Después, le entregó una copia del contrato y cerró la carpeta para colocarla junto a la de Sasuke.
—Al igual que Sasuke tendrás que darme un número de cuenta bancaria, pero eso ya lo arreglaremos después. Estos días estaré dándote información.
—De acuerdo.
Sasuke caminó hacia la puerta y él estuvo tentado de seguirlo.
—Itachi. Hay otra cosa que me gustaría hablar contigo —indicó. Luego miró a Sasuke—. ¿Nos dejas a solas, por favor?
Sasuke le miró y tras ver la confirmación en su mirada, asintió para salir después.
Una vez a solas, Kakashi suspiró, echándose hacia atrás y apretándose el puente de la nariz con los dedos.
—Sé que voy a abusar de nuevo de tu buena fe, Itachi. Ya conoces las nuevas noticias acerca de la situación en la cárcel con Toneri. Voy a investigar bien qué ha sucedido, no te preocupes. Pero su muerte no se queda lejos de una suposición que se esta convirtiendo en realidad. De nuevo, Hinata está en el punto de mira de todo esto.
—¿Quiere poner de nuevo a mis hermanos como sus guardaespaldas?
—No exactamente.
Itachi frunció el ceño.
—Verás. El nuevo problema de Hinata es más de atacar la mente y comprar cosas con dinero. Seguramente busquen la forma de que Hinata pierda su plaza de empleo, pues les interesa una mujer modosita de su casa. Una mujer que pueda engendrar herederos. Oh, y por supuesto, en su cabeza debe de pasar la loca idea de que sea pura y casta —ironizó—. Aunque esto no es algo que yo sepa ni quiera saber, claro.
—Kakashi —interrumpió—. No irá a pedirme que uno de mis hermanos embarace a su hija para que la dejen en paz. ¿Verdad?
La tensión que se le acumulaba en la espalda estaba muy tentada a explotar en mil maldiciones. Se había cuidado durante toda su vida. Asegurándose de que no dejara ningún vástago. Inculcó en sus hermanos reiteradas veces que se cuidaran y, de no poder hacerse con protección, que usaran la imaginación en vez de sus partes nobles.
Y hasta ahora había funcionado. Además, todos sabían lo que era vivir sin padres y sin capacidades para cuidar de otro ser vivo.
Y ahora…
—No, por supuesto no —negó rotundo Hatake—. Nunca vendería a mis hijas como vientre. Ni aunque estuviera muerto de asco.
—¿Entonces?
El hombre suspiró.
—Lo que te estoy pidiendo es una mentira. Que me ayudes a mentir para proteger a mi hija. En pocas palabras: ¿Puedes prestarme a uno de tus hermanos para que finja ser el amante y prometido de Hinata? Sólo hasta que consiga sacarla del peso de una absurda creencia anticuada en un clan cerrado.
¡Diablos! Eso era nuevo. Completamente.
Vale, parecía sacado de un cliché mal llevado por una escritora loca, pero, era un giro que no esperaba.
—¿Esto lo sabe su hija?
—Sí. No voy a hacer nada por detrás. Ella ha de estar de acuerdo. Al igual que ustedes.
—Si no lo hiciera uno de mis hermanos…
—Entonces, tendría que buscar otros métodos para solucionar esto. Sería más complicado y, quizás, peligroso para Hinata. El dinero no es un problema, pero Hinata tiene una estabilidad emocional delicada ya…
—Comprendo. Hablaré con ellos. Le daré una respuesta pronto.
—Muchas gracias, Itachi. Sé que os estoy pidiendo mucho y que ya os debo muchísimo…
—¿No habíamos decidido no medir qué debe a quién?
Kakashi esbozó una cómplice sonrisa.
—Touché.
Con esa leve muestra de afecto, salió. Frotándose la nuca con una mano, supo que iba a ser complicado todo eso. ¿Encargar a uno de sus hermanos esa misión? Bueno, era realmente una prueba de fuego.
—¿Qué tal te ha ido?
Parpadeó para enfocar la cara de Izumi. Estaba muy cerca, agachada para poder observarle mejor. Le pellizcó la nariz.
—¡Ay, jo! —protestó tocándose el lugar y enrojeciendo poco después por su actuación infantil—. ¿Por qué diablos has hecho eso?
—Era besarte o pellizcarte. Elegí la que menos te enfadaría.
Dios. Estaba empezando adorar enfadarla de esa forma. Y no debería…
—Ha ido bien —dijo al fin, caminando hacia la entrada—. Sasuke trabajará para tu padre. Y yo también. He decidido aceptar su oferta. Aunque no sé bien hasta donde nos llevará esto.
—¡A un buen lugar! —aseguró ella aferrándolo del brazo—. Itachi, eres un buen hombre. Mi padre puede ver tus cualidades del mismo modo que yo. No te vengas abajo.
Esa confianza era dolorosa. Muchísimo. Podían arrancarle el corazón y no le dolería tanto.
—Si me disculpas, he de hablar con mis hermanos —dijo empezando a bajar las escaleras—. ¿Dónde están?
—Shikamaru creo que está en la sala con Temari. Naruto sigue en las escaleras. Nos ha dicho que Sakura se ha ido a la universidad y ha vuelto a sentarse. Sasuke se ha marchado. De Sai y Gaara no sé nada.
—El último estará en casa. Espero que durmiendo. —Se asomó al salón. Shikamaru estaba inclinado sobre un libro, hombro con hombro con Temari—. Ey, tenemos que irnos a casa —le dijo.
Nunca había visto a su hermano dar un respingo como ese. Carraspeó, se tiró de la camiseta y caminó hacia él como si fuera un muñeco de madera. Izumi le miró tan confusa como se sentía él.
—Vamos a casa, Naruto —dijo una vez llegaron a su altura. Naruto se puso en pie para mirarle. Itachi sólo tuvo que asentir una vez para obedecer a Shikamaru.
—Qué curioso —murmuró Izumi mirando a Temari, quien parecía igual de sorprendida que ellos o muy buena fingiendo inocencia. —En fin. Supongo que ya nos veremos.
Itachi elevó una ceja.
—¿No vas a venir esta noche?
El rubor subió a su rostro una vez más. Antes de que decidiera arrancarle la cabeza de un bocado, se marchó. No duraría mucho su diversión. Nada más entrar, los chicos se encontraban en el salón. Hasta Gaara, quien bostezaba, se encontraba ya sentado en el sofá.
—¿Qué ha pasado? —inquirió Naruto agitado.
Itachi frunció el ceño.
—Las chicas están bien. El nuevo problema no es igual que Toneri. No tan peligroso, al menos. Pero conlleva que uno de nosotros se exponga.
—Una vez más… —siseó Sasuke.
—Lo sé —aceptó gruñendo—. Esta vez, uno de nosotros se tiene que hacer pasar por la pareja de Hinata Hyûga. Por lo que he entendido…
—¡YO!
Itachi cerró la boca, sorprendido.
—No me has dejado terminar.
—No necesito hacerlo —contestó satisfecho con su acto—. Cuando se repartieron las fichas, Hinata fue la que me tocó.
—¿Vamos a hablar de cómo fue ese momento? —cuestionó divertido Shikamaru.
Naruto enrojeció, apretando los dientes.
—¡Bueeeno, es la chica que me tocó! —recalcó—. Y hasta ahora he estado con ella. Cuidándola y todo. Creo que merezco ese puesto. Mejor que ninguno de vosotros. Además, yo he estado ya presente con el tipo ese que quiere llevársela. Es un estirado al que sólo le faltaría bigote para parecerlo más. ¡Una antigualla con patas!
—Naruto…
—No, Shikamaru —cortó tajante—. Pensar en serio en cada uno de vosotros con Hinata. Itachi ya no puede. Crearía un conflicto de celos con Izumi.
Itachi se frotó el pecho tratando lo mejor posible de parecer impasible a algo que, desgraciadamente, podría suceder.
—Sai ni de broma. No tardaría en hacerla llorar con alguna de sus frases. ¡Sasuke le tiró la olla de tomate a la cabeza la última vez! Y es su hermano…
Sasuke gruñó por lo bajo algo que pareció un "se lo merecía".
—Gaara queda fuera de la ecuación. No puede ni moverse.
—En realidad, ya puedo empezar con paseos —corrigió Gaara encogiéndose de hombros—. Y tengo mucho tiempo libre.
—Ya. ¿Y vas a aguantar una tarde de películas en el cine rodeado de gente? ¿Llevarla al centro comercial? No, a ti te va más una biblioteca.
Gaara levantó el dedo corazón como respuesta.
—Originalmente ella era mía.
—No volvamos ahí, diablos —protestó Naruto descartándolo con un gesto de la mano—. Además, te arriesgarías a que el estrés te provocase otro ataque y ya puedo verme la pobre Hinata muerta de pánico.
Dudaba que fuera así, pero era Naruto. Itachi ya había aprendido a dejar que sus pataletas verbales continuaran. Especialmente cuando, debía de reconocer, tenía cierta lógica.
—¿Y Sasuke? ¿Qué me decís? Tuvo una sola cita con Sakura. ¡Y la dejó tirada!
—Eso es cierto —puntualizó Gaara.
Sasuke se encogió de hombros, aunque la molestia era clara en él. ¿Quizás se arrepintiera de eso? Esperaba que sí. Eso implicaría una madurez que ya iba siendo hora. A veces, no sabía qué iba a hacer con él.
—Y Shikamaru es tan perezoso que no sirve —terminó Naruto cruzándose de brazos.
—Oye…
Itachi tuvo que darle la razón. Diablos, ni siquiera para protestar parecía tener energía. Aunque bien que antes se había levantado de al lado de Temari con mucho ímpetu, parecía que de nuevo se le habían agotado las baterías.
—Sólo quedo yo.
Hubo un silencio esclarecedor.
—Todo eso está muy bien —aceptó Gaara—. Aunque se te ha olvidado en tener en cuenta algo.
—¿Qué? —cuestionó frustrado Naruto. Se sentía ganador, así que cualquier cosa que pudiera quitarle la corona, le irritaba.
—Lo que piensa ella.
Naruto se quedó blanco. Pareciera que su moreno natural hubiera desaparecido bajo capas de detergente.
—Pues, por lo que me ha comentado Kakashi, sería ella quien dijera la última palabra. Porque no ha especificado tampoco qué hermano. Y por la forma en que hablaba, creo que pensaba más en los mayores que en los dos menores. Al fin y al cabo, Hinata es mayor que tú.
—¡Ni que tuviera diez años más! (2)
—No, pero si no mejoras tu actitud, será complicado. Ella no podrá sentirse cómoda contigo —regañó Shikamaru poniéndose en pie mientras mordisqueaba el cigarrillo que llevaba un rato rondando entre sus dedos y palmeaba sus pantalones en busca del mechero—. Será complicado, porque tendrás que hacer perfectamente el papel de enamorado. Y ella tendrá que hacer lo mismo, claro está. ¿Alguien ha visto mi mechero?
—No —negó Gaara.
—¿No se te habrá caído cuando estabas con Temari antes? —cuestionó.
Gaara elevó la mirada hacia Shikamaru, entrecerrando los ojos.
—Mierda. Iré a buscarlo —informó.
—Antes de que te marches, otra cosa —dijo interrumpiendo sus pasos hacia la puerta—. Tenemos que tener más cuidado. Antes Izumi se sintió atraída por la puerta que da al sótano. Y poco después, Sai apareció. Podría haberlo visto.
—¿Y cómo diablos vamos a saber si está o no? —cuestionó Sasuke.
—¿Acaso no os eduqué acerca de cómo descubrir si había otra persona tras una puerta cerrada? —respondió sarcástico. Sasuke maldijo entre dientes—. Menos mal. Creía que todo lo que os enseñé no sirvió para nada.
—Las reglas es lo que no están sirviendo para nada —puntualizó Gaara—. Las puertas abiertas siempre han sido un condenado problema, Itachi. Y dudo que sigas queriendo tener esa regla cuando Izumi duerme en tu dormitorio. No me gustaría enterarme de ciertas cosas.
Estuvo tentado a soltarle un tortazo directo a la cabeza. Le cosquilleó tanto los dedos que tuvo que cerrar y abrir la mano repetidas veces.
—Las cerraremos cuando ella esté —cedió—. Nada más. Sigo queriendo saber que todos estáis a salvo. Además, también hay cosas que cambiarán. Sasuke va a trabajar con Hatake, así que tendrá acceso a más información. Puede que descubramos la contraseña antes de lo que pensamos.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Shikamaru.
—También trabajaré para él, pero en un taller. No sé bien cómo será todo eso. Ya os iré contando.
—¿Por qué? —preguntó Naruto frunciendo el ceño—. Dijiste que cuanto menos nos acercáramos.
—Pero tampoco puedo seguir sacando excusas viables, Naruto. Sabe que necesitamos dinero y que estaría loco de no aceptarlo. Fingir es la base principal de todo.
Como cuando se acostaba con aquellas mujeres a las que despreciaba y debía de hacerlas sentir queridas y amadas. Mientras que él después vomitaba, ellas volvían a sus casas con el ego inflamado por un joven.
—¿Es todo?
—Sí, Shikamaru. Puedes irte a por tu mechero —concedió.
Shikamaru casi suspiró y voló a la vez. Todos se quedaron mirando la puerta un momento.
—Está raro.
—No hacía falta que lo dijeras, idiota —regañó Sasuke. Esa vez, fue su turno de bostezar—. Ceno y me voy al catre, no quiero saber más.
Naruto chasqueó la lengua.
—Oye, ¿Al final? ¿Qué?
Itachi siguió a Sasuke a la cocina.
—¡EY, no me ignoréis!
A veces, era tan divertido meterse con él que era irremediable que todos lo hicieran.
.
.
Shikamaru se detuvo a sólo tres escalones de la puerta cuando esta misma se abrió para encontrarse con Izumi y Temari.
—¡Oh, vaya! —exclamó la primera—. Justo íbamos a tu casa.
Temari levantó la mano para mostrar el encendedor.
—Te lo dejaste en el sofá. Imaginé que te haría falta.
—Sí —reconoció. Estiró el brazo para coger el objeto y todo su cuerpo se estremeció ante la impaciencia. Necesitaba fumar.
—¡Izumi! ¿Puedes venir?
La voz de Rin llegó por detrás de ambas. La mayor de las hermanas se disculpó y se alejó. Shikamaru se apartó para encender el cigarrillo y después, se sentó a los pies de la escalera.
—¿Cuándo empezaste a fumar?
Él se rascó la nuca, pensativo.
—Tenía diecisiete años —explicó mirando el encendedor—. Un profesor al que admiraba fumaba.
—¿Y decidiste ser como él?
—Algo así —murmuró. En realidad, era algo más dramático—. Este era su mechero.
—¡Oh! —exclamó ella—. Menos mal entonces que lo hemos encontrado y no se ha perdido por el sofá. O que Sakura o Ino lo encontrasen. A saber qué diabluras hubieran hecho.
—Seguramente, tirarlo a la basura.
—Tienes demasiada fe en esas traviesas —gruñó ella.
—No es por eso. —Elevó el objeto por encima para abrir la tapa y mostrárselo. Lo encendió como cualquier otra persona haría, mas no pasó nada—. Tiene una forma especial para encenderse. Al profesor le gustaba mucho entretenerse con cosas extrañas, así que lo modificó. Me puso como reto descubrir como era y, cuando lo hice, estalló en carcajadas. Nunca olvidaré ese día.
—¿Por qué lo hizo? Reírse, digo.
Shikamaru expulso el humo entre los dientes, apoyándose con los codos en los escalones y mirando al cielo.
—Tenía una forma de ver el mundo, a los estudiantes y el futuro. En realidad, caía bien a todo el mundo. Raro era quien lo odiaba. Siempre estaba para ayudar. ¿Quién sabe cómo veía su diversión? A mi me demostró que era muy hábil con las manos.
Y desde entonces, era uno de los mejores carteristas del mundo. Aunque, por supuesto, dudaba mucho que Asuma Sarutobi hubiera querido que lo hiciera.
Sintió algo contra su coleta. Cuando miró, se percató de que ella estaba acariciándole el cabello. Lejos de sentirse incómodo, la sensación era agradable. Tanto, que lo asustaba. Era igual que momentos antes, cuando había estado a su lado y de tan reconfortante que se sentía bajó completamente la guardia. Hasta llegar a asustarse cuando Itachi le llamó.
—¿Le echas de menos?
—A veces —reconoció—. Pero siempre puedo ir a verlo. No va a moverse del lugar en el que está.
Ella tomó aire y ahogó una disculpa. Él alargó su mano hasta atrapar la de ella. Al volverse, la miró fijamente, llevando sus dedos hasta sus labios. Besó uno de ellos y después, se levantó.
—Buenas noches —le dijo.
Luego, empezó a bajar las escaleras.
—¿Shikamaru?
Se detuvo, volviéndose hacia ella. Había un leve rumor en sus mejillas.
—Eres un buen hombre. Seguro que él estaría orgulloso de ti.
Sonrió con una mueca tirante. Volvió a darle la espalda y levantó la mano como despedida.
No. Seguramente se avergonzaría de que no hubiera sido capaz de usar su mente para algo mejor que ser un vulgar ladrón. Le destrozaría saber que estaba aprovechándose del buen corazón de una familia que no dudaba en abrirles las puertas.
Sí. Probablemente, volvería a matarlo.
.
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—¿Está Temari?
Shikamaru se detuvo al percatarse de que era él. Guiñó los ojos y soltó un taco. No parecía estar bien.
—Todavía está en la entrada —le dijo—. ¿Vas a hablar con ella?
Gaara estudio con la mirada la mansión. Lo había pensado muchas veces. ¿Debía de hacerlo? ¿Debían de dar a entender que eran hermanos? Les unía una mujer que no les había querido. A ninguno. Nada más. Luego él se marcharía. Ella se quedaría destrozada. ¿Valía la pena el esfuerzo entonces?
Se detuvo pocos antes de la puerta de entrada. Temari estaba de espaldas, intentando controlar la silla. A cabezona, parecía, nadie iba a ganarla. Ni siquiera un objeto como ese al que parecía odiar con todas sus fuerzas.
En uno de sus arrebatos, la silla se echó más hacia atrás que delante. Gaara tragó y a grandes zancadas, logró atraparla antes de que la silla continuara retrocediendo hacia las escaleras. Ella soltó un siseo temeroso.
—¡Madre mía! —exclamó metafóricamente.
Luego elevó la mirada hacia él.
—Gaara. Me acabas de salvar el trasero.
—Eso parece —confirmó—. ¿Qué estabas intentando hacer?
—Entrar. Pero no sé manejar bien la silla sola.
—Te ayudaré.
Ella frenó la silla.
—¿Seguro que puedes hacerlo?
—Puedo hacer esfuerzos menores. No sangro por la boca por ello.
Temari gruñó, pero alejó las manos para permitir que la empujara. La llevó hasta la cocina siguiendo su señal. Comparada a la suya, era lo suficientemente amplia y brillante como para que entraran dos personas en silla de ruedas, así que no parecía para nada incómoda cuando tomó un trapo de encima de una de las encimeras.
—Ya que estás. ¿Podrías ayudarme con la cena?
Dudó una vez más, pero ella ya estaba extendiendo la mano para indicarle uno de los armarios.
—Bájame uno de los boles que hay. Prepararemos ensalada. Oh, cierto —recordó—. Izumi me dijo que a Sasuke le gustaban los tomates. Hemos traído de más en la compra. ¿Podrías llevarle unos cuantos?
—Sí —aceptó. Seguramente Sasuke estaría feliz por roer de nuevo su fruta adorada.
Dejó lo que le pidió sobre la encimera y la observó abrir cajones y puertas, la nevera y los cajones de esta. Dejó diferente verdura al lado de una tabla y un cuchillo.
—¿Tienes algún tipo de comida que odies?
—No realmente. La he sostenido tan poco en mi cuerpo que sólo he comido lo que no me hacía vomitar. Así que no hay nada especial. Ellos creen que el pastel, pero realmente se me dificultaba tragarlo.
—Acércame las especias, por favor —pidió indicando con un dedo una tarima contra la pared donde diferentes tarritos se mostraban con etiquetas—. Entonces, tendrás que descubrir un nuevo mundo alimenticio. ¿Sostienes bien ahora los alimentos?
Le fue dando los tarros según fue indicándole.
—Más o menos. Si no me hincho, puede que sí. Si como mucho, vomitaré fijo.
Ella asintió mientras parecía rumiar algunas cosas. La observó de perfil. ¿Se parecerían en algo? ¿Quizás en la nariz? Los ojos claramente no, igual que la tez. Tenía la suerte de ser lampiño, al contrario que, menos Naruto, sus demás hermanos.
—Anda, prueba —ofreció. Se percató de que le tendía un tenedor con algo de comida en él—. Te gustará.
Lo probó. ¡Dios mío! Aquello fue un completo caos para su boca. Era delicioso. Espectacular. No entendía cómo tantos sabores podían provocar que casi sintiera un completo orgasmo en su boca. Lo había escuchado decir alguna que otra vez, pero nunca experimentado.
Era tan maravilloso que bien podía echarse a llorar.
—Como imaginaba. Te gustan este tipo de platos y sabores.
Bajó la mirada a ella. ¿Cómo diablos podía saberlo? Sin embargo, ella simplemente le sonrió afablemente.
—No te preocupes, no estoy espiándote ni nada por el estilo.
—No he pensado que…
Ella sonrió más abiertamente, mostrando incluso los dientes.
—Una broma…
—Sí.
Hubo un momento de silencio en el que Temari terminó enrojeciendo y carraspeando.
—Perdón, soy la peor con las bromas.
Él negó.
—Me cuesta captarlas. No eres tú. Simplemente, no estoy acostumbrado a bromear con…
—Una mujer.
—Sí —confirmó suspirando al final—. En casa todos somos hombres, así que creo que tenemos otro tipo de bromas. No sé, cosas de…
—Hombres.
—Sí…
Esa vez, Temari se rio con ganas.
—No creas que las bromas de las chicas son diferentes. ¿A que tus hermanos se han peído y reído de ello? ¿Han hecho bromas a cuenta de cómo de grandes la tienen? Porque mis hermanas sí. Oh, y ni hablar lo de estropearse el champú unas a otras…
Suspiró.
—Añoro esos tiempos —murmuró encogiendo los hombros y empujando las ruedas hasta quedar frente a él—. Los hermanos son un tesoro, aunque nos saquen dolores de cabeza. Luego los echamos de menos. Y, si tengo que ser sincera, envidio un poco el haberme perdido esa oportunidad contigo. No quiero forzar las cosas, claro está. No debe cambiar nada si no lo deseas, pero… por favor —suplicó llevando las manos hasta su boca en rezo—, ahora ya no estás solo en cuanto a una hermana. Sé que tienes muchos otros hermanos, eso no voy a cambiarlo para nada. Pero, no sé… No sé bien como explicarlo. La cuestión es que no quiero que pienses que quiero forzarte ni nada por el estilo.
—Lo sé —dijo. Realmente la comprendía. Era raro tener un hermano del sexo contrario. Las costumbres hacia sus semejantes eran más naturales y ahora, no sabía cómo actuar. —Y lo entiendo. No necesitas preocuparte.
Ella sonrió, inclinando la cabeza. Pero tan pronto como lo hizo, la sonrisa desapareció.
—Bien, pues si ya lo sabes, más te vale que tengas en cuenta que voy a engordarte y ponerte saludable. ¿Vale?
Gaara dio un respingo. No esperaba ese repentino cambio de temperamento. Tragó, reculando hacia la puerta.
—Vale… —aceptó—. He de volver a casa. Adiós.
Y sin mediar nada más, se marchó. Aunque no tan rápido como para no escuchar un "qué mono" que estuvo a punto de enrojecerle hasta las orejas.
¡Diablos de mujeres! ¡Ni como hermanas respetaban a uno!
.
.
Sai no podía sentirse más inseguro y feliz al mismo tiempo. Las obras de arte expuestas eran un vistazo a todo lo que se había perdido y a la vez, el orgullo de haber aprendido por su cuenta. Y su arte, parecía realmente lejano a todo ello. Aún así, la experiencia era algo que no iba a quitarle nadie.
Había rellenado el documento, presentado toda la documentación necesaria y dejado su obra de arte para que la expusieran en otro lado de la galería. Ya había algunos trabajos expuestos, pero no se había visto capaz de verlos.
Sin embargo, Ino sí. Se había alejado de él ante su negativa. A cabezona, desde luego, no la ganaba nadie.
Por algún motivo, empezaba a sentirse algo pequeño. Como si fuera encogiendo a medida que miraba las pinturas.
—¡Ah, Sai!
Dio un respingo al escuchar su nombre. Se volvió lentamente para descubrir a Ino, con la mano levantada y sacudiéndola en saludo, acercándose a la par que otro hombre caminaba a su lado.
—Te presento al señor Amane. Me lo acabo de encontrar mirando tu obra y me ha preguntado si conocía al artista.
Sai sintió un escalofrío en la espalda. El hombre le sonreía afablemente. No debía de ser mayor que ellos, aunque su porte era muy diferente.
—Sólo soy un estudioso del arte. Lo llevo en la sangre. Mi madre era pintora y mi padre, crítico de arte. Yo no soy nada de eso —aclaró estrechándole la mano—. Simplemente, observo y disfruto de lo que me gusta.
—Creo que sólo está siendo educado —murmuró Ino en broma—. Porque antes me ha dicho un montón de tecnicismos que no he entendido, la verdad.
—Sólo quería lucirme delante de la chica —reconoció Amane—. No sabía que tenía pareja, lo siento.
—No, nosotros no…
Pero Ino se aferró de su brazo sin dejar de sonreír.
—Claro que sí —corrigió—. Lo que pasa es que es muy tímido y torpe.
Sai elevó una ceja. ¿Tímido? ¿Él? Ni de coña. Llevó su mano hasta su cintura, bajando más debajo de ellas hasta atrapar una de sus nalgas. Ino dio un respingo y enrojeció, mirándole con los ojos muy abiertos.
—No sabía que habíamos llegado a ese punto, preciosa —le dijo—. Pero encantado de optar a los beneficios.
Mientras Ino se ponía del color de los tomates, Amane sonrió.
—Sois una pareja bastante peculiar. Y creo que no estoy en el derecho de interrumpiros mucho más. Estaré por aquí estos días, si nos volvemos a ver, será un placer charlar un rato.
Sai le miró y inclinó la cabeza como aceptación. Los nervios y la angustia habían desaparecido. Hasta que el pellizco en su mejilla le hizo volver a la tierra.
—¡Descarado! —protestó Ino soltándose de él—. ¡Manos largas! —añadió una vez fuera del museo—. Sólo lo hice para no soportar un intento de ligue y tú…
—¿Vas a mentir en esto?
Ino se quedó callada, con la boca abierta. Fue cerrándola poco a poco.
—¿Qué? ¿De verdad piensas que voy metiendo mano o besando por diversión a todas las mujeres que veo?
Ino infló los mofletes cruzándose de brazos.
—¡Y yo qué sé! —exclamó.
Sai se encogió de hombros.
—Pues ahora ya lo sabes. Y si vas en serio, vamos en serio.
Le dio la espalda, se metió bien la bolsa vacía bajo el brazo y, silbando, se alejó. Ino no tardó en seguirlo y cogerlo del brazo, esa vez, deteniéndole. Le miró fijamente.
—Tenemos que hablar.
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Vale. Los hombres odiaban esa frase y ella también. En realidad, se odiaba indiferentemente del sexo. Era una frase asquerosa que denotaba malas noticias. En su casa, la sinceridad de algo que quizás provocaría que Sai la viera con otros ojos. No iba a mentirle, no, si realmente iban a formalizar algo.
—Hay un bar donde podremos hablar tranquilamente —dijo él—. ¿Quieres ir?
—Sí.
Caminaron en silencio, a una distancia prudente. Le había soltado para meter sus manos nerviosas dentro de los pantalones vaqueros. Aunque los bolsillos eran demasiado pequeños. ¿Cuándo aprenderían los modistas que las mujeres también querían bolsillos grandes?
No se detuvieron ni abrieron la boca hasta llegar al bar. Ino tardó en comprender dónde estaban hasta que vio al barista y reconoció las mesas. Aunque había estado poco tiempo, fue intensa la visita.
—¡Vaya, que me aspen! Si es el pequeño Sai. ¿Qué tal te va la vida?
Sai sonrió tirantemente.
—Sabes que no la tengo pequeña. Eso es cosa de Naruto, Shisui.
Shisui soltó algunas carcajadas mientras buscaba algunas bebidas en la nevera y las abría. Al percatarse de que era ella, torció el gesto.
—Vaya. Hacía bastante que no nos veíamos.
—Sí…
Sai los miró intercaladamente.
—No te fíes de ella, hermano —recomendó extendiendo las botellas hacia ambos—. Por su culpa, la última vez Itachi casi me parte la cara. Y no hay mujer que valga la pena pelearse con Itachi.
Ino deseó meterle la botella por el gaznate. Igual se ahogaba y llovían cohetes.
—Muy gracioso —dijo levantando el dedo corazón como respuesta.
—Sí, sí —aceptó Shisui haciendo un gesto de desinterés con la mano. Luego se volvió hacia Sai—. No olvides que te advertí. Luego no vengas llorando.
Sai, sin embargo, lo ignoró con una de sus tirantes sonrisas y se sentó en la mesa más alejada. Aquella que las parejas solían escoger para darse amor sin que los demás sintieran interés en ellos.
Puso la bebida frente a ella, pero Ino no estaba interesada en ello. Sentía la boca más húmeda de lo normal, nerviosa.
—¿Qué pasó entre ustedes? —preguntó él antes de dar un sorbo a la bebida.
—Fue al poco de conocernos —explicó en un largo suspiro—. Estaba frustrada por la mudanza, por todo en realidad. Así que cuando entramos… bueno… De eso justo quería hablarte. No soy una mujer típica. Tengo mis historias. Malas o buenas. No me corto. Soy muy sensual y soy consciente de qué me gusta y qué no. En ese momento, aquel día, me apetecía estar con Shisui. Y de no ser por Itachi y Sakura, seguramente lo habríamos hecho y listo. Ninguna atadura ni nada. Por suerte, no pasó nada, porque vamos, sus actos no son nada caballerosos.
Hizo una mueca hacia la barra pese a no ver al chico.
—Opinarás fatal de mí ahora —dedujo al no percibir respuesta alguna.
Sai se encogió de hombros.
—No realmente —negó un poco después—. Siempre he sido consciente de que te sientes cómoda con tu cuerpo y que eres capaz de resaltar tus encantos. Eso no es desagradable siempre que sea más por ti que por otros. Si el hacer esas cosas es más para liberar tu frustración o por llamar la atención, quizás, sí sea un problema. Porque eso me hace plantearme que, si un día no puedo estar atento a ti, vas a ir en busca de cualquier persona que sí esté pendiente de ti. Aunque sea un rato.
Se quedó con la boca abierta y sin saber qué decir o hacer.
—Yo no… quiero decir…
Sai se apoyó sobre el codo para apoyar su cara en la mano de ese mismo brazo, observándola.
—¿Me engañarías?
—¡Claro que no! —exclamó sintiendo las mejillas arder—. ¡Nunca he…! Es decir, siendo sincera, nunca he estado en una relación seria. Sólo he tenido sexo libre, sin ataduras. Nada más. No sé bien cómo actuaría en una relación seria, entiendes. Lo que dices de que enseguida me cansaré de que no me prestes atención, seguramente será mentira. Puede que haga una pataleta, lo reconozco, pero soy una persona trabajadora, no estaré pensando todo el tiempo en… bueno, ya sabes.
Él elevó las cejas. Llevó su mano libre hacia su cara y lentamente, apartó un mechón de su mejilla hasta colocarlo tras su oreja.
—¿Ah? ¿No? —cuestionó divertido—. Entonces, el pervertido seré solo yo.
—¡Yo no…! ¡Oh, eres idiota! —exclamó al comprender que estaba burlándose de ella—. Me refiero a que estaré ocupada como para centrarme en otros hombres. Siempre lo he tenido claro —aseguró, sacudiendo el cabello hacia un lado—, el día en que esté de novia, no habrá más. Si el chico con el que esté no es capaz de cumplir mis cuotas necesarias, es que no vamos bien.
—Las parejas no son solo sexo, Ino.
—Lo sé —aceptó—. Y las partes que no conozco son las que se me hace interesante. Igualmente, quería dejarlo bien claro esto. Que entiendas que hay un pasado bien candente y que puede que alguien diga algo como Shisui.
Tomó la bebida y finalmente le dio un trago. Como si quisiera tragarse esas mismas palabras. Sai continuaba mirándola y le costaba entender de todo qué estaría pensando de ella.
—No puedo cambiar el pasado de nadie. Ni el mío. Y tampoco estoy seguro de ser alguien capaz de darte un futuro, Ino.
Eso último lo dijo con pesadumbre, como si le pesara esa posibilidad o le resultara realmente infame.
—Sai —murmuró acariciándole las mejillas—. ¿Por qué lo dices? Si es por tu situación, no necesitas preocuparte. Es cierto que el amor no da de comer, pero ambos estamos estudiando y conseguiremos en el futuro algo bueno.
Él esbozó una mueca forzada y torcida.
—Ya. Y el día que todo se rompa odiaras que viva pegado a tu verja.
Suspiró, pensativa.
—Puede que sí —reconoció—. Como igual no me canso nunca de ti.
Sonrió y buscó sus labios. Sai le devolvió el beso, tierno, suave, con cierta torpeza inesperada.
—¿Qué ocurre? ¿Te he asustado?
—No —negó encogiéndose de hombros—. Sólo pensaba que Itachi va a matarme.
Ino se echó a reír.
—¿Seguro? Porque él parece ir en buen camino con Izumi.
Él frunció el ceño.
—Eso va a matarlo. Estoy seguro.
—¿De qué hablas?
Sai se echó hacia atrás, posando sus manos enlazadas sobre su vientre. Ino se inclinó más hacia él, curiosa.
—Itachi nunca había dejado dormir a una mujer en su cama. Nunca trajo a ninguna de sus clientas. Siempre lo hacía fuera de casa.
—¿Clientas? —cuestionó—. Espera. ¿Tu hermano se ha prostituido?
Sai asintió lentamente.
—Tuvo que hacerlo. Pagar las medicinas de Gaara, alimentarnos… no le quedó otra. Estuvo haciéndolo desde muy joven.
Se llevó los dedos a los labios, preocupada. ¿Sabría Izumi eso?
—Ninguno nunca le hemos juzgado por ello. Más bien, no nos esperanzábamos si le veíamos en la calle con alguna mujer. Ya sabíamos por qué estaba con ella. Sin embargo, el cómo actúa con Izumi es… sorprendente. Ella realmente ha llegado a un lugar donde nadie llegó nunca.
—La gente no se compra con dinero. No siempre, claro —sopesó—. Izumi dudo que haya puesto un fajo de dinero delante para que Itachi se fije en ella.
—Eso es lo más curioso —indicó él—. Izumi no es como las demás chicas con las que siempre ha estado. No se viste escandalosa ni lleva joyas que resalten. No se pavonea como si fuera una chica rica a la que estornudando se le vayan a caer fajos de dinero. No. Ella es…
—Simple. Aburrida. Torpe. Solitaria.
Sai pestañeó culpablemente. Ino frunció los labios.
—Izumi es guapa. Encantadora. Muy divertida y muy inteligente. No da más de lo que tiene, pero tampoco escatima. Y ya ves que no se le cae los anillos para remangarse las manos. Es un todo terreno. Seguramente, Itachi ha visto todo eso y más.
—Sí… Seguro que sí. Mas si no llega a funcionar…
—Lo hará.
—¿Qué?
Ino suspiró.
—Mira, tengo la fe de que funcione. Todo. Tanto lo de ellos dos como nosotros. ¿Está mal creer eso? Porque mira que me peleo mucho con ella, pero daría hasta mi alma porque fuera feliz. Y si Itachi es el elegido, adelante. Que lo haga. Que le quite la vergüenza y haga que sea libre y feliz.
Sai sonrió.
—Sólo espero que eso no arrase con mi hermano.
Ino puso su mejor cara de diablesa.
—Bueno, siempre se le pueden dar vitaminas. O cierta pastilla azul.
Sai sonrió. Esa vez, de verdad. Y era una sonrisa preciosa. Una de las que deseabas atesorar para siempre. Que te llenaba el corazón y calentaba el alma.
La puerta se abrió y diversas voces masculinas llenaron el local. Shisui los recibió y empezó a servir bebidas. Hasta que dijo algo que le resultó curioso.
—El hermano de Itachi, sí.
Acto seguido, Sai se enderezó y un hombre corpulento se volvió hacia ellos. Su boca se torció en una mueca espeluznante, como si tuviera delante un tiburón. Tenía cicatrices en las mejillas y sus ojos casi parecían los de un pez. Su cabello corto, militar y su musculatura no daba dudas de que tenía algo que ver con uno de sus empleos.
—Sai Uchiha —saludó. Luego la miró a ella—. Interesante acompañamiento.
—Ino Hatake —se presentó.
Él soltó una risita por lo bajo.
—Ya sé quién eres. Yo sé todo lo de esta ciudad y desde luego, de los pimpollos nuevos que han llegado a ella. Tú y tus hermanas sois realmente interesante —dijo. Alargó la mano para atrapar su bebida y sin pedir permiso, bebió—. Ya que estás aquí, Sai. Tu hermano me pidió algo el otro día. Ten.
Le entregó un pequeño sobre blanco y arrugado que Sai no tardó en guardar bajo el abrigo.
—Dile que cada vez le debo menos favores. ¿Vale? —Se levantó y rascó la nuca—. Oye, chica —dijo mirándola—. Te daré un consejo para este mundo: no confíes ni en ti misma.
Luego, tras posar la bebida frente a ella, se alejó.
Ino la empujó, asqueada.
—¿Quién diablos es?
—Kisame —respondió Sai empezando a levantarse—. Hemos de irnos.
Ino no lo comprendía, pero la urgencia en la voz de Sai bastó para que comprendiera que era mejor obedecerle. Al pasar junto a la barra, vieron que Kisame se sentaba junto a otro grupo de hombres. Ninguno les miró mientras pasaban, pero al salir, no pudo evitar sentirse sofocada. Cuando se volvió, a través de los cristales se percató de que todos los miraban.
—Qué aterrador…
—No te preocupes —la tranquilizó él—. No te harán nada. No mientras sigan debiéndole favores a Itachi.
Ino miró la parte de su chaqueta que estaba abultada.
—Tu hermano tiene negocios sucios.
—No —negó raudo. Luego chasqueó la lengua, frustrado—. Mira, hemos hecho de todo para sobrevivir. Lo que ha hecho falta. No somos solecitos. Somos personas hambrientas y con miedo en esta vida. Pero Itachi está limpio. Te lo aseguro. Izumi está segura.
Aún así, algo dentro de ella, le hizo no creer sus palabras. Después, el consejo de Kisame se repitió en su mente, en cada paso, en cada suspiro.
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—Ya te he dicho que no vas a descubrir nada que yo no haya visto antes.
Asuma cubrió el rostro del cadáver de Toneri mientras él retrocedía. Cruzado de brazos, no cesaba de darle vueltas al asunto. Sí, Toneri tenía marcas de estrangulamiento. Poco más.
—Son jodidamente minuciosos.
—¿Qué crees? —cuestionó sarcástico Asuma—. No están en la cárcel por ser príncipes. Son asesinos y muchos, tan peligrosos que darían pesadillas a los ancianos hasta la muerte. Meticulosos y deseos de cualquier oportunidad por salir de aquí.
—¿Y ha escapado alguien?
—No —descartó Asuma limpiándose las manos—. No falta ni un solo reo.
—Eso hace que pensar en los guardias. ¿No crees? —indicó.
—Kakashi…—advirtió Asuma—. ¿Te quieres meter en ese lío? ¿Por este tipo?
—Por mi hija —corrigió—. ¿Qué me asegura que Hinata vaya a estar a salvo?
—Te comprendo, Kakashi, pero si dices que es cosa de los Hyûga, necesitas pruebas. Y claramente, este cuerpo no las tiene.
Maldijo entre dientes, apoyándose contra la pared.
—No han tardado nada en moverse. Ya han increpado a mi hija.
—Y has tomado una decisión, imagino.
—Pequeñas armas que espero que funcionen —confirmó—. No será fácil, eso sí. Pero si esto continua así, tendré que ir en busca de ella. Y la verdad, no sé si seré bien recibido tras la muerte de la madre de Hinata.
—Esa mujer os dio su bendición.
—Sí, pero a qué costo —remugó—. Como sea, si encuentras más pistas o algo, házmelo saber. Tengo muchas cosas que hacer estos días.
—¿Y eso?
—Tengo dos chicos trabajando para mí y estoy intentando comprender qué hacer con un tercero.
—¿Hablas de tus vecinos?
—Sí. Esos chicos son buenos —asintió—. Asuma, son inteligentes y hábiles. Necesitan respaldo económico nada más.
Asuma encendió un cigarrillo, sonriendo.
—Te recuerdan a ti. ¿Verdad?
—De cierta forma, sí —confesó.
Sólo esperaba no decepcionarles.
Continuará…
(1): sucede en capítulos anteriores.
(2): En otro fic sí, ukukuku.
