Otra vez aquí.
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Ron y Hermione hablaban de alguna cosa. Harry había perdido el hilo en cuanto abandonaron la abarrotada cocina de la Madriguera.
A pesar de que allí había mucho escándalo de voces y platos, el resto de la casa estaba en silencio. Solo el crujir que provocaba el viento de mayo al azotar la destartalada casa, perturbaba apenas un poco el triste ambiente. En aquel instante, el fantasma del desván se aburrió de la calma y comenzó a golpear con fuerza las cañerías. Hermione dio un respingo mientras comenzaban a subir las escaleras y Ron rio con desgano. La chica frunció el ceño, pero no lo regañó, simplemente sonrió. Últimamente nadie se reía mucho. Desde la batalla, desde los funerales….
Harry no podía acordarse de la última vez que había reído de verdad. Tal vez había sido a la orilla de aquel lago, luego de desmontar al dragón que los había ayudado en su victoriosa fuga de Gringotts.
Suspiró, subiendo cada escalón, desconectándose de lo que fuera que estuvieran hablando sus amigos, más aún cuando los vio tomarse de la mano mientras iban unos cuantos escalones por delante de él.
Se rezagó a propósito. Últimamente se sentía un mal tercio. Se alegraba sinceramente por sus amigos (¡Ya era hora que aceptaran sus más que obvios sentimientos!) Pero cada vez que los veía comportándose como una pareja sentía que estaba demás en la escena, a la vez que no podía evitar sentir un agujero en el estómago. Una desagradable sensación de soledad que era incapaz de ignorar. Más aún cuando conocía el remedio para ese amargo sentimiento.
Pero era incapaz de ir por ese consuelo. Era incapaz de ir a buscarla.
Su corazón golpeaba con dolorosa fuerza sus cosillas, cada vez que se encontraban en las comidas y la mesa abarrotada provocaba que estuvieran demasiado cerca uno del otro. Nuevamente se esforzaba por no rozarla mientras cortaba su carne al horno. Pero a veces era imposible no tocarse, y cuando eso ocurría, Harry debía utilizar todas sus fuerzas para no voltear hacia donde estaba ella, rodear su rostro pecoso con las manos y besarla como nunca se había atrevido a besar a una chica.
Pero había aprendido a contenerse. Besar a Ginny Weasley frente a toda su familia no parecía una maniobra muy inteligente de su parte.
Además de la posible pérdida de importantes miembros de su cuerpo por parte de los hermanos de su ex novia, también estaba el hecho de que no sabía cómo se tomaría la propia Ginny una acción como esa, tanto en público como en privado.
Faltaban dos días para que se cumpliera una semana desde la caída de Tom Riddle, y ni una sola vez desde entonces, Harry Potter, el niño que sobrevivió, el Elegido, el Gran Vencedor, se había atrevido a hablar con la menudita y habitualmente risueño hija menor de los Weasley.
Una parte de él tenía miedo que esos once meses que habían pasado desde que ÉL había terminado su breve relación, hubieran enfriado sus sentimientos, volviendo aquel cariño que le había manifestado tanto tiempo atrás en los jardines de Hogwarts, en una indiferencia mortal.
Le importaba demasiado Ginny como para poder sobrevivir a un contundente rechazo de su parte. Permanecer en silencio, mantenía la llama de la esperanza. El silencio no era un "NO" rotundo. Mantenía las puertas del "tal vez" entreabiertas, tentándolo a confesarle ciertas palabras que su yo de dieciséis años no se había atrevido a decírselo mientras caminaban descalzos por la orilla del lago negro. Sus manos entrelazadas y ella reía mientras le contaba anécdotas de su infancia. Él también reía en aquellos momentos robados. No se cansaba de oírla hablar y siempre la incentivaba a que siguiera haciéndolo cada vez que se quedaba callada. En esos momentos le bastaba con mirarla, tomar su mano y oler su perfume. No saber que esos instantes eran finitos había sido una agradable ignorancia.
También lo detenía otra cosa. Cada vez que pensaba en hacer que los saludos y las cortas conversaciones que habían compartido los últimos días fueran un poco más allá, no podía dejar de pensar que era un maldito egoísta.
Ginny había tenido una pérdida terrible a consecuencia de la guerra. Los Weasley habían perdido a uno de sus integrantes. Ahora la vida parecía dividirse en un antes y un después de la partida del sonriente y siempre bromista Fred Weasley
George no salía de su habitación, se había convertido en una sombra que se limitaba a existir. Percy no hablaba más que para responder alguna pregunta que se le hiciera. La señora Weasley se echaba a llorar en los momentos más inesperados y el señor Weasley la reconfortaba como podía, pero no parecía tener fuerza ni para consolarse a sí mismo.
Ginny no miraba a nadie a los ojos más de lo estrictamente necesario y ya no lucía su sonrisa pícara y risueña.
Ella necesitaba alguien que la apoyara y le brindara consuelo en esos momentos de duelo, no un estúpido novio que soñaba por la noche con besarla como lo hacía un año atrás.
Harry no sabía consolar. De niño había aprendido que las lágrimas no servían de nada. Nunca llorando había logrado conmover en lo más mínimo a sus tíos, todo lo contrario. Los castigos eran más crueles y largos cuando lloraba frente a tío Vernon, y tía Petunia lo acusaba de ser una niñita, cosa que hacía reír a su primo. Así que había aprendido a tragarse las lágrimas. No había llorado desde los cuatro años, no importaba lo injusto que fuera el castigo que le impusieran sus tíos.
Cuando Sirius murió no busco más consuelo que la soledad. Porque así había sido siempre y era incapaz de pedir ayuda a nadie.
Pero cuando Dumbledore murió las cosas fueron distintas. No pudo simplemente escaparse de todos. Ginny se había sentado a su lado en la sala común cada noche hasta el día del funeral. Tomando su mano y abrazando con fuerza mientras se acurrucaban junto al fuego.
No habían dicho gran cosa durante esos días, pero no era necesario.
Como tampoco lo había sido días atrás, durante los funerales de los caídos, cuando al ver su rostro bañado en lágrimas le había roto el corazón y sin ni siquiera pensarlo había dado un paso hacia delante, rodeándola con sus brazos. La abrazó con todas sus fuerzas.
No la había soltado hasta que los servicios finalizaron. A la mañana siguiente la fotografía de ellos dos abrazados y llorando en el hombro del otro, fue portada del Profeta bajo un título pomposo sobre el sufrimiento y las pérdidas que había dejado la guerra. Solo Rita Skeeter se había atrevido soltar un comentario mordaz sobre el amor joven, pero había sido tan insignificante que solo Hermione lo notó y lo comentó a la pasada con resignación.
Pero se había sentido impotente e inútil, cuando abandonaban el cementerio y se descubrió incapaz de decir algo para hacer que Ginny se sintiera mejor. Las palabras no salían, quedaron atrapadas en su garganta. Aunque era mejor así, ya que todas las palabras de consuelo que se le ocurrían eran frases huecas e insípidas.
Ginny necesitaba apoyo y él era un asco en eso.
Ron y Hermione seguían subiendo y hablando, pero Harry quedó inmóvil en el primer rellano de la escalera.
La puerta estaba entornada y un poco de la gris luz del cielo se colaba hasta donde él estaba con los pies soldados al piso de madera.
La puerta apenas abierta. Tentándolo tanto como lo tentaba quedarse callado y esperar que las cosas se dieran por puro milagro del cielo.
No sabía cómo hacer que alguien se sintiera reconfortado. No era bueno con las palabras y a veces era tan torpe para dar abrazos de consuelo como los de la señora Weasley. Años atrás cuando Cho lloraba, entraba en pánico y solía empeorarlo. ¿Y si pasaba igual con Ginny?
Por alguna ventana mal cerrada se coló un viento primaveral y abrió un poco más la puerta. Invitándolo.
Llamó a la puerta con suavidad y cuando una voz apagada le dijo que pasará, sintió el estómago hundirse.
Dio un paso adelante y entró.
Un par de ojos color chocolate se posaron sobre él por un momento. Sentada en el piso de su habitación con la espalda apoyada en su cama, lo miró como si no le sorprendiera verlo allí. Tenía el cabello desordenado como si no lo hubiera peinado y un viejo suéter grande azul con una enorme F dorada. Harry sabía de quién era y se le rompió un poco más el corazón. Su rostro se veía tan marchito, como si de pronto hubiera dejado de tener sólo dieciséis años.
Intentó sonreírle, pero solo consiguió una lamentable mueca poco definida. Ella era un sol, aún con los ojos hinchados y ojerosos, la piel pálida y la ropa desarreglada. Seguía siendo la chica hermosa que le había quitado el aliento por un segundo cuando la vio atravesar el hueco en el retrato. Seguía siendo esa chica de ojos grandes que parecía entenderlo sin palabras. Esa chica que lo transportaba al día más cálido del verano con solo un beso.
—Hola…
—Hola.
Ginny palmeó el espacio que había a su lado. Una invitación. Harry se sentó allí y vio lo que la pelirroja tenía en sus manos. Era un álbum de fotografías de su familia, abierto en una donde se veía a un Ginny pequeñita abrazando a un Fred de solo once años. Era una imagen tan triste dadas las circunstancias.
—¿Cuándo dejará de doler?
Su voz era baja y ronca, como si no la hubiera usado en mucho tiempo.
Lo pensó un momento. ¿Había dejado de dolerle la muerte de Sirius? ¿La de Dumbledore? ¿La de Dobby? ¿Dejaría de doler pensar en Remus? Si dolía, dolía cada vez que pensaba en cualquiera de ellos.
Rodeó a Ginny con un brazo y ella se acurrucó contra su pecho como lo hizo tantas veces aquel mes de mayo pasado, cuando pasaban las noches frente al fuego hablando de nada y de todo al mismo tiempo.
—Siempre va a doler, simplemente te acostumbraras…
—Que mierda…
Sin poder evitarlo rio. Una risa tonta y sin alegría. Ginny también rio alzando la cabeza y mirándolo a la cara. Sus ojos estaban húmedos y tristes pero había una diminuta sonrisa en los labios, tan parecida a aquella sonrisa que adornaba su rostro cada vez se besaban a escondidas en los pasillos del colegio. Ese recuerdo le aceleró el corazón al tiempo que recordaba lo egoísta que era.
Pero aquel desagradable sentimiento desapareció en cuanto vio a Ginny alzar su rostro, acercándose hacia él. Un beso, apenas un rose, todo lo que había deseado por casi un año. Y al fin…
—¡Bueno!—Ron entró dando un portazo con Hermione pisándole los talones con cara de fastidio— Ups, perdón…
No lo sentía lo más mínimo, Harry lo sabía. Lo conocía demasiado bien. Sus ojos azules dejaban ver la lucha que lo dividía, entre la diversión momentánea que le provocaba aguarle la fiesta y el inevitable desagrado que le provocaba ver a cualquier tipo metiéndole mano a su hermanita menor.
—Ron, no sea niño—le regañó Hermione con las mejillas coloradas.
Ginny resopló, lista para lanzarle a su hermano su famoso maleficio mocomurciélagos. Pero fue Harry el primero en actuar. Se levantó de un salto y dio un paso al frente, colocando una mano sobre el hombre de su sorprendido amigo. El era unos cuantos centímetros más bajo que el pelirrojo, pero no le importo. Tomándolo con la guardia baja, caminó hacia la puerta, como quien guía a alguien con gesto paternal. Y en cuanto sus amigos hubieran atravesado el umbral, hizo lo que más había deseado hacer esa mañana del pasado 31 de julio, casi un año atrás.
La puerta del cuarto del primer rellano de la Madriguera se cerró con un golpe en las narices de sus amigos. Hermione soltó una carcajada al tiempo que tomaba a un sorprendido e indignado Ron y lo arrastraba escaleras arriba otra vez.
—¿Has visto? ¡Qué falta de respeto!
Hermione rio aún más.
—Tú te lo buscaste, Weasley. —Replicó—Vamos, deja que tengan un poco de alegría.
Harry sintió la más grande de las satisfacciones al cerrar esa puerta en sus caras, sonriendo de verdad por primera vez en mucho tiempo. ¡Que linda era la venganza a veces! Volteó a verla todavía sonriendo.
El viento primaveral había arrasado con las nubes del cielo y el sol entró a raudales por la ventana de la habitación.
La luz adicional parecía hacer que su larga melena pareciera fuego. A Harry no le hubiera importado quedarse allí viéndola sonreír todo el día. Sus ojos brillaban, como tantas veces había visto cuando se reía a carcajadas.
Su pequeña sonrisa se acentuó y por un segundo pareció resplandecer. Mirarla siempre había sido como mirar una luz muy potente, pero en aquel momento sus ojos se habían acostumbrado y ya no daría un paso atrás, nunca más. Todo lo contrario. Ahora era una polilla que felizmente iba directo hacia la luz.
—¿En que estamos?—preguntó en tono despreocupado.
—Besabas a tu novia, noble idiota.
Harry sonrió al comprender todo lo que esa frase implicaba.
—Sí, besaba a mi novia.
Volvió a abrazarla. Volvió a aspirar aquel aroma que lo hacía soñar con cosas hermosas y felices. Volvió a mirarla a los ojos, convencido que quería mirarlos por horas y para siempre. Y al fin disponía de todo el tiempo del mundo para hacerlo.
Y sin nada más que añadir, volvió a besarla.
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FIN.
