Disclaimer: los personajes de Twilight son de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Rochelle Allison. Yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Rochelle Allison; I'm only translating with their permission.


The Maybe Valentine

Alguien empuja demasiado cerca, enviando nubes de perfume y alcohol en mi dirección.

—Lo siento —dijo él arrastrando las palabras.

—No hay problema —dije, pero él ya se encontraba lejos.

Encogiéndome con el chillido que provenía del pequeño escenario a mi izquierda, eché un vistazo a mi teléfono de nuevo.

Nueve cuarenta. Ninguna llamada, ningún mensaje. Ella no solo estaba retrasada—probablemente ni siquiera vendría.

Suspirando, consideré romper la rosa en mi mano y dirigirme a casa. Me sentía como un imbécil, solo en un bar el día de San Valentín, escuchando música horrible y sosteniendo flores para una chica que probablemente me dejó plantado.

—¿Puedo traerte algo, cariño? —medio gritó la camarera, tocando mi brazo.

—Nah, estoy bien —dije, sacudiendo la cabeza.

—Vamos. Va por mí. —Sonrió compasivamente y echó un vistazo a la rosa, lo cual me hizo sentir incluso más patético—. ¿Stella? ¿Heineken?

—Sierra Nevada, por favor, si tienes.

—Claro. Espera aquí. —Giró y regresó a la barra, cabello largo y rubio cosquilleando la parte superior de su trasero. Buena vista, por supuesto, pero era una apreciación vacía. Ella era evidentemente hermosa, pero no mi tipo, y era lo suficientemente evolucionado para saber que ella no estaba coqueteando. Por lo que apestó cuando ella se dio la vuelta con mi cerveza y me atrapó mirando.

Ahora ella solo lucía precavida.

—Gracias, lo aprecio —dije, deslizando unos cinco dólares.

—Dije que iba por mi cuenta —dijo, pero yo solo sonreí y me puse de pie.

—Entonces, para tu propina.

Ella aún vaciló, sus ojos volviendo a esa estúpida flor.

—Gracias —dijo eventualmente, guardando el dinero.

Bueno, eso había sido innecesariamente incómodo. Caminé hacia el escenario, no deseando que ella pensara que era una persona siniestra. La banda había comenzado de nuevo. Ellos eran bastante buenos; no los mejores que había escuchado ni los peores. Había peores maneras de pasar San Valentín.

De hecho, no. No había.

Sintiendo lástima por mí mismo, consideré darme el lujo de tomarme un taxi... y entonces la vi. No a Angela —y en llegados a ese punto estaba contento, porque ella podía irse al diablo— sino esta otra chica en jeans oscuros y un suéter rosa. Altura promedio, contextura promedio, pero aún así no parecía haber nada promedio sobre ella.

Quizás era su cabello largo y marrón y lo brillante que era—incluso en las penumbras de un pequeño bar. O su suéter, el cual era probablemente la cosa más brillante en este lugar. O podría haber sido la manera en que ella llenaba sus jeans, o el hecho que mientras ella estaba vestida un poco más conservadora que algunas de las otras chicas aquí, ella aún tenía este baile inocente y provocativo en acción. Meciéndose. Ella estaba fascinada con la banda, cantando al ritmo de la letra. Seguí su mirada y casi resoplé en mi cerveza cuando vi a Jasper Hale devolviéndole la mirada, sonriendo y guiñándole el ojo como el chico bonito y arrogante que era.

Sí, conocía a Jasper. No éramos exactamente amigos, pero habíamos tomado un par de clases juntos hace un semestre o dos. Tenía amigos que eran sus amigos, y lo veía en las fiestas o lugares como este cada cierto tiempo. Él siempre estaba trabajando en su álbum, lo que era genial, pero... ya sabes. Como sea. Jamás lo vi con la misma chica dos veces.

Así que, la hermosa morena estaba meciéndose, y Jasper cantaba, y la media botella de cerveza en mi mano rápidamente estaba calentándose. La terminé de un trago, no queriendo que se desperdiciara, y decidí terminar la noche.

Mi teléfono vibró. Sentí la molestia y la esperanza apoderarse de mí, pero solo era Emmett, enviándome un mensaje ebrio para hacerme saber que él siempre sería mi Valentín. Le agradecí, mayormente por la risa.

No era demasiado tarde. Sería capaz de llegar al siguiente tren, y ni siquiera tendría que apresurarme demasiado. Había pizza en el refrigerador y, a menos que Ben la haya tomado, un six-pack con mi nombre en él.

—¿Edward?

Volteé al sonido de mi nombre, y he aquí, era Edward.

—Amigo, eres tú —gritó, todo emocionado—. ¡Estás aquí!

—Sí. —Reí—. Y acabo de recibir tu mensaje. ¿Qué pasa?

—Nada, nada. Solo vine a pasar San Valentín con mi chica.

—¿Quién? —pregunté, genuinamente curioso. Emmett había estado soltero por un tiempo ya, no por falta de intento. Él era un tipo apuesto y gracioso, pero un poco exuberante. Tendría que ser una chica especial para lidiar con sus payasadas.

—Rosalie —dijo, sonriendo como un tonto—. La camarera.

Levanté mis cejas, impresionado.

—¿En serio? Ella es sexi, amigo. Felicitaciones.

—Sí, lo sé. Muy inteligente también —dijo, dando unos golpecitos en su cabeza. Podía ver eso. Ella no había actuado como una barbie en absoluto.

La banda anunció de nuevo otro "corto" descanso. Eché un vistazo al escenario, donde Jasper estaba bajando su guitarra. Él bajó al suelo y se dirigió rápidamente a la morena, besándola en la boca. Tomé la oportunidad de darle a Emmett un rápido abrazo.

—Me voy.

—¿Qué? Pero si acabas de llegar aquí.

—De hecho, no es así. He estado aquí por un rato esperando a Angela.

Él miró a nuestro alrededor, frunciendo el ceño.

—¿Oh, sí?

—Estoy noventa y nueve por ciento seguro que ella me dejó plantado. Ella tenía que reunirse conmigo hace una hora. O más.

La mirada de Emmett cayó a la rosa que tenía en mi mano. Era un completo imán para la lástima, pero no podía forzarme a desecharla.

—Eso apesta, amigo.

—Sí.

—Puede que sea lo mejor. Ella es un poco hipster.

Puse los ojos en blanco.

—No realmente.

—Sí, amigo, lo es. Y ella es prejuiciosa.

Emmett nunca había sido fan de Angela, y apreciaba eso por una vez.

—Como sea, estoy cansado. Saldré de aquí.

—Aburrido, amigo. Aburrido —dijo, sacudiendo la cabeza—. Pero te comprendo.

Golpeé su espalda.

—Pásalo bien. Hablaremos mañana.

Dejé mi botella vacía al final de la barra y salí, donde varias personas estaban amontonadas contra la pared, fumando. El cabello rubio de Jasper sobresalía de inmediato, pero entonces la chica que succionaba su lóbulo no era la misma que la de adentro. Sorprendido, me detuve en seco, haciendo que el chico detrás mío chocara contra mí.

—Ten cuidado, idiota —bufó, empujándome para pasar.

Ignorándolo, volví a entrar. En efecto, la morena estaba sentada en una pequeña mesa sola, jugando con su teléfono y mirando alrededor. No pude evitar sentirme mal por ella, esperando a un tipo que obviamente no le importaba ella. Jasper era conocido por ser del tipo que las ama y las deja, pero esto era tonto, incluso para él.

¿Por qué me importaba? Metí mis manos en mi chaqueta y giré para irme de nuevo, pero entonces la morena se puso de pie. Ella atravesó la multitud ebria, directamente hacia la salida. La seguí, temiendo lo que ella vería cuando salga allí.

No fue tan genial. Jasper y la otra chica estaban abrazándose y riéndose, probablemente a segundos de besarse.

Vi la expresión de la morena caer. Ella observó por un minuto, todo su cuerpo desinflándose, y entonces se fue, caminando en la dirección opuesta.

La alcancé, esperando que ella no llorara o algo.

—Oye —dije, caminando a su ritmo.

—Hola —respondió, su voz ahogada. Ella mantuvo su mirada agachada, y pensé que quizás estaba llorando un poco, o tratando de no hacerlo.

Le tendí la rosa.

Ella la tomó, mayormente con asombro.

—¿Por...Por qué me das esto?

—No lo sé, solo... Feliz día de San Valentín.

Ella se rio amargamente.

—Honestamente, no, pero aprecio el gesto. Gracias.

—De nada. —Caminamos uno al lado del otro por una cuadra. No fue incómodo, en serio, pero ella no me había echado, así que supuse que estaba bien—. Soy Edward.

—Bella. —Ella ofreció la mano más cercana a mí, y las estrechamos.

—Mi cita me plantó, por lo que... la noche ha sido un fracaso para mí también —dije.

—Eso apesta —dijo ella, arrugando la nariz—. Lo siento.

—Sí, bueno. —Metí las manos en mis bolsillos—. Como sea. Sabes lo que dicen sobre el día de San Valentín.

—¿Qué, que es una estrategia de marketing o algo?

—Sí.

—Eso he escuchado. —Ella puso los ojos en blanco—. Aunque parece extremadamente cínico.

Me reí, observándola. Ella parecía un encanto, y uno muy hermoso. Había pasado un tiempo desde que una chica me había llamado la atención así. Quiero decir, pasaba el tiempo con chicas siempre. A veces, salía con ellas o incluso me acostaba con ellas. Pero esta chica tenía una belleza silenciosa, una que se volvía aparente con cada segundo que pasaba.

Ella caminaba con propósito, pero con precaución, como si intentara evitar las grietas en la acera. Ella mantenía la rosa cerca de su cuerpo, como si estuviera acunándola. Ella se mordía el labio mucho, y sonreía mucho, y fruncía el ceño mucho, y cuando nos miramos, ella mantuvo el contacto visual, incluso cuando la hizo lucir tímida y sonrojada.

Nos detuvimos frente a un cruce personal, debajo de un semáforo. Había una suave pizca de pecas en sus mejillas. Me gustaban. Fue entonces que me di cuenta, con una ligera alarma, que podía enamorarme por completo de una chica como ella, quizás esta chica. Pero, ¿quién demonios era ella? Alguien que, literalmente, había recogido de un bar. Alguien que había visto besar a Jasper Hale ni siquiera hace una hora atrás.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó, observando atentamente a la mano roja brillante que nos advertía que no camináramos.

Mi pecho se contrajo, porque ella me había delatado. Así de fácil. Ella tenía razón—¿qué estábamos haciendo?

—Me refiero a ahora mismo —dijo, aclarándose la garganta.

Oh. Oh. Cierto. Obviamente. Ella probablemente pensaba que la estaba siguiendo a casa como una persona siniestra.

—¿Tienes hambre? —pregunté.

La luz cambió, y comenzamos a cruzar la calle. Había llovido temprano, y el asfalto brillaba debajo de las luces de neón.

Una pequeña sonrisa se asomaba por sus labios.

—Quizás. No lo sé; podría comer.

—Está este lugar...

—Ni siquiera te conozco.

—Está bien —dije, devolviéndole la sonrisa—. Puedes conocerme.

—Y tú tampoco me conoces —siguió—. ¿Y si soy una demente?

—Quizás me gusta eso.

Ella puso los ojos en blanco, pero estaba sonriendo.

—Ah, persuasivo. Ya veo.

—Entonces, ¿eso es un sí?

Acariciando ligeramente los pétalos de su flor, ella apartó la mirada.

—Eh, claro. ¿Por qué no? —Definitivamente nerviosa. No quería que estuviera nerviosa, pero quizás eso era inevitable—. ¿Está lejos?

—Nop. Aunque a un par de calles. Tenemos que dar la vuelta un poco. ¿Eso está bien?

—Mhm. —Nos apresuramos a alcanzar el pequeño grupo que cruzaba la calle. La guié alrededor de un pozo en la calle, no queriendo que ella se cayera, y entonces hice una mueca, esperando no ser demasiado toquetón.

—Y bien. ¿Cómo se llama ella? —preguntó ella.

—¿Quién, la plantona?

—Sí. —Ella me tendió la rosa y comenzó a recoger su cabello—. La dueña original de la flor.

—Angela.

—Bonito nombre.

—También lo es Bella.

—Eso he escuchado. —Suspiró, tomando la rosa de regreso. Quebrando el tallo a la mitad, insertó la rosa en su cabello—. ¿Cómo luzco?

—Bien. Como una bailarina de flamenco.

—Genial. —Me gustaría que se soltara el cabello, porque parecía tan suave y suave, pero esto era sexi. Podía ver sus orejas, la elegante curva de su cuello.

Eché un vistazo al restaurante más adelante.

—Allí es dónde vamos.

—¿Saki Too? —Ella sacudió la cabeza, sonriendo—. Me encanta este lugar.

—¿En serio? —Probablemente no debería haber estado sorprendida. Ambos habíamos terminado en el mismo bar antes; obviamente estábamos en círculos similares.

—Sí. Vengo aquí con mis amigos todo el tiempo.

—Supongo que no tengo que preocuparme sobre si te gustará o no, entonces. —Abrí la puerta para ella, y ella pasó por mi lado, lo suficientemente cerca que podía olerla—. Hueles a galletas o algo.

—Eres astuto —dijo—. Es una loción... azúcar vainillado o algo. Mi prima me lo obsequió.

—Es... dulce.

—Bueno, ella tiene siete. —Apartó el flequillo de sus ojos.

—Me gusta; te queda.

—¿Dices que soy dulce? —Sonrió.

—No lo sé; ¿lo eres?

—Quizás, quizás no.

La anfitriona nos sonrió, menús en mano.

—Bienvenidos a Saki. ¿Mesa para dos?

—Sí, gracias.

—Tienen suerte; el ajetreo de San Valentín acaba de disminuir —dijo mientras nos quitábamos los zapatos y los guardábamos en un estante especial a un costado.

—Fue algo de último momento —mascullé, pero ella ya estaba dirigiéndonos hacia nuestra mesa.

Nos acomodamos en el suelo y deslizamos nuestras piernas debajo de la mesa, donde colgaron dentro de un hoyo rectangular. Este es el lugar dónde Emmett y yo veníamos cuando queríamos un buen sushi o simplemente relajarnos; la comida no era barata pero valía la pena, así como el ambiente. Suspiré por dentro, pensando en Angela, a quien había traído solo una vez. Ella lo había odiado, no era fan de "estar alrededor de los pies de otras personas". Como sea.

Bella bajó su cartera, uniendo sus manos sobre la mesa. Era la primera vez que la había visto en una buena iluminación. Su piel era pálida, pero de una manera sonrojada y rosada, y su cabello comenzaba a liberarse del nudo. Ella también había aflojado su bufanda, y creí que podía ver el brillo de un collar acurrucado abajo en alguna parte.

—¿Qué? —preguntó ella, obviamente un poco cohibida.

—Nada. —Tomé un sorbo de agua—. Solo estoy contento de que estés aquí conmigo.

Se sintió un poco raro entonces, por lo que estuve aliviado cuando nuestra camarera apareció para tomar nuestra orden de bebidas. Bella dijo que le gustaba el sake también, por lo que lo ordené para nuestra mesa. Y, como los dos estábamos familiarizados con nuestros favoritos en el menú, decidimos ordenar la cena también.

Cuando el sake llegó, le serví a Bella primero. Volteé mi vaso para servirme, pero Bella me detuvo, sus pequeños y delgados dedos fríos contra los míos.

—Se supone que debes dejarme a mí.

—Oh —dije, un poco sorprendido—. Está bien.

Ella tomó el pequeño jarro y llenó mi vaso, mordiéndose el labio.

—Es considerado mala suerte servirte por tu cuenta.

—No sabía eso —admití. Ella se encogió de hombros, sonriendo, y eso detonó una sonrisa en mi rostro. ¿Cómo demonios ella había terminado con Jasper Hale? Por otro lado, era fácil ver lo que él vio en ella. Puede que él haya estado con una chica diferente cada noche de la semana, pero él no discriminaba. Si eras adorable, eras adorable.

Tomé un sorbo de sake.

—Entonces, ¿cómo conociste a Jasper?

Frunciendo el ceño ligeramente, ella esquivó la mirada.

—¿Cómo conoces a Jasper?

—En la escuela; amigos. Ya sabes.

—Oh.

—¿Quieres, eh, no hablar de él? —pregunté, genuinamente arrepentido de ver su expresión caerse de la manera en que lo hizo. Aunque no estaba realmente arrepentido de haber preguntado. Necesitaba saber.

—Cuido de mi sobrino —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Soy una niñera de medio tiempo.

—¿Cuántos años tienes?

—Como veinticuatro. —Sus ojos volvieron a los míos ahora.

—¿Cuándo es tu cumpleaños?

—En septiembre.

—Ah.

—¿Eso es un buen ah o un mal ah?

—Un ah neutral. Mi cumpleaños es en junio.

—¿Y cuántos años tienes?

—Como veintiséis.

Sus ojos brillaban. Le gustaba; podía verlo.

—¿Cómo te ganas la vida?

—De hecho, estoy trabajando para convertirme en un paramédico —dije.

—¿En serio? ¡Vaya!

—Sí, bueno. Estuve en pre-medicina, pero en algún punto decidí que simplemente no era para mí. Mis padres son doctores, así que estuvieron un poco tristes cuando no seguí ese camino, pero están de acuerdo con la idea ahora. Sigo haciendo algo en el mismo campo, ¿sabes? Se siente correcto.

—Creo que es genial —dijo Bella, llevando un par de edamames en su boca—. Realmente estarás ayudando a personas.

—Sí. Estoy emocionado por ello.

—¿Crees que te quedarás aquí?

—Probablemente. Estoy bastante establecido aquí. ¿Qué hay de ti?

—¿Si me quedaré?

Asentí.

—Eso creo. Estoy como... en el aire ahora mismo, pero, me gusta Seattle.

—¿Para qué fuiste a la escuela? —pregunté.

—Mi especialización era Inglés. Quería enseñar, pero...

—¿Qué pasó?

—Tuve problemas para encontrar un trabajo fijo. Di muchas clases como sustituta por un tiempo, y entonces un día una amiga me recomendó con Charlotte y Peter. Ellos necesitaban a alguien para cuidar a su hijo, y ahora ha pasado más de un año.

—Pero lo disfrutas —supuse, asimilando su expresión contenta y tranquila.

—Más de lo que pensé que haría. Laurent es un niño increíble, y Charlotte se ha vuelto una amiga cercana. De hecho... —Sus mejillas se volvieron de un color rosa más oscuro, y no pude evitar pensar en lo mucho que apestaría tener mi emociones difundidas como luces de neón todo el tiempo—. Ella me dijo cómo era su hermano. Supongo que debería haber escuchado.

Ella no tenía que decir algo más; podía imaginar los tipos de cosas que Charlie había dicho.

—No puedes evitar quién te gusta —dije, encogiéndome de hombros.

—Supongo que no.

—A mis amigos tampoco les agrada Angela.

—¿Por qué no?

—Bueno, en primer lugar, Emmett es un aficionado del tocino y Angela es vegana.

Ella resopló, riéndose, y yo también, porque era ridículo a pesar que era verdad.

Bebimos, y charlamos. Ella me contó sobre Forks, el pequeño pueblo cubierto de lluvia en el que ella había crecido, y yo le conté sobre Chicago, la ciudad que aún llamaba casa a pesar de haber vivido en Seattle por años. Nuestro sushi salió, un dragón extravagante que consistía en diferentes tipos de sushi y sashimi, y comimos hasta que estuvimos llenos. Incluso entonces, hicimos lugar para el helado de té verde.

Había conocido muchas chicas, tenido muchas relaciones diferentes. A menudo podía notar cuándo le gustaba a una chica, y con Bella, era sutil... pero allí, con sus mejillas sonrojadas y labios mordidos. Sus ojos contaban la mayoría. Estos brillaban con discurso sin censura, como si la conexión de nuestras miradas era el detrás de escenas de la conversación para-conocernos que nuestras bocas tenían. Química pura, supongo, porque aunque me gustaba su personalidad, la manera en que ella hablaba y las cosas que decía, y aunque apreciaba que parecíamos tener mucho en común, había este elemento básico y puro de atracción por debajo de todo.

Eventualmente fuimos la última mesa en el restaurante. Había sido un mesero por un tiempo en la universidad; sabía lo horrible que era querer ir a casa pero tener que servir a una parte que seguía allí. Pagando de inmediato, le agradecí a nuestra mesera y guié a Bella hacia la salida. Hacía frío ahora, y había una ligera neblina.

—Agh, definitivamente comí demasiado —gruñó ella, frotando su vientre.

—Sí, yo también. Siempre lo hago cuando vengo aquí. —Bajé la mirada hacia mi teléfono para ver la hora. Se estaba haciendo tarde, eran pasadas las diez—. Entonces...

—Entonces... —Su cabello estaba suelto de nuevo. Ella lo llevó por detrás de sus orejas y entrecerró los ojos hacia la calle.

—¿Vives cerca?

—En Queen Anne.

—Bonita zona.

—Sí, me gusta. La comparto con un par de amigas.

Un silencio incómodo nos cubrió. Mi tiempo había acabado: habíamos llegado al punto de inflexión natural de la noche donde conseguiría su número y luego me despediría o le pediría que se quedara conmigo. Ella también lo sabía, por la manera en que ella se negaba a mirarme a los ojos a pesar del hecho que ella lo había estado haciendo durante el último par de horas.

Pero entonces la miré de cerca, realmente de cerca. Ella estaba esperándome a mí. Sin dudas.

—¿Quieres venir a casa? —solté, incapaz ya de lidiar con la tensión—. ¿A mirar una película o algo?

Ella frotó sus brazos, como si tuviera frío.

—Esto está rompiendo al menos la mitad de mis reglas, pero sí. Está bien.

—¿Tienes reglas?

—Toda chica las tiene.

Un taxi que por casualidad estaba circulando por la calle, y, sin querer lidiar con el transporte público ahora que Bella estaba conmigo, lo llamé. Nos subimos al asiento trasero, y le dimos al chófer la dirección mientras Bella le enviaba un mensaje a alguien en su teléfono.

Ella lo guardó una vez que comenzamos a movernos.

—Solo le hago saber a mis amigos dónde estoy.

—¿Esa es una de tus reglas también? —pregunté, descansando la cabeza en el asiento.

—Te estás riendo de mí. —Ella hizo un puchero fingido.

—Sí, bueno. —Fui a por ello, tomando su mano y sosteniéndola suavemente—. Los chicos solo se ríen de las chicas que les gustan.

—De nuevo, con las frases persuasivas.

—Estoy siendo honesto. —Me reí—. Soy una persona directa.

—Me gusta eso —dijo, echando un vistazo por la ventana por un segundo antes de regresar su mirada a mí. Le dio un apretón a mi mano.

La acerqué un poco más a mí.

Me comporté durante todo el camino a mi casa.

Incluso me comporté una vez que estuvimos adentro.

Pero algo se apoderó de mí mientras la ayudaba a quitarse la chaqueta y la colgaba en el perchero. La manera en que su cabello, el cual ella seguía atado en nudos y soltando como si fuera un hábito nervioso o algo, caía en pequeños mechones en su nuca. Cómo ella olía dulce, casi a azúcar de cerca.

Dando un paso hacia atrás, colgué mi propia chaqueta junto a la suya y señalé hacia la sala.

—¿Quieres algo de beber? ¿Cerveza? ¿Agua?

—Tomaré agua por ahora —dijo, siguiéndome—. He estado bebiendo toda la noche.

—¿Estás ebria? —pregunté, bromeando.

—No, ¿por qué? ¿Eso arruina tus planes de aprovecharte de mí? —respondió, cruzándose de brazos.

—Nah, no es realmente mi estilo. Prefiero que mis chicas estén despiertas y dispuestas.

—Qué bueno saberlo.

—¿Por qué, lo estás considerando? —pregunté, tendiéndole una botella de agua fría.

Ella se echó a reír, sacudiendo la cabeza.

—No lo sé; tú dime.

La tuve contra la encimera antes que la sonrisa siquiera abandonara sus labios.

—Bueno, creo que dos personas no hablan de la manera en que estamos hablando a menos que los dos estén pensando en eso. Y yo estoy pensando en eso.

Ella se estiró y tocó mi cabello.

—Está bien.

—¿Está bien, estás pensando en eso o quieres...?

Esta vez, ella me interrumpió, llevando su boca a la mía. La recibí con una ferocidad silenciosa, el resultado de coquetear y hablar y mirar, todas esas malditas miradas, toda la maldita noche. Ella soltó su cabello y tomó mi camisa, acercándome más y entonces sus manos regresaron a mi cabello, la punta de sus dedos enredándose y jalando.

Me aparté cuando ella gimió, ambos jadeando pesadamente.

—¿Acaso...?

Me gustó como ella había sabido por lo que la besé de nuevo, interrumpiéndola.

—Lo siento.

—No lo estás —ella casi jadeó.

—No lo estoy —coincidí.

—Bien. Tampoco lo estoy.

Nos besamos de nuevo. Mantuve mis manos en sus caderas, pero no me detuvo de aferrar y pegar su cuerpo al mío. Ella se sentía como si encajara. Intentamos detenernos un par de veces, pero pronto fue obvio que realmente queríamos hacer exactamente esto: besarnos, tocarnos. La subí sobre la encimera y la besé una y otra vez, gustándome la manera en que ella envolvió sus piernas a mi alrededor.

—Realmente me gustas, Bella —dije, enredando mi dedo en el cuello de su suéter así podía bajarlo y besar su cuello. Ella sí tenía un collar: una cadena de oro delicada con una pequeña estrella. Besé alrededor de este, pasando mi lengua a lo largo de una de sus clavículas.

Ella intensificó sus piernas a mi alrededor, temblando.

—Me pone contenta.

—Lo digo en serio.

—También me gustas. Probablemente desde antes que te gustara.

—Por ¿qué, cinco segundos?

Ella se rio, y supe que estaba en problemas porque esa pequeña risita gutural se estaba convirtiendo en una de mis cosas favoritas.

—Te vi esperando. En el bar.

—Sí, tú y todos los demás —dije, sacudiendo la cabeza en resignación—. Aunque me sorprende que me vieras en absoluto. Estabas tan embobada con Jasperrrr.

—Sh. —Ella jaló de mi cuello hacia adelante bruscamente, besando mi boca—. Me gustan los chicos lindos, ¿de acuerdo?

—Entonces, ¿qué dice eso de mí?

—Que eres un chico lindo...

—¿Lo soy?

—...y uno engreído.

—En realidad, no soy tan engreído —dije, deslizando mis brazos alrededor de su cintura.

Ella me miró, frotando sus pulgares por mis mejillas. Pensé que quizás mi corazón se saltó un latido. Así como cuando en tercer año Katie Tancredi, la chica de último año más sexi de la escuela, me preguntó si iría al baile de graduación.

—Solo lindo.

—¿Podemos encontrar un término más masculino que lindo? —pregunté, mordisqueando su barbilla, disfrutando la charla tonta.

—¿Como robustamente apuesto?

—Sí.

—No.

—Tú eres la linda —dije—. Te noté.

—¿Sí? —Ella se apartó, mirándome—. ¿Qué notaste?

—Tu cabello. Tu suéter. Y... —Me estiré y curvé mis manos alrededor de su trasero, bajándola de la encimera—. Esto.

Pensé que ella podría sonrojarse de la manera que lo había hecho toda la noche, pero en cambio ella simplemente se inclinó hacia adelante y me besó de nuevo. Y de nuevo. Hasta que estábamos de vuelta dónde habíamos estado momentos antes, demasiados perdidos en lo que estábamos haciendo como para preocuparnos por el hecho que solo nos habíamos conocido solo horas atrás.

—Se siente como si te conociera —susurró ella, besando mi oreja.

—Sal de mi cabeza —dije, bajándola de la encimera por completo así podíamos ir a mi cuarto—. Estaba pensando justo en lo mismo.

Ella se encogió de hombros, dejándome enlazar mis dedos con los de ella.

—Es muy fácil hablar contigo.

—No todos sienten lo mismo —dije, encendiendo la luz en mi cuarto. Mi escritorio y mi armario eran un desastre, pero afortunadamente mi cama estaba hecha y el piso estaba libre de prendas—. Emmett dice que soy un esnob.

Bella resopló, cubriéndose la boca.

—De ninguna manera.

—Sí. Él siempre está criticándome. Te agradará.

—¿Angela es una esnob? —bromeó ella, inclinando la cabeza.

—Algo así.

Ella se sentó al borde de mi cama, observando mientras me quito los zapatos y la camisa, tenía otra debajo, pero el hecho que estaba quitándome algo definitivamente traía un nuevo nivel de intimidad a lo que estábamos haciendo.

Hice una pausa, inclinándome contra mi escritorio.

—Y bien...

—Y bien, no tengo sexo en la primera cita —dijo ella. Su rostro estaba sonrojado de nuevo, pero ella mantenía su mirada sobre mí, como si estuviera desafiándome.

—Yo tampoco.

—Okey.

—Okey. —La observé, sabiendo que aunque no fuéramos a hacerlo, había muchas cosas que quería hacer—. ¿Va a haber más entonces?

—¿Qué, citas?

—Sí.

—Eso espero. —También se quitó los zapatos, y su cárdigan, quedando solo en jeans y una blusa. No creo que ella estuviera usando un sostén. Su cabello estaba suelto de nuevo. Todo lo que quería hacer era pasar mis dedos por él, pegar mi rostro en él. Ver si las pequeñas brisas de aroma que había estado recibiendo toda la noche estaban concentradas allí.

Caminé hacia la cama y me subí, empujando a Bella sobre su espalda.

—Estoy contento que Jasper sea un imbécil —dije, acomodándome a su lado.

—Bueno, estoy contenta que Angela sea una esnob. Y que te haya dejado plantado.

Me incliné para besarla.

—Sí, yo también.

No había besado a alguien en lo que parecía ser años. Alguien así, es decir, alguien como Bella. Alguien quien genuinamente me gustaba, me gustaba lo suficiente que si besarla es todo lo que íbamos a hacer, estaba bien con eso. Más que bien: me gustaba. La última vez que había pasado la noche en vela besando a alguien estaba en la secundaria.

Nos quedamos dormidos cerca del amanecer, cuando el cuarto justo comenzaba a disiparse en colores lavanda y azules. Todo se sentía casi como un sueño de todos modos: besos que se perdían uno en el otro, caricias. Cabello en mi rostro, piel debajo de mi boca y mi lengua, manos cálidas por su calor.

Me desperté en una cama vacía, el sol brillaba débilmente a través de las persianas. Frotándome los ojos, me levanté y salí hacia la cocina, preguntándome adónde se había ido ella. Esperaba que ella no se hubiera ido de verdad. Ni siquiera tenía su número.

Pero entonces la vi, acurrucada en el sofá vistiendo mi vieja sudadera universitaria, su teléfono en sus manos. La flor de anoche estaba enredada en su cabello de nuevo, una rosa que se marchitaba en mechones desordenados.

—Hola —dije, bostezando. Hice una pausa.

—Hola. —Ella sonrió, casi tímidamente.

—¿Has estado despierta por mucho tiempo?

—No. —Ella dio unas palmaditas al lugar junto a ella, y como un cachorro, fui directo a ella, dejando caer mi cabeza en su regazo. Ella rascó suavemente mi cuero cabelludo, sus ojos llenos de algo que no puedo descifrar aún—. Jasper me envió varios mensajes anoche. Creo que él estaba un poco preocupado cuando me fui así.

—¿Por qué simplemente no te llamó?

—Porque él es un imbécil.

Cualquier noción de duda que podría o no haber tenido acababa de desaparecer, y le sonreí.

—¿Le respondiste?

—Sí, justo ahora. Le dije que no se molestara... él está demasiado ocupado con alguien más.

—¿Le dijiste eso? —Me reí.

—¿No debería haberlo hecho?

—No, definitivamente deberías haberlo hecho.

Asintiendo, ella dejó su teléfono a un lado y se movió hacia abajo así estábamos sobre nuestros costados de frente en el sofá. Mi sudadera era tan larga que le llegaba casi a las rodillas. Estiré una mano debajo de ella, deslizando mis manos a lo largo de sus muslos, encantado con la piel de gallina que provocó.

—¿Tienes hambre? —pregunté, besando su oído a pesar que su cabello hacía cosquillas mi nariz.

—Mhm.

—Veamos lo que hay en el refrigerador. Estoy hambriento.

—Espera —dijo ella, no dejando que me levantara. Y entonces, simplemente me observó.

La observé también... realmente la observé. No era solo su belleza, o la manera en que su cuerpo se sentía contra el mío, o lo bien que olía su cabello. No era la flor, o las pecas, o la cremosidad de su piel. Era la manera en que ella me miraba, y cómo ella parecía entenderme. Sabía que ella no era perfecta, y ella tenía que saber que yo tampoco lo era, pero quizás éramos perfectos para el otro. Quizás.

Una voz realmente suave me advirtió que no me apresurara, pero sabía que no iba a escucharla. Teníamos tiempo, sí, pero a veces simplemente lo sabías.

Lentamente, ella sonrió, y bajó la mirada.

—¿Qué fue eso? —pregunté, pasando mi pulgar por su labio inferior.

—Quería ver tus ojos en la luz del día. —Mordió mi pulgar y la medio derribé, ubicándola debajo de mí a pesar de que, y quizás porque, se retorcía con risitas.

Y entonces, la besé.