¡Hola! Algunas notas rápidas sobre este fic:
Me encanta Castlevania, pero lo que hicieron con Lenore y Héctor es una porquería enorme, así que esto lo escribí en mayo (específicamente, el 14 de Mayo con mi corazón hecho un puño por lo que sucede). La Lenector Week fue lo que me animó a terminarlo (y sigo en proceso).
En fin. Con este fic, intento darle un poco de sentido a las incoherencias y contradicciones que a lo largo de la 4a temporada se ven. Por falta de tiempo, sin embargo, no pude profundizar en cómo es que Héctor y Varney y Saint Germain terminaron contactándose y uniéndose a lo del plan para revivir a Drácula.
Utilicé algunas prompts que aclararé en cada capítulo, pero en general esto caería en el día 5: "Final Feliz" y es un canon divergence, porque, como dije, hay muchas detalles que me hicieron no disfrutar como debería el final.
Disclaimer:
Las letras y citas incluidas en el texto son propiedad de sus respectivos autores.
Advertencias:
Supongo que el OOC obligatorio.
CAPÍTULO 1
Arrodíllate y Lame mis Pies
¿Cómo puede existir
ese amor por el que ruegas?
¿Cómo puede seguir existiendo
el amor al que te aferras?
Hizamazuite Ashi wo Oname | ALI PROJECT
Unos días después de haberse derrumbado en el enorme y vacío corredor hacia la habitación de Lenore, Héctor ya estaba más tranquilo respecto a su situación. Todavía sentía ira, tristeza y decepción, pero no le quemaba como en el momento en que toda la trampa de Lenore se había revelado. Sus sentimientos seguían ahí, esperando; pero tenía que ser inteligente ahora y dejar salir aquello no serviría realmente de nada. No es que aceptara del todo las condiciones en que lo tenían. Pero tenía esperanzas de sobrevivir si se portaba como lo esperaban, o al menos, como lo esperaba Lenore.
—No estés tan triste, querido. —Le soltó ella mientras él estaba sentado al otro extremo en su habitación.
Como aun no tenían listo el espacio que le asignarían, tenía que resignarse a compartir la espaciosa habitación con ella; un lugar lleno de azules que le recordaba la infinidad del cielo y su poca libertad. Las cortinas eran tan gruesas y pesadas que la luz del sol no penetraba ni un poco, lo que ayudaba al sentimiento de claustrofobia. Estar ahí tenía sus ventajas y desventajas. ¿Una de ellas? Podía estar lejos de Lenore, aunque fueran algunos metros podía marcar distancia. ¿La desventaja? Todo el lugar olía a jazmín y a vino. Así no había manera real de fingir que ella no estaba ahí, ni de ignorarla.
—¿Héctor? —Le nombró con suavidad desde el diván hacia la otomana en la que él se había sentado desde que había atardecido, aquella que estaba en un extremo detrás de un biombo, una que generalmente ocupaba para sentarse al calzarse.
De haberle sido posible, hubiera salido de su habitación y regresado a la fría celda. Pero siendo sincero, sabía que poner un pie fuera de ésta habitación era lo mismo que un suicidio. Por lo que entendía, Lenore era la única a la que en verdad le importaba su vida, aunque él confiaba en que era porque lo necesitaba. Carmilla también lo necesitaba, pero le daba igual si vivía o moría, sólo quería su habilidad. Morana y Striga ni siquiera podían tolerar la idea de su presencia, así que, ante el menor error, seguro terminaría muerto. Aunque, tal vez ese escenario ya no era el peor que se le podía presentar.
—Por favor… —Probó de nuevo casi en un ruego. Lo que le hacía enfermar luego de lo que había hecho.
El forjador maestro quería soltar una risa amarga. Ni siquiera podría regresar a la celda sin acordarse de lo que había sucedido. Todo ahí era de ella. Todo ahí gritaba su nombre. Igual que esta habitación. La única diferencia entre los dos espacios era la temperatura y la iluminación.
—Sé que estás molesto, pero no comer te hará más daño a ti que a mí.
Él no quería, en verdad no. No tenía ganas de alimentarse de lo que le habían traído en bandeja de plata, aunque su estómago estuviera gruñendo con tanta fuerza, aunque se contrajera con violencia. El dolor de estómago era mil veces preferible que el dolor de corazón, ese que le estaba oprimiendo y amenazaba con asfixiarlo.
Escuchó los pasos de Lenore rodeando el biombo. Hasta el momento le había dado todo el espacio que él había necesitado. Pero parecía que estaba llegando al límite de su paciencia. No quería verla. No quería ver su bonito rostro, sus tiernos ojos viéndole como si no le hubiera hecho nada. No quería seguirla escuchando; su dulce voz mintiéndole de nuevo. ¿Por qué no podía entender que la quería lejos?
Lenore se acuclilló frente a él.
—Yo no voy a obligarte a nada, Héctor. —Le dijo con calma.
Héctor sintió la sangre en todo su cuerpo hervir. ¿Cómo podía mentirle en la cara? Para evitar levantarse y hacer una estupidez, se pellizcó el muslo con tanta fuerza como pudo. Aun así, no pudo morderse la lengua y dijo exactamente lo que pensaba: —¿Por qué no? No es como si no lo esperara, después de todo, soy tu esclavo. —Aquello vino en un susurro áspero, uno que le rasgó un poco la garganta.
Hubo un segundo de silencio antes de que Lenore viniera con la respuesta a eso. —No es así. Te hice mi mascota y eso es diferente.
—¡Oh, claro! —Respondió con burla. —¡Supongo que soy demasiado idiota como para ver la diferencia! ¿Te molestaría explicarla?
Tal vez si no estuviera demasiado iracundo, no hubiera sentido la necesidad de verla a los ojos. Quería saber si iba a fingir haciéndose la ofendida, aunque la boca le supiera a bilis sabiendo que lo que Héctor le decía era la verdad.
Para su sorpresa, la cara de Lenore estaba controlada en una bella máscara. La misma con la que se había despedido luego de haberlo golpeado. Si estaba enojada o no, eso no trascendía en su rostro. —Si fueras un esclavo, no tendrías nada de lo que tienes ahora. —Comenzó Lenore, su tono con una extraña paciencia. Parecía que estaba dando una lección a un niño que se negaba a entender. —Tienes comida, tienes libertad para ir a donde quieras-
—¡No con este puto anillo! —Interrumpió Héctor, levantando la mano como si ella necesitara un recordatorio. —¿Adónde puedo ir si con esto sabes todo el tiempo dónde estoy? ¡Esto es peor que la correa!
—¿Para qué querrías estar afuera? ¿Para congelarte y morir de hambre? —Preguntó ella como si fuera obvio. —¿Adónde irías? Ni siquiera llegarías al pueblo más cercano y lo sabes.
—¡Al menos estaría lejos de ti! —Le dijo al no encontrar una respuesta genuina a esas preguntas.
Sin embargo, Lenore esta vez sí pareció… confundida. Héctor no quería decir "herida" porque no tenía derecho alguno a estarlo, ella le estaba hiriendo, ella era quien estaba haciéndole mal, no él a ella.
Ella se levantó y le dio la espalda. Inhaló a profundidad, apretó y estiró sus dedos para relajarlos. En algún momento seguro estaban vueltos puños, escondidos de los ojos de Héctor. —Come. —Soltó sin volver a verlo. —Y duerme un poco. Tal vez después de eso puedas ver que no te estoy tratando como un esclavo.
Héctor bufó. Por supuesto, ella lo escuchó, y sonrió. —Te estoy ofreciendo una vida llena de todo lo que siempre quisiste, Héctor. —Él entrecerró los ojos y los clavó en su espalda, evidentemente ella no lo veía, pero él intuía que sabía lo que estaba haciendo. —Querías una vida fuera del corral de humanos que Drácula te prometió…—En este punto, sonrió divertida, girándose hacia él. — ¡Ah, es cierto! El Viejo te mintió.
Él sintió aquello como una bofetada, pero no pudo decir nada. Ella ya lo había apuntado amablemente antes. —Si querías eso, ¿No es lo mismo que decir que esperabas ser tratado con mimo, que alguien te protegiera y te amara? ¿Qué fueras tratado de manera diferente y especial? —El sonido de sus tacones nuevamente llenaba la habitación. —¿Sabes qué es una mascota, Héctor?
Él permaneció callado. —Tú tenías varias, ¿No? Carmilla lo dijo. Así que, ¿Qué es una mascota, Héctor? —Repitió. Al no obtener respuesta, ella sonrió todavía más. —Una mascota es un animal que mantenemos fuera de los corrales, uno al que se le brinda protección, amor… ¿A cambio de qué? De compañía, de lealtad.
Lenore volvió a ponerse frente a él, en su cara estaba de nuevo la misma dulzura que con tanta facilidad le había tentado días atrás.
Héctor se quedó viendo un punto en el suelo entre ellos. Si lo ponía así, claro, él le había hecho pensar eso ¿O ella le estaba convenciendo de que eso era lo que él había dicho?
—Te encuentro interesante, y sé que eres listo. Eres una maravilla comparado con todos los humanos. Héctor, tú en serio me gustas. —Le dijo Lenore. Con aquel tono falso de inocencia, justo igual que había hecho la primera vez que le había dicho eso. La frase le provocó nauseas. Ella en verdad no entendía nada. No quería o ignoraba decididamente que le estaba haciendo pedazos cada vez que le trataba con cariño o le decía cosas como esas. Si en verdad sintiera algo así, no le hubiera mentido, no le hubiera hecho creer que huirían juntos y que ella lo liberaría de la maldita vida en que lo había metido su propia estupidez e ingenuidad al confiar en Carmilla y ahora en ella. —Y estoy haciendo todo esto justamente porque me gustas.
—No tenías que hacerlo. —Soltó con hartazgo. No sabía cuántas veces más tenía que repetírselo.
No tenías por qué fingir que te importaba, que me encontrabas interesante, no tenías que acostarte conmigo, ni darme falsas esperanzas… No tenías que ponerme un anillo ni entregarme.
Ella ya lo tenía en su mano. Ya se lo había ganado. Héctor confiaba ciegamente en ella, y estaba tan enamorado que no se le ocurrió pensar que ella podría estar utilizando todo eso a su favor.
Lenore lo miró con tristeza y pena. Él reconocía esa mirada, la había tenido en su propio rostro cuando había tenido que terminar el sufrimiento de algún pobre animal cuando sabía que no podía hacer más por él. Y es que, Héctor era un idiota, uno que tenía suerte de ser adorable, sin embargo, uno que no se daba cuenta de la situación. Si Lenore quisiera obligarlo, no costaría nada ponerlo de rodillas de una manera u otra.
—No tenía que hacerlo. —Reconoció ella, por supuesto que ella sabía a qué se refería. —Pero no me dejaste más salida. No te puse el anillo por gusto, Héctor. —Le dijo con suavidad. —Tú ya me habías probado lo peligroso que eres, ¿Por qué confiaría que mis hermanas estarían seguras a tu alrededor? —Su semblante era serio, pero luego cambió, agregando como si de verdad le pesara: —Tú no hubieras aceptado ayudarnos si te presentaba la idea.
Héctor soltó un bufido. Lo triste era que, si Lenore le hubiera dicho que le construyera un ejército, lo hubiera hecho sin preguntas y alegremente. Ella no tenía que hacer falsas promesas porque, de cualquier manera, Héctor había llegado al punto en que hubiera hecho cualquier cosa por ella. Incluso si eso significaba ayudar a Carmilla.
—Si lo piensas, es un pequeño precio por todo lo que te estoy ofreciendo. Aunque me resientas ahora, sé que con el paso del tiempo notarás que tengo razón. Y entenderás que esto lo hice para protegerte también.
La vampiro estiró la mano hacia él, Héctor giró con rapidez su rostro. La delicada mano de Lenore se colocó sobre su cabello y comenzó a jugar con sus largos mechones. Por un momento Héctor recordó a Carmilla haciendo lo mismo y se congeló. Sintiendo su pánico, ella retiró la mano.
—En un par de días tendrás tu propio espacio y podrás dejar mi habitación para comenzar a trabajar. —Le dijo más compuesta. —Puedes dormir en la habitación contigua si tanto te molesta estar conmigo.
Tras esto, ella se movió de nuevo al otro extremo, hacia donde estaba la amplia ventana descubierta. Héctor no podía verlo, pero era una maravillosa noche llena de estrellas. Si él estuviera de mejor humor, quizás hubieran salido a contemplar el cielo y a charlar como habían hecho antes, pensó ella.
Lenore sonrió privadamente. Sólo era cuestión de tiempo antes de que Héctor viera las cosas como ella y entendiera que estaba haciendo lo mejor para él, lo que necesitaba, incluso si no era exactamente lo que quería.
Notas de la autora:
Este es el primer capítulo de once y planeo actualizar diariamente al menos esta semana por el evento. Realmente sólo me faltan un par de capítulos para el final, así que, esto será rápido con algo de suerte.
