La Villa Oculta de la Hoja estaba sumida en el caos. Cientos de edificios en llamas iluminaban con su funesta luz innumerables columnas de humo negro, que ascendían hacia el cielo nocturno. Kyuubi, el Demonio Zorro de Nueve Colas, colapsaba edificios con cada movimiento de su colosal cuerpo, que se alzaba sobre las pocas construcciones cercanas que aún se mantenían en pie. Apenas habían transcurrido unos minutos desde el comienzo del ataque. Tanto civiles, sólo capaces de correr por sus vidas, como ninjas, guerreros sobrenaturales entrenados y preparados para el combate y el horror, lo daban todo por perdido. Entonces apareció el héroe.
De entre las ruinas surgió una enorme humareda blanca, y de ella, la figura de un sapo que rivalizaba en tamaño con el demonio. Sobre su cabeza se encontraba el hombre conocido como el Cuarto Hokage, líder de la villa. Sólo entonces los habitantes de la Hoja se permitieron el lujo de albergar esperanzas. El gigantesco sapo cargó contra el Zorro de Nueve Colas, haciéndole retroceder más allá de la derruida muralla al sur de la villa. El poderoso anfibio no se detuvo hasta llevar al enemigo a las profundidades del gran bosque que rodeaba y protegía la Villa de la Hoja. Nadie volvió a ver a Kyuubi.
El ataque había dejado en apenas minutos más de dos mil bajas, pero la noche se cobraría una vida más. El joven Cuarto Hokage murió tras vencer al demonio. Al amanecer, los supervivientes se inclinaron ante la Roca del Hokage, la montaña en la que estaban esculpidos los rostros de los Maestros Hokage, y lloraron la pérdida de su líder. Nunca nacería otro como el Cuarto.
Doce años después.
Desde la cima de la Roca del Hokage, Naruto podía ver toda la villa a través de sus brillantes ojos azules. El sol naciente bañaba las copas de los árboles del gran bosque, así como los tejados rojizos y anaranjados de los edificios de la Hoja, construidos casi íntegramente de madera y piedra. El ataque de Kyuubi trajo a miles de personas de todos los rincones del País del Fuego, en el cual se encontraba la villa, para ayudar en las labores de reconstrucción y sustituir a la gente de la Hoja que había perdido la vida. Los padres de Naruto, civiles de los que no se sabía nada, se encontraban entre aquellos que fueron a la villa a ayudar, pero por algún motivo lo abandonaron allí. La villa lo puso al cuidado del orfanato, como a tantos otros niños tras el ataque. Pero tras ingresar en la Academia Ninja a los siete años, la villa le cedió un pequeño apartamento en una zona residencial.
Naruto comprobó y aseguró la cuerda que llevaba atada a la cintura de su chaqueta naranja, que le estaba grande, y el cubo que llevaba colgado del cinto azul. Sujetando con fuerza la cuerda entre sus manos, se descolgó por la pétrea cara del Tercer Hokage, situada a más altura en la montaña que las otras tres.
Los abucheos de la gente de la villa no tardaron en hacerse oír al ver las pintadas en las enormes caras talladas en la piedra, pero Naruto estaba a tal altura que apenas los oía. Cuando había pasado a la última cara libre de pintura, la del Primer Hokage, se percató de que varios ninjas le miraban desde el tejado del edificio de administración, justo en la base de la montaña. Parecían furiosos y preparados para lanzarse contra él en cualquier momento, pero una figura apareció entre ellos y calmó los ánimos. El viejo Tercer Hokage vestía una larga chaqueta blanca sobre una túnica roja, que casi llegaba al suelo, y el ancho sombrero cónico de Hokage. El anciano líder no parecía enfadado a pesar de que Naruto hubiese pintado en su escultura, que le retrataba en su juventud, más arrugas de las que tendría si llegaba a vivir cien años.
La familiar figura del Maestro Iruka, su profesor de la Academia Ninja, apareció entonces en el tejado. Ordenó a Naruto a gritos que bajara ante él, pero sólo recibió burlas a cambio. El joven profesor se arrodilló ante el Hokage y despareció en un instante. Naruto sintió una presión sobre su torso y un fuerte tirón, y el mundo comenzó a dar vueltas. Cuando su cabeza dejó de girar, se encontró sentado y maniatado en el tejado junto a Iruka, a los pies del Tercero. Iruka vestía el atuendo estándar de los ninjas de la Hoja: una túnica azul oscuro ceñida al cuerpo y pantalones a juego, además del chaleco de color verde bosque que le identificaba como chunin, ninja de grado medio. Iruka volvió a arrodillarse ante el viejo Hokage.
—Le pido disculpas de nuevo, Maestro Hokage. Le prometo que al terminar la lección de hoy me encargaré personalmente de que Naruto limpie las estatuas hasta que no quede rastro de su vandalismo.
El Tercero dio una calada a su pipa y se limitó a asentir. Se dio media vuelta y desbandó a los demás ninjas del tejado con un gesto de la mano. Iruka condujo a Naruto por la plaza en la que se encontraba el edificio de administración hacia la Academia, situada en un extremo de la misma. Al llegar a la puerta, Iruka se detuvo ante Naruto y se agachó para tenerlo cara a cara.
Iruka tenía una cicatriz que le cruzaba el puente de la nariz y llevaba el cabello negro recogido en una coleta alta. La mirada de Naruto se posó sobre la cinta ninja de su profesor. Era una cinta de tela azul que llevaba atada a la cabeza, con una placa metálica que cubría su frente, en la que estaba grabado el símbolo de la villa, una hoja estilizada.
—Tienes que dejar de hacer este tipo de estupideces, Naruto. Creía que te estabas tomando más en serio convertirte en ninja.
Había más decepción que enfado en su voz. Iruka soltó un suspiro.
—Si dedicases la mitad de esfuerzo a tus estudios que a tus gamberradas, ya serías Hokage.—Le dio una palmadita amistosa en la cabeza, revolviendo su erizado cabello rubio y le desató las ligaduras de las muñecas—. Vamos, ya hemos perdido demasiado tiempo.
Naruto entró en clase con Iruka tras él. Los demás alumnos le miraban fijamente, algunos cuchicheaban entre ellos sin apartarle la mirada.
—Silencio, clase.—dijo Iruka—. Hoy realizaremos el examen de la Técnica de Transformación. Es un Jutsu simple que ya deberíais dominar todos.
Iruka condujo a la clase a la sala de exámenes, más grande que su aula habitual. Otro maestro de la Academia, Mizuki, les esperaba sentado con una apacible sonrisa en el rostro. Los alumnos formaron varias filas, esperando a ser llamados. Mizuki, sentado junto a Iruka, llamó al primer alumno, al que pidió que se transformara en Iruka. El chico llevó sus manos delante del pecho y realizó varios sellos con ellas. Finalizó los sellos colocando los dedos índice y corazón de ambas manos hacia arriba y el resto recogidos, mientras una de sus manos agarraba la otra. Una pequeña humareda blanca lo cubrió por un instante, pero ya no era él, sino Iruka.
—Bastante bien, Takeo. Aunque la textura del chaleco no es completamente precisa, tu chaleco refleja demasiado la luz. Debes fijarte más en los detalles si quieres dominar por completo este jutsu.—dijo Mizuki con una sonrisa amable—. Aun así, has aprobado. Enhorabuena.
Más alumnos realizaron la técnica con distintos grados de habilidad, pero todos hasta el momento la habían realizado con éxito. Iruka llamó a Naruto, que se acercó a los profesores. Respiró profundamente varias veces y vació su mente. Visualizó la imagen que quería mostrar a su alrededor, como se vería desde cada ángulo; la textura de cada superficie y material. Llevó sus manos ante sí y realizó los sellos. Naruto moldeó su chakra y lo liberó. Tras la pequeña humareda, una versión femenina de Naruto se encontraba en su lugar, completamente desnuda.
—Llamo a esto la Técnica Erótica. Es genial, ¿verdad?
La clase estalló en carcajadas, que Iruka tardó unos momentos en acallar. Naruto deshizo la técnica y recuperó su aspecto habitual. Mizuki, apartándose la melena clara de la cara, llamó la atención de su compañero, que detuvo su reprimenda.
—Claramente no es lo que se le había pedido, y desde luego no es una forma ortodoxa de realizar la técnica, pero creo que ha demostrado que puede realizarla a un nivel más que correcto. Creo que merece aprobar.
—Supongo que tienes razón, Mizuki. —Iruka se volvió hacia Naruto—. Apruebas este examen. Pero deja de hacer tonterías, el propósito de esta técnica es pasar desapercibido, no llamar la atención.
Naruto sonrió, satisfecho de que su variante de la Técnica de Transformación le hubiese conseguido el aprobado. El resto de alumnos realizaron la prueba, pero Naruto no les prestó mucha atención. Al finalizar la última prueba, Iruka se dirigió a la clase.
—Os recuerdo que mañana es la última prueba del examen de graduación. Preparaos a conciencia y descansad bien esta noche.
Naruto intentó escabullirse con el resto de alumnos. Pero Iruka, detrás de él, ya le tenía agarrado del cuello de su chaqueta, forrado de pelo blanco.
—No creas que te vas a escapar de esta, te lo has buscado tú solito.— Iruka le puso en la mano un cubo con varios trapos dentro y le puso una mano en el hombro, sonriendo—. Las otras dos veces que te presentaste al examen de graduación no estabas preparado ni por asomo. Intentar graduarte de golpe, saltándote años de la Academia no fue una buena idea; pero reconozco que esta vez te estás esforzando de verdad. Sólo te falta dejar de hacer el gamberro y serás un ninja con todas las de la ley antes de que me dé cuenta.
El sol empezaba a hundirse tras los árboles del gran bosque en el oeste y Naruto llevaba varias horas limpiando pintura roja de la piedra. Iruka le había hecho recitar las hazañas de los Maestros Hokage mientras limpiaba sus caras.
Hashirama Senju, el Primer Hokage y cofundador de la villa. Líder del Clan Senju durante el final de la Era de los Estados en Guerra y maestro del Elemento Madera. Vencedor del duelo contra Madara Uchiha, el otro fundador de la villa, durante el cual, la intensidad de su batalla creó un valle.
Tobirama Senju, el Segundo Hokage. Hermano del Primero, asumió el puesto a la muerte de este y lideró a la Hoja durante los últimos años de la Primera Gran Guerra Ninja. Fundador de la Academia Ninja, la Policía Militar de la Hoja y los Exámenes de Chunin. Murió con honor en el campo de batalla contra una veintena de ninjas de élite de la Villa de la Nube.
Hiruzen Sarutobi, el Tercer Hokage. Aprendiz del Segundo, fue elegido por este antes de su muerte para asumir el mando de la villa a la edad de dieciocho años, convirtiéndose en el Kage más joven de la historia ninja. Dirigió la villa durante la Segunda y Tercera Guerra Ninja y bajo su mando, la Hoja alcanzó una gran prosperidad. Abdicó en favor del Cuarto, y a la muerte de este, doce años atrás, retomó su puesto como Maestro Hokage.
Y Minato Namikaze, el Cuarto Hokage. Un héroe irrepetible en la historia. Un genio como sólo aparece uno cada cien años. Destruyó al ejército de la Villa de la Roca durante la Tercera Gran Guerra Ninja y gracias a sus acciones, la guerra terminó de forma favorable para la Hoja, ya que forzaron a las otras villas a aceptar un armisticio. Cuando el Zorro de Nueve Colas atacó la Hoja, sólo su poder evitó la destrucción de la villa. Murió aquella noche, salvando miles de vidas.
Era casi de noche cuando Naruto terminó de limpiar la última pintada restante, que simulaba un moco bajo la nariz de piedra del Cuarto. Al fin estaba todo limpio, mejor incluso que antes. Apenas sentía los brazos.
—Buen trabajo.—dijo Iruka—. Pensaba que estaríamos aquí arriba hasta mañana.
—A mí me da igual, no es como si tuviese a alguien esperándome en casa.
—Yo estoy igual.—Iruka bostezó—. Supongo que cenaré en Ichiraku. Te invitaría, pero... a ti no te gustaba el ramen, ¿verdad?—dijo Iruka, haciéndose el despistado.
—¿En serio? ¡Claro que me encanta!
Naruto rio a carcajadas. Llevaba mucho tiempo subsistiendo a base de arroz, fruta y verdura, leche, algún huevo y ocasionalmente algo de carne o pescado. Hacía semanas que no comía en Ichiraku. No era excesivamente caro, pero su asignación como estudiante de la Academia huérfano sólo cubría lo estrictamente necesario y debía ahorrar para poder permitirse una buena cena en el restaurante de ramen.
En la calle principal, que vertebraba la villa, uniendo la Roca del Hokage al norte con la puerta principal al sur, se encontraba el pequeño pero acogedor Ichiraku. El restaurante estaba situado en la planta baja de cara a la calle, como la mayoría de establecimientos comerciales y se especializaba en el ramen: un sopa de fideos largos con un sin fin de caldos y guarniciones a elegir. Sentado en la barra, Naruto engullía los fideos; a diferencia de Iruka, que comía con calma.
—No me lo explico, conoces cada dato, por minúsculo o irrelevante que sea sobre los Maestros Hokage.—dijo Iruka—. Mientras los enumerabas, daba la impresión de que los admirases. ¿Porqué humillarías así su memoria?
Naruto dejó de comer y miró fijamente su tazón, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas para responder a la pregunta de su maestro.
—Claro que los admiro, todos ellos son los ninjas más fuertes y admirados de la historia de la Hoja. Supongo que es una especie de declaración de intenciones. Un día pienso convertirme también en Hokage, y los superaré a todos ellos. La gente de la villa no tendrá más remedio que reconocer mi fuerza y mi valía entonces.
Los ojos de Naruto brillaban intensamente. Su sonrisa acentuaba las tres finas marcas que cruzaban cada una de sus mejillas, recordando a los bigotes de un perro o un gato.
—Maestro Iruka, ¿Puedo pedirte un favor?
—¿Quieres otro tazón? ¿Te has quedado con hambre?—dijo Iruka.
—No, no es eso. ¿Me dejas ponerme tu cinta ninja?—dijo Naruto con su mejor sonrisa.
Iruka se llevó la mano a la frente, sujetando entre el pulgar y el índice la placa metálica de su cinta.
—Me temo que no puedo, Naruto. Esto es el símbolo de que eres un verdadero ninja. Mañana podrás conseguir la tuya.
—Pues vaya... ¿Me invitas a otro tazón entonces?
Con la tripa llena, algo poco habitual para Naruto, caminó hacia su apartamento en las afueras de la villa. Las llamas de las farolas iluminaban el camino de tierra. Tras un buen rato caminando, llegó a su destino. El pequeño piso, apenas ocupado por un camastro deshecho, un pequeño fogón, un cubo de agua y una ventana, le esperaba envuelto en oscuridad. Naruto cerró la puerta tras él y se dejó caer sobre la cama. Cayó dormido al instante.
Naruto se había preparado a conciencia durante meses para este día. Había entrenado su cuerpo y su espíritu. Incluso había leído todos los pergaminos de los que el Maestro Iruka había hablado en clase. No podía fallar. Fuera cual fuese la prueba final, la superaría y se convertiría en ninja, era sólo el primer paso para llegar a Hokage. Aunque sus notas en los exámenes teóricos no eran nada de lo que presumir, casi estaba suspenso; en las pruebas de combate cuerpo a cuerpo y manejo de armas había obtenido mejores resultados. Naruto siempre había aprendido mejor en las lecciones prácticas. Sus notas globales eran mediocres, pero tan sólo necesitaba aprobar la última prueba para poder graduarse. Iruka, frente a sus alumnos en el aula de clases, se aclaró la garganta.
—La prueba final para el examen de graduación será la Técnica de Multiplicación. Aquellos que la realicen con éxito, se convertirán en genin, ninjas de grado inferior. Para evitar distracciones, permaneceréis en esta aula hasta que se os llame a la sala de exámenes.
Mierda. Mierda, mierda, mierda. Si había un jutsu que podía hacerle suspender, era el de Multiplicación. Había estudiado y memorizado los sellos, el moldeo del chakra; cada minúsculo detalle, cada pequeño truco que le hubiera hecho capaz de realizar la maldita técnica. Pero después de cinco años en la Academia Ninja y de meses de entrenamiento exclusivamente para dominar el jutsu, aún no había sido capaz de realizarla correctamente una sola vez.
Sólo la tercera vez que le llamaron, logró oír su nombre. Estaba temblando y notaba el sudor que perlaba su cuerpo de pies a cabeza. La sala de exámenes estaba vacía salvo por una pequeña mesa, llena de cintas ninja nuevas y relucientes, tras la que se sentaban Iruka y Mizuki. Naruto se plantó en medio de la sala, cerró los ojos y vació su mente. Sólo la técnica importaba. Sólo el control preciso de su chakra, la realización perfecta de los movimientos de sus manos y el moldeo y liberación del chakra. Naruto respiró profundamente y realizó la técnica de forma perfecta. No había pasado por alto ni un mísero detalle. Podía sentir el chakra que había perdido en el proceso y que ahora se encontraba a su lado.
Abrió los ojos con orgullo, sólo para ver una forma que se asemejaba a la suya, pero desprovista de toda energía, tirada en el suelo, incapaz de hacer nada. Inútil.
—Suspendido. —sentenció Iruka.
Naruto cerró los ojos, derrotado.
—Vamos, Iruka. El resto de pruebas las ha aprobado, y al menos ha conseguido crear un duplicado. Quizás deberíamos aprobarle.—dijo Mizuki sonriendo.
Naruto no podía creerlo, aún tenía una oportunidad.
—De eso nada.—dijo Iruka—. Todos los demás alumnos han creado al menos dos duplicados, y el que Naruto ha creado ni siquiera puede moverse. No puedo aprobarle.
Naruto salió de la sala sin mediar palabra. No podía creer que realmente fuera tan inútil. Todos los demás lo habían conseguido. Sólo él era un fracaso. Había entrenado tanto, esta vez se había esforzado de verdad. Realmente creía que si trabajaba más que nadie, podría lograrlo. Pero sólo era un sueño. Si no se graduaba, ¿Qué sería de él? Jamás se convertiría en Hokage, ni siquiera en ninja.
En el patio de la Academia, Naruto observaba a los demás alumnos desde la distancia; todos llevaban sus cintas en la cabeza. Todos estaban alegres, eran felicitados por sus familiares y amigos. Incluso el viejo Hokage estaba entre ellos, dando la enhorabuena a los recién graduados. Naruto podía sentir las miradas de reojo de muchos de los adultos. Les veía cuchichear, sin dejar de mirarle con esos ojos que tanto odiaba. Se largó de allí sin mirar atrás y caminó sin rumbo por la villa.
Un choque fortuito lo sacó de su trance. Era el Maestro Mizuki, que dijo que le había estado buscando. Se sentaron en un banco de piedra frente el Río Naka, que cruzaba la villa. Naruto soltó todas sus frustraciones ante Mizuki, que le escuchaba con atención. Naruto estaba al borde de las lágrimas.
—Iruka es un tipo serio.—dijo Mizuki—. Sus padres murieron siendo él joven y desde entonces ha tenido que buscarse la vida él solo. No es que sea duro contigo, creo que se ve a sí mismo reflejado en ti. Huérfano y solo en el mundo, intentando abrirte camino en el mundo ninja. No quiere regalarte la cinta, sino que te la ganes de verdad. Creo que deberías poder entenderlo.
—Aun así desearía haberme podido graduar. Esta vez me había esforzado de verdad.
Mizuki le puso la mano en el hombro y se acercó a él.
—En ese caso, creo que puedo confiarte un secreto.
La luna llena brillaba en el cielo de la Hoja, alumbrando los edificios de madera con una luz plateada. Naruto había logrado encontrar la cámara llena de pergaminos de la que le había hablado Mizuki. Había tenido que esperar escondido tras unos arbustos cercanos a la residencia del Hokage toda la tarde, hasta encontrar un pequeño hueco durante el cambio de guardia para poder infiltrarse en el edificio. Navegar sus salones en completa oscuridad y completo silencio fue aún más complicado, pero por fin había hallado la sala correcta y cogido uno de los pergaminos del viejo. Aún podría convertirse en ninja, pero debía ser sigiloso y evitar ser detectado a toda costa.
—¿Naruto? ¿Qué haces aquí a estas horas?
Mierda. Naruto se dio la vuelta lentamente. El Tercero, con una vela en la mano, le miraba tras una voluta de humo que emanaba de su pipa. No podría escapar del viejo. Se encontraba ante uno de los ninjas más temidos de la historia. Había llegado a anciano, cosa de la que pocos hombres con su historial militar podían presumir. La gente de la villa le llamaba El Profesor. Se decía que conocía todas las técnicas de la Hoja. Naruto sonrió para sí. Todas menos una. Realizó el sello y su imagen desapareció entre el humo, para dar paso a una joven de largos cabellos rubios y perfectas medidas anatómicas. El viejo nunca tuvo oportunidad alguna. Aprovechando la confusión, Naruto había huido de la estancia antes de que la pipa del Tercero tocara el suelo. Corriendo y saltando sobre los tejados, se dirigió hacia una pequeña arboleda más allá de la muralla de la villa, donde podría llevar a cabo su objetivo sin distracciones.
Demasiado concentrado en llegar un lugar alejado sin ser detectado, Naruto no se dio cuenta de que alguien ya lo estaba siguiendo.
Tumbado sobre su cama y vestido únicamente con una ligera túnica que usaba para dormir, Iruka daba vueltas en la cama. No podía dejar de pensar en las palabras que el Tercero había compartido con él esa misma mañana tras la ceremonia de graduación. El venerable líder de la aldea le comunicó que estaba de acuerdo con su decisión de no aprobar a Naruto, pero también le animó a no ser demasiado duro con el muchacho. Ya era el blanco del resentimiento de mucha gente de la villa, tanto civiles como ninjas, y este sólo aumentaba con cada gamberrada de Naruto. Tanto el Tercero como él estaban de acuerdo en que Naruto sólo lo hacía para llamar la atención de la gente, que de otra forma, se mantenía apartada de él y le ignoraba. Quizás Naruto actuara como si no le importara, pero Iruka sabía que el muchacho sufría por dentro. El Tercero le advirtió que no se podían permitir que Naruto se dejara llevar por sus emociones e hiciese alguna tontería y que Iruka debería entender a su alumno mejor que nadie, ya que no fue muy distinto a él en su infancia.
Su infancia. Iruka perdió su infancia a los diez años, aquella noche en la que el fuego y el humo eclipsaron a las estrellas y el viento llevaba el olor del sufrimiento y la muerte. Aún podía sentir el terror del momento en el que vio la muralla de la villa volar por los aires, mientras aquel demonio aullaba furioso y agitaba sus nueve colas. Sus padres hacían guardia en la zona sur, la más cercana a la puerta principal. Nunca pudieron encontrar siquiera un mísero resto identificable de ellos. Como mucha gente tras el ataque, Iruka tuvo que enterrar dos ataúdes vacíos.
Unos golpes repetidos en su puerta le sacaron de su estupor. Era Mizuki, que respiraba agitadamente.
—Tenemos que ir de inmediato con el Tercero. Naruto ha ido demasiado lejos esta vez, ha robado uno de los pergaminos prohibidos del Primer Hokage.
El corazón de Iruka se saltó un latido. Era imposible, Naruto ni siquiera debería saber de la existencia de esos pergaminos y mucho menos su ubicación. Mizuki tenía razón, la situación podía ser catastrófica. Se vistió a toda prisa y corrió a saltos sobre los tejados, atravesando la villa junto a Mizuki en minutos. Cuando llegaron a la plaza bajo la Roca del Hokage, varias docenas de ninjas rodeaban al Tercero, que ya estaba informándoles de la situacion.
—...detalla una técnica prohibida por el Segundo, que no podemos permitir que caiga en manos del enemigo. Barajamos la opción de que Naruto esté trabajando para un agente extranjero, con la intención de robar nuestros secretos, pero no descartamos ninguna otra posibilidad.
El Tercero parecía inafectado por la gravedad del asunto, pero Iruka creyó intuir cierto nerviosismo oculto tras su férrea expresión.
— Naruto lleva casi una hora con el pergamino en su poder, debemos encontrarle lo antes posible.
La hueste de ninjas se dispersó en todas direcciones para buscar por toda la villa y sus alrededores. Iruka barajaba varios lugares en los que Naruto podría haberse escondido, pero su intuición le decía que estaría en una pequeña arboleda al sudoeste de la villa, cerca de las zonas de entrenamiento pasado el río. Iruka había seguido a Naruto hasta allí la primera vez que se presentó al examen de graduación y suspendió, dos años atrás, y muchas veces le había visto dirigirse en esa dirección. Debía darse prisa, si otros ninjas le encontraban antes que él, ¿Quién sabe lo que podrían hacerle al amparo de la noche?
Mizuki no podía creer la suerte que había tenido. Todo cuanto había planeado había salido a la perfección, tanto que casi le asustaba. Cualquiera de los pergaminos de la cámara del Tercero valdría una fortuna para cualquier villa ninja. Le valdrían la admisión e incluso un puesto de importancia, pero los pergaminos del Primero eran con gran diferencia los más valiosos. Cualquiera de las técnicas detalladas en ellos podrían convertirle en un ninja de élite, podría desertar y unirse a la villa que eligiese, o servir a un señor feudal como su guardia de élite personal. No, podría convertirse él mismo en un señor; gobernar su propio país y vivir como un rey el resto de sus días. El mundo era suyo. Y sólo un crío huérfano, solo en un bosque apartado de noche, al que nadie echaría de menos, se interponía en su camino.
Naruto llevaba horas poniendo en práctica las enseñanzas del pergamino, escritas por el mismísimo Primer Hokage. Al desenrollar el pergamino y ver que se trataba de la Técnica de Multiplicación de Cuerpos, estuvo a punto de darse por vencido y devolverle el pergamino al viejo Hokage, pero sabía que ya no había marcha atrás. Si no aprendía el jutsu antes de que le encontraran quizás nunca se convertiría en ninja, y eso era todavía mas insoportable para él que todas las técnicas de multiplicación del mundo juntas. A diferencia de los aburridos pergaminos que Naruto solía tener que leer en la Academia, el Primer Hokage era claro y conciso en sus explicaciones. Sus anotaciones eran especialmente útiles.
Aún no había podido realizar la técnica, pero creía entender su funcionamiento. A diferencia de una Técnica de Multiplicación corriente, que creaba copias incorpóreas del usuario a costa de una pequeña parte de su chakra, este jutsu gastaba mucho más chakra y dividía en partes iguales el restante entre el número de copias y el original. Esto hacía que las copias adquiriesen solidez física, siendo réplicas exactas del ninja que usara la técnica.
Naruto se apartó el sudor de la frente con la manga de su chaqueta, que al igual que el resto de su ropa, le estaba demasiado grande, por lo que siempre llevaba mangas y pantalones remangados. El sol no tardaría en salir mucho tiempo. Debía darse prisa.
Tras horas de búsqueda por la gran extensión de bosque que rodeaba la villa, Iruka encontró a su alumno sentado sobre la hierba, con los ojos cerrados y las manos formando un sello. Naruto tardó unos segundos en percatarse de su presencia.
—Por fin te encuentro, ¿En qué demonios estabas pensando?— dijo Iruka.
—Maestro Iruka, ya casi he aprendido la técnica del pergamino. Si puedo hacerla tienes que aprobarme, ¿verdad?— dijo Naruto, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué? ¿Has estado estudiando el pergamino?—Iruka respiró aliviado. Naruto podía ser un cabezón irresponsable, pero al menos no había intentado robar el pergamino. Sólo quería demostrarle que podía aprender una técnica para poder graduarse. El pobre chico parecía cansado—. Naruto, ¿cómo es posible que supieras acerca de los pergaminos prohibidos?
Naruto rio y enrolló el pergamino. Lo aseguró a su cintura, entre su chaqueta y el cinto azul que la mantenía cerrada sobre su cuerpo.
—El Maestro Mizuki me lo contó todo. Ahora sólo tengo que hacer la técnica y seré un ninja con todas las de la ley. Allá voy...
Naruto cerró los ojos y respiró profundamente. Cruzó los dedos índice y corazón de ambas manos frente a su cara, y comenzó a moldear su chakra. De repente, un golpe en el costado le levantó del suelo. Un golpe no, un empujón. Naruto abrió los ojos para ver con horror a Iruka con varios kunais, cuchillos arrojadizos, clavados en varias partes del cuerpo. Estaba de espaldas a un árbol con aún más kunais clavados en el tronco. Naruto calculó el punto de origen de los kunais y dirigió su mirada hacia las ramas de un árbol cercano, donde se erguía la figura de Mizuki.
—Dame el pergamino, chico.—No había sonrisa alguna en el rostro de Mizuki.
Iruka se arrancó y empuñó uno de los cuchillos clavados en su chaleco reforzado, que había protegido su torso de los kunais.
—Naruto... Pase lo que pase, ni se te ocurra dárselo. Ese pergamino contiene en su interior una técnica prohibida, es muy peligroso. Mizuki te ha usado para hacerse con él.
La oscura ropa de Iruka empezaba a pegársele al cuerpo en las zonas con cuchillos clavados, devolviendo reflejos rojizos de luz de luna.
—No le escuches, Naruto. Iruka te desprecia tanto como el resto de la villa, quizá incluso más. Todo el mundo te odia, no me digas que nunca te has dado cuenta.—El rostro de Mizuki había perdido toda amabilidad—. ¿Quieres saber el porqué de todo ese odio contra ti? Yo te lo diré...
—Cállate, Mizuki.—gritó Iruka, respirando aceleradamente.
—Es hora de que el chico lo sepa, Iruka.—Mizuki se volvió hacia Naruto—. Hace doce años, tras el ataque de Kyuubi, para que la verdad nunca llegase a tus oídos, el Tercero decretó una ley que jamás deberías haber conocido. Una ley que prohíbe hablar de que tú eres el Zorro de Nueve Colas. Tú mataste a los padres de Iruka y casi destruyes la villa.
Los gritos de Iruka resonaban en su cabeza, pero Naruto no podía entender lo que decía. ¿Él era Kyuubi? No, eso no tenía ningún sentido. Él llegó a la villa semanas tras el ataque. O eso le habían dicho siempre.
—¿Cómo es eso posible?
—El Cuarto selló al demonio dentro de tu cuerpo. Te han mentido toda tu vida, chico. Esa es la razón de que todos en la villa te traten con desprecio. Esa es la razón de que todos te odien. Esa es la razón por la que nunca nadie te va a amar.
Mizuki empuñó el enorme shuriken que llevaba a la espalda, un arma arrojadiza con forma de estrella, cuyas cuatro puntas tenían cada una la longitud de su antebrazo. El arma comenzó a girar en su mano, al compás de los movimientos de su brazo.
Naruto sintió el fuego de unas lágrimas que le caían por las mejillas. No quería creerlo, pero en lo más profundo de sí mismo sabía que Mizuki decía la verdad. Era un monstruo, un asesino. Claro que la gente le odiaba. ¿Cómo iba alguien a poder perdonar jamás a un monstruo como él?
Mizuki lanzó el enrome shuriken hacia Naruto. El joven rubio cerró los ojos. Si esta iba a ser su muerte, tan sólo esperaba que fuese rápida. Un monstruo como él no merecía vivir. Apenas sintió dolor. Sólo un ligero golpe, y su cuerpo cayendo sobre la hierba. Quizás en la muerte pudiera expiar sus pecados. Quizás una vez muerto, nadie tendría motivos para seguir odiándole. Algo pequeño, cálido y húmedo cayó sobre su cara. Al abrir los ojos, Naruto vio la cara de Iruka, que sangraba por la boca. Parecía estar a punto de desplomarse. Naruto se echó hacia atrás a gatas para evitar quedar atrapado bajo él.
Iruka tenía clavado en la espalda el enrome shuriken a la altura del omóplato izquierdo. A diferencia de los kunais, la enorme estrella arrojadiza había penetrado el chaleco de Iruka, que empezaba a teñirse del rojo de su sangre. Naruto era incapaz de comprenderlo. Iruka le odiaba. Él mató a sus padres. Debería odiarle.
-¿Porqué?—dijo Naruto.
Iruka se dejó caer de costado y Naruto se acercó a él. Su maestro le miraba con ojos vidriosos.
—Tras la muerte de mis padres, me quedé solo; sin nadie que reconociera siquiera mi existencia. No era buen estudiante, así que me convertí en el bufón de la clase. Las risas y burlas eran mejor que no tener nada, pero en mi interior sólo había dolor.
Las lágrimas desbordaron los ojos de Iruka y cayeron por su rostro. La mano de Iruka se posó gentilmente sobre la de Naruto.
—Sé que tú también conoces ese dolor, tal vez si hubiese sido un mejor maestro no tendrías que haberlo soportado solo.
Naruto salió corriendo, dejando atrás a Iruka, intentando llegar a la villa. Pero sabía que nunca lo lograría antes de que Mizuki le diera alcance.
Iruka, tendido en el suelo, observó a Mizuki descender de entre los árboles y avanzar hacia él como un depredador hacia una presa herida.
—Incluso después de ese discurso sentimental, no parece que hayas cambiado nada dentro del chico. Seguramente esté pensando en usar el pergamino para vengarse de la villa. Yo no le culparía. Ya le has visto, el chico tiene los ojos de un demonio.
Iruka se puso en pie con dificultad, y con dolor, se extrajo el enorme trozo de acero que tenía clavado en la espalda. El gran shuriken cayó al suelo sin apenas hacer ruido, amortiguado por la hierba. Iruka sabía que estaba en una gran desventaja frente a Mizuki. El desgraciado había jugado muy bien sus cartas. Iruka intentó avanzar hacia su antiguo amigo, aunque sólo fuese para poder retrasarle unos instantes, pero su pierna izquierda le falló y cayó arrodillado al suelo. Mizuki soltó una carcajada.
—Cuando haya matado al chico y recuperado el pergamino, volveré para despedirme de ti.
Iruka contempló impotente como Mizuki saltaba entre los árboles en la dirección en que había huido Naruto.
Hiruzen había convertido en un hábito imaginar todas las desgracias posibles con el objetivo de prepararse para estas antes de que llegaran. En sus casi setenta años en este mundo sólo había descubierto una certeza absoluta: las desgracias siempre llegan. Salió ante los ninjas que se amontonaban ante su puerta, que le esperaban sin noticias del paradero de Naruto. Caminaba lentamente, custodiado por un hombre con los ojos completamente blancos y una mujer con marcas carmesíes en forma de colmillos en ambas mejillas. De todos los clanes ninja de la Hoja, los Hyuuga y los Inuzuka eran con diferencia los mejores rastreadores. Las habilidades de ambos habían sido claves para averiguar la ubicación de Naruto y cual era exactamente la situación a la que se enfrentaban. La presencia de Hiruzen acalló a sus hombres, que le miraban a él y a sus dos acompañantes con gran atención.
—Hemos dado con el paradero de Naruto. Parece que el chico no ha traicionado a la villa, sino que ha sido engañado por uno de nuestros propios hombres: el chunin Mizuki.
Los ninjas que le rodeaban no podían ocultar su asombro ante sus viejos ojos.
—Mizuki nos ha traicionado, y aún peor, creemos que ha quebrantado la ley y le ha contado a Naruto aquello de lo que está prohibido hablar. Si es así, en estos momentos Naruto debe estar más atemorizado de lo que quizás podamos imaginar. Partimos de inmediato, seguidme.
Sus viejos huesos chasquearon cuando saltó con fuerza antes de aterrizar sobre el tejado más cercano. Con varias docenas de ninjas a sus espaldas, Hiruzen avanzaba a saltos de tejado en tejado en dirección a Naruto. Un pánico extremo como el que ahora sentía el muchacho podría romper el sello que mantenía preso a Kyuubi. Las posibilidades de que eso sucediese eran remotas, pero el anciano Hokage no podía dejar de considerar esa opción, y las terribles consecuencias que ello implicaría. Quizás era también cierto que las viejas costumbres tardan en morir.
El joven de cabellos rubios corría entre los árboles respirando entrecortadamente. Se detuvo junto a un árbol, contra el que se apoyó. La forma de Iruka surgió de entre las sombras, acercándose a él lentamente.
—Tienes que darme el pergamino. Mizuki no tardará en encontrarnos.
Varios kunais volaron de las manos del joven en dirección a Iruka, que los esquivó sin demasiados problemas. El joven maestro de Academia soltó una carcajada.
—¿Cómo es posible, chico?— Una ligera humareda desprendió del cuerpo de Mizuki la falsa imagen de Iruka que había proyectado con la Técnica de Transformación—. ¿Cómo has sabido que no era Iruka?
Tumbado contra el árbol, la imagen de Naruto despareció entre el humo.
—Porque yo soy Iruka.
Iruka estaba agotado, perseguir e intentar localizar a Naruto le había costado sus últimas reservas de chakra, al igual que todas sus fuerzas. Su muerte a manos de Mizuki parecía inevitable, pero quizás había podido conseguirle a Naruto unos minutos preciosos. Aquel pensamiento dibujó una tenue sonrisa en el rostro de Iruka. Podía morir tranquilo.
Naruto se escondió tras un árbol en el mismo instante en que se vio a sí mismo corriendo por el bosque. Era Iruka, que había asumido su apariencia y había conseguido engañar a Mizuki, que había asumido la de Iruka. Todo era muy confuso. Parecía que aún no le habían detectado, pero Naruto no podía moverse o hacer nada sin revelar su posición, a sólo unos metros de los dos chunins. Las carcajadas de Mizuki le helaban la sangre.
—Eres patético, Iruka. Transformarte en el asesino de tus padres, ¿Para qué?¿Para protegerle? Estúpido. El chico es como yo. Si puede, usará el pergamino para su beneficio personal. Seguramente esté tramando terminar lo que empezó hace doce años.
—Sí, supongo que tienes razón...—dijo Iruka.
El corazón de Naruto se saltó un latido.
—...Kyuubi usaría el pergamino para vengarse de la Hoja. Pero Naruto no es así. Quizás parezca que no se esfuerza, y es algo torpe y revoltoso, pero le considero uno de mis alumnos más preciados. Nadie le acepta, y ha conocido demasiado dolor en su corta vida; pero te equivocas, Mizuki. No es el Zorro de Nueve Colas, es un miembro de la Villa Oculta de la Hoja. Su nombre es Naruto.
Las lágrimas se precipitaron descontroladas por las mejillas de Naruto. Notó un pequeño fuego brotar en su pecho, era una sensación cálida y reconfortante. El sol saldría de un momento a otro. Naruto podía escuchar los gruñidos de frustración de Mizuki.
—Te dije que me despediría de ti tras acabar con el crío, pero creo que voy a acabar primero contigo.—dijo Mizuki—. Adiós, viejo amigo.
Mizuki blandió un kunai y se lanzó contra Iruka. Aprovechando el factor sorpresa, Naruto le interceptó y consiguió asestarle un rodillazo en la cara.
—Si vuelves a tocar al Maestro Iruka, te mato.
—¿Porqué me has salvado, Naruto? Deberías haber escapado.— dijo Iruka.
Mizuki se puso en pie, riendo. Se limpió la sangre de la boca con el dorso de la mano, el golpe de Naruto apenas le había causado daño.
—¡Contra una basura como tú, un solo golpe será suficiente!—Mizuki parecía fuera de control.
Naruto , sin perder de vista a Mizuki, cruzó los dedos índice y corazón de ambas manos frente a su cara.
—No importa lo que hagas, te devolveré el daño causado multiplicado por mil.
Moldeaba el chakra como nunca lo había hecho, guiado por la tormenta de emociones que bramaba en su interior. La rabia contra Mizuki. La desesperación por proteger a Iruka. La determinación de llegar a ver el nuevo día y cumplir su promesa de convertirse en ninja. Naruto realizó la técnica. Cientos de réplicas de Naruto ocuparon la arboleda, rodeando a Mizuki desde todos los ángulos. Cada uno de ellos sentía la misma rabia, la mente de todos era una sola. Todos se abalanzaron sobre el chunin. Mizuki consiguió derrotar a varios de ellos, que se deshicieron en pequeñas nubes de humo blanco tras ser heridos. Pero nada pudo hacer cuando se vio sobrepasado por cientos de ataques desde todos lados. La pelea terminó en segundos. Mizuki yacía en el suelo inconsciente y cubierto de su propia sangre. Naruto disipó el jutsu y se acercó tambaleándose hasta Iruka, que le miraba con los ojos como platos.
El sol comenzó a iluminar el cielo sobre las copas de los árboles, bañando el bosque con una luz suave y cálida.
—Creo que me he pasado, casi no siento el cuerpo.— Naruto sonrió a su maestro.
Iruka le devolvió la sonrisa.
—Acércate, hay algo que quiero darte.— Iruka se desató la cinta de la frente y la puso sobre las manos de Naruto—. Enhorabuena, Naruto. A partir de hoy eres un ninja.
Naruto se puso la cinta ninja de Iruka. Su cinta ninja. No tenía más lágrimas que llorar. Se abalanzó contra Iruka y lo abrazó con fuerza, riendo de pura alegría. Iruka se quejó por el dolor, así que Naruto alivió la presión sin dejar de abrazarle. Tras un largo momento, le ayudó a levantarse.
El bosque se llenó de ninjas de la Hoja en un instante, liderados por el viejo Hokage.
—Parece que hemos llegado tarde.—El Tercero se mesó la blanca perilla mientras contemplaba la cinta en la frente de Naruto.
Un ninja corpulento ató de pies y manos a Mizuki, que seguía inconsciente y se lo cargó a los hombros. Naruto liberó el pergamino de su cinto y se inclinó, presentándolo ante el Tercero.
—Siento haberlo cogido prestado sin permiso, Maestro Hokage. Mizuki me engañó para poder robarlo.
El Hokage guardó el pergamino bajo su larga túnica roja.
—Sí, eso es lo que sospechábamos. Quizás debimos suponer también que podrías encargarte tú solo, Naruto.— dijo el Tercero sonriendo, y le guiñó un ojo a Naruto—. Volvamos a la villa.
Iruka caminó hacia la villa ayudado por Naruto. Varios ninjas se ofrecieron para llevarle, pero él rechazó de forma educada sus ofertas. La mayor parte del grupo que escoltaba al Tercero partió hacia la villa por su cuenta, entre ellos el que cargaba con Mizuki. Con suerte, el chunin traidor sólo pasaría el resto de sus días en prisión. Lentamente, custodiados por media docena de ninjas y el Hokage, llegaron a la gran puerta principal de la villa.
—Cuando salga del hospital, te invitaré a comer en Ichiraku.—dijo Iruka.
—Y después de mi primera misión, te invitaré yo a ti.—respondió Naruto.
Pensó en advertir a Naruto que su viaje como ninja sólo acababa de empezar, y que las dificultades no harían más que incrementarse a partir de ahora, pero creyó que podía esperar a después del ramen. Ambos rieron caminando por las calles de la Villa Oculta de la Hoja, que empezaba a despertarse bañada por el sol de la mañana.
