Tras su primera derrota, Pitch Black se ocultó del mundo, permaneciendo en lugares oscuros, inaccesibles incluso para el más tenue rayo de luz de Luna.
Determinado a recuperar sus fuerzas y traer otra Edad Oscura, se sustentaba de cada pizca de miedo que pudiera alcanzar.
Sin embargo, recuperarse llevaría demasiado tiempo. Incluso juntar suficiente poder para poder moverse en la noche llevaría varios años. De este modo, por primera vez el Coco se vio más aislado que nunca, forzado a permanecer encerrado, contemplando los miedos desde la distancia.
En su aburrimiento y sin más que hacer, Pitch Black solo disponía de su mente para entretenerse y crease o no, hasta para él los planes de venganza y las maquinaciones se volvían repetitivas y monótonas después de un tiempo. Y sin otra cosa a su disposición más que los miedos que lo sostenían, Pitch se dedicó a estudiarlos con más detalle.
Siendo honesto consigo mismo, a Pitch Black nunca le interesó demasiado su trabajo. Al principio se convenció a sí mismo de que la Luna lo había puesto allí para cuidar de los humanos, manteniéndolos alejados del peligro, pero nunca profundizó demasiado en nada de ello. Como fuera, considerando ese su único propósito en la vida, Pitch llevó las cosas demasiado lejos sin realmente quererlo. Tras tantos años de repetir las mismas tareas y sentir básicamente solo el miedo de otros, había perdido algo de empatía hasta casi volverse insensible.
Más tarde, con la llegada de los Guardianes, Pitch supuso que Luna le estaba mandando un claro mensaje: "En este mundo, ya no sos necesario". Y sin más, Luna había decidido que era momento de deshacerse de él. Pero Pitch no se daría por vencido tan fácilmente, no después de cientos de años cumpliendo con su trabajo. ¿Todo para ser desechado? No...
O al menos, esa era la conclusión a la que el rey de las pesadillas había llegado.
Como fuera, antes de todo ese fiasco de los Guardianes, Pitch usaba sus habilidades para ahuyentar a los humanos de la mayoría de los peligros y a su vez alimentarse del terror que él mismo causaba. A veces absorbía el miedo de alguna ocasional fuente espontánea, pero no le daba mayor importancia. O al menos, no hasta ahora. Resulta que, no todos los miedos se sentían igual y muchos estaban entrelazados con otras emociones muy distintas. Algunos de esos miedos eran nuevos para Pitch, cosa que al principio le costó procesar. ¿Cómo era posible que el rey de las pesadillas, que llevaba el miedo por todo el mundo desde hacía siglos, no supiera ya todo sobre él?
Pero por lo visto, se había perdido mucho de sus esencias. No tardó en descubrir que el miedo tenía muchas formas y matices. El miedo a la oscuridad, al peligro y lo desconocido no eran ninguna novedad. El miedo a la perdida era algo con lo que ahora podía identificarse.
El miedo a ser descubierto o a decir la verdad, y la vergüenza que lo acompañaba...
La anticipación a un evento importante, el nerviosismo e incluso... ¿La emoción?
¡La adrenalina! ¿Cómo había dejado escapar semejante sensación?
Habiendo recuperado parte de sus fuerzas, Pitch ya era capaz de salir de su guarida. Para entonces los Guardianes estaban en segundo plano, porque con tantos miedos diferentes, ¿cómo iba Pitch Black a abstenerse de examinar sus fuentes?
Comenzó a recorrer el mundo y a explorarlo. Después de todo, debía ponerse al corriente de los avances es de los que se había perdido.
De momento andaba de noche, evitando, obviamente, aquellas de luna llena.
Salía de su reino al atardecer, cuando aun brillaban los últimos rayos de sol para pasar antes que Sandman. Pero también para aprovechar la oportunidad de ver a los humanos mientras aún estaban "activos".
Uno de los primeros miedos que sintió al salir fue el de un niño ni muy pequeño ni muy mayor. El muchacho temía ser lastimado, pero esa preocupación se veía opacada por la emoción que sentía por hacer algo nuevo y potencialmente peligroso. Eso último le resultó más interesante porque era ese peligro el que le daba ese encanto a la primera vez que el niño montaría sin su padre un caballo. Pitch se dio cuenta que de no haber estado asustado, el chico no se estaría divirtiendo, y eso lo hizo sentirse de algún modo más 'completo'.
Más tarde, durante un atardecer en Central Park, dos jóvenes adolescentes se sentaban bajo un árbol. Las dos chicas parecían estar pasándolo bien, pero una de ellas estaba asustada, nerviosa y preocupada. Se frotaba las manos y se humedecía los labios, desviando la mirada mientras lidiaba una batalla contra su indecisión. Finalmente habló.
Al principio, su amiga la miró confundida, sin hablar, y Pitch sintió el miedo creciente en la primera joven. Pero cuando la segunda chica se lanzó a los brazos de su compañera riendo y sonriendo, todo miedo desapareció.
El Coco dejó escapar una pequeña sonrisa ante la escena, sintiéndose contento consigo mismo por haber sido testigo de tal escena. Porque, ¿quién no se enternece ante tan dulce confesión? Además nadie podía verlo, ¡su reputación seguiría intacta!
Llego la noche que Pitch descubrió las montañas Rusas. Hileras de carros llenos de niños y adultos extasiados de adrenalina y un toque de miedo para sazonar. Y por si fuera poco, filas se formaban para subirse al juego.
Claro que no todo era color de rosas. Una noche un miedo puro y crudo llegó al rey de las pesadillas, uno que nunca le había gustado, ni en sus mejores tiempos. Miedo a la muerte.
Pero había algo más. Una mezcla de tristeza y... ¿decepción?
La curiosidad llevó a Pitch Black a una casa pequeña y descuidada, de ventanas sucias. Asomándose por una de ellas, Pitch encontró a un hombre que, llevando su pie hacia atrás, se preparaba para arremeter con toda su ira a un niño de pelo castaño hecho una bola en el suelo en un vano intento de proteger su cabeza.
Eso fue suficiente para terminar con la previa insensibilidad del rey de las pesadillas de una vez por todas. Algo debía hacerse. ¿Y dónde estaban los dichosos 'Guardianes' a todo esto? Pero eso no importaba, el tenía suficiente fuerza, debía tenerla.
Se deslizo por las sombras y apareció dentro de la casa. Cubrió de oscuridad la única lámpara que iluminaba la pequeña cocina. Eso bastó para llamar la atención del 'padre'.
Pitch dio un vistazo a su alrededor. En la mesa redonda vio dos botellas de vidrio y con el entendimiento llegó la rabia. Agarró una botella y la estrelló a los pies del mayor. Eso lo hizo retroceder, alejándose del niño. Fue ahí cuando Pitch tomó la segunda botella y reapareciendo de las sombras por detrás de aquel hombre, rompió la segunda botella en la cabeza del ebrio.
Cuando este cayó al suelo con un sonoro 'TUMB', Pitch dejó que la luz regresara a la habitación. Debía ver al niño. Si había algo que él pudiera hacer a pesar de no ser visto...
El niño estaba sentado contra la pared, abrazando sus piernas y mirándolo fijamente con ojos bien abiertos.
Pitch parpadeó en sorpresa. ¿En verdad lo estaba viendo? Entonces miró al hombre caído a su lado. Probablemente el chico solo...
"¿Quié-quién eres?", bueno, el niño podía verlo.
Le llevó unos segundos a Pitch para digerir el hecho, más un tiempo adicional para procesar la pregunta.
"Mi nombre es Pitch Black"
El chico abrió aún más sus ojos, si es que era posible.
"Pitch Black", repitió más para sí. "¿Como el Coco?", preguntó con cautela.
Pitch podía sentir el miedo del niño y su propio desagrado ante el mismo. Este chico ya había tenido miedo de sobra, no quería causarle más tristeza.
El espíritu se las arregló para esbozar una pequeña y hasta amistosa sonrisa antes de asentir con la cabeza. "Ese mismo", contestó agachándose, para estar más a la altura del chico en el suelo. "Pero no te preocupes, por favor. No era mi intención asustarte a ti".
El niño echó un vistazo al hombre inconsciente tras el espíritu y tragó en seco. "Ya lo noté".
Pitch suspiró. Viéndolo de cerca, el chico no podía tener más de 10 años. Estaba lleno de moretones que de seguro dolían, pero aún así se mantenía lo mejor que podía, mirando al extraño que había noqueado a su padre.
"¿Ha venido a llevarme?", lo cuestionó el niño asustado.
El Coco frunció el ceño y ladeó la cabeza. "¿Y por qué haría tal cosa?"
"Mi padre dice que-que cuando un alguien se porta mal, el Coco viene y..." el chico miró nervioso al cuerpo en el piso y de vuelta al hombre alto y oscuro frente al sí. "Y lo castiga".
"Mmhm...", asintió Pitch casi sin pensar. "Eso es cierto, pero tú no eras quien se estaba portando mal, ¿o sí?"
Con ese último comentario el niño pareció relajarse. Por ahora, nadie más pensaba lastimarlo.
Entonces una pregunta surgió en la mente del infante. "¿Ahora qué va a suceder, señor Coco?"
Pitch pensó que esa era una excelente pregunta. Algo era seguro, ese niño no podía permanecer allí más tiempo.
"¿Cuál es tu nombre?, replicó Pitch.
"Mike", contestó simplemente.
"Bueno, Mike", empezó el Coco con otra sonrisa, una que transmitía complicidad. "Esto es lo que vamos a hacer".
Más tarde, la estación de policía recibió la llamada de un niño diciendo que un ladrón había entrado a su casa y noqueado a su padre. Sin embargo, cuando los oficiales llegaron y le preguntaron al niño qué le había pasado, se enteraron del maltrato del padre.
Uno de los oficiales se acercó a la camilla donde atendían al hombre y lo esposó a la misma, mientras una oficial acompañaba al Mike en otra ambulancia.
Ya solo, tras ser atendido, en uno de los cuartos del hospital, Mike habló con Pitch, que lo había acompañado durante todo ese proceso.
"¿Ya debes irte?", preguntó el niño.
Una vez más el Coco se vio sorprendido. Nunca antes hubiera preferido que él se quedara. Sin embargo, faltaban unas pocas horas para el amanecer y debía regresar a su guarida. "Me temo que sí"
"¿Volveré a verte?", había esperanza en esas palabras, y aunque él no era el canguro con sobredosis de esteroides, se vio incapaz de quebrantar ese sentimiento tan puro.
"Vendré a verte", afirmó el espíritu, volteando hacia las sombras de una esquina.
"Gracias", Pitch paró en seco al oír esas palabras. "Por todo".
Pitch le dirigió a Mike una última sonrisa antes de perderse en la oscuridad y reaparecer en su guarida.
Al final no era algo exactamente frecuente, pero Pitch cumplía su promesa de visitar a Mije de tanto en tanto.
