Advertencia previa: Esta historia tratará una temática compleja —por ello es de clasificación M—, en ningún caso recomendada para menores de edad ni para gente que sea demasiado sensible. Por favor, leed con responsabilidad.


Disclaimer: Black Clover y sus personajes pertenecen a Yūki Tabata.


-Malditos-

Capítulo 1. El incidente


—¿Estás segura de esto?

Yami, mientras miraba la puesta de sol, sacó un cigarro de su bolsillo. Se lo llevó a la boca, encendió el mechero y lo acercó, prendiéndolo en el instante. Le dio una calada sumamente larga y, después, exhaló todo el humo de una sola vez, ante la mirada de fastidio de Noelle, que, por muchos años que pasaran, nunca se acostumbraría al olor del tabaco.

Por una parte, lo detestaba, pero, por otra, era un olor que le daba remembranzas de hogar. Yami era la figura paternal más próxima que había tenido durante toda su vida. Sus hermanos siempre la habían tratado con odio, con indiferencia y, aunque mucho tiempo después descubrió que al menos Nozel lo hacía por un motivo justificado, las huellas de su pasado aún estaban presentes en su corazón.

Recordaba que le resultó extremadamente extraño que un Capitán de Orden la acogiera como miembro a sus quince años y sin siquiera hacer el examen de acceso. Aunque no fue tan agradable cuando se enteró de que la orden a la que iba a entrar era la que tenía fama de ser la peor de todo el reino. Por primera vez en muchas generaciones, una Silva no iba a pertenecer a las Águilas Plateadas, lo que significaba dotar a su historial de más deshonra aún.

La primera impresión que tuvo de Yami no fue de las mejores. Ni siquiera se podría decir que fuera buena. Le parecía un hombre rudo, violento, salvaje. Todo lo contrario a lo que ella y su herencia real significaban.

Con el tiempo, fue entendiendo que las apariencias normalmente nos juegan malas pasadas y que todo lo que había pensado sobre su capitán la primera vez que lo vio, se convertiría en humo, en fachada. Porque sí, Yami efectivamente era rudo, violento y salvaje —y, probablemente tenía mil millones de defectos más—, pero también le había dado el hogar que siempre había anhelado. La había protegido cuando lo necesitaba, se preocupaba por ella como si de su padre se tratara y le había dado la confianza que le faltaba para progresar y confiar en ella misma.

Le había dado una oportunidad, en definitiva. Y eso era algo que le agradecería por siempre. Sin embargo, a sus diecinueve años, Noelle sentía que su vida necesitaba un giro, un cambio.

Cuando su hermano mayor le dijo que su sitio estaba en las Águilas Plateadas y que podía volver cuando quisiera, no sabía si sentirse ofendida o halagada. Al principio, lo descartó inmediatamente, pero, tras meditarlo un poco, la idea de que tal vez le vendría bien cambiar de aires no se le iba de la cabeza.

Había, por supuesto, un factor que la estaba empujando a tomar esa decisión. El factor, de ojos verdes y cabellos grises, también podía retenerla. Dependía de él su decisión final. Porque sí, Noelle estaba cansada de dar señales más que claras de su amor por Asta y que este no se percatase de ellas o simplemente las ignorase.

Hacía un año aproximadamente que había decidido, tras aceptar que estaba enamorada desde hacía mucho tiempo de él, ir dando pequeñas señales. Muy sutiles, muy nimias al principio, pero que después fueron acrecentándose gradualmente. Pero ni por esas conseguía la más mínima reacción por parte del chico, que habiendo logrado ser vicecapitán de los Toros Negros, enfocaba todos sus esfuerzos en su trayectoria en pos de convertirse en Rey Mago.

¿Estaba segura de su decisión? Por supuesto que no. Así que solo bastaba una última conversación para tomarla. Si las respuestas eran las que deseaba, se quedaría. Si, por el contrario, Asta seguía en su tónica habitual y sin dar señales de poder desarrollar ningún tipo de sentimientos hacia ella, se alejaría.

Noelle era una persona drástica, de las que pensaban que para eliminar un problema es mejor cortarlo de raíz. Por ello, si el resultado era negativo y quería sacarse a Asta de la cabeza, lo mejor era estar lejos de él para así sanar antes.

—Mañana te lo confirmaré, capitán.

Yami se giró para mirarla. Lo había citado aquella tarde en el tejado de la base, donde sabía que podrían estar solos y tener la suficiente privacidad para conversar. Eso sí, el Capitán de los Toros Negros nunca se había imaginado que Noelle le soltaría aquella bomba.

¿Cómo era eso de que iba a dejar la orden? Para colmo, lo hacía para entrar en la que capitaneaba su hermano mayor. Un hermano mayor que siempre había sido negligente con ella, que la había repudiado —sin importar las razones que tuviera— y que no la merecía a su lado. Yami podía ser denso para algunos temas, pero era extremadamente analizador e inteligente. Sabía reconocer el talento de la gente. Y, sin duda alguna, sabía que tenía ante sus ojos a una de las mejores guerreras que se encontraría jamás, que pronto superaría a su madre y que rivalizaría con los capitanes de todo el reino, incluidos, por supuesto, su hermano Nozel y él mismo.

Sin embargo, más que el sentimiento de perder a una buena subordinada, le apenaba profundamente perderla a título personal. Después de todo, era una más de sus idiotas. Sin ella, sin sus enfados fingidos y sus aires de grandeza, la base nunca sería la misma. Él, personalmente, nunca sería el mismo tampoco.

Aunque, obviamente, Yami la respetaría. Si quería irse, aceptaría su voluntad. Era una verdadera pena, porque pensaba nombrarla vicecapitana junto con Asta —no estaba seguro de que se pudiera hacer algo como eso, pero le daba igual; al fin y al cabo, él siempre hacía lo que le daba la gana— y, justo unos días antes de anunciárselo, ella le decía que estaba pensando seriamente en abandonarlos.

—Bien —comentó con simpleza mientras se levantaba—, pero Noelle, no tomes decisiones precipitadas. Tengo que salir a una misión. ¿Me harías el favor de informar a los demás? —finalizó con una sonrisa y Noelle le asintió con amabilidad.

Tras aquella escueta charla, Yami puso rumbo hacia la Ciudad Real. Allí, Julius lo había citado para que fuera a una misión extraordinaria y de suma importancia. Y vaya si debía ser trascendental, pues esa misión iba a ser llevada a cabo por él y por la mismísima Capitana de las Rosas Azules, Charlotte Roselei.

Parecía ser que todas las mujeres de su vida le daban problemas últimamente. Noelle con su repentina fuga y ahora tenía que compartir una misión —que preveía bastante larga— con Charlotte.

Hacía tiempo, Yami retomó una costumbre que solía practicar mucho en su tierra natal y que pensaba que había dejado atrás para siempre: dibujar. Sí, aunque pareciera totalmente inverosímil, porque Yami carecía claramente de delicadeza, se le daba increíblemente bien dibujar.

Un día que estaba aburrido y sin nada que hacer, tomó unas hojas de su escritorio y un trozo pequeño de carboncillo entre sus manos. Los trazos le salieron solos, casi sin darse cuenta. Su mano, por puro instinto, hizo el contorno propio de un rostro femenino. Después, añadió los ojos, la nariz, los labios. Por último, un pelo sedoso suelto, que se recogía con una trenza en la parte del flequillo.

Cuando lo acabó definitivamente, después de añadir algunas sombras y repasar bien las líneas del boceto, y lo miró, la sorpresa se le instaló en el rostro. Había dibujado a Charlotte sin darse cuenta, demostrando así que era el primer pensamiento que tenía estancado en el cerebro.

Pero claro, era lógico. ¿Cómo no iba a gustarle una mujer así? Era hermosa; sus ojos azules como el cielo, su piel perlada y sus cabellos de oro eran una combinación más que perfecta. Sin embargo, no era solo eso. Mujeres bellas en el reino había a montones, pero ella tenía algo verdaderamente especial. Era fuerte, decidida, tenía don de liderazgo y un carácter inquebrantable.

Era fría, sí, pero Yami sabía que tenía una parte vergonzosa que se le antojaba adorable. Lo primero que pensó al darse cuenta fue que esa situación era un problema. Tener sentimientos por alguien no garantiza que estos vayan a ser recíprocos y con Charlotte lo veía más que improbable.

Saltaba a la vista que lo odiaba con una intensidad arrolladora, así que nunca lo aceptaría. Primero, porque era un hombre —los odiaba a todos sin excepción— y segundo, porque no tenía el mismo estatus social que ella.

Mientras divagaba, sin darse cuenta, Yami llegó al palacio, donde Julius y Charlotte ya lo esperaban. Marx lo recibió con su típica cara de antipatía. No lo podía soportar y ni siquiera lo escondía, pero eso a Yami le encantaba. Mucha gente sufre cuando no le cae bien a alguien, pero el Capitán de los Toros Negros lo disfrutaba en demasía, porque sabía que así podría molestar a esa persona al máximo.

Marx lo condujo hasta el despacho de Julius. Al abrir, el Rey Mago —que por fin había recuperado definitivamente su versión adulta— le dedicó una sonrisa incómoda, mientras que Charlotte lo miró de forma reprobatoria.

—¿Podrías ser puntual por una vez en tu vida?

—Sabes que no es mi estilo —aclaró Yami mientras se llevaba la mano a los labios y le daba una calada a su cigarro.

—¿Puedes tener la decencia de al menos no fumar aquí? —espetó la mujer, visiblemente enfadada.

—Julius me deja.

Charlotte lo fulminó con la mirada. No se podía ser más irresponsable, más desvergonzado ni más indecente que ese hombre. ¿Cómo podía haber llegado a enamorarse de esa forma de él? Sinceramente, no le encontraba sentido alguno. Bufó con fastidio y dirigió la mirada hacia Julius para calmarse.

—Vamos, vamos, no os peleéis —apeló el hombre mientras movía las manos con nerviosismo. Cuando el ambiente se relajó, compuso un gesto más sereno—. Bueno, podréis imaginar por qué os he llamado.

—Debe ser algo serio, ¿no? —preguntó Yami directamente.

—Lo es.

Charlotte se quedó mirando al Rey Mago. Sin duda alguna, dos capitanes no hubiesen sido convocados de no ser por un asunto de especial relevancia y peligro para la población del Reino del Trébol.

—¿De qué se trata?

—Hace unos días, en una de las aldeas de las afueras, aparecieron una serie de Caballeros Mágicos masacrados —Julius proyectó una especie de holograma para mostrarles la situación que se habían encontrado—. Eran caballeros de alto rango, por lo tanto, la fuerza del enemigo debe ser más que considerable.

La mujer de mirada clara observó el holograma concienzudamente. Los cadáveres estaban grabados todos con un símbolo hecho con sangre: las iniciales DB dentro de un círculo. Pero llamó especialmente su atención un detalle. En el cadáver de una mujer rubia, había una inscripción distinta, que decía «el Reino del Trébol y tú seréis míos». Charlotte sintió un escalofrío colándose por todo su cuerpo, pero lo ignoró. No era la primera vez que estaba en misiones de ese tipo, incluso peores, así que no era racional que se comportara de aquella forma.

—Esto es algo grande… —susurró Yami con algo de preocupación.

—Lo es —afirmó Julius con seriedad—. Por eso os lo confío a vosotros dos.

—Partiremos de inmediato.

—Espera, espera, ¿qué? —dijo el hombre de cabellos oscuros, incrédulo.

—Tú mismo lo has dicho: esto es algo grande —contraargumentó Charlotte—. Es mejor que lo resolvamos antes de que vaya a más.

Yami compuso una cara de desagrado y hastío.

—Pero si es prácticamente de noche. Mejor lo dejamos para mañana.

—¡Por supuesto que no! Nos vamos ahora mismo. No me puedo creer que alguien tan irresponsable como tú esté al mando de una orden.

—Supongo que es porque Julius tiene buen gusto —dijo mientras le guiñaba el ojo a Charlotte, que enrojeció instantáneamente y no sabía si de ira o de vergüenza por que Yami le dedicara aquel gesto tan cómplice.

Mientras los veía discutir, Julius se reafirmó en lo que había pensado esa misma mañana. Llevarlos juntos a esa misión, aunque se veía compleja, tal vez era el empujón que les hacía falta a ambos para que dejaran caer las apariencias y por fin se entregaran a lo que sentían.

La química entre ambos era más que obvia y había que ser verdaderamente idiota para no darse cuenta de que entre los dos capitanes ocurría algo. Saltaban chispas cuando se miraban, eran los mejores luchando juntos y no habían pasado desapercibidas para él las miradas llenas de calidez que se dedicaba el uno al otro cuando no se observaban directamente.

—Dejo esto en vuestras manos. Buena suerte.

Yami y Charlotte se callaron repentinamente e hicieron el saludo de respeto y lealtad que le debían al Rey Mago.

Julius los observó marchándose y, sin poder evitarlo, sonrió. Esperaba de corazón que todo entre ellos se aclarase por fin.


El plan era sencillo. Irían a investigar esa aldea en la que los asesinatos se habían producido para buscar pistas. Con suerte, esa extraña organización aparecería ante ellos y acabarían con el problema rápido. Se irían a casa pronto y Yami podría dormir hasta el mediodía del día siguiente.

Con lo que no contaban era con que el plan fallaría en el primer estadio.

—¿Quieres aceptar de una vez que nos hemos perdido?

—No nos hemos perdido. Simplemente es que no hemos llegado aún —razonó Yami con simpleza.

—Hemos pasado por este edificio dos veces ya.

Charlotte se detuvo y se quedó mirando la ancha espalda de Yami, que siguió andando despacio. No habían hablado demasiado de camino a la aldea que buscaban. Aunque estaban a solas por asuntos de trabajo, a Charlotte le encantaban esas pequeñas excusas para poder pasar algo de tiempo a su lado.

Después del incidente de la Tríada Oscura, todo se desmoronó. La Capitana de las Rosas Azules tuvo la oportunidad perfecta para confesarle sus sentimientos a Yami, pero finalmente no se atrevió. Desde ese entonces, habían pasado dos años, en los que no había día en el que no se arrepintiera de no haber actuado a tiempo.

Ya no se sentía capaz de contarle que llevaba muchos años enamorada de él. ¿Para qué? De todas formas, el rechazo iba a ser estrepitoso e ineludible. De nada le había servido el apoyo de sus chicas ni hacerse más fuerte. Al fin y al cabo, en el terreno sentimental seguía siendo la más cobarde.

Por supuesto, el sentir no había cambiado. Seguía ahí; impregnado en su alma. Y Charlotte ya no sabía si el amor que sentía por Yami y que no se desvanecía era incluso peor que su maldición. Todo estaba confuso en su cerebro.

Por las noches soñaba con que Yami entraba a su habitación y la besaba sin mediar palabra, que fundían sus cuerpos una y otra vez entre las sábanas de su cama y que después era capaz, por fin, de decirle que no quería pasar ni un segundo más de su vida sin que estuvieran juntos.

Todo, sin embargo, se desvanecía cuando el día llegaba, pues volvía a ser la Capitana de las Rosas Azules, la mujer con coraje suficiente para ser independiente, para ser fuerte, y Charlotte se volvía a esconder.

No lo podía negar; aquellas dos partes de su personalidad la definían y no se podía desprender de ninguna de ellas. El problema era que la parte más sentimental y sensible estaba siempre opacada por la temperamental y de forma totalmente consciente, es decir, porque ella no la dejaba salir a la superficie.

Era una situación frustrante, pero hay veces en las que no podemos luchar contra los designios del destino, ¿no?

Yami, al darse cuenta de que la mujer no lo seguía, se dio la vuelta. Se quedó mirándola fijamente; estaba parada junto a un muro de piedra. Se había quitado el casco, el cual había dejado a sus pies. Se la veía algo cansada, pero no por los motivos que él pensaba. Se acercó hasta ella y Charlotte, que tenía el rostro ligeramente agachado, lo alzó.

—¿Estás bien? —cuestionó, algo preocupado.

—Sí, es solo que necesito descansar un poco.

Yami echó una carcajada al aire, sin saber que esa reacción no era demasiado adecuada para la tormenta de pensamientos encontrados que estaba experimentando Charlotte en su interior.

—Así que la Reina de las Espinas también se cansa —dijo mientras se acercaba a ella.

Charlotte se echó un poco hacia atrás y su espalda chocó con el muro. Frunció el ceño con descontento. ¿Por qué ese hombre nunca se daba cuenta de nada? ¿Por qué era tan denso que ni ante las señales más claras reaccionaba? Y lo peor de todo: ¿por qué ella era tan absurdamente testaruda y débil?

No era capaz de librarse de su deshonestidad, simplemente huía. Una, dos, todas las veces que fueran necesarias. Ya lo había hecho y no tenía más remedio que volverlo a hacer. No quería arriesgarse y caer. No quería que Yami la tratase de forma diferente al rechazarla, que se alejaran. Aunque solo tuviera la oportunidad de interactuar con él con ese tira y afloja extraño, se quería agarrar a eso para siempre. Era lo único que le daba algo de paz, por eso no quería que desapareciera jamás. Ciertamente, era el vínculo más extraño que había tenido con alguien, pero le daba estabilidad y tranquilidad. Mientras no fuera a menos, se conformaría.

Sin embargo, toda esa amalgama tan compleja de pensamientos fue exteriorizada con rabia. Aunque la sentía más bien contra ella misma, se la arrojó a Yami a la cara. Con el gesto serio y la mirada afilada, como si fuera una daga de hielo, alzó la mano y le quitó el cigarro de los labios. Sintió una suerte de corriente eléctrica deslizándose por su mano al haber estado a tan solo unos centímetros de la boca que tanto anhelaba besar, pero lo ignoró. Tiró el cigarro al suelo y lo encaró con rabia.

—¿Crees que eres gracioso? Solo eres un payaso al que han colocado a dedillo como capitán porque cae bien al jefe. Mientras, otros ascendemos por nuestros propios méritos.

Yami alzó las cejas con sorpresa. Nunca la había visto adoptando esa actitud con tanta crudeza, pero no le disgustó en absoluto. De hecho, incluso lo excitó. Se movió un poco, acortando las distancias para ponerla nerviosa. Y lo consiguió, pero Charlotte no lo reflejó, aunque sabía que las manos le estaban temblando por la cercanía de sus cuerpos.

—¿Por qué no me dices la verdad, Charlotte? —susurró con la voz grave, haciendo que el vello de la nuca de la mujer se erizara por completo.

—¿A-a qué te refieres? —titubeó ella y luego maldijo. Las barreras de su defensa infranqueable se estaban desarticulando poco a poco.

—Piensas que soy idiota, pero me doy cuenta de las cosas. Sé lo que realmente quieres de mí.

Yami dijo esa frase sin pensar. Ni siquiera la creía cierta, pero era la última baza que le quedaba por jugar. Además, le encantaba molestarla y sabía que en esa ocasión, explotaría. Tal vez incluso le daría una bofetada por aquel atrevimiento.

Lo que nunca imaginó era que, por fin, la frialdad y la cobardía de Charlotte se desvanecerían. Él no lo sabía porque no estaba en el interior de su mente, pero la mujer de ojos azules había decidido que no podía reprimirse más.

La imagen que se le presentó ante sus ojos hizo que las manos le ardieran, ansiosas por recorrerle todo el cuerpo, sin dejar ni un solo rincón por explorar. Charlotte cerró los ojos, entreabrió los labios y las mejillas se le colorearon de un tenue color carmesí. Incluso alzó sus manos y agarró con fuerza su camiseta blanca entre sus puños.

Yami se quedó paralizado. ¿Cómo actuaba ante tanta sensualidad, ante tanta belleza? No sabía qué hacer, porque nunca imaginó que esa sería la respuesta de Charlotte.

Los segundos pasaron y, al comprobar que sus labios no recibían a los masculinos, la Capitana de las Rosas Azules abrió los ojos, desilusionada. Yami solo estaba jugando con ella.

Él, nervioso, se comenzó a reír. No le había salido otra reacción, aunque sabía que esa era la menos acertada de todas.

—¿Por qué pones la boca así?

La mujer, completamente abochornada, lo empujó por el pecho, aprovechando que había envuelto sus manos en la tela blanca de su camiseta.

—¡No creo que exista nadie más imbécil que tú! —gritó enfadada mientras se alejaba, pero su recorrido fue apenas de un par de pasos, pues Yami la sujetó del brazo, le dio la vuelta y la atrajo hacia sí.

Había tenido un ligero desliz, pero no desaprovecharía aquella oportunidad de oro que la vida le estaba brindando. Por supuesto que no.

Le abrazó la cintura con ahínco y se atrevió a besarla, sintiendo después la carne de los labios de Charlotte fundiéndose con su boca. Nunca un beso se había sentido tan bien. Jamás.

Mientras movía los labios con ímpetu, sintió a Charlotte empujarlo hasta que su espalda chocó contra el muro en el que antes ella había quedado a su merced. Ahora, los papeles se invertían, pero esa dominación le produjo a Yami un placer extraño, ya que, por lo general, le gustaba tener el control de ese tipo de situaciones.

Le fascinaba que le mantuviera el ritmo en todo momento, que moviera los labios y entrelazara la lengua con la suya con tanta destreza. Le gustaba la forma tan firme que tenía de besar, porque reflejaba su esencia misma, haciendo el beso más tangible, más real.

Cuando necesitaron un poco de aire, se separaron y se miraron directamente a los ojos. Se sentía bien haberse liberado de todas las cadenas superficiales con las que ellos mismos se habían atado. Charlotte sonrió y Yami pensó que nunca en su vida había visto una sonrisa tan preciosa y que transmitiera tanta verdad y pureza.

—Creo que podríamos continuar esto mañana.

La mujer asintió con algo de vergüenza, pero con felicidad desorbitada en el corazón. Después, carraspeó ligeramente, se agachó a recoger su casco y se lo puso. Empezó a andar y Yami la siguió.

—Continuemos con la misión.

El Capitán de los Toros Negros sonrió. Era responsable hasta la médula y ni siquiera bajo esas circunstancias se le pasaba por la cabeza dejar sus responsabilidades a medias. Claramente, no como él, que lo primero que había pensado era en proponerle que se fueran juntos a la posada más cercana y dejaran la misión para el día siguiente. Aunque sabía que eso no funcionaría y sería recibido por su parte con desagrado y enfado, así que ni se lo planteó.

Siguieron andando durante una media hora y llegaron al lugar que, parecía ser, aparecía en las imágenes que Julius les había mostrado. Era extraño porque el sitio estaba demasiado tranquilo, sin ruido. El silencio lo impregnaba todo y ni siquiera había luz en las calles de la aldea. Demasiado sospechoso.

—Debemos estar alerta. Esto no tiene buena pinta —comentó Yami mientras se llevaba la mano a la funda de la katana.

Sin embargo, no pudo actuar. No sintió ningún ki, ningún maná; solo un pinchazo en la nunca que lo dejó inmovilizado, le provocó que las piernas perdieran fuerza y que las rodillas se le desplomaran, dejándolo finalmente postrado contra el suelo.


Continuará...


Nota de la autora:

Tenía programado empezar esta historia en julio del año pasado. Luego fueron surgiendo impedimentos y he tenido que posponerla hasta hoy. En cualquier caso, ya estoy aquí, escribiendo de nuevo Yamichar, que me fascina. En esta historia habrá un poco de Asta y Noelle, pero la pareja principal será Yami y Charlotte, tenedlo en cuenta.

Sé que puede sorprender el hecho de imaginar a Yami dibujando, pero esto no me lo invento yo. En los tomos recopilatorios del manga, se recogen de vez en cuando una serie de rankings. Resulta que preguntaron a Tabata sobre los personajes que eran mejores para el dibujo y, obviamente, Rill fue primero, pero el segundo (creo recordar, si no, estaba de los primeros) era Yami. Es increíble, ¿verdad? Yo lo vi en Tumblr, pero creo que si buscáis un poco, lo encontraréis.

Esta historia no incluirá spoilers del manga, porque sé que muchos no lo leéis (aunque yo lo recomiendo mucho, más ahora que se ha anunciado el final del anime en marzo) para que así los que solo seguís el anime podáis disfrutar también de esta parejita.

En fin, como he dicho al principio, esta historia va a ser complicada, mucho más que las otras que he escrito anteriormente sobre estos dos, pero espero de corazón que os haya gustado el primer capítulo.

¡Nos leemos en la próxima!