Los personajes de She-ra y las princesas del poder no son de mi propiedad.
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La noticia la recibí hace un par de semanas atrás, cuando entrando al portal, después de un día de trabajo, revisé sin mucha esperanza los resultados. Había sido aceptada en la universidad que había puesto como primera opción y en la carreara que quería. No me jacto de mi inteligencia, pero me hubiera enojado más que entristecido no quedarme en ella.
Mi poca esperanza, más que efecto de inseguridades, se debía a mi actual situación. Y es que, como en todo, hay un contra en esta: la escuela me queda a más de dos horas en transporte público. Quizá, si no tuviera que trabajar, no sería problema. Pero no puedo presidir de aquel ingreso, menos después de que un año atrás, mi madre me dijera que ya no tenía ninguna responsabilidad para conmigo. Aun así, decidí inscribirme, lo otro era un problema para la Catra del futuro.
La Universidad de Grayskull era conocida por recibir a los mejores estudiantes de las preparatorias de toda Etheria, muchos aspiraban a ella, pero son pocos los que entran. Entre ellos, había otros que venían recomendados, en cuyos casos había una beca económica de por medio, la cual debía mantenerse con un buen desempeño y participación en los talleres.
Mi caso era distinto, no fui la mejor alumna en la preparatoria, menos en mi último año… tampoco iba recomendada por ningún maestro o director de instituto, pero había sido de las más altas en los resultados de los exámenes que hacían como filtro de ingreso. Así es, exámenes, en plural. Eso me había abierto la plaza para estudiar allí.
Aquel día lo había pedido libre en el trabajo, pues en aquella universidad eran rigurosos hasta en las fechas para realizar la inscripción. En el portal donde revisé los resultados, me venía la fecha y hora que se me había asignado para realizar los trámites. Por suerte, no fue de inmediato, por lo que pude avisar a mi supervisor con anticipación, omitiendo el hecho de que iba a empezar a estudiar en una escuela que no estaba cerca de mi lugar de trabajo y por cuyas razones iba a requerir un horario demasiado flexible o un nuevo trabajo y hogar.
El proceso fue más rápido de lo que podría esperarse en esta lenta burocracia, bien dicen que todo depende del lugar al que te dirijas. Fue cuestión de llegar a las oficinas de la universidad, formarme, entregar mis papeles y listo. Estaba inscrita en la Universidad de Grayskull. Ya sólo quedaba escabullirme como gato silencioso y regresar a casa.
Lo que iba a suceder después, el comentarle a mi madre mi actual situación, renunciar a mi trabajo –porque dudaba me dieran un horario flexible– y buscar con desesperación soluciones a los problemas que me había creado sola, podían empezar a ocupar mi mente una vez que saliera de las instalaciones de Grayskull.
Quizá estaba mintiendo y ocultando parte de la verdad. Si tenía que ser honesta, había otro factor que me hacía dudar sobre querer estudiar en aquella escuela. Más que eso, me aterraba.
Allí asistía una persona a la que no estaba lista para volver a ver. Para mi desgracia, ese hecho lo descubrí una vez que había llegado a la universidad. Y más temprano que tarde, aquello sucedería. Era inevitable. Pero si por hoy podía escapar de aquel encuentro, lo haría sin dudar. Así que, utilizando mi gran habilidad de pasar desapercibida por los demás, me abrí paso entre la multitud de alumnos de nuevo ingreso, anduve por los pasillos y cuando vi asomarse débilmente la luz del día por la puerta del edificio, se me heló la sangre.
– ¿Catra?
Sí, no podía esperar que todo fuera así de bueno. La suerte nunca ha sido aliada mía. Hubiera sido demasiado bonito que aquello no sucediera hasta que estuviera en las óptimas condiciones para enfrentarla. Pero siempre quedaba cerrar los ojos y taparse los oídos, aunque cuando quisieras volver a recuperar aquellos sentidos, el mundo estuviera en llamas. Estaba acostumbrada a ello.
Seguí caminando, fingiendo que aquel no era mi nombre y tratando de evadir lo que por tres años había hecho tan bien. Cabe aclarar que la distancia lo hacía todo más sencillo.
– ¡Catra!
Hubiera echado a correr, la rapidez siempre ha sido mi fuerte. Más que eso, mi gracia era huir. Sin embargo, aquello solo haría más evidente que se trataba de mí. Así que seguí a paso recio, fingiendo tranquilidad e ingenuidad.
Escuché sus pasos acercarse y el pánico empezó a treparme por la nuca. A mi cabeza llegaron miles de opciones para escapar y cuando creí que había hallado una solución, aceleré el paso, me adentré por un pasillo y abrí el primer salón que encontré. Sin embargo, antes de siquiera adentrarme en aquel cuarto, choqué de frente con otra persona, más robusta que yo, y caí de espaldas al suelo.
– ¡Fíjate por donde caminas, imbécil! –grité ante la frustración de ver imposibilitado mi escape y cubrí con ambas manos mi rostro.
Me peiné el cabello aún tirada en el suelo, me senté y al mirar arriba para encarar a aquel que me había derribado, vi a un hombre alto, pálido, serio y con el cabello teñido de verde que me pedía disculpas en un extraño acento.
– ¡Catra!
El tono de su voz había cambiado y escuché cómo se aproximaba irremediablemente a donde me encontraba. El sonido de sus pasos era el mismo, podía recordar el ritmo de su caminar y de cuando echaba a correr. Aquello me aturdió momentáneamente.
Se detuvo una vez que llegó al lugar en que estaba sentada sobre el suelo. El otro chico se escabulló, irónicamente victorioso, de aquel incidente. Ella tomó su lugar frente a mí. No quise mirar. Con los ojos cerrados y los brazos cruzados, aspiré hondo y solté el aire.
– Sabía que eras tú –agregó.
Podía asegurar, sin siquiera verla, que portaba una afable sonrisa en su estúpido rostro. Lo sabía porque empecé a sentirme cálida por dentro y me enojé conmigo misma por tener aquella reacción. Abrí los ojos, con la vista aún en el suelo. Suspiré resignada y levanté el rostro para encontrarme directamente con el sol.
– Hey, Adora…
Me extendió la mano para ayudarme a ponerme en pie, yo la desprecié y, orgullosa como siempre he sido, me levanté con mi propia fuerza. Me sacudí el polvo de la ropa y escuché salir de sus labios una suave y burlona risa.
– Nunca cambias, Catra.
¿Perdón? ¿Había escuchado bien? ¿Acaso en cuestión de segundos, después de tres años de no vernos, ella puede sacar conclusiones de si he cambiado o no?
Mis cejas se juntaron en señal de desacuerdo, bufé, desvié el rostro y me crucé de brazos. Ahí estaba mi barrera, acto reflejo de mis inseguridades.
– Venga, Catra, no necesitas protegerte de mí.
Y sí, ella sabía qué lo activaba. Siempre lo sabía.
– No me estoy protegiendo de ti –solté y empecé a caminar con la intención de irme de allí.
– Catra, espera –la escuché caminar detrás mío–. Ando aquí en la escuela ayudando a dar recorridos a los de nuevo ingreso por las instalaciones de la universidad.
– Cool, supongo –comenté, moviendo la mano en el aire y sin voltear a verla.
– Podrías venir.
Y ahí fue cuando me detuve. Su voz sonaba temerosa y muy pocas veces me había tocado escucharla así. Giré sobre mis talones y le sostuve la mirada. Azul. Un color asociado a la inteligencia, seguridad, calma, lealtad y tranquilidad. Únicamente si mirabas de cerca, podías ver el tono grisáceo que rodeaba su pupila y cubría su iris.
– Si me esperas unos minutos, podríamos ir, no sé… –observé como se llevaba una mano al cuello–. Quizás a comer o por un café. Lo que más te apetezca.
Ahí estaba la sonrisa y, por alguna razón, me incomodó.
– No tengo apetito ni tiempo –mentí y volví a girar el cuerpo para seguir mi camino hacia el exterior de aquella interminable y odiosa universidad.
– Catra –su mano en mi muñeca me detuvo antes de siquiera reanudar mi andar, entonces pronunció las palabras prohibidas–. Quédate, por favor.
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Una vez más, Adora caminaba frente a mí, guiándome. Lo único diferente era que ahora estaba rodeada de un grupo de desconocidos. Ella movía los brazos señalando un edificio y otro, indicando de qué facultad se trataba o qué taller podías tomar en ellos, fuera artístico o deportivo. Se paraba a un lado de las múltiples estatuas y monumentos que había en las inmediaciones de la escuela, contando la historia de cada uno de ellos y explicando porque eran importantes o porque se encontraban específicamente en aquellos espacios. Escuchaba a los demás reír con los comentarios sosos y bobos que hacía. Algo muy de ella.
Yo apenas y almacenaba palabra alguna que saliera de su boca, no entendía aquella perorata y la razón era simple: no estaba escuchando. En aquel recorrido me dediqué, como en los viejos tiempos, a observarla. Sin embargo, ahora no lo hacía para grabarme de memoria sus facciones hasta poder evocarlas con los ojos cerrados. No. En esta ocasión buscaba un salvavidas, en un estúpido intento de hacerme a la idea de su imagen como algo tangible. Algo que podría tocar de nuevo.
No le quité la vista de encima en ningún momento, poco me importaba que los demás lo notaran o que llegara a incomodarla, pues muchas veces me descubrió observándola.
Ella lucía extrañamente igual salvo por unos detalles. Su cabello era más largo de lo que recordaba, pero seguía peinándolo en una coleta que todavía lograba complementar con aquel extraño, ridículo e inflado copete. Sus facciones eran las mismas, pero con un aire más adulto. En su barbilla, cargado al lado izquierdo, había 3 cicatrices que sabía eran rasguños.
Su cuerpo ya no era el de antes, hacía tres años la hubiera descrito como una flacucha, no era que estuviera completamente delgada, pero tampoco era tan… llamativa. Ahora su figura se veía trabajada, al moverse podía adivinarse los contornos de su cuerpo, incluso bajo la ropa. Era una extraña combinación entre la fragilidad y la fortaleza.
Sin embargo, el cambio más significativo era su vestimenta. Ella siempre había tenido mal gusto en la ropa u optaba por combinaciones poco funcionales. Era tan malo su sentido del vestir que a veces solo quería arrancarle la ropa. Obviamente, no con una intención morbosa. Recuerdo las muchas veces en las que, antes de salir, a donde quiera que fuéramos a ir, regresábamos a su casa para que se cambiara de atuendo o para que se pusiera unas zapatillas deportivas, porque las sandalias, en verano, no se ponen con calcetas. Sí, ese tipo de situaciones absurdas solía vivirlas con ella muy a menudo.
Ahora parecía todo lo contrario. Su combinación era pulcra y equilibrada. Unas zapatillas deportivas completamente blancas, un pantalón deshilachado de mezclilla corte boyfriend y una sudadera blanca con líneas rojas y amarillas. ¡Sin calcetines!
Yo me mantuve al margen, ni tan cerca ni tan lejos. Cuando terminó aquel recorrido, yo bien poco sabía de donde se encontraba cada cosa en la escuela. Ya tendría tiempo de sobra para ello, toda una carrera para ser exactos.
La gente empezó a dispersarse y la vi interactuar con algunos de los alumnos de nuevo ingreso y una límpida sonrisa en su rostro. De vez en cuando ella miraba en mi dirección, yo sabía que lo hacía para cerciorarse de que seguía ahí y que no había escapado. Con una seña me dio a entender que debía regresar con sus demás compañeros para avisar que se iba.
Ella se adentró al mismo edificio en el que se estaban realizando los trámites. En la puerta de cristal se leía en letras perfectamente legibles "Secretaría General". Me quedé recargada en la pared exterior de aquel edificio, mientras esperaba a que ella regresara.
Miré al cielo azul, no había ni una nube que disimulara su intensidad. ¿Qué estaba haciendo?... Quizá fuera el momento oportuno para desaparecer, hacerme la loca y, cuando volviera a encontrarla, decirle que todo había sido un sueño suyo. Que eran tan grandes sus ganas de verme nuevamente, que lo soñó. Sin embargo, mi cuerpo no reaccionó. Y, otra vez, ella estaba frente a mí.
– Listo –me sonrió–. Gracias por esperarme.
No hice comentario alguno, pero me moví de aquella cómoda posición en señal de que podíamos continuar.
– ¿Entonces? ¿Comida o café?
– Ambas –agregué y volví a escuchar su risa.
– Como gustes.
Ella volvió a servir de guía, conocía mejor que yo el lugar y, evidentemente, la ciudad. Optó por llevarme a pie en vez de tomar un transporte, supuse que para alargar el tiempo que pasaríamos juntas ese día. En el camino me contó detalles superficiales sobre su día, se había levantado temprano para ir a la escuela y ser voluntaria. Eran de esas pequeñas actividades que tenía que realizar para mantener la beca que le daba la universidad.
Después, me dijo a grandes rasgos a que se dedicaba. Como siempre, le iba bien. La beca económica que recibía, gracias a las recomendaciones con las que había entrado, le era suficiente para lo que ella necesitaba. Asimismo, su madre le seguía apoyando económicamente, con lo cual cubría la renta de un departamento en el que supuestamente vivía.
Volvió a contarme unas cuantas historias de sus amigos, sí, de ellos había escuchado y leído varias proezas que luego me compartía por mensajes. Eso fue el primer año en que nos separamos, hasta que le pedí egoístamente que se detuviera…
Tuve mis razones. Nunca las expuse y ella nunca las pidió.
Cuando se le acabó aquel tema y vio que no comentaba nada, optó por la remembranza. Me recordó historias sobre un pasado que conocía a la perfección porque también era el mío. Yo la miraba caminar y hacer ademanes con las manos mientras hablaba. Aquellas manos que por muchos años me habían brindado calor, aquellas que de niña me habían guiado a descubrir un mundo que me asustaba. Por un instante quise tomarla, vieja costumbre mía, pero espabilé cuando ella se detuvo y alejó su mano para señalar el letrero de un establecimiento.
Habíamos llegado.
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El lugar era bastante acogedor, era una pequeña cafetería poco concurrida, cuyos dueños parecían conocer a Adora. La especialidad del lugar eran los pasteles de colores cálidos y de sabores extravagantes. Tenían un menú de comidas que me pareció demasiado saludable para la rubia que yo solía conocer, por lo que cuando pidió un club sándwich no me sorprendí. Yo pedí una ensalada con pollo y un café americano.
Estuvimos en silencio por un rato, en parte porque la mesera también parecía conocer a Adora y estaba charlando con ella sobre la situación que vivía la cafetería, la cual empezaba a ganar reconocimiento y estaban pensando en abrir un segundo local en otro distrito. Ella, amable como siempre, le permitió y alentó a que siguiera la plática, mientras yo esperaba con el codo en la mesa y mi mano sosteniendo mi mejilla a que aquel parloteo terminara.
Nuestros pedidos llegaron y con ellos finalizó aquella charla. Al menos aquel día comería sin gastarme un centavo. Y cuando pensé que tendría una comida silenciosa, ella reinició la conversación, pero esta vez conmigo.
– ¿Y qué has hecho en estos tres años?
Detuve mi tenedor a medio camino y con la boca abierta la miré a los ojos. Alcé una ceja y procedí a comerme lo que tenía en aquel cubierto. Ella se rio con cierto nerviosismo.
– Sé que en realidad han sido casi un año desde que no hablábamos –corrijo, casi un año desde que yo no le he contestado sus mensajes–. Supe que intentaste el examen hace dos años, pero me alegra ver que este año viniste a inscribirte.
Aquello era mentira, fue parte del plan que elaboré para alejarme de ella sin que me hiciera muchas preguntas. No podía decirle que mi madre se había deslindado de mí y que por ende tuve que buscar un trabajo que no me permitió realizar el examen porque no tenía ni pizca de estabilidad económica ni emocional. Después de decirle que no me había quedado, pude darme el fingido valor que necesitaba para decirle que dejara de buscarme.
Aun así, ella estaba aquí, frente a mí, expectante de una respuesta honesta.
– Empecé a trabajar… –comenté en voz baja y le di un sorbo al café para evitar su mirada escrutadora.
Con los ojos cerrados escuché como exclamaba:
– ¡Genial!
Bajé mi taza de café a la mesa y abrí los ojos. Ella sonreía.
– No realmente –agregué, queriendo borrar esa sonrisa de su rostro–, debo encontrar un trabajo parcial que me permita ir y venir a la escuela, o encontrar un lugar donde vivir que me salga ridículamente barato y un trabajo aquí.
Y lo logré, pero más que ver la desazón en su rostro, vi una expresión meditabunda. Después asintió con la cabeza y procedió a probar su sándwich. Se limpió los labios una vez que terminó con ese bocado y continuó con el interrogatorio.
– ¿Qué paso con Miss Catalina?
– ¿En serio, Adora? ¿Miss Catalina? –solté una risa que me salió más amarga de lo que quería, así era como solía llamarla cuando éramos niñas–. Bueno, ella sigue siendo una perra.
Sonreí al momento en que vi cómo se atragantaba con el sorbo que le había dado a su refresco. Adora golpeó suavemente su pecho y tosió. Estuve tentada a darle suaves palmadas en la espalda para ayudarla a recuperar el aire, pero me aterraba la idea de tocarla.
– Por eso empecé a trabajar –continué, bajé la mirada a lo que quedaba de ensalada en mi plato y empecé a mover los restos con mi tenedor–. Estoy segura de que por pura lástima no me echó de la casa.
Aquello lo había dicho más para mí que para ella. Era algo que venía pensando desde hacía algún tiempo y era, en parte, la razón por la cual me decidí a realizar el examen: necesitaba tener una razón lo demasiado fuerte y plausible para alejarme de aquel lugar al cual ya no podía llamar hogar. Cuando Adora se fue a estudiar a la universidad, mi vida cambió por completo. Me quedé sola en mi último año de preparatoria, viviendo en una casa donde me consideraban una desgracia, en un vecindario en el que nadie me quería y una ciudad en la que no era bienvenida.
Cuando regresé la vista a la rubia, ella me miraba con cierta tristeza en su rostro, pero esa expresión ocultaba algo más.
– Catra, quizá no he sido muy sincera contigo –la vi llevar sus brazos sobre la mesa y juntando sus dos manos, suspiró profundamente –. Mi madre me ha dicho que no le diga esto a nadie, pero creo que, tratándose de ti, puedo hacer una excepción. Elin está saliendo con alguien.
Sí, eso no tenía ni pizca de sentido, por lo que le dediqué una mirada con la que manifestaba toda mi confusión. Estuve a punto de reclamarle el repentino cambio de tema, pero ella se me adelantó.
– Esa persona está constantemente viajando y bueno… –tragó saliva–, estoy viviendo en uno de los departamentos que tiene desocupados, así que no pago renta.
Empezaba a entender el rumbo que tomaba la conversación y estaba segura de que no me gustaría ni un ápice.
– A lo que voy es que… –se llevó una mano a la nuca y con una sonrisa nerviosa, agregó– podrías vivir conmigo.
Qué mala idea.
– No necesitarías pagar renta y el departamento tiene otra habitación que no ocupo, además queda cerca de la escuela y yo podría…
Sabía que Adora seguiría enumerando las razones por las cuales debería acceder a su propuesta, pero mi mente me gritaba que no debía aceptar y mi cuerpo empezaba a manifestarlo.
– No…
Intenté deternerla y la debilidad en mi negación me sorprendió.
– Y del trabajo no necesitas preocuparte, con lo de mi beca y el apoyo de Elin podemos vivir jun…
– No –alcé la voz y ella calló.
Yo sabía que lo que había cortado sus alegatos, más que el negarme a su propuesta, habían sido mis manos en las suyas.
– No puedo depender de ti.
No otra vez…
Adora me miró a los ojos y en ellos vi un sentimiento que no supe catalogar. Volvió a suspirar y cerró los ojos mientras reafirmaba el agarre de nuestras manos. Fue un delicado apretón, que se desvaneció en cuestión de segundos, los mismos que tardó en volver a abrir los ojos y mirarme con decisión.
– Entonces que no sea así, puedes trabajar para mantenerte.
– Necesito encontrar un trabajo primero –me reí con suavidad y solté sus manos. Ella las dejó donde estaban, abiertas y dispuestas para mí.
– Si te sirve de algo, puedo ayudarte con lo del trabajo –ante eso alcé una ceja, cuestionándola – ¿Recuerdas que te hablé de Glimmer? ¿Mi amiga Glimmer? –asentí–. Ella podría ayudarte a entrar en alguna de las franquicias de su familia.
Me senté en el respaldo de la silla, crucé los brazos y las piernas y la miré con suspicacia.
– Tienes políticas en pro de los estudiantes, así que tus horarios serian parciales y tendrías dos días de descanso –continuó con cierta viveza en su tono–. Lo sé porque, cuando lo necesité, trabajé para ellos. Son muy flexibles.
Si, todo aquello sería fácil, demasiado bueno, podría aceptarlo sin pensarlo siquiera, sería tonta si lo rechazara y por ello me reí en ese instante, cosa que Adora interpretó como mi resignación y me sonrió a modo de respuesta.
No obstante, aquella risa mía nacía, sí, de la resignación, pero hacia un viejo temor. Era un miedo a que todo volviera a ser como antes. La fiebre, los nervios, los celos, un sentimiento profundo, unilateral e injusto… Adora es una persona fácil de tratar, ridículamente perdonable y es por lo que me asusta volver a seguirla y vivir bajo su ala. No quiero volver a enamorarme… no para que me rompan el corazón, no para que vuelva a irse.
Sin embargo, yo sabía que no tenía lugar al que llegar.
Suspiré. Y accedí.
…
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N/A:
Otra vez yo. Con otra historia jajajajaja
Lean bajo su propio riesgo.
No tengo mucho que decir más que esta historia va a estar más pegada a mi estilo que Delicada Noción, el motivo, va a tener aaaannggsst jajajajaja
Sin más los dejo. Pueden dejar sus dudas en un review o por MP.
¡Hasta la próxima!
–Pausa sin fines de lucro :v–
En Instagram y Twitter subo dibujitos cuchos Catradora, por si gustan verlos jajajaja en mi perfil tienen los enlaces uwu
Pronto hare una portada para estos fics.
