Cat Noir odiaba enfrentarse a supervillanos zombificadores. Llamaba así a aquellos cuyo poder consistía en apoderarse de la voluntad de ciudadanos inocentes y obligarlos a hacer todo lo que el villano quería. Ya era bastante malo tener que luchar contra un akumatizado con superpoderes, que a menudo venía acompañado también por un sentimonstruo, como para encima tener que preocuparse por su ejército de minions.
La villana del día era gigantesca, y avanzaba entre los edificios de París como una apisonadora. Además, también poseía el poder de hechizar a la gente con el rayo mágico que disparaba desde su único ojo. A aquellas alturas ya la seguía un nutrido grupo de parisinos zombificados, que parecían un pequeño batallón de hormigas a sus pies.
Cat Noir había estado observando la situación desde un tejado mientras esperaba a Ladybug, pero ella no aparecía. Eso no tenía nada de particular. Ambos tenían sus vidas fuera de la máscara, y a menudo resultaba complicado encontrar una excusa para dejar lo que fuera que estuviesen haciendo y buscar un lugar discreto para transformarse. A veces era él el que se retrasaba, otras veces era ella. En los últimos tiempos, además, era cada vez más habitual que Ladybug hiciese una parada en alguna otra parte para reclutar a alguno de sus aliados antes de unirse a la batalla.
Cat Noir la llamó por última vez y, al saltar el contestador, le dejó un breve mensaje informándole de la situación. Sin bromas, sin requiebros, sin juegos de palabras. Últimamente no estaba de humor para nada de eso.
Se disponía a saltar al siguiente tejado para ir en pos de la villana cuando oyó una voz conocida que lo llamaba desde la calle:
—¡Cat Noir! ¡Cat Noir!
Volvió la cabeza y descubrió a Nino, que le hacía señas, moviendo los brazos como si fuesen aspas de molino. Maldijo para sus adentros. Su amigo estaba demasiado cerca del radio de acción de su adversaria gigante. Le bastaría con girar la cabeza para descubrirlo y dispararle uno de sus rayos zombificadores.
Bajó de un salto hasta situarse junto a Nino.
—¿Qué haces aquí? ¡Ponte a cubierto! —le gritó.
—¡Ha capturado a Alya! ¡Cat Noir, tienes que salvarla!
—Los salvaremos a todos, te lo prometo. Pero ahora...
—¡No, no, es importante! ¡Tienes que salvar a Alya porque, si no...!
Cat Noir no lo dejó terminar. Lo agarró con brusquedad y se impulsó con él al tejado más próximo, justo antes de que el rayo los alcanzara.
Buscaron refugio tras una chimenea. Cuando Cat Noir se hubo asegurado de que la villana los había perdido de vista, se volvió hacia Nino una vez más.
—Te dejaré en un lugar seguro. Y, en cuanto a Alya, entiendo que es tu novia y estás preocupado, pero...
—¡No, no lo entiendes! —Nino lo agarró por los hombros con desesperación y le gritó—. ¡Es Rena Rouge!
Cat Noir se lo quitó de encima, molesto.
—Ya lo sé —respondió, con más brusquedad de la que pretendía.
No se había enterado por Ladybug, y eso era lo que más lo molestaba. Pero eso Nino no tenía por qué saberlo. Intentó arreglarlo.
—Mira, no pasa nada, Ladybug llamará a otros superhéroes y la rescataremos...
—Pero ¿y su prodigio?
—¿Su prodigio? —repitió Cat Noir sin comprender.
—¡Lo lleva encima! ¡Si Shadow Moth la captura, se hará con él!
—¿Cómo que lo lleva encima?
—Ladybug se lo dio para que lo tuviera siempre, como vosotros dos —le explicó Nino, cada vez más angustiado.
En otro tiempo, Cat Noir se habría reído, le habría dicho que eso no era posible. Que Ladybug jamás rompería sus propias reglas, y mucho menos sin contar con él. O sin comentárselo siquiera.
Pero eso había sido mucho tiempo atrás. Cuando ella aún confiaba en su compañero. Cuando eran solo ellos dos contra el mundo entero.
Cat Noir cerró los ojos, intentando disimular el dolor que las palabras de Nino habían causado en su interior. Sabía que su amigo no mentía, aunque él no acertaba a comprender por qué Ladybug había confiado tanto en Alya, teniendo en cuenta que Shadow Moth ya conocía la identidad de la portadora del prodigio del zorro.
Nino malinterpretó su silencio.
—¿Aún estás enfadado conmigo por haber pensado que tenías algo con Alya, tío? —le preguntó, inseguro—. Te pido perdón otra vez por la confusión, aunque sé que tienes razones para mosquearte, pero... ella no tiene la culpa. Por favor, sálvala.
«...Porque Ladybug piensa que es odioso», oyó la voz de Nino en su recuerdo. «¡Y tiene razón!».
Cat Noir sacudió la cabeza, tratando de borrar aquellas palabras de su memoria. Nino le había contado a aquello a Adrián. Cat Noir no tenía por qué saberlo.
—No te preocupes por eso —murmuró.
Iba a añadir algo más, pero entonces la potente voz de la villana resonó sobre los tejados de París:
—¡Si Ladybug y Cat Noir son demasiado cobardes para luchar, nosotros los buscaremos! ¡Acudid a mí, mis pequeños esclavos! ¡Buscad a Ladybug y Cat Noir y sacadlos de su escondite!
Los ciudadanos hechizados se dispersaron, dispuestos a cumplir sus órdenes. Cat Noir localizó a Alya entre la multitud. La vio dar media vuelta con decisión y enfilar una calle secundaria. Los demás parisinos zombificados se desplazaban lentamente, sin rumbo fijo; pero Alya parecía tener muy claro a dónde iba.
Nino dejó escapar un chillido de pánico.
—¡Hay que detenerlos! ¡Tío, salva a Alya cuanto antes, por favor!
—Cálmate. Esto es bueno, ¿vale? Si el grupo se separa, será más fácil localizar a Alya. Pero nuestro objetivo principal sigue siendo...
—¡No lo entiendes! ¡Los ha mandado a buscar a Ladybug!
—Bueno, está claro que hay muchas cosas que no entiendo —cortó Cat Noir, molesto—. Pero...
—¡Alya sabe quién es Ladybug!
Aquellas palabras cayeron como un mazazo como Cat Noir.
—¿Cómo...?
—Sé que no tenía que habértelo dicho —se apresuró a añadir Nino, comido por la angustia—. Pero hay que detenerla cuanto antes. Si llega hasta Ladybug...
Cat Noir apenas podía pensar. Miró a Nino, anonadado.
—¿Tú... conoces la verdadera identidad de Ladybug? —susurró.
—¡No, yo no! ¿No me estás escuchando? Alya me contó que Ladybug se lo había confiado, para que pudiese ayudarla a luchar contra Shadow Moth, pero, por supuesto, no me dijo quién era ella. ¿O es que crees que no sabemos guardar un secreto? —preguntó, un poco molesto.
«Es evidente que no», pensó Cat Noir. «Ni tampoco Ladybug».
Trató de centrarse y de ignorar el sordo dolor que le oprimía el pecho. Por muy atolondrado que fuera a veces, Nino tenía razón: si Alya conocía la identidad de Ladybug, había que evitar a toda costa que la encontrara.
Volvió a agarrar a su amigo sin previo aviso y saltó con él hasta un callejón apartado para dejarlo en el suelo.
—Ponte a cubierto —le dijo—. Yo me ocuparé de Alya.
Nino dejó escapar un suspiro de alivio.
—¡Tío, por fin!
Cat Noir no respondió. Enarboló su bastón y se alejó de allí.
Si Ladybug estuviese transformada, no habría ningún problema en que Alya la encontrase. Al fin y al cabo, eso era lo que la villana había ordenado a todos sus «esclavos». Pero la superheroína se retrasaba, y eso quería decir que quizá no hubiese tenido ocasión de transformarse todavía. Si Alya llegaba hasta ella, pondría en riesgo su identidad secreta.
Halló por fin a su amiga, caminando en dirección al colegio Françoise Dupont. Cat Noir procuró no pensar en ello. Quizá solo le quedase de camino.
La interceptó cuando cruzaba el parque que había junto a la panadería de los Dupain-Cheng.
—No vas a ir a ninguna parte —le aseguró.
Pero Alya, con la mirada perdida, siguió avanzando sin prestarle atención. Cat Noir utilizó su bastón como barrera, esperando detenerla de esa forma. Sin embargo, Alya aferró el bastón y lo apartó con fuerza. Cat Noir estuvo a punto de perder el equilibrio. Saltó tras ella y la sujetó con ambos brazos para inmovilizarla.
—¡No vas a ir a ninguna parte! —repitió.
—Tengo que encontrar a Ladybug —se limitó a contestar la chica, con voz inexpresiva. Su cara tampoco mostraba ninguna emoción.
Trató de zafarse, y a Cat Noir le costó retenerla. Al parecer, mientras estuviese bajo el influjo hipnótico de la villana, también poseía fuerza sobrehumana.
«Qué bien», pensó él.
Durante los minutos siguientes luchó por inmovilizarla, mientras Alya repetía como un robot «Tengo que encontrar a Ladybug. Tengo que encontrar a Ladybug...». De pronto, se detuvo y cambió de dirección con tanta brusquedad que Cat Noir perdió el equilibrio. Alya lo arrastró por el suelo durante unos humillantes segundos, hasta que ambos oyeron la voz de la superheroína, que preguntaba, divertida:
—¿Qué se supone que estáis haciendo?
—Ladybug... Ladybug... Ladybug... —repetía Alya en bucle.
Cat Noir vio por el rabillo del ojo que su compañera ya se encontraba convenientemente transformada y enmascarada, y soltó a Alya por fin. Ella se precipitó hacia Ladybug, que se dio cuenta entonces de lo que estaba pasando.
—Oh, no, Alya —murmuró.
No le costó nada esquivarla de un salto. Aterrizó junto a Cat Noir y le tendió una mano para ayudarlo a levantarse.
—¿Qué clase de estrategia es esta, gatito? —le preguntó, burlona.
Él aceptó la mano que ella le ofrecía, pero no respondió a la pregunta.
—Vamos —dijo—. Tenemos trabajo que hacer.
Ladybug se dio cuenta de que estaba serio y se dispuso a preguntarle al respecto, pero no tuvo tiempo: un grupo de parisinos zombificados se aproximaba a ellos, tratando de rodearlos.
—Ladybug... Cat Noir... Ladybug... Cat Noir... —repetían a coro.
Los dos superhéroes cruzaron una mirada de entendimiento, listos para entrar en acción. En los ojos de él latía un brillo de amarga tristeza, pero ella, centrada en su misión, no se dio cuenta.
—Marinette, tengo que hablar contigo —le dijo Alya con urgencia.
—Bueno, ya estamos hablando —respondió ella—. Dime, ¿qué pasa?
Había sido una tarde complicada. Ciklopia, la supervillana del día, había estado un buen rato aterrorizando París antes de que lograran derrotarla. Ya era casi de noche cuando Marinette había vuelto a casa. Y Alya la había llamado justo después de cenar.
—No puedo contártelo por teléfono —le dijo su amiga—. Tenemos que vernos cuanto antes. Es urgente.
—No puedo salir de casa a estas horas —objetó Marinette—. He pasado toda la tarde fuera y ya les he dicho a mis padres que me iría pronto a dormir. —Bajó la voz y añadió—: Esta noche me toca patrulla.
Pero Alya pareció mucho más preocupada de pronto.
—Oh, no, no, no. ¿Vas a ver a Cat Noir? Por favor, prométeme que no hablarás con él antes de que te haya contado...
—¿El qué? Alya, estás empezando a asustarme. —Marinette percibió que su amiga estaba indecisa. Si era algo que tenía que ver con sus actividades superheroicas, probablemente no podía hablar de ello por teléfono. En su casa había siempre mucha gente—. Oye, no te preocupes —le dijo al fin—. Esta noche patrullo yo sola, porque Cat Noir tiene otras cosas que hacer. Eh, ¿por qué no vienes tú también a dar una vuelta por los tejados? Podemos hablar sin que nadie nos oiga.
Alya suspiró al otro lado del teléfono.
—Esta noche no puedo; mis padres van a salir, y tengo que cuidar de las gemelas. Quizá, si vuelven pronto... —añadió en voz baja.
Pero no parecía muy convencida.
—Mira, no pasa nada —concluyó Marinette—: saldré un poco más tarde, y si puedes escaparte, llámame al teléfono que tú ya sabes, y nos vemos fuera. Si no, quedamos mañana por la mañana y me cuentas eso tan importante, ¿de acuerdo?
Alya dudó.
—De acuerdo —dijo por fin—, pero, por favor, prométeme que no vas a hablar con Cat Noir antes de que te lo diga.
—Te lo prometo. De todas formas, no tenía pensado verlo hoy otra vez. Últimamente está muy ocupado.
Frunció el ceño, pensativa, en cuanto hubo pronunciado estas palabras. Era cierto que Cat Noir estaba poniendo muchas excusas para perderse las patrullas. Normalmente solían quedar los dos para hacer la ronda, pero durante la última semana habían acabado por turnarse para no coincidir. Marinette había dado por hecho que él tenía cosas que hacer, y no le había interrogado al respecto porque ninguno de los dos debía compartir detalles sobre su vida personal. No había podido evitar preguntarse, sin embargo, si su compañero estaría saliendo con alguna chica. Tendría sentido, porque había dejado de flirtear con Ladybug. Pero tampoco parecía particularmente feliz, ahora que lo pensaba. De hecho, se mostraba serio y apagado, y no bromeaba tanto como antes. «¿Tendrá alguna clase de problema?», se preguntó de pronto. Otra opción era que él la estuviese evitando a propósito porque se hubiese enfadado con ella, pero Marinette no recordaba que hubiesen discutido en los últimos tiempos.
—¿Pasa... pasa algo malo con Cat Noir? —le preguntó a Alya de pronto.
Su amiga suspiró.
—No sé hasta qué punto es malo —respondió—. Quizá no lo sea, no sé. Pero, por si acaso..., es mejor que lo sepas por mí.
Marinette insistió en que se lo contara, pero Alya le repitió que tenían que hablarlo en persona. Quedaron en que se verían para hablar tan pronto como pudiesen, y Marinette cortó la comunicación, preocupada y pensativa. Se volvió hacia Tikki.
—¿Tú entiendes de qué va todo esto? —le preguntó.
Pero el kwami se encogió de hombros.
—No tengo ni idea, Marinette.
—Pronto lo sabremos, supongo —murmuró Marinette, intrigada—. Ojalá no sea nada serio.
—Anímate, Adrián —canturreó Plagg, revoloteando por encima de su cabeza—. Tampoco tiene tanta importancia.
El chico estaba tumbado bocabajo en la cama, con la cara hundida en la almohada, pero levantó la cabeza para mirar al kwami.
—¿Que no tiene importancia? ¿«Nuestras identidades deben permanecer ocultas a cualquier precio», blablablá, y Ladybug va y se lo cuenta a Alya? ¡La chica que lleva el Ladyblog! ¡La misma cuya identidad superheroica conoce también Shadow Moth!
—No sabes si se lo ha contado —hizo notar Plagg—. Quizá ella la descubrió por casualidad cuando se transformaba, ¿no? Esas cosas pasan a veces, por muy prudente que seas.
Los hombros de Adrián se relajaron un poco.
—Además —añadió Plagg—, tú ya sabías que había otra persona que conocía su identidad. Scarabella, ¿recuerdas?
Adrián frunció el ceño.
—Puede ser —admitió—. Pero ¿por qué precisamente Alya? ¿Y por qué Ladybug no me lo ha dicho? No me refiero a compartir conmigo su identidad, sino a... contarme que Alya lo sabía.
—Quizá porque sabía que te lo ibas a tomar a malas. Como estás haciendo ahora mismo.
—No es solo eso —trató de justificarse Adrián—. Las reglas estaban claras, ¿no? Nadie debe conocer nuestras identidades, y todos los portadores, excepto nosotros dos, deben devolver sus prodigios después de la misión. En cambio, para Alya todo es diferente: ella tiene a Trixx todo el tiempo, conoce la identidad de Ladybug y se lo ha contado casi todo a Nino, y ellos dos... son pareja y... —se le quebró la voz—. ¿Es que soy el único que está cumpliendo las normas? ¿Por qué son más estrictas solo para mí?
Plagg abrió la boca para decir algo, pero no encontró más argumentos.
—Cada Guardián hace las cosas a su manera —dijo por fin—. Puede que ella haya decidido establecer sus propias reglas.
—Entonces, ¿por qué no se ha molestado en compartirlas conmigo? ¿Por qué ya no confía en mí?
«Quizá es porque nunca ha confiado en ti», dijo una vocecilla insidiosa en su mente. «Ni lo hará».
Sacudió la cabeza.
—Necesito salir a tomar el aire —anunció—. Plagg...
—Espera, espera, ¡es muy tarde! Además, hoy le tocaba la patrulla a Ladybug. ¿No decías que preferías no tener que cruzarte con ella?
—No voy a poder dormir por mucho que lo intente —replicó él—. Además, Ladybug suele salir antes de patrulla. A estas horas, ya habrá vuelto a casa.
Plagg suspiró.
—Si tú lo dices...
Se resignó a transformar al chico en Cat Noir en cuanto este pronunció las palabras mágicas.
NOTA: ¡Hola, hola! Ha pasado mucho tiempo, pero el estreno de la temporada 4 me ha sacado de mi letargo. ¡Están pasando muchas cosas esta temporada! Y veo que la trama de Adrien empieza a ponerse intensa por momentos y que va a estallar en cualquier momento. Mientras los guionistas se deciden o no a resolverlo, aquí está mi versión fanfiquera de lo que podría suceder y obviamente no sucederá. Por el momento tengo pensados varios capítulos que iré subiendo regularmente, como de costumbre. Pero esta vez no tengo planeada al detalle la continuación, porque es posible que vaya integrando cosillas de los nuevos episodios a medida que vayan saliendo. Por ahora, aquí tenéis el comienzo de una nueva historia. ¡Espero que os guste! Próximo capítulo: Ladynoir drama.
