Enamorándose de Helena.
Helga es la chica más temida en toda la preparatoria de Hillwood; embriagadora y atractiva pero peligrosa. Sin embargo, en la gran manzana la historia cambia y Arnold estará allí, como su lavaplatos, para presenciar cómo su abusadora personal se transforma en la elegante chef reconocida: Helena de Troya.
-o-
A Arnold le gustaba la manera en la que un hoyuelo se disparaba debajo del labio de Lila cada vez que sonreía. No como un gusto raro sino más bien como esos detalles que le gustaba detenerse a observar de manera curiosa, como cuando Gerald arrugaba la nariz sin darse cuenta mientras mentía o la manera en la que los azules ojos de Helga brillaban en cuanto la emoción le atravesaba el corazón.
Ahora, Lila comentaba emocionada lo feliz que estaba puesto a que las vacaciones se aplazarán por tanto tiempo ¡Tres meses de vacaciones! ¿No era maravilloso? Si Arnold era completamente honesto consigo mismo, no paraba de cuestionarse a diario si iba a poder superarlo solo. Para su sorpresa, sus amigos ya tenían grandes planes y, para su desgracia, no lo incluían en lo absoluto. La ansiedad provocada por la idea de pasar tres meses en soledad no paraba de incrementar. Gerald y Phoebe se irían fuera del país con la familia de ella esa misma noche, Lila tenía planeado dejar la ciudad con su padre para visitar la granja de un familiar lejano y Helga, bueno, ella desaparecería en las vacaciones como era de costumbre. Se quedaría solo, en Hillwood, hartándose del mundo y quejándose en soledad.
-¿Y tú qué planes tienes para éste verano, Arnold?- inquirió la pelirroja sonriendo. Parecía que ella acababa de contar con detalle todos sus planes de verano y Arnold se sintió apenado al apenas darse cuenta de que estaba diciendo algo. No pudo evitar sentirse mal por ello.
-No estoy seguro, supongo que conseguiré un trabajo. Tengo entendido que cuando pasemos a tercer año las cosas no serán tan fáciles como ahora, juntaré algo de dinero mientras pueda y...
-Mala idea plantearse eso hasta ahora, hermano- dijo Gerald agitado, alcanzándolos apenas, justo afuera de los grandes y grises edificios de la preparatoria. Arnold se giró para darle un rápido vistazo a su colegio y sintió una sensación de familiaridad densa, pesada y agobiante. Ahora que lo pensaba, Hillwood parecía encogerse con los años, quizá era que él estaba creciendo y todo dejaba de verse tan titánico a sus ojos. Todos sus amigos no solamente habían ido a la misma primara, también a la misma secundaria y ahora compartía clases con varios de ellos todavía. No es que estuviera quejándose, era lindo hasta cierto punto pero ya se estaba comenzando a hartar de esa familiaridad tan cerrada; se sentía enjaulado, sofocado, a veces hasta claustrofóbico-… Todos tuvieron la misma idea que tú, compañero. No hay un solo trabajo disponible desde hace dos semanas en todo el vecindario- completó- Timberly tuvo la misma idea que tú y no ha dejado de quejarse sobre eso toda la semana.
Siguiendo algo distraído los pasos de sus amigos, Arnold soltó un suspiro rendido mientras pasaban cerca del campo de béisbol de la preparatoria, habían quedado de recoger a Helga después de clases y podía sentir como su resignado cuerpo se movía ahora por pura memoria corporal. Sin un empleo, ya no tenía excusa para estar fuera de casa y ahora tendría que seguir aguantando al señor Kokoshka y a su hermanita peleando a diario por cualquier tontería, como sucedía desde hace ya un mes. Fue gracioso en su momento pero ya estaba cansado de que lo despertaran todos y cada uno de los fines de semana tan temprano por la mañana con peleas infantiles frente a su puerta. La situación no paraba de darle vueltas en la cabeza y no pudo evitar hacer una mueca de angustia, aún no oía la riña y ya sentía que el mal humor le recorría la espalda.
Absorto en sus pensamientos, un distante sonido llamaba apenas ligeramente su atención. Tornó los ojos al campo y pudo vislumbrar la dorada cabellera de Helga meciéndose con gracia, lanzando la pequeña bola blanca hacia el bateador con mirada retadora, de repente Arnold sintió que su corazón se encogió al contemplar la cara de concentración total de la jefa del club de deportes. Con eso en mente, ni siquiera se dio cuenta de como el bateador había apenas podido golpear la bola con un movimiento torpe, dirigiendo el misil directamente a su cara, dándole justo entre sus cejas y quitándole la conciencia en un golpe.
-Arnold, ¡Arnold!- la voz de Lila lo despertó con suavidad algunos segundos después. Mientras pestañeaba desorientado, otra voz conocida intervino de manera estrepitosa; esta nueva voz, al contrario que los suaves y preocupados llamados de la pelirroja, esta parecía golpeada e histérica. Aunque era con un tono muy bajo, lo llamaba con sacudidas eufóricas y chillidos intranquilos. Parecía que había gente a su alrededor pero cuando por fin pudo abrir los ojos Helga cubría completamente su campo de visión mientras tiraba de sus hombros con desesperación.
-¡Santo cielo, cabeza de balón! Casi me matas de un infarto- mustio Helga, respirando de nuevo con tranquilidad al verlo mejor. A pesar de la actitud altanera y rígida, el alivio era notable en su expresión. Todos estaban ocupados suspirando, contentos de que el desmayo durara tan poco que nadie se fijó en la genuina preocupación de su rubia amiga.
La pelirroja tocó la frente de Arnold y él dio un respingo adolorido. Los curiosos comenzaron a disiparse y él se puso de pie con ayuda de Helga y Gerald.
-Oye, tú- gritó Helga a uno de los curiosos del club que la miró temeroso- tráeme mis cosas y mi mochila de los casilleros, y tú- dijo dirigiéndose a otro- comienza a guardar el equipo en el gimnasio, llevaré al cabeza de balón a su casa así que les tocará recoger el campo sin mí.
Y antes de que alguien se diera cuenta, el primer chico estaba obedientemente a su lado con sus pertenencias, con la devoción digna y bien merecida que se ganaba por ser la presidenta del club.
-Todo me da vueltas- dijo Arnold sentado en una banquita cerca del campo mientras intentaba reponerse del golpe.
-Es la leyenda de la buena suerte, viejo. Una pelota de béisbol rebotó en tu frente el último día de clases- sonrió bromista el moreno, ganándose la risita de Lila- debe ser una señal de buen augurio.
-Sí, bueno, buen augurio o no la única perjudicada aquí fui yo- bufó la rubia mientras daba un trago largo y sediento a su botella de plástico rosada-. Quiero decir, me asuste tanto que casi vomito el desayuno de esta mañana- todos la observaron con extrañeza y Helga rodó los ojos mosqueada- no me miren así ¿Qué iba a hacer yo si matábamos al enano? ¿Dónde demonios metería su cuerpo? ¿Qué rayos le diría a sus padres?- apuró encogiéndose de hombros- "¡Miles, Stella! Un gusto verlos de nuevo. Oh, por cierto ¿Recuerdan a su hijo? El chico rubio de cabeza graciosa, sí, ese mismo. Parece ser que sin querer lo asesiné con una pelota de béisbol" no sean ridículos- sentenció torciendo la boca.
Todos rieron divertidos, Arnold comenzaba a sentirse mejor y poniéndose de pie, dejaron que la situación se desvaneciera en cuestión de minutos mientras empezaban a andar. El aludido, que aún se componía del golpe lentamente, comenzó a perderse en el montón de ideas que revoloteaban en su mente conforme se alejaban de los muros del colegio.
Hace tiempo se había dado cuenta de que tenía una fascinación por observar las naturales y acostumbradas manías que reproducía la gente al hablar, le daba un curioso y particular gusto el detallar cada centímetro de los rostros de sus amigos cuando reían a carcajadas, la curvatura de sus palabras en el aire y el dulce sonido de sus voces. Por ejemplo, en ese momento, Lila meneaba los holanes de su falda verde limón mientras soltaba esas risitas discretas que hubieran enamorado a cualquier vago que caminara cerca. Para bendición del rubio, él había superado esa etapa desde hacía ya muchísimos años. Ahora sólo se regocijaba en tenerla cerca y contar con el placer de su compañía. Suspiró con algo de melancolía. Giró la mirada y se encontró con un contraste completamente contrario. Helga "el terror" Pataki estaba riendo de manera escandalosa mientras platicaba con Gerald animada del lado opuesto a Lila. Ella, por su parte, era harina de otro costal.
A diferencia de la pelirroja, Helga era más conocida por su mal carácter y su simplón y algo grosero sentido del humor. Mientras una era la suavidad del color verde limón y naranja-rojizo atardecer la otra era dorado-mediodía y un rosa pastel que gritaba "¡Soy Helga Pataki, quítate de mi camino!". Sus facciones, que en su infancia le dieron bastantes contratiempos, ahora resaltaban una belleza bruta única y misteriosa. Su pronunciada figura de atleta se ganaba los cotilleos de los pasillos y esa mirada asesina se robaba suspiros infantiles de los masoquistas de primer año.
Arnold suspiró. Se preguntó en qué momento se hizo el mejor amigo de la matona del pueblo… "Pueblo", que local sonaba todo eso, no pudo evitar fruncir el ceño al sentirse sofocado de nuevo.
Oh, cierto, fue entonces..., pensó a la deriva, volviendo al cuestionamiento de su amistad con la Pataki.
Arnold y Helga se hicieron amigos después de lo que pasó en San Lorenzo. Para sorpresa de él fue Helga quien, después de regresar, desapareció de la nada. Sin explicación ni un "hablamos cuando regrese". Unas vacaciones sueltas, con el recuerdo de ese inocente beso en la selva. Lo estaba volviendo loco. Cuando regresaron a clases ella apareció en una esquina, con las manos en los bolsillos de su suéter color lila, despreocupada. Lo miró, sonrió y gritó: "¿Qué tal, cabeza de balón?" tronando una goma de mascar en su boca, siguiendo su camino. Él no comentó nada de su beso después de eso. Sabía que Helga era muy emocional pero escalofriantemente inteligente. Ella se había enamorado de él... Y él, bueno, a él le gustaba. Un sentimiento con un abismo de por medio que no había desaparecido pero que tampoco se había hecho más grande. Y no era culpa del rubio, él lo había intentado, pero se negaba rotundamente a enamorarse de la Pataki. No, no de Helga, de Helga sí que quería enamorarse pero con esta abrupta y abrumadora postura que había tomado la rubia ya era bastante difícil diferenciarlas. Helga era honesta, emocional, titánica, fuerte y noble. "La Pataki", como él decidió nombrar a este lado de la personalidad de Helga en su cabeza, era su amiga, una de las mejores. Y gastaba bromas y se reía de Eugene y sus desgracias de una manera cruel. Era todo un remolino de emociones que se contradecían en el pecho de un niño de diez años que en su momento no había sabido qué hacer con tantos sentimientos encontrados. Él quería enamorarse de la chica que amenazó a base de la Gran Betsy a Peter, el chico que le rompió el corazón a Lila en quinto grado. Él quería enamorarse de la chica que le ayudó con su ensayo de graduación para cuando terminaron el sexto y el noveno grado, mientras todos aclamaban que fuese Arnold quien dijera las palabras de aliento. Añoraba ver a esa Helga que lucía su suave y dulce corazón con una personalidad fuerte, sin miedo ni dobles intenciones.
Además, no se podía dejar de lado el claro hecho de que para estrechar su relación había sido fundamental que sus padres estuvieran prácticamente enamorados de ella. Tanto Stella como Miles no dejaban de emparejarlos sin parar. Arnold se vio incluso orillado más de una vez a pedirle a Helga que fuera a cenar a su casa por la urgencia que tenían sus padres de verla. O el hecho de que ella hubiese sido su cita para los bailes escolares. Y todas esas veces, ella reía con fuerza, sin crueldad, y sus ojos brillaban fugaces mientras aceptaba sus invitaciones. Esa era SU Helga y de la que estaba completamente deseoso de conocer y amar.
Tristemente hacía mucho que no veía a esa Helga que le robaba el aliento pero después de casi siete años se resignó a que quizá era lo mejor. No podías apresurar el amor y mientras el sentimiento en su interior no lograra aclararse, no tenía ninguna clase de sentido tomar ese tema de nuevo. Ahora estaban bien ¿Verdad?
-¿Hola? ¿Helga llamando a la fábrica de los "cabeza de balón"?- dijo Helga llamando su atención, fingiendo una llamada telefónica con su mano- sí, queremos devolver un ejemplar defectuoso...
Sin poder percatarse en lo absoluto estaban al fin enfrente de su casa y él se preguntaba en qué momento Phoebe se les había unido. Ahora que estaban todos, Arnold sintió una tranquilidad en el pecho que le produjo una discreta pero alegre sonrisa en el rostro.
-Creo que llamar a la fábrica no funcionó esta vez- murmuró Gerald divertido.
-No me asombra, siempre está la opción de resetearle el sistema con un golpe- agregó la rubia apuntando a Arnold con su puño.
Sí, eran amigos pero eso no lo salvaba de los puños de acero de la Pataki.
-Ya desperté...
-Aleluya.
-¿Te encuentras bien, Arnold?- inquirió la pecosa mirándolo con preocupación.
-Sí, creo que el golpe fue tan fuerte que me noqueó estando despierto...
-¡Ah, eso sí que no!- se quejó la rubia indignada- a mí no me eches la culpa. Eso lo haces todo el tiempo y sin golpes de por medio. Tú siempre te pierdes en la inmensidad de tu imaginación, Arnoldo. Aunque…- se cortó pensativa- siendo sinceros, con el tamaño que tiene tu cabeza no me impresionaría que te pierdas allí varias veces al día. Yo no te culparía...
-Sí, muy graciosa- murmuró cruzándose de brazos. En efecto, había sido gracioso pero aún tenía algo de dignidad.
-En fin- dijo Gerald intentando suprimir la risa- Phoebe y yo tenemos que terminar de hacer maletas y...
-¡Gosh, los extrañaré tanto!- gritó de repente Lila abrazando a la pareja, efusiva.
Helga elevó los ojos con un fallido intento de ocultar la melancolía que la embriagaba. Cuando la pelirroja se separó de su asfixiante abrazo, Phoebe corrió y abrazó a Helga con desesperación y es que, conforme más pasaba el tiempo, parecía que la rubia se había acostumbrado poco a poco más al tacto y ya no le era tan incómodo dejarse abrazar por la gente, al menos no si eran ellos.
-Prométeme que escribirás...
-Phoebe, nos mensajeamos todo el día, todos los días... Que estés del otro lado del mundo no hará la excepción.
-Bien- dijo con una sonrisita mientras la soltaba.
Phoebe entonces apresuró un corto abrazo a Arnold, efímero pero significativo. Ellos no hablaban mucho, de hecho, de no ser por sus otros amigos ni siquiera se sentarían juntos para almorzar pero de una extraña manera Helga y Gerald eran más parecidos de lo que se imaginaban y eso les daba al rubio y a la asiática cierta complicidad silenciosa.
-No quiero que te pases de listo, cabeza de cepillo- sentenció la rubia chocando los puños con el moreno quien le sonrió de vuelta con ternura. Con el tiempo había sido fácil entender que los apodos de Helga eran una extraña manera en la que ella les demostraba afecto. Era eso o que era tremendamente escalofriante que te llamara por tu nombre de pila, a secas.
-Vamos Pataki, sé que me extrañaras- murmuró, mientras se inclinaba y besaba el dorso de la mano de la rubia. Gerald había encontrado que esa era la manera perfecta para hacerla enfadar; amaba fastidiarla y la molestaba cada que tenía oportunidad. La chica retiró la mano con brusquedad y repulsión, dedicándole una mirada de desprecio.
-No seas asqueroso, la única razón por la cual no te rompo la nariz todavía es porque la pobre Phoebe no tiene la culpa de tener un novio tan idiota- dijo Helga dándole una mala mirada mientras se limpiaba la mano contra la ropa- aunque sí tienes algo de razón, extrañaré tener donde poner mis chicles sin sabor, con eso de que tu afro luce bastante bien con la decoración rosa de tu nuca.
El moreno frunció el ceño, controlando con todas sus fuerzas no tocar detrás de su cabeza como reacción automática y darle más material a la rubia para burlarse de él. Sin embargo, como si leyese la mente Helga soltó una risotada escandalosa y puso su mano sobre el hombro del moreno.
-Jamás me canso de verte esa tonta cara- murmuró terminando de reír-. Como sea, cuídense por favor- concluyó de manera sincera.
-Nos vemos viejo- dijo Gerald estirando la mano a Arnold para hacer su saludo de pulgares legendario. El rubio correspondió y sin poder evitarlo lo jaló a él para darle un tierno abrazo fraternal.
-Tráeme algo de recuerdo ¿Sí?
-Por supuesto, hermano...
-Por todos los cielos ¿Ya se van a poner de cursis?- interrumpió la rubia, con una irritación burlesca.
De una u otra manera se terminaron por ir y ahora solo quedaban tres de la famosa pandilla preparatoriana.
-¿Quieren pasar?- invitó Arnold.
Las chicas se miraron de reojo, ambas tenían muchas cosas que hacer. Había que preparar maletas, enlistar y agendar horarios, hacer llamadas... La amistad entre Helga y Lila tenía una complicidad casi telepática y un equilibrio perfecto. Cuando Helga olvidaba que era humana, la pecosa la apaciguaba y relajaba con amorosos abrazos y frases inspiradoras. Del mismo modo, cuando Lila se deprimía y caía en las garras de la presión social la rubia le daba ánimos y le recordaba que ella era Lila Swayer, que era la chica perfecta, no importando lo que hiciera o las decisiones que tomara. Era una mujer poderosa y bella que triunfaba ante la adversidad.
Y así, sonrieron.
-¿Por qué no, Arnoldo?
-Sería ciertamente encantador.
El chico se apartó con una acogedora sonrisa y dejó que las chicas pasaran primero. Con el paso de los años sus amigos se habían acostumbrado al ambiente dentro de la roja casona. Se sentía cálido, húmedo y tiernamente familiar. De repente Stella apareció de la cocina y les brindó una sonrisa que podía calmar cualquier huracán de cuarta categoría.
-Chicas ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo se encuentran?- preguntó la señora castaña mientras se acercaba a ambas dándoles un fuerte e intenso apretón, envolviéndolas en lo que difícilmente podría llamarse un abrazo, estrujándolas tan fuerte que no pudieron siquiera corresponderlo. Luego le plantó un beso a Arnold en la mejilla y los acercó al inmenso comedor.
-Están justo a tiempo, estamos por terminar de cocinar la cena.
En la mesa estaba el abuelo Phill, realmente cazado por los años pero igual de animado que siempre. También estaban Miles y la hermana menor de Arnold, Geraldine.
Un par de años después de regresar a la civilización los Shortman se enteraron de que iban a dar a la luz a una hermosa niña con cabellos cobre. Cuando estaban en el acto de elegir un nombre, Stella insistió en llamarla Helga, como la leyenda que se desató para los Ojos Verdes después de ser salvados por su corazón de oro y como la valiente niña de nueve años que ayudó en su rescate. Por obvias razones, Helga se negó rotundamente, halagada pero nerviosa. Fue entonces Miles quien recordó que la chica tenía un segundo nombre y cuando lo supo tuvo la mayor idea del mundo.
En el momento en el que le informaron que la bebé se llamaría Geraldine ella se negó de nuevo, aún más azorada. Pero para su sorpresa la pareja tenía un pésimo as bajo la manga: el nombre era en honor al otro amigo de Arnold que participó en su rescate, Gerald.
-¡Tenemos invitados!- advirtió la madre dejándolos en el comedor, corriendo por platos extras.
-Buenas tardes- sonrió Lila, sentándose cerca de la salida, pasando desapercibida a lo grande.
Mientras que allá afuera ella era la señorita perfección, dentro de la casa Shortman pasaba a ser simplemente "otra amiguita de Arnold" y la verdadera estrella era Helga. Eso le daba un respiro, además de que era divertido ver a la rubia tan sonrojada todo el tiempo.
-¡Helga!- balbuceó la pequeña dejando sus juguetes a un lado, emocionada.
-Hey, qué tal, pequeñaja- dijo acercándose mientras le sacudía el cabello tiernamente. Alzó la mirada y se cruzó con Miles quien la veía con un amor eterno de padre orgulloso-. Hola, Miles.
-Hola, Helga- a la pareja les fastidiaba que los demás les hablaran de usted entonces Helga obedecía en tutearlos- ¿Qué tal todo?
-Ah, ya sabes como es eso de tener al equipo de béisbol en la espalda, esos malditos, nunca se cansan de que me encargue de todo- respondió alzándose los hombros, entre divertida y orgullosa. El rubio le sonrió de vuelta y antes de decir cualquier otra cosa un alarido le hizo dar un salto aterrada en su lugar.
-¡Helena!- la aludida sintió un escalofrío recorrerle la espalda y casi suelta un chillido temeroso, en cambio, al darse la vuelta se encontró con Gertie, manteniendo una graciosa expresión detrás de ella, haciéndola relajarse por completo en cuestión de segundos.
-Eleonor…-murmuró Helga con una sonrisa, tomándole las manos con ternura, como si fuera una amiga de toda la vida.
-Ya sé, ya sé- murmuró la mujer castaña irrumpiendo en el comedor- ya sé que comimos lo mismo ayer, pero oigan, se me están acabando las ideas y no veo a ninguno ofreciéndose para ayudar en la cocina- dijo Stella casi con una sonrisa. El señor Oskar se quejó por lo bajo mientras Ernie seguía leyendo el periódico a un lado del abuelo Phill. Dicho esto, Stella con ayuda de su esposo se dedicó a ir sirviendo en platos de colores diferentes una pasta naranja de consistencia cremosa y pesada.
Helga lo olió con disimulo, trazó círculos con su tenedor para sentir la textura y cerró los ojos. El sabor del tomate se hacía ligeramente ácido en su boca y la crema convertía el platillo en una deliciosa balanza de sabores. La sal le picaba la lengua y suspiró, sonriente.
-¿Puedo de casualidad curiosear la fórmula?- preguntó disimuladamente la rubia.
-Oh, nada especial querida, creo que es crema, queso y... Bueno, tomate. En serio, nada del otro mundo. El secreto está en no cocer los tomates por separado, eso le quitaría la sazón especial.
-Interesante...- murmuró mientras el sonido repentino de la marcha fúnebre proviniendo de su celular llamó la atención de todos, ella se disculpó con un ademán mientras descolgaba el teléfono y se ponía de pie para alejarse de la mesa- ¿Diga?
-Hermanita bebé ¿Dónde estás? Sabes que te he estado esperando todo el día, todavía tienes que arreglar tus maletas y...
-Olga, ambas sabemos que en cuanto lleguemos nos vas a arrastrar de compras toda la tarde así que no tiene sentido hacer maletas...
-Eso es cierto. Bueno, pero al menos ¿ya sabes qué te vas a llevar puesto esta vez?
-Me iré en pijama- dijo con la boca como una línea inexpresiva.
-Helga, déjate de bromas, es en serio, hay muchas cosas por hacer antes de irnos… ¿Dónde estás? ¿Quieres que pase por ti?
-NO, Olga, yo…
-¿Olga?- interrumpió la señora castaña radiante. Cuando la rubia asintió la mujer se apresuró a quitarle el teléfono con un éxtasis que no disimuló- ¡Olga querida! Soy yo, Stella... ¡No sabía que estabas de regreso! ¿Solo por una noche? Qué lastima... Sí, sí... Por supuesto... Claro, estamos cenando ahora mismo, siempre tenemos un lugar extra- decía la mujer embalsamada mientras Arnold se disculpaba repetidamente con Helga por el atrevimiento de su madre.
La señora Shortman, la hermana mayor Pataki y la señora Pataki (ahora ausente) tenían una alianza secreta que las unió desde que se conocieron como uña y mugre (en la mente de Helga, Olga era la mugre): ninguna se cansaba de emparejar entre murmullos a los rubios.
Mientras tanto, Lila se había ido antes de que Olga llegara, no quería enfrentarse a las extrañas y nada usuales miradas de fastidio de Helga hacia su persona. Se despidió efusivamente y prometió mensajear a sus amigos durante su ausencia. Agradeció la comida y se marchó conmovida después de que Helga le dijera que se cuidara y que si alguien se intentaba pasar de listo le informara en ese momento, estaba dispuesta a ir corriendo a donde fuera que estuviese inmediatamente para golpear a quien se atreviera a hacerle algo a su segunda mejor amiga. Así, en cuestión de minutos, otra Pataki comía en el comedor de la apretada y calurosa casa de huéspedes.
-Entonces mañana partiremos a Nueva York, estoy muy emocionada- contaba Olga animada.
Arnold abrió los ojos sin poder disimular la sorpresa. Miró a Helga y esta no se dignaba a hacer contacto visual con nadie, conteniendo su furia y vergüenza dentro de sí misma lo mejor que podía. Para el Shortman ese era como un secreto revelado, al parecer Helga viajaba a Nueva York en vacaciones de verano y él apenas se enteraba de todo eso.
La conversación se alargó más de lo normal. Entre bromas adultas y sonrisas infinitas, Helga buscaba la hora de huir con desesperación. Pero claramente y sin poder evitarlo, Olga comenzó a meter sus narices en lo que no le importaba y se tornó a Arnold con esa dulce pero desesperante voz suya.
-¿Tú qué piensas hacer en vacaciones, Arnold?- todos lo miraron curiosos y el aludido suspiró, melancólico.
-Iba a buscar trabajo este verano pero al parecer todos los puestos se ocuparon en el vecindario desde hace semanas, o al menos eso es lo que dijo Gerald...
-Oh, yo no me preocuparía por eso, chaparrito, siempre puedes ayudar en la vieja casa de huéspedes, aquí hay muchísimo trabajo por hacer- río Phill, causando una mirada de desesperación en Arnold que Olga alcanzó a rescatar.
-Arnold ¿Has ido a Nueva York alguna vez? Porque ¿Sabes, Helga? Se me ocurre tal vez podrías darle traba...- de repente la mesa dio un salto por la patada que Helga le había dado a Olga debajo de esta.
-Que ni siquiera se te ocurra- mustió la rubia dándole una mala mirada. El único motivo que la detenía para no ponerse a gritar iracunda era el infinito cariño y respeto que le tenía a la familia de Arnold, pero estaba al límite, sentía que en cualquier momento iba a explotar.
Olga sonrió con esa belleza propia de ella y sin un solo rasgo de arrepentimiento continuó elocuentemente:
-¿Acaso no les has dicho aun, hermanita bebé? Verán, Helga tiene...
-Y-yo...- interrumpió la rubia intentando pensar en algo rápidamente, casi poniéndose de pie- t-tengo un trabajo de medio tiempo en Nueva York en un pequeño restaurante y...- susurró con una mirada amenazante a su hermana- y quizá... Pueden darle trabajo allí a Arnold.
Olga y Stella se regalaron miradas cómplices y sonrieron con malicia.
-Esa, pequeña Helga, es una fantástica idea... Ay, pero ¿No será una molestia o sí?- preguntó con una exageración teatral la madre Shortman.
-Oh, por supuesto que no, Stella querida- respondió Olga con encanto- pero no podemos apresurarnos a nada, tenemos que saber primero...- dijo mirando con interés al chico de la gorra azul- ¿Te gustaría acompañarnos a Manhattan, Arnold?
El aludido sintió todas las miradas sobre él. Se giró a Helga petrificado y pudo verificar que en lugar de una mirada amenazadora y molesta, se veía más bien nerviosa y conflictuada. Aunque algo dentro de él le decía que tal vez no era una muy buena idea, la curiosidad de por qué Helga actuaba tan avergonzada por algo así pudo con él y terminó brindándole una sonrisa agradecida que la ruborizó tiernamente. Allí estaba de nuevo, la Helga, su Helga.
-Si están seguras de que no será una molestia, sería todo un honor- sentenció.
La manera en la que los Pataki y los Shortman congeniaban era demasiado curiosa pero sumamente reconfortante. Mientras que Miles miraban con diversión la escena que se suscitaba, Geraldine y el abuelo Phill reían como locos. Olga llamando al aeropuerto de último momento, Stella abrazando a Helga con ternura, la abuela haciendo extrañas danzas a su alrededor con un Arnold abochornado de fondo y Abner robándose un plato de comida del comedor. Todo demasiado rápido y con demasiado ruido que era imposible no reírse de lo absurdo que parecía todo.
De golpe, la noche cayó sobre la cuidad y Arnold ya tenía planes sin esperarlo. Se despidió de su familia y se dirigió al auto de Olga con una maleta sumamente pequeña si uno consideraba que viajaría por tres meses. La Pataki mayor había ordenado que no se preocupara por el equipaje, y aunque el chico insistió en que debía empacar un poco más fue ignorado completamente por las rubias.
Fue una despedida dramática pero corta, no pasó mucho cuando se detuvieron frente al santuario Pataki. Durante el viaje, Arnold tuvo tiempo para reflexionar que el coche sobre el que andaban era un automóvil bastante ostentoso y se preguntó desde cuando la familia de Helga podía considerarse, bueno, rica. Cuando se lo preguntó a Helga en la cocina de la vieja pero totalmente renovada mansión azul ella rio divertida y se recargó en la mesita pensativa. Solo estaban ellos dos. Todos los adultos parecían haberse esfumado y ahora, en la tranquilidad de la noche, daba la sensación que era la primera conversación civilizada que tenían en todo el día.
-Mi familia siempre ha tenido dinero, torpe- dijo mientras le daba vueltas a su vaso, pensativa-. Primero con los beepers, luego con los teléfonos celulares, pero ahora Olga es actriz en Broadway y al parecer es bastante... digamos, aclamada.
-Entonces todo esto es fruto de su trabajo...
-Y del de Bob... Y el mío- masculló nerviosa.
-Ya...- después de un silencio incómodo tuvo la necesidad de hablar y su voz salió más sería de lo que esperaba-. Gracias por dejar que vaya con ustedes, Helga, significa mucho para mí.
-No te pongas tan suave conmigo, Arnoldo- soltó con molestia-. Te veías todo deprimido, dabas pena ¿Qué pasó con tu irritante e inagotable optimismo en ese momento?
-¿Quieres que te diga la verdad?
-No realmente- dijo mientras terminaba su bebida- pero vamos, escúpelo, soy todo oídos- dijo sentándose en la silla a su lado.
-Bueno, últimamente me he dado cuenta de que... - se cortó- no sé, es raro. No quiero sonar egocéntrico, en serio que no, pero siento que Hillwood es muy... pequeño. Últimamente siento como si quisiera salir corriendo, de la casa de huéspedes, de mi familia, del vecindario, todo se siente tan agobiante.
-Bueno, si yo tuviera una cabeza tan enorme como la tuya, todo en el mundo también se me haría pequeño- dijo con una sonrisa burlona- pero prosigue.
-Siento como si todos se conocieran entre todos, como si no hubiera nada nuevo, nada emocionante. No me mal entiendas, adoro el vecindario y amo esta familiaridad que tenemos como comunidad pero a veces, yo, simplemente...
-A veces uno tiene que escapar de ella, lo sé... Vaya- murmuró la rubia dándole un empujón con el hombro- sí que eres un maldito soñador. Tu imaginación es tres veces más grande que la superficie terrestre, es bastante obvio que Hillwood se te haga pequeño. Tienes que salir y conocer nuevos mundos, nuevos lugares, nuevas realidad que se encuentran a no más allá de la frontera estadounidense. Mañana sabrás a lo que me refiero, Nueva York es… un sueño. La ciudad que nunca duerme, según Sinatra. The city so nice they named twice…- se rio enternecida. Arnold la miró raro y ella rodó los ojos, de un momento a otro, molesta- que soso eres, deberías leer más.
-Leo bastante.
-Pues estás haciendo un mal trabajo- escupió. Se levantó de un salto y suspiró-. Olga te preparó un sillón para que duermas, nos vamos a las 4:00 de aquí al aeropuerto y así que será mejor que no nos hagas perder el tiempo, cabeza de balón.
-No lo haré, Helga...- dijo el rubio con los brazos cruzados, casi indignado- que descanses.
-Sí, sí, descansa- dijo saliendo por el pasillo, volviendo sobre sus pasos un par de segundos después- y Arnold...
-¿Sí?- dijo este distraído.
-Sí eres un maldito egocéntrico- el chico la miró con furia y ella desapareció conteniendo las ganas de soltar una carcajada a media escalera.
Cuando se escuchó cerrar la puerta, el rubio suspiró y se dejó caer en el sillón de la sala después de lavar los trastes con los que cenaron y otros tantos que (él adivinó) dejó Helga al desayunar.
Se recostó y cerró los ojos. Voy a ir a Nueva York... Voy a ir a Nueva York con Helga... Voy a ir a Nueva York con Helga y Olga... Voy a ir a Nueva York con Helga Pataki... Demonios. Sabía que si Harold pudiera leer sus pensamientos se reiría en su cara y eso lo hizo moverse molesto en su lugar.
Podía soportarlo, qué rayos, suplicaba que así fuera. No pasó mucho tiempo para que, por fin, cayera rendido sobre los brazos de Morfeo.
