Disclaimer: Los personajes de esta historia han sido basados en los creados por el grupo CLAMP. Esta es una obra de mi autoría. Espero la disfruten.

La Nueva Emperatriz

Prólogo

El apetitoso aroma del pan recién hecho y los granos de café tostados llenaban por completo el ambiente de la casa, haciendo que el algo canoso señor se incorporara con lentitud a la vez que retiraba con cuidado su brazo de alrededor de su aún adormilada esposa, que si bien se removió algo incómoda al sentir la ausencia de esa calidez que la había estado arropando hasta aquel momento por su cercanía, continuó con su agradable descanso tal y como hacía cada mañana debido a su debilidad indudable ante el sueño.

Estiró un poco los brazos y el cuello intentando poner en su lugar aquellos nervios que se habían encogido ligeramente por la posición en la que UE y tomando los espejuelos de la pequeña mesa al lado de la cama, dónde descansaba además una lámpara de aceite y una caja de cerillos para salvar cualquier eventualidad nocturna, se dispuso a bajar de la cama, colocarse las sandalias y caminar hasta la habitación de su hija comprobando su ausencia en la misma tal y como había sospechado.

Continuó avanzando despacio a través del pasillo de la relativamente pequeña casa de madera y al entrar en el espacio entre la diminuta sala y la cocina, pudo reconocer a su entusiasta hija que se movía de un lado a otro mientras su larga cabellera castaña danzaba junto a ella en una grácil coreografía que mostraba a todas luces que no sólo se había levantado con mucha energía aquella mañana sino que lo había hecho de muy buen humor.

Un buenos días lleno de calidez salió de su garganta mientras acortaba la distancia entre ellos y aunque al principio su saludo repentino le hizo dar un respingo aturdida, una alegre sonrisa surcó sus labios tan pronto consiguió reconocerlo y estrechándolo por la cintura susurró un muy buenos días que claramente buscaba no despertar a su madre, aunque ambos sabían que aquello era francamente imposible.

—El desayuno está casi listo, papá. Toma asiento mientras esperas.

—Te lo agradezco querida, aunque no tenías que molestarte. Era mi turno después de todo.

—No te preocupes. Acabas de llegar de viaje y más tarde te irás a recolectar hierbas al bosque, lo mejor era que descansaras lo más que pudieras. Además quería agradecerte por el regalo que me trajiste y se me ocurrió que tomar tu lugar era la mejor forma de hacerlo.

Deslizó sus ojos en dirección al delantal que su hija llevaba puesto y localizando allí la imagen de la portada del nuevo libro que le había traído de su viaje llegó a la conclusión de que se había pasado parte de la madrugada leyendo su contenido.

—Ya voy por la pagina veinticinco —explicó ella mientras lo guiaba hasta su asiento y colocaba delante de él parte de lo que había preparado—. Sherezade está relatando la historia de Simbad el marino en esta noche.

—Muy bien. Es una de mis partes favoritas —reconoció con entusiasmo—. ¿Qué te está pareciendo todo?

—Muy interesante en verdad, aunque... —Su mirada se ensombreció mientras recordaba las razones por las que en primer lugar aquella doncella se veía obligada a usar su ingenio para contarle a su esposo fantásticas historias cada noche—. Siento algo de pena por ella. Es decir... estar casada con un hombre tan cruel como Shahriar y verse obligada a crear historias para que no termine asesinándola... es algo en serio desafortunado. Aún si esta historia termina con él eliminando la sentencia, no se si podría sentirme feliz por ella. Sherezade no se merece un esposo tan despiadado e irrazonable.

—Entiendo bien tu sentir, aunque te prometo que a medida que avance la historia te irás sintiendo más a gusto y entendiendo las razones del sultán para actuar de esa manera. —Tomó sus manos mientras sonreía conciliadoramente al notar que sus palabras no parecían convencerla del todo—. Trata de ver la historia no solo como la tragedia de Sherezade, sino como la prueba irrefutable de todo lo que con ingenio y paciencia puede lograr una buena esposa. Eso te servirá mucho cuando llegue tu turno de casarte.

—Me esforzaré por hacerlo, aunque me temo que para eso de casarme aún falta mucho. —Sacó el libro de su delantal y pasando sus dedos contra la portada, pensó en que cuando llegara su turno de contraer matrimonio deseaba encontrar a un hombre amable e inteligente como su padre en vez de un arrogante y egoísta como Shahriar.

Por alguna razón que aun no entendía, su padre acostumbraba relatarle historias de múltiples princesas que actuaron con sabiduría según la necesidad. De ellas había aprendido que aunque el destino de la mujer no siempre estaba en sus manos, un suceso imprevisto o una circunstancia adversa no tenia por que significar un fracaso siempre y cuando no se dejara llevar por la desesperación y actuara con la cabeza fría.

Casi parecía como si su padre la estuviera preparando para el futuro, como si llegado el momento ella tendría que enfrentar su destino y las cosas cambiarían de manera abrupta y atropellada...

Menos mal que solo era su imaginación y lo único interesante que pasaba en su vida era cuando encontraba alguna planta nueva en sus recorridos por el bosque.

—¿Qué es lo que huele tan rico? Se me ha abierto el apetito. —Una tercera voz algo adormilada ingresó a la cocina mientras la responsable bostezaba y frotaba sus ojos y completamente llena de el mismo entusiasmo con el que recibió a su padre, la castaña se acercó a su madre y haciéndole la misma invitación que a su progenitor la guió hasta la mesa donde ahora los tres podrían comenzar a desayunar.

Colocó el libro junto a su plato llamando la atención de su madre a quien si bien no le gustaba leer conocía bien esa portada, y reconociendo alegremente que le encantaba esa historia, afirmó que el sultán Shahriar no podría haber encontrado una mejor esposa.

—Tienes toda la razón Nadeshiko. Tuvo tanta suerte como yo.

—Eres tan dulce querido —reconoció ella mientras él besaba el dorso de su mano y la miraba con cariño, haciendo que la castaña los mirara embelesada segura de que no habían dos personas en el mundo que se amaran más que sus padres.

El día en que se casara sin duda deseaba tener un matrimonio así, repleto de amor y armonía, jamás algo como lo de Shahriar y Sherezade, por muy bien que sus padres hablaran de ello.

—Bueno debo darme prisa. —Vio a su padre ponerse de pie tomando su sombrero y la bolsa con la que trabajaba—. Aun tengo que ir al bosque a recoger algunas hierbas para que los ungüentos estén listos para mañana, así que si no te molesta hija, terminaré de desayunar en el camino.

—¿Podría ir contigo? Si ambos hacemos la recolección podrás terminar más temprano y mientras tanto, podemos seguir hablando sobre el libro.

—Pero ya has trabajado mucho hija. No quiero ponerte más cargas.

—No me estás poniendo más cargas. Me siento muy feliz de ayudarte. —Se puso de pie de un salto y tomando una bolsa que sospechosamente ya tenia preparada, avanzó hasta la puerta con la clara intención de no aceptar un no por respuesta.

Lo había extrañado mucho durante los quince días que estuvo lejos en uno de sus viajes y como al día siguiente su madre y él irían al mercado tal y como acostumbraban desde que tenía memoria, quería pasar todo el tiempo posible con su padre quien siempre estaba lleno de historias y relatos grandiosos que debatir y contar.

—Bien, de acuerdo. Pero si te cansas regresaremos. No quiero que te fatigues.

—Gracias Papá. Te amo. A ti también mamá. No te pongas celosa.

—Lo sé hija —reconoció sonriente mientras acariciaba su cabeza con dulzura y depositaba un beso en su frente—. Yo también los amo a ambos.

—Y a ti también te amamos hermano. Sabemos que nos estás viendo siempre —aseguró finalmente mientras miraba la flauta de jade que como todos los días estaba colocada en el centro de la mesa justo al pie del pequeño jarrón que cada día su madre llenaba de flores silvestres y que servía para recordar al hermano que jamás conoció pero que según sus padres le habían contado, partió de esta tierra hacía casi dos décadas—. Iré a buscar mi sombrero para que podamos marcharnos. Espérame aquí, papá.

—De acuerdo, tómate tu tiempo. —La siguió con la mirada mientras se perdía en el pasillo y entonces cuando estuvo fuera de su campo de visión la sonrisa con que la había recibido aquella mañana transmutó a una expresión sombría llena de dolor y tristeza al notar como su esposa no podía evitar cerrar los ojos y bajar la mirada ante las lágrimas que amenazaban con llenar sus ojos al recordar a su pequeño hijo, que para esa fecha tendría unos veinticinco años si no fuera por lo que pasó aquel día.

En algún punto del camino se habían obligado a hablarle a Sakura de su posible muerte ante la imposibilidad de dar con su paradero después de tantos años, pero una parte de ellos se negaba a resignarse a la idea de que un pequeño tan saludable y lleno de vida como su hijo pudiera haber abandonado ese mundo solo por la ambición de las personas desalmadas que lo habían arrebatado de sus brazos, llevándose con él la esperanza de sus corazones y de todo un pueblo.

—Se que es frustrante querida, pero por ahora debemos enfocarnos en Sakura quien aún está a nuestro lado y necesita vernos felices.

—Lo sé Fuji, intento no sentir tanta tristeza pero es solo...

—Ya terminé papá. Podemos irnos.

Ambos llevaron su mirada a la jovencita quien con una enorme sonrisa los veía desde el pasillo y asegurándose en silencio que hablarían más sobre aquello cuando ambos regresaran, Nadeshiko abrió los brazos recibiendo a su hija entre los mismos mientras su esposo también se unía al gesto, terminando los tres envueltos en el más dulce y afectuoso abrazo familiar. Abrazo que buscaba transmitir a cada uno el deseo de permanecer juntos a pesar de las adversidades y prolongar esa felicidad por el mayor tiempo posible.

—Bueno, se nos hará muy tarde. Nos vemos en unas horas, querida.

—Adiós mamá.

Los observó atentamente mientras ellos se alejaban de sus manos y cruzaban la algo desgastada puerta de madera que servía como entrada a aquella humilde vivienda y cayendo en cuenta en que durante ese tiempo ya no los vería, no pudo evitar que su corazón se encogiera y se llenara de temor. De aquel miedo que la perseguía cada día y que se derivaba de la posibilidad de no verlos nunca más.

—Oh Touya, donde quiera que estés. Protégelos por favor —suplicó mientras abrazaba el alargado instrumento a su pecho aunque en el fondo sentía que aquel ruego era en vano.

Una parte de ella aún no se resignaba a la idea de que su hijo no estuviera vivo. De hecho sentía...

...que estaba más cerca de lo que podían imaginar.

—Paso firme Xiao Lang. No dejes que perciban tu dolor. —Se repetía a si mismo mientras avanzaba hacía la sala del consejo ante la mirada atenta de su camarada y escolta.

Con cada paso que daba sentía acrecentar el tormento que lo había acompañado durante los pasados días, pero en sus desafortunadas circunstancias no podía darse el lujo de presentarse débil ante sus adversarios. Prefería morir de dolor en el intento antes de darles el gusto de verlo vulnerable.

Respiró profundo antes de avanzar mucho más, y después de mirar atentamente la enorme puerta de dos hojas con incrustaciones de oro y diamantes, se irguió sobre si mismo, abandonó el apoyo que le brindaba su acompañante y posó su vista en los presentes que lo miraban atentos, revolviéndosele el estómago al notar las sonrisas torcidas con las que se obligaban a recibirlo.

Aún no entendía como era posible que existiera tal cantidad de hipocresía concentrada en un grupo tan reducido de personas. Solo ingresar a aquel salón era suficiente para inspirar en él el más absoluto desdén. Si no fuera porque su tío Eriol, uno de sus pocos aliados, estaba allí entre esas personas, juraba que no sería capaz de permanecer ni siquiera un par de segundos en su presencia.

"Ánimo Xiao-Lang, esta vez valdrá la pena". Se repitió a sí mismo mientras mantenía su frente en alto y añadía soberbia y elegancia a sus parsimoniosos pasos.

Esbozó una sonrisa llena de satisfacción al imaginar la decepción que debían sentir aquellos tres hombres al ver que contrario a llegar arrastrándose a medio morir como seguramente esperaban, caminara con entereza ataviado con sus mejores ropas y aquella vistosa corona que solo usaba en contadas ocasiones. Podrían tramar, atacar y hasta maldecir su vida a sus espaldas pero por más que lo intentaran no se librarían de él con tanta facilidad.

—Es un placer contar con su excelsa presencia Emperador Xiao Lang. ¿Cómo siguen sus heridas? —indagó tomando la palabra el miembro más antiguo del consejo, el mismo que había visto pasar tres generaciones de emperadores, y quién hasta hace poco se regodeaba de ser el suegro del emperador.

Claro está, eso fue hasta que él ascendiera al trono y destituyera a su hija como reina madre. Por esta y por al menos un millón más de razones sus monótonas y vacías muestras de interés no eran más que un guión muy bien aprendido de frases hipócritas y melosas que en realidad ocultaban lo que en verdad quería expresar. Solo unos meses antes este había sido uno de los opositores más férreos a su coronación y ahora, como el adulador pernicioso que era, le mostraba sus respetos como si en verdad lo apreciara. Tanta hipocresía y cinismo solo le provocaba náuseas.

—Cómo puede ver Ministro Matsue, no podría estar mejor —aseguró con una sonrisa ladina mientras tomaba asiento en su majestuoso trono de oro puro—. No tengo planes de morir aún, así que mis enemigos tendrán que perdonarme que no les diera ese placer a pesar de sus encarecidos esfuerzos. —Casi podía oír sus dientes rechinando de rabia ante su sarcasmo. Música para sus oídos.

—De cualquier modo, su excelencia debería procurar ser más cuidadoso en cuanto a su integridad física se refiere, no todos los días la suerte está de nuestro lado, y su condición según los médicos de palacio es bastante preocupante. Es claro que se está enfrentando a adversarios poderosos, no es sensato de su parte limitarse a ser custodiado por un solo hombre, por mucho que se regodee de ser un experimentado guerrero y de estar acompañado de un soldado feroz y despiadado como es el general de nuestro ejército.

El aludido sonrió con malicia mientras el antiguo general arrastraba las palabras al mencionar su título militar haciendo parecer que se atragantaría en el proceso. Era obvio el desprecio que sentía por él por despojarlo de su tan valioso título, pero contrario a inmutarse por ello, el trigueño de pie a su lado se sentía más que satisfecho de causarle malestar.

—¿Y a quienes pretende que confíe su vida Ministro Hatake? ¿A los soldados de este reino? Les recuerdo que el cadáver del más reciente agresor de su alteza no era ni más ni menos que el de uno de los escoltas reales. —El duelo de miradas que se libraba entre ambos hombres mientras el más joven de ellos sonreía sardónicamente parecía más bien una batalla campal entre dos guerreros feroces que luchaban hasta la muerte—. Ha quedado más que claro que en este imperio no se puede confiar en nadie. Es más, cada esquina de este palacio huele a la más vil carroña traicionera.

El rostro de los presentes se deformó de rabia ante la manera en que aquel hombre los miraba al pronunciar aquellas palabras llenas de desprecio. No había que ser adivino para percibir que dirigía aquel insulto directamente a cada uno de ellos.

Eriol posó sus dedos en el puente de su nariz mientras indicaba a su sobrino que ya era hora de hacer callar a su guardián, pues definitivamente aquel joven de ojos cafés no conocía lo que era ser diplomático. Sabía bien lo temperamental que era Hatake y aún así lo provocaba. Si no paraba pronto, los gritos e insultos comenzarían en tres, dos, uno...

—¡Debería tener cuidado con lo que dices mocoso insolente! Que el cargo y los títulos no se te suban a la cabeza o tu muerte será prematura y dolorosa —rugió el fornido hombre mientras golpeaba la columna a su lado con su puño cerrado haciendo que parte del mármol de la misma se quedara entre sus nudillos—. Eres el menos indicado para hablar de incompetencia. Te recuerdo que por tu ineptitud el Emperador Hien en estos momentos está...

—Vamos caballeros, no hagamos de esto una discusión sin sentido —sugirió el tercer miembro del consejo mientras hacía señas al alterado hombre para que se calmara y volviera a su posición. Después de todo el rostro del joven general también se había llenado de furia e indignación y por tanto era solo cuestión de tiempo el que desenvainara su espada y convirtiera aquella sala en una laguna de sangre y cuerpos sin vida—. Ha sido un hecho muy desafortunado descubrir que los espías de otros reinos han estado infiltrados tan minuciosamente entre nuestras tropas. Es completamente natural que ante ese hecho su majestad sienta desconfianza, pero lo importante aquí es que contra todo pronóstico su salud está estable y su cuerpo tan sano como siempre. Hubiera sido una auténtica pena haber perdido a mi único hermano de una manera tan indigna, así que verlo tan recuperado me llena de la más absoluta paz.

Maldito farsante. ¿Cómo era posible que dijera todo eso con una sonrisa en los labios cuando lo había despreciado y marginado durante toda su vida?

No tenía derecho a siquiera pronunciar tan ligeramente el parentesco que desafortunadamente tenían en común. Yuna, el legítimo heredero del trono tanto por primogenitura como por apoyo general, escurría veneno e hipocresía con cada palabra que salía de su boca. Las ganas de borrarle esa sonrisa a golpes se hacían incontenibles en su cuerpo, aunque por más que lo provocará no le daría el gusto de hacerlo perder los estribos.

—No sería tan desafortunado hermano. Estoy seguro de que no pasarían horas de mi entierro hasta que tuvieras mi anillo de sellar en tu mano.

—¡Eres muy gracioso Xiao-Lang!—exclamó en medio de una carcajada llena de ironía—. Te aseguro que no soy tan descarado. A pesar de nuestras diferencias, por respeto a ti tardaría un poco más para asumir el derecho que después de todo...

—... te robé? —Se apresuró a terminar.

Yuna solo se limitó a esbozar una sonrisa de ojos cerrados. Todos en esa sala sabían que si Xiao-Lang estaba en el trono en vez de él, era solo porque su padre había tenido el capricho de firmar un decreto al respecto antes de morir.

A sus ojos, solo había tenido suerte de que su madre supo usar sus encantos para engatusar al emperador, haciéndolo pasar así del hijo bastardo de una mujer vulgar, al gobernante supremo de uno de los mayores imperios de su época.

La cara del castaño se deformó de cólera ante el solo pensamiento y después de ponerse de pie y caminar un par de pasos mientras apretaba la mandíbula, pensó en que solo necesitaba tres segundos para borrarle esa maldita sonrisa de la cara. Vio a Eriol situarse entre ellos mientras le decía con la mirada que se controlara, y respirando profundo, giró sobre sus talones para volver a su lugar antes de terminar perdiendo la calma como precisamente él quería.

—El emperador aún está en reposo obligatorio por lo que lo mejor sería rodear los temas innecesarios e ir al grano explicándole el porque de esta reunión. Ministro Matsue, ¿Se encargaría de explicarle a su alteza los pormenores de su solicitud?

A pesar de las palabras de Eriol, la tensión en la sala podía cortarse con un cuchillo. Las miradas asesinas volaban de un lado a otro mientras el silencio entre ellos se hacía pesado y sofocante. Dándose cuenta de que la situación no mejoraría, el anciano dio un paso al frente y tomó al fin la palabra para terminar con aquello de una vez por todas.

—Es de su conocimiento su señoría, que Liones está atravesando una de las peores crisis de su historia. El sentimiento de inseguridad y descontento de la población se ha hecho cada vez más agresivo hasta el punto de estallar en revueltas. Aparte de eso, con los recientes atentados que ha sufrido su vida en los escasos tres meses de su reinado la población duda de la estabilidad y permanencia de su gobierno. Tememos que si las cosas no mejoran pronto, podríamos enfrentarnos a un golpe de estado en cualquier momento. Así que rogamos que su alteza haga algo al respecto.

—¡Haga algo al respecto su alteza! —gritaron a coro mientras hacían una reverencia.

Podía sentir como los presentes saboreaban cada palabra de aquella afirmación. El final del dolor de cabeza que los había asediado durante los últimos meses y que había limitado todos sus movimientos parecía estar llegando a pasos apresurados y con gusto ellos estaban dispuestos a dar el golpe de gracia. Sabía por boca de su tío en que consistían sus verdaderas intenciones así que sin sorpresas que afrontar solo quedaba confirmarlo de sus propios labios.

—¿Que proponen para salvar esta situación que afecta a todos en esta sala?

—Su alteza, creemos que si contrae matrimonio con una respetable doncella del imperio, la población sentirá más confianza en su reinado. Es importante que asegure el linaje real mediante su descendencia ante cualquier eventualidad futura, así que ¿Por qué retrasarlo más si podría ser la solución a nuestro inestable estado actual?

¿Un matrimonio era la solución a sus problemas? Esa era la excusa más barata que hubieran podido inventarse para intentar adjudicarle una esposa que los mantuviera informados de sus movimientos y lo manipulara a su antojo.

Casarse no resolvería la escasez por la que estaba pasando el imperio, ni mucho menos le devolvería la vida a las miles de bajas civiles y militares de los últimos meses. Miró con disimulo a su tío Eriol y este le asintió como respuesta a su pregunta no formulada. Era el momento de poner en marcha la maniobra que habían planeado y con suerte ganar algo de tiempo para elaborar su propia estrategia.

—Bien, me parece una sugerencia lógica. Estoy de acuerdo en que es tiempo de que elija una esposa que asegure mi descendencia —alegó para sorpresa de los presentes quienes esperaban de su parte un rotundo rechazo. La idea de casarse apresuradamente no le agradaba lo más mínimo, pero... —. No pienso aceptar así por así una de las doncellas que piensan ofrecerme sin asegurarme primero de que es la adecuada. Elegiré yo mismo a mi esposa y entonces la nombraré emperatriz.

—¡¿De que habla?! Eso no es factible —replicó Matsue mientras lo miraba como si se trataba de un completo desquiciado. Ya sabía justo lo que iba a decir—. Solo cometerás el mismo error de el Emperador Hien.

—¿Cuál error exactamente? —rugió con rabia—. ¿Enamorarse de mi madre? ¿Tenerme a mí? Adelante dígalo, todos aquí conocemos esa historia —solicitó con apatía interrumpiendo la barbarie que estaba a punto de pronunciar—. Justo por los errores de mi padre es que no permitiré que me adjudiquen una esposa a la que no sea capaz de amar y con la que tenga hijos sólo porque es mi deber tener descendencia. Pienso elegir una doncella respetable si, pero una mujer que más que ser de buena familia o tener una belleza singular sea realmente merecedora de ser llamada reina.

—¿Y como pretendes realizar esta maravillosa hazaña hermanito? —Xiao Lang sonrió con soberbia orgulloso de estar perfectamente preparado para una respuesta. Si creían que no sabía lo que estaba diciendo estaban muy equivocados.

—Pienso seguir el modelo del emperador Setsuo III. Como él, haré circular por todo el reino un decreto en el que se solicite a las familias del imperio que envíen al palacio a todas las doncellas en edad casadera para someterlas a una minuciosa evaluación —explicó con suficiencia mientras veía a su medio hermano borrando la perenne sonrisa de su rostro. Se sintió profundamente satisfecho. Siendo algo con antecedentes imperiales no tenían ocasión para oponerse y sabía que eso les causaría una tremenda frustración—. Dado que no quiero complicar el proceso pues me urge resolver esta situación, de entre todas esas doncellas elegiré sólo a cincuenta para hospedarlas en el harén durante los próximos seis meses lunares. Finalizado ese tiempo elegiré a la más virtuosa de ellas como mi legítima esposa.

—Pero entre las familias de prestigio del imperio no existen cincuenta doncellas en edad casadera. Aquellas que no murieron por la peste han sido masacradas con la espada —replicó Hatake mientras intentaba inútilmente encontrar alguna excusa para desprestigiar su inesperada solicitud.

—Por ello no pienso elegirlas sólo de entre familias adineradas y poderosas en ventaja, el decreto es para cada hogar Liones con el único requisito de que la joven sea discreta y de buen corazón. Sus doncellas recomendadas también pueden participar si así lo desean, pero no habrá preferencias sólo porque vengan de una familia prestigiosa. Todas convivirán y serán preparadas en igualdad de condiciones para que nadie esté por encima de nadie.

—¿Es consciente de que haciendo una solicitud así de abierta habrá presentes doncellas de los sumideros más bajos de nuestro reino, sin costumbres y sin ninguna educación?

—Lo tengo en cuenta. Por ello antes de recibirlas pienso someterlas a una depuración inicial y sus seis meses de estancia estarán marcados por un conjunto de evaluaciones y entrenamientos. Con buenos maestros, las costumbres y reglamentos de palacio pueden ser aprendidas por cualquier persona sin importar su procedencia en apenas unos meses, pero un corazón noble y discreto es difícil de mantener cuando se está rodeado de lujos y atenciones como implica ser la esposa de alguien tan poderoso. Si alguna de esas doncellas puede conservar sus buenas cualidades aún teniendo un trato preferencial como parte del harén, demostrará ser acta para ser la emperatriz de Liones. Para evitar errores de juicio basaré mi decisión final en las recomendaciones de mi consejero imperial el ministro Eriol. Lo pondré a cargo del cuidado de las doncellas y le pediré informes constantes acerca del progreso de las mismas. Como parte de mi buena fe y para que quede claro que mi intención no es otra que elegir una buena candidata, concederé a su criterio la elección de treinta de las candidatas y las otras veinte las dejaré a elección de mi tío. Siendo más de la mitad, no habrá duda alguna de que no hay parcialidad alguna en mi decisión.

El trío de buitres amedrentados se miraron unos a otros al ver que se habían quedado sin argumentos. En sus circunstancias no tenían razones para oponerse a su solicitud por lo que solo les quedaba jugar su última carta.

—Acataremos su deseo su alteza, pero solo si se compromete a mantenerse alejado del harén durante los seis meses que dure la preparación. Así nos aseguraremos de que su juventud no lo lleve a cometer algún desliz. Aparte de ello comisionaremos a Yuna para que se encargue junto a Eriol de la seguridad de las damiselas. Con solo estas dos condiciones, podemos comenzar a elaborar los decretos y empezar a distribuirlos en cuanto de la orden.

—Perfecto —respondió procurando sonar complacido.

Tener a Yuna rondando por esos parajes con la arpía de su madre cerca no le parecía nada halagüeño, pero confiaba en que su tío sabría como manejarlos en el proceso, aparte de que ya tenía la urgencia apremiante de salir de aquel lugar. Había abusado demasiado de su resistencia y seguro aquella noche no podría dormir aquejado por los dolores.

—Si no hay nada más que agregar me retiraré a mi aposento. Esperaré el informe de los resultados obtenidos por ustedes lo más pronto posible.

—Como ordene, su alteza. —Al escuchar su grito unísono, avanzó a través del palacio seguido de su tío y del hombre de ojos cafés.

Las puertas se cerraron a espaldas de los tres y solo entonces llevando la mano a su costado, se permitió dejar salir un profundo quejido de dolor.

Mierda. Aquella herida dolía como los mil demonios.

—Lo has hecho muy bien querido sobrino. Aunque espero seas consciente de que a causa de esta demostración de hombría y orgullo tendrás que añadir varios días a los ya estipulados para tu recuperación— Señaló su tío mientras intentaba apoyarlo entre su hombro y el de su escolta que por cierto aún no había quitado su ceño fruncido.

—Valdrá la pena cada maldito segundo en esa cama. Daría lo que fuera por ver esa expresión de frustración en las caras de esa pandilla de agiotistas todos los días.

—Eso es lo que espero que digas cuando te estén desinfectando la herida más tarde. No quiero nada de súplicas ni gritos de niña —añadió el joven a su lado, relajando al fin sus facciones a la vez que una sonrisa taimada surcaba sus labios mientras a posta picaba el lugar de la herida provocando que el ambarino hiciera un gran esfuerzo por contener sus quejidos de dolor.

—Vamos Touya, déjalo ya. Mi sobrino tiene derecho a disfrutar de su victoria. Aparte lo necesitamos sano y alerta para la próxima fase de nuestro plan.

—Dalo por hecho tío —seguró mientras seguía avanzando y la esperanza al fin brillaba en su rostro.

Estaba decidido a seguir obteniendo victorias contra aquel grupo de seres sin escrúpulos y entonces... demostraría que su padre no se había equivocado al elegirlo como Emperador.Hola queridos lectores.

Un placer conocerlos a aquellos que por primera vez leen mis historias y a los que ya me conocen, les agradezco que me sigan en esta nueva aventura.

Como siempre sus comentarios siempre serán bien recibidos y me darán la idea general de que tanto les está llegando la historia, así que no se abstengan de dejarlos.

Gracias por sacar el tiempo de leerme y dejar sus impresiones. Espero terminar juntos este viaje.

Att: Brie97