Disclaimer: La mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo beteado por Flor y Yani.
Capítulo 1
Observé mi reflejo en el espejo.
Había escuchado tantas veces que al llegar a los cuarenta la vida cambia y los años te caen encima, todos de golpe.
Arrugué la frente al arrancar de un jalón una hebra blanca que sobresalía de mi melena castaña. Era mi primera cana, ¡la primera! Según tenía entendido era el indicio de que pronto vendrían más.
Tonterías.
No me iba a preocupar por una simple cana cuando existen tintes en diferentes tonos y marcas que son capaces de arreglar la situación.
Deslicé la punta del lápiz labial por mis labios, era un rojo coral bastante sexy, combinaba perfecto con mi vestido sin tirantes de seda en color blanco.
Pasé mis manos por los contornos de mis caderas, comprobando que la tela no tuviera ninguna arruga y sonreí complacida al verme desde diferentes ángulos con total seguridad.
Era una mujer exitosa, justo en la meca de mi carrera como diseñadora. Tenía mi propia línea de ropa y estaba inaugurando mi segunda tienda exclusiva en la ciudad más importante de la moda. Nueva York.
Estaba orgullosa de mí, de mi esfuerzo, pero nada de esto hubiera sido posible sin mi compañero de vida, mi complemento, mi mejor amigo y esposo, Edward. Sí, mi esposo desde hacía veinte años.
Se preguntarán: ¿quién demonios se casa a los veinte? Al parecer, nosotros.
Después de un noviazgo de tres años y a mitad de mi carrera universitaria, Edward me hizo la ansiada propuesta que la mayoría de las chicas enamoradas esperamos y acepté.
Él acababa de licenciarse como abogado. Tenía su propio loft, un nuevo trabajo en un bufete de prestigio, estábamos listos para compartir nuestras vidas. O al menos eso creíamos, nadie nos dijo que sería tan difícil encontrar ese equilibrio entre dos personas que se aman.
Una vez terminada la miel de recién casados comienza la realidad, salen los defectos y empiezan los problemas.
¡Ja! Si lo sabré yo. Por supuesto que nos costó muchas discusiones, gritos y sombrerazos. El carácter juguetón de Edward siempre amenazó mi paciencia… bueno, él y sus manías de…
—Sabía que estabas escondida —lo oí decir en tono de burla. Volteé a mirarlo; ahí estaba, vestido de traje oscuro y su corbata color vino deshecha colgando de su cuello; con su andar felino se acercó, elevé mi rostro para continuar viéndolo y de forma inmediata sus grandes manos acunaron mis mejillas.
Era jodidamente guapo y caliente para sus cuarenta y cuatro años. Dios, es que esas hebras en tono blanco entre su pelo broncíneo le daban un toque interesante. Ni hablar de las pequeñas arruguitas que se surcaban en la orilla de sus ojos cuando empezaba a reír y su estatura, ¡oh, dulce ángel! Su metro noventa y cinco me tenía babeando por él, qué importaba que en todos estos años hubiera desarrollado tortícolis por erguir demasiado mi cuello.
—¿Te gustó? —Pregunté su opinión, tal vez buscando su aprobación sobre la gala de inauguración.
Puso brevemente sus ojos en blanco y rio despreocupado mostrando esos impecablemente perfectos y blancos dientes. Su hermosa sonrisa siempre era un bálsamo de paz cuando estaba nerviosa.
—Eres la mejor, nena —presumió—. Estuviste increíble en tu discurso de apertura, la forma con la que te desenvuelves delante de todos es espectacular. Naciste para esto, preciosa. —Se inclinó besando mis labios, un pequeño roce antes de apresar mi labio inferior entre sus dientes y morderlo con suavidad, siseé, al mismo tiempo que su mano dejaba una nalgada en mi trasero. Fue cuando de forma impulsiva me puso a su altura y empezó a dar vueltas conmigo haciéndome soltar un chillido.
Al regresar de nuevo mis pies sobre el piso todo seguía dando vueltas y un ligero mareo me abordó haciéndome sostener con un agarre feroz la tela de lana de su saco.
Arrugó el entrecejo en ese gesto preocupado.
—¿Estás bien? —inquirió.
Tomé una corta pero profunda respiración y asentí. Todo seguía dando vueltas.
—Estoy perfecta.
Me sonrió ampliamente mientras sus ojos verdes se llenaban de un brillo perverso.
Sentí la palma de su mano deslizarse por el contorno de mi redondez trasera. Sabía lo que venía, estreché los ojos advirtiendo que dejara de hacerlo. Pero siendo él no se detuvo, siguió buscando a tientas alguna costura de mis bragas que estuviera resaltada por sobre mi vestido y así poder tirar de ella.
Como les dije: Edward y sus manías.
Unos fuertes golpes en la puerta lo detuvieron y nos hicieron virar hacia ahí.
―¿Están presentables y vestidos? ―preguntó Dave, nuestro hijo mayor.
Asomó la cabeza por entre la puerta: pelo cobrizo y desordenado se vio seguido de esa mirada verde jade, nos miró con cierta complicidad y sonrió con descaro. Era muy parecido a su padre cuando tenía esa edad. Se adentró; vestido en ese aire juvenil, ya saben, camiseta ajustada, chaqueta de cuero y sus típicos pantalones de mezclilla llenos de roturas en sus largas piernas, y sin faltar sus botas.
Era tan alto, a sus casi dieciocho años medía un metro ochenta y cinco.
―Hola, madre. ―Llevó su brazo sobre mis hombros y dejó un corto beso en mi frente―. ¿Qué hacen aquí tan solos?
―Estábamos conversando ―respondí antes de que Edward empezara a bromear―. ¿Te gustó el evento?
Frunció los labios y movió su mano libre de un lado a otro.
―Sabes bien que no es lo mío, pero, si se trata de apoyarte, aquí estaré.
Y agradecía que, a pesar de que esta clase de eventos ruidosos y con cientos de personas adultas no fueran de su interés, él estuviera siempre a mi lado.
―Además ―continuó Dave―, siempre es bueno presumir que tengo la mamá más hermosa y joven. ―Sacó su móvil y empezó a tomar selfies.
―Debemos irnos ―dijo Edward sonando serio―. Hay una reservación en el restaurante Masa ―me dio un guiño coqueto―, no creas que no celebraremos en familia tu nueva tienda.
Enarqué las cejas y reí. No era posible que cada vez que estuviéramos en Nueva York fuéramos siempre al restaurante favorito de mi esposo. Él era un descarado.
―¡Oh, no! ―se quejó Dave―. No iremos de nuevo ahí, no nos hagas esto, viejo.
―¿Viejo? ―increpó Edward con una sonrisa socarrona―. No soy viejo, soy bastante joven también.
―¡Por Dios, Edward! ―exclamó mi hijo con profundo dramatismo―. Acepta que estás viejo y pasado de moda.
―¡Óyeme, no! ―respondió Edward fingiendo molestia y llevando una mano a su pecho―. Tu madre me sacó de casa vestido de blanco cuando era un nene de veinticuatro años.
Las carcajadas de Dave no se hicieron esperar. Empezaron con sus charlas tontas y sin sentido mientras ambos seguían riéndose de nada en particular.
―¿Dónde está Cameron?
Mi pregunta provocó un silencio de golpe. La música electrónica del lugar se escuchaba de fondo como único ruido estridente en el amplio tocador.
―Pensé que estaba con ustedes ―los hombros de Dave se elevaron con debilidad―, desde que terminó el evento no supe de él.
Mi corazón empezó a latir desbocado y el vértigo volvió a aparecer. Di media vuelta y apoyé mis palmas en el lavabo y lentamente exhalé soltando todo el hálito por mi boca. Cerré los párpados brevemente tratando de controlarme.
Los brazos de mi esposo me rodearon.
―Tranquila, amor ―susurró―. Cam debe estar con la familia, quizá con tus padres o los míos.
Había tanta ternura en su agarre que solo asentí.
―Iré a buscarlo ―me comunicó mi hijo dejando un fugaz beso en mi mejilla.
Edward me hizo volver a él y acunó mi rostro.
Sus orbes verdes, siempre llenos de alegría, se veían serenos y discretos. Estaba tratando de mantener la calma también al tratarse de Cam, lo sabía.
―Cameron es un chico listo, cariño ―explicó lo que ya sabía―, seguro está por ahí entretenido con algo. Ahora vuelvo, ¿está bien?
Negué.
―Iré contigo ―musité en un suspiro apagado.
Movió ligeramente su cabeza hacia adelante, entrelazó nuestros dedos y salimos del tocador.
Mis ojos se adaptaron a la poca luz, las luces de colores, el humo y la música fuerte me pusieron nerviosa. Una mujer desconocida se acercó y me felicitó, no me detuve a saludarla solo seguí caminando de la mano de mi esposo.
Miré en todas direcciones; había algunos conocidos conversando entre sí, mientras otros bebían y otros tantos reían sin parar. También había desconocidos más recatados y algo alejados solo observando con aburrimiento. Pero mi hijo no estaba a la vista.
―Oh, cielo ―dijo mamá abriendo sus brazos en mi dirección, me envolvió en ellos con fuerza―. Me encantó la velada.
Renée era alta, con un perfecto maquillaje para sus más de sesenta, así que le fue fácil apresarme en sus delgados brazos.
―¿Has visto a Cam? ―pregunté ignorando sus palabras y saliendo de su abrazo.
Ella parpadeó confundida. Dio otro sorbo a la copa de vino tinto y negó. Pasó su mano por su melena rubia y esponjada, en ese crepé elevado que solía hacerse.
―No, cielo. No lo he visto. Tal vez esté con Charlie, ya ves que ahora le da por ser abuelo de calidad. Patrañas ―rumió por lo bajo.
Resoplé, no estando dispuesta a escuchar de nuevo todos los problemas maritales de mis recién divorciados padres.
Es que uno no esperaba a sus cuarenta años la noticia de que sus padres se estaban divorciando después de cuarenta y cinco años de casados, desde luego que no. Así que aún debía asimilar que ya no compartían casa y que hablaban pestes el uno del otro.
―Suegra ―intervino Edward casi sin paciencia. Tocando su pelo con desesperación le dio una mirada de advertencia a mi madre―. Debemos hallar a Cam.
Mamá sacudió su mano instando a que siguiéramos nuestra búsqueda. La vi beber otro sorbo y mi coraje se incrementó. ¿Cómo podía ser tan indiferente?
Seguimos caminando y mirando en cada rincón.
Encontramos a mi padre vestido en un elegante traje gris de Louis Vuitton en una esquina del salón riéndose de lo más a gusto con algunas mujeres que bien podrían ser sus hijas.
Decidí centrar mis sentidos en mi hijo.
―Papá ―lo llamé, manteniendo mi voz neutral―. ¿Has visto a Cameron?
La sonrisa de Charlie decayó y sus comisuras se desplegaron en una línea recta, tanto que logró poner su frondoso bigote inmóvil por algunos segundos o quizá minutos, no sabíamos.
Sin ninguna cortesía dejó caer su copa de brandy sobre la mesilla alta sin importar que el líquido incoloro se derramara e ignoró por completo a las mujeres a su alrededor centrándose en mí. Agarró mis hombros desnudos.
―La última vez que vi a Cam fue en la terraza ―explicó tenso.
Un frío recorrió mi estómago desde mi vientre bajo.
Edward había soltado mi mano y estaba corriendo como loco hacia la terraza.
Emmett se acercó, no entendí qué diablos vio mi hermano en mi rostro porque sin pensar estaba corriendo tras mi esposo y mi padre tras ellos.
Me paralicé. Mi cuerpo no reaccionó y yo debía mover mis piernas, quería correr e ir tras de ellos. Obligué a mi mente a no ir a ese día, me abracé a mí misma frotando mis antebrazos tratando de darme calor.
―Todo estará bien, cariño.
Escuché la voz de Esme. Ella dio un pequeño apretón a mi mano y me sonrió con ternura. El inmenso cúmulo de emociones que estaba sintiendo siguieron amontonándose en mi pecho y cabeza.
Tomé valor y salí caminando a toda prisa sin importar que el tacón de mis zapatos fuera de quince centímetros. Caminé más veloz, ignoré rostros conocidos y también preguntas inoportunas. Recorrí con una impresionante habilidad los más de cincuenta metros que nos separaban de la terraza.
Al llegar vi a mi hijo golpeando su frente contra una de las paredes de cristal. Cameron no dejaba de lastimarse mientras mantenía su mandíbula apretada. Y Edward trataba de ayudarlo a que se relajara como nos había dicho su doctor que debíamos actuar cuando tuviese una crisis.
Me acerqué.
―Cam ―susurré frotando su espalda―, soy mamá, todo está bien. ―Dejé un suave beso en su sien mientras seguía hablándole―. Estoy aquí, cariño, ya pasó… Estoy aquí.
Escuché a Dave pidiendo privacidad y ordenando a todos a salir del pequeño espacio.
Una brisa helada y penetrante sopló en la terraza. Estábamos a finales de enero y el frío quemaba la piel, pero no podía importarme nada. Tan solo deseaba que Cam estuviera bien y esas crisis no volvieran nunca a su joven vida.
Cameron cesó de golpear su cabeza y me miró con enormes ojos marrones. Se veía asustado y bastante desorientado. Sostuve sus frías mejillas ahora enrojecidas por el frío.
―No me gusta el ruido ―murmuró con sus dientes apretados.
―Lo siento tanto ―me disculpé sintiéndome culpable.
Sabía que por su condición no debía exponerlo. Pero esto también para nosotros era nuevo y muchas de las veces nos costaba reaccionar y ayudarlo con rapidez y eficacia como él se lo merecía.
―¿Quieres ir a casa? ―preguntó Edward a nuestro hijo. En el tono de su voz podía percibir su culpabilidad.
Este asintió.
Cameron era un adolescente de dieciséis años y le tocaba enfrentarse a las crisis de su autismo.
¡Hola! Soy yo de nuevo, aquí estoy trayendo una nueva historia en compañía de las Betas de Élite Fanfiction. Yanina y Flor, ellas me estarán apoyando en cuanto al beteo, por cierto, gracias por su paciencia conmigo.
Estoy un poco nerviosa y llena de ilusión en traer para ustedes una trama diferente, con unos personajes un tanto maduritos, pues la mayoría de ellos pasará los cuarenta. Con mi corazón espero la historia sea de su agrado, les aviso también, que estaré tocando temas sensibles con el más profundo respeto hacia ustedes.
Estaré muy ansiosa por leer sus opiniones respecto al capítulo.
*Nos leemos cada viernes por aquí.
Estoy en Facebook por sí quieren unirse para conocer personajes y ver imágenes relacionados a cada capítulo, busquen el Link en mi perfil. Sin olvidar que estaré participando en los martes de adelantos en el grupo de Élite.
¡Gracias totales por leer!
