Minific
Una mirada
Por Mayra Exitosa
Estaba sentada frente al piano, la primera vez que la vi, ella me miraba, era como si todo mi alrededor se despareciera, esa bella mirada fija en mi, tocaba la melodía más hermosa que había escuchado en mi vida, pero no miraba las teclas, solo fijamente estábamos enlazados, era una hipnosis increíble, algo que nunca había sentido, su paz, se convertía en mi tranquilidad y sin dejar de tocar, era como si ambos estuviéramos en el cielo…
La melodía termino y como si todo hubiese terminado, su mirada se apago y yo… quede desconcertado.
- Buenas tardes, Señor.
- ¿Quién es ella?
- ¿Candy?
- Si, ella, porque me miraba fijamente y después se va como si nada, sin saludar siquera.
- Ella es ciega, tuvo un accidente cuando niña, sus padres murieron y… quedo huérfana, el estado se hizo cargo de ella, al parecer su madre tocaba el piano y no deja de hacerlo, es más lo ha perfeccionado, sus melodías son creativas y originales.
- ¡Ciega!
Albert salía desconcertado, estaba seguro que se habían visto, esa mujer estaba mintiendo, no era posible que fuera ciega, el sintió esa conexión de inmediato, algo estaba extraño ahí. Durante esos días, el empresario había pasado de visita a su familia, tenía mucho tiempo sin visitarlos debido a sus múltiples ocupaciones, su madre estaba enferma, su padre había fallecido hacía algunos años y su hermano se había casado después para irse a residir fuera del país.
El médico le daba las indicaciones y consideraba que su madre no tendría mucho enferma, solo necesitaba compañía y tranquilidad, en ese momento al mencionarle la palabra tranquilidad, recordaba a la chica del centro de atenciones a los adultos mayores, donde había ido a visitar para dejar a su madre y que esta fuera atendida. Sin embargo, al conocer el lugar no le gustaba y pensaba mejor llevarla con él a la gran ciudad.
- Mamá no quiero que te quedes sola, el médico dice que requieres tranquilidad y compañía, sé que aquí no te ha faltado nada, pero me encantaría mucho que te fueras conmigo a Chicago.
- ¡Oh hijo!, no es posible, pronto tendrás una esposa, supongo que debes tener novia y… no me gustaría hacer mal tercio por ahí.
- No hay una chica de momento y, sabes bien que tu eres mi chica ahora, si es por compañía, contratare a una persona para que esté con nosotros y ambos nos beneficiemos, además, hay personal de servicio y solo estarás tranquila, mi casa en Chicago es grande, hay recamaras en el primer piso. El costo de esta casa, puede servirte si la quieres vender.
- ¿Vender?
- Solo si lo deseas, sé que tiene problemas, ha sido descuidad y le falta mantenimiento, pero si no la quieres vender, me hare cargo de que la reparen y la pongan bien.
- Bueno, haremos un trato, me iré mientras reparas la casa, si en ese tiempo surge la idea de casarte, yo regresar aquí, así esperaré a que vengan un día mis nietos a verme.
- Hay algo más mamá, el médico ha dicho que ya no debes estar sola, creo que un hijo puede llevar a su madre a su hogar y no será mal visto, sé que eres joven y hermosa, pero eres mi madre.
- ¡Albert! Por Dios, como dices tonterías, sabes, la casa esta a tu nombre, tu padre la dejo para ti, si deseas venderla, hazlo, yo puedo ir a un asilo.
- Si, me lo dijiste pero… no me agrada ese lugar.
- ¿No te agrada?
- No, de hecho hay una joven que tiene ceguera, quisiera que la llevaras a la ciudad y…
- ¿Candy?
- ¿La conoces?
- Por supuesto, hijo. Y tú debes conocerla igual, es la hija de los Mackenzie, cuando era pequeña venia aquí y jugaba con tu hermano y contigo.
- No la recuerdo.
- Como no, si duro mucho tiempo la historia esa donde, ella lloraba por la lluvia y tú la tomaste en tus brazos y te la llevaste a tu habitación, imagina la cara de su padre cuando llegamos, y al buscarla para tomarla en sus brazos y llevarla a casa, nadie la encontraba, estaba dormida abrazada a ti. El gran lio que le armo ese hombre a tu padre.
- ¿gran lio?
- Si, dijo que si volvía a pasar ese atrevimiento, te obligaría a casarte con ella, era una niña y tu un joven muy atento tenía seis años y tu apenas ibas a cumplir trece.
- ¡Dios! Que loco se oye eso. Pero sabes… cuando la vi, pensé como que ella me miraba, como si no estuviera ciega.
- El golpe en la cabeza la dejo ciega a los siete, sus padres fallecieron en ese accidente y… fue un milagro que sobreviviera. Además, su madre era pianista, y si, le enseñaba a tocarlo, pero a ella lo desarrolló como si todavía tomara clases.
- Pues sí, la escuche y… su música es increíble, puede ser una gran concertista.
- Si, ella viene a visitarme seguido, conoce todo el lugar, se mueve sola y todos la ayudan
- ¡Sola! No puede ser, es muy peligroso.
- Parece que conoce todo su entorno, ella se mueve con facilidad. Albert no podía creer lo que le contaba su madre, como ella podía salir a todos lados, sospechaba que no estaba ciega y, cuando se vieron… tenía que asegurarse que no lo veía, porque estaba seguro que ella, ella lo vio fijamente.
- Mamá, ¿podrías convencerla de que se vaya contigo a Chicago?
- Por supuesto, la puedo invitar, seria para mí un placer, es una chica única, además sus padres fueron amigos nuestros y… nada me daría más gusto que llevarla conmigo.
En semanas todo cambiaba, Candy era despedía de aquel lugar al que asistía todas las tardes a tocar el piano, también se despedían de Rosemary, la madre de Albert, quien se iría llevándose a la joven de compañía, por orden médica. Ella estaba feliz, nunca había salido de Lakewood y ahora iría a la gran ciudad.
Albert estaba en su habitación viendo como empacaba perfectamente todo, sin toparse con nada, dejando en orden y limpio. Curioso por pensar que desde el accidente había engañado a todos y hasta a sí misma para no ver, así declararse ciega. Cada día que la observaba quedaba más asombrado por todas las cualidades que poseía, un tema tras otro de conversación, todos actualizados y al día, el clima, las noticias, era algo que lo asombraba, para él no estaba ciega y eso no podía quitárselo de la mente.
El viaje a Chicago, la señora Rosemary contaba la historia infantil, haciendo que Candy se sonrojara apenada y a la vez nostálgica, porque le contaban detalles de su padre.
- ¡Oh! Tía Rosemary, que pena debió haber sentido usted ante ese detalle.
- No hija, cuando se fue tu padre, mi hijo seguía dormido, por la mañana se levantaba asustado buscándote pro toda la casa, al llegar a la cocina, me contaba cómo te había llevado con él, como temblabas cuando él te tomo en sus brazos y como te fuiste quedando dormida mientras te abrazaba. Ella apenada bajaba el rostro rojizo como un tomate. Eso no pasaba desapercibido para Albert, quien manejaba el auto y la veía por el espejo retrovisor.
- Mamá ella no debe recordar nada, era muy pequeña.
- Te equivocas Albert, si lo recuerdo, es la púnica ocasión que pase en tu casa. El tapiz de las paredes era azul cielo como tus ojos, tenía pequeñas florecillas en un ribete a la mitad de las paredes, los muebles eran de madera obscura, la almohada era de plumas y las cobijas suaves de algodón peinado. Albert asombrado preguntaba,
- ¿Recuerdas todo eso?
- Si. También recuerdo a tu hermano, se casó con Julia hace tres años, viniste a la boda, pero yo no pude asistir.
- Pero mi habitación ya no tiene ese tapiz en las paredes. Rosemary con una sonrisa agregaba,
- Pero cuando ella tenía seis, si era así. Albert insistía
- ¿Por qué no fuiste a la boda de mi hermano?
- Era… el aniversario del fallecimiento de mis padres.
- Lo siento. Tal vez si te hubiera visto en aquella ocasión, te habría llevado a Chicago para que vieran tu ceguera. Ella se quedo en silencio, Albert al manejar comenzaba a recordar todo lo que había dicho, en verdad era así, continuaba manejando y tuvo que frenar bruscamente al atravesarse un perrito en la calle. Candy se aterró y aun portando el cinturón se abrazo las piernas y se hizo un ovillo, Albert que vio su reacción se hizo a un costado y detuvo el auto, bajaba de inmediato, le abría su puerta y la abrazaba tranquilizándola y confirmándole porque lo había hecho.
Rosemary por su parte, se quedaba atónita e incrédula, jamás había visto a su hijo atender a ninguna mujer de esa manera, tampoco había visto la mirada que tenía cada que podía al retrovisor, como sus ojos brillaban y su voz se enronquecía al verla. Albert estaba enamorado de Candy, apostaba a que su hijo, no se había dado cuenta, pero todo el resto del camino pensaba en esos días que había dejado el trabajo de sus empresas, solo por venir a llevarlas personalmente, cuando pudo enviarle un chofer como en otras ocasiones, cuando tenía eventos importantes.
- Hijo, Candy es una excelente compañía para mi, solo espero que se acostumbre a la casa, porque lleva años en su hogar, al no poder ver, ha memorizado todo a su alrededor…
- Ya arregle todo eso mamá, hice una réplica exacta de su habitación en una de mi casa, así ella no se sentirá distinto. La madre soltaba las quijadas, definitivamente, su hijo estaba enamorado de la joven de los Mackenzie.
Deseando no se molesten por tener tantos fics, es una manera de darme más tiempo para veniros a continuar
Un fuerte abrazo a la distancia
Mayra Exitosa
