N/A Este fanfic se posiciona en 1829, dos años antes de los acontecimientos de lo ocurrido en la película de mi primer fic basado en Disney y agradecería comentarios que me sirvieran para reforzar mis próximos trabajos en este fandom.

La lluvia caía con furia de los oscuros cielos que cubrían la ciudad de París, sumiéndola en una oscuridad profunda que superaba la de cualquier otra noche en la ciudad francesa de estilo gótico.

En una de sus calles, un caballo blanco caminaba despacio, a paso lento por lo callejones de la ciudad en dirección a la imponente catedral que se encontraba sumida en las sombras nocturnas del cielo negro; en su grupa, una figura tapada con una capa gris cubría su cabeza con una capucha e indicaba al corcel que direcciones debía tomar, con un leve tirón con la cabezada de cuero marrón que llevaba en la cabeza mientras sus cascos salpicaban el agua fría que caía hacia abajo desde aquellos nubarrones negros, que cubrían el cielo nocturno sin la posibilidad de mostrar alguna estrella o la figura que manejaba el caballo tiró de la cabezada para hacer parar al animal.

-Quieta Ceniza.- ordenó una voz femenina a la yegua, quien se quedó estática.

La misteriosa muchacha se giró sobre la silla de su montura para rebuscar en la alforja derecha, sacando una lámpara de aceite acristalada y unas cerillas, abrió la caja de fósforos con cuidado de que éstos no se mojasen y rozó uno contra la hebilla metálica de la montura, rápidamente una pequeña llama se encendió y la figura misteriosa se apresuró a encender la pequeña lámpara de aceite, cubriendo la cerilla con cuidado, por suerte la cerilla no se apagó, la leve luz que emitía la pequeña astilla de fósforo dio paso a una luz más potente en la vela del farolillo que ahora llevaba en su mano izquierda, mientras que con la otra guardaba las cerillas en la alforja de la que las había sacado,asegurándose de tapar de nuevo la bolsa para no humedecer el contenido que muchacha se enderezó encima del caballo, agarró las bridas del corcel y las movió suavemente para indicar al animal que debía seguir a paso lento por el camino. Caminaron unos metros cuando un trueno resonó en el cielo, haciendo que la yegua se asustase y frenara, negándose a continuar.

-Vamos pequeña, no tengas miedo.- acarició el cuello de la bestia cuadrúpeda para tranquilizarla.- Ya has caminado bajo las tormentas otras veces en el campo, la ciudad no es distinta.- el animal pareció comprender a su dueña y se recompuso para seguir caminando en dirección a su destino, frente a ella, a unos metros, la catedral era una sombra imponente que vigilaba la ciudad desde las alturas.

Caminaron unos minutos más hasta llegar a los pórticos de la entrada principal de la catedral, el caballo se detuvo al pie de las escaleras y su jinete se bajó de su grupa, quien lo compensó con una suave caricia en el hocico, con cautela, fue subiendo los amplios escalones de la catedral hasta uno de los portones deocorados con arcos ojivales en su parte superior, las esculturas de los santos que tenía esculpida en su relieve parecían mirarla, como si fueran los vigilantes de la puerta, revisando que ella fuera digna de entrar al templo que mano izquierda tanteó la puerta marrón de madera, rozando con las yemas la madera mojada hasta unas aldabas de mujer se apresuró y lentamente movió uno de aquellos aros metálicos anunciando su llegada, uno, dos, tres golpes y después, silencio, esperó unos minutos bajo la lluvia, vigilando a su caballo, que, al igual que ella, esperaba pacientemente órdenes de un superior.

La puerta emitió un leve quejido al ser abierta, desvelando desde el otro lado a un hombre que, unos años más tarde, sería quien detuviese a Frollo en su intento de ahogar a Quasimodo, y que por aquella época tenía el pelo castaño engrisecido por la edad, nariz regordeta y vestido con unos ropajes blanco decorados con una sotana con bordados dorados y rojos.

-¿es usted el archidiácono?- preguntó la joven.

-Sí querida, ¿qué hace a estas horas aquí?¿se ha extraviado?-

-Oh, no, soy Lady Marie, la hija de Lord Víctor.-

-¡Por supuesto!- exclamo entonces la hombre.- perdone mi error, pero no la esperaba hasta por la mañana.-

-Lo sé, siento el adelanto, pero mi padre temió que mi viaje se viese afectado, no ha parado de llover en toda la tarde y creía que las calles podrían inundarse, ya sabe cómo es él, no estaría contento hasta que llegase aquí.-

-¿Y os ha dejado venir sola?-

-Me ha acompañado hasta hace un par de calles, me dejó cuando pude divisar la catedral a la lejanía.-

-De acuerdo, las cuadras están en la parte de atrás, por favor deja allí a tu caballo y entra rápido, vas a calarte hasta los huesos.-

La muchacha obedeció, dirigiéndose al lateral de la catedral donde se encontraba su enorme rosetón circular, ahora apagado por la falta de luz, y que, por aquella época tenía a sus pies, alejado de la estructura, un pequeño establo con cinco cubículos protegidos por un muro de piedra, para que los caballos no pudiesen caer al río y dejó a su caballo en la segunda cuadra de la izquierda, le quitó las monturas para que pudiese descansar, recogió el equipaje de su grupa y se metió de nuevo en la catedral.

Cerró la pequeña puerta de madera que daba a las cuadras y caminó por la interior del inmenso edificio, intentando encontrar de nuevo a aquel caminó por el pasillo que creaban los bancos colocados frente al altar de la iglesia, donde una cuz dorada reposaba sobre un mantel blanco que cubría la mesa de ceremonias donde se consagraba la misa, en la que reposaban un cáliz donde se servía el vino y un plato ahora vacío donde se depositaba el pan, todo ello iluminado únicamente por las velas de cera que inundaban de luz el edificio, ya que debido a la tormenta el cielo carecía de luz nocturna.

-Por aquí querida.- indicó el hombre que la había recibido abriendo una puerta que se ocultaba entre unas columnas.

Ella lo siguió, bajando por unos pequeños escalones que la llevaron a una especie de sótano con un largo pasillo y cuatro puertas a cada lado. Las paredes poseían bases en las que velas de aceite descansaban iluminando el camino, oscilando brevemente al paso de ambos individuos, aunque en realidad se pararon en la primera puerta de la derecha, de madera oscura; tenía una pequeña rendija de metal con una lámina a modo de mirilla y un picaporte también de metal, seguramente hierro.

-Esta será tu celda, la he limpiado y preparado personalmente, espero que sea de su agrado señorita Marie.-

-Por supuesto, después del esfuerzo que habrá supuesto mi llegada a la catedral debo agradecerle que se haya tomado la molestia de eso mi padre pidió que le diera esto a la iglesia como agradecimiento.- Marie rebuscó en una de las alforjas que había desatado de la silla de su caballo y sacó una pequeña bolsa atada con una cuerda para entregársela al archidiácono.-Es de parte de mi padre, como compensación...-

El hombre cogió la bolsa con cofianza y miró su interior.

-¡Pero señorita Marie! Aquí hay por lo menos cincueta monedas de oro, no merezco tal regalo.-

-Mi padre insistió en que se lo diera a usted, pidió que lo usara para ayudar a la gente de París.-

-Se lo agradeceré en cuanto pueda por carta señorita Marie. Me iré ahora, instálese y descanse, mañana despertará a las seis de la mañana para comenzar su primer día.-

-Gracias padre, se lo agradezco de corazó descanse.- el hombre asintió antes de cerrar la puerta de la celda para dejar sola a Marie.

Marie comenzó a desprenderse de sus ropas mojadas, la habitación era simple, como era de esperar para una monja, un colchó de paja, sabanas blancas...los dos únicos objetos que desentonaban eran un barreño de madera a modo de bañera y una mesita de noche con un cajón, ambos objetos comprados y enviados hacía una semana por su padre para que ella se sintiera de un modo más acogedor en aquel lugar, ella no lo creía necesario, teniendo en cuenta que una monja no debe desear vienes materiales innecesarios, pero su padre insistió en que sería bueno para ella darle un toque hogareño a la celda para que no se sintiese tan frí ía razón, no se imaginaba una habitación tan pequeña y con un vacío tan grande al mismo ó su cabeza, sacudiéndose ese pensamiento, debía descansar para prepararse, el día siguiente sería muy duro, el comienzo de su nueva vida, ¿pero que otra opción tenía? Había rechazado a todos los pretendiente que habían acudido a su padre para pedir su mano, y su padre, un romático de literatura, aceptó que su hija se casase con quien amara, sin fijarse en las tierras de su futuro cónyuge, pero nada resultó, a Marie todos los pretendientes la resultaban arrogantes, falsos y avariciosos, solo fijándose en su posición social y sus riquezas, desde luego, ser monja era mucho mejor que casarse con cualquiera de padre, tras la muerte de su madre hacía ya varios años, se preocupaba al ver pasar el tiempo, y temiendo que su hija no encontrase esposo la organizó entrevistas formales con los pretendientes y sus familias, pero nada resultó, ella era muy cabezota, cuando su padre comenzó aquello tenía quince años y ya había llovido mucho desde entonces, ahora tenía diecinueve, y su padre, preocupado de que su hija se convirtiera en una solterona, la envió a Notre Dame, ella aceptó ser monja de clausura de la imponente y bella catedral, al menos así no tendría que casarse con nadie.

Marie regresó de nuevo al mundo real y se preparó para dormir, sobre la cama había los atuendos que el archidiácono había preparado para ella, de un limpio color blanco, un par de hábitos, que se pondría a partir de ahora, y un camisón blanco de falda larga hasta los tobillos y de mangas cortas (como el que lleva Esmeralda al ser capturada, pero obviamente menos desgastado),como ropa para dormir. Lentamente, dirigió sus manos al botón de su capa y se la quitó, dejando a la vista un vestido azul, de mangas amplias en la zona de las muñecas y falda larga; tanto las mangas como la falda tenían un acabado de bordados dorados que imitaban las enredaderas de los patios de la aristocracia francesa de la época, principalmente ó la capa colgada en un clavo de la pared y se descalzó guardando los zapatos bajo la estructura de madera que soportaba el colchó ó a desnudarse, el vestido, de una sola pieza, comenzó a descender por su cuerpo hacia el suelo, desvelando las juveniles curvas de su cuerpo, que ahora solo poseía la ropa interior, agarró el camisón largo de su cama y se lo puso, estaba muy cansada como para deshacer su equipaje, y como estaba acostumbrada a levantarse temprano la daría tiempo a bañarse recogiendo agua del pozo que se encontraba cerca de las cuadras que había al borde del Sena que serían demolidas años despué , más seca y cansada, se acercó a la cama y se dejó caer en el colchón de paja, obviamente no estaba acostumbrada a ese tipo de colchones, pero estaba tan exhausta que la daba igual clavarse las hebras de heno que sobresalían de la funda del colchón, solo quería dormir para empezar con energía su nueva vida dentro de Notre Dame.