Resumen: Algunas se casan por dinero y para alcanzar una posición social, otras afortunadas lo hacer por amor, pero Lucy Heartfilia está a punto de casarse para poner fin a una enemistad. A regañadientes, viaja al Oeste para encontrarse con su padre y con el hijo mayor del enemigo de este, el ranchero Laxus Dreyar. La unión entre Laxus y Lucy está destinada a que los Heartfilia y los Dreyar dejen de disputar por una parcela de tierra.

Pero el tren en que viaja es atacado, y durante la confusión Lucy aprovecha la oportunidad para adoptar la identidad de la nueva ama de llaves de su padre, lo que le permitiría vivir con el progenitor al que nunca ha visto y evaluar su auténtico carácter, y también el del vaquero vecino con el que está comprometida.


Layla Heartfilia dejó de llorar justo antes de que su hija Lucy abriera la puerta de su mansión de piedra rojiza, pero no podía quitarse de la cabeza las palabras que habían provocado sus lágrimas: «Ven con ella, Layla. Ya hace quince años, ¿no crees que ya nos has torturado bastante?».

Habitualmente dejaba que fuera su hija, que había cumplido los dieciocho años el mes anterior, quien leyera las cartas de Jude Heartfilia. Jude solía escribirlas impersonales para que Layla pudiera compartirlas con su hija. Esta vez no lo había hecho, así que Layla la plegó y se la metió en el bolsillo en cuanto oyó la voz de Lucy en el vestíbulo. La joven no conocía el auténtico motivo por el cual sus padres no vivían juntos. Ni siquiera Jude sabía el motivo real que ella había tenido para dejarlo. Y después de tantos años, era mejor que siguiera así.

—¡Lucy, ven al salón, por favor! —le gritó Layla antes de que pudiera subir a su habitación.

Con la luz de la tarde centelleando en su cabello rubio rojizo, Lucy se quitó el sombrero mientras entraba en el salón y luego la capa corta y fina que llevaba sobre los hombros. El tiempo era ya demasiado caluroso para un abrigo, pero aún así una dama de Nueva York tenía que vestir respetablemente cuando salía de casa.

Layla miró a Lucy y recordó una vez más que su pequeñina ya no era tan pequeña. Desde que su hija había cumplido los dieciocho años, Layla había rezado más de una vez para que dejara de crecer. Ya estaba bastante por encima de la media de metro setenta y a menudo se quejaba de ello. Lucy era tan alta por su padre, Jude, y también tenía sus ojos verdes esmeralda, aunque ella no lo sabía. Tenía los huesos delgados de Layla y unas facciones delicadas que la hacían más que bonita, aunque solo en parte había heredado el cabello pelirrojo de su madre; el de Lucy era más bien cobrizo.

—He recibido una carta de tu padre.

Ninguna respuesta.

Lucy solía emocionarse con las cartas de Jude, aunque de eso hacía ya mucho tiempo, más o menos por la época en que había dejado de preguntar cuándo las visitaría.

A Layla le rompía el corazón ver la actitud de indiferencia que había adoptado su hija hacia su padre. Sabía que Lucy no conservaba ningún recuerdo de él. Era demasiado pequeña cuando Layla y ella se habían marchado de Nashart, en Montana. Layla sabía que debería haber dejado que se conocieran a lo largo de todos aquellos años. Jude había sido magnánimo enviándole a los chicos, aunque ella estaba segura de que lo había hecho para hacerla sentir culpable por no corresponderle y permitir que su hija lo visitara. Temía que Jude no dejara que Lucy volviera a casa con ella. Era un temor infundado, su peor pesadilla. En un exabrupto, la había amenazado con quedarse a su hija. La había amenazado con muchas cosas con tal de volver a reunir a su familia. ¡Y ella ni siquiera podía culparlo por ello! Pero eso no iba a ocurrir. Imposible. Y ahora tendría que enfrentarse a su peor miedo: que cuando Lucy se fuera a Montana, ella jamás volviera a verla.

Debería haber insistido en que el prometido de Lucy viniera a Nueva York a cortejarla. Pero eso habría sido la gota que colma el vaso para Jude, que había respetado el deseo Layla durante quince años y se había mantenido alejado de ella. Pero había llegado el año en que ella le había prometido que Lucy volvería a vivir bajo su techo. Layla no podía mantenerlos separados por más tiempo y seguir con la conciencia tranquila.

Lucy se detuvo ante ella y alargó la mano reclamando la carta, pero Layla, en vez de dársela, le señaló el sofá.

—Siéntate.

Su hija arqueó la ceja al negársele la carta, pero tomó asiento frente a ella. La sala era espaciosa. La mansión era espaciosa. Los padres de Laya descendían de una familia rica del Viejo Mundo, y toda su riqueza era ahora suya. Cuando Layla había vuelto de Montana con su hija de tres años, había encontrado a su madre recuperándose de una serie de enfermedades que la habían dejado inválida durante los cinco años que Layla había estado fuera. La anciana solo duró cuatro años más, pero al menos Lucy tuvo la oportunidad de conocer a su abuela.

Aquella había sido una época dolorosa para Layla. Había tenido que abandonar a su marido y a sus tres hijos varones y luego había perdido a su único progenitor vivo. Pero al menos le había quedado Lucy. Probablemente se habría vuelto loca de pena si también hubiera tenido que abandonarla a ella. No obstante, ahora también había llegado el momento para eso...

—¿Ya vuelve a tocar charla? —preguntó la joven con tono de hastío.

—Te has vuelto muy insolente desde que cumpliste los dieciocho —observó Layla.

—Si es así como quieres llamar a ese resentimiento que me carcome, pues adelante. Llámalo insolencia.

—Lucy...

—No pienso ir a Montana, mamá. No me importa si eso implica un derramamiento de sangre. No me importa si eso implica que jamás volveré a ver a mis hermanos. Me niego a casarme con alguien a quien no conozco —dijo Lucy cruzando los brazos y alzando la barbilla desafiante—. Ya está, por fin lo he dicho y no voy a cambiar de opinión.

—Estoy de acuerdo.

Lucy abrió los ojos como platos antes de chillar aliviada.

—¡Gracias mamá! No te imaginas lo mal que me sentía con la perspectiva...

—Deberías dejarme terminar. Estoy de acuerdo en que no te cases con un hombre al que no conoces. Irás a Montana para conocerlo. Tendréis varios meses para conoceros. Cuando termine este tiempo, si no es de tu agrado, entonces sí, podrás romper el compromiso y volver a Nueva York antes de que llegue el mal tiempo. Te doy mi palabra, Lucy.

—¿Porqué nunca me dijiste que tendría algo que opinar acerca de este matrimonio que papá y tú concertasteis para mí cuando todavía era un bebe?

—Porque tenía la esperanza de que honrases este compromiso por voluntad propia. Quería que crecieras acostumbrada a la idea, esperaba incluso que a esta edad ya incluso lo estuvieras esperando.

—Pero ¡es que Montana todavía está por civilizar!

—¿Podríamos seguir esta conversación sin gritos, por favor? —repuso Layla, y añadió con una leve sonrisa—: El Territorio de Montana no es tan incivilizado como crees. Y es uno de los lugares más hermosos que he visto jamás. Puede que incluso te acabe gustando.

—Me gusta Nueva York, donde me he criado, donde viven mis amistades, donde vives tú —refunfuñó Lucy, y agregó en voz más alta—: Donde los hombres no llevan pistolas al cinturón porque siempre haya que estar preparado para disparar, incluso a las personas. ¿Cómo pudiste aceptar este arreglo, mamá?

—Fui yo quien lo sugirió.

Layla nunca se lo había dicho a su hija, y ahora, viendo sus ojos esmeralda abiertos como platos, deseó haber podido explicárselo de otra manera. Pero no había otra.

—¿Osea que eres tú quién me echa a los lobos?

—Oh, santo cielo, Luce, no seas tan melodramática. Era lo único que podía hacer para poner fin a la enemistad entre los Dreyar y los Heartfilia. Aquella franja de tierra con agua entre las dos propiedades no fue ni siquiera lo que comenzó la rivalidad, aunque los dos bandos la utilizan para mantener viva la enemistad, afirmando ambos que les pertenece. Jamás había visto tanta testarudez. Cada vez que se acercaban a aquella agua al mismo tiempo, había tiros. Si alguna vaca cruzaba el río, no la devolvían, lo que provocaba más tiros. Dárosla a ti y a Laxus Dreyar como parte del acuerdo matrimonial terminaría con el conflicto.

—¿Osea que asumiste la responsabilidad de poner fin a un conflicto que no es cosa tuya sacrificando a tu única hija?

—Para tu información, jovencita —replicó Layla exasperada—, Makarov Dreyar es uno de los hombres más guapos que conozco. No me cabía ninguna duda de que sus hijos crecerían igual de guapos, teniendo en cuenta lo hermosa que era la mujer con quien se casó. No me pareció para nada un sacrificio, estaba convencida de que estarías encantada de casarte con un Dreyar. Aunque claro, como forastera veía las cosas de otro modo. Los rancheros eran agresivos, incluso posesivos, sí, aunque no creo que eso fuera algo exclusivo de la zona. Jude y Makarov solo eran dos hombres tercos que no estaban dispuestos a ceder ni un centímetro. Ya la cosa se las traía, y aquella agua en el límite entre ambos ranchos era la gota que colmaba el vaso. Personalmente, no creo que los Dreyar sean mala gente. Makarov puede ser un ganadero competitivo y malhumorado, pero tiene fama de marido devoto y buen padre, algo que dice mucho de una familia.

—No te correspondía a ti poner fin al conflicto, mamá. ¿Por qué tuviste que meterte?

Layla no quería agobiarla con los horrores que había vivido en aquella época. Había tiroteos tan a menudo que temía que la siguiente bala alcanzara a alguno de sus hijos. Entonces se le había ocurrido una idea sencilla: poner fin al conflicto con un matrimonio. Cuando le planteó la idea a Jude por primera vez, no sabía que Lucy y ella no seguirían en Montana. Se imaginaba a Lucy y Laxus creciendo juntos,siendo amigos primero y con el tiempo enamorándose de una manera natural...

Layla trató de explicárselo a su hija en términos más sencillos.

—Detestaba aquella enemistad, pero también es verdad que traté de ignorarla hasta la noche en que trajeron a casa a tu padre medio muerto. No fue un Dreyar quien le disparó, sino unos de los jornaleros de los Dreyar. Es algo curioso del Oeste: los empleados también toman partido y algunos no siguen las órdenes demasiado bien. Pero en cualquier caso, tu padre estuvo a punto de morir y yo estaba tan desesperada por poner fin a aquel derramamiento de sangre que habría hecho cualquier cosa. Y eso fue lo que logré con el compromiso de boda. Desde entonces a habido tregua. Tus hermanos han podido crecer sin tener que esquivar las balas cada vez que salían del perímetro del rancho.

Layla contuvo la respiración esperando la respuesta de Lucy. Lo que le había contado a su hija no era ninguna mentira, solo verdades a medias. Aunque era exactamente lo que todos habían pensado cuando le dispararon a Jude. Pero el pistolero no trabajaba para los Dreyar. Tenía otro jefe mucho más despiadado, que era quien movía los hilos. Cuando Layla lo descubrió y supo que no podía culpar a los Dreyar, hizo lo único que se le ocurrió para evitar que Jude se vengara una vez recuperado: volvió a sacar la idea de la tregua a través del matrimonio, una manera segura de poner fin a aquella deplorable enemistad de una vez por todas, y esta vez insistió.

Ella era la única que sabía lo que había ocurrido realmente aquella noche y por qué. Y así seguiría. Que Lucy aceptase un matrimonio arreglado podía ser realmente la salvación para dos familias vecinas demasiado tozudas para ponerse de acuerdo en compartir el agua en vez de combatir por ella. No obstante, Layla no iba a obligara su hija a solucionar un problema que ya duraba generaciones. Únicamente le pediría que les diera una oportunidad a Montana y Laxus Dreyar.

Afortunadamente, Lucy mostró curiosidad.

—Entonces, ¿qué pasa si decido anular la boda? ¿Volverán a matarse unos a otros?

Layla sintió vergüenza.

—No lo sé. Tengo tengo la esperanza de que estos quince años de llevarse bien les hayan demostrado que jamás deberían haber perseverado en una guerra iniciada por sus abuelos y que nada tiene que ver con ellos.

—¿Cuál fue el detonante?

—No estoy segura. Algo sobre una boda que acabó en tiroteo.

—¿Quieres decir que ambas familias iban a unirse a través de un matrimonio hace dos generaciones?

—Eso parece.

—No es un buen augurio para tu idea de volver a intentarlo. De hecho, parece que el destino no quiera que se celebre un matrimonio entre las dos familias.

—Con esta actitud seguro que no ocurría —replicó Layla con mirada severa hacia su hija—. ¿Podrías al menos ir a conocer a ese chico sin prejuicios? Dale una oportunidad, Lucy. Podría hacerte muy feliz.

La joven lo meditó unos segundos antes de admitir:

—Ahora que sé que no tengo que casarme con él obligatoriamente, supongo que puedo intentar considerar el asunto desde otra perspectiva, como unas vacaciones de verano de dos meses en otra parte del país.¿Cuándo nos vamos?

—Yo no iré. Bueno, no todo el camino. Te acompañaré hasta Chicago y me quedaré allí esperando el resultado de tu cortejo.

Lucy dejó caer los hombros al oír la noticia.

—¿Y por qué te tomas la molestia si no piensas llegar hasta el final?

—Porque quiero estar relativamente cerca por si acaso me necesitas, y con el ferrocarril que ya conecta con Nashart, Chicago queda bastante cerca. Erza irá contigo, por supuesto. Y he dispuesto que un sheriff jubilado se reúna con nosotros en Chicago para escoltarte durante el último tramo de tu viaje y dejarte sana y salva en la puerta de casa de tu padre.

Layla iba a romper a llorar si Lucy no cambiaba aquella expresión tan triste ante su inminente separación.

—¿Note sientes siquiera un poco emocionada con el viaje? —preguntó esperanzada.

—No —respondió la chica con tono monocorde mientras se levantaba para salir de la sala.

—¿Ni por volver a ver a tu padre?

—¿Volver? —Se volvió con un gruñido—. Ni siquiera lo recuerdo; tú y él ya os asegurasteis de que no tuviera ningún recuerdo de él. Así que te seré sincera, mamá: si pudiera acabar con todo sin siquiera ver a Jude Heartfilia, lo haría.

—¡Lucy!

—Hablo en serio, y no me salgas con tus justificaciones sobre por qué me he criado sin un padre. Si realmente hubiera querido verme, ya habría encontrado la manera. Pero no quiso. Y por mi parte, ya es demasiado tarde.

Layla vio lágrimas de ira brotando de los ojos de Lucy mientras se marchaba corriendo del salón. Dios santo, ¿qué les había hecho alas personas que más amaba?