N/A: ¡Hola a todos! Ha pasado un tiempo que no publicaba algo, pero realmente estaba llena de trabajo. Ahora que tengo un poco más de tiempo, he decidido publicar una historia que tenía escrita hace tiempo, pero que tenía que arreglar. Al respecto, debo admitir que, de vez en cuando, me gusta escribir historias nostálgicas y amores otoñales, y que mejor que hacerlo con mi pareja favorita. Espero poder actualizar seguido, y la idea es que no sea una historia muy larga.

¡Espero les guste y me dejen sus comentarios (siempre son muy bien recibidos)!

Aclaración: Detective Conan ni sus personajes me pertenecen, excepto aquellos inventados por mi.


Hay cosas que nunca cambian

Capitulo 1

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Ella conservaba su belleza y dulzura, aunque no su juventud adolescente.

Han pasado más de 25 años desde que le pidió que se olvidara de él. Y ella, a pesar de que lo siguió esperando por un tiempo, incluso tras a esas demoledoras y muy claras palabras, le hizo caso. Lo hizo porque la madurez le ayudó a comprender que la vida no es como en las novelas románticas que tanto le gustaba leer. No siempre hay un final feliz. La vida no es siempre como lo imaginabas, ni con persona que deseabas.

El tiempo pasa, los corazones cambian, las personas cambian. Ella había cambiado.

Ran miró con ternura a su hija Narumi, quien leía una revista de venta de casas y departamentos en Tokio, sentada en el sofá de la sala de estar, con un brillo en sus ojos, los cuales rebosaban de ilusión. Su novio le había pedido matrimonio hace poco, en un lindo restaurante y con un brillante anillo, y ya estaba todo acordado: la boda se llevaría a cabo en un par de meses más, en la zona de Haido. Por ello, Narumi decidió pedirle a su madre que la ayudara con los preparativos, y, por supuesto, como Ran jamás podría negarle un favor a su adorada hija, decidió ir a su casa varias tardes en la semana para ayudarle en lo que necesitara.

Hace un tiempo que la chica se había ido de casa para vivir con su novio, en el piso que él arrendaba en el centro de la ciudad, pero, ahora que se casaban, realmente querían comprarse una casa juntos.

Y claro, era bueno ocupar su mente en otros asuntos, especialmente luego de haberse separado de su marido, el padre de Narumi, hace no mucho tiempo. Debía admitirlo, ella intentó evitar que eso sucediera lo que más pudo, tal como lo había hecho con sus propios padres. Ran creía en el matrimonio, y lo que menos deseaba en la vida en terminar, paradójicamente, separada. Pero en el momento en que supo, que demás de todo, existían mentiras y engaños, supo lo que tenía que hacer. Su rectitud era demasiado fuerte cómo para aceptar eso.

Hiroaki había sido un buen marido por mucho tiempo. De hecho fue un verdadero ángel para Ran. Ella estaba triste, y él había sido el hombre indicado para hacerle olvidar su pasado. Ella consiguió ser feliz con él, y formó una hermosa familia. Guardaba en lo más profundo de su corazón todos los bellos momentos que había vivido a su lado. Pero, en algún momento, sin darse cuenta en qué momento o lugar exacto, ya nada fue lo mismo, lo cual llegó hasta un lugar de no retorno.

Ella estaba bien, tenía su trabajo en el hospital, y los entrenamientos de karate en el centro de entrenamientos de Tokio, en donde ella es entrenadora a tiempo parcial. Pero eso no quitaba que en secreto, se sentía sola, más aun luego de que Narumi se fuera de casa.

Ran se acercó hacia el sofá en donde su hija estaba sentada, y se ubicó junto a ella para ver televisión. Narumi puso su cabeza cariñosamente sobre el hombre de su progenitora, y encendió el aparato que hasta unos instantes estaba apagado.

Y una verdadera sorpresa apareció frente a ella. Los ojos de Ran brillaron por unos instantes en el momento que vio su rostro otra vez en la pantalla del televisor.

Había sido la noticia de la semana. En todos los programas hablaban de eso. El famoso detective Kudo Shinichi estaba se vuelta en Japón para pasar sus vacaciones, y, por supuesto, todas las cadenas de televisión querían conseguir una entrevista suya.

Shinichi había cambiando. Ya no era ese joven soñador, amante de los misterios y de las aventuras que ella alguna vez conoció. Ahora era un hombre maduro, que se sentaba con tranquilidad frente a una cámara mientras relata sus experiencias como detective en el extranjero, y sonríe serenamente cuando el entrevistador le hace alguna broma previamente concordada.

Probablemente no quedaba nada del antiguo Shinichi, él que ella había conocido. Ya era otra persona, igual como lo era ella.

Notó que el lugar en donde lo estaban entrevistando estaba completamente abarrotado de libros, y no tardó en reconocer que era su misma casa de siempre. Era aquella gran casa de estilo occidental que tan bien había conocido en su juventud. Claro, ahora notaba el lugar bastante más descuidado y sucio, y los libros estaba desparramados y medio abiertos por todo el lugar. Pensó que quizás debió recogerlos antes de recibir personas y sentarse a hablar frente a una cámara.

Escuchó atentamente la entrevista. Le interesaba saber que había sido de él, a pesar de que sabía algunas cosas gracias a las redes sociales, a la prensa, a Sonoko, y que lo había visto, hace muchos años, en la boda de Heiji y Kazuha. Ahora se enteraba que le entregaron el reconocimiento como el mejor detective de Japón, y comentaron que le iban a hacer una película. Ella sonrió con cariño pensando que quizás podría emular la fama de su amado Sherlock Holmes. Se preguntó si aún sería su ídolo.

Relató algunos de sus casos más importantes, por los cuales más lo habían reconocido en Estados Unidos, y contó cómo lo habían nombrado hijo ilustre de la ciudad de Nueva York. Ahora era jefe de la policía, y estaba de vuelta a Japón por órdenes estrictas de sus superiores para que descansara de los casos por unas semanas.

Pero para su decepción, eso fue todo. No contó nada más.

De pronto, Shinichi hizo ese gesto que ella tanto recordaba. Esa mirada que parecía meterse en su cabeza. Y esa media sonrisa de triunfo, esa misma que siempre le pareció tan impresiónate. Y lo vio. Vio a Shinichi. A su Shinichi.

La entrevista ya había acabado, pero una oleada de melancolía la había invadido.

Sintió nostalgia por el pasado. No por sus viejos sentimientos románticos. No, eso estaba muy enterrado. Ya eran muchos años de eso, y había pasado mucha agua bajo el puente.

Pero viejos recuerdos de infancia y juventud entraron en su cabeza, inundándola de nostalgia. Ellos habían sido tan bueno amigos, los mejores amigos, de hecho. ¿Por qué dejaron de verse? Claro, el desengaño amoroso a veces rompe cualquier lazo, pero ahora con la madurez, sentía que había sido una estupidez.

De hecho, todo lo malo, todo el sufrimiento estaba completamente olvidado, y solo quedaban en ella los buenos recuerdos de su amistad. Es más, y a pesar de los años y de la distancia, ella aún lo quería como amigo. Era extraño sentir afecto por alguien a pesar del paso del tiempo, como si el hilo nunca se hubiese cortado. Ella esperaba, de todo corazón, que él pensara lo mismo.

Por eso, pensó que sería una buena idea ir a visitarlo y recordar viejos tiempos. Después de todo, ella sabía exactamente donde estaba su casa.

Es por esa razón que no esperó más de una semana para encontrarse frente a la mansión Kudo con un pastel horneado por ella misma, y con la mejor de sus sonrisas.

Se sentía tan extraño estar de vuelta. Hace muchos años que no pasaba por Beika, ni caminaba por aquellas calles que antes habían sido tan cotidianas. En un principio ella seguía frecuentando el barrio con el fin de atender a su borracho e irresponsable padre. Pero desde que su padre se había reconciliado con su madre, ellos ya no la necesitaban tanto. Y, cuando la edad los hubo superado, y tras ambos decidir su retiro, prefirieron irse a vivir a un lugar tranquilo fuera de la ciudad. Por lo tanto ya no había nada que la atara a ese lugar. Hasta ahora.

Mientras caminaba por las calles alegremente, observó con gran entusiasmo cómo habían cambiado las cosas. Si, habían viviendas que se mantenían tal cual las recordaba, pero otras habían sido reemplazadas por enormes edificios. También pudo notar algunos árboles eran el doble o el triple de su tamaño de como lo grabado en su mente. Esto le mostraba cuanto tiempo había estado ausente.

La residencia Kudo parecía como anclada en el tiempo, totalmente rodeada por torres residenciales. Seguía igual que siempre, aunque más descuidada, lo que le hacía aparentar ser una casa embrujada, de esas que salen en las películas de terror. Pudo ver como el césped estaba más largo que lo debido, y entendió que ni Shinichi ni su familia suelen venir muy a menudo a esta casa como para mantenerla.

Se acercó al timbre, y lo tocó sin pensarlo dos veces.

Ella se preguntó si sería capaz de reconocerla. Después de todo, habían pasado tantos años.

Shinichi se había ido a vivir al extranjero, y estando lejos, es más fácil cambiar y olvidar lo que se dejó atrás. Son tantos nuevos recuerdos, nuevos lugares, nuevas personas, que la vida anterior debe de ser para él como un sueño lejano.

De pronto la puerta principal se abrió, y en seguida lo distinguió a lo lejos. Era el mismo que había visto en televisión hace unos días, pero ahora que lo veía en persona, podía verlo más en detalle. Su rostro ya no se veía lozano y juvenil, sino que alcanzaba a notar que habían canas en el área de las patillas y de la nuca, y que su cara se veía cansada, como si no hubiese dormido en años. Sintió tristeza al pensar que quizás no descansaba lo suficiente por andar en las calles de Nueva York resolviendo casos.

En cuanto la vio parada frente a su casa, su semblante cambió. Pasó de un estado de letargia, a sorpresa total. Se quedó plantado en su lugar, como si hubiese visto a un fantasma.

—Ra...¿Ran?—tartamudeó después de unos instantes, con los ojos bien abiertos.

Esta bien, él la había reconocido más fácilmente de lo que habría esperado.

Ran esperó que dijera algo más, o que la invitara a pasar, pero cuando notó que su sorpresa era mayor a la de su cortesía, ella retomó la palabra.

—Si, soy yo—respondió con una cálida sonrisa. —¡Y traje pastel!