Disclaimer: Los personajes, salvo las excepciones de OCs, no me pertenecen, son propiedad de Ubisoft.
No todos sale de mi imaginación, con lo que es posible hallar diálogos, escenas, etc, inspiradas o tomadas de los juegos u otros lugares. Igualmente, el hilo argumental de la historia coincide sólo en algunos puntos con el del juego, pero sólo en parte, ya que mucho será inventado o no coincidirá para adaptarse a este nuevo argumento.
Esta historia contendrá lenguaje violento y obsceno, así como escenas de violencia y sexo.
Por último, agradecer a todo aquel que se pase por aquí. Ojalá os guste y os animéis a comentar vuestras impresiones.
Cuando los destinos se cruzan
Capítulo 1
Paris, septiembre de 1790.
El amanecer comenzaba a anunciarse en París, haciendo salir a la ciudad de la negrura de aquella noche fría sin luna, y ante la llegada a su objetivo, aquella casa vieja aparentemente abandonada de una calle de barrio humilde, sus pasos se detuvieron.
Sabía de sobra que él estaba dentro. Lo había seguido gran parte de la noche, y aunque al final de la misma sus caminos se habían separado, la chica conocía que volvería al lugar que era su hogar en la ciudad del Sena; no tenía otra cosa allí, y menos ahora que su relación con la hermandad estaba torciéndose.
Como esperaba, nadie fue a abrir tras llamar a la puerta, con lo que avanzó despacio por el perímetro, observando que una de las ventanas de la planta alta estaba abierta. No tenía más opción que colarse; tenía que hablar con él.
La mujer de baja estatura contempló discretamente que estaba sola y no era observada, con lo que pasó a subir por el canalón hasta la cornisa de la ventana, adentrándose en un movimiento ágil y silencioso.
Abandonó presto aquella sala que en sus buenos tiempos había sido un despacho, descendiendo por las escaleras con el corazón agitado por los nervios, pudiendo contemplar casi al final la entrada al salón.
La primera inspección la realizó sin adentrarse en la estancia desordenada y sucia, vislumbrando que el hombre se hallaba tirado en el suelo, dormido contra la pared con las ropas rotas y manchadas de sangre tras las peleas de bar de la dura noche que había pasado. Ella dudó una vez más, pero volvió a obligarse a moverse, entrando despacio mientras esquivaba botellas vacías y cosas tiradas en el suelo, hasta que se topó con una carta arrugada que llamó su atención.
[…]Voy a irme de París en busca de mis pocos aliados, los que sí pueden ayudarme. No me busques, no me ayudes más […]
La chica no pudo seguir leyendo cuando la agarraron bruscamente del brazo, girándola para después empujarla contra la pared más cercana, inmovilizando sus manos contra su espalda. Su cara chocó contra el duro ladrillo haciendo que gimiera de dolor, mientras la voz del asesino hablaba con seriedad, de una forma gutural que delataba su resaca y estado emocional.
-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?
-Me llamo Lucía, Lucía Ripoll. Vengo a traerte tu reloj.
El hombre no entendió aquellas palabras en un francés de acento extraño, y su confusión hizo que soltara a la joven de cuerpo menudo, quien no aparentaba más edad que la de él, y la girara bruscamente para encararla, agarrándola del cuello con una mano, pero sin apretar en demasía. Arno bajó levemente la mirada para centrarla en los ojos azules de la desconocida de fino cabello rubio, quien no parecía asustada.
Lucía se movió muy despacio para sacar el reloj de bolsillo de entre sus ropajes, ofreciéndoselo al asesino con la misma velocidad. Cuando él lo tomó la soltó al fin, haciendo que la chica se descubriera, quitándose la capucha amplia de su capa negra para revelar sus ojos azules y cabello largo dorado oscuro, recogido en una coleta alta.
-Sé quién eres, Arno Dorian. He estado siguiéndote varios días. La hermandad me envía para que me ayudes en mi misión. Quieren darte una oportunidad para que vuelvas al camino recto, que les demuestres que estás con los asesinos y sigues comprometido con la causa.
-¿Y por qué no me lo dicen directamente? ¿Quién eres tú?
-Llegué a la ciudad hace no mucho, y me uní a la hermandad en mi país, España, no hace tanto. Ellos me han traído hasta aquí. Necesito que los asesinos de París me ayuden.
-Y me ha tocado a mí el paquete, ¿no? Pues siento decirte que tengo cosas mejores que hacer, y más importantes, sea cual sea tu misión. –Dijo con desgana, alejándose de la joven y rebuscando entre las botellas algo que beber.
-El Consejo ha sido tajante. Si no cedes y abandonas tu actitud, te expulsarán de la orden. Además, yo también te ayudaré a ti en tu misión, será algo recíproco; no debes cuidar de mí, ni tutelarme. Por favor, Arno. –Suplicó tras una pausa, haciendo que el hombre la mirara tras darse por vencido en su búsqueda de alcohol.
El castaño lo pensó unos instantes, suspirando con resignación al darse cuenta de que no podía permitirse perder los recursos de la hermandad, o su búsqueda del asesino de François De La Serre se complicaría mucho más, ya que Sivert había salido de París. Debía ayudar a aquella chica si quería que no lo expulsaran, al menos hasta ganar tiempo.
-Está bien. No tengo mucha elección igualmente. ¿Por qué estás aquí?
-Por el mismo motivo que me llevó a entrar en la hermandad, al igual que a ti. Por respuestas, por venganza. Estoy buscando a un templario parisino, uno poderoso dentro de sus filas. Desconozco todo de ese hombre, pero sé que es mi padre, y que por su culpa mi madre fue asesinada. Quiero matarlo si es que vive, y destrozar su orden.
Arno pudo encontrar en sus ojos fríos el brillo del dolor y la rabia, con lo que creyó su historia, contemplando sus finas facciones rígidas mientras el silencio los envolvía unos instantes. Finalmente, el francés habló.
-Te ayudaré, pero si vamos a ser compañeros nada de inmiscuirte en lo que no te importa, ¿de acuerdo?
La chica asintió rápidamente, pidiendo perdón al saber que se refería a la carta que había intentado leer. Supo que aquello contenía una amarga despedida con leer lo poco que pudo, y por como el castaño se llevó las manos a la cara, de forma derrotada, supo igualmente que era algo importante y doloroso para él. La voz de Dorian la distrajo, haciendo que saliera de sus pensamientos.
-Esta noche iremos al escondite de la orden. Te veré aquí al anochecer; quiero estar solo. Gracias por el reloj. –Susurró el hombre mientras se alejaba, haciendo que Lucía alzara la voz de forma dubitativa.
-¿Estás bien?
Arno no respondió, simplemente desapareció escaleras arriba, dejando a la joven anclada en la sala principal. Tras un suspiro profundo y el pensamiento de que no había ido tan mal finalmente, Lucía se puso en marcha y salió de la casa por la puerta principal.
Tal y como habían acordado, al anochecer, Lucía apareció ante la puerta principal de la casa que ocupaba el asesino, llamando con los nudillos. Arno no tardó en abrir, ya preparado con ropa limpia, afeitado, y su capa azul de asesino.
-¿Estás preparado? –Preguntó la joven, haciendo que él asintiera sin más, saliendo después directamente, poniéndose en marcha hacia la Sainte Chapelle.
Lucía se arrebujó en su capa negra, cubriendo su cabeza y ropas de hombre, igualmente oscuras, siguiendo al francés a pesar de que conocía el camino. Se sorprendió cuando Arno habló, centrándose en su caso.
-Necesito saber todo lo que tú sepas para ayudarte a encontrar a tu padre, porque como ya habrás visto, París es muy grande y tiene demasiados bastardos por metro cuadrado.
-Ya te dije lo poco sé. Es importante dentro del temple, parisino, y estuvo en España hace 20 años.
-¿Sabes algo sobre qué hacían allí, en tu ciudad?
-Mi tío, el hermano de mi madre, que es asesino, me contó que un pequeño grupo de templarios viajaba hacia Francia tras una reunión con el rey de mi país. Al parecer iban a establecer una alianza por la cual España les daría armas a cambio de ayuda, para sofocar una rebelión interna contra los absolutistas. Mi aldea está pegada a la frontera con Francia, que yo sepa no tiene relevancia que pasaran por allí. Eso es todo lo que tengo.
-Bueno, algo es algo. Que sólo fueran un pequeño grupo para negociar nos será de ayuda a la hora de identificarlos. ¿Qué sabes sobre el asesinato de tu madre? ¿Él lo ordenó?
-No lo sé, creo que no. Todo es algo confuso en ese tema. No sé por qué la mataron, ni quién lo hizo y ordenó. Pero sé que fue obra de los templarios, es evidente que algo ocurrió.
-Si no sabes nada sobre tu padre, ni lo conoces ¿Qué pasó para que lo odies tanto? ¿Forzó a tu madre? –Preguntó Arno, sin comprender cómo encajar las piezas. La chica se tomó un segundo antes de responder, ocultando que ella estaba igual de confusa por lo poco que sabía.
-Hasta su asesinato, creí que sí la había violado. Ella me contó esa historia para que no preguntara sobre él, diciendo que era un simple soldado que cuando se hubo saciado se largó sin más, pero mi tío me contó la verdad. Mi madre le había contado en cartas que habían llegado tres franceses al pueblo, que eran muy misteriosos y reservados. Ella trabajaba en la única taberna de la aldea, y les ayudó a encontrar un lugar para pasar la noche. Mi padre se quedó más tiempo en el pueblo, no contaba por qué, sólo que se enamoraron ambos, o eso creía ella. Cuando se fue le hizo promesas vanas, y nunca más supo de él. Le rompió el corazón e hizo que la mataran, directa o indirectamente, pero ese detalle me es indiferente.
-Lo siento. –Contestó el asesino tras el relato, entendiendo cómo debía sentirse la chica, puesto que él mismo había vivido aquellas emociones, y aún continuaba haciéndolo.
Lucía musitó un gracias, y se abstuvo de preguntarle por su historia cuando llegaron a la entrada lateral de acceso a la Sainte Chapelle, que sólo usaban y conocían los asesinos.
