"Dicen que a lo único que hay que temerle es al miedo mismo. Eso y a un Nara motivado."
chi·a·ro·scu·ro (pronunciación: kēˌärəˈsk(y)o͝orō,kēˌarə-/)
Sustantivo
1. El trato de la luz y la sombra en el dibujo y pintura; un efecto de contraste de luz y sombra creado por luz cayendo irregularmente hacia algo desde una dirección particular.
2. La yuxtaposición de luz y oscuridad o sombra.
Sustantivo plural: chiaroscuros
"El chiaroscuro de las calles adoquinadas"
- ¡Shikaku! ¿Por qué eres siempre así?
- ¿Cómo "así"?
- ¡Tú sabes de qué estoy hablando, Shikaku! ¡Flojo, flojo, flojo! ¡Estoy dispuesta a soportar tu actitud de peso muerto, pero NO te voy a dejar que impidas a Shikamaru de la misma manera!
- Yo nunca bloquearía a Shikamaru de-
- Entonces ¿por qué estás tan en contra de su-
Mi padre salió disparado de su silla, con su serpenteante sombra envolviendo a mi madre y estirándose a través de toda la cocina y, mi madre, la que yo siempre había creído la más enérgica y convincente de los dos, se había quedado sin palabras por una vez.
Yo nunca lo había visto tan enojado antes. Diablos, yo nunca lo había visto enojado de ninguna manera antes, nunca. Molesto, sí - pero el único indicio que daba cuando lo estaba era sólo meter una almohada bajo su propia cabeza y darse una vuelta. Yo podía lidiar con eso.
Pero este hombre era algo completamente diferente, algo que, con mi vocabulario expandido de niño de seis años, no se me ocurría cómo describir. Lo que yo sí sabía era que éste ser era claramente peligroso – y, en ése momento, mi mente que aparentemente era la de un "genio" por fin comprendió el verdadero significado de un shinobi. En algún lugar bajo su actitud somnolienta, el hombre que había matado para crear su camino hacia la supervivencia durante una Guerra Mundial Shinobi entera resurgía finalmente, con cicatrices y todo. La profunda raya que recorría su cara, la irregular capa de piel en la cual me divertía hincando los dedos cuando era un bebé mientras él reía – eso no era nada comparado con el dolor que ahora irradiaban sus ojos.
Nunca había estado tan asustado en todos mis seis años de vida.
Una cosa era segura – a partir de ése punto, supe que, mientras que podía hacer enojar a mi madre todo lo que quisiera y salir con poco más que un regaño relativamente indoloro y unos pocos minutos en el rincón, llevar a mi padre a su punto que quiebre era una decisión muy poco sabia y probablemente la última que jamás tomaría.
Hay cosas hay que se dicen acerca de la furia de un hombre paciente.
La cara de mi madre estaba congelada, pálida al lado de la luz parpadeante de la lámpara; no podía hablar. Yo me seguía escondiendo tras el muro que separaba la cocina de la sala. Todavía no habían notado mi presencia; mis padres estaban así de tan inmersos en su discusión y, de todas maneras, yo era un Nara. A diferencia de la mayoría de los niños, yo no le tenía miedo a la oscuridad – mas bien, yo la amaba por el escondite y la tranquilidad que me proporcionaba. Yo tenía la tendencia de irme hacia las sombras y siempre fui bueno escondiéndome. Además, yo era tan pequeño, incluso comparado con otros niños de mi edad, y mi chakra era todavía tan poco que era probable que mi presencia hubiera desaparecido en comparación con el imponente aura que emitía mi padre. Con cada palabra que decía, su enojo se hacía mayor y así también crecía la oscura nube de energía alrededor de él, convirtiéndose en un frenesí el cual yo nunca había pensado que fuera capaz de salir de él.
Mi padre – un hombre tan solemne, callado y calmados – y esta persona en nuestra cocina, gritándole a mi madre – no podían ser la misma persona…
Y, sin embargo, sí lo era.
Las fotografías en nuestro altar familiar ahora se tambaleaban junto con su estruendosa voz y brillante chakra. Me imaginé a mis ancestros de dos dimensiones, con sus vidriosos ojos de papel fotográfico tras los paneles de vidrio y marcos grabados, sacudiéndose con tanto terror como yo lo hacía.
Si Padre podía escuchar sus temblores por sobre el ruido de sus propios gritos, no parecía importarle.
- ¡Los tres Sannin – uno un pervertido obstinado, una una borracha hedonista y otro Kami sabe dónde, vuelto completamente inhumano gracias a su propia genialidad! - Con cada frase, su voz se alzaba exponencialmente. - ¡El Cuarto Hokage - alabada sea su grandeza - dotado de tantos sobrenombres y títulos que se ahogaría en tinta intentando escribirlos todos! ¿Y para qué? ¡Muerto antes de cumplir los treinta! - Él sólo seguía y seguía y no pararía. - Kakashi Hatake - tan completamente cagado de la cabeza que ni siquiera es gracioso - no me mires así, Yoshino, los dos sabemos que es verdad - el pobre hombre es el peor caso que cualquier persona que sepa algo de psicología jamás va a ver sin que sea locura – ¿Quién no lo sería si es que hubiera estado toda su vida desde que aprendiera caminar arriesgando su vida por una aldea que sólo ha triturado todo y a todos los que conoces en pedacitos? ¡Por eso él ocupa diez máscaras, una sobre la otra, y evade todas las preguntas personales como el aceite evade al agua y lee esa mugre de Icha Icha en público y llega tarde a todo a propósito y pasa horas de horas de horas parado afuera bajo el sol, la lluvia, la nieve o lo que sea frente a esa maldita piedra, y juega con la mente de las personas como si ni siquiera le importara cada vez que puede, porque esa es una forma muy obvia de lidiar con toda la mierda que la vida le ha hecho afrontar, y nadie, ni siquiera Inoichi Yamanaka, puede hacer nada por él!
Mi madre no lloraba. Ella era una mujer valiente y endurecida, no como las suaves princesitas de las historias. Ella nunca había esperado a ningún hombre que fuera a rescatarla. Todo lo que ella había logrado, desde su primera misión hasta capturar la atención de mi padre, había sido por su propio mérito.
Entonces ¿Por qué estaba toda esa agua mojando sus mejillas ahora?
- Shikaku, por favor...
Mi padre no la escuchó y sólo continuó listando sin piedad a cada uno de los miembros del Legado de los Prodigios de Konoha hasta que, finalmente, cerró su argumento a un volumen tan alto que me pregunté por qué toda la aldea no se había despertado e ido a nuestra casa a ver qué sucedía todavía.
Tal vez fue porque sabían que el ruido venía de la casa de Shikaku Nara y que era mejor mantenerse alejado.
- ¿Quieres que comience con el brillante, invencible, infame Itachi Uchiha – genin a los siete, chunin a los ocho y asesinando hombres ya crecidos en sus camas, siendo ANBU, a los trece? ¡Se quebró y volvió completamente loco, dejando a su amado hermano menor para que recogiera los pedazos de su destrozo! Pero supongo que no deberíamos sorprendernos, oh no, manda a un niñito a romper su primer cuello y cortar su primera yugular antes de que su edad tenga dos dígitos; todo va a estar bien ¿o no? ¡Me sorprende que no haya intentado hacer algo parecido antes! ¡Sólo piensa, Yoshino!Su familia entera, el mayor clan de toda Konoha, ASESINADO, MASACRADO a sangre fría, reducido de más de cien hombres a sólo dos ¡en UNA noche! ¡YO ESTABA AHÍ, YOSHINO! YO ERA UNA DE LAS PERSONAS LLAMADAS ORIGINALMENTE PARA LA INVESTIGACIÓN TRAS EL FINAL DE LA MASACRE UCHIHA Y ¿SABES LO QUE VÍ?¡UNA CASCADA DE SANGRE, CAYENDO EN LOS ESCALONES DE LA ENTRADA Y DERRAMÁNDOSE EN LA CALLE DE AFUERA! ¿Y SABES QUÉ MÁS VÍ? ¡LAS HUELLAS DE ITACHI UCHIHA EN EL MAR DE ROJO! ¡Y NI SIQUIERA UNA DE ELLAS ESTABA CORRIDA O MÁS MARCADA! ¡ÉL NO DUDÓ NI CORRIÓ HACIA AFUERA! ÉL CAMINÓ CALMADAMENTE COMO UNO SE PASEARÍA POR EL PARQUE EN UN FELÍZ Y SOLEADO DÍA DE VERANO, COMO SI NADA MALO OCURRIERA –
- ¡Shikaku!
Y entonces, se rompió el enojo y la bestia fue reemplazada por un hombre que se veía muy viejo como para ser mi abuelo. Envejecido, no sólo por la sabiduría, sino también por el dolor...
Sus gritos cesaron y fueron reemplazados por algo más lento y triste. Y, sin embargo, fueron estos sentimientos, nacidos de una bestia diferente a mi padre, esta vez, una bestia de temor más que de enojo, que me asustaba más que toda su furia. Incluso tras largos años, al afrontarme con enemigos, mi memoria volvería a este momento y yo recordaría sus dolorosos suspiros...
-Oh ¿qué seguirá, Yoshino? ¿Qué destino le asignaremos a este próximo prodigio? ¿Debemos covertirlo en Shikamaru Nara, el mismísimo hombre del saco? ¿Un cuento de advertencia para las futuras generaciones de nuestro clan, acerca de un él, que caminó por las sombras tanto tiempo que él mismo se convirtió en una?
Mi madre no dijo ninguna palabra. Yo tampoco lo hice. Simplemente me quedé sentado, congelado, sin poder ni respirar, mientras veía las oscuras siluetas de la pared transformarse en una forma muy familiar.
Yo mismo.
Déjenme explicar mi historia desde el principio.
Como ya lo pudieron haber deducido, mi nombre es Shikamaru Nara. Soy el hijo de Shikaku Y Yoshino Nara, anteriormente Yoshino -, de un linaje insignificante; y heredero del clan Nara de Konohagakure no Sato. Soy hijo único, aunque probablemente tenga algunos primos lejanos por el lado de mi madre viviendo en otro lugar. No hablaré mucho de ellos, lo que creo que les va a sentar bien, siendo que son civiles que preferirían una vida pacífica y calmada, lejos de toda la traición y crueldad del mundo shinobi. No los culpo por esa visión de vida y no creo que ellos se ofendan tampoco, cuando diga que considero más como mis hermanos a mis compañeros de armas que a ellos.
Al parecer, las características sanguíneas son fuertes en las familias shinobi. Tómenme a mí como ejemplo. La primera impresión que doy es que soy extactamente como mi padre. El puntiagudo y oscuro cabello, los ojos perezosos y pequeños, la forma de nuestras caras y narices, las expresiones faciales que hacemos en cada situación, la inigualable inteligencia que sólo se encuentra en los Nara – incluso nuestros hábitos usuales, desde cómo bostezamos hasta la manera en que ponemos los ojos en blanco en exasperación coinciden exactamente, aunque eso puede tener más que ver con la manera en que fui criado (después de todo, los niños imitan a sus padres) que con la genética.
Pero para los profesores de la Academia que tuvieron la mala de suerte de sufrir más de una generación de mi familia, tías, tíos y primos lejanos incluidos, todos les dirán inmediatamente que, en mi corazón, soy como mi madre.
Se dice (a veces con afecto y otras en tono de queja) que los Nara sufren la aflicción de tener mucho yin. Desde nuestras mentes hasta nuestros cuerpos e incluso en las distintivas técnicas de sombra que ocupamos, somos del tipo callado y reflexivo; inteligentes, pero no tendemos a la acción. Tal vez demasiado inteligentes, así que la Naturaleza tuvo que balancear nuestro campo de juego reduciendo algo más que tuviéramos.
Por lo menos era así hasta que llegué yo.
Hokage-sama culpa a mi madre. Nunca lo dice en voz alta, pero yo lo sé, porque cada vez que mi padre decide participar en el día de "Lleva a tu Hijo al Trabajo" de la Central de Mando de Konoha, el Sandaime frunce su viejo ceño y se pincha el puente de la nariz y dice en un callado suspiro "Oh, Shikaku ¿Por qué, de todas las personas, debías casarte con ella?" cada vez que posa sus ojos en mí. Por supuesto, lo dice de broma y no con enojo, por lo que tal vez no debería quejarme tanto.
Mi madre no era Nara de nacimiento, aunque sí lo parecía – ella también tenía esa cara ovalada que se muestra tan prominente cuando el pelo está sujetado por atrás. Ella venía de una familia de civiles – quizás yo tenía un abuelo que era un genin de su lado; no lo sé – y por eso ella había tenido que pelear, rasguñar y gritar para subir de rango hasta Chunin, junto con el resto de sus compañeros normales, a diferencia de esos equipos "especiales" conformados sólo por hijos de clanes (hablando de eso, parece que casi todos los herederos de cada clan están en mi año...). Es probable que pudiera haber avanzado más, pero yo nací y se retiró.
Eso, en teoría. Ella no ha dejado de ser shinobi en espíritu y cada mañana, sin falta, lo prueba al arrastrarme fielmente fuera de la cama al alba para hacer nuestros ejercicios. (Se rindió en intentar que mi padre se levantara tan temprano hace mucho tiempo porque, de todas maneras, a la hora en la que por fin ella consigue que se salga de la cama, el tiempo designado al ejercicio ya se acabó. Sin embargo, ella lo sigue molestando hasta que finalmente se despierta).
De yo ser como mi padre, se hubiera rendido también conmigo.
Pero yo no era como él. Yo salí a mi madre y, por primera vez, el yin de un Nara estaba balanceado con el yang de mi madre – sangre nueva y fresca, nacida en la injusticia social de el ya establecido sistema de clanes, criada sólo gracias a voluntad y determinación, ansiosa y lista para la acción. Sí, nací con el cerebro de mi padre, pero tenía el corazón de mi madre, un corazón esculpido por los juicios y tribulaciones, no sólo de la vida de shinobi, también de el mundo político shinobi en general, con un poco más que un instructor promedio, un nombre de familia mediocre y todo su coraje y ferocidad.
Comencé la Academia más o menos a los seis años, como todos los demás de mi año. Y, al principio, la diferencia entre mis compañeros y yo o no era tanta o no era tan obvia. Los primeros días fueron mayoritariamente teóricos, así que los niños de familias civiles no se matarían agarrando un kunai incorrectamente por lo menos, así que no tuve muchas oportunidades de demostrarme aparte de responder preguntas básicas. Las respondía bien, claramente, pero también lo hacían todos los chiquillos que se habían molestado en abrir un libro el día anterior. Incluso una de las niñas "civiles" - Sakura Haruno - podía responder perfectamente ese tipo de preguntas. Yo parecía completamente normal comparardo con los otros niños, incluso después de que comenzara en entrenamiento básico. Claro, yo podía lanzar mis armas, ejecutar perfectamente mis katas y lograr un lugar relativamente alto en las peleas, pero eso era de esperarse de alguien con mi origen. Habían muchos otros niños, como mis amigos Ino Yamanaka y Choji Akimichi, que también habían sido criados en clanes y les iba igual de bien.
Nuestra generación era la que tenía una mayor cantidad de niños de clanes en mucho tiempo y todos nosotros, coincidentemente, éramos herederos. Algo así debió haber sido planeado, porque no había manera de que esto hubiera sido aleatorio, pero no dije nada porque era un hecho inútil y, de todas maneras, mi padre siempre me dijo que no gastara tiempo en hechos inútiles.
El punto era, durante las primeras semanas, había muy pocas cosas en las que distinguirme del resto de mis compañeros, sobre todos porque un tercio de la clase trabajaba con las mismas ventajas que yo tenía. De hecho, si no se hubiera sabido que yo era un Nara que no pasaba durmiendo la mitad del día, yo hubiera sido uno de los herederos más insignificantes, clasificado en el mismo grupo que Shino Aburame, teniendo en cuenta existían chiquillos como Sasuke Uchiha y Kiba Inuzuka, ambos más adeptos a presumir que yo.
Pero no me podía ocultar para siempre. Aunque mi padre había dado su mejor esfuerzo al intentar inculcarme un fuerte sentido de modestia – casi todo bajo la doctrina de que un buen shinobi no debía ser visto ni escuchado – mi madre como qué canceló esa idea con la suya propia – de siempre intentar hacer todo lo mejor posible y dar tu todo en todo. Si tenemos en cuenta mi inteligencia natural, quiere decir que tengo mucho que dar.
Al final, se había terminado manifestándose cuando tenía que hacerlo. Yo nunca me ofrecía de voluntario para hacer algo más de lo que me habían pedido, a diferencia de Sasuke, que terminaba haciendo complicadas demostraciones de taijutsu al frente de los instructores cada vez que tenía la oportunidad, pero todo lo que me era pedido era concluido de tal manera que probara que claramente que yo era capaz de mucho, mucho más de lo que mostraba. Así que complací a ambos lados. Escondí el 75% de mis habilidades, justo como mi padre quería que lo hiciese, pero maldíganme si me contuve con el otro 25%. Mirando hacia atrás, tal vez hice eso basándome tanto en mi propio egoísmo como en la obediencia hacia los principios para convertirse en un buen shinobi de mis padres. Yo, como cualquier otro niño, quería ser reconocido por mi propio mérito. Era mi propia manera de presumir. Claro que, a los seis años, uno no piensa verdaderamente en la realidad de las implicaciones morales de sus acciones. Simplemente, me había convencido a mí mismo de que estaba haciendo lo correcto, sin egoísmo involucrado, porque todos los adultos que me rodeaban así lo creían. Fin de la historia.
Estaba en la mitad del primer semestre cuando los signos de que yo era más que sólo diferente comenzaron a mostrarse. Yo siempre terminaba primero y obtenía el puntaje perfecto en cada prueba escrita. No sólo uno o dos minutos antes que la persona que seguía – a veces a diferencia era tanta como media hora, dependiendo de cuánto teníamos que escribir y cuánto trabajo demostrado se nos pedía en los cálculos. Podía terminar las pruebas de alternativas en segundos, literalmente. Muchas de estas preguntas eran de sentido común - si no sabía la respuesta, podía sacarla razonando.
Me voy a dar el beneficio de la duda y decir que yo no terminaba rápido a propósito para probar mi superioridad a mis compañeros, como lo harían la mayoría de los niño, más bien lo hacía para probarme mi ego a mí mismo – y a mis padres. Me gustaban los juegos y, para mí, cada examen era como un juego y mi puntaje era determinado por cuánto tiempo me quedaba. Además, mientras más tiempo me quedara, más tiempo tenía para ir al patio de la Academia y entrenar solo. Yo sabía que sentarme por unos minutos más para revisar mi trabajo no me iba a ayudar más que no hacerlo, mientras que ejercitar mis músculos sí lo haría. Después de todo, una de las filosofías de mi padre era aquellos bendecidos con una mente superior al nacer deben trabajar como todos los demás para desarrollar un cuerpo superior. Y, como me lo enseñaba la ética de trabajo de mi madre, aprovecha cada segundo que tienes – así lo hice.
Mi fuerza bruta era como la del resto de los estudiantes, pero cuando se trataba de cosas como la técnica – cómo distribuir el poder más eficientemente – yo tenía ventaja. Yo aprendía rápido, me movía rápido y era tan coordinado físicamente que podía lidiar con más daño que el resto de mis amigos, aunque tuviéramos la misma fuerza. Y entonces, no importaba cuántos shuriken lanzara Sasuke Uchiha, el segundo de la clase, ni de cuántos ANBU se escapara Naruto Uzumaki, los profesores de la Academia proclamaron pronto que era imposible que alguien llegara a alcanzarme.
Lo que no era verdad. Yo sabía que era inteligente en ese momento, pero si es que hay algo de lo cual mi padre me advirtió fue la arrogancia, porque ningún hombre puede controlar perfectamente el futuro.
Pero eso no importa. A pesar de ser Shikamaru Nara, yo seguía siendo sólo un niño de seis años y no imparta qué palabras de sabiduría se le ocurrieran a mi padre, seguramente serían ignoradas en favor de la experiencia al llegar a mí.
Y por eso llegó la primera – y, por suerte, última – pelea entre mis padres.
Comenzó suficientemente inocente. Alrededor del final de mi primer semestre, los instructores de la Academia y algunos otros oficiales de Konoha, habían analizado mis puntajes y, tras darse cuenta de la distancia que estaba adelante de todos los que jamás habían visto, , incluyendo a todos los niños prodigio que habían venido antes de mí, consideraron adelantarme algunos años.
En ese entonces, yo seguía siendo muy joven e inocente para mi intelecto. Yo no tenía opinión en el asunto. Yo era sólo un chiquillo. Yo era feliz mientras tuviera a mis amigos y a los elogios de mis padres y profesores. Yo sabía vagamente que era un niño inteligente y especial, porque todos me lo decían, pero no sabía que tanto me diferenciaba de loa demás. Cuando tienes seis años, tú eres tú y ellos son ellos. ¿Y qué si yo tenía más estrellas doradas que todos los demás? Ino era Ino, Choji era Choji, Sasuke era Sasuke, Naruto era Naruto y, biológicamente hablando, el cerebro se demora un rato en crear su propio sentido de sí mismo.
Por otro lado, mi madre estaba completamente dispuesta.
Fue ahí cuando mi padre se metió y me rescató.
- No - Había dicho él, pisando fuerte el piso de tal manera que hasta el Hokage, que había estado completamente a favor de la idea, retiraron su apoyo. - Simplemente, no.
Lo bueno de ser un Nara es que, no importa lo bajo que hables, cuando lo hacías (y me refiero a hablar de verdad, no quejarse) la gente te escucha.
Pero mi madre también era un Nara, por nombre sino por sangre, y ella tenía otras ideas. Una mujer terca, no se le ocurría cómo nadie no tomaría una oportunidad tan grande que estuviera frente a sus narices como si nada. Esa noche pidió – bueno, demandó es una palabra más apropiada, si tenemos en cuenta que ésta era mi madre – saber exactamente por qué mi padre estaba frenando mi educación.
Él ya se había anticipado a esta pregunto y tenía una lista entera preparada, por supuesto.
Y así volvemos a mí – seis años, arrinconado contra la pared, escondido en las sombras, dando, finalmente, un vistazo a qué futuro es probable que tenga un niño como yo.
- Ningún niño genio ha tenido jamás una vida agradable. No en el mundo shinobi. Shikamaru puede tener fama y gloria si quiere, pero no será como un niño prodigio. Su vida adulta ya va a ser suficientemente dura en esta línea de trabajo. Déjalo ser feliz mientras pueda.
Mi madre puede ser considerada mandona y ahogante por muchos, pero que nunca se diga que no sabía reconocer una razón cuando la escuchaba.
Cuando finalmente llegó el día siguiente, ya no se escuchaba más de esa "cháchara ridícula" (palabras de mi padre, no mías) de graduarme antes. Yo me quedaría donde estaba, con niños de mi edad y crecería normalmente – o tan normalmente como se pudiera, con toda esa propaganda de guerra y desentivización a partir de los seis, supongo.
De todas maneras, mi madre consiguió convencer a mi padre de que debería ayudarme a alimentar mi talento antes de que se agotara completamente, porque estaba claro que me aburría en la escuela. Mi padre podía estar de acuerdo en eso – no le importaba realmente cuánto avanzara entre los seis y los doce, mientras no me pusiera el hitai-ate antes que eso. Creo que en su mundo ideal, los niños ni completarían su educación hasta por lo menos los dieciocho, pero cuando finalmente lo hicieran, estaríamos sacando estudiantes con un nivel no menor a jonin. Para él, uno no se convertía en chunin después de pasar los Exámenes Chunin – uno ya debería tener un nivel alto de chunin antes de entrar a esa cosa. No se gana nada entrando a una prueba potencialmente letal sólo para reprobar o, peor, morir.
Supongo que este acuerdo terminó siendo lo mejor para mí. Tenía amigos en mi clases – Choji e Ino desde antes de la Academia (aunque más Choji que Ino, a la cual le gustaba también jugar con otras niñas) – y no quería dejarlos. Incluso si Sasuke tenía el hábito de enfurruñarse y andar malhumorado sin razón aparente, y si Naruto y Kiba estaban en el lado ruidoso, seguían siendo mis amigos. De todas maneras, mis profesores sabían de mi situación (siendo ellos los que les habían presentado la idea de "saltarse seis años" q mi padre y al Hokage), y generalmente me dejaban hacer mi propio trabajo mientras ayudaban al resto de la clase en un concepto en el cual yo era experto hace mucho rato. Además, a diferencia del resto de mis amigos, yo podía quedarme despierto hasta tarde en la noche, a veces hasta después de las dice, sentándome alrededor de una fogata con mi padre y mirando parpadear a las sombras en el suelo.
Mi niñez fue bastante agradable, aparte de los problemas normales de los niños.
Pero el tiempo vuelo muy rápido y pronto estuve mirando mi reflejo en mi abrillantado hitai-ate, preguntándome cuándo había cumplido los doce.
Tal vez era por eso que a mi padre le gustaba tomar las cosas con tanta calma.
(Pero nunca olvidé a su equivalente del viejo del saco y, durante toda mi vida, esas palabras que él no sabía que yo había escuchado, me perseguirían como un espíritu).
("Aquellos que caminan en las sobran pueden perfectamente terminar convirtiéndose en una de ellas.")
