Los personajes de Candy Candy no me pertenecen

Evil Ardlay

- Robert White ¿Aceptas a Sally Winter como tu legitima esposa, para amarla y respetarla todos los días de tu vida?

- Acepto.

- Y tú Sally Winter ¿Aceptas a Robert White como tu legitimo esposo para amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

- Acepto.

- Por el poder que me concede la iglesia de Dios los declaro marido y mujer, puede besar a la novia.

Todos en la iglesia aplaudían emocionados, mientras una hermosa rubia de enormes ojos verde esmeralda vestida con un ridículo vestido color mostaza, derramaba largas lágrimas de tristeza.

Cuando los novios hicieron su entrada al jardín de la elegante mansión victoriana donde se celebraba la recepción, todos se acercaban a felicitarlos. Al final de la línea, se encontraba la rubia mirando la escena como si se tratara de una rara película con actores desconocidos…

- Candy hija, por fin te encuentro.

- Felicidades papá

- Candy, que bien te ves. Estaba segura de que el color que quedaría perfecto… ya verás de ahora en adelante seremos muy buenas amigas – decía Sally.

- ¿Amigas? Casi podríamos ser hermanas – contestó la rubia con sarcasmo.

- Querido, mira han llegado los Ellison vamos a saludar – dijo Sally ignorando el comentario de Candy.

Robert White era un exitoso hombre de negocios, dueño de una de las más prestigiosas galerías de arte. Descendiente de una de las familias con más abolengo en Nueva York, había desarrollado un gusto exquisito por el arte a temprana edad. Su excelente visión lo había llevado a descubrir a algunos de los artistas contemporáneos más importantes del momento, convirtiéndolos en verdaderas estrellas. El negocio de los White cubría tanto el arte moderno como obras clásicas de gran valor. A sus 49 años, era considerado uno de los hombres más adinerados de los Estados Unidos… su esposa Gabrielle White había fallecido hacia un par de años de leucemia, dejándolo devastado junto con su hija Candice de 15. Candy, como la llamaban, era muy cercana a su padre y se volvió su máximo apoyo y consuelo.

El señor White viajaba constantemente en busca de nuevos artistas y la adquisición de nuevas obras de arte. En un viaje a Inglaterra había conocido a Sally White, una mujer joven, tan bella como ambiciosa de 23 años. La pareja anunciaba sus planes de boda, en menos de seis meses de noviazgo, lo que tomó totalmente por sorpresa a Candy, quien consideraba que su padre faltaba a la memoria de su madre al haberse olvidado tan pronto de ella con una mujer que podría ser su hermana…

Candy entró al baño tratando de alejarse del evento, su nueva realidad era devastadora… una completa extraña se había entrometido en su vida…

- Lindo vestido – escuchaba decir a sus espaldas.

Cuando la joven volteó, se encontró con una despampanante pelirroja con la cara tan perfecta como la de una muñeca.

- Ni que lo digas – contestó la rubia rollando los ojos. Estaba segura de que su nueva madrastra había escogido el vestido más horrendo para ridiculizarla en la fiesta.

- Tal vez necesita un poco de arreglo – contestó la pelirroja rompiendo de tajo una de las ridículas mangas y jalando un enorme holán de su falda que intentaba ser de corte sirena. Luego sacó de su bolso un rollo de cinta de doble cara y dobló los bordes de la tela…mientras lo hacía, sonrió y le dijo "mantiene todo en su lugar" señalando el profundo escote de su vestido que no se movía ni un ápice.

- Ahora si – le dijo haciéndola girar para que se viera en uno de los espejos de cuerpo completo. La rubia se veía espectacular con un minivestido.

- ¿Cómo lo hiciste?

- Digamos que tengo un don especial para la moda. Soy Eliza Leagan – dijo la pelirroja con un guiño.

- Candice White.

- Ahh, ¿así que eres tú la mocosa de la que hablaba mi prima?, pensé que eras más pequeña.

- ¿Tu prima?

- Tu nueva mamá – contestó rolando lo ojos. Siento mucho decirte que es tan insoportable como parece. Gracias a Dios se quedará a vivir aquí en América y nos dejará respirar libremente el aire europeo sin que lo enturbie con su perfecta existencia. Tal vez pronto te veamos por allá, pues ha dicho que te enviará a un internado tan pronto como tenga oportunidad…

- No, mi padre nunca me alejaría de su lado.

- Será mejor que te hagas a la idea de que solo le estorbarás en su nueva vida matrimonial. ¿Quién querría pasar tiempo contigo cuando tiene a una mujer cerca para hacer cosas digamos… más interesantes? Te lo digo por experiencia propia, mis padres se divorciaron y se volvieron a casar. Mi hermano Neal y yo vivimos en un internado que se encuentra en Londres, la misma ciudad donde viven ellos, solo que así no tienen que soportarnos ni ocuparse de nosotros más que en ocasiones especiales… Vamos, el baile va a comenzar y no querrás perderte la oportunidad de bailar con tu papito…

Los novios abrieron el baile y al poco tiempo los padres de la novia los irrumpieron para bailar con ellos, luego Eliza empujó a Candy hacia la pista y no le quedó más que dirigirse a su padre. Mientras lo hacía, todos los invitados admiraban su increíble belleza y elegancia natural, algo que enfureció a Sally quien estaba acostumbrada a ser el centro de atención.

El señor White tomó a la rubia en sus brazos mirándola con admiración y orgullo.

- Hija te ves preciosa, eres tan parecida a tu madre cuando tenía tu edad.

- Me parece que no es de muy buen gusto que la menciones justo cuando acabas de casarte con otra.

- Hija, yo amé a tu madre y estuve con ella hasta su último aliento, tú lo sabes…

- Si, pero en cuanto cerró los ojos dijiste "ohh well" y corriste a los brazos de esa mujer que bien podría ser mi hermana.

- Candy, por favor no discutamos. No el día de hoy…

- Por supuesto, te dejaré para que seas feliz con tu nueva mujer – dijo la rubia rompiendo el baile y alejándose, tratando de contener las lágrimas.

- La rubia caminó por los amplios jardines tratando de alejarse lo más posible, hasta que encontró una banca donde se sentó a llorar amargamente.

- Hijita, no llores así…

- Abuelita – dijo la rubia lanzándose a los brazos de una anciana de porte elegante.

- Hija, no estés triste, tu padre te ama y nunca te dejará.

- Pero es que…

- Lo sé hija, yo también me alejé de ahí tratando de pasar el trago amargo. No estás sola mi niña, cuando quieras puedes ir a visitarme a Sudáfrica.

- Me gustaría tanto que estuvieras aquí.

- Lo sé hija, pero mi trabajo está allá, no puedo ayudar a las personas estando sentada en mi casa en Nueva York. Anda no te desesperes, mi hijo es un buen hombre, verás que todo va a estar bien.

Un par de semanas después era el cumpleaños número 17 de Candy. Su padre, como cada año, le hizo una enorme fiesta en su espectacular mansión de Manhattan a la que acudieron sus amigos quienes eran hijos de las familias más pudientes de la sociedad New Yorkina. Cuando la rubia terminó de abrir los regalos, Sally ordenó que trajeran una enorme caja blanca coronada con un moño rojo de terciopelo.

- Aun falta uno más querida, este es con todo cariño de parte de tu padre y mía.

- Cuando la rubia jaló el listón, encontró todo un guardarropa nuevo que incluía abrigos, botas, y vestidos. Todos muy elegantes y de buen gusto para una joven como ella…

- Gracias, pero no creo necesitar tanta ropa – dijo la rubia.

- Ohh, créeme lo harás, Londres es un lugar muy cosmopolita.

- ¿Londres?

- ¿Acaso no le has dicho querido? – dijo Sally mirando al señor White con fingida sorpresa.

- Bueno, es que yo pensé que era mejor esperar después de la fiest…

- Tu padre y yo hemos decidido que es hora de que vayas a una de las mejores escuelas de Londres. Créeme te encantará codearte con miembros de las familias de más alcurnia en Europa.

- Pero yo no quiero ir a Londres – lloró Candy desconsolada.

- Hija, pensé que querías ser curadora de arte y en Europa se encuentras las mejores escuelas para eso… Sally acudió ahí y… - intentó decir el señor White.

- ¿Por qué no me dices mejor que te estorbo? ¡Para ti hubiera sido mejor que mi madre me llevara con ella! – gritó la rubia quien se fue llorando a su habitación dejando a todos desconcertados.

- Esa noche, Lady Madeleine White, abuela de Candy, tuvo una fuerte discusión con su hijo defendiendo a su nieta, pero el hombre se había dejado convencer por Sally de que el Real Colegio San Pablo era una de las mejores escuelas del mundo y él quería lo mejor para su hija.

Al inicio del año escolar, la rubia viajaba sola a Londres, se había reusado a que su padre la acompañara al colegio pues desde la boda y su cumpleaños se habían distanciado bastante. El señor White vivía apesadumbrado pues siempre había sido muy cercano con su hija, pero Sally insistía en que eran solo caprichos de adolescente y que pronto se le pasaría.

Mientras el avión surcaba el Atlántico, la rubia miraba por la ventana de su asiento de clase ejecutiva llorando en silencio su soledad. Al otro lado del pasillo, un joven alto de cabello rubio y ojos azules como el cielo, la miraba impactado por su belleza y conmovido por la gran tristeza que reflejaba. Poco tiempo después las luces se apagaban y el joven recargaba el asiento cerrando los ojos, había sido un día muy cansado trabajando a marchas forzadas para cerrar algunos contratos y luego viajar de Chicago a Nueva York a tiempo para alcanzar el vuelo.

Candy también se durmió vencida por el cansancio y a la mañana siguiente muy temprano despertó un poco desorientada; miró a su alrededor y, de repente vio a quien le pareció el hombre más guapo del universo: cabello rubio del color de la arena, rostro increíblemente atractivo de facciones perfectas, labios sensuales y manos grandes con dedos largos que parecían una obra de arte esculpida por los grandes maestros.

La rubia estaba tan impactada que lo miraba sin pudor, cuando de repente el joven abrió los ojos mostrándole el azul más bello del mundo y una leve sonrisa tan sensual que la hizo estremecerse. Candy desvió la mirada apenada, él sonrió pasándose la mano por el cabello y pensó: Qué bueno sería despertar así todos los días, perdiéndome en esos bellísimos ojos color esmeralda. Es muy joven, pero tan bella como una diosa…

El rubio tomó su tableta y comenzó a leer algunos documentos que le habían enviado a su correo electrónico, mientras Candy intentaba concentrarse en Facebook para no mirarlo con cara de idiota todo el tiempo, pero era inútil estar sentada junto a él y no admirarlo.

Un par de horas más tarde el piloto anunciaba que pronto aterrizarían en el aeropuerto de Londres. Candy decidió ir al tocador a arreglarse un poco, no sería bueno llegar toda despeinada y con mal aliento a un colegio donde acudía "la más alta alcurnia de Europa" pensó con sarcasmo. Cuando se levantó del asiento, vio que el joven no estaba en su lugar y supuso que había hecho lo mismo por lo que no le dio importancia y se dirigió al baño que estaba al frente. De repente él apareció caminando hacia ella por el estrecho pasillo; la rubia por poco y deja escapar un suspiro… era alto y con el cuerpo perfecto de un Dios griego que era enmarcado magistralmente por unos jeans y un suéter ligero. El joven la miró cálidamente y se paró de lado para dejarla pasar por el estrecho pasillo; en ese momento un niño como de seis años que venía detrás de la rubia la empujó para pasar antes que ella pues le urgía llegar al sanitario y la joven fue a chocar de lleno contra el pecho del rubio. Él la tomó por la cintura en un intento de evitar que se golpeara cayendo de lado...

- ¿Te encuentras bien? – le susurró con una voz dulce y aterciopelada, tan sexy, que las piernas de Candy se volvieron de gelatina. La joven solo pudo asentir pues se encontraba hechizada por el delicioso aroma del rubio. En ese momento sus miradas se cruzaron y ambos sintieron una descarga eléctrica que nunca habían experimentado, pero fueron interrumpidos por la azafata quien apareció disculpándose y preguntándole a Candy si estaba bien.

Al llegar al aeropuerto, descendieron del avión y el joven pasó rápidamente por la aduana pues viajaba con pasaporte local y no llevaba equipaje.

- Buenos días, joven William.

- Buenos días, George no te hubieras molestado; pensaba tomar un taxi.

- No es ninguna molestia, su padre me pidió que viniera por usted para que tuviera tiempo de desayunar con la familia.

- Gracias… dijo el rubio distraídamente volteando a su alrededor tratando de localizar Candy.

- ¿Sucede algo joven?

- Ehh… no, claro que no ¿nos vamos?

- Mientras tanto, Candy era recogida por un chofer del colegio.

- Buenos días, señorita Candice, bienvenida a Londres. Mi nombre es Daniel y la llevaré al colegio.

- Gracias Daniel.

Era el día de inicio de clases y el colegio era la locura; una enorme fila de lujosos autos se extendía por el extenso terreno del lugar donde chicos y chicas de todas nacionalidades se despedían de sus padres entre bendiciones y recomendaciones.

- Hola, parece que estas perdida – escucho decir a una voz alegre.

- Eso parece, soy nueva en este lugar.

- ¿Y tu familia? ¿no vino contigo?

- No, acabo de llegar de los Estados Unidos.

- Pues mucho gusto yo soy Archivald Cornwell y aquel que viene para acá es mi hermano Stear. ¿Te han dicho que tienes unos hermosos ojos de gatita?

- Ja ja ja, que cosas dices Archivald.

- Por favor, llámame, Archie.

- Mucho gusto Archie, yo soy Candice White, pero mis amigos me llaman Candy.

- A sus pies señorita – contestó galante dándole un beso en el torso de la mano.

- Todo listo Archie… ¡Hey! no me vas a presentar a tan hermosa dama.

- Claro, Candy, él es mi hermano Alistair Cornwell.

- Mucho gusto, por favor llámame Stear.

- Mucho gusto, Stear – contestó la rubia con una amplia sonrisa.

- Vamos será mejor que te ayudemos a encontrar tu habitación.

- Los jóvenes la guiaron por una serie de pasillos hasta que localizaron un enorme mapa del colegio que contenía los nombres de los estudiantes en las habitaciones que les habían asignado…

- Aquí estás… Candice White… Wow te dieron una suite, tu padre debe de pagar una fortuna.

- ¡Mira Archie, está justo enfrente de la nuestra! – decía Stear emocionado.

- Es cierto, que suerte – dijo Candy sonriendo.

- Archivald, Alistair ¿Qué hacen aquí en el ala de las chicas?

- Lo sentimos tía Elroy, solo queríamos ayudar a la señorita White a encontrar su habitación, es nueva ¿sabes?

- Si lo sé, por algo soy la rectora de este lugar… señorita White venga conmigo hablaremos del reglamento.

Al llegar la noche, Candy se recostó en su cama mirando fijamente al techo… había sido un día pesado entre el viaje, la mudanza y escuchar a la muy estricta Señora Elroy, hablar por horas de las reglas.

A la mañana siguiente, Candy se levantó muy temprano para arreglarse y llegar puntual al desayuno, pero se perdió en el enorme castillo que fungía como escuela… cuando finalmente abrió la puerta del gran comedor, todos interrumpieron la oración antes de los alimentos para voltear a mirar a quien se había atrevido a llegar tarde.

- Señorita White, no sé cómo es su vida en los Estados Unidos, pero aquí las cosas no giran alrededor de usted. Le suplico que sea considerada con los demás y se presente a tiempo a sus compromisos – dijo la señora Elroy enérgica.

- Lo siento – dijo sintiendo como los colores se le subían al rostro y se sentó en una de las sillas más cercanas.

- Desde una mesa cercana, William se había sorprendido al verla… era la chica del avión, jamás imagino encontrarla nuevamente.

- Buenos días, mostaza – Candy escucho decir a la chica que estaba junto a ella…

- ¡Eliza!

- Te lo dije, tarde que temprano terminarías aquí.

- Si, tenías razón – contestó la joven agachando la mirada.

- Pues, bienvenida a la cárcel, ella es Patricia O'Brien y ella Annie Britter.

- Mucho gusto – dijo la joven a las otras dos que le sonreían tranquilas.

- Sabes mostaza ¿no es buena idea comenzar tu vida aquí llegando tarde? La vieja Ardlay es muy estricta.

- Lo sé, me perdí en los pasillos.

- No te preocupes, te ayudaremos a familiarizarte con el lugar.

- Después del desayuno las clases comenzaron y Candy pudo darse cuenta de que en verdad los maestros eran muy exigentes. Era el primer día y ya tenía un montón de tarea que hacer.

Mientras tanto en la sala de maestros…

Amigo Ardlay ¿Cómo te va? ¿Cuándo regresaste? – decía un joven de cabello castaño, ojos azul zafiro y porte arrogante mientras se preparaba una taza de café.

- Bien Grandchester, ¿qué tal el verano?

- Mmm no me puedo quejar, pasamos un par de meses muy excitantes en el caribe alejados del clima de Londres.

- Doctor Wilson, debería de considerar el caribe para su retiro, el clima cálido le haría muy bien a su salud.

- Tienes razón muchacho, tal vez debería pensarlo – contestó el Doctor Wilson, maestro de química y biología quien tenía como ochenta años de edad y cincuenta y cinco de docente.

- El doctor Wilson se dirigía lentamente a la puerta cuando Terry comentó: Doctor Wilson, ¿le importaría compartir con mi amigo Ardlay, el consejo que me dio esta mañana?

- Por supuesto que no: Muchachos, tengan mucho cuidado… las jóvenes aquí pueden parecer unas lindas princesitas, pero se convierten en unas devoradoras de hombres que los pueden dejar hasta sin alma.

- Amigo, escucha a la voz de la experiencia – señalaba Terry con una sonrisa mientras el viejo maestro abandonaba el lugar.

- Te pasas Terry ¿Qué ganas con hacerlo repetir lo mismo cada que lo ves? – decía William divertido.

- Es increíble, lo ha dicho exactamente igual por decadas, pero ¿sabes que es lo que más me sorprende?... que es cierto. Las niñas aquí son más peligrosas que una vampiresa en celo.

- Anda vámonos porque se nos hace tarde… ¿A dónde vas?

- Tercero ¿y tú?

- Segundo.

- Nos vemos luego.

Alrededor de las tres de la tarde los estudiantes tenían un receso de una hora antes de la última clase que normalmente duraba dos.

Candy, Eliza y las chicas descansaban sentadas en una banca del jardín, el clima era agradable para estar afuera… Eran las mas populares de la escuela por lo que todas las demás chicas querían pertenecer a su grupo y los chicos las saludaban tratando de llamar su atención.

- Patty miraba a la izquierda del grupo y suspiraba…

- Déjame adivinar… el profesor Grandchester – dijo Eliza.

- ¡Es tan guapo! – contestó Patty soñadoramente.

- ¿De quién hablan? – preguntó Candy.

- Mira discretamente hacia la izquierda.

- La joven obedeció y miró justo en el momento en que William se unía al grupo de Terry quien se encontraba en compañía de dos mujeres. El rubio lucia arrebatadoramente guapo, llevaba el pantalón y el chaleco de un traje sastre gris, camisa blanca y corbata azul marino que resaltaba hermosamente sus ojos. Candy sintió que el estomago se le transformaba en un hoyo negro por la emoción, ¡Era el muchacho del avión! Pero ¿Qué hacía en la escuela?

- ¿El rubio o el moreno? – preguntó tratando de ocultar su ansiedad.

- ¿Cual rubio? – dijo Annie volteando rápidamente.

- Si quieres te consigo un megáfono – la amonestó Eliza rolando los ojos.

- Lo siento, es que me emocioné – dijo Annie bajando la mirada.

- El moreno es el profesor Grandchester, maestro de Ingles y Literatura. El rubio es el profesor Ardlay, maestro de Algebra, Calculo, Estadísticas y todas esas cosas. Es una eminencia, obtuvo su doctorado en finanzas con los más altos honores, habla varios idiomas y es un excelente hombre de negocios, ¡además de guapísimo! – dijo Annie emocionada.

- Si y también es el más exasperante, exigente e intolerante de todos los maestros de la escuela, no por nada se ganó el apodo de: "Evil Ardlay" – dijo Eliza.

- ¿tanto así? Preguntó la rubia, incapaz de creer que esa mirada de ángel ocultara a un tirano.

- El año pasado una muchacha "Adrienne" se llamaba, necesitaba pasar el examen final de cálculo para graduarse y fue tanta la presión que sintió que le dio un ataque de pánico y tuvo que ser hospitalizada. El profesor Ardlay no tuvo compasión y la reprobó por no presentar el examen… Adrienne tuvo que asistir a la escuela de verano y repetir el curso para poder obtener el certificado – comentó Patty

- ¿por qué pudo pasar en el verano y no durante el año escolar?

- En el verano, la maestra Anita da la clase, es una viejita retirada muy dulce. Nada que ver con el profesor Ardlay…

- Y si es tan malo ¿por qué no lo reportan?

- Es muy duro, pero muy correcto. Jamás ha hecho algo que merezca una queja. Además, dicen que es el sobrino favorito de la directora… no le va a hacer nada. Solamente viene dos días por semana, los demás se dedica a los negocios familiares y el consejo considera todo un honor contar con él como docente. Es uno de los hombres de negocios más afamados del momento y solamente aceptó dar clases para apoyar a su tía ya que la escuela es muy importante para ella.

- ¿Quiénes son las mujeres que están con ellos?

- Susana Marlow, maestra de Artes escénicas y Karen Kleiss maestra de sociología.

- ¿Me preguntó como le harán para estar juntos? La maestra Kleiss es muy alegre y buena onda, en cambio el maestro Ardlay es un ogro.

- ¿son novios? – preguntó la rubia ocultando un poco de decepción.

- Dicen que viven juntos, pero nunca le hemos visto ni un pequeño detalle para con ella, siempre es tan serio y formal…

- No lo parece – dijo mirándolo conversar amenamente con Terry y compañía.

- Ya lo verás, es nuestra siguiente clase – decía Eliza dando por terminado el receso, pues nadie llegaba tarde a la clase de Algebra…

A la hora en punto, William entró en el salón de clases…

- Buenas tardes, me presentó para las que no me conocen, mi nombre es William Ardlay, ya saben por qué están aquí. Como siempre comenzaremos con un examen, para establecer un punto de partida – decía al tiempo en que caminaba por entre las filas entregándoles las hojas del examen. Cuando tocó el turno de Candy, la rubia levantó la vista para recibir el paquete y sus miradas se cruzaron por un segundo. El azul de los ojos del rubio era tan frío, que eran capaz de congelar cualquier cosa. Sin la más mínima expresión William continuó entregando los papeles, pero en su interior algo se removía cada vez que veía a Candy, por dentro, podía sentir su corazón acelerado y eso lo incomodaba un poco.

Cuando terminó el examen, William recogió los documentos y pasó directamente a la clase. La dinámica era clara e interesante, a leguas se veía que dominaba el tema y lo explicaba a detalle anticipándose a cualquier pregunta que pudieran tener… Después de la lectura, comenzó a llamar a algunas de las alumnas al pizarrón a resolver ecuaciones simples.

- Señorita Abbott – llamó el rubio.

- Una jovencita pelirroja y algo regordeta, temblaba ansiosamente al escuchar su nombre.

- Carmina Abbott, ¿me escucha? – llamó por segunda vez el rubio mirándola directamente.

- La muchacha, no se movía pues estaba petrificada por el temor.

La tercera vez, William se puso de pie y caminó hacia ella pensando que tenía algún problema auditivo. En cuanto lo vio acercarse, la joven brincó del asiento y se orinó del miedo.

- Señorita, me permito recordarle que no está usted en kindergarten, debe atender sus necesidades fisiológicas durante el receso. Salga de aquí y envié al intendente – le dijo a la chica que lloraba de terror y vergüenza sin moverse.

- ¿Me escucha? Por favor, muévase

- ¿Cómo puede ser usted tan insensible? ¿acaso no se da cuenta de que esta completamente aterrorizada? – Gritaba Candy poniéndose de pie molesta.

- Usted es…

- Candice White.

- Bien señorita White, ya que usted es tan empática con sus compañera, acompáñela para que se asee y no regrese hasta la próxima semana y espero que traiga todo el trabajo hecho, si no, no se moleste en venir.

- Candy se levantó visiblemente molesta, y tomó del brazo a Carmina diciéndole: "vamos no te preocupes todo va a estar bien," mientras le dirigía una mirada de reproche al rubio.

La clase continuo y al final del día ya todos sabían lo ocurrido…

- Ardlay, ¿es cierto que hiciste llorar a una pequeña niña? – decía Terry entrando a la oficina del rubio, quien simplemente sonrió pasándose la mano por el cabello.

- ¿Cómo has podido caer tan bajo? ¿jamás lo hubiera creído de ti? – continuo Terry en forma teatral.

- Solo le pedí que pasara el pizarrón – se defendió el rubio negando con una sonrisa.

- Tal vez pensó que te la ibas a comer, con eso de que eres un ogro – contestó el moreno y ambos rieron a carcajada abierta.

- ¿lo puedes creer?, pero para serte sincero, lo prefiero – dijo el rubio entre risas.

- Estoy contigo… después de lo sucedido más vale.

Durante su primer año como profesor, William mostraba su carácter jovial y tranquilo, pero una joven había malinterpretado su actitud pensando que tenía un interés romántico en ella. Una noche, la joven había ido meterse a la habitación asignada al rubio completamente desnuda y mandó a otra a avisar a la dirección tratando de comprometerlo, pero no contaba con que William no dormía en el internado, sino que se retiraba en cuanto terminaban las clases. Todos los maestros los sabían, así que cuando la descubrieron y ella dijo que se encontraba con él en su habitación todas la noches nadie le creyó. Desde entonces la actitud del rubio cambio volviéndose extremadamente exigente y profesional, ganándose el sobrenombre de "Evil Ardlay"

Esa noche las chicas se reunían en la habitación de Candy…

- Amiga, no puedo creer que ya tan pronto te metiste en problemas con el profesor Ardlay – decía Patty preocupada.

- Lo que no puedo creer, es que no se diera cuenta de que la pobre Carmina estaba paralizada de miedo – decía Candy molesta.

- Aquí tienes todos las asignaciones que dejó, mañana sin duda nos dará más.

- Gracias Annie, me las arreglaré… parecía tan diferente – murmuró Candy pensativa.

- ¿Cómo dices? – preguntó Eliza.

- El profesor Ardlay viajó en el mismo avión que yo… se veía diferente, amable y tranquilo.

- Tal vez sea bipolar – dijo Patty.

- o tal vez sea muy buen actor – dijo Eliza.

- ¿Por qué dices eso?

- Algo me dice que toda esa rigidez es fingida – pero tal vez nunca lo sabremos.

Al día siguiente, William dictó la clase con un tema más complicado y para variar les dejó un montón de ejercicios por resolver. Ese día, la clase era por la mañana y terminaba justo antes del almuerzo. Mientras todas se apresuraban a abandonar el salón, William llamó a Eliza…

- Señorita Leagan.

- Dígame profesor.

- Hágame el favor de entregarle esto a la señorita White.

- Claro que si no se preocupe.

- Gracias.

Eliza no se quedó con las ganas y abrió el folder que le habían entregado encontrando una explicación detallada del tema que habían visto y todos los ejercicios de tarea. ¿por qué se habría tomado la molestia? – pensaba con una sonrisa.

Cuando llegó al comedor las muchachas se quejaban con Candy de todos los deberes que les había asignado el rubio…

- ¿Cómo le hará para corregir tantos trabajos y trabajar en el sector privado?

- Parece que no tiene vida… tal vez no es feliz y no quiere que nadie lo sea – Se quejaba Patty.

- Hay que conseguirle una novia – decía Eliza con una sonrisa.

- Ya tiene a la profesora Kleiss – contestó Annie con enfado.

- Tal vez no sea la indicada – dijo extendiéndole el folder a Candy y agregó… parece que no le eres tan indiferente.

- ¿Quién yo? No, claro que no.

- Piénsalo, ¿Por qué se tomó la molestia?

- Pues yo no sé.

- Bueno, solo hay una forma de averiguarlo… te reto a que lo conquistes, tal vez así se le baje el genio – dijo Eliza divertida.

- No ¿Cómo crees?

- Vamos, será divertido ¿verdad muchachas?

- No, la maestra Kleiss no se merece eso – decía Patty.

- Si, está enamorado de ella no pasará nada, pues rechazará aqui a nuestra amiga, pero hasta que eso pase nadie me quitará de la cabeza que él siente algo por ti….

- Anda Candy no seas cobarde, atrévete a derretir ese tempano de hielo. Tal vez se enamore y nos deje de hacer la vida imposible.

Continuara…

Como siempre les agradezco por leer mis locuras… Por lo general, en este espacio, les cuento un poco de las cosas que me pasan o de mi inspiración, pero en esta ocasión me gustaría aprovecharlo para mostrar mi apoyo a las escritoras cuyos trabajos han sido plagiados, por personas que cambian pequeños detalles y los publican como suyos. Crear un fic lleva mucho tiempo y dedicación, tanto para pensar la trama de la historia como para sentarse frente a una computadora y describir las ideas con palabras. Soy escritora aficionada, pero también soy lectora y aprecio enormemente los trabajos de las personas que enriquecen a los personajes de Candy Candy con ideas propias pues en cada una de sus creaciones nos entregan una pequeña parte de sus almas.

Respetuosamente las invito a apoyar la creatividad y no la deshonestidad. No voy a decirles en que creer porque todas las personas tenemos un criterio para tomar nuestras propias decisiones y yo valoro y respeto el suyo tanto como al mío.

Con cariño,

Laura Ardlay.