Abandono Voluntario: Los personajes de Hetalia le pertenecen a Himaruya Hidekaz.

Género: Relatos de vida. Familia. Drama. Amistad. Romance. Fantasía. Hurt/Confort.

Parejas: RusAme, leve multipareja.

Aclaraciones: [AU, Semi/2012].

¿Única Advertencia?: Esta historia contiene Headcanon de Aceite y Agua (porque son la hostia y las admiro muchísimo); slash/Yaoi, heterosexualidad, enredos de amor, aparente amnesia, OC basados en las personalidades de los seiyuu, OoC; frases, insultos y expresiones básicas en multilenguaje, muerte de personajes y muchas, muchas referencias.

Muy bien, sin más preámbulos, ¡a leer!


«REMINISCENCIA»

1

A principios de noviembre, unos años atrás, Alfred F. Jones se despierta de golpe, sintiéndose ofuscado y extraño gracias al reciente sueño que tuvo. Su corazón le late mil veces por segundo mientras gotas de sudor se deslizan por su frente y cuello, empapándole. Cualquiera que lo viese, diría que su reciente estado está relacionado con algún sueño húmedo... Pero, parece ser que solo los malpensados han llegado a dicha conclusión. Lo cierto, es que el desconcierto de Alfred se encuentra ligado a una pesadilla, una concerniente a la espalda de alguien, alejándose, o... ¿fue otra la razón? No lo recuerda. Lo único memorable para él, es la horrible sensación de angustia y miedo que nunca antes sintió en su vida.

Parpadea por primera vez, consiguiendo, así, que el enigmático refulgir que se mantuvo en lo más hondo de sus ojos azules, se disipe; mientras, con decadencia, comienza a remover sus hebras doradas, mirando su alrededor con cansancio, sin ser consciente que su habitación no se parece en nada a como lo recuerda. Quizás por esto es que vuelve a tumbarse sobre su cama, buscando una posición nueva para dormir. Sin embargo, por mucho que lo intenta, no logra conciliar el sueño, dándose por vencido cuando los rayos del sol comienzan a filtrarse por las hendiduras de sus persianas.

Así es como decide incorporarse, haciéndolo con un desgano un tanto indolente y extraño para él, pues acostumbraba a iniciar sus días con una energía envidiable, con decir que hasta salía a correr. No importaba si había tenido una mala noche o si era el peor día de invierno, de igual forma, lo hacía. Sin embargo, ahora, por primera vez, se siente así. Quizás sea el resultado de las maratones nocturnas que decidió establecer al estar próxima la temporada de exámenes. Si tan solo no le hubiera dado más prioridad al equipo de fútbol… Un momento. ¿Fútbol? WTF!

Frunce el ceño, pensando que su reciente pensamiento es extraño, ¡rarísimo! Y es que… No, no, a cualquiera le puede asegurar que el deporte que practica y se ha dedicado a perfeccionar desde niño, es el béisbol. ¿Qué diablos con el fútbol?

Rascándose la cabeza, deduce que, quizás, tales pensamientos nacieron a raíz de su fanatismo por los Yanquis de New York. No sería la primera vez que se despierta, diciendo o imaginando algo como: 'Soy uno de los mejores beisbolistas de la historia, con un brazo de oro', o algo así. De niño solía suceder bastante, ¿saben?

Encogiéndose de hombros, decide no darle más importancia al asunto y comienza a tantear la superficie de su velador, en busca de sus lentes. Una vez los encuentra, se sorprende al descubrir que son de contacto. No recuerda haberlos tenido antes, por mucho que lo hubiese pedido. Así que, embrollado otra vez, intenta asimilar su descubrimiento, mirando el objeto como si no supiera que es o para qué sirve. Finalmente, decide no usarlos. Pues, el simple hecho de estar hurgando sus ojos para ponérselos, le da cosita. En vez de eso, decide buscar sus lentes de montura, tanteando el interior de sus cajones hasta hallarlos. Aliviado, se los coloca, levantándose ahora sí, pero sintiéndose igual de cansado que antes. Aun así, con toalla en mano, se dirige al baño de su piso, dando inicio a su jornada habitual.

Aquí es cuando les revelo, queridos lectores, que Alfred vive en una residencia neoyorquina de infraestructura tradicional, y no en una casa de dos pisos de estilo japonés, como él piensa… Es una suerte, más bien, que su cuerpo recuerde las rutas que debe usar, ya sea inconscientemente. De este modo, se adentra al baño, canturreando mientras se desviste.

Al cabo de un rato, completamente desnudo, Alfred ingresa a la ducha mientras abre la llave, quedándose bajo el agua durante un laaaargo tiempo, pese a lo fría que está. Es más, alarga el momento cuando empieza a asearse debidamente. En serio, Alfred puede ser muy desquiciante al estar en ello. De haber gritado alguien por su ayuda o de ocurrir algún siniestro, o una evacuación, Alfred, definitivamente, no se enteraría. Como ahora, que le estuvieron llamando más de quince minutos y él: bien, gracias.

Agradezcamos, más bien, que el asunto no sea de gravedad. Pero…, por favor, que ya se dé cuenta. Lo peor es que, jamás sabremos si la situación se debe a la increíble concentración que tiene Alfred para hacerse peinados raros, o porque la voz de su convocador es muy, muy bajita… Creo que es la segunda opción.

Pronto, la puerta del baño se abre y unos ojos violáceos se asoman por la rendija, no tan tímidamente como uno se lo esperaría.

Bro? ¿Estás bien? —Se escucha a los segundos.

Alfred da un respingo con el inesperado llamado, pero lo ignora después, pensando que se trata de alguna alucinación de su mente o que ha escuchado algo porque sí. Sin embargo, cuando empieza a sentir la presencia de alguien más, saca su cabeza por uno de los extremos de la cortina, divisando una mancha difusa asomándose por la puerta.

— ¿Qué sucede? —Se atreve a preguntar.

— Ah, qué bueno. Creí que seguías… —Va hablando el joven en un tono de voz cada vez menos audible, pero que se escucha entre preocupado y asombrado, lo que le obliga a Alfred a parar bien la oreja—. ¿Bajarás a desayunar? —Alcanza a escuchar.

— Ah, yes. Thanks you.

El joven asiente y sale del baño, aliviado, cerrando la puerta tras de sí, mientras Alfred se ríe. Vuelve a meterse de nuevo a la ducha, sin enterarse que había hablado con un conocido suyo, a pesar que no le había reconocido la voz.

Ya cuando termina de asearse, se dirige a su habitación, plantándose, esta vez, frente a su armario, siendo este el momento que se dedicaba a buscar su uniforme escolar, el cual nunca alistaba con anticipación. Es extremadamente flojo para hacerlo. Por tal motivo, casi siempre, demoraba en estar listo. Se pasaba como media hora buscando: Que sólo aparecía una media y no su par, que su corbata, que sus zapatos, etc., etc… Al parecer, las entrañas del montículo de su desorden estaban conectadas a otra dimensión y le devolvía sus prendas de poco a poco.

Sin embargo, para esta ocasión, ni su pantalón a cuadritos le devuelve.

What the fuck? —Masculla Alfred completamente descolocado mientras da vueltas sobre sí. Por milésima vez, busca con la mirada las dichosas prendas, hasta que algo muy, pero muy dentro de sí, le dice que no importa, que asista así a la escuela. ¿No se supone que debe asistir según las normas de convivencia? No quiere recibir una amonestación de algún maestro o miembro del consejo estudiantil. Aunque… considera la opción, encogiéndose de hombros.

Así, sale de su habitación, llevando consigo su chaqueta de cuero, y se adentra a la cocina mientras olisquea el aire.

— ¡Hm! ¡Huele extremadamente bien! —exclama, sentándose en su respectiva silla y, sin hacer ningún aspaviento de mirar su alrededor, o de buscar a alguien, como cualquier otro haría, termina dando un respingo cuando escucha un agradecimiento a su cumplido. Y… no saben cuánto abre sus ojos al cruzar miradas con el extraño… Bueno, tendría que serlo, pero se trata de él mismo. Por un momento, tiene el extraño pensamiento de estarse viendo en un espejo o algo así, lo cual es imposible porque, su "otro yo", está parado frente a la estufa, cocinando.

El no tan extraño nota el silencio y le mira de reojo, provocando que la confusión y extrañeza de Alfred se acrecienten. Preguntándose entonces lo que le sucede, se gira hacia él, consiguiendo solamente que la sorpresa de Alfred aumente. ¡Son idénticos!

Por suerte, Alfred logra controlar su pánico inicial y comienza a mirar detalladamente los rasgos contrarios, notando así los leves aspectos que les diferencian, tales como la forma y el largo de sus cabellos, el color de sus ojos, la leve diferencia entre sus alturas, el tono de voz y… Lo recuerda.

— ¡Mat!

— ¿S-sí? —pregunta el aludido, tras dar un pequeño respingo, sorprendido también por la efusividad en la voz de su hermano y su sonrisa.

— ¡Matthew Williams!

Err. ¿Sí? ¿Por qué estás…?

Y la pregunta queda en el aire.

Matthew suelta un leve suspiro, imaginándose el motivo por el cual su hermano había enunciado su nombre en voz alta… Bien, lo entiende, entiende perfectamente que los dos fueron separados de niños, al punto de ser pocos los recuerdos que tienen juntos, pero, conviven ahora bajo el mismo techo, ¿cómo es posible que se siga olvidando de él, si se ven todo el tiempo?

— Nah. No me olvidé de ti —Supone incorrectamente Alfred, sonriendo más cuando ve a su hermano hacer un leve mohín en los labios. Matthew rueda los ojos, sin decir más, mientras saca los panqueques que había estado friendo, colocándolos en la mesa y tomando asiento.

— Es solo que… —Sigue Alfred—, tuve un sueño raro, ¿sabes?

Matthew alza una ceja.

— ¿Un sueño? ¿Eso que tiene que ver?

— Pues, no sé. ¿Qué fue muy raro?

— ¿Raro? —Repite Matthew, un poco extrañado de que Alfred le esté dando importancia a algo que… Bueno, nada aparte de su puesto de capitán o popularidad ronda por su cabeza, peor ahora con la competencia próxima—. ¿A qué te refieres con raro?

— Eh… no recuerdo lo que soñé, en serio, pero me dejó un raro sabor de boca.

— Ah… Otra vez te quedaste hasta tarde leyendo tus novelas de terror —Suelta Matthew en negación, haciendo reír a Alfred. Vamos, que de haber leído alguna novela o visto algo de terror, ya sea en una película o serie, se hubiera escabullido en la habitación de alguien más, buscando compañía. No que le tenga fobia al género, eh… Pff. Nada que ver.

— Dentro de poco entraremos en temporada de exámenes —Sigue Matthew a su rollo mientras le va echando harta miel a sus panqueques—. Deberías ponerte a estudiar porque, si vuelves a reprobar, enojaras a mom y de verdad. Hablo en serio.

— Pero, ¿qué dices? Nunca le he hecho enojar —Responde Alfred sin analizar las palabras contrarias, dándose cuenta que no hay nadie más, a excepción de ellos dos. ¿No se supone que siempre había alguien rondando cerca, ya sea cocinando, lavando o algo así?—. Por cierto, ¿dónde está?

— En el hospital —Le responde Matthew con simpleza, riéndose un poco con eso de no hacerla enojar—. La situación lo amerita, lo sabes.

— ¿E-eh? A-Ah, sí... Vaya, dónde tengo la cabeza, ¿eh? —Responde Alfred con cierto nerviosismo mientras un atisbo de miedo se asoma entre sus gestos—. Lo-lo siento, lo había olvidado… Y… ¿y dad? —Pregunta por preguntar, teniendo la boca pequeña mientras comienza a buscar algo que le ayude a recordar porque, en serio, acaba de darse cuenta que no tiene ningún recuerdo de su vida actual. Nada. Su mente está en BLANCO.

Ahora sí, Matthew frunce el ceño, teniendo un claro gesto de desconcierto.

— ¿Qué…?

Alfred da un respingo, notándolo.

— ¡Na-nada! Olvida lo que dije.

— ¿Nada? Pero…

— ¡Nada! ¡Dije que nada! ¿Qué va a suceder? —Sonríe nerviosamente.

Matthew parpadea un par de veces más, dispuesto a comentar algo, pero, justo en ese momento, una tercera persona aparece en el recinto. Y tanta es la algarabía que hace por estar discutiendo al teléfono, que llama demasiado la atención, callando a cualquiera, como sucedió ahora. Aunque, Alfred tiene también un gesto claro de dafaq, que nadie se lo quita.

Subconscientemente, se está preguntando quién es, a pesar de sentir que le conoce de algún lado. Quizás por esto, trata de hacer memoria. Pero, como suele variar en cuanto a su línea de pensamientos, su vago intento queda en el olvido, concentrándose ahora en la sarta de lisuras que usa el otro en su conversación. Toda esa actitud delincuencial… Es difícil no compararla con los delincuentes de las animaciones japonesas; es más, si se detiene a mirar su apariencia, por ejemplo, o su alocado peinado; dios, es imposible no reírse con la analogía. Y lo hace. Se ríe, logrando que el menor se calle y le mire con cierta sorpresa y… ¿vergüenza?

What?! —Le ladra arisco, colgando.

Alfred da otro respingo, poniéndose nervioso.

— ¿Eh? Y-yo…

Levantamiento de cejas.

— ¿Qué mierda? ¿Qué le pasa a este baboso? —Pregunta el menor en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular. Aun así, es Matthew quien suele responderle. Pero, esta vez, no lo hace. Tanta es su sorpresa por las muecas de Alfred que… Es como si…

— É-él es Mike, nuestro hermano menor… —Comenta Matthew en un susurro, consiguiendo, aún así, que Alfred le escuche, nervioso—. ¿Mi-Michael…?

— ¿Ah? ¿Estás sufriendo de lagunas mentales a tu edad o qué? —Michael alza una ceja, socarronamente, aunque tiene un leve dejo de preocupación en su voz, que solo es percibido si uno presta la atención debida—. ¿Ves? Tanto golpe en la cabeza ya te está afectando. Ya decía yo que el fútbol americano es para machos y no nenas como tú.

El comentario pone un poco nervioso a Matthew. Es cierto que Alfred tolera un sinfín de burlas, al punto de permitir que muchas de ellas se desarrollen, sin ningún problema, pero, las relacionadas a su deporte favorito… Silenciosamente, le pide a Michael que no siga por ese camino y, gracias a dios, que su mensaje es percibido.

Michael bufa al notar su súplica. Se muestra reacio a ser comprensible y amigable. Bueno, no cuando le miran. Pero, sin darse cuenta, relaja sus facciones de a poco, siendo esta la prueba irrefutable de que, en el fondo, es un buen hermanito.

— Mi-Michael… —musita Alfred de pronto y abre los ojos, como si cayera en cuenta recién de su existencia—. ¡Mike, claro! —Y sonríe, porque… Parece que le causa gracia lo que le sucede—. Es tal como dices, ayer fue un día de locos, ¿saben?

Y yo me pregunto, ¿qué diablos hace mencionando un suceso de ayer, si tampoco lo recuerda? Aun así, Alfred se esmera en hacerlo. Intenta recordar cualquier suceso, siquiera uno antes de ese, pero, por más que lo intenta, no logra evocar nada. NA DA. Al parecer, su mente es y sigue siendo un recipiente vacío.

Frunce el ceño, pensando que nunca antes pasó por algo así y, eso es, en cierta forma, preocupante. Aun así, como viene haciendo con cada cosa rara que le sucede, lo deja pasar, comenzando a echar leche a su cereal.

— Espera, espera —Se apresura Matthew en detenerle, apretándole la muñeca—. ¿Qué dices que hiciste ayer? ¿Acaso saliste? —Pregunta con un tono de preocupación y un poco de enojo, lo cual es normal, teniendo en cuenta los antecedentes de Alfred.

Por este motivo, Matthew concluye que la aparente amnesia de su hermano, está relacionada con una sobredosis de alcohol o, peor aún, con drogas. De seguro los consumió en una fiesta clandestina por Halloween, la cual habrían realizado a pesar de las advertencias de las autoridades de no salir de casa. Eso explicaría también porque Alfred se había encerrado en su habitación desde la tarde del treinta y uno, hasta ahora: Se estuvo recuperando de un estado de coma etílico, o algo así.

Nada más alejado de la realidad.

Alfred abre la boca y la vuelve a cerrar, balbuceando un poco, sin saber qué decir.

— Oe, si esto es un método para llamar la atención —Amenaza Michael, por su parte, frunciendo el ceño—, te estás pasando. Déjalo ya.

— ¿Método para llamar la atención? —repite Alfred en voz baja, descolocado otra vez—. No estoy haciendo nada.

— Pe-pero… Es como si sufrieras de amnesia —tercia Matthew con nerviosismo.

What? Claro que no —Rueda los ojos, fingiendo locura.

— No seas mentiroso. Dijiste que saliste. ¿Te… te has drogado o algo así?

Alfred abre la boca por segunda ocasión, pero, esta vez, lo hace con una mueca de asco, entendiendo las suposiciones de Matthew.

— ¡Eww, NO! ¡Jamás! ¡Un héroe nunca haría algo así y yo soy uno!

Lastimosamente, sí lo había hecho, solo que sucedió un par de años atrás, cuando recién aprendía de la vida y no le había gustado que le llamaran cobarde. De ahí que se viera en la necesidad de consumir algo, siquiera un poquito, demostrándole así, a sus disques amigos, su hombría. Pero, eso es algo que tampoco recuerda y empieza a hartar esta situación, ¿no creen?

Matthew alza una ceja, no solo por la reacción de Alfred, sino, también, por la oración. A decir verdad, no la había escuchado desde que eran unos niños. Que de un momento a otro la use… es bastante extraño.

Michael se muere de la risa.

— Eso suena de bobos. El retrasado está bien, Mat —le resta importancia Michael, empezando a comer a una velocidad increíble. Será el primero en terminar, les aseguro.

— ¡No es de bobos!

— Pero… —Tercia Matthew.

— ¡Ah! Que estoy bien, en serio. No me pasa nada —advierte Alfred antes de sujetar su cuchara y comenzar a desayunar también.

Matthew duda en si seguir con la rutina. Sin embargo, al ver que ninguno de sus hermanos se detiene, comienza a comer también, pero muy lentamente. Puede que ni termine de desayunar porque, en ese estado de preocupación, hasta la sed se le quita.

Pasado algunos minutos, tal como se mencionó, Michael es el primero en terminar. Sin notar el incómodo silencio que deja atrás, se retira a su habitación, no sin antes dejar sus trastes en el lavabo.

Cuando Alfred termina de comer, ese silencio se rompe.

— En la tarde iré donde Arthur —Anuncia.

— ¿Eh…? ¿Ya pudo volver?

Alfred se detiene tras levantarse, mirando a Matthew con cierto asombro.

What…? —Lo dice en un hilo de voz que provoca que Matthew incline un poco su cabeza.

— ¿No estaba varado en Inglaterra? ¿Ya está aquí? —pregunta, recordando que el aeropuerto sigue aún inhabilitado. Alfred traga saliva y, como no sabe qué responder, le sonríe solamente, dirigiéndose al lavadero.

Matthew le mira con fijación ahora, tomando nota mental de contactarse con Arthur después y preguntarle cómo está, y cuál es su situación. Así, con ese pensamiento en mente, se levanta, colocándose detrás de Alfred, en espera de su turno, y dándose cuenta, recién, de que Alfred está lavando sus trastes. Eso sí que es raro. Aun así, no dice nada, mirándole hacer en silencio.

Cuando Alfred termina, se gira hacia él, dando un respingo con la inesperada cercanía.

W-wha

— ¿Qué sucede, Alfred? —pregunta Matthew quedamente, en cambio, consiguiendo que su contrario trague saliva, nerviosamente.

— Ya te dije que nada —Alfred quiere zanjar el tema, definitivamente, pero el estrujamiento que le dedica Matthew con su mirada violácea, es el suficiente incentivo para estresarle y obligarle a hablar—. Ok, ok. Pero, no te asustes. Yo… no logro recordar nada… —Revela con una abrumadora sinceridad, una que, definitivamente, asustaría a cualquiera. Sin embargo, lo dice con tanta tranquilidad también, que le ayuda a Matthew a mantener la calma.

— Bueno, no inmediatamente —aclara Alfred con una mueca pensativa—. Es como cuando aprendes las fórmulas de cálculo o ciencia… —Va diciendo a la vez que se lleva una mano a la quijada, ordenando sus ideas—. Sabes que te las aprendiste de memoria y es así, pero, se te dificulta un poco recordarlas en un principio. ¡Eso! —Y sonríe.

Matthew se relaja más con la ejemplificación, especialmente al concluir que se trata de su déficit de atención.

— Entonces, estás más lento de lo usual —Comenta sin un dejo de burla, pero que igual enojaría a cualquiera. Por suerte, Alfred le ignora—. Pero, no saliste de casa, ¿verdad? ¿Puedes decirme tu nombre completo?

— Alfred F. Jones —Responde de manera automática, ignorando la primera pregunta porque no la entiende.

Entonces, cae en cuenta de un detalle que no había considerado antes. Si había llamado a Matthew con el apellido de Williams, ¿por qué el suyo es Jones…? Cierto. Que el cambio concierne al divorcio de sus padres. Debido a que se fue a vivir con su madre, desde un principio, poco después de que ella contrajera matrimonio, terminó heredando el apellido Jones de manera legal.

En cuanto a la existencia de Michael… A duras penas, logra recordar que su hermano menor es el hijo legítimo de la familia formada. Eso quiere decir que son medios hermanos, tal como sucede con Mat… Abre los ojos.

— Tú... eres mi gemelo… —Murmura, mirando hacia Matthew. El de los ojos violáceos parpadea, sorprendiéndose por el inesperado comentario.

— ¿Q-qué? ¿Tampoco recordabas eso? —Pero, si se parecen un montón.

Alfred traga saliva, más emocionado que asustado.

— ¿Qué… qué es lo que recuerdas sin esforzarte…? —pregunta Matthew con cierto nerviosismo, quedito.

— ¿Eh? Pu-pues… —El de los ojos azules intenta evocar algo de su persona y, casi al instante, suelta información de lo más elemental, según él:

— Eh… Que soy Alfred F. Jones, mi color favorito es el azul. Me gustan las hamburguesas, las malteadas y el helado de vainilla. Soy fanático de los cómics de DC y Marvel. No tengo favoritismo —Bueno, hasta aquí todo bien, piensa Matthew mientras Alfred continúa con su monólogo, un poco dubitativo ahora—. Hmm. Pertenezco al club de astronomía, práctico béisbol y el deporte de tiro, mi mejor amigo es Kiku y… Err, ¿soy capitán del equipo de fútbol?

Matthew abre los ojos con la reciente declaración y es tanta su estupefacción que, de manera inconsciente, confirma SOLAMENTE lo que escuchó como pregunta. No más.

— ¡OH MY-! Really?! —Ahora sí que Alfred se impresiona. No recuerda su posición como capitán—. ¡Oh, Jesús… I'm awesome!

— Err… bueno… —Murmura Matthew, desviando la mirada y olvidando por completo su sorpresa inicial.

Desde el fondo del pasillo, comienzan a escucharse las zancadas de Michael, acercándose.

— ¡Ya es tarde! —Exclama de pronto Michael, antes de lanzarles una mochila. Obviamente, ninguno de los otros dos se esperaba ese movimiento, por lo que, termina estrellándose primero en la cabeza de Alfred y luego en el pecho de Matthew.

Ya viéndose libre del peso extra, Michael se dirige a la entrada, comenzando a correr cuando ve el autobús acercarse al paradero.

Alfred suelta un quejido mientras tanto, sobándose la cabeza y cerciorándose de que sus lentes estén intactos. Matthew se soba el pecho, igual de adolorido. Entonces, suspira, colocándose su mochila y mirando seriamente a Alfred.

— ¿Vas a estar bien?

Alfred asiente tranquilamente, teniendo una sonrisa.

Sep. Hakuna matata, Mat —Dice y Matthew parpadea, asintiendo con lentitud mientras trata de interpretar las palabras de su hermano. No las entiende. De pronto, sucede la cosa más extraña que nunca antes había sucedido.

Alfred, inconscientemente quizás, termina colocando su mano sobre la cabeza de Matthew, revolviéndole los cabellos en un gesto tan infantil y afectuoso que NUNCA antes había usado. La estupefacción de Matthew. Con decir que, hasta el mismísimo Alfred, lo siente raro, y no por el gesto en sí, sino… Es que se supone que algo debía suceder, una reacción en específica, pero… ¿cuál?

Baja la mano, sintiéndose raro otra vez y ambos se miran fijamente, aun sin entender lo sucedido…

De repente, se escuchan los gritos de Michael desde el exterior, sacándoles a ambos de su ensimismamiento.

Matthew se pone nervioso y, en un arrebato, sujeta a Alfred del brazo, mirándole, completamente dubitativo de qué hacer. Puede llevarlo consigo para vigilarlo, si es que está mal, pero… Se agobia.

Alfred, dándose cuenta, un poco, de tanta vacilación, le dice que todo estará bien, que no tiene nada qué preocuparse, que él es un héroe y nadie puede hacerle daño, ni siquiera el ruski.

— ¿El… ruski? —Repite Matthew, descolocadísimo con la oración y la mención.

Sep. Ya sabes, Iván Braginski. ¡Mi némesis! —Suelta Alfred y luego sonríe con cierta burla ante la confusión en los orbes de su gemelo—. Ahora quién es el que no recuerda nada, ¿eh? ¡Hablo del ruski! El… —Y se queda callado porque, ciertamente, no se le viene ningún rostro a la cabeza, ni siquiera una característica física o algo parecido. Nada. Absolutamente NADA.

Matthew espera pacientemente a que le explique quien es, pero, cuando Michael vuelve a gritar, decide postergar la conversación, siquiera hasta su llegada al voluntariado o en su retorno.

Dispuesto a salir ahora, nota que Alfred comienza a buscar algo.

— ¿Qué sucede?

— ¿Eh? Ah, pues, me acabo de dar cuenta que Michael trajo tu mochila, pero no la mía. Iré a buscarla.

— E-espera —Le detiene Matthew—. ¿Para qué vas a buscar tu mochila?

— ¿Cómo qué para qué? ¡Para ir a la escuela! —Ahora sí que Matthew se preocupa el doble—. ¿Qué pasa?

Matthew niega con la cabeza, tratando de tranquilizarse y pensando que no puede contactarse con su madre ahora, para contarle lo que sucede. Aunque, tampoco quiere preocuparla. Así que, toma la difícil decisión de cuidar de Alfred, por lo que le hala del brazo, apresurándole y diciéndole que no necesita su mochila, pues no iban a la escuela.

— Ah, ¿sí? ¿Y a dónde vamos, sino? —pregunta Alfred antes de posar su mirada hacia afuera y… Ni se imaginan el gesto de sorpresa que pone Alfred cuando encara los Brown Stone característicos de la ciudad de New York. Acuérdense que él creía vivir en una casa grande, por ende, en un lugar distinto, de ahí que termine abriendo sus ojos como platos; no, como fuentes, deteniéndose.

Retrocede unos pasos, con genuina sorpresa.

Bro? —Le llama Matthew al notar que se detiene y parpadea al ver su gesto y postura, pareciese que había visto a Pie Grande. Bueno, quizás no sea la expresión más adecuada, pero… se entiende la idea.

Alfred trata de tranquilizarse por su propio medio, agitando la cabeza y diciéndose que, vale, esto es solo una consecuencia del mal que tiene en la cabeza, nada grave, y el hecho que haya pensado que vivía en una ciudad, como la de Sapporo, se trató de una alucinación de su mente.

Aun así, no puede evitar sonreír con nerviosismo.

— ¡HEY! ¡¿Qué esperas?! —exclama Michael a Matthew, aun con su pie sobre el escalón del autobús; es su intento para que el chófer no arranque.

Al notarlo, los otros dos se apresuran, Matthew cerrando la puerta tras de sí y Alfred corriendo hacia el autobús para sorpresa de Michael.

Matthew le da el alcance rápidamente, concentrado en el desarrollo de los eventos anteriores. No solo se trata de una supuesta falta de memoria. El accionar de Alfred y el revoltijo de sus recuerdos...

Sentándose al lado de sus hermanos, en los asientos de al fondo, mira a Alfred de reojo mientras Michael se cruza de brazos, deduciendo que no recibirá las gracias. Se promete que, en una próxima ocasión, los dejará.

El bus comienza a andar, lo que Alfred aprovecha para mirar a través de la ventana, sorprendiéndose de la masiva destrucción en la ciudad. La mayoría de casas y edificaciones se encuentran inundadas o rodeadas por enormes pedazos de madera, además de autos maltratados y algunos árboles arrancados de raíz... Por el momento, las autoridades competentes se encargan de su recojo, pero, nada de eso le responde lo que sucedió.

De repente, el autobús se queda atascado en una esquina, debido al tráfico de una gasolinera, lo que provoca que Matthew se lamente y Michael maldiga en voz alta. A este paso, llegarían con dos horas de retraso. Igual, deciden arriesgarse y descender. Correrían hasta el voluntariado, de ser necesario. Lo bueno, es que podrían tomar un atajo.

Apresurándose, atraviesan varios jirones hasta llegar a una avenida principal. Ahí, Alfred se detiene, recordando por fin lo sucedido.

El subterráneo inundado, las calles destruidas, el escenario apocalíptico… ¿Cómo es posible que se olvidara del paso de un desastre natural como el de Sandy?

.

.

.

Continuará.


N.A.: Antes que nada, quiero pedir disculpas por ubicar la historia en una época tan difícil como esta. Créanme, hay un motivo para hacerlo. Aun así, no verán más de lo que hice en este capítulo, quizás unas leves menciones más adelante, pero no más.

Espero les haya gustado. Ah, y por si no quedó muy claro, Michael es Molossia.

¡Muchas gracias por leer!