Trataré de publicar lo lunes. Itachi aparece pronto, pero no se vuelve un personaje recurrente sino hasta dentro del capítulo 15 o algo así. Téngale paciencia a la pareja de él con Hinata. Cuando digo el poder en una mujer, no hago relación con el feminismo, sino a lo que implica estar en un matrimonio con una mujer más fuerte que el hombre, tanto en la sociedad, como en el hogar y en la intimidad.

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Oí la pesada respiración de Shikamaru a mi lado, a parte de nuestros jadeos no se escuchaba otro sonido o ruido, ni pájaros, ni el correteo de los animales silvestres, nada, la vida se había acabado. Me ardía el brazo, tuve que pintarme un sello especial en la palma de la mano para clavarle el definitivo Rasengan a Sasuke en su asquerosa cabeza, lo que nos costó a los dos: él murió, se acabó su miserable reino del terror, y yo perdí parte de mi mano.

—¿Ahora qué? —le pedí a Shikamaru, los dos estábamos acostados en el suelo, rodeados de cadáveres. Yo era poderosa, audaz, fuerte, más fuerte que él, pero reconocía mis debilidades; en inteligencia y estrategia, Shikamaru me llevaba la ventaja —. Necesitamos agua.

Lo único a lo que lograba atinarle era a mi garganta seca y mi estómago vacío.

—El río más cercano se contaminó con los muertos y el otro río está a 23 kilómetros. Es caminar ese trecho o recorrer esta afluente en busca del nacimiento.

Solté un gemido.

—No tengo fuerzas…

Hay una solución, era Kurama.

¿Qué?

Mito Uzumaki fue una genio en vida, ella supuso que Madara no se dejaría morir tan fácilmente; aunque Hashirama, su señor esposo, le garantizó que Madara estaba muerto, Mito igual desarrolló una técnica para que las memorias de ella, de su esposo y de mí viajaran al pasado, instalando nuestras memorias en nuestros cuerpos de antes. Al final Madara sí estaba muerto y la técnica no fue necesaria, pero el Jutsu existe.

—Pero no tengo chakra —protesté. De reojo noté que Shikamaru volteaba el rostro para verme; Shika se acostumbró a que yo hablase, aparentemente, sola.

Yo sí.

—¿Qué dice Kyubi?

—Hay una forma de regresar atrás, a nuestros viejos cuerpos y con nuestros recuerdos intactos.

El moreno estiró su mano hacia mí, hubo dolor en sus facciones al ejercer ese movimiento. Shika sujetó mi antebrazo derecho, era la mano que me sangraba.

—¿Hasta qué fecha?

—… de niños, en el primer día de nuestra academia, o el día de nuestra asignación de equipos. Decide tú.

—En la primera opción tendremos más tiempo de pensar nuestro plan… no será sencillo.

—Lo qué sea que elijas, quiero la cabeza de Sasuke —dije con una vehemencia oscura. Sasuke, mi hermano, mi amigo, por el que lo aposté todo… malparido traidor. No le bastó al hijo de puta con aliarse con Akatsuki, no, el niñito mimado de Konoha necesitaba probarnos la rata asquerosa que era violando y matando a Sakura, destruyendo la aldea y asesinando a Kakashi.

—La tendrás, Naru —me susurró con cariño apretando suavemente mi extremidad —. Me parece mejor ir a nuestra infancia, necesitamos a Itachi de nuestro lado y nuestra infantilidad proporcionará una mejor excusa al cambio abrupto de personalidad que sufriremos, tendremos que fingir ser unos mocosos. Solo hay una contraindicación.

Me causó curiosidad la extraña palabra que empleó él. Shikamaru no era de usar palabras erróneas.

—¿Qué?

Sus ojos y su sonrisa denotaron diversión.

—No podremos tener sexo.

—Ay no —protesté débilmente, causándonos risa —. Otro plan Shikamaru.

—Es el mejor, alcanzaremos un mejor desarrollo físico, si nos transportamos a los 12 años tendremos las situaciones muy encima.

—Y a los 7… sexo… bueno, será sucio y jodido.

Shikamaru parpadeó.

—Bromeas, ¿no? —mi mirada dura le dijo exactamente que pensaba de su teoría —. No sé si pueda ver con placer la vagina de una niña.

—Si no te quejas, yo no lo haré de tu mini pene de 7 años —le sonreí. Shikamaru alzó las cejas y suspiró.

—Lo discutiremos allá —y, contradiciéndose, agregó —. Es increíble que esto sea lo que te preocupe.

—¿Qué más podría angustiarme? —me encogí de hombros, lo que me lastimó —. El día que tengamos esta discusión, sentados en una banca de la academia, en nuestros pequeños cuerpos, con años por delante para maquinar y entrenar, créeme, también querrás sexo de celebración.

Logré que sonriera con ilusión.

—Está bien, sexo oral, nada más.

—¡Sí! —victoreé —. ¡Kurama! ¿Qué me tienes?

Estoy listo. Aférrate a él, necesitan estar más cerca.

—Shika, que más cerca dice la bola de pelos.

Traté de levantarme con mi mano buena, pero Shikamaru me sorprendió sacando fuerzas para rodar y quedar parcialmente sobre mí. Solo mis reflejos lograron que yo corriera la mano malherida a tiempo.

—¿Así?

.

—Sí —repetí sonrojada. 29 años de edad, 8 de matrimonio con él, jornadas de sexo casi interminables y él aún, con una sonrisa maliciosa, era capaz de ruborizarme.

—Solo por si ocurre algo mal —se inclinó y me besó en los labios —. Te amo.

Abrí la boca para devolverle el gesto, pero el chakra de Kurama nos sorprendió envolviéndonos. Shikamaru gritó por el ardor, lo oí mientras mi mundo se tornaba rojo, pero yo no emití sonido, conocía el dolor producido por el chakra maligno de Kurama. La sensación, no obstante, me cerró los ojos fuertemente, al abrirlos ya me encontraba libre de ardor y del chakra rojizo, reposando en mi vieja cama, en el apartamento que me dio mi abuelo honorífico, el Sandaime, en Konoha.

—Wow —susurré antes de recordar que no eran pocos los ANBU que ojeaban mi apartamento, vigilándome. La forma para saber si un ANBU estaba ahí, o al menos pasó la noche en el apartamento, era revisando mi casa. Esa mañana un desayuno humeaba en el comedor, los trastes habían sido lavados y, en general, vi menos reguero y polvo —. Gracias —yo empecé a agradecerles viendo al techo desde los 4 años, cuando aprendí sobre sus presencias una noche de mucha tos y flemas; uno de ellos salió de su incógnito con un frasco de jarabe y amables palabras.

A mi punto de vista, en mi primera infancia, los ANBU solo eran amables con la chiquilla odiada por los civiles, pero de mayor, al enterarme de la identidad de mi padre, supe unir los puntos con la información que Kakashi me proporcionó: los Jounin y ANBU de la aldea, todos y cada uno, colaboraron ya fuese económicamente o con su presencia alrededor de mí, cuidando a la Princesa de Konoha, el cual sería mi título si mi padre hubiese sobrevivido al ataque del Kyubi.

Así que, sin vacilar, engullí el típico desayuno japones que el ANBU en cuestión dejó en mi comedor junto a un bento naranja envuelto en una hermosa tela azul rey con un patrón de flores rojas. Cierto, ese era mi primer día de clases, el calendario lo recalcaba en tinta roja.

Tuve un repentino pudor alrededor de los ANBU; ellos eran profesionales, me criaron, probablemente me cambiaron pañales, pero a los 29 años entendía lo incorrecto que era que me cambiase la ropa delante de extraños, por más que ellos me protegieran con sus vidas, lo que me condujo a elegir primero mi vestuario.

De niña, mi ropa la compraban los ninjas o el Sandaime, la mitad de mis prendas eran orientadas al juego y al entrenamiento; por citar un ejemplo, yo no tenía un solo par de sandalias civiles, de esos con decoración y flores, todos mis zapatos eran profesionales, pero ellos, los ninjas, quizá gracias a observar las niñas de la aldea, tuvieron la certeza de comprarme vestidos, un par de yuakatas frescas y ropa de diversos estilos. Tras mi ducha me metí en unos pantalones azules ninja miniatura, sandalias azules y una ancha franela blanca. Sí, masculino y práctico, pero con mi cabello suelto para recalcar mi género. De ser posible, no volvería a permitir que me confundiesen con un hombre.

Mi mochila la empaqué con un cuaderno, una cartuchera y la caja del bento. Caminar por las calles de Konoha resultó ser una experiencia de añoranza y cansancio, había olvidado lo que era que las personas se apartaran de mi camino, me viesen con miedo y gruñeran detrás de mí. Era agotador. Y fue especialmente doloroso aparecer en las puertas repletas de la academia ninja para ver a todos esos niños acompañados de sus padres y familias, quienes los alababan con orgullo. Reconocí a algunos, a los nueve novatos los identifiqué con facilidad, luego a los Hyuga, a la familia de Sasuke y al trío Ino-Shika-Cho, donde estaba Shikamaru. Mi esposo me miró de reojo y asintió con disimulo, retornando su atención a la conversación con Chouji.

Era verdad, no era una locura, estábamos vivos y teníamos un par de décadas delante de nosotros para intentar salvarnos.

Tu incredulidad me ofende, me susurró Kurama con mofa.

Jódete, le respondí con buen humor. Una docente enfundada en el traje shinobi oficial de Konoha se acercó a la puerta, donde se acumulaba el afluente de niños y padres, los estudiantes antiguos ingresaban a la institución esquivando a la multitud.

—Los niños nuevos, por aquí por favor. Niños del primer curso de la academia, por aquí —su repetición me guió hasta a ella. Yo la recordaba bien, pero no fue amable conmigo, a lo mucho cortés.

No pasé por alto que los padres de hijos civiles se acercaron a sus retoños para tomarlos y alejarlos de mí.

—¿Esa niña va iniciar en la academia este año? —preguntó uno.

Yo miré a los adultos susurrantes tratando de fingir desconcierto. Los shinobi se vieron las caras y no intervinieron; debido a las normas del Hokage, puestas para mi seguridad, ellos debían mantener sus distancias de mí, de esa forma los clanes no influirían en la Jinchuriki, lo que no les prohibía acercárseme en secreto, pero en público yo estaba a mi suerte.

Los niños, principalmente los civiles, se alejaron de mí al ver la reticencia de sus padres. La docente, una Chunin que me reconoció, frunció el ceño, miró los papeles en sus manos y volvió a repetir su fórmula, intentando atraer a los niños.

—Si la niña demonio va a estudiar aquí, yo no permitiré que mi hijo se inscriba.

Para mi sorpresa, varios de los civiles cargaron con sus hijos, quienes protestaron, y se alejaron casi corriendo. En mi primera vida, yo estuve demasiado emocionada para enterarme de todo esto. Examinando a las personas a mi alrededor, mis ojos se depositaron sobre el contrito Shikamaru. Supe en que pensaba, ¿de qué forma logro que nadie sospeche si me acerco a ella?

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Yo no volvía a permitir que Naru viviese de ese modo. Nunca más.

—Papá —lo llamé ruidosamente sacudiendo la tela de su pantalón sin dejar de ver a Naruto.

—¿Qué pasa Shikamaru?

Tal vez pensó que le preguntaría en relación al alboroto, pero me fui por otro camino de forma audible para los líderes de clanes a nuestro alrededor.

—Mira el cabello de esa niña, es amarillo. Parece un sol.

Mi padre sonrió y miró tensamente a los otros shinobis. El padre de Ino también sonrió, al Uchiha se le agrió el rostro y Hyuga permaneció inamovible.

—Sí, Shikamaru. Muy bonito. ¿Hijo?

Yo no despegué mis ojos de Naruto y emprendí una caminata hasta ella, soltando a mi padre. Los otros niños la rodeaban de a lejos, así que quedamos solos y a la vista de los adultos; los pequeños no comprendían correctamente lo que sucedía. Yo no era de llamar la atención, Naruko era delicada con su vida privada, pero tendríamos que asegurarnos de que todos viesen esa primera interacción nuestra. Era la única forma de no meter en problemas a mi padre.

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—Hola —dijo al estar frente a mí. Su vocecita me hizo sonreír, muy lejos estaba su profunda y seductora voz, aquella era aguda y… tierna. Oh, él de niño era adorable.

—Hola.

—Me gusta tu cabello —me soltó con una fuerza y torpeza que iban acordes a su edad —. Es amarillo, igual que el sol y el oro.

Tomé un puñado de mis mechones rubios, a él le encantaba mi cabellera y disfrutaba enormemente peinándola, decía que lo relajaba. Oírlo alabar mi cabello siempre me resultó amoroso, yo odié por muchos años mi cabello.

—Gracias.

—Niños nuevos, por aquí —oh, ella seguía hablando.

Atrevidamente, aunque no tanto, considerando que supuestamente tenía 7 años, Shikamaru tomó mi mano.

—Vamos o llegaremos tarde.

—S-sí.

No me fue indiferente que la acción de Shikamaru generó un desencadenante entre los civiles que quedaban y los padres ninjas, ellos también instaron a sus hijos a acercarse a la Chunin. Shikaku, aun así, se nos acercó con inquietud; yo conocía muy bien a mis suegros, Shikaku me amaba, él era parte de los que me cuidaron en secreto; Shikaku detestaba cuando alguien se metía conmigo, pero él siempre guardó sus distancias y opiniones, incluso de su esposa, quien me temía, como la gran mayoría de Chunin y Genin de esa época, los cuales, siendo unos infantes o jóvenes adolescentes, quedaron marcados de por vida con el impresionante y sádico chakra de Kurama. Yoshino-san entraba en la clasificación de adultos que, francamente, no pudieron manejar su impotencia.

—Shikamaru…

—Oh, sí, gracias papá —y él, Shika, tomó la mochila que su padre llevaba en la mano sin dejarlo hablar —. ¿A qué horas me recoges?

—A las tres —anunció tiesamente.

—Bien, gracias. Adiós —y le agitó su mano. Yo me quedé viendo a Shikaku, me molestó ver el temor en sus ojos —. Ven, vamos niña rubia —me llamó Shikamaru, jalándome con gentileza.

—Claro.

Sentí que me él apretaba la mano con fuerza y le devolví el gesto, no olvidaba que no pude darle ese beso de despedida. En medio de la marea de niños, intercambiamos una sonrisa cómplice.

—¿Se despidieron todos de sus papitos? ¿Sí? —tras la afirmación, la Chunin agregó —. Síganme, iremos a una de las aulas, nos divertiremos juntos.

—¡Seremos ninjas! —exclamó uno, lo que calmó los ánimos distendidos tras la extraña reacción de sus padres.

Fue interesante observar la pedagogía de la mujer y lo estúpidos que eran los comentarios de los pequeños. Creí que estallaría en risas cuando Sakura le dijo a la profesora que su mamá le había echado de su perfume ese día y anunció que ella, la docente, podía olerla.

—¿Enserio? Vaya, gracias —y se acercó y la olió aspirando con dramatismo —. ¡Hueles muy bien!

—Maestra, a mí también me pusieron perfume —se apresuró a decir Ino. Uno a uno, por petición de los histéricos mocosos que juraban que les habían puesto perfume, la señora los olió, comentándoles sobre lo maravilloso que olían. Salvo Ino, los herederos de clanes fueron la excepción a aquel juego. Siendo tan pequeños, ellos comprendían que debían ser muy serenos y sensatos, sin arrebatos infantiles, lo que dolía un poco; ninguno de nosotros tuvo una infancia completa.

La asignación de asientos fue aleatoria, cada quien tomó el asiento que quiso; Chouji me sonrió educadamente y se sentó junto a Shikamaru sin preguntarle por mí, abrumado con la novedad del salón que tanto comentaban los demás. En el puesto del maestro vi a Iruka-sensei y al cabrón de Mizuki. La profesora se quedó con ellos, pero ella le dictaría clase principalmente a las chicas, clases sobre feminidad que yo ignoré en su mayor parte.

—Buenos días —Iruka recibió un adorable coro de «buenos días» —. Mi nombre es Iruka, seré su sensei a partir de hoy, él es mi compañero, Mizuki. ¿Cómo es que es su nombre?

—Mizuki —coreamos.

—¡Muy bien! Y la querida Yuki-sensei, quien les dictará algunas de sus materias. Ahora, por favor, uno a uno, digan ustedes sus nombres, sus edades y sus sueños. Iniciamos por aquí.

No requirió de muchas más explicaciones, la cadena de presentación inició. Estando hasta arriba, nosotros contábamos con tiempo, así que Shikamaru me susurró.

—Actúa igual que antes.

—¿Por qué?

—¡Niños! —nos advirtió Mizuki con una mirada de desprecio, lo cual no se enseñó en su voz —. Esperen su turno en silencio.

—Sí, sensei.

Nos mantuvimos callados hasta que llegó mi turno.

—Mi nombre es Uzumaki Naruko, tengo 6 años de edad —y sonreí inmensamente —. ¡Mi meta es ser Hokage!

(Técnicamente, si las clases inician en septiembre, Naruko aún no cumple los 7. Ella dijo que iban a la edad de cuando tenían 7, pero era de forma genérica porque ese era el rango de edad de los 9 novatos.)

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Me enternecía la vivacidad de Naruko; no pude evitar observarla con cariño, su energía era adorable. Para mi molestia absoluta, mis compañeros se rieron. De pequeño, yo no le prestaba atención a Naruko, abrumado por mis sentimientos extraños y mi egoísmo infantil, pero en esa segunda oportunidad ni muerto dejaba que ofendieran a mi esposa.

—¡Tú serás Hokage! —exclamé con fuerza. Chouji a mi lado toteó los ojos, mi gritó había acallado a la mayoría. Iruka-sensei me dio un sermón sobre no alzar la voz en clase que valió por completo la pena a cambio de observar la amorosa sonrisa que Naruko me dedicó.

Fue mi turno de presentarme.

—Mi nombre es Nara Shikamaru, tengo 7 años, mi meta es dormir.

—¿Disculpa? —me pidió Mizuki.

—Es un Nara —se rió Ino —. Duermen todo el día y toda la noche.

Esbocé media sonrisa sentándome.

—No necesariamente —susurró Naruko. Ella se estaba burlando de las numerosas ocasiones en las que yo era el madrugador con tal de sostener un momento íntimo con ella previo a acudir a nuestras obligaciones diarias.

—El fin justifica los medios.

Ese primer día fue monótono, una charla sobre la importancia de los ninjas, hacer unos dibujos, examinar la caligrafía, etc. Esta vez Naruko obtuvo una mejor experiencia, su letra era legible, pero igual ella no debería sobresalir mucho; nosotros debíamos continuar siendo los peores estudiantes para no alterar demasiado el curso de la historia. Mientras menos variantes, mejor.

La hora del almuerzo fue nuestra oportunidad para estar a solas en una banca y hablar en voz baja, pero Chouji, mi buen amigo, se convirtió en un inconveniente.

—Chouji, ¿te molestaría sentarte con Shino? Es que quiero hablar con Naruko en privado.

Mi amigo parpadeó. De niños, todos ellos eran lindos.

—¿Eh? ¿La conoces de algo?

Maliciosamente, contesté.

—Quiero conocerla —su confusión me divirtió. Golpeándome con un dedo en el brazo, Naruko intervino.

—Shino está comiendo solo, eso es muy triste, ¿no te parece, Chouji?

El amable gordito volteó a ver al niño con gafas de sol; Shino se acompañaba de un par de insectos volando a su alrededor. En la academia, él compartía su almuerzo con todo bicho que se le quisiera acercar.

—Sí. Iré a hacerme con él, Shikamaru.

—Claro, gracias Chouji.

Asintiendo, el pelirrojo corrió con torpeza hasta la mesa de Shino, carente de cualquier sospecha.

—¿Quiero conocerla? —rio Naruko entre dientes.

Le sonreí ampliamente.

—Elaboré un plan.

—Dímelo.

Sujete su mano, guiándola a una de las bancas en la ruta que conectaba los edificios de la Academia, los demás almorzaban en las mesas o en el pasto que rodeaba la cafetería de la institución. Que yo recordase, esa cafetería jamás le vendió nada a Naruko, ella o pasaba hambre o traía su comida. Mi esposa destapó su bento y lo puso sobre sus rodillas, la imité, pero no comimos.

Sentir su pierna rozando la mía era hermoso. Yo no valoré correctamente la paz que viví en mi infancia.

—Estoy enamorado de ti y no pienso ocultarlo —la rubia se sonrojó intensamente —. Necesitarás acostumbrarte a los piropos o te desmayaras, porque pienso darte la infancia más atesorada de todas —le anuncié con seriedad. La inseguridad innata de Naruko era una constante molestia: ella era hermosa, fuerte, valiente, repleta de virtudes y de una imaginación inagotable, el daño emocional que le causaron los habitantes de Konoha era mi principal enemigo, más que Sasuke.

—Eres un romántico —protestó en voz baja. Me incliné y besé su mejilla, asombrándola. Por precaución, Naruko ojeó los alrededores, pero mis ojos no se movieron de su rostro —. No somos demostrativos en público —me recordó.

Cierto, ambos éramos personas privadas.

—Y no lo seremos si no quieres, en particular yo no lo hago, pero no pude resistirme.

Naruko arrugó la nariz, abochornada. Para distraerse, ella separó sus palillos; volví a imitarla, ese cuerpo pequeño era débil, padecía de hambre y cansancio excesivo, era difícil obviarlo.

—¿Por qué me pediste que me portara como una idiota bullosa en el salón?

Me tragué un comentario mordaz que me habría ocasionado dolor.

Eres una idiota bullosa, amor.

—Necesitamos cambiar lo menos posible; la masacre Uchiha debe ocurrir, pero primero hay que aliarnos con Itachi. Salvar al Sandaime y traer a Tsunade. Es todo un desafío.

—¿Con qué empezamos?

—Hay que escribir el plan. ¿Tu casa es segura?

—Pues… Ne no entra, hay muchos ANBU que vigilan, especialmente de noche. Supe de grande que no fueron pocos los ataques a mi persona, pero ellos los repelieron todos. Supongo que fue la única forma de mantener a los aldeanos a raya.

Gruñí.

—En ocasiones se me antoja dejarlos a su muerte y largarnos a un sitio donde no puedan encontrarnos.

Naruko sonrió.

—No digas sandeces, no es culpa de ellos, tienen miedo. Mi suegra sabía quién era yo y aun así me rehuía, ¿la puedes culpar? ¿Tú, que has conocido el chakra de Kurama?

Desvíe la vista.

—Pues no, es aterrador —sacudí la cabeza y me llevé un bocado a la boca —. Mi casa por obvias razones no es segura, mamá limpia mi cuarto continuamente, podría descubrirnos en un santiamén.

—Mmm… ¿y si trabajamos aquí desde la academia y yo lo guardo? Sé que los Hyuga jamás participaron de mi vigilancia, bueno, Hizashi sí, pero ya está muerto. El resto no se atreven a contradecir a Hiashi y los Uchiha me odian, Kakashi sí me cuida, pero él no usa el Sharingan al verme.

—Entiendo, podría funcionar ocultar el plan en tu apartamento. Traeré un cuaderno para ir anotando, lo podrás meter entre tus otras cosas o guardarlo aparte, como si fuese un diario —la vi masticar su arroz, su bento lucía muy bien —. Le pediré a papá que me deje ir a tu casa de vez en cuando, tal vez a hacer pijamadas. Diremos a todos que eres mi novia, así no habrá extrañezas.

Naruko bajó sus palillos.

—¿No es apresurado? Solo tenemos 7 años.

—No pienso estar lejos de ti más tiempo. Por idiota no admití mis sentimientos siendo Genin, eso no volverá a pasar.

Presentí el siguiente movimiento de Naruko, supe los problemas que nos acarrearía su impulso, mas no me alejé. Recibí su beso con los, metafóricamente hablando, brazos abiertos.

Ino fue quien armó el alboroto.

—¡Naruko besó a Shikamaru!

Miré a los niños gritones y risueños con cierto hastío, tendría que soportar su actitud imbécil por unos años. La expresión más graciosa fue la de Chouji, con los labios separados y los ojos abiertos de par en par.

—Ventaja de ser un niño, no tienes una lija en el rostro —murmuró Naruko, distrayéndome.

La vi con diversión.

—Esa lija te encantaba. Ventajas de ser una niña, eres adorable.

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Yuki-sensei nos condujo a la oficina de Iruka para que entre los dos nos riñeran; Mizuki se quedó vigilando a los mocosos afuera.

—Los niños y las niñas correctas no besan en la boca —nos dijo Yuki-sensei con vehemencia. Yo no despegué mi atención de Iruka, quien lucía molesto, pero haciendo un mejor esfuerzo que los demás por omitir el rencor que sentía hacia mí —. Uzumaki, pídele disculpas a tu compañero.

—¿Disculpas por qué? —quiso saber Shikamaru.

La maestra lo miró.

—Por besarte, es incorrecto —la respuesta vino de Iruka.

—¿Qué me diese un beso es incorrecto?

—Sí.

—Ah, entonces te lo devuelvo.

Aquel reto a la autoridad, de él besándome delante de los dos maestros, era una muestra de lo mucho que yo contagié a Shika de mi imprudencia explosiva.

El grito de Iruka-sensei debió oírse hasta el techo de la academia. Lamentablemente, cuando eso ocurría, alguien debía ser llamado, en este caso el Hokage y mi suegra.

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Grandioso, de todos los escenarios posibles…

Traté de ignorar la ira que burbujeaba en mi pecho ante la mirada de odio que recibió Naruko, después de todo era mi madre, no una extraña. Nosotros seis estábamos solos en el salón, ya los demás se habían ido a casa y los adultos charlaban relegándonos a nosotros a los asientos.

—Son niños —la defensa del Sandaime fue férrea.

—Es inaceptable, Sandaime-sama —dijo mamá —. Ella debería estar con una familia que le enseñe que esas cosas no se hacen. Uzumaki es una mala influencia.

Vi la molestia en el hombre que menguó la agresividad de mamá.

—Por obvias razones, ella no ha sido acogida en una familia. Además, Nara-san, su hijo admitió besarla primero.

—¡En la mejilla!

—Fue el instigador y, francamente, yo besé a muchas niñas a los siete años, no entiendo el alboroto.

—Abuelito es un mujeriego —rio Naruko, para consternación de mamá e Iruka.

—¡Naruko!

El Sandaime se unió a las risas de mi esposa.

—Bueno, sí, tuve mis andadas, y, sin embargo, aquí estoy. El mundo no se va a acabar porque dos niñitos hallan compartido un beso, ¿siquiera les han preguntado el por qué?

Iruka intercambió una mirada con la bruja de la maestra. Ambos se aclararon la garganta.

—Er, no, Sandaime-sama.

El anciano volteó a vernos; Naruko y yo nos sentábamos en la primera fila de asientos.

—Shikamaru-kun, dime, ¿por qué besaste en la mejilla a Naruko?

Inventé de rapidez una historia que enterneciera al hombre.

—Le dije que era muy bonita y no me creyó, así que la besé porque papá hace eso cuando le dice cosas bonitas a mamá.

El Hokage sonrió, misión cumplida. Por su parte, Iruka alzó una ceja y Naruko se sonrojó. La bruja y mamá fruncieron el ceño, sin novedad.

—Y tú, Naruko, ¿por qué besaste a Shikamaru?

—Me pidió ser su novia y yo le dije que sí —me siguió la cuerda, agregando un dato dulce y acorde a nuestros propósitos —. En los cuentos, cuando la princesa se enamora del príncipe, le da un beso.

—¡Pero tú no eres una princesa!

La respuesta de la docente me tensionó, igual que el resto observé la reacción de Naruko. Oh no, esas lágrimas eran reales. Antes de que alguno pudiera decir algo, Naruko se echó a llorar. Oí al Sandaime aspirar con fuerza, pero yo estaba ocupado tratando de sujetar a Naruko, que se levantó de su silla, dispuesta a salir corriendo.

—¡Señora! ¡Es una niña con quien usted está hablando!

—No llores —le dije a Naruko, sujetando su mano. Ella me vio y trató de forzar una sonrisa, pero no pudo y huyó deslizándose por entre los pupitres hasta la puerta abierta. Di dos pasos y olvidándome de toda sensatez encaré a la docente —. ¡La hizo llorar! ¡¿Se siente orgullosa?! ¡Perra estúpida!

—¡Shikamaru! —se escandalizó mamá.

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Dolía muy profundo en el pecho. Crecí oyendo peores palabras, yo no tenía razón de alterarme con tan poca cosa. ¡Pero tú no eres una princesa!

Yo lo era, la Princesa de Konoha, la hija única del Yondaime Hokage. No me molestaba que no conociesen mi ascendencia, eso carecía de importancia, era el rechazo lo que me estremecía.

Debe ser este cuerpo infantil, tu mentalidad es de adulta, pero puede que tu edad biológica y la edad química de tu cerebro te alcance.

Sí, quizá Kurama tuviese razón.

—¡Naruko!

El grito era de Shikamaru, quien dio conmigo en la parte vieja de la academia, donde ya casi nadie iba. De niña, ese fue mi perfecto escondite.

—Vete —murmuré, deteniéndome en uno de los pasillos. El piso tenía polvo —. No quiero que me veas así.

No, me avergonzaba.

—No seas idiota —prácticamente sentí su sonrisa. Shikamaru no tardó nada en envolverme con los brazos de su infantil cuerpo —. No te dejaría sola en este momento.

Me sonrojé, Shika, sin parecerlo, era muy tierno.

—No sé ni por qué estoy llorando —balbuceé acomodando mi cabeza en su hombro.

—Por la crueldad. No permitiré que vuelvan a hablarte así, princesa.

Mi sonrojo se hizo más notorio. Lo solté.

—No te burles de mí —mascullé. Shika, efectivamente, sonreía dulcemente.

—No lo hago. Namikace Naruko, tú eres la princesa de Konoha y para mí, Nara-Uzumaki Naruko, siempre serás una reina.

Tuve que besarlo, sí, tenía. Con Shikamaru me derretía de amor; mi dolor y mi llanto se esfumó conforme él me besaba. Que bien que fuese con él que iba a hacer semejante locura, no habría escogido a otra persona jamás.