El lord Legislador no solo prohibió ciertas tecnologías: suprimió por completo los avances tecnológicos. Parece extraño ahora que, durante la totalidad de sus mil años de reinado, se hicieran tan pocos progresos. Las técnicas agrícolas, los métodos arquitectónicos e incluso la moda permanecieron notablemente estables durante el reinado del lord Legislador. Construyó su imperio perfecto, y luego intentó conservarlo así. En su mayor parte, tuvo éxito. Los relojes de bolsillo (otra apropiación khlenni) que se fabricaban en el siglo X del imperio eran casi idénticos a los del siglo I. Todo permaneció igual. Hasta que todo se desplomó, por supuesto.
29
Como la mayoría de las ciudades del Imperio Final, Urteau tuvo prohibido levantar una muralla. En los primeros años de vida de Gaia, antes de que se rebelara, el hecho de que las ciudades no pudieran construir fortificaciones le había parecido siempre una sutil indicación de la vulnerabilidad del lord Legislador. Después de todo, si al lord Legislador le preocupaban las rebeliones y las ciudades que podían alzarse contra él, tal vez supiera algo que no sabía nadie más: que podía ser derrotado. Pensamientos como estos habían llevado a Gaia hasta Octavia, y finalmente hasta Raven. Y ahora, la llevaban a la ciudad de Urteau, una ciudad que finalmente se había rebelado contra el liderazgo de los nobles. Por desgracia, Clarke Griffin entraba en el mismo saco que todos los demás nobles.
—No me gusta esto, maestra guardadora —dijo el capitán Goradel, que caminaba junto a Gaia, quien (por conservar su imagen) viajaba ahora en el carruaje con Harper y Zoe. Después de dejar atrás a la gente de Terris, Gaia había alcanzado a Harper y los demás, y por fin entraban en la ciudad que era su destino.
—Se supone que las cosas son brutales aquí —continuó diciendo Goradel—. No creo que estés a salvo.
—Dudo que estén tan mal como piensas —respondió Gaia.
—¿Y si te hacen prisionera?
—Mi querido amigo —intervino Harper, inclinándose hacia delante para mirar a Goradel—. Por eso los reyes envían embajadores. De esta forma, si alguien es capturado, la reina sigue estando a salvo. Nosotros, amigo mío, somos algo que Clarke no puede ser nunca: sacrificables.
Goradel frunció el ceño ante sus palabras.
—No me siento muy sacrificable.
Desde el carruaje, Gaia contempló la ciudad a través de la ceniza que caía. Era grande, y una de las más antiguas del imperio. Advirtió con interés que, mientras se acercaban, el camino empezaba a descender y se internaba en la zanja de un canal vacío.
—¿Qué es esto? —preguntó Zoe, asomando su cabeza rubia por el otro lado del carruaje—. ¿Por qué construyen sus carreteras en zanjas?
—Son canales, querida… —respondió Harper—. La ciudad estaba llena de canales. Ahora están vacíos: un terremoto o algo así desvió el curso del río.
—¡Da miedo! —exclamó ella, volviendo a retirar la cabeza—. Hace que los edificios parezcan el doble de altos.
Mientras entraban en la ciudad propiamente dicha, con sus doscientos soldados marchando alrededor de ellos en formación, fueron recibidos por una delegación de soldados de Urteau ataviados con uniformes marrones. Gaia había anunciado su llegada, naturalmente, y el rey (el Ciudadano, lo llamaban) le había dado permiso para que su pequeño contingente de tropas entrara en la ciudad.
—Dicen que su rey quiere recibirte de inmediato, maestra terrisana —informó Goradel, regresando al carruaje.
—No quiere perder el tiempo, ¿eh? —preguntó Harper.
—Vamos, pues —dijo Gaia, asintiendo a Goradel.
—No sois bien recibidos aquí.
Nyko, el Ciudadano, era un hombre de pelo corto y piel áspera y un porte casi militar. Gaia se preguntó dónde habría adquirido sus dotes de líder, pues al parecer antes del Colapso era un simple granjero.
—Comprendo que no sientas ningún deseo de ver soldados extranjeros en tu ciudad —expuso Gaia con cuidado—. Sin embargo, te habrás dado cuenta de que no venimos a conquistar. Doscientos hombres difícilmente son una fuerza invasora.
Nyko estaba de pie ante su mesa, las manos a la espalda. Vestía lo que parecían pantalones skaa y camisa, aunque ambos habían sido teñidos de un rojo oscuro que parecía marrón. Su «sala de audiencias» era una gran sala de reuniones en lo que antes fuera la casa de un noble. Las paredes habían sido encaladas, y los candelabros, retirados. Sin muebles y adornos, la habitación parecía una caja. Gaia, Harper y Zoe estaban sentados en duros bancos de madera, la única comodidad que les había ofrecido el Ciudadano. Goradel se hallaba al fondo con diez de sus soldados como guardia.
—No es por los soldados, terrisana —dijo Nyko—. Es por la mujer que os envía.
—La emperatriz Griffin es una monarca buena y razonable —declaró Gaia.
Nyko bufó y se volvió hacia uno de sus acompañantes. Tenía muchos, quizá veinte, y Gaia asumió que eran miembros de su gobierno. La mayoría vestía de rojo, como Nyko, aunque sus ropas no habían sido teñidas con tanta intensidad.
—Clarke Griffin —repuso Nyko, alzando un dedo y volviéndose hacia Gaia— es una mentirosa y una tirana.
—Eso no es cierto.
—¿Ah, no? ¿Y cómo consiguió su trono? ¿Derrotando a Jake Griffin y Ashweather Cett en la guerra?
—La guerra fue…
—La guerra es a menudo la excusa de los tiranos, terrisana —dijo Nyko—. Mis informes dicen que su esposa nacida de la bruma obligó a los reyes a arrodillarse ante ella ese día…, los obligó a jurarles lealtad o ser masacrados por sus brutales koloss. ¿Te parecen las acciones de una mujer «buena y razonable»?
Gaia no respondió.
Nyko avanzó un paso y colocó ambas manos en lo alto de la mesa.
—¿Sabes qué hemos hecho con los nobles de esta ciudad, terrisana?
—Los habéis matado —respondió Gaia tranquilamente.
—Tal como ordenó la Superviviente —dijo Nyko—. Dices que eras su compañera, antes de la caída. Sin embargo, sirves a una de las mismas casas nobles que ella quería derrocar. ¿No te parece una inconsistencia, terrisana?
—Lady Raven consiguió su propósito con la muerte del lord Legislador —observó Gaia—. Cuando eso se consiguió, la paz…
—¿La paz? Dime, terrisana. ¿Oíste alguna vez a la Superviviente hablar de paz?
Gaia vaciló.
—No —admitió.
Nyko hizo una mueca.
—Al menos eres sincera. El único motivo por el que te hablo es porque Griffin fue lo suficientemente lista para enviar a una terrisana. Si hubiera enviado a un noble, habría matado al mensajero y habría devuelto su cráneo ennegrecido como respuesta.
La sala permaneció en silencio. Tensa. Tras unos momentos de espera, Nyko dio la espalda a Gaia y se volvió hacia sus acompañantes.
—¿Lo notáis? —preguntó a sus hombres—. ¿Podéis sentir cómo empezáis a avergonzaros? Estudiad vuestras emociones… ¿Sentís de pronto afinidad con estos criados de una mentirosa?
Se volvió para mirar a Harper.
—Os he advertido a todos de la alomancia, la herramienta negra de la nobleza. Bueno, pues ahora podréis sentirla. A esa mujer sentada junto a nuestra distinguida terrisana se le conoce como Harper. Es una de las mujeres más viles del mundo. Una aplacadora de gran habilidad.
Nyko se volvió hacia Harper:
—Dime, aplacadora. ¿Cuántos amigos has conseguido con tu magia? ¿Cuántos enemigos has forzado a suicidarse? Esa bonita chica que te acompaña… ¿Utilizaste tus artes para llevártela a la cama?
Harper sonrió y alzó su copa de vino.
—Mi querido amigo, me has descubierto, por supuesto. Sin embargo, en vez de felicitarte por advertir mi contacto, tal vez deberías preguntarte por qué te he manipulado para que digas lo que acabas de decir.
Nyko vaciló, aunque era evidente que Harper se había marcado un farol. Gaia suspiró. Una reacción indignada habría sido más adecuada… pero esa no era la forma de ser de Harper. Ahora el Ciudadano se pasaría el resto de la reunión preguntándose si Harper estaba guiando sus palabras.
—Maese Nyko —dijo Gaia—, son tiempos peligrosos. Sin duda, lo habrás advertido.
—Podemos protegernos bastante bien.
—No hablo de ejércitos ni bandidos, Ciudadano. Hablo de brumas y ceniza. ¿Has advertido que las brumas permanecen cada vez más tiempo durante las horas del día? ¿Has advertido que hacen cosas extrañas a tu gente, causando la muerte a quienes se internan en ellas?
Nyko no lo contradijo ni lo acusó de hablar tonterías. A Gaia le bastó con eso. En esta ciudad había muerto gente.
—Las cenizas caen perpetuamente, Ciudadano —dijo Gaia—. Las brumas son mortíferas, y los koloss andan sueltos. Sería un buen momento para tener aliados poderosos. En el Dominio Central, podemos cultivar mejores cosechas, pues tenemos más luz solar. La emperatriz Griffin ha descubierto un método para controlar a los koloss. Pase lo que pase en los próximos años, sería muy ventajoso hacerse amiga de la emperatriz.
Nyko sacudió la cabeza, como resignado. Se volvió de nuevo hacia sus acompañantes.
—¿Veis? Tal como os dije. Primero, nos dice que viene en son de paz, luego pasa a amenazarnos. Griffin controla a los koloss. Griffin controla la comida. ¡Luego dirá que Griffin controla las brumas! —Nyko se volvió hacia Gaia—: Aquí no nos valen de nada tus amenazas, terrisana. No nos preocupa nuestro futuro.
Gaia arqueó una ceja.
—¿Y cómo es eso?
—Porque nosotros seguimos a la Superviviente —respondió Nyko—. Apartaos de mi vista.
Gaia se levantó.
—Me gustaría quedarme en la ciudad y tal vez reunirme contigo mañana.
—Esa reunión no tendrá lugar.
—De todas formas, preferiría esperar —dijo Gaia—. Tienes mi promesa de que mis hombres no causarán ningún problema. ¿Puedo contar con tu permiso? —Inclinó la cabeza con deferencia.
Nyko murmuró algo entre dientes antes de agitar una mano.
—Si te lo prohíbo, me desobedecerás. Quédate si es preciso, terrisana, pero te lo advierto: sigue nuestras leyes y no crees problemas.
Gaia se inclinó aún más, y luego se retiró con los suyos.
—Bueno —dijo Harper, acomodándose en el carruaje—, asesinos revolucionarios, todos vestidos con las mismas ropas grises, calles que parecen zanjas donde un edificio de cada diez ha sido incendiado. Este es el maravilloso lugar que Clarke nos ha escogido para que lo visitemos… Recuérdame que le dé las gracias a nuestro regreso.
Gaia sonrió, aunque no estaba de humor.
—¡Oh, no pongas esa cara, vieja! —exclamó Harper, agitando su bastón mientras el carruaje se ponía en marcha, rodeado por los soldados—. Algo me dice que ese Nyko no es ni la mitad de amenazador de lo que da a entender su pose. Acabaremos por convencerlo tarde o temprano.
—No estoy seguro, lady Harper. Este lugar… es diferente de las otras ciudades que hemos visitado. Los líderes no están tan desesperados y la gente es más obediente. Me parece que aquí no lo tendremos fácil.
Zoe tiró del brazo de Harper.
—Harpy, ¿ves eso de ahí?
Harper entornó los ojos y Gaia se inclinó hacia delante para asomarse al carruaje. Un grupo de personas había encendido una hoguera en el patio. La enorme llamarada enviaba al aire una línea de humo retorcido. Gaia buscó de forma reflexiva una mentestaño para ampliar su visión. Descartó el impulso y acabó por concentrarse.
—Parecen…
—Tapices —determinó uno de los soldados que marchaba junto al carruaje—. Y muebles: cosas de ricos que son símbolo de la nobleza, según el Ciudadano. El incendio fue orquestado en vuestro beneficio, por supuesto. Nyko probablemente tiene almacenadas estas cosas para poder ordenar que las quemen en momentos que resulten dramáticamente adecuados.
Gaia vaciló. El soldado estaba muy bien informado. Gaia miró con atención, recelosa. Como todos sus hombres, este llevaba la capucha de la capa subida para protegerse de la ceniza que caía. Al volver la cabeza, Gaia pudo ver que el hombre, extrañamente, llevaba un grueso vendaje sobre los ojos, como si fuera ciego. A pesar de ello, reconoció el rostro.
—¡Fantasma, mi querido muchacho! —exclamó Harper—. Sabía que acabarías apareciendo tarde o temprano. ¿A qué viene esa venda?
Fantasma no contestó a la pregunta. Simplemente se volvió para mirar las llamas de la hoguera. Parecía haber tensión en su postura.
La tela debe de ser liviana para que puedas ver, pensó Gaia. Era la única explicación a la forma en que Fantasma se movía, con tanta gracia y facilidad a pesar del vendaje. Aunque sí que parecía lo bastante gruesa para oscurecer…
Fantasma se volvió de nuevo hacia Gaia.
—Vais a necesitar una base de operaciones en la ciudad. ¿Habéis elegido una ya?
Harper negó con la cabeza.
—Estábamos pensando en usar un albergue.
—No hay muchos albergues verdaderos en la ciudad —respondió Fantasma—. Nyko dice que los ciudadanos deberían cuidar unos de otros y permitir que los visitantes se alojen en sus casas.
—¡Humm! —exclamó Harper—. Tal vez tengamos que acampar fuera.
Fantasma meneó la cabeza.
—No. Seguidme.
—¿El cantón ministerial de la Inquisición? —preguntó Gaia, frunciendo el ceño mientras bajaba del carruaje.
Fantasma se encontraba ante ellos, en los escalones que conducían al gran edificio. Se volvió y asintió.
—Nyko no ha tocado ninguno de los edificios del Ministerio —observó—. Ha ordenado que los tapien, pero no los ha saqueado ni quemado. Creo que teme a los inquisidores.
—Un miedo sano y racional, muchacho —sentenció Harper, todavía dentro del carruaje.
Fantasma bufó:
—Los inquisidores no van a molestarnos, Harper. Están demasiado ocupados tratando de matar a Lexa. Venid.
Subió los escalones, y Gaia lo siguió. Detrás, pudo oír a Harper suspirar con su típica manera exagerada, y luego llamar a uno de sus soldados para que le trajera un parasol que la protegiera de la ceniza. El edificio era amplio e imponente, como la mayoría de las sedes del Ministerio. En tiempos del lord Legislador, estos edificios se habían alzado como recordatorios del poder imperial en todas las ciudades del Imperio Final. Los sacerdotes que los habían ocupado eran principalmente burócratas y empleados… pero ahí radicaba el verdadero poder del imperio: su control de los recursos y su manejo de la gente. Fantasma esperó ante las grandes puertas selladas del edificio. Como la mayoría de las estructuras de Urteau, estaba construido en madera, y no en piedra. Alzó la cabeza, como si contemplara la ceniza que caía, mientras esperaba a Gaia y Harper. Siempre había sido silencioso, más aún desde la muerte de su tío durante el ataque a Luthadel. Cuando Gaia lo alcanzó, Fantasma empezó a arrancar los tablones del edificio.
—Me alegra que estés aquí, Gaia —confesó.
Gaia le ayudó a arrancar los tablones. Tuvo que esforzarse para arrancar los clavos. Sin embargo, debió de escoger uno de los tablones más fuertes, porque, aunque los que cogía Fantasma se desprendían con facilidad, los suyos se negaban incluso a combarse.
—¿Y por qué te alegras de que esté aquí, lord Fantasma?
Fantasma bufó.
—No soy ningún lord, Gaia. Clarke nunca me dio un título.
Gaia sonrió.
—Dijo que solo querías uno para impresionar a las mujeres.
—¡Pues claro! —exclamó Fantasma, sonriendo mientras arrancaba otro tablón—. ¿Qué otro motivo hay para tener un título? De todas formas, llámame Fantasma, por favor. Es un buen nombre.
—Muy bien.
Fantasma extendió una mano y arrancó con facilidad el tablón que Gaia había intentado mover. ¿Qué?, pensó Gaia con sorpresa. Ella no era nada musculosa… pero tampoco le había parecido que Fantasma lo fuera. El chico debía de haber estado levantando pesas.
—Bueno —dijo Fantasma, volviéndose—. Me alegro de que estés aquí, porque tengo cosas que discutir contigo. Cosas que los demás tal vez no comprendan.
Gaia frunció el ceño.
—¿Cosas de qué clase?
Fantasma sonrió, y luego cargó con el hombro contra la puerta, haciendo que diera paso a una cámara oscura y cavernosa.
—Cosas de dioses y hombres, Gaia. Vamos.
El muchacho desapareció en la oscuridad. Gaia esperó fuera, pero Fantasma no encendió ninguna linterna. Oyó que el joven se movía en el interior.
—¿Fantasma? —llamó por fin—. No puedo ver ahí dentro. ¿Tienes una linterna?
Se hizo una pausa.
—¡Oh! —exclamó la voz de Fantasma—. Cierto.
Un momento más tarde chispeó una luz, y una linterna empezó a brillar. Harper alcanzó a Gaia.
—Dime, Gaia —dijo en voz baja—. ¿Es cosa mía o este muchacho ha cambiado mucho desde la última vez que lo vimos?
—Parece tener mucha más confianza en sí mismo —respondió Gaia, asintiendo para sí—. Y también es más capaz. Pero ¿para qué crees que lleva esa venda?
Harper se encogió de hombros y agarró a Zoe del brazo.
—Siempre fue raro. Tal vez piense que eso lo disfrazará y le impedirá ser reconocido como miembro de la banda de Raven. Considerando la mejora en la disposición del chico (y en su dicción), estoy dispuesto a tratar con una rareza o dos.
Harper y Zoe entraron en el edificio, y Gaia llamó al capitán Goradel para indicarle que formara un perímetro exterior. El hombre asintió, y ordenó que un pelotón de soldados siguiera a Gaia y los demás. Finalmente, Gaia frunció el ceño y entró en el edificio. No estaba segura de lo que esperaba. El edificio había formado parte del Cantón de la Inquisición, el más infausto de los brazos del Ministerio. No era un lugar donde le gustara entrar. El último edificio como este en el que había estado había sido el Convento de Seran, y resultaba decididamente extraño. Este edificio, sin embargo, no tenía nada que ver con el Convento; era solo otra oficina burocrática. Estaba amueblado de forma un poco más austera que la mayoría de los edificios del Ministerio, cierto, pero seguía teniendo en las paredes de madera los tapices que tenía la mayoría de los edificios del Ministerio, y amplias alfombras rojas en el suelo. El ribete era de metal y había chimeneas en cada sala. Mientras seguía a Harper y Fantasma por el edificio, Gaia pudo imaginar cómo había sido durante los días del lord Legislador. Entonces no habría habido polvo, sino un aire de total eficacia. Ante estas mesas se sentarían los administradores, recopilando y archivando información sobre las casas nobles, los rebeldes skaa e incluso otros cantones del Ministerio. Había una larga enemistad entre el Cantón de la Ortodoxia, que administraba el imperio del lord Legislador, y el Cantón de la Inquisición, que actuaba como su policía. Este no era un lugar de miedo, sino más bien de libros de cuentas y archivos. Los inquisidores probablemente solo lo visitaban de vez en cuando. Fantasma los condujo a través de varias salas atestadas hasta una cámara pequeña al fondo. Aquí, Gaia vio que el polvo del suelo no estaba intacto.
—¿Has venido aquí antes? —preguntó, entrando en la sala detrás de Fantasma, Harper y Zoe.
Fantasma asintió:
—Igual que Lexa. ¿No recuerdas el informe?
Empezó a palpar el suelo, hasta encontrar un cierre oculto y una trampilla. Gaia se asomó a la oscura cueva que había abajo.
—¿De qué está hablando? —le susurró Zoe a Harper—. ¿Lexa ha estado aquí?
—El depósito —dijo Gaia, mientras Fantasma empezaba a bajar por una escalerilla hacia la oscuridad. Dejó atrás la linterna—. El depósito de almacenaje que dejó el lord Legislador. Todos están debajo de edificios del Ministerio.
—Bueno, eso es lo que hemos venido a recuperar, ¿no? —preguntó Zoe—. Pues ya lo tenemos. ¿Por qué molestarnos con ese Ciudadano y sus locos campesinos?
—Es imposible sacar estos suministros con el Ciudadano al mando —dijo la voz de Fantasma, resonando un poco—. Hay demasiadas cosas aquí abajo.
—Además, querida —añadió Harper—, Clarke no nos ha enviado solo a conseguir estos suministros: nos ha enviado a sofocar una rebelión. No podemos permitir una revuelta en una de nuestras principales ciudades, sobre todo no podemos permitir que esa revuelta se extienda. He de decir, sin embargo, que parece extraño estar en este lado del problema: detener una rebelión, en vez de empezar una.
—Puede que tengamos que organizar una rebelión contra la rebelión, Harper. —La voz de Fantasma resonó desde abajo—. Si eso te hace sentirte más cómoda. Bueno, ¿vais a bajar los tres o no?
Gaia y Harper intercambiaron una mirada, luego Harper señaló el oscuro pozo.
—¡Tú primero!
Gaia recogió la linterna y bajó la escalera. Al pie, encontró una pequeña cámara de piedra, donde una de sus paredes había sido derribada para revelar una cueva. Entró cuando Harper llegaba abajo y ayudaba a Zoe. Gaia alzó la linterna y observó en silencio.
—¡Por el lord Legislador! —dijo Harper, acercándose—. ¡Es enorme!
—El lord Legislador preparó estos depósitos en caso de desastre —dijo Fantasma, más adelante—. Su intención era ayudar al imperio ante lo que nos espera ahora. No servirían de nada si no fueran creadas a escala grandiosa.
Era el término correcto. Se encontraban en un saliente próximo al techo de la caverna, y una enorme cámara se extendía bajo sus pies. Gaia vio que hilera tras hilera de estantes cubrían el suelo de la caverna.
—Creo que deberíamos fijar aquí nuestra base, Gaia —sugirió Fantasma, dirigiéndose a las escaleras que conducían al suelo de la caverna—. Es el único lugar defendible de la ciudad. Si trasladamos a nuestros soldados al edificio de arriba, podemos usar esta caverna para avituallarnos… e incluso podemos replegarnos aquí en caso de emergencia. Podríamos defenderla incluso contra un ataque resuelto.
Gaia se volvió para contemplar la puerta de piedra de la cámara. Era tan pequeña que solo se podía pasar de uno en uno, lo que significaba que sería fácil de defender. Y probablemente había un modo de volver a cerrarla.
—De repente, me siento mucho más segura en esta ciudad —advirtió Harper.
Gaia asintió. Se volvió para contemplar de nuevo la caverna. En la distancia, pudo oír algo.
—¿Eso es agua?
Fantasma bajaba los escalones. De nuevo, su voz sonó espectral en la cámara.
—Cada depósito tiene una especialidad, algo que contiene más que los demás.
Gaia bajó mientras los soldados de Goradel entraban en la cámara detrás de Harper. Aunque los soldados habían traído más linternas, Harper y Zoe permanecieron pegados a Gaia mientras bajaban. Pronto, Gaia advirtió que algo tintineaba en la distancia. Alzó la linterna, deteniéndose en los escalones al ver que parte de la lejana oscuridad era demasiado llana para tratarse del suelo de la cueva. Harper silbó en silencio mientras estudiaba el enorme lago subterráneo.
—Bien —advirtió—. Supongo que ahora sabemos adónde fue a parar el agua de esos canales.
