Sheidheda vestía de blanco y negro. Seguramente quería demostrar que era una dualidad, Conservación y Ruina. Por supuesto, esto era mentira. Después de todo, solo había tocado uno de los poderes… y de forma muy breve.

31

—Lady Harper no se equivocó —dijo Gaia, en el centro del grupito—. Por lo que puedo decir, la desviación de las aguas hacia esta reserva subterránea fue intencionada. El proyecto debió de durar décadas. Hubo que ensanchar los pasajes naturales para que el agua, que antes alimentaba a los ríos y canales de arriba, fluyera en cambio hacia esta caverna.

—Sí, pero ¿para qué? —preguntó Harper—. ¿Por qué desperdiciar tantos esfuerzos para desviar un río?

Tres días en Urteau les habían permitido hacer lo que había sugerido Fantasma, trasladar sus tropas al edificio del Ministerio, y hacer como que se establecían allí. El Ciudadano no podía conocer la existencia del depósito, de lo contrario lo habría saqueado. Eso significaba que Gaia y su equipo tenían una clara ventaja si las cosas se ponían feas. Habían cogido algunos de los muebles del edificio y los habían colocado, junto con sábanas y tapices para crear «habitaciones», entre los estantes de la cueva. La lógica dictaba que este era el mejor lugar donde pasar el tiempo, pues si alguien atacaba el edificio del Ministerio, querrían estar en la caverna. Cierto, estarían atrapados; pero, con los suministros que tenían, podrían sobrevivir indefinidamente y elaborar un plan de huida. Gaia, Harper, Fantasma y Zoe estaban sentados en una de aquellas particiones entre los estantes de comida.

—El motivo por el que el lord Legislador hizo este lago es sencillo, creo. —Gaia se volvió, mirando el lago por encima de su hombro—. Esa agua viene de un río subterráneo, probablemente filtrada a través de capas de roca. Es agua pura, como la que rara vez se ve en el Imperio Final. No hay cenizas, ni sedimentos. El propósito de esa agua es mantener a una población en caso de que se produzca un desastre. Si aún fluyera a los canales de la superficie, rápidamente se ensuciaría y sería contaminada por la población que vive en la ciudad.

—El lord Legislador miraba al futuro —dijo Fantasma, todavía con su extraña venda puesta. Había rechazado todas las preguntas e insinuaciones sobre su uso, aunque Gaia empezaba a sospechar que tenía que ver con quemar estaño.

Gaia asintió ante el comentario del joven:

—Al lord Legislador no le preocupaba causar la ruina financiera en Urteau: solo quería asegurarse de que esta caverna tuviera acceso a una fuente de agua fresca constante.

—¿No nos estamos desviando un poco del tema? —preguntó Zoe—. Tenemos agua, vale. Pero ¿qué hay de ese maníaco que gobierna la ciudad?

Gaia vaciló, y los demás se volvieron para mirarlo. Por desgracia, estoy al mando.

—Bueno —dijo—, deberíamos hablar de esto. La emperatriz Griffin nos ha pedido que aseguremos la ciudad. Como el Ciudadano ha dejado claro que no quiere volver a recibirnos, tendremos que discutir otras opciones.

—Hay que echar a ese hombre —dijo Fantasma—. Necesitamos sicarios.

—Me temo que eso no funcionaría, mi querido muchacho —repuso Harper.

—¿Por qué no? —preguntó Fantasma—. Matamos al lord Legislador, y funcionó bastante bien.

—¡Ah! —dijo Harper, alzando un dedo—, pero el lord Legislador era insustituible. Era un dios, y matarlo creó un impacto psicológico en el populacho.

Zoe asintió:

—El Ciudadano no es una fuerza de la naturaleza, sino un hombre… y los hombres pueden ser reemplazados. Si asesinamos a Nyko, uno de sus lacayos ocupará su lugar.

—Y nos tacharán de asesinos —añadió Harper.

—Entonces, ¿qué? —preguntó Fantasma—. ¿Lo dejamos tranquilo?

—Por supuesto que no —respondió Harper—. Si queremos tomar esta ciudad, tenemos que minar su confianza, y luego expulsarlo. Demostremos que todo su sistema es defectuoso: que su gobierno es, en esencia, una tontería. Si lo conseguimos, no solo lo detendremos a él, sino a todos los que han trabajado con él y lo han apoyado. Es la única forma de tomar Urteau sin que tenga que intervenir un ejército y apoderarse de ella por la fuerza.

—Y como su majestad amablemente nos dejó sin tropas propiamente dichas… —dijo Zoe.

—No estoy tan convencida de que sea necesaria una acción tan fuerte —interrumpió Gaia—. Tal vez más adelante podamos trabajar con este hombre.

—¿Trabajar con él? —preguntó Fantasma—. Lleváis aquí tres días. ¿No os basta para ver cómo es Nyko?

—Yo lo he visto —repuso Gaia—. Y, para ser sinceros, no creo poder reprocharle nada por su forma de pensar.

Todos permanecieron en silencio.

—Tal vez deberías explicarte, mi querida amiga —dijo Harper, bebiendo una copa de vino.

—Las cosas que dice el Ciudadano no son falsas —contestó Gaia—. No podemos echarle la culpa de enseñar lo mismo que Raven. La Superviviente hablaba de matar a los nobles… y bien sabemos que todos lo vimos dedicarse a esa actividad muy a menudo. Hablaba de revolución y de que los skaa se gobernaran a sí mismos.

—Hablaba de acciones extremas en tiempos extremos —dijo Harper—. Es lo que se hace cuando hay que motivar a la gente. Ni siquiera Raven habría llegado tan lejos.

—Tal vez —dijo Gaia—. Pero ¿puede sorprendernos que gente que oyó hablar a Raven haya creado esta sociedad? ¿Y qué derecho tenemos a arrebatársela? En cierto modo, han sido más fieles a Raven que nosotros. ¿Crees que se alegraría al descubrir que pusimos a una noble en el trono ni un solo día después de su muerte?

Harper y Fantasma se miraron el uno al otro, y ninguno de los dos lo contradijo.

—Es que no es justo —dijo Fantasma al fin—. Esta gente dice conocer a Raven, pero no es así. Ella no quería que la gente fuera sombría y estuviera acosada… Los quería libres y felices.

—En efecto —dijo Harper—. Además, nosotros elegimos seguir a Clarke Griffin… y ella nos ha dado una orden. Nuestro imperio necesita estos suministros, y no podemos permitirnos dejar que una rebelión organizada se apodere y controle una de las ciudades más importantes del imperio. Tenemos que asegurar este depósito y proteger al pueblo de Urteau. ¡Es por el bien mayor y todo eso!

Zoe mostró su acuerdo asintiendo… y como siempre Gaia sintió su contacto en sus emociones.

Por el bien mayor…, pensó Gaia. Sabía que Fantasma tenía razón. Raven no quería que esta sociedad retorcida se perpetuara en su nombre. Había que hacer algo.

—Muy bien —dijo—. ¿Cuál debería ser nuestro curso de acción?

—Ninguno, por ahora —respondió Harper—. Necesitamos tiempo para palpar el clima de la ciudad. ¿Está la gente dispuesta a rebelarse contra el querido Nyko? ¿Cuál es la actividad del elemento delictivo local? ¿Hasta qué punto son corruptibles los hombres que sirven al nuevo gobierno? Dame algún tiempo para descubrir respuestas a estas preguntas, y entonces podremos decidir qué hacer.

—Sigo diciendo que hagamos como Raven —dijo Fantasma—. ¿Por qué no podemos derribar al Ciudadano igual que hicimos con el lord Legislador?

—Dudo que eso funcione —repuso Harper, bebiendo su vino.

—¿Por qué no?

—Por un motivo muy sencillo, mi querido muchacho: Raven ya no está.

Gaia asintió. Era cierto, aunque se preguntó si alguna vez se librarían del legado de la Superviviente. En cierto modo, la batalla en esta ciudad era inevitable. Si Raven tenía un defecto, era su extremo odio hacia la nobleza. Era una pasión que la había impulsado, que la había ayudado a conseguir lo imposible. Sin embargo, Gaia temía que fuera a destruir a los afectados.

—Tómate el tiempo que necesites, Harper —dijo Gaia—. Cuando pienses que estamos preparados para dar el siguiente paso, házmelo saber.

Harper asintió, y la reunión terminó. Gaia se levantó, suspirando. Al hacerlo, miró a Harper a los ojos, y la mujer le sonrió con un guiño que parecía querer decir: «No será ni la mitad de difícil de lo que crees». Gaia le devolvió la sonrisa, y sintió el toque de Harper en sus emociones, tratando de animarla. Sin embargo, la mano de la aplacadora fue demasiado liviana. Harper no podía conocer el conflicto que aún se retorcía dentro de Gaia. Un conflicto que iba mucho más allá de Raven y los problemas en Urteau. Se alegró de tener que pasar un poco de tiempo esperando en la ciudad, pues aún tenía mucho trabajo que hacer con las religiones listadas, una por página, en su cartapacio. Recientemente, incluso ese trabajo le resultaba difícil. Hacía cuanto podía para ofrecer liderazgo a los demás, como Clarke había pedido. Sin embargo, la perniciosa oscuridad que Gaia sentía en su interior se negaba a desaparecer. Sabía que era más peligroso para ella que ninguna otra cosa a la que se hubiera enfrentado mientras trabajaba con la banda, porque la hacía sentir como si no le importara.

Debo seguir trabajando, decidió, y abandonó el lugar de reunión, para sacar con cuidado su cartapacio de un estante cercano. Tengo que seguir investigando. No debo rendirme.

Sin embargo, era más difícil que eso. En el pasado, la lógica y la reflexión habían sido siempre su refugio. No obstante, sus emociones no respondían a la lógica. Ninguna reflexión sobre lo que debería hacer podía ayudarla. Apretó los dientes y echó a andar, esperando que la emoción la ayudara a resolver lo que la atenazaba por dentro. Una parte de ella quería salir a estudiar la nueva forma de la Iglesia de la Superviviente que había brotado aquí en Urteau. Sin embargo, eso parecía una pérdida de tiempo. El mundo estaba llegando a su fin, ¿por qué estudiar una religión más? Ya sabía que esta era falsa: había descartado la Iglesia de la Superviviente al principio de sus estudios. Casi estaba llena de más contradicciones que ninguna otra de las que contenía su cartapacio. También más llena de pasión. Todas las religiones de su colección eran iguales en un aspecto: habían fracasado.

Quienes las habían seguido habían muerto, habían sido conquistados, y sus religiones, olvidadas. ¿No era eso prueba suficiente para él? Había intentado predicarlas, pero muy pocas veces había tenido ningún éxito.

Todo carecía de sentido. Todo se estaba acabando.

¡No!, pensó Gaia. Encontraré las respuestas. Las religiones no desaparecieron por completo: los guardadores las conservaron. Tiene que haber respuestas en una de ellas. En alguna parte.

Al cabo de un rato, llegó a la pared de la cueva donde se hallaba la placa de acero inscrita por el lord Legislador. Ya habían registrado lo que decía, naturalmente, pero Gaia quería verla y leerla en persona. Contempló el metal, que reflejaba la luz de una linterna cercana, y leyó las palabras del mismo hombre que había destruido tantísimas religiones.

«El plan —decían aquellas palabras—, es simple. Cuando el poder regrese al Pozo, lo tomaré y me aseguraré de que esa cosa quede atrapada.

»Y sigo preocupándome. Ha demostrado ser mucho más lista de lo que suponía, infectando mis pensamientos, haciéndome ver y sentir cosas que no deseo. Es muy sutil, muy cuidadosa. No puede ver cómo podría causar mi muerte, pero yo sigo preocupándome.

»Si muero, estos depósitos ofrecerán alguna medida de protección para mi pueblo. Temo lo que se avecina. Lo que podría pasar. Si lees esto ahora, y he muerto, entonces temo por ti. Con todo, trataré de dejar la ayuda que pueda.

»Hay metales de la alomancia que no he compartido con nadie. Si eres uno de mis sacerdotes que ha llegado a esta caverna y estás leyendo estas palabras, debes saber que incurrirás en mi ira si compartes este conocimiento. Pero, si es cierto que la fuerza ha regresado y soy incapaz de hacerle frente, entonces tal vez el conocimiento del electrum servirá de algo. Mis investigadores han descubierto que, mezclando una aleación de oro al cuarenta y cinco por ciento y plata al cincuenta y cinco por ciento, se crea un nuevo metal alomántico. Quemarlo no proporciona el poder del atium, pero sí ayuda contra quienes lo queman».

Y eso era todo. Junto a las palabras había un mapa que indicaba la localización del siguiente depósito: el que se hallaba en la pequeña aldea minera del sur que Lexa y Clarke habían asegurado algún tiempo antes. Gaia leyó las palabras de nuevo, aunque solo sirvieron para aumentar su desesperación. Incluso el lord Legislador parecía sentirse indefenso ante su situación. Había planeado estar vivo, había planeado que nada de esto sucediera. Pero sabía que sus planes tal vez no funcionarían. Gaia se volvió, dejando atrás la placa, y se dirigió a la orilla del lago subterráneo. El agua parecía cristal negro, libre del viento y la ceniza, si bien ondeaba ligeramente por la corriente. Tras él, a cierta distancia, habían acampado algunos de los soldados, aunque dos tercios de ellos se habían quedado en la superficie para asegurarse de que el edificio pareciera habitado. Otros investigaban la caverna con la esperanza de encontrar una salida secreta. Todos se sentirían mucho más cómodos dentro de la cueva si supieran que había un modo de escapar en caso de ser atacados.

—Gaia.

La terrisana se volvió y saludó a Fantasma mientras el joven se acercaba para reunirse con ella en la orilla de aguas negras y quietas. Permanecieron en silencio, contemplándolas.

Tiene sus propios problemas, pensó Gaia, advirtiendo la forma en que Fantasma miraba las aguas. Entonces, sorprendentemente, Fantasma extendió las manos y se quitó la venda de los ojos. La retiró y reveló un par de anteojos debajo, utilizados quizá para impedir que la tela se los cerrara. Fantasma se quitó los anteojos y parpadeó. Sus ojos empezaron a lloriquear, y entonces extendió el brazo y apagó una de las dos linternas, dejando a Gaia envuelta en una luz muy tenue. Fantasma suspiró, se irguió y se frotó los ojos.

Así que es el estaño, pensó Gaia. Y se dio cuenta de que había visto al joven usar guantes a menudo… como para proteger su piel. Sospechó que, si observaba con atención, también vería al muchacho ponerse tapones en los oídos. Curioso.

—Gaia —dijo Fantasma—. Quería hablarte de algo.

—Por favor, habla lo que quieras.

—Yo… —Fantasma guardó silencio, luego lo miró—. Creo que Raven sigue con nosotros.

Gaia frunció el ceño.

—No viva, por supuesto —dijo Fantasma rápidamente—. Pero creo que nos vigila. Nos protege… ese tipo de cosas.

—Me parece un sentimiento agradable —dijo Gaia. Completamente falso, por supuesto.

—No es solo un sentimiento —respondió Fantasma—. Está aquí. Me preguntaba si habría algo en alguna de esas religiones que estudias que hablara sobre estas cosas.

—Por supuesto. Muchas de ellas hablan de muertos que se quedan como espíritus para ayudar, o maldecir, a los vivos.

Guardaron silencio. Era obvio que Fantasma esperaba algo.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿No vas a predicarme ninguna religión?

—Ya no hago eso —contestó Gaia en voz baja.

—¡Oh! ¡Humm!, ¿por qué no?

Gaia sacudió la cabeza:

—Me resulta difícil predicar a los demás algo que no me ha ofrecido ningún consuelo a mí, Fantasma. Las estudio, tratando de descubrir cuáles son justas y verdaderas, si es que hay alguna. Cuando tenga ese conocimiento, felizmente compartiré contigo la que más parezca contener la verdad. Por ahora, sin embargo, no creo en ninguna, y por tanto no predico.

Sorprendentemente, Fantasma no discutió. A Gaia le resultaba frustrante que sus amigos (en su mayor parte, ateos declarados) se ofendieran tanto cuando amenazaba con unirse a ellos en su falta de fe. Y, sin embargo, Fantasma no se enfadó.

—Tiene sentido —dijo por fin el joven—. Esas religiones no son verdaderas. Después de todo, es Raven quien nos vigila, no esos otros dioses.

Gaia cerró los ojos.

—¿Cómo puedes decir eso, Fantasma? Viviste con ella…, la conociste. Ambos sabemos que Raven no era ninguna diosa.

—La gente de esta ciudad cree que lo es.

—¿Y adónde los ha llevado eso? —preguntó Gaia—. Su fe ha traído opresión y violencia. ¿De qué sirve la fe si este es el resultado? ¿Una ciudad llena de gente que malinterpreta las órdenes de su diosa? ¿Un mundo de ceniza y muerte y pena? —Gaia negó con la cabeza—. Por eso ya no llevo mis mentes de metal. Las religiones que no pueden ofrecer más que esto no merecen ser enseñadas.

—¡Oh! —dijo Fantasma. Se arrodilló, introdujo una mano en el agua y luego se estremeció—. Supongo que también tiene sentido… aunque había pensado que era por causa de ella.

—¿Qué quieres decir?

—Tu mujer. La otra guardadora, Diyoza. La oí hablar de religión. No le parecía gran cosa. Pensaba que ya no hablabas de religión porque podría ser lo que ella habría querido.

Gaia sintió un escalofrío.

—De todas formas —dijo Fantasma, incorporándose y secándose la mano—, la gente de esta ciudad sabe más de lo que crees. Raven nos vigila a todos.

Dicho eso, el muchacho se marchó. Gaia, sin embargo, no estaba escuchando. Permaneció allí de pie, contemplando las aguas de ébano.

Porque podría ser lo que ella habría querido…

Diyoza había considerado que la religión era una tontería. Decía que la gente que recurría a antiguas profecías o fuerzas invisibles buscaba excusas. Durante sus últimas semanas con Gaia, este había sido un tema de conversación entre ambas, incluso de leve discusión, pues su investigación trataba sobre las profecías relacionadas con el Héroe de las Eras. Esa investigación había resultado ser inútil. En el mejor de los casos, las profecías eran las vanas esperanzas de hombres que deseaban un mundo mejor. En el peor, habían sido colocadas astutamente para conseguir los objetivos de una fuerza maligna. Sea como fuere, por aquel entonces ella creía en su trabajo. Y Diyoza la había ayudado. Habían buscado en sus mentes de metal, investigado en siglos de información, historia y mitología, buscado referencias a la Profundidad, el Héroe de las Eras y el Pozo de la Ascensión. Diyoza trabajó con ella, diciendo que su interés era académico, no religioso. Pero Gaia sospechaba que tenía otra motivación. Quería estar con ella. Había reprimido su desprecio a la religión por el deseo de implicarse en lo que ella consideraba importante. Y, ahora que estaba muerta, Gaia se encontraba haciendo lo que ella consideraba importante. Diyoza estudiaba política y liderazgo. Le encantaba leer las biografías de grandes estadistas y generales. ¿Había accedido ella inconscientemente a convertirse en embajadora de Clarke para poder implicarse en los estudios de Diyoza, tal como ella había hecho antes de su muerte con los suyos?

No estaba segura. En realidad, le parecía que sus problemas iban más allá. Sin embargo, el hecho de que hubiera sido Fantasma el que había hecho aquella astuta observación había hecho dudar a Gaia. Era una forma muy inteligente de ver las cosas. En vez de contradecirla, Fantasma había ofrecido una posible explicación. Gaia estaba impresionada. Se dio la vuelta y contempló las aguas durante un rato, mientras reflexionaba sobre las palabras de Fantasma. Luego, sacó la siguiente religión de su cartapacio y empezó a estudiarla. Cuanto antes terminara con ellas, antes podría encontrar la verdad.