Por mucho que me repugne, no puedo evitar sentirme impresionado por la hemalurgia como arte. En la alomancia y la feruquimia, la habilidad y la sutileza son producto de la aplicación de los poderes propios. El mejor alomántico puede ser no el más poderoso, sino el que mejor manipule los empujones y tirones a los metales. El mejor feruquimista es el más capaz de sortear la información de sus mentecobres, o el que mejor puede manipular su peso con hierro. Sin embargo, el arte que es único de la hemalurgia es el conocimiento de dónde colocar los clavos.
43
Lexa aterrizó con un silencioso roce de tela. Se agazapó en la noche, sujetando su vestido para impedir que rozara contra el tejado manchado de ceniza, y escrutó las brumas. Clarke se posó junto a Lexa y adoptó la misma postura, sin hacer ninguna pregunta. Ella sonrió, advirtiendo que sus instintos mejoraban. También Clarke escrutaba las brumas, aunque obviamente no sabía qué estaba buscando.
—Nos sigue —susurró Lexa.
—¿El nacido de la bruma de Yomen? —preguntó Clarke.
Lexa asintió.
—¿Dónde?
—Tres casas más atrás.
Clarke entornó los ojos, y ella sintió que uno de sus pulsos alománticos aumentaba súbitamente de velocidad. Estaba avivando estaño.
—¿Ese bulto de la derecha? —preguntó Clarke.
—Más o menos.
—Entonces…
—Sabe que lo he localizado —dijo Lexa—. De lo contrario, no me habría detenido. Ahora mismo, nos estamos estudiando mutuamente.
Clarke echó mano a su cinturón y desenvainó un cuchillo de obsidiana.
—No atacará —dijo Lexa.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque, cuando quiera matarnos, intentará hacerlo cuando no estemos juntas… o cuando estemos durmiendo.
Eso pareció poner a Clarke aún más nerviosa:
—¿Por eso te has quedado despierta toda la noche últimamente?
Lexa asintió. Obligar a Clarke a dormir solo era un pequeño precio que debía pagar por mantenerla a salvo. ¿Eres tú el que nos sigue, Yomen?, se preguntó. ¿La noche de tu propia fiesta? Sería toda una hazaña. No parecía probable, pero de todas formas Lexa desconfiaba. Tenía la costumbre de sospechar que todo el mundo era nacido de la bruma. Seguía considerándolo algo bueno, aunque se hubiera equivocado más de una vez.
—Vamos —dijo, incorporándose—. Cuando lleguemos a la fiesta, no tendremos que preocuparnos por él.
Clarke asintió, y las dos continuaron su camino hacia el Cantón de Recursos.
El plan es sencillo, había dicho Clarke apenas unas horas antes. Me enfrentaré a Yomen, y la nobleza no podrá evitar acercarse a mirar. En ese momento, tú te escabulles y miras a ver si puedes encontrar el camino a la cámara de almacenamiento.
En efecto, era un plan muy sencillo: los mejores solían serlo. Si Clarke se enfrentaba a Yomen, atraería sobre sí la atención de los guardias, y era de esperar que eso permitiera a Lexa escabullirse. Tendría que actuar con rapidez y sigilo, y probablemente habría que eliminar a algunos guardias…, todo sin levantar sospechas. Sin embargo, ese parecía ser el único modo. La fortaleza de Yomen no solo estaba bien iluminada y enormemente bien protegida: su nacido de la bruma era bueno. El hombre la había detectado todas las demás veces que había intentado introducirse en la ciudad; se quedaba siempre a lo lejos, y su mera presencia la advertía de que podía dar la voz de alarma en un segundo. Su mejor posibilidad era el baile. Las defensas de Yomen, y su nacido de la bruma, estarían concentrados en su amo, en mantenerlo a salvo. Aterrizaron en el patio, haciendo que los carruajes se detuvieran y los guardias se volvieran, aturdidos. Lexa miró a Clarke en medio de la brumosa oscuridad.
—Clarke… —dijo en voz baja—, necesito que me prometas una cosa.
Clarke frunció el ceño.
—¿Qué?
—Tarde o temprano, me localizarán —dijo Lexa—. Me escaparé lo mejor que pueda, pero dudo que podamos salir de aquí sin crear problemas. Cuando suceda, quiero que te largues.
—Lexa, no puedo hacerlo. Tengo que…
—¡No! —protestó Lexa bruscamente—. Clarke, no tienes que ayudarme. No puedes hacerlo. Te amo, pero no eres tan buena en esto como yo. Puedo cuidar de mí misma, y necesito saber que no tendré que cuidar también de ti. Si algo sale mal (o si las cosas salen bien, pero dan la alerta en el edificio), quiero que te marches. Me reuniré contigo en el campamento.
—¿Y si te metes en problemas?
Lexa sonrió.
—Confía en mí.
Clarke vaciló, pero luego asintió. Confiar en ella era algo que podía hacer: siempre lo había hecho.
Las dos echaron a caminar. Parecía muy extraño asistir a un baile en el edificio del Ministerio. Lexa estaba acostumbrada a las vidrieras y los adornos, pero las sedes del Cantón generalmente eran austeras, y esta no era ninguna excepción. Solo tenía un piso de altura, con paredes planas y afiladas de muy pocas ventanas. Ninguna candileja iluminaba el exterior, y aunque un par de grandes estandartes aleteaban contra la piedra, la única indicación de que esta noche era especial era el puñado de carruajes y nobles del patio. Los soldados de la zona habían reparado en Lexa y Clarke, pero no hicieron ningún amago de acercárseles ni detenerlas. Los nobles y soldados que las vieron se mostraron interesados, aunque pocos parecían sorprendidos. Estaban esperándolas. La corazonada de Lexa al respecto se confirmó cuando subió las escalinatas y nadie se dispuso a interceptarla. Los guardias de la puerta las miraron con recelo, pero las dejaron pasar. Dentro, encontraron un gran salón de entrada, iluminado por lámparas. La gente que entraba era desviada hacia la izquierda, así que Lexa y Clarke los siguieron, recorriendo unos cuantos pasillos laberínticos hasta llegar a un salón de reuniones más grande.
—No es exactamente el lugar más impresionante para un baile, ¿eh? —dijo Clarke mientras esperaban a ser anunciadas.
Lexa asintió. La mayoría de las fortalezas de los nobles tenían entradas exteriores que daban directamente a sus salones de baile. Por lo visto, la sala que tenían delante había sido adaptada a partir de una sala de reuniones normal y corriente del Ministerio. Remaches cubrían el suelo donde antes había bancos, y había un estrado al fondo de la sala, desde donde los obligadores probablemente daban antaño las órdenes a sus subordinados. Allí habían emplazado la mesa de Yomen. Era demasiado pequeño para ser un salón de baile lo bastante práctico. La gente que lo ocupaba no se apretujaba, exactamente, pero tampoco tenía el espacio que la nobleza prefería para formar corrillos separados donde poder chismorrear.
—Parece que hay otras salas —dijo Clarke, señalando con la cabeza varios pasillos que salían del «salón de baile». La gente entraba y salía de ellos.
—Lugares para que la gente vaya si se sienten demasiado incómodos —puntualizó Lexa—. Va a ser difícil escapar de aquí, Clarke. No te dejes acorralar. Allá a la izquierda parece que hay una salida.
Clarke siguió su mirada mientras entraban en el salón principal. El aleteo de las antorchas y los rastros de bruma indicaban la existencia de un patio o un atrio.
—Me quedaré cerca. Y evitaré entrar en una de las salas laterales más pequeñas.
—Bien —dijo Lexa. También había advertido algo más: durante el recorrido por los pasillos hasta el salón de baile había visto escaleras de bajada dos veces. Eso implicaba un sótano grande, algo que no era corriente en Luthadel. El Cantón construye hacia abajo, en vez de hacia arriba, decidió. Tenía sentido, suponiendo que hubiera realmente un depósito debajo.
El heraldo de la puerta las anunció sin que hiciera falta leer ninguna tarjeta de visita, y las dos entraron en la sala. La fiesta no era tan lujosa como la de la Fortaleza Orielle. Había refrigerios, pero no cena, probablemente porque no había sitio para mesas. Había música y baile, pero la sala no estaba adornada con bellos tapices. Yomen había decidido no cubrir las simples y peladas paredes del Ministerio.
—Me pregunto por qué se molesta siquiera en celebrar bailes —susurró Lexa.
—Probablemente tuvo que iniciarlos —contestó Clarke—. Para animar a los otros nobles. Ahora él forma parte de la rotación. Es una medida inteligente. Eso le permite atraer la nobleza a su casa y ser su anfitrión.
Lexa asintió, luego observó la pista.
—¿Un baile antes de separarnos? —preguntó.
Clarke vaciló:
—A decir verdad, estoy un poco nerviosa.
Lexa sonrió y le dio un beso ligero, rompiendo por completo el protocolo noble.
—Dame una hora antes de la distracción. Quiero palpar la fiesta antes de escabullirme.
Clarke asintió y se separaron. Clarke se dirigió a un grupo de hombres que Lexa no reconoció. Ella no se detuvo. No quería enzarzarse en conversación, así que evitó a las mujeres que reconoció de la Fortaleza Orielle. Sabía que probablemente debería trabajar para reforzar sus contactos, pero la verdad es que se sentía igual que Clarke. Más que nerviosa, deseosa de evitar las típicas actividades de los bailes. No había venido aquí a relacionarse. Tenía tareas más importantes de las que preocuparse. Así, deambuló por el salón, bebiendo a sorbos una copa de vino y estudiando a los guardias. Había muchos, lo cual era probablemente bueno. Cuantos más guardias hubiera en el salón de baile, menos habría en el resto del edificio. Teóricamente. Lexa siguió moviéndose, saludando a la gente, pero retirándose cada vez que alguien intentaba entablar conversación con ella. Si hubiera sido Yomen, habría ordenado que unos cuantos soldados la vigilaran, solo para asegurarse de que no se perdía por ningún lugar importante. Sin embargo, ninguno de los hombres parecía demasiado centrado en ella. A medida que fue pasando la hora, se sintió cada vez más frustrada. ¿En verdad Yomen era tan incompetente que no vigilaba a una conocida nacida de la bruma que entraba en su casa?
Molesta, Lexa quemó bronce. Tal vez había alománticos cerca. Casi dio un respingo de sorpresa cuando sintió pulsos alománticos justo a su lado. Había dos. Muñecas cortesanas, mujeres cuyos nombres no sabía, pero que parecían claramente inútiles. Probablemente esa era la idea. Charlaban con otro par de mujeres a poca distancia de Lexa. Una quemaba cobre; la otra, estaño. Lexa nunca las habría detectado si no tuviera la habilidad de penetrar nubes de cobre. Mientras Lexa deambulaba por el salón, las dos la siguieron, moviéndose con increíble habilidad mientras participaban y se retiraban de conversaciones. Siempre estaban lo bastante cerca de Lexa para poder ser oídas con la ampliación del estaño, pero lo bastante lejos en la sala relativamente abarrotada para que Lexa no las detectara sin ayuda alomántica.
Interesante, pensó Lexa, dirigiéndose al perímetro de la sala. Al menos Yomen no la subestimaba. Pero ahora, ¿cómo dar esquinazo a las mujeres? No se dejarían distraer por la maniobra de Clarke, y desde luego no dejarían que Lexa se escabullera sin dar la voz de alarma. Mientras deambulaba, pensando en el problema, advirtió una figura familiar sentada al fondo del salón de baile. Lentoveloz, con su traje de siempre, fumaba su pipa mientras se relajaba en uno de los sillones allí colocados para los mayores o los que se cansaban bailando. Se acercó a él.
—Creí que no venías a estas fiestas —dijo Lexa, sonriendo. Detrás, sus dos sombras se introdujeron hábilmente en una conversación cercana.
—Solo vengo cuando las celebra mi rey —respondió Lentoveloz.
—¡Ah! —repuso Lexa, y se marchó. Por el rabillo del ojo, advirtió que Lentoveloz fruncía el ceño. Obviamente, esperaba que siguiera hablando con él, pero Lexa no podía arriesgarse a decir nada incriminatorio. Al menos, no de momento. Sus seguidoras se libraron de la conversación, obligadas a hacerlo con torpeza por la velocidad de la despedida de Lexa. Después de caminar un poco, Lexa se detuvo, dando a las mujeres la oportunidad de introducirse en otra conversación más.
Entonces, Lexa se dio media vuelta y se acercó rápidamente a Lentoveloz, tratando de hacer como si acabara de recordar algo. Sus seguidoras, procurando fingir naturalidad, tuvieron problemas para seguirla. Vacilaron, y Lexa ganó unos breves segundos de libertad.
Se inclinó hacia Lentoveloz al pasar.
—Necesito dos hombres —susurró—. De confianza. Que se reúnan conmigo en una parte de la fiesta que esté más apartada, un lugar donde la gente pueda sentarse a charlar.
—El patio —respondió Lentoveloz—. Sigue por el pasillo izquierdo, y luego sal.
—Bien —dijo Lexa—. Di a tus hombres que vayan allí, pero que esperen a que yo los aborde. Envía también un mensajero a Clarke. Hazle saber que necesito otra media hora.
Lentoveloz asintió ante tan críptico comentario, y Lexa sonrió mientras sus sombras se acercaban.
—Espero que te mejores pronto —disimuló ella, con una sonrisa de afecto.
—Gracias, querida —respondió Lentoveloz, tosiendo ligeramente.
Lexa se marchó de nuevo. Lentamente, se encaminó hacia la dirección que le había indicado Lentoveloz, la salida que había detectado anteriormente. En efecto, momentos más tarde notó la bruma. La bruma se desvanece dentro de los edificios, pensó. Todo el mundo asume que tiene que ver con el calor, o tal vez con la falta de corrientes de aire…
En unos segundos, se encontró en un patio jardín iluminado por faroles. Aunque habían colocado mesas para que la gente se relajara, el patio estaba casi vacío. Los sirvientes no se atrevían a salir con las bruma; y la mayoría de los nobles, por mucho que les costara admitirlo, las consideraban desconcertantes. Lexa se acercó a una ornada barandilla de metal, se apoyó contra ella, miró al cielo y sintió las brumas a su alrededor mientras acariciaba ociosamente su colgante. Pronto aparecieron sus dos sombras, charlando tranquilamente, y el estaño de Lexa le permitió oír que hablaban de lo repleta que estaba la otra sala. Lexa sonrió, manteniendo la postura mientras las dos mujeres se sentaban cerca, sin dejar de charlar. Después de eso, dos jóvenes entraron y se sentaron a otra mesa. No disimulaban tan bien como las mujeres, pero Lexa esperó que no fueran lo bastante sospechosos para llamar la atención.
Entonces, esperó.
La vida de ladrona (una vida pasada preparando golpes, espiando, y eligiendo con cuidado la oportunidad adecuada para robar un bolsillo) le había enseñado el arte de la paciencia. Era un atributo callejero que no había perdido. Permaneció de pie, contemplando el cielo, sin dar ninguna indicación de que pretendiera marcharse. Ahora, solo tenía que esperar la distracción.
No tendrías que haber confiado en ella para la distracción, susurró Lincoln en su mente. Fracasará. Nunca dejes que tu vida dependa de la competencia de alguien cuya vida no esté también en juego.
Era uno de los dichos favoritos de Lincoln. Ya no pensaba mucho en él, ni en nadie de su anterior vida. Aquella había sido una vida de pena y dolor. Un hermano que la golpeaba para mantenerla a salvo, una madre loca que inexplicablemente había asesinado a su hijita pequeña. Sin embargo, ahora aquella vida no era más que un leve eco. Sonrió para sí, divertida por el largo camino recorrido. Lincoln podría llamarla idiota, pero confiaba en Clarke: confiaba en que tendría éxito, le confiaba su propia vida. Eso era algo que nunca podría haber hecho durante sus primeros años. Al cabo de unos diez minutos, alguien salió de la fiesta y se acercó a la pareja de mujeres. Habló con ellas brevemente y luego regresó al salón. Otro hombre vino veinte minutos después, e hizo lo mismo. Era de esperar que las mujeres estuvieran transmitiendo la información deseada: que al parecer Lexa había decidido pasar un rato indeterminado fuera, contemplando las brumas. Los del interior no esperaban que regresara pronto. Unos instantes después de que el segundo mensajero regresara a la fiesta, un hombre salió corriendo y se acercó a una de las mesas.
—¡Tenéis que venir a oír esto! —susurró a la gente de la mesa, los únicos que había en el patio que no tenían nada que ver con Lexa. El grupo se marchó. Lexa sonrió.
La distracción de Clarke había llegado.
Lexa saltó al aire, y luego empujó contra la barandilla, lanzándose a través del patio. Las mujeres habían acabado por aburrirse, y charlaban ociosas entre sí. Tardaron unos instantes en advertir el movimiento de Lexa. En esos instantes, Lexa cruzó el patio ahora vacío, el vestido agitándose mientras volaba. Una de las mujeres abrió la boca para gritar. Lexa apagó sus metales, entonces quemó duralumín y latón, empujando las emociones de ambas mujeres. Había hecho esto antes solo una vez, a Jake Griffin. Un empujón de latón impulsado por duralumín era algo terrible: aplastaba las emociones de una persona haciendo que esta se sintiera vacía, completamente carente de todo sentimiento. Ambas mujeres boquearon, y la que estaba de pie se desplomó en el suelo, cayendo en silencio. Lexa aterrizó con fuerza, el peltre aún apagado para no mezclarlo con duralumín. Volvió a encenderlo al instante, mientras rodaba para ponerse en pie. Dio un codazo en el estómago a una de las mujeres, luego le agarró la cara y se la golpeó contra la mesa, dejándola inconsciente. La otra mujer estaba sentada en el suelo, aturdida. Lexa sonrió, luego la agarró por la garganta y apretó. Fue brutal, pero Lexa no cedió hasta que la mujer cayó inconsciente, algo demostrado por el hecho de que dejó caer su nube de cobre. Lexa suspiró profundamente al soltarla. La espía inconsciente se desplomó en el suelo. Lexa se volvió. Los jóvenes de Lentoveloz miraban ansiosos. Lexa les indicó que se acercaran.
—Ocultadlas en los matorrales —ordenó Lexa rápidamente—, y luego sentaos a la mesa. Si alguien pregunta por ellas, decid que las visteis seguirme de regreso a la fiesta. Esperemos que eso mantenga confundido a todo el mundo.
Los hombres se ruborizaron.
—Pero…
—Haced lo que os digo o marchaos —replicó Lexa—. No discutáis conmigo. Las dejé a ambas con vida, y no puedo permitir que informen de que he escapado a su vigilancia. Si se mueven, tendréis que dejarlas de nuevo inconscientes.
Los hombres asintieron, reacios.
Lexa se desabrochó el vestido, dejando que el atuendo cayera al suelo y revelando la estilizada ropa oscura que llevaba debajo. Entregó el vestido a los dos hombres para que también lo escondieran, y entonces entró en el edificio, lejos de la fiesta. En el interior del brumoso pasillo encontró una escalera, y la bajó. La distracción de Clarke estaba ahora en pleno apogeo. Era de esperar que no duraría mucho.
—Así es —dijo Clarke, mirando a Yomen de brazos cruzados—. Un duelo. ¿Por qué hacer que los ejércitos luchen por la ciudad? Tú y yo podríamos zanjarlo nosotros solos.
Yomen no se rio ante la ridícula idea. Simplemente permaneció sentado a su mesa, los ojos pensativos fijos en aquella cabeza calva y tatuada, la perla de atium atada a la frente que chispeaba a la luz de los faroles. El resto de la multitud reaccionaba como Clarke había esperado. Las conversaciones habían muerto, y la gente se había acercado, abarrotando el salón de baile para ver la confrontación entre la emperatriz y el rey.
—¿Por qué piensas que yo accedería a una cosa así? —preguntó por fin Yomen.
—Todos los informes dicen que eres un hombre de honor.
—Pero tú no —respondió Yomen, señalando a Clarke—. Este mismo ofrecimiento lo demuestra. Eres alomántica: no habría ni punto de comparación entre nosotros. ¿Qué honor habría en eso?
A Clarke eso le traía sin cuidado. Solo quería mantener a Yomen ocupado el mayor tiempo posible.
—Entonces elige a un campeón. Combatiré contra él.
—Solo un nacido de la bruma sería rival para ti —dijo Yomen.
—Entonces envíame uno.
—¡Ay!, no tengo ninguno. Gané mi reino con justicia, legalidad y la gracia del lord Legislador… no a través de amenazas de asesinato, como hiciste tú.
¿Ningún nacido de la bruma, dices?, pensó Clarke, sonriendo. ¿Así que tu «justicia, legalidad y gracia» no excluyen la mentira?
—¿Dejarías morir a tu gente? —preguntó Clarke en voz alta, haciendo un gesto con la mano que abarcaba toda la sala. Más y más gente se reunía para mirar—. ¿Todo por tu orgullo?
—¿Orgullo? —exclamó Yomen, inclinándose hacia delante—. ¿Llamas orgullo a defender tu propio gobierno? Yo llamo orgullo a marchar con tus ejércitos contra el reino de otro hombre, buscando intimidarlo con bárbaros monstruos.
—Monstruos que tu propio lord Legislador también creó y usó para intimidar y conquistar.
Yomen vaciló.
—Sí, el lord Legislador creó a los koloss —dijo—. Fue su prerrogativa decidir cómo se empleaban. Además, los mantuvo lejos de las ciudades civilizadas… Sin embargo, tú los has traído a nuestras mismas puertas.
—Sí, y no han atacado —contestó Clarke—. Porque puedo controlarlos como hacía el lord Legislador. ¿No te sugiere eso que he heredado su derecho a gobernar?
Yomen frunció el ceño, tal vez al advertir que los argumentos de Clarke no dejaban de cambiar, que decía lo que se le ocurría para mantener la discusión en marcha.
—Puede que tú no estés dispuesto a salvar esta ciudad —dijo Clarke—, pero hay otros que son más sabios. No creerás que he venido aquí sin aliados, ¿no?
Yomen vaciló de nuevo.
—Sí —afirmó Clarke, observando a la multitud—. No te enfrentas solo a mí, Yomen. Te enfrentas a tu propio pueblo. ¿Quiénes te traicionarán, llegado el momento? ¿Hasta qué punto puedes confiar en ellos?
Yomen bufó:
—Amenazas vanas, Griffin. ¿De qué va todo esto?
Sin embargo, Clarke notó que sus palabras molestaban a Yomen. El hombre no se fiaba de la nobleza local. Sería un necio si lo hiciera. Clarke sonrió, preparándose para su siguiente argumento. Podía mantener esta discusión durante un rato. Pues, si había una cosa en concreto que había aprendido al crecer en casa de su padre, era esta: cómo incordiar a la gente.
Tienes tu distracción, Lexa, pensó Clarke. Esperemos que puedas terminar la lucha por esta ciudad antes de que realmente comience.
