Ruina intentó muchas veces introducir clavos en otros miembros de la banda. Aunque parte de lo que pasó hace que para él pareciera fácil controlar a la gente, en realidad no fue así. Colocar el metal en el lugar adecuado, en el momento adecuado, resultaba increíblemente difícil, incluso para una criatura sutil como Ruina. Por ejemplo, intentó hacerlo muchas veces con Clarke y Yomen. Clarke consiguió evitarlo siempre, como en el campo que había ante la pequeña aldea, que contenía el penúltimo depósito de almacenamiento. Ruina sí que consiguió introducir un clavo en Yomen, una vez. Pero Yomen consiguió quitarse el clavo antes de que Ruina pudiera apoderarse de él. Era mucho más fácil para Ruina controlar a gente apasionada e impulsiva que a gente lógica con tendencia a sopesar sus acciones.
63
—Lo que no comprendo es por qué me elegiste a mí —dijo Lexa—. Tuviste mil años y cientos de miles de personas para escoger. ¿Por qué guiarme a mí hasta el Pozo de la Ascensión para que te liberara?
Estaba en su celda, sentada en su camastro, que ahora yacía sin patas en el suelo, pues se había desplomado después de quitarle los tornillos. Había pedido uno nuevo. La habían ignorado. Ruina se volvió hacia ella. Venía a menudo, con el cuerpo de Lincoln, comportándose aún con lo que Lexa solo podía interpretar como una especie de regodeo. Pero ignoró su pregunta, como solía hacer, y se volvió hacia el este, como si pudiera ver directamente a través de la pared de la celda.
—Ojalá pudieras verlo —dijo—. Las lluvias de ceniza se han vuelto hermosas y densas, como si el cielo mismo se hubiera quebrado y cayeran añicos de su cadáver en copos negros. ¿Sientes cómo tiembla el suelo?
Lexa no respondió.
—Esos terremotos son los estertores finales de la Tierra —añadió Ruina—. Como un viejo que gime mientras muere, llamando a sus hijos para poder pasarles sus últimos restos de sabiduría. El suelo mismo se hace añicos. El lord Legislador tuvo mucho que ver. Si quieres, puedes echarle a él la culpa.
Lexa se irguió. No atrajo la atención hacia sí misma haciendo más preguntas, sino que dejó hablar a Ruina. Una vez más, advirtió cuán humanos parecían algunos de sus gestos.
—Creyó que podría resolver los problemas él solo —continuó Ruina—. Me rechazó, ¿sabes?
Y eso sucedió hace exactamente mil años, pensó Lexa. Han pasado mil años desde que Josephine fracasó en su misión; mil años desde que Sheidheda tomó el poder para sí y se convirtió en el lord Legislador. Es parte de la respuesta a mi pregunta. El líquido que fluía en el Pozo de la Ascensión… se había agotado cuando terminé de liberar a Ruina. También debió de haber desaparecido después de que Sheidheda lo usara. Mil años. ¿El tiempo necesario para que el Pozo regenerara su poder? Pero ¿qué era ese poder? ¿De dónde venía?
—En realidad, el lord Legislador no salvó al mundo —prosiguió Ruina—. Tan solo retrasó su destrucción… y al hacerlo, me ayudó. Así es como debe ser siempre, tal como te dije. Cuando los hombres creen que están ayudando al mundo, suelen hacer más mal que bien. Igual que tú. Trataste de ayudar, pero acabaste liberándome.
Ruina la miró, y luego sonrió de manera paternal. Ella no reaccionó.
—Los montes de ceniza —continuó Ruina—, el paisaje moribundo, la gente rota… todo obra de Sheidheda. Retorcer a los hombres para convertirlos en koloss, kandra e inquisidores, todos suyos…
—Pero tú lo odiabas —repuso Lexa—. Él no te liberó, y por eso tuviste que esperar otros mil años.
—Cierto. Pero mil años no es mucho tiempo. Para nada. Además, no pude negarme a ayudar a Sheidheda. Ayudo a todo el mundo, pues mi poder es una herramienta: la única herramienta con la que se pueden cambiar las cosas.
Todo ha terminado, pensó Lexa. De verdad. No tengo tiempo para sentarme a esperar. Necesito hacer algo.
Lexa se levantó, haciendo que Ruina la mirase mientras ella se dirigía a la puerta de la celda.
—¡Guardias! —llamó. Su voz resonó en la cámara—. ¡Guardias!
Al cabo de un rato, oyó un golpe fuera.
—¿Qué? —exigió una voz ruda.
—Dile a Yomen que quiero negociar.
Se hizo una pausa.
—¿Negociar? —preguntó por fin el guardia.
—Sí —contestó Lexa—. Dile que tengo información que quiero darle.
No supo cómo interpretar la respuesta del guardia, ya que fue un simple silencio. Le pareció oír que se marchaba, pero sin estaño no podía estar segura. Sin embargo, poco después, el guardia regresó. Ruina la observó, curioso, mientras descorrían los cerrojos y abrían la puerta. El grupo de soldados de costumbre esperó fuera.
—¡Acompáñanos!
Cuando entró en la sala de audiencias de Yomen, la sorprendieron de inmediato las diferencias que encontró en él. Parecía mucho más demacrado que la última vez que se habían visto, como si hubiera pasado demasiado tiempo sin dormir.
Pero… es un nacido de la bruma, pensó Lexa, confundida. Eso significa que podría quemar peltre para borrar la fatiga de sus ojos. ¿Por qué no lo hace? A menos que… no pueda quemarlo. A menos que solo haya un metal disponible para él.
Siempre le habían enseñado que no existían brumosos de atium. Pero cada vez se daba más cuenta de que el lord Legislador perpetuaba un montón de desinformación para conservar el control y el poder. Lexa tenía que aprender a dejar de depender de que lo que le habían dicho era cierto, y concentrarse en los hechos a medida que los fuera encontrando. Yomen la siguió con la mirada cuando entró, rodeada de guardias. Lexa pudo leer la expectación en sus ojos; pero, como siempre, Yomen esperó a que ella actuara primero. Su costumbre parecía ser mantenerse muy cerca del peligro. Los guardias se apostaron en las puertas, dejándola sola en mitad de la sala.
—¿No hay grilletes? —preguntó.
—No —respondió Yomen—. No espero que estés aquí mucho tiempo. Los guardias me dicen que has ofrecido información.
—Así es.
—Bien —dijo Yomen, las manos unidas a la espalda—. Les dije que te trajeran a mí si sospechaban de un truco. Al parecer, no creyeron tus palabras respecto a un trato. Me pregunto por qué. —Arqueó una ceja hacia ella.
—Hazme una pregunta —dijo Lexa. A un lado, Ruina caminaba junto a la pared, moviéndose con paso ocioso, despreocupado.
—Muy bien. ¿Cómo controla Clarke a los koloss?
—Con alomancia —respondió Lexa—. La alomancia emocional, cuando se usa en un koloss, los pone bajo el control del alomántico.
—Me resulta difícil de creer —replicó Yomen llanamente—. Si fuera tan sencillo, alguien más lo habría descubierto.
—La mayoría de los alománticos son demasiado débiles para conseguirlo. Hay que usar un metal que amplíe tu poder.
—Ese metal no existe.
—¿Conoces el aluminio?
Yomen vaciló, pero Lexa pudo ver en sus ojos que sí lo conocía.
—El duralumín es la aleación alomántica del aluminio —continuó Lexa—. Mientras que el aluminio reduce el poder de otros metales, el duralumín los amplía. Mezcla duralumín con cinc o latón, y luego tira de las emociones de un koloss, y el koloss será tuyo.
Yomen no descartó sus palabras como mentira. Ruina, sin embargo, avanzó y rodeó a Lexa.
—Lexa, Lexa. ¿Cuál es ahora tu juego? —preguntó Ruina, divertido—. ¿Guiarlo con pequeñas pistas, y luego traicionarlo?
Al parecer, Yomen llegó a la misma conclusión.
—Tus datos son interesantes, emperatriz, pero completamente indemostrables en mi actual situación. Por tanto, son…
—Había cinco cavernas de almacenaje —interrumpió Lexa, avanzando un paso—. Encontramos las demás. Nos trajeron hasta aquí.
Yomen sacudió la cabeza.
—¿Y? ¿Por qué iba a importarme?
—Tu lord Legislador planeaba algo para esas cavernas… Se nota en la placa que dejó en esta. Dice que no encontró ningún modo de luchar contra lo que nos sucede en el mundo, pero ¿lo crees? Siento que tiene que haber más, una pista oculta en el texto de las cinco placas.
—¿Esperas que me crea que te importa lo que escribió el lord Legislador? —preguntó Yomen—. ¿Tú, su supuesta asesina?
—Él no me importa nada —admitió Lexa—. ¡Pero, Yomen, tienes que creer que me importa lo que le suceda a la gente del imperio! Si has reunido información sobre Clarke o sobre mí misma, sabes que eso es cierto.
—Tu Clarke es una mujer que tiene un concepto demasiado elevado de sí misma —observó Yomen—. Ha leído muchos libros, y asume que su aprendizaje la capacita para ser reina. Tú… sigo sin saber qué pensar de ti. —Sus ojos mostraron parte del odio que Lexa había visto durante su último encuentro—. Dices haber matado al lord Legislador. Sin embargo… no pudo haber muerto de verdad. De algún modo, eres parte de todo esto.
Ya está, pensó Lexa. Esa es mi entrada.
—Él quería que nos conociéramos —dijo Lexa. No se lo creía, pero Yomen sí que lo haría.
El rey obligador arqueó una ceja.
—¿No lo ves? —preguntó Lexa—. Clarke y yo descubrimos las otras cavernas de almacenaje, la primera bajo la propia Luthadel. Por eso vinimos aquí. Esta era la última de las cinco. El final del camino. Por algún motivo, el lord Legislador quería guiarnos hasta aquí. Hasta ti.
Yomen vaciló unos instantes. Al lado, Ruina hizo la mímica de un aplauso.
—¡Llama a Lellin! —ordenó Yomen, volviéndose hacia uno de sus soldados—. Dile que traiga sus mapas.
El soldado saludó y se marchó. Yomen se volvió hacia Lexa, todavía frunciendo el ceño.
—Esto no va a ser un intercambio. Me darás la información que te pida, y luego yo decidiré qué hacer con ella.
—Bien —contestó Lexa—. Pero tú mismo acabas de decir que estaba conectada con todo esto. Todo está conectado, Yomen. Las brumas, los koloss, tú, yo, las cavernas de almacenaje, la ceniza…
Él dio un leve respingo cuando ella mencionó la ceniza.
—La ceniza empeora, ¿no? —preguntó ella—. ¿Cae con más intensidad?
Yomen asintió.
—Siempre nos preocuparon las brumas —confesó Lexa—. Pero la ceniza es lo que va a matarnos. Bloqueará la luz del sol, enterrará nuestras ciudades, cubrirá nuestras calles, ahogará nuestros campos…
—El lord Legislador no permitirá que eso suceda.
—¿Y si está muerto de verdad?
Yomen la miró a los ojos:
—Entonces nos habrás condenado a todos.
Condenado… El lord Legislador había dicho algo parecido justo antes de que Lexa lo matara. Se estremeció, esperando en bochornoso silencio, sufriendo la mirada sonriente de Ruina hasta que un escriba entró en la sala, con varios mapas enrollados. Yomen cogió uno de los mapas, apartando al hombre. Lo desplegó sobre una mesa e indicó a Lexa que se acercara.
—¡Muéstramelo! —dijo, dando un paso atrás para mantenerse fuera de su alcance mientras ella se aproximaba.
Lexa cogió un trozo de carboncillo, y empezó a marcar los emplazamientos de las cavernas de almacenaje. Luthadel. Satren. Vetitan. Urteau. Los cinco que habían encontrado… todos cerca del Dominio Central: uno en el eje, y los otros cuatro formando un cuadrado a su alrededor. Ella puso una «X» final junto a Ciudad Fadrex. Entonces, con el carboncillo todavía entre los dedos, advirtió algo. Sí que hay un montón de minas alrededor de Fadrex en este mapa, pensó. Un montón de metal en la zona.
—¡Retírate! —ordenó Yomen.
Lexa se apartó. Él se acercó y estudió el mapa. Lexa guardó silencio, pensativa. Los escribas de Clarke nunca pudieron encontrar una pauta en los emplazamientos de los depósitos. Dos estaban en ciudades pequeñas, dos en grandes. Unos cerca de canales, otros no. Los escribas decían que no tenían suficientes datos para determinar pautas.
—Esto parece completamente aleatorio —dijo Yomen, reflejando sus propios pensamientos.
—Yo no inventé esos emplazamientos, Yomen —respondió ella, cruzándose de brazos—. Tus espías pueden confirmar adónde ha llevado Clarke sus ejércitos y enviado sus emisarios.
—No todos tenemos los recursos para poder mantener extensas redes de espionaje, emperatriz —repuso llanamente Yomen, mientras miraba de nuevo el mapa—. Tendría que haber alguna pauta…
Vetitan, pensó Lexa. El lugar donde encontramos la caverna anterior a esta. También era un pueblo minero. Igual que Urteau.
—Yomen, ¿alguno de estos mapas incluye depósitos minerales?
—Por supuesto —contestó él, distraído—. Después de todo, somos el Cantón de Recursos.
—¡Sácalo!
Yomen arqueó una ceja, expresando así lo que pensaba de que ella le diera órdenes. Sin embargo, indicó a su escriba que hiciera lo que le pedía. Un segundo mapa cubrió al primero, y Lexa dio un paso adelante. Yomen se retiró de inmediato, manteniéndose fuera de su alcance.
Tiene buenos instintos, para ser un burócrata, pensó ella, sacando el carboncillo de debajo del mapa. Hizo rápidamente de nuevo las cinco marcas. Con cada una de ellas, su mano se fue tensando más y más. Cada caverna se hallaba en una zona rocosa, próxima a minas de metal. Incluso Luthadel tenía ricos depósitos de mineral. Se decía que el lord Legislador había construido su capital en aquel lugar por el contenido mineral de la zona, sobre todo las aguas subterráneas. Eso era mejor para los alománticos.
—¿Qué intentas darme a entender? —preguntó Yomen. Se había acercado para ver qué marcaba.
—Esta es la conexión —dijo Lexa—. Construyó sus depósitos cerca de fuentes de metal.
—¡Oh!, eso es pura casualidad.
—No —dijo Lexa, alzando la cabeza y mirando a Ruina—. No, metal es igual a alomancia, Yomen. Aquí hay una pauta.
Yomen volvió a indicarle que se apartara, y se acercó al mapa. Bufó.
—Has incluido marcas cerca de las minas más productivas del interior del imperio. ¿Esperas que me crea que no estás jugando conmigo, ofreciendo una «prueba» fantasma de que son de verdad los emplazamientos de las cavernas de almacenaje?
Lexa lo ignoró. Metal. Las palabras de Gabriel estaban escritas en metal, porque decía que era seguro. Seguro. Asumimos que seguro para que no pudieran ser cambiadas. ¿O se refería a que no podían ser leídas?
El lord Legislador había dibujado sus mapas sobre placas de metal.
¿Y si Ruina no podía encontrar los depósitos por su cuenta a causa del metal que los protegía? Habría necesitado que alguien lo guiara. Alguien que visitara cada uno de los depósitos, leyera el mapa que contenía y luego lo llevara hasta…
¡Lord Legislador! ¡Hemos vuelto a cometer el mismo error! Hicimos exactamente lo que él quería. ¡No me extraña que nos haya dejado vivir!
Sin embargo, en vez de sentirse avergonzada, esta vez Lexa se irritó. Miró a Ruina, que estaba allí de pie con su aire de sabiduría cósmica. Sus ojos cómplices, su tono paternal y su arrogancia deífica.
Otra vez no, pensó Lexa, haciendo rechinar los dientes. Esta vez, le conozco el juego. Eso significa que puedo engañarlo. Pero… necesito saber por qué. ¿Por qué estaba tan interesado en los depósitos? ¿Qué es lo que necesita antes de vencer esta batalla? ¿Cuál es el motivo de que haya esperado tanto tiempo?
De repente, la respuesta le pareció obvia. Mientras examinaba sus pensamientos, advirtió que uno de sus principales motivos para buscar los depósitos había sido desacreditado varias veces por Clarke. Sin embargo, Lexa continuó con su búsqueda. No sabía explicar por qué, pero lo había considerado algo importante. Aquello que había impulsado la economía imperial durante mil años. El más poderoso de los metales alománticos.
El atium.
¿Por qué estaba tan entusiasmada con él? Clarke y Yomen tenían razón: el atium tenía poca importancia en el mundo actual. Sin embargo, sus sentimientos lo negaban. ¿Por qué? ¿Sería porque Ruina así lo quería, y Lexa tenía alguna conexión no explicada con el metal?
El lord Legislador había dicho que Ruina no podía leerle la mente. Pero Lexa sabía que él podía influir en sus emociones. Cambiar su manera de considerar las cosas, impelerla. Impulsarla a buscar lo que él quería. Analizando las emociones que se habían visto afectadas, pudo ver el plan de Ruina, la forma en que la había manipulado, su manera de pensar. ¡Ruina quería el atium! Y, con un escalofrío de terror, Lexa advirtió que la había traído justo hasta él.
¡Con razón se mostraba tan complacido antes! ¡No era de extrañar que diera por hecho que había vencido!
¿Por qué una fuerza cuasidivina estaría tan interesada en algo tan simple como un metal alomántico? Esa cuestión la hizo dudar levemente de sus conclusiones. Pero en ese momento las puertas de la cámara se abrieron de golpe. Y un inquisidor apareció tras ellas. De inmediato, Yomen y los soldados se postraron de rodillas. Lexa dio un involuntario paso hacia atrás. La criatura era alta, como la mayoría de su especie, y aún vestía las túnicas grises de su cargo anterior al Colapso. Tenía la cabeza calva arrugada con intrincados tatuajes, la mayoría negros y uno rojo. Naturalmente, también estaban los clavos de sus ojos. Uno de ellos estaba más enterrado en un ojo que en el otro, y aplastaba la cuenca en torno a la cabeza de metal. El rostro de la criatura, retorcido por una mueca inhumana, fue una vez familiar para Lexa.
—¿Allie? —susurró horrorizada.
—Mi señora —dijo Yomen, abriendo los brazos—. ¡Por fin has venido! Envié unos mensajeros a buscar…
—¡Silencio! —ordenó Allie con voz rechinante mientras avanzaba—. ¡De pie, obligador!
Yomen se incorporó rápidamente. Allie miró a Lexa y sonrió levemente, pero luego la ignoró. En cambio, miró directamente a Ruina e inclinó la cabeza en sometimiento. Lexa se estremeció. Los rasgos de Allie, retorcidos como estaban, le recordaban a su hermana. Raven.
—Estáis a punto de ser atacados, obligador —reveló Allie, continuando su marcha y abriendo una gran ventana al otro lado de la habitación. A través de ella, Lexa podía ver más allá de los salientes rocosos, hasta donde el ejército de Clarke acampaba junto al canal.
Solo que esta vez no había ningún canal. No había ningún saliente rocoso. Todo era de un negro uniforme. La ceniza llenaba el cielo, densa como una nevada.
¡Lord Legislador!, pensó Lexa. ¡Cuánto ha empeorado!
Yomen corrió a la ventana.
—¿Atacados, mi señora? ¡Pero si no han levantado el campamento!
—Los koloss atacarán por sorpresa —dijo el inquisidor—. No necesitan formar filas: simplemente, cargan.
Yomen vaciló un segundo, luego se volvió hacia sus soldados:
—Corred a las defensas. ¡Reunid a los hombres en los salientes más avanzados!
Los soldados salieron corriendo de la sala. Lexa permaneció en silencio. La mujer que yo conozco como Allie está muerta, pensó. Trató de matar a Gaia, y ahora es completamente uno de ellos. Ruina ha…
Ha tomado el control sobre ella…
Una idea empezó a cobrar forma en su mente.
—¡Rápido, obligador! —instó Allie—. No he venido a proteger a tu insignificante ciudad. He venido a por lo que descubriste en ese depósito.
—¿Mi señora? —preguntó Yomen, sorprendido.
—Tu atium, Yomen —dijo el inquisidor—. Dámelo. No puede estar en esta ciudad cuando se produzca el ataque, por si caes. Lo llevaré a un lugar seguro.
Lexa cerró los ojos.
—¿Mi… señora? —dijo Yomen por fin—. Puedes coger todo lo que poseo. Pero no había ningún atium en la caverna de almacenaje. Solo las siete perlas que yo mismo recogí, como reserva para el Cantón de Recursos.
Lexa abrió los ojos.
—¿Qué?
—¡Imposible! —rugió Allie—. ¡Pero si antes le dijiste a la muchacha que lo tenías!
Yomen palideció.
—Una estratagema, mi señora. Ella parecía convencida de que yo tenía cierta cantidad de atium, así que le dejé creer que tenía razón.
—¡NO!
Lexa dio un respingo ante el súbito grito. Yomen ni siquiera pestañeó, y un segundo más tarde ella comprendió por qué. Quien había gritado era Ruina. Se había vuelto confuso, y había perdido la forma de Lincoln; la figura estalló hacia fuera en una especie de tempestad de revuelta oscuridad. Casi como bruma, pero mucho mucho más negra. Lexa había visto esa negrura antes. La había atravesado, en la caverna bajo Luthadel, camino del Pozo de la Ascensión. Un segundo más tarde, Ruina regresó. Tenía otra vez el aspecto de Sheidheda. Se cruzó las manos a la espalda, y no la miró, como si intentara fingir que no había perdido el control. Sin embargo, en sus ojos vio frustración. Ira. Se apartó de él, para acercarse a Allie.
—¡Necio! —gritó Allie, apartándose de ella y dirigiéndose a Yomen—. ¡Idiota!
Maldición, pensó Lexa, molesta.
—Y yo… —dijo Yomen, confuso—. Mi señora, ¿por qué te preocupa el atium? No vale nada sin alománticos y políticos que paguen por él.
—¡Tú qué sabrás! —replicó Allie. Luego sonrió—: Pero estás condenado. Sí, realmente condenado…
Lexa observó que, en el exterior, el ejército de Clarke levantaba el campamento. Yomen regresó a la ventana, y Lexa también se acercó, aparentemente para ver mejor. Las fuerzas de Clarke se congregaban, hombres y koloss. Probablemente, habrían advertido las defensas de la ciudad y comprendido que habían perdido cualquier oportunidad de atacar por sorpresa.
—Va a saquear esta ciudad —dijo Ruina, situándose al lado de Lexa—. Tu Clarke es una buena sirvienta, niña. Una de los mejores. Deberías estar orgullosa de ella.
—Tantos koloss… —oyó susurrar a Yomen—. Mi señora, es imposible combatir contra tantos. Necesitamos tu ayuda.
—¿Por qué iba a ayudaros? —preguntó Allie—. ¿A ti, que no me entregas lo que necesito?
—Pero te he sido fiel —repuso Yomen—. Cuando todos los demás abandonaron al lord Legislador, yo he continuado sirviéndole.
—El lord Legislador está muerto —contestó Allie con una mueca de desprecio—. También era un servidor indigno.
Yomen palideció.
—Deja que esta ciudad arda ante la ira de cuarenta mil koloss —dijo Allie.
Cuarenta mil koloss, pensó Lexa. Clarke había encontrado más, en alguna parte.
Atacar parecía la acción lógica: por fin podría capturar la ciudad, quizá darle a ella la oportunidad de escapar en medio del caos. Muy lógico, muy inteligente. Y, sin embargo, de repente, Lexa estuvo segura de una cosa.
—Clarke no atacará —anunció.
Seis ojos (dos de acero, dos de carne y dos incorpóreos) se volvieron hacia ella.
—Clarke no soltará tantos koloss contra la ciudad. Está tratando de intimidarte, Yomen. Y deberías escuchar. ¿Prefieres seguir obedeciendo a esta criatura, esta inquisidora? Te desprecia. Quiere que mueras. Mejor únete a nosotras.
Yomen frunció el ceño.
—Podrías combatirlo conmigo —dijo Lexa—. Eres alomántico. Estos monstruos pueden ser derrotados.
Allie sonrió.
—¿Idealismo por tu parte, Lexa?
—¿Idealismo? —preguntó ella, mirando a la criatura—. ¿Te parece idealista creer que puedo matar a una inquisidora? Sabes que lo he hecho antes.
Allie agitó una mano.
—No estoy hablando de tus necias amenazas. Estoy hablando de ella. —Señaló al ejército de fuera—. Tu Clarke pertenece a Ruina, igual que yo… igual que tú. Todos nos resistimos, pero todos acabamos por inclinarnos ante él tarde o temprano. Solo entonces comprendemos la belleza que hay en la destrucción.
—Tu dios no controla a Clarke —dijo Lexa—. Sigue intentando sostener que lo hace, pero eso solo lo convierte en mentiroso. O, tal vez, en un idealista.
Yomen observaba, confuso.
—¿Y si ataca? —preguntó Allie con voz baja y ansiosa—. ¿Qué significaría eso, Lexa? ¿Y si envía a sus koloss contra esta ciudad en un frenesí de sangre, los envía para que masacren y maten, para poder conseguir lo que ella cree que tanto necesita? El atium y el alimento no pudieron hacerle venir… pero ¿tú? ¿Cómo te haría sentir eso? Mataste por ella. ¿Qué te hace creer que Clarke no hará lo mismo por ti?
Lexa cerró los ojos. Recordó su ataque a la torre de Cett. Recordó las muertes al azar, con Costia a su lado. Recordó el fuego, y la muerte, y a un alomántico suelto. Nunca había vuelto a matar así. Abrió los ojos. ¿Por qué no atacaría Clarke? Atacar tenía todo el sentido del mundo. Sabía que podía tomar la ciudad fácilmente. Sin embargo, también sabía que tenía problemas para controlar a los koloss cuando alcanzaban un frenesí demasiado grande…
—Clarke no atacará —aseguró tranquilamente—. Porque es mejor persona que yo.
