En aquellos momentos en que el lord Legislador tenía el poder del Pozo y sentía que lo iba perdiendo, comprendió muchas cosas. Vio el poder de la feruquimia, y lo temió. Sabía que mucha gente de Terris lo rechazaría como Héroe, pues no cumplía bien sus profecías. Lo verían como un usurpador que mató al Héroe por ellos enviado. Cosa que era, sin duda. Creo que, a lo largo de los años, Ruina lo retorció sutilmente y le hizo infligir cosas terribles a su propio pueblo. Pero sospecho que al principio su decisión contra ellos fue motivada más por la lógica que por la emoción. Estaba a punto de desvelar un gran poder en los nacidos de la bruma. Supongo que podría haber mantenido la alomancia en secreto y utilizado a los feruquimistas como sus principales guerreros y asesinos. No obstante, creo que fue sabio en su decisión. Con sus prodigiosas memorias, habrían sido difíciles de controlar a lo largo de los siglos. De hecho, eran difíciles de controlar, aunque los neutralizara. La alomancia no solo proporcionó una espectacular habilidad nueva sin ese contratiempo: también ofreció un poder místico que él podía emplear para sobornar a los reyes y ponerlos de su parte.
65
Clarke contemplaba sus tropas desde lo alto de un pequeño macizo rocoso. Abajo, los koloss avanzaban, abriendo un camino en la ceniza para que los humanos lo utilizaran después de su ataque inicial. Clarke esperaba. Bellamy lo acompañaba, unos pocos metros más abajo.
Visto de blanco, pensó Clarke. El color de la pureza. Intento representar lo que es bueno y justo. Para mis hombres.
—Los koloss no deberían tener problemas con esas fortificaciones —dijo Bellamy en voz baja—. Si pueden saltar hasta lo alto de los muros de la ciudad, podrán escalar esos acantilados de piedra.
Clarke asintió. Probablemente los soldados humanos no tendrían que atacar. Solo con sus koloss, Clarke tenía la superioridad numérica, y era muy poco probable que los soldados de Yomen hubieran combatido antes a estas criaturas. Los koloss sentían la lucha. Notaba cómo se iban excitando. Se debatían contra ella, deseosos de atacar.
—Bellamy —dijo Clarke, bajando la cabeza—, ¿hacemos bien?
Bellamy se encogió de hombros.
—Este movimiento tiene sentido, Clarke —contestó, frotándose la barbilla—. Atacar es nuestra única posibilidad real de salvar a Lexa. Y no podemos mantener el asedio… ya no.
Bellamy se detuvo, luego sacudió la cabeza, y su tono de voz adoptó aquella inseguridad que mostraba siempre que consideraba uno de sus problemas lógicos.
—Sin embargo, soltar a un grupo de koloss contra una ciudad parece inmoral. Me pregunto si podrás controlarlos cuando se vuelvan completamente salvajes. ¿Salvar a Lexa merece la posibilidad de matar aunque sea a un solo niño inocente? No lo sé. Pero, claro, tal vez salvemos a más niños trayéndolos a nuestro imperio…
No tendría que haberme molestado en preguntarle a Bellamy, pensó Clarke. Nunca ha podido dar una respuesta directa. Contempló el terreno, los koloss azules sobre una llanura negra. Con estaño, pudo ver a los hombres que se agazapaban en lo alto de los riscos de Ciudad Fadrex.
—¡No! —exclamó Bellamy.
Clarke miró al violento.
—¡No! —repitió Bellamy—. No deberíamos atacar.
—¿Bellamy? —dijo Clarke, sintiendo una diversión surrealista—. ¿Has llegado de verdad a una conclusión?
Bellamy asintió.
—Sí.
No ofreció ninguna explicación ni razonamiento. Clarke alzó la cabeza. ¿Qué haría Lexa? Su primer instinto fue pensar que atacaría.
Pero entonces recordó cuando la encontró años antes, después de atacar la torre de Cett. Estaba encogida en un rincón, llorando.
No, pensó. No, ella no haría esto. No para protegerme a mí. Ha aprendido lo contrario.
—¡Bellamy! —gritó, sorprendiéndose a sí misma—. Di a los hombres que se retiren y levanten el campamento. Regresamos a Luthadel.
Bellamy se volvió para mirarla, sorprendido, como si no hubiera esperado que Clarke llegara a su misma conclusión.
—¿Y Lexa?
—No voy a atacar esta ciudad, Bellamy. No conquistaré a esta gente, aunque sea por su propio bien. Encontraremos otro modo de liberar a Lexa.
Bellamy sonrió.
—Cett va a ponerse furioso.
Clarke se encogió de hombros.
—Es parapléjico. ¿Qué va a hacernos? ¿Mordernos? Venga, bajemos de esta roca y vayamos a encargarnos de Luthadel.
—Se están retirando, mi señor —dijo el soldado.
Lexa suspiró aliviada. Ruina permaneció en silencio, su expresión ilegible, las manos a la espalda. Allie, con una mano como una garra sobre el hombro de Yomen, miraba por la ventana.
Ruina trajo a una inquisidora, pensó Lexa. Debe de haberse cansado de mis esfuerzos por arrancarle la verdad a Yomen, y en cambio ha enviado a alguien a quien el obligador obedecerá.
—Esto es muy extraño —dijo Ruina por fin.
Lexa tomó aliento, y luego decidió arriesgarse.
—¿Lo ves? —preguntó tranquilamente.
Ruina se volvió hacia él.
Ella sonrió.
—No lo comprendes, ¿verdad?
Esta vez, Allie también se giró.
—¿Crees que no me di cuenta? —preguntó Lexa—. ¿Crees que no sabía que ibas tras el atium durante todo el tiempo? ¿Que nos seguías de caverna en caverna, empujando mis emociones, obligándome a buscarlo para ti? ¡Eras tan obvio! Tus koloss siempre se acercaban a una ciudad solo después de que hubiéramos descubierto que era la siguiente en la lista. Nos amenazabas, nos hacías actuar más rápido, pero nunca hacías que tus koloss llegaran lo bastante rápido. Siempre lo supimos.
—Imposible —susurró Ruina.
—No. Bastante posible. El atium es metal, Ruina. No puedes verlo. Tu visión se nubla cuando hay demasiado cerca, ¿no es así? El metal es tu poder; lo usas para crear inquisidores, pero para ti es como la luz: cegador. Nunca veías cuando descubrimos el atium. Solo seguías con nuestro ardid.
Allie soltó a Yomen, y luego cruzó la habitación y agarró a Lexa por los brazos.
—¿DÓNDE ESTÁ? —exigió la inquisidora, levantándola, sacudiéndola.
Ella se echó a reír, distrayéndolo, mientras con cuidado echaba mano de su cinturón. Sin embargo, Allie la sacudió demasiado, y sus dedos no lograron encontrar el objetivo.
—Me vas a decir dónde está el atium, niña —dijo Ruina tranquilamente—. ¿No he explicado esto? No se puede luchar contra mí. Tal vez te consideres lista, pero en realidad no lo comprendes. Ni siquiera sabes qué es ese atium.
Lexa negó con la cabeza.
—¿Crees que te guiaría hasta él?
Allie volvió a sacudirla, haciendo que sus dientes castañearan. Cuando se detuvo, la visión de Lexa se nubló. A un lado, apenas pudo distinguir a Yomen, que los observaba con el ceño fruncido.
—Yomen —dijo—. Ahora tu pueblo está a salvo… ¿No ves aún que Clarke es una buena mujer?
Allie la arrojó a un lado. Golpeó con fuerza el suelo, rodó.
—¡Ay, niña! —exclamó Ruina, arrodillándose junto a ella—. ¿He de demostrar que no puedes conmigo?
—¡Yomen! —gritó Allie, volviéndose—. Prepara a tus hombres. ¡Quiero que ordenes un ataque!
—¿Qué? —exclamó Yomen—. Mi señora, ¿un ataque?
—Sí —contestó Allie—. Quiero que cojas a todos tus soldados y les hagas atacar la posición de Clarke Griffin.
Yomen palideció.
—¿Abandonar nuestras fortificaciones? ¿Atacar a un ejército de koloss?
—Esa es mi orden.
Yomen permaneció en silencio un momento.
—Yomen… —dijo Lexa, arrastrándose de rodillas—. ¿No ves que te está manipulando?
Yomen no respondió. Parecía preocupado. ¿Qué le haría considerar siquiera una orden como esa?
—¿Lo ves? —susurró Ruina—. ¿Ves mi poder? ¿Ves cómo manipulo incluso su fe?
—¡Dad la orden! —exclamó Yomen, volviéndose hacia sus capitanes—. Que los hombres ataquen. Decidles que el lord Legislador los protegerá.
—Bueno —dijo Bellamy, que se hallaba junto a Clarke en el campamento—. No me esperaba eso.
Clarke asintió lentamente, contemplando cómo la marea de hombres salía por las puertas de Fadrex. Algunos tropezaban en la densa ceniza; otros avanzaban, su ataque reducido a un lento avance.
—Algunos han quedado atrás. —Clarke señaló a lo alto de la muralla. Como no tenía estaño, Bellamy no podía ver a los hombres que la ocupaban, pero confiaba en las palabras de Clarke. A su alrededor, los soldados humanos de la emperatriz levantaban el campamento. Los koloss aún esperaban en silencio en sus posiciones, rodeando el campamento.
—¿En qué está pensando Yomen? —preguntó Bellamy—. ¿Lanza una fuerza inferior contra un ejército de koloss?
Como hicimos nosotros cuando atacamos el campamento koloss allá en Vetitan.
Había algo en aquello que hacía que Clarke se sintiera muy incómoda.
—Retirada —dijo Clarke.
—¿Eh?
—¡He dicho que toques a retirada! —gritó Clarke—. Abandona la posición. ¡Retira a los soldados!
Tras su orden silenciosa, los koloss empezaron a alejarse de la ciudad. Los soldados de Yomen seguían abriéndose paso entre la ceniza. Los koloss de Clarke, sin embargo, despejarían el camino para sus hombres. Deberían poder mantener la ventaja.
—Es la retirada más extraña que he visto jamás —advirtió Bellamy, pero se dispuso a dar las órdenes.
Se acabó, pensó Clarke, molesta. Es hora de averiguar qué demonios está pasando en esa ciudad.
Yomen sollozaba. Eran lágrimas diminutas y silenciosas. Permanecía erguido, sin mirar hacia la ventana.
Teme haber enviado a sus hombres a la muerte, pensó Lexa. Se acercó a él, cojeando levemente tras el golpe contra el suelo. Allie miraba por la ventana. Ruina la observó con curiosidad.
—Yomen —dijo.
Yomen se volvió hacia ella.
—Es una prueba —dijo—. Los inquisidores son los sacerdotes más sagrados del lord Legislador. Haré lo que se me ordena, y el lord Legislador protegerá a mis hombres y a esta ciudad. Entonces verás.
Lexa apretó los dientes. Luego dio media vuelta y se obligó a acercarse a Allie. Miró por la ventana, y le sorprendió ver que el ejército de Clarke se alejaba de los soldados de Yomen, que no corrían con mucha convicción. Obviamente, se contentaban con dejar que su enemigo superior huyera ante ellos. El sol por fin se ponía. Allie no parecía encontrar divertida la retirada de Clarke. Eso bastó para hacer sonreír a Lexa, cosa que hizo que la inquisidora volviera a agarrarla.
—¿Te crees que has ganado? —preguntó Allie, inclinándose, sus clavos irregulares colgando ante la cara de Lexa.
Ella echó mano de su cinturón. Solo un poco más…
—Presumes de haber estado jugando conmigo, niña —dijo Ruina, acercándose a ella—. Pero soy yo el que ha estado jugando contigo. Los koloss que te sirven reciben su fuerza de mi poder. ¿Crees que permitiría que los controlaras, si no fuera en beneficio propio?
Lexa sintió un escalofrío.
¡Oh, no…!
Clarke notó una terrible sensación de desgarro. Fue como si parte de sus entrañas hubieran sido arrancadas de pronto. Gimió, soltando su empujón de acero. Cayó a través del cielo lleno de ceniza, y aterrizó de mala manera en un saliente rocoso ante Ciudad Fadrex. Jadeó, respirando entrecortadamente, temblando.
¿Qué demonios ha sido eso?, pensó, incorporándose, llevándose las manos a la cabeza.
Y entonces se dio cuenta. Ya no sentía a los koloss. En la distancia, las enormes criaturas azules dejaron de correr. Para horror de Clarke, se dieron la vuelta.
Y empezaron a atacar a sus hombres.
Allie la agarró.
—¡La hemalurgia es su poder, Lexa! —exclamó—. ¡El lord Legislador lo utilizó sin saberlo! ¡El muy idiota! ¡Cada vez que construía un inquisidor o un koloss, creaba otro sirviente para su enemigo! ¡Ruina esperó con paciencia, sabiendo que cuando finalmente se liberara, tendría un ejército entero esperándolo!
Yomen miraba por otra ventana, jadeando en silencio.
—¡Enviaste a mis hombres! —dijo la obligadora—. ¡Los koloss se han vuelto para atacar a su propio ejército!
—Después irán a por tus hombres, Yomen —repuso Lexa, aturdida—. Y destruirán tu ciudad.
—Es el fin —susurró Ruina—. Todo tiene que encajar en su sitio. ¿Dónde está el atium? Esa es la última pieza.
Allie la sacudió. Lexa por fin consiguió alcanzar el cinturón, y metió dentro los dedos. Dedos entrenados por su hermano, y por toda una vida en la calle.
Los dedos de una ladrona.
—No puedes engañarme, Lexa —se regodeó Ruina—. Soy Dios.
Allie alzó una mano, soltando su brazo, y alzó un puño como para golpearla. Se movía de forma poderosa, obviamente quemando peltre en su interior. Era alomántico, como todos los inquisidores. Lo cual significaba que guardaba metales en su persona. Lexa alzó la mano y apuró el frasquito de metales que le había robado del cinturón.
Allie vaciló, y Ruina guardó silencio.
Lexa sonrió.
El peltre se avivó en su estómago, devolviéndola a la vida. Allie se dispuso a completar su golpe, pero ella se apartó, y entonces le hizo perder el equilibrio tirando de su otro brazo, con el que aún la sujetaba. Allie resistió, a duras penas, pero cuando se volvió para enfrentarse a Lexa, le encontró sosteniendo su pendiente en una mano. Y le dio un empujón de duralumín directamente contra la frente. Era un trozo de metal diminuto, pero le arrancó una gota de sangre al golpearla, le atravesó la cabeza y salió por el otro lado. Allie se desplomó, y Lexa cayó de espaldas por su propio empujón. Chocó contra la pared, haciendo que los soldados se dispersaran y gritaran, alzando sus armas.
Yomen se volvió hacia ella, sorprendido.
—¡Yomen! ¡Trae a tus hombres de regreso! ¡Fortifica la ciudad!
Ruina había desaparecido en el caos de su escapada. Tal vez estaba fuera supervisando el control de los koloss.
Yomen parecía indeciso.
—Yo… No. No perderé la fe. Debo ser fuerte.
Lexa apretó los dientes y se puso en pie. Casi tan frustrante como Clarke en ocasiones, pensó, mientras se acercaba al cuerpo de Allie. Rebuscó en su cinturón, y sacó el segundo y último frasquito que tenía allí guardado. Lo apuró, restaurando los metales que había perdido con el duralumín.
Saltó al alféizar de la ventana. La niebla revoloteó a su alrededor: el sol seguía brillando en el exterior, pero las brumas llegaban cada vez más pronto. Vio las fuerzas de Clarke asediadas por los koloss a un lado; los soldados de Yomen sin atacar, pero bloqueando la retirada, al otro. Se dispuso a saltar y unirse a la lucha, y entonces advirtió algo. Un pequeño grupo de koloss. Un millar, lo bastante pequeño para haber sido ignorado por las fuerzas de Clarke y las de Yomen. Incluso Ruina parecía no haberles prestado atención, pues simplemente estaban allí de pie, parcialmente enterrados en la ceniza, como una colección de piedras silenciosas. Los koloss de Lexa. Los que Clarke le había dado, con Humano a la cabeza. Con una sonrisa taimada, les ordenó avanzar. Y atacar a los hombres de Yomen.
—Te lo estoy diciendo, Yomen. —Lexa saltó del alféizar y regresó a la habitación—. A esos koloss no les importa de qué bando están los humanos: matarán a quien sea. Los inquisidores se han vuelto locos ahora que el lord Legislador está muerto. ¿No prestaste atención a lo que este dijo?
Yomen parecía pensativo.
—Incluso admitió que el lord Legislador estaba muerto, Yomen —dijo Lexa, exasperada—. Tu fe es encomiable. ¡Pero a veces hay que saber cuándo hay que dejarlo y pasar a otra cosa!
Uno de los capitanes gritó algo, y Yomen se volvió hacia la ventana. Maldijo. Inmediatamente, Lexa sintió algo. Algo que tiraba de sus koloss. Gritó cuando los arrancaron de su control, pero el daño ya estaba hecho. Yomen parecía preocupado. Había visto a los koloss atacar a sus soldados. Miró a Lexa a los ojos, silencioso durante un instante.
—¡Retiraos a la ciudad! —gritó por fin, volviéndose hacia sus mensajeros—. ¡Y ordenad a los hombres que permitan que los soldados de Griffin se refugien dentro también!
Lexa suspiró aliviada. Y entonces algo la agarró de la pierna. Vio con sorpresa cómo Allie se ponía de rodillas. Le había atravesado el cerebro, pero los sorprendentes poderes curativos de la inquisidora parecían capaces de soportar incluso eso.
—¡Idiota! —dijo Allie, poniéndose en pie—. Aunque Yomen se vuelva contra mí, puedo matarlo, y sus soldados me seguirán. Les ha dado fe en el lord Legislador, y yo detento esa fe por derecho de herencia.
Lexa inspiró profundamente, y golpeó a Allie aplacándola con duralumín. Si funcionaba con los koloss y los kandra, ¿por qué no con los inquisidores?
Empujó, empujó con todo lo que tenía. En un estallido de poder, estuvo a punto de controlar el cuerpo de Allie, pero no lo consiguió del todo. La muralla de su mente era demasiado fuerte, y ella solo tenía un frasco para usar. La pared la repelió.
Gritó de frustración.
Allie extendió una mano, gruñendo, y la agarró por el cuello. Lexa jadeó, abriendo mucho los ojos mientras Allie empezaba a crecer de tamaño. Se hacía más fuerte, como…
Un feruquimista, advirtió. Tengo graves problemas.
La gente de la sala gritaba, pero ella no podía oírlos. La mano de Allie, ahora grande y carnosa, le agarró la garganta, estrangulándola. Solo el peltre avivado la mantenía con vida. Recordó aquel día, muchos años atrás, en que estuvo en manos de otro inquisidor. En la sala del trono del lord Legislador. Aquel día, la propia Allie le había salvado la vida. Parecía una retorcida ironía que tuviera que debatirse ahora contra su estrangulamiento.
No. Todavía no.
Las brumas empezaron a girar a su alrededor.
Allie se sobresaltó, pero continuó apretando.
Lexa recurrió a las brumas.
Sucedió de nuevo. No supo cómo, ni por qué, pero sucedió. Inspiró las brumas en su cuerpo, como había hecho aquel remoto día en que había matado al lord Legislador. De algún modo, las atrajo hacia sí y las usó para insuflar su cuerpo con una increíble vaharada de poder alomántico.
Y, con ese poder, empujó las emociones de Allie.
La muralla se resquebrajó en su interior, luego estalló. Por un momento, Lexa experimentó una sensación de vértigo. Vio las cosas a través de los ojos de Allie; de hecho, le pareció comprenderla. Su amor por la destrucción y su odio hacia sí misma. Y a través de ella vio un atisbo de algo. Un ser odioso y destructivo que se ocultaba bajo una máscara de civismo.
Ruina no era lo mismo que las brumas.
Allie gritó, soltándola. Su extraño estallido de poder se disipó, pero no importaba, porque Allie saltó por la ventana y se impulsó a través de las brumas.
Lexa se levantó, tosiendo.
Lo hice. Recurrí de nuevo a las brumas. Pero ¿por qué ahora? ¿Por qué, después de tanto intentarlo, sucedió ahora?
No había tiempo para pensar en eso, no con los koloss al ataque. Se volvió hacia el aturdido Yomen.
—¡Continuad la retirada hacia la ciudad! —dijo—. Voy a ayudar.
Clarke luchaba a la desesperada, abatiendo a un koloss tras otro. Era un trabajo difícil y peligroso, incluso para ella. Estos koloss no podían ser controlados: no importaba cuánto empujara o tirara de sus emociones, no podía recuperar a ninguno bajo su poder. Solo podía luchar. Y sus hombres no estaban preparados para la batalla: los había forzado a abandonar el campamento demasiado rápido. Un koloss atacó, y su espada pasó silbando peligrosamente cerca de la cabeza de Clarke. Maldijo, lanzó una moneda, y se empujó hacia atrás por el aire, sobre sus combatientes y de vuelta al campamento. Habían conseguido retirarse a la posición de su fortificación original, lo que significaba que tenían una pequeña colina para defenderse y no tenían que luchar en la ceniza. Un grupo de lanzamonedas (solo tenía diez) disparaba oleada tras oleada de monedas hacia el grueso de los koloss, y los arqueros lanzaban andanadas similares. La línea principal de soldados era apoyada por los atraedores desde atrás, que tiraban de las armas de los koloss para desequilibrarlos, dando a sus compañeros la oportunidad de intervenir. Los violentos corrían por el perímetro en grupos de dos o tres, localizando puntos débiles y actuando como reservas. Aun así, tenían serios problemas. El ejército de Clarke no podía resistir contra tantos koloss mucho más de lo que podría haberlo hecho el de Yomen. Clarke aterrizó en mitad del campamento a medio levantar, respirando entrecortadamente, cubierta con sangre koloss. Los hombres gritaban sin dejar de luchar, manteniendo el perímetro del campamento con la ayuda de los alománticos de Clarke. El grueso del ejército koloss estaba aún contenido en la sección norte del campamento, pero Clarke no podía retirar a sus hombres hacia Fadrex sin exponerlos a los arqueros de Yomen. Trató de recuperar el resuello mientras un sirviente le traía un vaso de agua. Cett estaba sentado cerca, dirigiendo las tácticas de la batalla. Clarke arrojó al suelo el vaso vacío y se acercó al general, que tenía sobre una mesa un mapa de la zona, pero sin marcas. Los koloss estaban tan cerca, y la batalla apenas a unos metros de distancia, que no era realmente necesario llevar un mapa abstracto.
—Nunca me gustó tener a esos bichos en el ejército —dijo Cett mientras bebía también un vaso de agua.
Un sirviente se acercó, guiando a un cirujano que sacó un vendaje para empezar a atender el brazo de Clarke. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que estaba sangrando.
—¡Bueno, al menos moriremos en batalla, y no de hambre! —exclamó Cett.
Clarke hizo una mueca y volvió a coger su espada. El cielo estaba casi oscuro. No tenían mucho tiempo antes…
Una figura aterrizó en la mesa ante Cett.
—¡Clarke! —dijo Lexa—. Retiraos hacia la ciudad. Yomen os dejará entrar.
Clarke se sobresaltó.
—¡Lexa! —sonrió—. ¿Por qué has tardado tanto?
—Me entretuvieron una inquisidora y un dios oscuro —contestó—. Ahora, daos prisa. Iré a ver si puedo distraer a algunos de esos koloss.
