Varias cabezas yacían en el suelo, todos cuerpos esparcido por toda la cabaña abandonada. Los quejidos del dolor eran apenas audibles. Una katana brillo de sangre, hambriento de justicia, todo ojo seria pagado por otro ojo, todo diente será el sacrificio de otro diente.
Toda oscuridad contra la corrupta oscuridad.
Ojos ardientes, enojados contemplaron sus propios asesinatos, criminales masacrados bajo el filo de su espada, todos violadores pederastas despedazados sin compasión, la balanza de la justicia ciega ha sido rota por un humano.
Uzumaki Boruto ha matado criminales durante cincos días sin detenerse, nada lo freno, ni los propios dioses, quienes lo veían como una amenaza primordial.
La noche había llegado. El resplandor de la luna ilumino todo el bosque.
Temis, la titán de la justicia había hecho presencia, observando con una sonrisa triste al muchacho que con su oscuridad erradicaba a otro mal. Sus ojos vendados desprendieron un brillo tan blanco que cegaría a cualquiera que lo viese por accidente.
Antes de desvanecerse, dijo:
—Pobre niño… tanta carga, tanto odio en su ser, muchos crímenes se encuentran en tus manos…. Un justiciero amoral que comete males contra la maldad con tal de erradicarlo, sabiendo las consecuencias…. Es de admirar…
El cabelludo rubio estaba teñido de escarlata, sangres de sus víctimas que han tenido la mala suerte de encontrarse al shinobi de la muerte. Caminaba en la cabaña, pasando por encima de los cadáveres e ignorándolos como si de juguetes se tratasen.
Artemisa veía de lejos, observando sus acciones. No podía creer esa maldad que tenía su esencia, habrá el bien, pero sus acciones eran cuestionables moralmente incluso para los dioses, tantos criminales cayeron bajo su mirada.
Vio como el humano se marchó despreocupado, no estaba afectado, no sonreía. Era frio como el hielo, una máquina de matar, todo por un pasado oculto. El niño que poseía dentro era una leve chispa, esas alegrías habían sido apagado por tantas cosas….
La muerte de sus amigos….
De su familia….
De absolutamente todo….
Se había convertido en un Ronin. No había un líder que lo guiara, ni un maestro que legara sus enseñanzas y mitigase el dolor abrumador que se encontraba en su corazón.
Era una herramienta rota. Un shinobi roto.
Por unos segundos, su visión se nublo. Una figura espectral pudo captar a través de esos ojos especiales que sus gentes llamaron "Dojutsu".
Uchiha Sasuke emergió de las sombras, sus ojos brillaron de color sangre y unos extraños patrones eran visibles.
—Te ves cansado, Boruto—dijo- tienes una carga demasiada pesada en tus hombros.
Se acercó, su rostro era impasible tal como en sus días que vivió. Acaricio el cabelludo del discípulo, una sonrisa cargada de arrepentimiento se imploró en Boruto.
Sasuke toco la frente del niño que alguna vez sonrió.
—Lo que siguen el de la venganza no terminan bien. Te hará pedazos e incluso si te vengas, lo único que queda es nada: el vacío. - lego la enseñanza de Kakashi, y continuo- lo sé, debes dejar el pasado, porque somos ninjas. Todo es pasado, y el presente será presente.
El Uzumaki tan solo escucho, no sabía quién le hablaba, había olvidado las voces de quienes conoció, hasta sus rostros no eran nada más que figuras borrosas.
—¿Quién eres?...
Fue la primera pregunta del joven.
—Ya lo sabes, ya sabes quién soy…- entrego la respuesta, Sasuke.
Su figura espectral se disolvió en rebanadas de cuervos que volaron violentamente hacia el cielo. Boruto, no pudo evitar sorprenderse, reconoció la técnica, pero de… ¿quién era?
Su cabello dorado ondeo como si de flamas se tratasen. Miro el horizonte, las estrellas se estaba percibiendo poco a poco, la noche estaba llegando. Era hora de encontrarse con los niños, estaban en peligros.
Hoy la justicia haría aparición.
Ares pagaría sus pecados.
La guerra ha iniciado.
Un shinobi criado en la paz, y luego ingreso una cruda guerra. Un hombre cuyos padres son dioses, nacido para la guerra y en guerra. Dos enemigos tan diferentes se enfrentarían. Oscuridad contra locura, justicia contra nihilismo.
La noche finalmente llego.
—Percy-dijo Annabeth-. Siento lo de tu madre.
Percy fingió ignorarlo. Sabía que se echaría a llorar como un niño, si hablaba.
La profecía tenía razón -añadío-. «Irás al oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado.» Pero no era Hades. Hades no deseaba una guerra entre los Tres Grandes. Alguien más ha planeado el robo. Alguien ha robado el rayo maestro de Zeus y el yelmo de Hades, y me ha cargado a mí el mochuelo por ser hijo de Poseidón. Le echarán la culpa a Poseidón por ambas partes. Al atardecer de hoy, habrá una guerra en tres frentes. Y la habré provocado yo.
Grover meneó la cabeza, alucinado.
Luego preguntó:
— ¿Quién podría ser tan malvado? ¿Quién desearía una guerra tan letal?
—Veamos, déjame pensar- dijo Percy mirando alrededor.
Y ahí estaba, esperándolos, enfundado en el guardapolvo de cuero negro y las gafas del sol, un bate de béisbol de aluminio apoyado en el hombro. La moto rugía a su lado, y el faro volvía rojiza la arena.
—Eh, mocoso- llamo Ares, casi tan complacido de verlo-. Deberías estar muerto.
—Me has engañado. Has robado el yelmo y el rayo maestro.
Ares sonrió.
—Bueno, no los he robado personalmente. ¿Dioses tocando símbolos de otros dioses? ¿Sabes lo loco que suena? -su sonrisa se tornó retorcida-. De eso nada. Pero tú no eres el único héroe en el mundo que se dedica a los recaditos estúpidos.
—¿A quién utilizaste? ¿A Clarisse?
La idea divirtió a Ares.
—No importara de todos modos, morirás aquí. Sin entregar el rayo. - rio con malicia-. Veras, tenías que haber muerto en el infierno. Entonces el viejo alga se hubiese cabreado con Hades por matarte. Ese tonto muerto hubiera tenido el rayo maestro y Zeus estaría furioso con él. Pero aún sigue buscando esto- Se sacó un pasamontaña, del tipo que usaban los atracadores de bancos, y lo coloco en el medio del manillar de su moto, donde se transformó en un elaborado casco guerrero de bronce.
—El yelmo de la oscuridad-dijo Grover, ahogando una exclamación.
—Exacto-repuso Ares-. A ver, ¿por dónde iba? Ah, sí, Hades se pondrá hecho un basilisco tanto con Zeus como con Poseidón. Ya que no sabe quién le robo el yelmo… muy pronto habremos organizado un bonito y pequeño festival de muertos.
—¡Pero son tu familia! - protesto Annabeth.
Ares se encogió de hombro.
—Los enfrentamientos dentro de una misma familia es lo mejor, los más sangrientos. No hay como ver matar a tus familiares, es lo que digo siempre.
—Me has dado la mochila en Denver- dijo Percy enojado-. El rayo maestro ha estado aquí todo el tiempo.
—Sí y no- contesto Ares-. Quizás sea inefable para tu pequeño cerebro mortal, pero debes saber que la mochila es la vaina del rayo maestro, solo que algo cambiado... metamorfoseada. El rayo esta conectado a ella, de manera parecida a esa espada tuya, chico. Siempre regresa a tu bolsillo, ¿no?
Percy no estaba seguro como el dios sabia aquello, supongo que tener el dominio de la guerra significaría estar informado automáticamente sobre las armas.
—De cualquier modo- prosiguió Ares-. Hice… unos pequeños ajustes… mágicos para tu sentido humano a la vaina, para que el rayo solo volviera a ella cuando llegaras al inframundo. De ese modo, si hubieses muerto por el camino no se habría perdido nada y yo seguiría en posesión del arma.
Percy lucia enojado, su mirada tan llena de empeño. Un rencor notable en sus ojos brillo.
—¿Por qué no simplemente conservaste el rayo maestro? -el tono furioso se hizo notable-. ¿Por qué enviarlo Hades?
De repente Ares se vio absortado, parecía estar escuchando una voz interior.
—¿Y porque no…? Claro… ese poder de destrucción…-continuo absorto. Percy intercambio mirada con Annabeth, pero de pronto Ares salió de su extraño trance-. Porque quería evitar problemas. Mejor que te pillaran a ti con las manos en la masa, llevando el trasto.
—Mientes. Enviar el rayo maestro al inframundo no fue idea tuya.
Ares rio.
—¡Claro que sí! - de sus gafas salieron hilos de humos, como si estuvieran a punto de incendiarse.
—Tu no ordenaste el robo-insistió Percy-. Alguien se encargó de enviar a un héroe a robar los dos objetos. Entonces cuando Zeus te envió en su busca, diste con el ladrón. Pero no lo entregaste a Zeus. Algo te convenció que lo dejaras ir.
Las noches de las estrellas centellearon con furia, anunciando un llamado. La luna relució su resplandor más de lo normal. Los cielos estaban enojados, el aire invisible que soplaba a las hojas suaves de los frágiles arboles ansiaban justicia, los vientos agradables se convirtieron en uno helado. Los muertos observaron.
—Te quedaste los objetos hasta que otro héroe llegara y completara la entrega -continuo Percy-. La cosa del foso te está mangoneando.
—¡Soy el dios de las guerras! ¡Nadie me ordena! ¡No tengo sueños!
Percy Vacilo.
—¿Quién ha hablado de los sueños?
Ares parecía agitado, pero intento disimularlo con una sonrisa. Ignorante de una luna furiosa, temblando con estrellas que centelleaban feroces cuan bestias impulsivas del sagitario.
—Volvamos a lo nuestro, mocoso. Estas vivo y no permitiré que lleves ese rayo al Olimpo. Ya sabes, no puedo arriesgarme a que eso imbéciles testarudos te hagan caso. Así que tendré que matarte. Nada personal, claro.
Chasqueo los dedos. La arena estallo a sus pies y de ella surgió un jabalí, aún más grande y amenazador que el que colgaba encima de la cabaña 5 del campamento mestizo. El bicho pateo la arena y miro con ojos encendidos a Percy, esperando esa ordenes de matar.
Todo se fue al carajo, cuando que estallo fue partida en dos, las aguas cayeron e inundaron las zonas. Las estrellas brillaron más feroces que nunca, los zodiacos habían despertado.
Todos mirando a un hombre, un humano de una era olvidada y más antigua que los dioses.
Hijo del hombre, descendiente del hombre del sol, y de la mujer de la luna.
Estaba erguido, mirando con esos ojos anormales que ya no pudo dejar atrás. Una sonrisa era visible, el nivel de enojo sumado a las emociones retorcidas volvió al ambiente más lúgubre y pesado, los cementerios serian muñecos.
La figura de la muerte parpadeo a sus espaldas. El viento sacudió su capa larga, su pelo ondulaba como llamas.
—Interesante…. –su voz seca continuo-. Un dios débil queriendo asesinar a un insolente mocoso…
las gafas de Ares habían comenzado a fundirse por el calor que desprendían sus ojos.
—¡Mocoso, esta vez te matare!
El viento de repente paso de ser tranquilo a amenazante, las fuertes corrientes quisieron expulsar al dios, como si tuviera consciencia propia, evidentemente no basto para mandar a volar el dios.
—Ya veremos…-susurró el rubio, su mirada centelleante miro las estrellas, y luego bajo su vista hasta el dios-. Veremos qué tan deidad eres.
Las olas chapoteaban sobre la fina arena, todos parecían consciente, la naturaleza en todo su esplendor estaba fijamente mirando la batalla. Las ninfas marinas eran los espectadores del mar.
Un humano contra un dios.
El shinobi camino paulatinamente. Sus pasos no producían sonido, era tal como el búho. Silenciosos, podías verlo, pero no sentirlo. En su mano derecha empuñaba la kusanagi, un arma legada por quien su mente olvido.
El dios no se quedó atrás. Sosteniendo sus cadenas entrego sus primeros pasos, la armadura se hacía presente. Las gafas quedaron atrás, los ojos flameantes se hicieron visible. Todo era muerte y odio. Una gota de las tormentas que se acercaban silencioso toco al suelo. Los dos se movieron tan rápido que el grupo de jóvenes apenas pudieron percibir el choque de filos entre la katana y las dobles hachas unidas por las cadenas.
Las consecuencias fueron graves. Tal impacto causo un gran cráter que tardaría en llenarse, la arena fue pulverizada y los niños casi enviado a volar.
—Nada mal para un humano.
Boruto no respondió. Capto todos los puntos débiles que el dios tenia. Con la pierna que estaba posicionada adelante realizo una patada que lo dirigió a la rodilla.
Ares se dio cuenta de inmediato y lo esquivo poniendo su pierna atrás, pero perdiendo la presión de fuerza momentáneamente, cosa que basto que Boruto le pegara un puñetazo en el rostro, mareándolo un poco por el impulso recibido.
No obstante, era una deidad. No fue suficiente, pues al segundo se recuperó, y la intensidad de la batalla aumento. Sus ojos brillaron cual llamas eran. Sus poderosas y anchas piernas se semiarrodillaron y se impulsó fuertemente utilizando el suelo. Dirigiendo varios puñetazos contra el rubio, quien los esquivo con facilidad, pero no sin sufrir tensión en unos de sus ojos, fue en ese entonces que el dios aprovecho ese momento de debilidad haciendo una patada circular que lo mando a volar.
Los pies del Uzumaki friccionaron el suelo, usando en conjunto sus manos para frenar la frenar, quedando en una posición similar a la de un felino, segundos después, realizo varios sellos que tanto dejo de usar.
—Suiton: Suiryūdan no Jutsu -se dijo en su mente.
Del mar surgieron cincos de dragones de aguas. ¿La razón? Su chacra se había vuelto denso y también tenía una gran cantidad de energía que rivalizaba con nanabi.
Ares estaba sorprendido, tan así que no evito enfurecerse a un nivel muy extremo, que en un sentido humano sería considerado peligroso. Loco. Estúpido…
Las cadenas unidas a sus hachas fueron lo que intentaron capturar los dragones, lástima que eran de agua y no de hierro. Por lo que los dragones pasaron por encima y atravesaron la armadura del dios con grandes mordidas.
Ares quedo herido gravemente, en shock. Pensando como un humano poseía el dominio de Poseidón, no sentía ni una pizca de divinidad de parte de un dios, pero luego se dio cuenta.
Había rastro de una divinidad primordial, un rastro tan antiguo que los propios dioses. Fue en ese entonces que sus ojos captaron el momento en el que el Uzumaki iluminado bajo la luz de la luna, sobrevolaba los cielos, un cuerno sueco de punta hacia arriba era visible, aquellos patrones extraños que parecían tomar el control de la mitad de su cuerpo y brillar de un color azul brillante.
—Humano, has mancillado a los dioses.
El tono de su voz sonó doble, casi como dos seres hablando al mismo tiempo.
Ares se asustó, sin embargo, no pudo escapar, varias cadenas doradas surgieron del surgieron y lo arrinconaron contra el suelo. Cuan débil se había vuelto que no se dio cuenta que su dominio había sido anulado contra este humano.
Tan humano se veía, tal como un prisionero de la guerra, menuda ironía de su dominio. La mirada centelleante del rubio estaba en el dios. Camino tranquilo, el aire lo abrazo con calidez y aprecio.
—Tus pecados serán castigados… mis ojos decidirán tu destino, tu morirás o vivirás, todo dependerá de lo que hagas en el futuro. Tienes suerte de tener sangre divina- suspiro y su mirada choco contra la del dios que se encontró temeroso-. No molestaras a estos niños, te lo digo por tu bien. Este niño de ojos azules-miro sus manos inquietas-. No perdonara tus acciones, no es su padre, no una persona bondadosa. No queda ya rastro de eso. -sonrió con arrogancia, sus ojos destellaron fuertemente.
Las cadenas atravesaron sin compasión al dios de la guerra. El dolor entro de lleno. La agonía y sufrimiento de sentir como seis cadenas atravesaban la carne y se resbalaban por dentro como si de surfear sobre las olas se tratasen.
Si, el dios que tomo el control del joven Uzumaki no era nada más que Momoshiki.
—¿Q-q-quien eres? —exigió Ares, aquellas llamas de iras se fue tornando paulatinamente de negro, como muriendo.
—¿Yo?... que pregunta interesante- respondió sin abandonar la sonrisa-. Yo soy… nadie.
Un sonido particular estaba oyéndose a las distancias. La policía estaba llegando, y los chicos que parecían tener una mirada traumada y temerosa pronto se alarmaron.
Fue en ese preciso momento que, sin moverse del lugar, Momoshiki tomo el rayo maestro y se lo entrego al niño en silencio.
—¡Percy debemos el rayo maestro antes de que sea demasiado tarde! - demando Annabeth.
Mientras los chicos se marchaban lo más rápido posible, queriendo escapar de todos, del hombre que los salvo y de los dioses, esas imágenes que captaron calumniaron su mente, un falso miedo se apodero de sus cuerpos. Hacían todo lo posible para ignorar ese sentimiento. Por un momento, annabeth dirigió su mirada al shinobi.
Quien tenía su atención en el dios que intento arruinarles las escapadas. No obstante, con su kusanagi clavo la punta en el talón. El alarido que siguió se convirtió en el terremoto de hades en un hecho insignificante. El mismo mar se apartó de Ares, dejando un circulo de arena mojada de quince metros de diámetro.
Icor, la sangre de los dioses, brotaba como un manantial de sus brazos y piernas, incluso de la bota del dios de la guerra. Su expresión iba más allá del odio.
Era dolor, desconcierto, imposibilidad de creer que lo habían herido, que lo hubieran dejado en tal estado, después de miles de años…
Cojeo hacia el dorado, murmurando antiguas maldiciones griegas, pero algo lo detuvo. Fue como una nube oculta el sol, pero peor. La luz se desvaneció, el sonido y el color se amortiguaron, y entonces una presencia fría y pesada cruzo la playa, ralentizando el tiempo y bajando la temperatura abruptamente. La muerte yacía observando, caminando como el mar con su haz en posesión. La oscuridad se disipo. Ares parecía aturdido. Los coches de policías ardían detrás de él. La multitud curiosa que se formó había huido.
Boruto tomo el control de su cuerpo nuevamente, su rostro permaneció impasible. Todo era normal para él. Mientras el agua rodeaba de nuevo los pies de Ares y el icor dorado se disolvía en la marea.
Ares bajo la espada.
—Tienes un enemigo, diosecillo- le dijo-. Cada vez que alces tu espada en la batalla, cada vez que confíes en salir victorioso, sentirás mi maldición. Cuidado, Legado. Mucho cuidado.
Su cuerpo empezó a brillar. El Uzumaki aparto su cara mientras el dios Ares revelaba su forma inmortal. De algún modo supo que si miraba acabaría desintegrado en ceniza. Bueno, al menos eso proceso su mente.
El resplandor se extinguió. Volvió a mirar. Ares se desvaneció. La marea se apartó para revelar el yelmo de oscuridad de Hades. Lo recogió, pero antes de perseguir a los niños oyó un aleteo.
Tres ancianas con caras furibundas, sombrero de encaje y látigos fieros bajaron del cielo planeando y se posaron frente a él. La furia del medio, aquella que asesino anteriormente, dio un paso adelante tembloroso. Enseñaba los dientes, pero por una vez mas no parecía amenazadora. Más bien parecía decepcionada, como si hubiera previsto comerlo aquello noche y luego hubiese decidido que podía resultar vomitivo.
—Lo hemos visto todo… -susurro-. Supongo que hiciste un buen trabajo en detenernos.
Boruto se acercó. Le entrego el casco sin hostilidad, la furia se llevó una sorpresa.
—Devuelve ese casco al dios que amparas-dijo Boruto, su voz seca estaba desapareciendo-. Cuenta la verdad. Dile que detenga su guerra.
La furia vacilo, sus labios verdes se vieron humedecidos y apergaminado con una lengua bífida.
—Vive bien, humano. Conviértete en un auténtico héroe. Porque si no lo haces, caerás en mis garras.
Estallo en carcajadas, saboreando la idea. Después las tres hermanas levantaron el vuelo hacia un cielo lleno de humo y desaparecieron.
El humano quedo en silencio. La soledad regreso, y lo recibió con aprecio. Miro al mar. Una figura oscura le saludo con un movimiento de mano, pero al parpadear ya no estaba.
Se dio la vuelta, aprovechando que no había nadie se marchó con el fin de proteger a los niños y luego utilizarlos como medio de información.
Por el momento.
