Secretos de una Noche


Caricias y Masajes


Hinata jamás en su vida se había sentido más violenta. Cuando llegó a casa, entró como una flecha y cerró con llave todas las puertas, como si aquello fuera a servir de algo.

No tenía una conciencia clara del camino hasta llegar a casa, pero sí que se acordaba con todo detalle de cada paso que había dado para salir del palacio de justicia, con la cara ardiendo y los muslos pegajosos, y con todas aquellas miradas de curiosos que hicieron que le entraran ganas de encogerse.

Pero no se había encogido; en lugar de eso, salió caminando con la cara muy alta y un aire de «atrévete a decirme algo». Aquel farol debió de funcionar, porque nadie la detuvo.

Saltó del lavabo en cuanto Naruto la soltó y se encerró en uno de los retretes, sacudida por una risa incontrolable al tiempo que trataba de recomponer un poco su aspecto. La aparición de sus bragas por encima de la puerta reavivó las carcajadas.

—¿Quieres cerrar la boca? —oyó que musitaba Naruto enfadado, pero no era capaz de controlar su histeria. Dijo algo más, pero no lo entendió, y un momento más tarde se oyó el chirrido de la puerta que indicaba que se había ido. Al instante se abrió de nuevo, y unas zapatillas de color azul marino asumieron la residencia del cubículo contiguo al de Hinata. La propietaria de las zapatillas era también la propietaria de la voz chillona, y estaba sumamente indignada.

—Debería decírselo al sheriff —dijo en tono hosco, lo bastante alto para que Hinata la oyera por encima de la risa—. ¡Echando un polvo en el servicio de señoras! A saber quién habría podido entrar, a lo mejor una madre con niños pequeños, y hala, los niños viéndolo todo. Desde luego, es que da asco que algunas personas no tengan ya vergüenza...

La diatriba fue acompañada del ruido de un chorro constante de orina en el inodoro. Era evidente que parte de la ira de la señora se debía a que necesitaba urgentemente entrar en el baño.

Procurando controlar la risa, Hinata aprovechó la preocupación de la mujer y salió a toda prisa del servicio. Cuando se vio en el pasillo, intentó adoptar un aire de normalidad y se dirigió a su coche con paso presuroso. Naruto no estaba a la vista, pero tampoco lo buscó. Probablemente se habría escondido en el servicio de caballeros.

Se dejó caer en una silla de la cocina y se cubrió la cara con las manos, gimiendo de mortificación. ¿Qué le estaba pasando, para no ser capaz de decirle que no en un lugar público? ¡Los lavabos del palacio de justicia! Hasta Hanna había sabido ser más discreta.

En aquel instante sonó el teléfono, pero no se movió para atenderlo. En su lugar lo hizo el contestador del despacho, y oyó la voz grave de Naruto, pero estaba demasiado lejos para entender lo que decía. Colgó, y minutos más tarde el teléfono sonó de nuevo. Esa vez, no obstante, Hinata reconoció la voz de Sakura.

Sabía que debería contestar, pero no lo hizo; sencillamente no podía sostener una conversación normal, aún tenía los nervios excitados y temblaba físicamente por los efectos del torrente de adrenalina. No comprendía cómo se volvían adictos los yonquis, porque el bajón la estaba poniendo enferma.

Cuando calculó que las rodillas aguantarían su peso, se levantó y se encaminó hacia el cuarto de baño. Lo que necesitaba en aquel momento, por encima de cualquier otra cosa, era una ducha.

Naruto sacudió la cabeza negativamente, incrédulo, mientras conducía hacia la casa de Hinata. Estaba seguro de que se encontraba allí, aunque no hubiera contestado al teléfono. No podía creerse lo que los dos habían hecho, ni la intensidad de la atracción que había convertido aquello en algo irresistible. No había hecho nada tan idiota ni siquiera cuando era adolescente, y Dios sabe que en aquella época estaba más salido que un potro.

Lanzó un bufido de risa contenida. ¡Menuda bruja! Hinata había corrido a esconderse en uno de los retretes, riéndose como si estuviera loca, y lo había dejado allí con una mano en la puerta para mantenerla cerrada y los pantalones a la altura de las rodillas. Cambió de postura rápidamente y se puso de espaldas contra la puerta mientras se subía los pantalones.

Las bragas de Hinata estaban tiradas en el suelo, de modo que las recogió y se las pasó por encima de la puerta del retrete, y ella, en vez de callarse como él le había ordenado, estalló en nuevas carcajadas. La bruja de fuera del cuarto de baño no se iba, seguía aporreando la puerta, haciendo cada vez más ruido. Entre ella y Hinata, casi lo estaban volviendo sordo.

Por fin le dijo a Hinata que se reuniría con ella fuera del edificio, pero no estaba seguro de que lo hubiera oído, a juzgar por sus gritos histéricos. No cabía hacer otra cosa que defenderse con cara dura.

Después de echarse un vistazo para comprobar que todo estuviera abrochado y cerrado, abrió la puerta y salió, mirando con gesto torcido a una mujer regordeta y de rostro congestionado que no hacía más que revolverse indignada. Lo increpó furiosa, pero Naruto la cortó en seco.

—El servicio de caballeros estaba lleno —le dijo—. ¿Qué esperaba que hiciera, mear en el pasillo?

Entonces entró en el servicio de caballeros que se encontraba al lado, y se apoyó contra la pared hasta que sus hombros dejaron de agitarse por el esfuerzo de reprimir la risa, porque la vieja bruja le había replicado:

—Entonces, ¿Dónde ha meado, en el lavabo?

Oh, Dios. Se echó a reír de nuevo sin poder remediarlo. Conocía a aquella mujer, por lo menos de vista. Trabajaba en la oficina del asesor fiscal. Para la hora del almuerzo estaría circulando por todo el edificio la historia de que se lo había estado haciendo con alguna fulana en el lavabo de señoras, y a la mañana siguiente ya estaría enterada toda la ciudad.

Su sonrisa se esfumó. Hinata resultaría mortificada.

Probablemente ya lo estaba de todos modos. No lo había esperado en la calle, sino que seguramente se habría marchado a su casa a la mayor velocidad posible y se habría atrincherado allí. Su pequeña puritana se debía de sentir fatal por la vergüenza sufrida.

Suspiró con alivio cuando vio su coche en la entrada. Él también entró, pero no se detuvo detrás del coche de Hinata, sino que prosiguió hasta el patio trasero y rodeó el cobertizo abierto donde ella guardaba la cortadora de césped. Abundantes ramas de madreselva crecían sobre el cobertizo y trepaban por parte de un cable de acero que sujetaba un poste de electricidad, formando una buena pantalla que escondía el coche.

Llevó el jaguar hasta que el capó tocó la madreselva y después se apeó del mismo y miró en ambas direcciones. No se veía la carretera en un sentido ni en el otro, lo cual quería decir que el coche no era visible desde la carretera. Se sintió como un idiota, pero esperó que Hinata apreciara que él se preocupase por su reputación.

Fue hasta la puerta de la cocina y dio unos golpecitos, aguardando con impaciencia. Hinata no abrió, de modo que llamó otra vez.

—Hinata, abre la puerta.

Hinata se paró en seco al otro lado de la puerta con una mano en alto en dirección a la cortina. Estaba a punto de apartarla hacia un lado para ver quién llamaba a la puerta de su cocina. Casi se había muerto del susto al oír el ruido de un automóvil que penetraba en la entrada y daba la vuelta a la casa. Se sintió aliviada al ver que se trataba de Naruto, pero entre todas las personas a las que no se sentía capaz de enfrentarse en aquel preciso momento, Naruto encabezaba la lista.

—Vete —le dijo.

El picaporte se sacudió.

—Hinata. —Su nombre fue pronunciado despacio, con suavidad—. Abre la puerta, nena.

—¿Por qué?

—Tenemos cosas de que hablar.

Sin duda, pero no quería hablarlas. Quería ser una cobarde respecto de todo aquello y esconderse hasta haber superado la vergüenza.

—Tal vez mañana.

—Ahora. —Allí estaba otra vez, aquel toque suave, inflexible, que decía que en los próximos diez segundos la puerta caería hecha pedazos de una patada si no la abría ella. Impotente y resentida, giró' la llave.

Naruto pasó al interior e inmediatamente volvió a cerrar con llave, sin apartar un segundo la mirada de Hinata. Ésta acababa de salir de la ducha y no había tenido tiempo de vestirse antes de oír el motor del coche.

Había cogido la delgada bata que colgaba detrás de la puerta del baño y se la había puesto. No tenía nada de seductora; era lisa, de algodón blanco, con cinturón. Pero era plenamente consciente de que debajo estaba húmeda y desnuda. Se cerró las solapas sobre el pecho.

—¿De qué quieres que hablemos?

Una sonrisa increíblemente suave se extendió por el rostro de Naruto al mirarla de arriba abajo.

—Más tarde —dijo al tiempo que la tomaba en sus brazos.

Dos horas después, ambos yacían sudorosos y exhaustos entre las sábanas revueltas de la cama. El sol del mediodía se abría paso por entre las láminas cerradas de las persianas arrojando finas bandas de luz sobre el suelo.

Una suave brisa procedente del ventilador del techo se esparcía sobre la piel desnuda de Hinata y le ponía la carne de gallina. Tenía el cuerpo tan sensible que se imaginaba poder sentir cómo se erguía cada uno de los finos pelillos de su cuerpo bajo aquel leve frescor.

Ahora el corazón le latía lenta, gravemente, y sus venas y arterias vibraban a cada latido. Naruto estaba tendido de espaldas, con los ojos cerrados y el pecho subiendo y bajando, mientras que ella estaba acurrucada de costado con la cabeza apoyada en el hombro de él.

Pasó mucho tiempo antes de que le pareciera que podía moverse. Sentía los miembros pesados e inertes, sin hueso. En aquellas dos horas él la había tomado tres veces, con tanta ferocidad como si lo del servicio de señoras no hubiera sucedido. Y por muy exigente e inmediato que hubiera sido el apetito de Naruto, la respuesta de ella estuvo a la misma altura.

Se aferró a él, clavándole las uñas en la espalda y levantando las caderas con avidez para recibir cada una de sus embestidas, y daba la sensación de que su ardor no hacía sino avivar el fuego de él.

No sabía cuántas veces había alcanzado la satisfacción; esta última vez le había parecido una prolongada excitación que alcanzó su culminación para luego negarse a ceder, de modo que se vio inundada por un mar de sensaciones, borracha de placer.

Conforme su respiración fue aquietándose, Naruto se movió y trató de levantar la cabeza, sólo para dejarla caer de nuevo con un gruñido.

—Dios, no puedo ni moverme.

—Entonces no te muevas —musitó Hinata abriendo los ojos una rendija.

Un par de minutos más tarde, Naruto volvió a intentarlo. Con gran esfuerzo alzó la cabeza y contempló despacio el revoltillo que formaban sus cuerpos desnudos en medio de la cama deshecha.

Su mirada se posó en el pene, que yacía blando sobre sus muslos.

—Tú, maldito loco —ladró—. ¡Esta vez, quédate ahí abajo!

Aquella extravagancia sobresaltó a Hinata, que se echó a reír. Escondió la cara en el hombro de Naruto, con todo el cuerpo agitado.

Naruto dejó caer la cabeza sobre la almohada y atrajo a Hinata hacia sí.

—Qué fácil te resulta reír —masculló—. Este maldito está intentando matarme. Nunca ha sido muy dado a quedarse quieto, pero esto es ridículo. Debe de pensar que tengo todavía dieciséis años.

—Él no piensa —señaló Hinata, riendo con más ganas.

—Y que lo digas. Con algo que piensa, uno puede razonar. —Las risas de Hinata se incrementaron aún más, y él le hizo cosquillas en revancha—. Deja de reírte —ordenó, aunque una sonrisa curvaba su boca—. Tú no sabes lo que es tener una parte prominente del cuerpo que no atiende a órdenes ni al sentido común.

—Pues no, pero sé lo que es estar cerca de una.

Naruto soltó una risita y se frotó ociosamente el pecho con la mano.

—¿Sabes por qué los hombres ponen nombre a su polla?

—No, ¿por qué? —preguntó Hinata procurando reprimir la risa.

—Para que las decisiones importantes de su vida no las tome un total desconocido.

Ambos rompieron a reír, y Hinata tomó una esquina de la sábana para secarse los ojos. Nunca había visto aquel lado jocoso e impúdico de Naruto, y estaba totalmente encantada.

Él se incorporó sobre el codo y sostuvo la cabeza de Hinata en el hueco del brazo mientras le sonreía.

—De todas maneras, es culpa tuya —le dijo al tiempo que le apartaba un mechón de pelo oscuro del rostro. Su mano continuó su lenta caricia por el cuello y la forma delicada de la clavícula, para cerrarse sobre un pecho.

—¿Mía? —preguntó ella indignada.

—Sí. —Tomó el seno con suavidad en su mano y lo levantó. Pasó levemente el dedo pulgar sobre el pináculo rosado del pezón y contempló fascinado cómo éste se endurecía rápidamente y se tornaba de color rojo—. Tus pezones se parecen a las frambuesas —dijo maravillado, y se inclinó para tomar aquella frambuesa en particular entre los labios y acariciarla con la lengua, empujándola adelante y atrás.

Hinata se estremeció en sus brazos, alarmada por la inmediata punzada de deseo. No creía que pudiera soportarlo otra vez.

—No puedo —gimió, pero él advirtió que el otro pezón también estaba enhiesto. Se echó hacia atrás y admiró su obra, el pezón enrojecido y brillante de humedad.

—Perfecto —dijo en tono ausente—, pero desde luego que yo tampoco puedo. —Hinata tenía los pechos claros, con el brillo del satén, y con una piel tan traslúcida y fina que bajo su superficie se distinguía el recorrido azulado de las venas. Eran firmes, llenos y altos, y no lograba apartar las manos de ellos. Diablos, es que no podía apartar las manos de ella, y punto—. Imagínate lo bonitos que estarán cuando estén llenos de leche.

Ella le dio una palmada en el hombro.

—¡Ya te he dicho que no estoy embarazada!

—Eso no lo sabes —bromeó Naruto.

—Sí lo sé.

—Podrías tener alguna irregularidad.

—Yo nunca soy irregular.

—Podrías serlo esta vez.

Hinata lo miró con el ceño fruncido, y entonces volvió a lo que él había dicho antes.

—¿Por qué es culpa mía?

—Tiene que serlo —respondió él, razonable—. Cada vez que tú estás cerca, me pongo duro.

—Yo no hago nada. Tiene que ser culpa tuya.

—Tú respiras. Es evidente que con eso basta. —Volvió a dejarse caer sobre la cama y tiró de Hinata. de modo que ésta quedó tumbada a medias encima de él. Con la mano libre le acarició la esbelta espalda y las curvas redondeadas de las nalgas—. En parte se debe a cómo hueles, a miel y canela, dulce y picante a un tiempo.

Hinata alzó la cabeza y lo miró fijamente, atónita.

—A mí siempre me ha encantado cómo hueles tú —confesó—. Incluso cuando era pequeña. Pensaba que tenías el mejor olor del mundo, pero nunca he sabido describirlo con exactitud.

—¿Así que ya estabas loca por mí desde pequeña? —quiso saber Naruto, complacido.

Para ocultar su expresión, Hinata volvió a acomodar la cabeza en el hueco de su brazo e inhaló el delicioso aroma masculino que acababa de mencionar.

—No —dijo con suavidad—. No era ninguna locura.

Naruto gruñó y se puso más cómodo, poniendo un muslo de ella encima de sus caderas. Hinata sintió el pene vibrar como advertencia contra la suave piel de su pierna y después ceder de nuevo.

—Yo solía estar preocupado por ti —murmuró con la voz cada vez más soñolienta—. Eso de andar por los bosques tú sola...

Hinata guardó silencio por espacio de unos instantes.

—¿Me veías muy a menudo?

—Un par de veces.

—Yo te vi a ti —dijo ella haciendo acopio de valor.

—¿En el bosque?

—En la casa de verano. Con Lindsey Partain. Te vi por la ventana.

Él abrió los ojos de golpe.

—¡Pequeña intrusa! —exclamó, y le pellizcó el trasero con fuerza—. Seguro que viste de todo.

—Desde luego que sí —afirmó Hinata, frotándose las posaderas indignada. Se vengó retorciéndole la tetilla y tirando de él.

Naruto soltó una exclamación y se frotó el pecho.

—¡Ay!

—La venganza es dulce —dijo ella—. Y rápida.

—Me acordaré de eso —repuso él mirándose el pecho—. Diablos, me has dejado una marca.

—De eso, nada.

Hinata se frotó la mejilla contra él y cerró los ojos recreándose en sentirlo, tan cálido, sólido y vital. Se encontraba en el paraíso desde el momento en que él la tomó en brazos y la llevó a la cama.

Estar allí tumbada con él, tan relajada, desaparecida toda hostilidad y con el deseo plenamente saciado, era más de lo que se había atrevido a anhelar en su vida. Ninguno de sus problemas estaba resuelto, y sin duda la hostilidad aparecería de nuevo, pero en aquel preciso instante era feliz.

Tan feliz, de hecho, que hubo sólo una pizca de dolor mezclado con la curiosidad cuando dijo:—A Lindsey Partain le hiciste el amor en francés.

Naruto había cerrado los ojos, adormecido, pero volvió a abrirlos de golpe.

—¿Qué?

—Te oí. Le hiciste el amor en francés. Le dijiste muchas palabras cariñosas y cumplidos.

Naruto tenía demasiada experiencia para no comprender cómo se sentía Hinata al respecto, e inmediatamente discernió el motivo. Le dirigió una mirada de incredulidad y a continuación volvió a apoyar la cabeza en la almohada y rompió a reír. A Hinata le tembló el labio inferior y trató de darse la vuelta, pero él la sujetó entre sus brazos y la retuvo en el sitio.

—Oh, Dios —dijo, jadeando por el esfuerzo que le suponía controlarse. Se secó los ojos con el dorso de la mano—. Eres muy inocente. Hablo bien el francés, pero no es mi primera lengua. —Se veía a las claras por la expresión de aquellos ojos perlas que Hinata no comprendía, así que se explicó—:Pequeña, si todavía puedo pensar con claridad suficiente para hablar en francés, es que no estoy del todo concentrado en lo que estoy haciendo. Tal vez suene bonito, pero no significa nada.

» Los hombres somos diferentes de las mujeres; cuanto más excitados estamos, más cavernícolas parecemos. Contigo apenas sé hablar en inglés, y mucho menos en francés. Que yo recuerde, mi vocabulario se deterioró hasta no abarcar más que unas cuantas palabras explícitas, la más prominente de todas la que significa

«follar».

Para asombro suyo, Hinata se ruborizó, y él sonrió ante aquella nueva prueba de su encantadora mojigatería.

—Duérmete —le dijo con suavidad—. Lindsey ni siquiera estaba a la altura de una segunda vez.

Sólo Dios sabía por qué aquello le resultaba tan tranquilizador, pero así fue. Se quedó dormida con la facilidad de un niño, agotada por los acontecimientos de la mañana, y se despertó para hacer otra vez el amor.

Esta vez Naruto fue más pausado, con un brillo claramente perverso en los ojos, y le susurró palabras de amor en francés. En aquel momento tuvo que sujetarle las muñecas para que no le tirara de la tetilla y rió con ganas al ver su indignación.

Así fue como pasaron la tarde, durmiendo, haciendo el amor y después hablando el uno con el otro en voz baja y soñolienta. Si bien el hecho de hacer el amor era vivamente excitante, era en aquellas conversaciones donde se forjaba una intimidad más profunda, un sereno compartir pensamientos y secretos, un vínculo entre los respectivos pasados de ambos.

—Háblame del hogar de adopción en el que estuviste —le dijo Naruto en una ocasión, y se sintió aliviado al ver que ella sonreía.

—Los Sarutobi. Ellos me proporcionaron el primer hogar verdadero que he conocido. Todavía si o en contacto con ellos.

—¿Cómo acabaste yendo a vivir con una familia adoptiva?

—Mi padre se marchó poco después de... aquella noche —respondió Hinata, con la voz un poco entrecortada—. Rai, mi hermano mayor, no tardó en seguirlo. Shisui intentó ganar dinero para darnos de comer, tuvo ese mérito, pero se sintió aliviado cuando nos encontraron los asistentes sociales.

» En aquella época estábamos en Nueva Suna. Shion fue a un hogar de acogida, y Abiru y yo a otro. No resultó fácil encontrar a alguien que quisiera aceptar a Abiru, pero los Sarutobi accedieron a condición de que yo me ocupara de él. Como si yo fuera a abandonarlo —dijo suavemente.

—¿Qué le sucedió?

—Murió el enero siguiente. Por lo menos fue feliz durante los seis últimos meses de su vida. Cuando nos mudamos a vivir con ellos, los Sarutobi se portaron maravillosamente con él. Le compraron juguetes, jugaban con él. En Navidad disfrutó mucho, pero después empeoró rápidamente.

» Yo me senté a su lado —dijo Hinata en voz baja, con los ojos inundados de lágrimas al recordar aquellos momentos y le sostuve la mano hasta que murió. —Se pasó la mano por los ojos—. En aquel tiempo me preguntaba si Jiraiya sería su padre.

Naruto nunca había pensado en ello. Miró fijamente a Hinata, perturbado tanto por la idea de que su padre pudiera haber engendrado otros niños como por el horroroso pensamiento de que pudiera haber arrojado al barro a su hermano pequeño.

Hinata buscó su mano a tientas.

—No creo que lo fuera —dijo, sintiéndose impulsada a consolarlo—. Tu padre no habría permitido que uno de sus hijos viviera como vivíamos nosotros. Si Abiru hubiera sido hijo suyo, habría cuidado de él. Pero no hay forma de saber quién era el padre de Abiru; dudo de que fuera mi padre.

Naruto parpadeó con los ojos también brillantes por las lágrimas.

—Sí —dijo con voz ronca—. Habría cuidado de él. —Más tarde preguntó:—¿Qué le ocurrió al resto de tu familia?

—No lo sé. Creo que Shion vive cerca de Konohagakure, pero no la he visto desde que cumplió los dieciocho. No tengo ni idea de lo que puede haber sido de mi padre y de los chicos. —Puso especial cuidado en no mencionar a Hanna.

De manera que la familia de Hinata había quedado desmembrada debido a sus actos, pensó Naruto. Abrazó a Hinata con fuerza, como si pudiera protegerla del dolor del pasado.

—Durante un tiempo odié a mi padre —admitió—. Dios, cuando descubrí que se había fugado... Él era nuestra roca, no mamá. Me dolió mucho, no pude soportarlo.

Hinata se mordió el labio, pensando en lo que tenía que decirle, y pronto.

—Karin intentó suicidarse —dijo Naruto bruscamente—. Se cortó las muñecas nada más decirle yo que papá se había ido. Estuvo a punto de morir desangrada antes de que tuviera tiempo de llevarla a un hospital. Cuando fui a la choza aquella noche, venía precisamente del hospital de Nueva Suna.

Hinata se dio cuenta de que estaba intentando explicar su rabia, por qué había hecho lo que había hecho. Lo besó en el hombro en un gesto de perdón. De hecho ya lo había perdonado hacía tiempo, pues comprendía el dolor y la sensación de traición que debía de haber experimentado.

Naruto contempló el ventilador del techo.

—Mi madre se retrajo completamente. Dejó de hablar, incluso dejó de comer. Se pasó dos años sin salir de su habitación. Es la persona más egocéntrica que conozco —dijo con una sinceridad. brutal—, pero no quiero volver a verla así.

Y por eso se mostraba tan inflexible respecto de que ni Karin ni su madre se vieran molestadas por nada que Hinata dijera o hiciera. Ella misma había experimentado algo de aquel excesivo afán de protección.

En cierto sentido Naruto era como el señor feudal de Konoha, su influencia alcanzaba casi todos los aspectos de la vida de la comunidad, y, al igual que un señor feudal, se tomaba muy en serio sus responsabilidades.

Rodó para situarse encima de Hinata y la penetró con una suave insistencia que de todos modos la hizo contener la respiración, porque estaba dolorida de todas las veces anteriores. Se apoyó en los codos y tomó la cabeza de ella en las manos.

—Esa noche es un lazo entre nosotros —susurró—. Por muy desagradable que fuera, ambos compartimos ese recuerdo. Además, no todo fue desagradable. Esa noche te deseé, Hinata. —Comenzó a moverse dentro de ella, y sus ojos se oscurecieron conforme iba aumentando la pasión.

» Tú tenías sólo catorce años, pero yo te deseé. Y cuando volví a verte en el motel, fue como si esos doce años de separación no existieran, porque seguía deseándote. —Entonces inició una sonrisa—. ¿Quieres que te lo diga en francés?

Cuando se despertó, Hinata permaneció tumbada en silencio y contempló cómo dormía Naruto. Sus pestañas eran dos tizones claros en sus pómulos, y una incipiente barba le sombreaba el mentón. Dormía con los labios entreabiertos y el poderoso cuerpo relajado. Su belleza la impresionó.

Con el cabello largo esparcido sobre los hombros, parecía un pirata descansando en el lecho de una dama tras una larga jornada de abordajes y luchas a espada. El minúsculo diamante que llevaba en la oreja izquierda no hacía nada por menoscabar aquella imagen.

Estaba demasiado dolorida para hacer el amor otra vez, se dijo, pero aun así aquel cuerpo la atraía. Estaba hecho maravillosamente bien, todo huesos largos y músculos duros. Tenía un brazo colgando por un lado de la cama, pero el otro yacía relajado sobre su pecho. Tenía manos grandes, con dedos delgados y bien formados, pero el meñique era tan grueso como el pulgar de ella. Pensó en aquellas manos sobre su propio cuerpo y tembló de placer.

Se inclinó sobre él e inhaló delicadamente el aroma cálido de su piel, que ascendía en volutas de calor. Aquél era Naruto. Aquel pensamiento la dejó estupefacta de nuevo. Estaba allí de verdad, podía tocarlo, besarlo, hacer todas las cosas que había soñado hacer durante la mayor parte de su vida.

Su carne la atraía igual que un imán, le aceleraba ligeramente la respiración y hacía que se le sonrosara la piel. A aquellas alturas no había restricciones a su sensualidad natural, y la libertad de tocarlo y ser tocada por él resultaba intoxicante. Apoyó una mano en su muslo y palpó músculo duro bajo la aspereza del vello; luego deslizó las puntas de los dedos, en una sensual exploración, hacia donde la piel era lisa y sin vello.

El escroto colgaba bajo, los testículos eran como dos huevecillos en su saco. Volvió la mano y lo cogió; estaba frío y pesaba. Naruto se agitó inquieto y separó las piernas, pero no se despertó. Era un maravilloso animal macho y, al menos por el momento, totalmente suyo.

Se inclinó un poco más sobre él dejando que las puntas de sus senos le rozasen el pecho de él, y contuvo un instante la respiración ante la sensación de hormigueo que hizo que los pezones se le pusieran erectos.

En aquel momento Naruto abrió los párpados.

—Hum —dijo en tono placentero, e inmediatamente rodeó a Hinata con sus brazos.

Ella hundió la cara contra su garganta y se deslizó por su cuerpo, contoneándose sinuosamente para frotarse contra él, disfrutando como un felino.

—Es maravilloso tocarte —susurró al tiempo que le mordisqueaba el lóbulo de la oreja y después lo acariciaba con la lengua—. Tienes los tres factores.

—¿Cuáles son los tres factores? —quiso saber él—. ¿O debería saberlo?

—Caliente, duro y velludo.

Naruto rió y se estiró lánguidamente debajo de ella. Fue una sensación sorprendente, como estar encima de una balsa que se balancea en la superficie del océano. Se agarró de sus hombros para no caerse.

El pelo de Naruto le rozó los dedos, y cuando volvió a quedarse quieto ella introdujo la mano en aquella mata rubia. Era densa y sedosa, con un ligero rizo. La mayoría de las mujeres habrían dado cualquier cosa por tener un pelo así.

—¿Por qué llevas el pelo largo? —le preguntó, tomando otro mechón y haciéndole cosquilla con él en la nariz—. ¿Y por qué usas ese pendiente? Resulta bastante atrevido para un hombre que se sienta en varias juntas directivas.

Él hizo una mueca, atento, y luego rompió a reír.

—¿Me prometes no decírselo a nadie?

—Lo prometo... a no ser que me digas que alguien te asustó con un retrato de Sinéad O'Connor; eso tendría que contarlo.

Los dientes blancos de Naruto relucieron en una leve sonrisa avergonzada.

—Es casi igual de malo. Me dan miedo las maquinillas de cortar el pelo.

Hinata se quedó tan atónita que resbaló de su pecho.

—¿Las maquinillas? —repitió. ¿Aquel pirata de más de un metro ochenta y cien kilos de peso tenía miedo de las maquinillas de cortar el pelo?

—No me gusta el ruido que hacen —explicó Naruto, volviéndose hacia un lado y doblando un brazo bajo la cabeza. Tenía los ojos sonrientes—. Me da horror. Me acuerdo de cuando tenía cuatro o cinco años y apartaba la cabeza cuando mi padre intentaba sujetarme quieto para que el bueno de Herbert Dumas me cortase el pelo.

»Naturalmente, el hecho de sujetarme convertía a mi padre en un traidor, así que empezó a sobornarme para que fuera bueno, pero yo no podía. Era oír aquel zumbido y ponerme malo. Cuando tenía unos diez años, ya habíamos llegado al acuerdo de cortarme el pelo a tijera. Cuanto mayor me hago, más voy espaciando los cortes de pelo. En cuanto al pendiente... —Rió en voz alta—. Es una especie de camuflaje. El hecho de llevar un pendiente hace que parezca que llevo el pelo largo a propósito. Parece un estilo, más que una fobia.

—¿Quién te corta el pelo? —preguntó Hinata, demasiado fascinada para reír. Todavía estaba tratando de asimilar la imagen de un hombre adulto que evitaba las peluquerías igual que algunas personas evitan al dentista.

—A veces yo mismo. Otras veces me lo corto cuando estoy en Nueva Suna. Allí hay un salón que tiene la norma de no usar maquinillas de cortar cuando estoy yo. ¿Por qué? ¿Quieres encargarte tú de hacerlo? —Le puso una mano a un lado del cuello y le acarició el lóbulo de la oreja con el dedo pulgar. Sonreía, pero Hinata percibió que hablaba en serio.

—¿Te fiarías de mí para cortarte el pelo?

—Por supuesto. ¿No te fiarías tú de mí para lo mismo?

Su respuesta fue rápida.

—No en esta vida. Pero sí te dejaría que me depilaras las piernas.

—¡Trato hecho! —contestó Naruto con la misma rapidez, al tiempo que la abrazaba.

Era casi el anochecer la siguiente vez que Naruto se despertó, y se pasó la mano por la cara con un gruñido.

—Estoy muerto de hambre —anunció con la voz ronca—. Maldita sea, tengo que llamar a casa para decir dónde estoy.

Hinata rodó de espaldas y se estiró con cuidado. Aunque había pasado en la cama la mayor parte del día, estaba tan cansada como si no hubiera dormido en toda la noche. Estar en la cama con Naruto Namikaze no era ningún descanso; era muy divertido, era maravillosamente excitante, pero de descansado, nada.

Ahora que él lo mencionaba, cayó en la cuenta del hambre que tenía. A ninguno de los dos se le había ocurrido la idea de almorzar, y ya hacía muchas horas desde el desayuno. Lo que necesitaba en aquel momento era comida.

Naruto se sentó en el borde de la cama, ofreciendo a Hinata una vista maravillosa de sus nalgas. Ella extendió una mano y se las acarició mientras él levantaba el teléfono y le dedicaba una ancha sonrisa por encima del hombro.

—Tienes total libertad —la invitó mientras marcaba el número de su casa.

Su espalda era otra maravilla, igual que su torso, pensó Hinata soñadora. Estaba constituida por músculos compactos, dividida por la profunda hendidura de la columna vertebral, y descendía formando una cuña desde los anchos hombros hasta la firme cintura.

—Hola —dijo él al aparato—. Dile a Delfina que no voy a ir a cenar a casa.

Hinata oyó un murmullo ininteligible, alguien que le preguntaba dónde se encontraba, porque él repuso tranquilamente:—Estoy en casa de Hinata.

La voz siguió siendo ininteligible, pero se notaba bastante más agitada. Hinata observó cómo se le tensaban los músculos de la espalda y de inmediato se sintió incómoda, como si estuviera escuchando una conversación ajena.

Tenía que irse a otro sitio, pensó confusa; no podía soportar que él diera una excusa para explicar su presencia allí. Se incorporó y sacó los pies de la cama, haciendo un gesto de dolor al experimentar una inesperada rigidez en la espalda y en las piernas.

—Karin —dijo Naruto con paciencia, y suspiró—. Tenemos que hablar. Mañana por la mañana estaré en casa... No, no puede ser antes. Por la mañana. Si surge algo importante, llámame aquí.

Hinata se puso de pie despacio, enderezándose con dificultad. Todos y cada uno de los músculos de su cuerpo parecían protestar. Sentía las piernas ridículamente débiles, y le temblaban los muslos.

Estaba desesperada por salir de la habitación, pero su cuerpo no colaboraba. Dio un paso inseguro, haciendo una mueca de dolor, y luego otro.

—Te digo que ya hablaremos mañana. —El tono de Naruto era de firmeza. Se giró para mirar a Hinata, y a punto estaba de volverse de nuevo cuando su atención se quedó clavada en ella igual que un rayo láser—. Adiós —le dijo a Karin en tono ausente y colgó interrumpiéndola en medio de una protesta. Acto seguido se levantó y rodeó la cama para acudir en ayuda de Hinata.

—Pobrecita —la arrulló—. ¿Tienes los músculos doloridos?

Ella le dirigió una mirada furiosa.

—Conozco perfectamente el remedio —prometió Naruto cogiendo la sábana encimera de la cama y sacudiéndola.

—Yo también. Una ducha caliente.

—Eso, después. —Enrolló la sábana alrededor de Hinata y la tomó en brazos—. Tú quédate quieta y disfruta.

—¿Qué disfrute de qué?

—De estar quieta. ¿De qué, si no? —replicó él exasperante, pero Hinata ni siquiera pudo golpearlo porque tenía los brazos aprisionados por la sábana.

Enseguida lo averiguó. Naruto la llevó a la cocina y la depositó con cuidado sobre la mesa, después desenrolló la sábana para extenderla debajo de ella.

—Se me ocurrió una idea fantástica con esta mesa tan grande la primera vez que la vi —dijo con algo más que satisfacción.

Hinata, atónita, dijo:—¿Qué estás haciendo? —Llevaba horas desnuda en sus brazos, pero por alguna razón estar tendida desnuda en la mesa de su cocina la hacía sentirse insoportablemente desprotegida, como si se tratase de un sacrificio humano sobre un altar de piedra.

—Masaje —dijo Naruto—. No te muevas.

Salió de la habitación dejándola allí tumbada. La dura superficie resultaba incómoda, pero la promesa de un masaje la hizo quedarse donde estaba. Naruto regresó a la cocina con un frasco de aceite para bebés y un paño.

—Ponte boca abajo —le ordenó. Abrió el grifo del agua caliente del fregadero y la dejó correr hasta que empezó a elevarse el vapor, y a continuación llenó un cuenco y volcó en él el frasco de aceite.

Hinata obedeció con movimientos rígidos. Naruto no había encendido ninguna luz, por lo que la cocina estaba sumida en sombras profundas, pues acababa de anochecer. El aire acondicionado estaba conectado, y aunque en el dormitorio había estado perfectamente cómoda, el frío de la mesa traspasaba la sábana y la estaba dejando helada. Tuvo un escalofrío, y deseó que Naruto se diera prisa.

—Cierra los ojos y relájate —dijo él en voz queda—. Duérmete, si quieres.

Sus músculos doloridos se fueron acoplando a la dureza de la mesa y le permitieron relajarse un poco. Cerró los ojos y se concentró en los sonidos de lo que estaba haciendo Naruto. Oyó un chapoteo de agua y suspiró con placer esperando sentir el tacto del aceite templado en la piel.

La voz de Naruto sonaba grave y calmante, poco más que un murmullo.

—Voy a lavarte para que estés más cómoda —le dijo justo antes de que Hinata sintiera el contacto de un paño húmedo y muy caliente entre las piernas. Aquella sensación de calor resultó maravillosa para su carne inflamada y dolorida.

Naruto actuaba con una suavidad increíble, pero al mismo tiempo era concienzudo a la hora de lavar toda huella de su anterior acto amoroso. Retiró el paño, y Hinata oyó correr el agua de nuevo.

—Esta vez va a ser frío —avisó, y seguidamente presionó el paño húmedo y frío entre las piernas de ella. Repitió la operación varias veces, calmando el dolor. Después pasó a usar el aceite.

Comenzó por los hombros hundiendo sus poderosos dedos en los músculos. Hinata se puso tensa automáticamente ofreciendo resistencia, y luego se relajó al notar que la fuerza y la tensión parecían abandonar su cuerpo. El aceite caliente hacía que las manos de Naruto resbalasen sobre su piel dejándola brillante y fragante.

Trabajó cada brazo, incluso masajeando las manos y los espacios entre los dedos. Y allí donde tocaba iba dejando los tendones relajados, los músculos inertes y un contento total. Hinata ronroneó de placer cuando Naruto volvió a trabajarle la espalda, comenzando por la cintura y subiendo poco a poco las manos en movimientos amplios y firmes que comprimían la caja torácica y arrancaban un gemido en voz alta a cada caricia. Fue repasando sin descanso cada músculo en tensión y lo masajeaba hasta que quedaba dúctil bajo sus manos.

A continuación, les tocó el turno a las piernas. Trabajó los músculos endurecidos, las pantorrillas, los tendones de Aquiles, las plantas de los pies. Hizo girar los tobillos adelante y atrás, apretando con los pulgares en el empeine, y Hinata experimentó un sorprendente deseo sexual que la hizo flexionar los dedos.

—¡Oh! —dijo involuntariamente.

—Te gusta, ¿eh? —preguntó Naruto en un tono suave y amortiguado por la creciente oscuridad de la habitación. Repitió el movimiento, y Hinata reaccionó con un gemido.

Naruto subió de nuevo por las piernas, separándolas y masajeando los tendones doloridos e inflamados de la cara interior de los muslos. Esta vez Hinata gimió de dolor y se agarró a los bordes de la mesa. Él murmuró unas palabras para tranquilizarla y centró la atención en los glúteos. Ella volvió a relajarse y cerró los ojos.

Ahora sentía un agradable calor, y no sólo a causa del aceite; las manos acariciantes de Naruto estaban surtiendo otro efecto totalmente distinto. Iba naciendo lentamente el deseo, calentándole la sangre, sin ninguna urgencia.

—Ahora túmbate de espaldas —le dijo Naruto, y la ayudó a darse la vuelta. Observó con interés los pezones erguidos y sonrió.

Sus manos grandes y aceitosas cubrieron suavemente los senos, extendiendo el aceite sobre la piel del pezón magullada por su vigoroso succionar y por el roce de su barba sin afeitar.

—Tienes la piel delicada como la de un bebé —comentó—. Tendré que afeitarme dos veces al día. Hinata no contestó, demasiado absorta en lo que él le estaba haciendo.

Para cuando terminó con el estómago y los muslos, Hinata ya se encontraba en un estado de doloroso anhelo, con el cuerpo arqueado bajo las manos de Naruto. La cocina estaba ya completamente a oscuras, las sombras lavanda del crepúsculo habían dado paso a la noche. Hizo una pausa para encender la luz del fregadero, que los aisló a ambos en un leve resplandor.

Los músculos doloridos de las caras internas de los muslos recibieron mayor atención, y esa vez Naruto no cesó hasta que los gemidos de Hinata se transformaron en ronroneos. Sus dedos untados de aceite se deslizaron más hacia arriba, acariciando y explorando, y Hinata se estremeció de placer.

—Naruto. —Su voz sonó densa, turbia por el deseo. Extendió los brazos hacia él—: Por favor.

—No, nena, estás demasiado dolorida para otra sesión más —susurró Naruto—. Yo me ocuparé de ti.

La arrastró hacia el borde de la mesa, con sábana y todo, haciendo resbalar suavemente la tela sobre la lisa superficie.

—¿Qué... —empezó Hinata, pero enseguida volvió a dejarse caer hacia atrás al tiempo que él le acomodaba los muslos sobre sus hombros.

Naruto separó suavemente los pliegues de carne inflamada de entre las piernas, y Hinata sintió su aliento cálido sobre ellos. Apenas tuvo tiempo para contener la respiración antes de que él introdujera la lengua en aquella sensible carne causándole un fogonazo de sensaciones que la hizo gritar. Fue muy tierno, y muy concienzudo, y en cuestión de minutos la redujo a un éxtasis de temblores y gritos.

Después la llevó al cuarto de baño. Ella permaneció de pie, soñolienta, bajo la ducha con él, rodeándole la cintura con los brazos y la cabeza apoyada en su pecho. Había desaparecido buena parte de la inflamación y el dolor, pero ahora sentía los músculos como si fueran de gelatina.

Cuando empezó a correr el agua caliente, Naruto separó la mejilla que tenía apoyada en su cabeza.

—¿Comemos? —murmuró.

Hinata se soltó de él de mala gana y cerró el grifo del agua caliente. Se escurrió el pelo mojado de la cara y lo miró con los ojos salpicados de gotas de agua en las pestañas, semejantes a diamantes.

Parecía fuerte y despiadado, pero era muy humano, con sus deseos, miedos y rarezas, y ella lo amó todavía más profundamente por aquellas peculiaridades. Pero, sólo por espacio de unos instantes, Hinata hubiera deseado que fuera más impenetrable, porque no podía aplazar mucho más lo que tenía que decirle de su padre.

Lo menos que podía hacer era darle de comer primero.

Naruto devoró dos bocadillos de jamón con tomate y luego se recreó un poco más en el tercero mientras Hinata daba cuenta de uno. Después hicieron otra vez la cama con sábanas limpias, y Naruto se dejó caer en ella con un suspiro de agotamiento.

La envergadura de sus brazos y piernas extendidos ocupaba la mayor parte de la cama, pero Hinata trepó hasta uno de los huecos y se acurrucó con la cabeza todavía húmeda en el lugar acostumbrado junto a su hombro. Lo rodeó con sus brazos y se apretó a él con fuerza como si pudiera protegerlo del dolor.

—Tengo que decirte una cosa —dijo en voz baja.


Continua