Secretos de una Noche
Muerto
Karin lloró largo rato después de que Naruto colgó el teléfono, con los brazos cruzados encima de la mesa del despacho y la cabeza apoyada en ellos. Las lágrimas saladas y calientes gotearon sobre la superficie pulimentada de la mesa, y ella las secó con la manga, pues no quería estropear el barniz. jamás se había sentido más perdida y confusa, ni siquiera cuando su padre los abandonó.
Nada estaba saliendo bien. No había conseguido decirle a Orochimaru que no iba a permitirle que la follara nunca más; cuando él bajó del dormitorio de su madre la otra noche y se quedó de pie en la puerta, mirándola fijamente, se le paró el corazón. Intentó decirlo, pero se le secó la garganta, y además Orochimaru se inclinó sobre ella y ya fue demasiado tarde. Se estremecía de vergüenza cada vez que pensaba en ello. ¿Cómo había podido permitir que la tocara? Iba a casarse con Suigetsu.
Se sentía sucia, y tenía la sensación de estar ensuciándolo a él al echarse en sus brazos después de haber estado con Orochimaru. Y todavía no le había dicho a Naruto que Suigetsu le había pedido que se casara con él, ni mucho menos le había dicho a su madre ni siquiera que estaba saliendo con él.
Había tenido sumo cuidado en tener controlada su vida después de aquella estúpida escenita del intento de suicidio, pero ahora todo parecía volver a salirse de su curso.
Naruto estaba con Hinata Uchiha. Otro hombre al que amaba y del que dependía había sido seducido por una de aquellas putas. ¿Cómo podía hacerle eso Naruto precisamente? Karin se meció adelante y atrás, abrazada a sí misma y gimiendo de tristeza mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Iba a pasar la noche con ella, sin preocuparse de lo que dijera la gente ni de los chismorreos que finalmente llegarían a oídos de su madre por mucho que ellos intentaran evitarlo.
La familia no le importó a su padre cuando estaba en la cama con Hanna Uchiha, y ahora por lo visto Naruto seguía sus pasos con la hija de Hanna. No había más que darles sexo para que no prestaran la menor atención a quién hacían daño.
Karin lloró hasta que los ojos se le hincharon y empezaron a dolerle, hasta que sintió el pecho dolorido por el esfuerzo de respirar. Entonces, por fin, la asaltó una especie de calma terrible.
Abrió el cajón del escritorio de Naruto y contempló el revólver que estaba allí guardado. Aquella puta de los Uchiha no había atendido a las advertencias que ella le había hecho, de manera que ya era hora de dejarse de sutilezas.
Dolida y furiosa como estaba, no le importaba que Naruto estuviera con Hinata; tal vez le viniera bien que lo zarandearan un poco, pensó al tiempo que cogía la pistola. Esta vez iba a ser ella la que expulsara a una Uchiha del pueblo.
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—¿De qué se trata? —quiso saber Naruto, estirándose para apagar la lámpara. Acurrucó a Hinata contra sí en la súbita oscuridad—. Te has puesto seria.
—Así es. —Hinata parpadeó para reprimir el súbito escozor de las lágrimas—. He dejado pasar tiempo para decirte esto porque... porque no puedo soportar hacerte daño. Y... antes quiero decirte otra cosa. —Respiró para tomar aliento y se aferró a su coraje con las dos manos—. Te amo —dijo en voz baja teñida de ternura—. Te he amado siempre, incluso desde que era pequeña.
» Vivía con la ilusión de verte por casualidad y de tener la oportunidad de oír tu voz. No hay nada que haya podido cambiar eso, ni siquiera lo que sucedió aquella noche, ni los doce años que han transcurrido desde que me marché.
Naruto estrechó su abrazo y abrió los labios, pero ella posó los dedos en su boca para acallarlo.
—No, no digas nada —rogó—. Déjame terminar. —Si no lo decía todo seguido, tal vez perdiera el valor—. Naruto, tu padre no se fugó con mi madre. —Percibió que el cuerpo de Naruto se ponía en tensión y lo abrazó con más fuerza—. Sé dónde está mi madre ahora, y Jiraiya no está con ella. No lo ha estado nunca. Está muerto. —Lo dijo lo más suavemente posible. Las lágrimas rebosaron por fin de sus ojos y se deslizaron lentamente por sus mejillas—. Alguien lo mató aquella noche. Mi madre vio quién lo hizo, y le dio miedo que la matase a ella también, de modo que huyó.
—No sigas —dijo Naruto en tono áspero. Apartó sus brazos de él y le dio a Hinata una sacudida leve y brusca—. No sé si la que miente eres tú o Hanna, pero yo recibí una carta de él que llevaba el matasellos del día siguiente, en Nueva Suna. Si lo mataron la noche anterior, la carta la escribió un muerto.
—¿Una carta? —preguntó Hinata, estupefacta. De todas las cosas que podía decir Naruto, aquello era lo más insólito—. ¿De tu padre? ¿Estás seguro?
—Por supuesto que estoy seguro.
—¿Era de su puño y letra?
—Estaba escrita a máquina —respondió Naruto. Su incomodidad se iba convirtiendo rápidamente en cólera. Se sentó y bajó los pies de la cama—. Pero la firma era la suya.
Hinata se lanzó sobre Naruto y lo abrazó por los hombros para retenerlo, aunque sabía muy bien que él podría quitársela de encima con la misma facilidad que si se tratara de un molesto mosquito.
Le dijo con desesperación:—¿Qué decía la carta?
—¿Qué importa eso, maldita sea? —Naruto la sujetó por las muñecas intentando liberarse sin hacerle daño. Hinata se aferró a él aún más fuerte, apretando el cuerpo contra el suyo.
—¡Sí que importa! —Ya estaba llorando, y sus lágrimas mojaban la espalda de Naruto.
Él musitó otro juramento, pero no se movió. A pesar de lo furioso que estaba con Hinata por haber sacado el tema, y mucho más por haber intentado que se tragase una mentira tan ridícula, ella estaba llorando, y tuvo que luchar contra el impulso de atraerla a su regazo y consolarla. Dijo en tono áspero:
—Era una carta de poderes. Sólo eso, sin explicaciones. Sin ese documento, probablemente habríamos perdido todo lo que teníamos. —Su pecho se expandió al inhalar profundamente—. Si no hubiera sido por esa carta, yo habría tratado de dar con él, pero ni siquiera decía que lo lamentaba, ni se despidió. Fue como si estuviera ocupándose de un pequeño detalle que se le había olvidado.
—A lo mejor la escribió otra persona —apuntó Hinata, experimentando en su interior el dolor que debía de haber sufrido él—. A lo mejor la escribió el asesino. ¡Naruto, te juro que mi madre vio cómo le disparaban! Aquella noche estaban frente a la casa de verano cuando llegó un coche. Mamá me dijo que Jiraiya y el otro hombre entraron en el cobertizo para botes y los oyó discutir...
En aquel momento Naruto se levantó bruscamente de la cama zafándose de Hinata. Giró en redondo para agarrarla de los brazos y sujetarla contra el colchón.
—Por eso estabas tú fisgando por allí —dijo con incredulidad, y extendió la mano para encender la lámpara y así poder verle la cara. La miró furioso, con los ojos ardientes como llamas azules, y la sacudió de nuevo—.¡Por eso has estado haciendo todas esas preguntas sobre Jiraiya! ¡Tú crees que lo asesinaron y has estado intentando averiguar quién fue!
Rara vez en su vida había estado más furibundo; le temblaban las manos por el esfuerzo de controlarse. No se creía que su padre hubiera sido asesinado, pero era evidente que Hinata sí lo creía, y la muy temeraria había intentado encontrar ella sola al asesino.
Si de verdad se había cometido un homicidio, ella habría corrido un riesgo enorme. Naruto se debatía entre tomarla en sus brazos para besarla y ponerla encima de sus rodillas para darle unos azotes en el trasero. Las dos opciones ejercían un tremendo atractivo.
Mientras se decidía, Hinata dijo:—Sabía que no iba a encontrar nada, pero registré el cobertizo en busca de un casquillo de bala...
—Aguarda un minuto. —Naruto se pasó la mano por la cara en un intento de asimilar aquella última confesión—. ¿Cuándo registraste el cobertizo?
—Ayer por la mañana.
—Está cerrado con un candado. ¿Es que has añadido a tu repertorio la habilidad de allanar moradas?
—Entré nadando por debajo de la puerta y salí a la altura de la grada del bote.
Naruto cerró los ojos y contó hasta diez. Luego repitió la operación. Le temblaban las manos, y las cerró en dos puños. Por fin abrió los ojos y miró fijamente a Hinata abatido por la incredulidad.
Temeraria no era el término adecuado; era demasiado intrépida para su propia seguridad, y no digamos para su cordura. La red que había debajo del cobertizo, diseñada para que no penetrasen inquilinos no deseados de la variedad de los reptiles, se había aflojado con el paso de los años y él no la había reparado, pero seguía estando allí. Bien fácilmente podría haberse enredado en ella Hinata y haberse ahogado. Entonces la habría perdido para siempre. Un sudor frío se condensó sobre su frente.
—No encontré nada —dijo Hinata, mirándolo intranquila—. Pero hay alguien a quien estoy poniendo nervioso. ¿Por qué crees que me han mandado esas notas de amenaza?
Era como recibir un puñetazo en el estómago. Naruto se quedó tal cual, con la mente trabajando a toda velocidad. Entonces se le doblaron las rodillas y se dejó caer sobre la cama.
—Dios mío —dijo con expresión vacía a medida que se iba haciendo la luz en su mente horrorizada.
—Contraté a un detective privado —dijo Hinata, abrazándolo de nuevo, con una necesidad desesperada de tocarlo. Se apretó contra él, y esa vez Naruto la rodeó también con sus brazos y la atrajo hacia su pecho—. El señor Yamanaka. Se encargó de investigar los datos de tarjetas de crédito, de la Seguridad Social, de los impuestos... Pero no había ni rastro de Jiraiya después de aquella noche. ¡Naruto, no había ningún motivo para que Jiraiya los abandonara a Karin y a ti, ni a todo ese dinero!
» No los habría abandonado a ustedes por mi madre. ¿Por qué iba a hacerlo? No tenía sentido que hubiera desaparecido de aquel modo, a menos que estuviera muerto. El señor Yamanaka también pensaba que tenía que estarlo, e iba a formular algunas preguntas por la ciudad. —Un sollozo le surgió del pecho—. Ahora él también ha desaparecido, ¡y tengo miedo de que lo haya matado la misma persona!
—Oh, Dios —dijo Naruto con la voz tensa—. Hinata... No digas nada más. Calla un minuto, por favor.
Ella apretó la cara contra su pecho y obedeció. A pesar de todo, él la tenía abrazada, y comenzó a sentir esperanzas. Naruto la meció suavemente adelante y atrás, consolándose a sí mismo a la vez que a ella.
—La carta la envió Orochimaru —dijo por fin con la voz amortiguada por el pelo de Hinata—. Debería haberlo adivinado. Era la única persona que sabía que papá no había dejado un poder escrito, y sabía el lío en que nos encontraríamos sin ese documento si papá no regresaba, de modo que no corrió riesgos.
» Él estaba casi tan perturbado como yo, y dijo lo mismo que tú: ¿Qué motivos tenía mi padre para fugarse con Hanna? Ya la tenía para él, y mi madre hacía como que no sabía nada de aquellas aventuras, así que no tenía por qué... Está muerto. Está realmente muerto. —Se ahogó al decirlo, y su pecho se convulsionó.
Hinata lo abrazó con fuerza y lo guio hacia la cama. Él se agarró a ella con manos desesperadas.
—Apaga... Apaga la luz —dijo, y Hinata obedeció, comprendiendo que un hombre fuerte necesitase la oscuridad para llorar.
Naruto se estremeció en sus brazos, con el rostro húmedo enterrado entre sus senos mientras su pecho se agitaba en profundos sollozos. Hinata lloró con él, acariciándole la cabeza, la espalda y los hombros, sin hablar pero ofreciéndole el consuelo de su cuerpo, diciéndole que no estaba solo.
Sin la intimidad del día que acababan de pasar juntos, dudaba que él le hubiera permitido verlo tan vulnerable. Pero es que ambos estaban unidos, tal como él había dicho, sus vidas habían sido tejidas juntas de manera inextricable por el pasado, y cimentadas por aquellas largas horas de intenso placer.
Había algo que Naruto había dicho que chirriaba, pero Hinata no alcanzaba a ver su importancia. Lo apartó de su mente por el momento, concentrada sólo en abrazarlo.
Naruto se fue calmando gradualmente, pero su abrazo desesperado no se relajó. Hinata le apartó el pelo del rostro mojado con gesto tierno.
—Todos estos años —dijo Naruto en tono ahogado—... lo he odiado y maldecido... y también lo he echado de menos... Y durante todo este tiempo ha estado muerto.
Aún había que decir algo más, algo doloroso.
—Haz que draguen el lago —sugirió Hinata, y sintió cómo Naruto se encogía. Él había nadado y pescado en aquel lago.
Había más cosas que decir, decisiones que tomar, pero Naruto tenía la cabeza hundida en su pecho y notó que estaba totalmente agotado. Su propia fatiga, física y mental, estaba empezando a hacer mella también en ella.
—Duérmete —le susurró, acariciándole la sien—. Ya hablaremos por la mañana.
Debió de quedarse adormecida, pero pese a su cansancio, había algo que seguía arrastrándola hacia la semiinconsciencia. Se agitó nerviosa, sintiendo el peso de Naruto encima de ella. ¿Qué había dicho? Algo acerca de la carta de poderes...
El cuerpo de Naruto era como un horno, despedía calor en oleadas. Estaba bañada en sudor a pesar de los esfuerzos del ventilador del techo. No abrió los ojos, pero frunció la frente intentando enfocar con claridad la idea. La carta de poderes...
¿Por qué había enviado Orochimaru un falso poder escrito tan deprisa, cuando ninguna persona razonable esperaría que Jiraiya abandonase de forma tan radical a su familia y sus negocios? Seguro que esperaba que Jiraiya se pusiera en contacto... A menos que supiera que eso iba a ser imposible. Orochimaru.
Abrió los ojos de golpe y contempló confusa el extraño resplandor rojo que invadía el dormitorio. El calor se había intensificado y el aire era acre y le quemaba los ojos y la nariz.
Entonces lo comprendió de repente.
—¡Naruto! —Lo llamó a gritos y lo sacudió con fuerza—. ¡Levántate! ¡La casa está ardiendo!
Karin detuvo el coche en el mismo sitio que en las dos ocasiones anteriores, sacándolo de la carretera y entrando en un acceso a un pastizal, fuera de la vista de la casa. Llevaba ropa oscura y zapatos de suela blanda para moverse en silencio sin que la vieran.
Era de lo más fácil llegar hasta la casa a pie, dejar los mensajes y marcharse sin ser detectada. Dejar el paquete había requerido un poco más de planificación, ya que había sido a la luz del día, pero Hinata le había simplificado las cosas al no encontrarse en casa. Simplemente había sido cuestión de introducir el paquete en el buzón del correo y arrancar.
Salió del coche, pistola en mano, y puso el pie en la carretera oscura. No había mucho tráfico ni siquiera durante el día, y si viniera un coche podría verlo y oírlo con tiempo de sobra para esconderse. Mientras tanto, la carretera era lo más fácil para caminar y no dejar huellas.
Había un extraño resplandor rojo en el cielo nocturno, visible justo por encima de los árboles. Karin lo contempló, desconcertada. Tardó unos segundos en comprender de qué se trataba, y sus ojos se desorbitaron de alarma. ¡La casa estaba ardiendo, y Naruto estaba allí! Con la garganta cerrada en un gemido de terror, echó a correr.
Naruto se bajó de la cama y arrastró a Hinata consigo al suelo, donde era más fácil respirar, aunque el humo acre seguía quemándole la garganta y los pulmones a cada inspiración. Cogió su bata de la silla y se la lanzó.
—Sal a gatas al pasillo y ponte esto —le ordenó— y unos zapatos. —Se puso a toda prisa los pantalones y los zapatos, en tres movimientos rápidos—. Yo te seguiré justo detrás.
Hinata obedeció, mirando hacia atrás varias veces para cerciorarse de que estaba allí. Se echó la bata por encima tosiendo violentamente. Una vez en el pasillo, vieron que las llamas lamían también el exterior de la ventana del cuarto de baño.
Naruto no hizo caso de ello y penetró en el baño para coger las toallas del toallero. Por obra de algún milagro, todavía había presión de agua, de modo que empapó las toallas en el lavabo.
Alargó una de ellas a Hinata tosiendo y carraspeando.
—Póntela en la cara —le dijo con la voz enrarecida.
Hinata así lo hizo, se sostuvo la toalla empapada contra la nariz y la boca y reptó lo mejor que pudo. La toalla ayudó, pues empezó a respirar un poco mejor.
El fuego parecía rodearlos con sus siniestras llamas amarillas dondequiera que miraban. El denso humo que llenaba la casa reflejaba el resplandor, de modo que éste parecía provenir de todas direcciones. ¿Cómo podía haberse extendido tan rápidamente, engullendo la casa de aquel modo?
El crepitar del fuego se había convertido en un rugido conforme iba haciéndose más grande, consumiendo la casa cada vez más. El calor le abrasaba la piel y continuamente caía una lluvia de chispas semejantes a minúsculos cuchillos incandescentes que agujereaban lo que encontraban a su paso.
Las tablas del suelo que iba tocando daban la sensación de respirar, cada vez más calientes, y Hinata supo que pronto el suelo empezaría a arder. Si para entonces no estaban fuera, morirían.
Naruto sentía lo mismo. Hinata no se movía lo bastante rápido; la bata se le enredaba en las piernas y le restaba velocidad. La empujó bruscamente a un lado para poder moverse por delante de ella.
Asió el cuello de la bata y lo utilizó para tirar de ella, poco menos que arrastrándola, y así obligarla a avanzar más deprisa. Notó que el suelo estaba cada vez más caliente y supo que como mucho disponían sólo de un minuto para salir de allí, o sería demasiado tarde. Forzó la vista para ver a través de las nubes de humo, y la relativa oscuridad de la parte frontal de la casa le proporcionó un atisbo de esperanza.
—¡La puerta principal! —rugió, intentando hacerse oír por encima del estruendo infernal—. ¡Todavía no está ardiendo!
La casa era muy pequeña, pero la puerta principal parecía encontrarse muy lejos. Hinata sentía los pulmones doloridos y abrasados, bombeando desesperadamente en busca de aire, pero el fuego estaba consumiendo todo el preciado oxígeno. Se le nubló la vista y tuvo la impresión de que el mundo se torcía hacia un lado.
El suelo de madera le raspaba las rodillas mientras Naruto tiraba de ella, y el dolor la incitaba a realizar un mayor esfuerzo. Intentó recuperarse y obligó a sus músculos a seguir moviéndose mientras repetía en silencio una letanía de desesperación: No te pares, no te pares, si te paras Naruto se parará también, no te pares. El terror por la seguridad de él, por encima de todo lo demás, fue lo que la obligó a continuar.
De pronto Naruto se puso de pie con paso inseguro, la tomó a ella y la sujetó fuertemente contra sí. Hinata miró con ojos turbios su amado rostro, ennegrecido por el humo.
—¡Prepárate! —bramó él, y empleó su toalla para cubrir el recalentado picaporte y abrir la puerta de un tirón.
Agachó la cabeza cuando las llamas penetraron con un profundo fragor, pero luego se retrajeron con la misma velocidad. Levantó a Hinata del suelo, se la colocó debajo del brazo como si fuera un balón de fútbol y traspasó a la carrera el umbral en llamas.
La velocidad que llevaba los arrojó a ambos fuera del porche y los lanzó a la oscuridad vacía.
Naruto se retorció en el aire intentando interponer su cuerpo entre Hinata y el suelo, pero lo logró sólo a medias, y los dos fueron a dar con sus huesos en la hierba. Oyó el grito sofocado de Hinata, pero aún estaban peligrosamente cerca de la casa y no podía perder tiempo en ver si se había herido.
—¡Muévete! ¡Aléjate de la casa!
—No —dijo alguien con una voz ronca teñida de horror. El crepitar y rugir de las llamas casi no dejaba oírla—. Naruto, ¿Qué estás haciendo aquí?
Naruto se enderezó lentamente, tirando de Hinata y poniéndola automáticamente a su espalda. Estaban atrapados entre dos peligros, el fuego que tenían a la espalda y el rifle que sostenía en las manos el hombre que había sido su tío honorario, su amigo y consejero de toda la vida.
—No —gimió Orochimaru con los ojos agrandados por el pánico. Sacudía la cabeza negando la presencia de Naruto.— ¡Creía que ella estaba sola! Naruto, te juro que jamás te habría puesto a ti en peligro...
El calor que Naruto sentía en la espalda era muy intenso y le estaba chamuscando la piel. Dio un paso al frente muy despacio, sin apartar los ojos de Orochimaru pero desesperado por alejar a Hinata de aquel calor.
Se detuvo cuando lo asaltó un acceso de tos. Oyó que Hinata también tosía y jadeaba, y no dejó de sujetarla por el brazo para obligarla a permanecer detrás de él. Varias sospechas nefastas empezaron a acumularse en su mente, y todas ellas lo pusieron enfermo.
Cuando pudo hablar, se irguió y se secó los ojos llorosos con una mano sucia.
—Eres tú el que ha estado enviando esas notas, ¿verdad? —articuló, con la voz tan enronquecida que resultaba casi irreconocible—. Y el gato...
—No —negó Orochimaru en un tono de absurda indignación, dadas las circunstancias—. Yo no haría una cosa así.
—¿Pero sí prenderías fuego a una casa y tratarías de matar a una mujer inocente? —preguntó Naruto con frialdad y en un tono duro que hizo que aquellas palabras fueran más penetrantes.
—Esperaba que ella se fuera —repuso Orochimaru en un tono terroríficamente razonable—. Pero nada de lo que has hecho tú ha conseguido que se marche, ni tampoco las notas. No sabía qué más hacer. No podía dejar que siguiera haciendo preguntas y perturbando a Mito.
Naruto lanzó una carcajada ronca.
—A ti no te preocupaba que mi madre estuviera molesta o no —le espetó—. ¡Tenías miedo de que descubriese lo que le ocurrió a papá!
—¡Eso no es cierto! —replicó Orochimaru furioso—. ¡Yo la he querido siempre! ¡Tú lo sabes!
—¿La querías tanto como para pegarle un tiro a mi padre para poder tenerla a ella?
Naruto le ladró aquella acusación, tan furioso por el peligro que corría Hinata y por la revelación de que Orochimaru había matado a su padre, que fue lo único que pudo hacer para no saltar sobre él y estrangularlo con sus propias manos. Lo único que se lo impedía era el hecho de saber que, si fallaba, Hinata moriría.
Seguían estando peligrosamente cerca de la casa en llamas, en un infierno de calor y de luz que los envolvía en un círculo rojizo fuera del cual no existía nada más. El rostro de Orochimaru se contorsionó de dolor.
—¡No quería hacerlo! —chilló—. Sólo quería detenerlo... ¡Iba a divorciarse de Mito! ¡La humillación la habría matado! Intenté hacerlo razonar, pero él estaba decidido. Dios, ¿Cómo puede nadie preferir a aquella puta antes que a tu madre? Creo que estaba loco, tenía que estarlo.
A Naruto no le pasó inadvertida la ironía de que Orochimaru llamase loco a Jiraiya. Entonces, para su horror, Hinata se zafó de su mano y salió de la protección que le ofrecía su cuerpo.
—Así que le disparaste —dijo con la voz también enronquecida y apenas audible por encima del rugido del voraz incendio—. Y dijiste a mi madre que, si se le ocurría decir algo, contarías que había sido ella. No cabía duda de a quién iba a creer la gente de este pueblo, ¿verdad?
Orochimaru la miró con tal odio y furia que el rifle le tembló en las manos, y Naruto se apresuró a acercarla a él. No temía por sí mismo; el horror de Orochimaru por haberlo puesto en peligro era sincero, pero Hinata... Dios, incluso en aquel momento Orochimaru seguía empeñado en matarla. Lo llevaba pintado en la cara.
—No me importó que vinieras a vivir aquí —le dijo Orochimaru—. Tú no tuviste nada que ver con lo que sucedió. Pero no quisiste mantener la boca cerrada, seguías haciendo preguntas, y además contrataste a aquel viejo imbécil para que metiera las narices...
—¿También lo has matado a él? —interrumpió Hinata con el rostro contraído por la rabia—. ¿Lo has hecho?
—¡No he tenido más remedio, maldita zorra! —aulló Orochimaru, fuera de sí—. Se acercó demasiado... Me preguntó si Mito había tenido alguna aventura... Ella no era así...
—¿Has arrojado su cuerpo al lago, igual que hiciste con el de Jiraiya? —escupió Hinata con el cuerpo entero agitado. Pero no había temor alguno en su voz, pensó Naruto; era una furia absoluta, espejo de la suya propia, y de pronto tuvo una visión espeluznante de ella lanzándose sobre Orochimaru.
No había muchas cosas que Hinata no se atreviera a hacer, cuando estaba decidida a hacerlas. Había buscado deliberadamente poner nervioso a un asesino y hacerlo a la luz, aun sabiendo que se estaba poniendo en peligro ella misma.
Su plan había ido como la seda, pensó él maliciosamente. Ahora procuraría evitar que la mataran. La agarró apretando hasta hacerle daño y volvió a situarla a su espalda, confiando en que Orochimaru no disparara a través de él para alcanzarla. De inmediato, Hinata empezó a retorcerse y forcejear para soltarse.
Orochimaru contempló cómo peleaban, Hinata intentando zafarse de Naruto para que éste no resultara herido, y Naruto tratando desesperadamente de sujetarla por la misma razón. El rostro de Orochimaru se contorsionó.
—¡Suéltala! No merece la pena, Naruto. Yo me encargaré de ella, y todo volverá a ser como antes. No es más que una Uchiha; a nadie le importará. ¡Lo ha echado todo a perder! ¡Jiraiya era mi mejor amigo, maldita sea! ¡Yo lo quería! Pero estaba muerto... y tuve que hacer algo.
—Podrías haberte entregado —señaló Naruto procurando mantener un tono de voz razonable. Por fin había logrado sujetar a Hinata y aprisionarla con sus brazos. Si consiguiera entretener a Orochimaru y después acercarse lo suficiente para desviar hacia arriba el cañón del rifle de un golpe... Era mucho más fuerte que él, podría reducirlo—. Si fue un accidente, no tenías por qué...
—Oh, por favor. Soy abogado, Naruto. La acusación habría sido de homicidio involuntario, no asesinato, pero aun así habría acabado en la cárcel. —Orochimaru hizo un gesto negativo—. Mito no habría vuelto a hablarme... No querría tener relación alguna con alguien que hubiera estado en la cárcel. Lo siento, pero tiene que ser así. —Levantó el rifle y apuntó a través de la mirilla, y Naruto supo que iba a disparar.
Entonces empujó a Hinata hacia un lado y cargó contra Orochimaru. Vio cómo el cañón del arma se desviaba siguiendo a Hinata, y se arrojó sobre Orochimaru con más fuerza de la que había empleado nunca jugando al fútbol.
La fuerte explosión del disparo perforó la noche y el casquillo caliente del proyectil lo golpeó en la cara al salir despedido. Asió el rifle y lo lanzó hacia arriba al tiempo que ambos rodaban por el suelo, pero el impacto le hizo soltar a su presa. Con sorprendente velocidad, Orochimaru rodó hacia un lado, se incorporó de un salto y recuperó el rifle. Naruto se puso de pie y empezó a avanzar en dirección a Orochimaru.
No se atrevía a mirar hacia donde estaba Hinata tendida en el suelo, no podría soportar ver. La idea de perderla le contrajo las entrañas con un dolor insufrible. El terror y la rabia se mezclaron en su pecho, y avanzó paso a paso con la idea de dar muerte a Orochimaru escrita en la cara.
—No... —suplicó éste, retrocediendo—. Naruto, no me obligues a dispararte a ti también...
—¡Hijo de puta!
Aquel chillido no procedía de ninguna parte. Cegado por el intenso resplandor del fuego, Naruto no vio nada al principio. Entonces se materializó Karin saliendo de la noche, vestida de pies a cabeza con ropas oscuras que impedían verla. La cara de su hermana estaba blanca como la cal y tenía los ojos desorbitados.
—¡Hijo de puta! —chilló Karin de nuevo, avanzando hacia Orochimaru como una Furia del averno. La luz de las llamas arrancaba destellos a su cabello y al cañón del revólver que llevaba en la mano—. Todos estos años... has estado follándome... fingiendo que yo era mamá... ¡y tú mataste a mi padre!
Tal vez Orochimaru vio la intención de disparar en los ojos de Karin. Tal vez simplemente se sorprendió al verla aparecer chillando. Por la razón que fuera, desvió el rifle y apuntó hacia ella.
Naruto volvió a saltar sobre él con un rugido de protesta, sabiendo que no podría alcanzarlo a tiempo, igual que le había sucedido un momento antes.
Karin cerró los ojos y disparó.
Continua
