Secretos de una Noche


Despues del fuego


—El muy hijo de puta —continuó susurrando Karin con voz agotada y sin vida—. El muy hijo de puta.

Hinata estaba sentada con ella en el interior de un coche patrulla, abrazándola mientras ella lloraba, dejándola hablar todo lo que quisiera. La portezuela de su lado había quedado abierta, mientras que la del lado de Karin había sido cerrada; una sutil manera de hilar fino por parte de los encargados de hacer cumplir la ley.

A Karin no parecía importarle que su puerta no tuviera ningún tirador por dentro. Se encontraba en estado de shock, se estremecía ocasionalmente a pesar de lo caluroso de la noche añadido al calor del incendio, y el sheriff Hõzuki la había cubierto cuidadosamente con una manta.

Hinata miraba por la portezuela abierta, con una sensación de entumecimiento. Todo había sucedido tan deprisa. La casa estaba completamente destrozada, siniestro total. Orochimaru la había rociado con gasolina todo alrededor y después había arrojado una cerilla, con la intención de atraparla en el interior sin ninguna salida posible.

Si conseguía escapar de las llamas, él la estaría esperando con un rifle. Se habría dado por hecho que había sido asesinada por quienquiera que hubiera enviado las notas, y como él era inocente de eso, se sentiría a salvo. Pero Naruto había escondido su coche detrás del cobertizo, y en la oscuridad Orochimaru no lo había visto.

Cuando Naruto salió dando tumbos de la casa en llamas, el esmerado plan de Orochimaru quedó hecho pedazos. Lo sorprendió encontrarse con Naruto, a quien él quería como a un hijo. Lo único que podían hacer ahora era adivinar lo que Orochimaru habría hecho al verse enfrentado a aquel dilema.

El coche de Hinata, que estaba tan cerca de la casa, también era un siniestro total. Al no tener la llave para encender el motor y apartarlo de allí, Hinata había contemplado cómo le caía encima un trozo de pared y le prendía fuego.

El Jaguar de Naruto había sido retirado del cobertizo y ahora se encontraba a salvo a un lado de la carretera. Sin embargo, el cobertizo aún se tenía en pie. Hinata lo observó fijamente a través del humo. Tal vez pudiera dormir allí, pensó con amargo humor.

Su pequeño patio estaba invadido de gente. El sheriff y sus agentes, los bomberos voluntarios, los sanitarios de incendios, el forense, los curiosos. Dios sabe qué estaba haciendo toda aquella gente a aquellas horas de la noche, pero estaba claro que un número desmesurado de personas habían seguido las luces intermitentes.

Contempló la alta silueta de Naruto, recortada contra el incendio ya casi sofocado. Estaba hablando con el sheriff Hõzuki a pocos metros de donde se encontraba el cadáver de Orochimaru cubierto por una manta. No llevaba camisa, el cabello le flotaba sobre los hombros desnudos, e incluso desde aquella distancia Hinata lo oía toser.

Ella misma sentía la garganta abrasada y el escozor de varias quemaduras en las manos y en los brazos, la espalda, las piernas. Sentía dolor al toser, lo cual no impedía que sus pulmones tratasen periódicamente de expulsar el humo que habían tragado, pero en conjunto se sentía afortunada de estar viva y relativamente indemne.

—Lo siento —dijo Karin de pronto. Tenía la vista fija al frente—. Yo envié las notas. Sólo quería asustarte para que te fueras. jamás habría... Lo siento.

Hinata, atónita, se recostó en el asiento, pero volvió a incorporarse enseguida al notar el dolor en la espalda. Hizo ademán de ir a decir «no importa», pero cambió de idea. Sí que importaba. Se había asustado mucho, se sintió aterrorizada. Sabía que la rondaba un asesino.

Karin no lo sabía, pero eso no la eximía de culpa. Ella no había matado al gato, pero eso tampoco constituía una excusa. De modo que no dijo nada y dejó que Karin buscase por sí misma la absolución.

Vio que un enfermero se acercaba a Naruto y trataba de obligarlo a sentarse para ponerle una mascarilla de oxígeno. Pero Naruto se zafó de él con gesto enfadado y señaló en dirección a Hinata.

—Voy a decírselo —dijo Karin todavía con aquella voz carente de toda expresión—. A Naruto y Suigetsu. Voy a contarles lo de las notas y el gato. No me detendrán por haberle disparado a Orochimaru. Pero no me merezco salir impune de esto.

Hinata no tuvo tiempo para responder. El enfermero trajo su equipo hasta el coche patrulla y se agachó en cuclillas junto a la portezuela abierta. Le examinó los ojos con su linterna de bolsillo, que la hizo parpadear. Le tomó el pulso, observó las quemaduras de las manos y de los brazos e intentó ponerle la mascarilla de oxígeno. Pero Hinata no se dejó.

—Dígale a ése —dijo señalando a Naruto— que me la pondré cuando se la ponga él.

El enfermero se la quedó mirando y a continuación sonrió abiertamente.

—Sí, señora —dijo, y regresó alegremente con su primer paciente.

Hinata observó cómo le repetía sus palabras a Naruto. Éste se volvió para mirarla furioso. Ella se encogió de hombros. Molesto y frustrado, agarró la mascarilla y se la puso sobre la nariz y la boca con gesto de mala gana. Inmediatamente volvió a empezar a toser.

Como lo había prometido, Hinata tuvo que cumplirlo cuando le tocó el turno a ella. Los enfermeros se mostraron de acuerdo en que sus pulmones funcionaban de modo satisfactorio, lo cual quería decir que la cantidad de humo que había inhalado no era crítica. Sus quemaduras eran en su mayoría de primer grado, pero en la espalda tenía una ampolla de segundo grado y quisieron que viera al doctor Nara. Naruto se encontraba más o menos igual. Ambos habían sido extraordinariamente afortunados.

Excepto por el hecho de que Naruto había perdido un amigo y ella se había quedado sin nada de lo que poseía excepto la bata que llevaba puesta y los zapatos que calzaba. Además de un cobertizo abierto, una cortadora de césped y dos rastrillos, se recordó a sí misma.

Tenía asegurada la casa y el coche, pero tardaría tiempo en reponerlo todo. Su mente cansada empezó a intentar confeccionar una lista de todas las cosas que tendría que hacer: reponer las tarjetas de crédito, talonarios de cheques nuevos, comprarse ropa, conseguirse un coche, buscar un sitio donde vivir, hacer que le enviaran el correo a otra parte...

Cuántas cosas que hacer, con lo cansada que estaba y lo incapaz que se sentía de llevar a cabo ni una sola de ellas. Por lo menos no había nada que fuera irreemplazable, excepto las pocas fotografías que conservaba de Kiba. No había más recuerdos familiares.

Por fin se llevaron el cadáver de Orochimaru. Karin contempló cómo lo cargaban en el coche fúnebre para transportarlo al depósito. Dado que había tenido una muerte violenta, le harían la autopsia.

—Me ha usado durante siete años —susurró—. Fingía que yo era mamá. —Tuvo un escalofrío—.¿Cómo voy a decírselo a Suigetsu? —preguntó en tono sombrío.

—¿Quién es Suigetsu?

Karin la miró desconcertada.

—El sheriff. Suigetsu Hõzuki. Me ha pedido que me case con él.

Hinata lanzó un suspiro. Aquel embrollo se iba enredando cada vez más.

—No se lo digas —le dijo tocándole el brazo—. Déjalo pasar. No hagas daño a Suigetsu diciéndoselo. A ti no va a aliviarte, y daría una víctima más a Orochimaru. Empieza aquí desde cero.

Karin no contestó para aceptarlo ni negarlo, pero Hinata albergaba la esperanza de que siguiera su consejo. Ella misma había vuelto a empezar desde cero y sabía cuánto valía seguir adelante.

Por fin los llevaron a ella y Naruto a la clínica del doctor Nara y los pusieron en salas de observación separadas. El pulcro médico examinó primero a Naruto; Hinata los oyó hablar a través de las delgadas paredes. Luego entró con paso presuroso en la pequeña sala en la que se hallaba ella, incómodamente sentada encima de la mesa. Le limpió y curó las quemaduras y examinó su respiración, y seguidamente la contempló con mirada comprensiva.

—¿Tiene algún lugar donde dormir?

Hinata sonrió con tristeza y movió la cabeza en un gesto negativo.

—Entonces, ¿por qué no se queda aquí? Tiene aspecto de no tenerse en pie. Hay una cama desmontable que utilizamos nosotros en ocasiones, y estaremos encantados de que la use usted.

» Puedo proporcionarle algo de ropa de médico que ponerse... No diga nada, pero la robé del hospital de Nueva Suna. —Le guiñó un ojo—. Unas cuantas horas de sueño obrarán maravillas. Mis enfermeras llegan a las ocho y media, entonces podrá llamar a su compañía de seguros, comprarse ropa, ocuparse de todo eso. Créame, se sentirá mucho más capaz de todo después de haber dormido un poco.

—Gracias —dijo Hinata con sinceridad, aceptando su ofrecimiento. Las dificultades de estar prácticamente desnuda, sin transporte, dinero ni tarjetas de crédito, eran casi más de lo que podía afrontar en aquel momento. A la mañana siguiente podría pedir a Sakura que le hiciera una transferencia bancaria e iniciaría el proceso de empezar otra vez desde cero, pero aquella noche simplemente no estaba para nada.

El doctor Nara se marchó, y en pocos minutos se presentó Naruto. Llevaba el torso y la cara todavía manchados de humo negro, pero el médico le había limpiado algunas zonas y le había aplicado vendajes, lo cual le daba un aspecto un tanto desastrado. Figurándose que ella tendría un aspecto parecido, y sin querer mirarse al espejo para confirmarlo, Hinata le sonrió.

El rostro cansado de Naruto formó una sonrisa a su vez.

—El doctor Nara dice que estás bien, pero he querido comprobarlo yo mismo.

—Estoy bien, sólo que cansada.

Él asintió, y acto seguido sencillamente la rodeó con sus brazos y la estrechó contra sí, con un profundo suspiro para absorber su proximidad. Hasta que vio que Hinata se encontraba bien y que sólo se había quedado aturdida por la caída cuando él la empujó, había vivido un infierno de pánico.

Los hechos de aquella noche aún hacían mella en él; una parte de su ser estaba insensible, mientras que la otra seguía sufriendo una pena casi inexplicable. No importaba que su padre llevara doce años muerto; acababa de enterarse de ello, de modo que el dolor era reciente. Si a Hinata le hubiera ocurrido algo también...

—Ven conmigo a casa —le dijo apretando los labios contra su sien y aspirando el olor a humo de su cabello, sin importarle.

Hinata, sorprendida, se apartó un poco y lo miró.

—No puedo hacer eso —barbotó.

—¿Por qué no?

—Por tu madre... No.

—Déjame eso a mí —replicó Naruto—. No va a gustarle...

—¡Eso es muy poco decir! —Hinata sacudió la cabeza en un gesto negativo—. No puedes presentarte conmigo delante de ella en un momento como éste. Todo lo que ha sucedido esta noche es suficiente como para que le dé un ataque. El doctor Nara me ha ofrecido que pase aquí la noche, y yo he aceptado.

—Olvídalo —gruñó Naruto. Odiaba admitir que ella tenía razón, pero veía que no pensaba dar su brazo a torcer—. Si no quieres venir a casa conmigo, te llevaré al motel.

—No tengo dinero ni tarjeta de crédito...

Naruto se apartó bruscamente de ella y la cólera brilló en sus ojos azules.

—Maldita sea, Hinata, ¿es que crees que voy a cobrarte por la habitación?

—Perdona —le rogó—. Estoy acostumbrada a pagármelo yo todo, por eso no se me ha ocurrido ni siquiera pensarlo. Es verdad que una habitación de motel sería más cómoda y más privada.

Naruto lanzó un suspiro y extendió una mano para acariciarle la mejilla. La cólera desapareció de sus ojos. Resultaba asombroso que pudieran crecer flores en los lugares más abominables, pero la mala hierba de los Uchiha había hecho brotar toda una flor silvestre en Hinata.

—Vamos —le dijo, ayudándola a bajar de la mesa de observación—. Vamos a decirle al doctor Nara que te vienes conmigo.

Diez minutos más tarde llegaba en coche a la oficina del motel y desplegaba con cansancio su larga silueta del interior del jaguar. Todavía había mucho que hacer en aquella noche de horror. Sin prestar atención a su apariencia, entró en el edificio, cogió una llave y regresó en menos de un minuto para acompañar a Hinata a la habitación número once.

Abrió la puerta, encendió las luces y se hizo a un lado para dejarla entrar. Hinata pasó junto a él con paso cansino y miró la cama con expresión anhelante. Le hubiera encantado tumbarse y dormir, pero no podía soportar la idea de manchar las sábanas de hollín.

Naruto la siguió al interior, cerró la puerta y la atrajo hacia él. Hinata apoyó la cabeza en su pecho y cerró los ojos para recrearse en sentirlo junto a ella, tan duro y fuerte, tan vital. La muerte había estado tan cerca...

Naruto cerró la mano alrededor de su muñeca y se llevó aquellos dedos enhollinados a los labios, y a continuación le tomó la mano en la suya.

—Mañana comenzaremos a dragar el lago —dijo bruscamente.

Hinata se frotó la mejilla contra la mano de él, sintiendo su pena.

—Lo siento —dijo con suavidad.

Naruto aspiró profundamente.

—Hay mucho que hacer. No sé cuándo tendré un minuto libre.

—Lo entiendo. Yo también tengo mucho que hacer, todas las pólizas de seguros, cosas así.

Habría sido agradable que pudieran apoyarse el uno en el otro a lo largo de las duras pruebas que los aguardaban, pero la necesidad los empujaba en direcciones distintas. Como el dragado del lago debía hacerse con la supervisión de las autoridades, el acceso a dicho proceso sería limitado; eso lo sabía Hinata sin necesidad de que se lo explicaran. Naruto estaría allí, pero no se permitiría el paso a ningún otro civil que no participara directamente en la operación de dragado.

—No quiero dejarte —murmuró Naruto, y ciertamente parecía incapaz de moverse a pesar de todo lo que aún quedaba por hacer antes de que terminara la noche.

—Es necesario. Mis problemas son en su mayor parte papeleo y compras, puedo ocuparme de ellos yo sola. Tú tienes problemas más serios.

Naruto le levantó la cabeza con los dedos y clavó su mirada en ella.

—Hablaremos cuando esto haya terminado —dijo, una promesa que sonó más bien a una amenaza. Después la besó, una caricia cálida y dura—. Si me necesitas, llámame.

—Está bien.

La besó de nuevo, y Hinata percibió que no tenía ganas de irse. Le acarició el pelo para consolarlo.

—No quiero irme —confesó Naruto, apoyando su frente en la de ella—. Hace doce años tuve que decirle a mi madre que mi padre la había dejado por otra mujer; ahora tengo que decirle que en realidad lo asesinaron. Lo peor de todo es que sé que esto no va a alterarla tanto como lo primero.

—Tú no eres responsable de lo que ella sienta o no sienta —replicó Hinata, tocándole el labio inferior con el pulgar—. Tú y Karin amaban a Jiraiya, de modo que no le faltará quien lo llore.

—Karin. —Naruto apretó los labios y su mirada se endureció—. Ha confesado lo que hizo, lo de las notas y el gato. Suigetsu estaba destrozado, ha violado varias leyes con esa travesura.

—Deja que las cosas se tranquilicen antes de hacer nada —le aconsejó Hinata—. Al fin y al cabo, la familia es la familia. No debes actuar precipitadamente y provocar una brecha. Recuerda que ella también ha pasado mucho. —Su propia familia había quedado dispersa a los cuatro vientos y su vida estaba sembrada de graves pérdidas, de modo que sabía muy bien lo que estaba diciendo. Vio reflejado en los ojos de Naruto que aceptaba aquella verdad.

Un enorme bostezo se apoderó de ella, y la cabeza se le cayó contra el hombro de Naruto.

—Éste ha sido mi último consejo por esta noche —dijo, y bostezó otra vez.

Naruto la besó en la frente y la apartó de él con suavidad. Tuvo que obligarse a sí mismo a dejarla, pero sabía que si no lo hacía ya, se derrumbaría sobre la cama con ella.

—Duerme un poco, nena. Si me necesitas, llámame.

En los días que siguieron, Hinata se dio cuenta de que tenía una amiga en la ciudad. No sabía si Tenten se habría enterado por los chismorreos de dónde se alojaba Hinata y le ofreció voluntariamente sus servicios, o si Naruto la habría llamado para pedirle que la ayudara, pero no preguntó. Tenten llamó a la puerta de la habitación del motel a las diez de la mañana del día siguiente y se puso a disposición de Hinata.

Hinata ya había llamado a Sakura y lo había arreglado todo para que le hiciera una transferencia bancaria, pero todavía necesitaba algún medio de acudir al banco a retirar el dinero. Y también necesitaba, con bastante urgencia, realizar algunas compras, y no sabía si alguna de las tiendas de la ciudad le vendería algo. La situación entre ella y Naruto se había modificado de manera drástica, pero en la ciudad no estaban al corriente.

—Lo primero es lo primero —declaró Tenten cuando Hinata dijo que tenía que ir al banco. Observó a Hinata con ojo crítico cuando ésta salía para subirse al coche.

Las quemaduras no resultaban tan incómodas, pero Hinata tenía la misma sensación que si la hubiera atropellado un camión, probablemente a consecuencia de las dos duras colisiones que había tenido con el suelo.

—Voy a llevarte a mi casa — dijo Tenten—. No tengas reparo en usar mi maquillaje, peinarte y arreglarte un poco. Y mientras lo haces, si me dices la talla que usas, te haré unas cuantas compras rápidas. Nada maravilloso —le dijo cogiéndola de la mano cuando la otra abrió la boca para protestar—, sólo ropa interior, unos pantalones y una camisa para que puedas quitarte esa bata. Ya me lo pagarás cuando saques el dinero.

Poniendo las cosas de aquel modo, Hinata no pudo negarse.

—Gracias —dijo sonriente a Tenten—. Estaba pensando si podría comprar ropa en la ciudad.

—Podrás —repuso Tenten con total seguridad—. O de lo contrario yo misma llamaré a Naruto Namikaze y le diré que resuelva el tema. Además, la ciudad entera no para de hablar de la noticia de que su padre en realidad no se fugó con tu madre, que tú imaginaste que lo habían asesinado y por eso regresaste aquí a demostrarlo. Estamos todos pasmados con lo del señor Akatsuki.

» ¡Imaginar que se puso a discutir con su mejor amigo y lo mató accidentalmente, y lo ha ocultado durante todos estos años! Eso debió de volverlo loco para prender fuego a tu casa de esa manera. ¿Es verdad que intentó dispararte a ti también, y que Karin Namikaze consiguió disparar primero?

—Algo parecido —dijo Hinata débilmente, preguntándose cuál sería la versión oficial. No quería contradecir lo que estuviera diciendo la gente. Que ella supiera, tan sólo Naruto, Karin y ella estaban enterados de la aventura no deseada de ésta con Orochimaru que había durado siete años.

Tenten la dejó en su casa, y Hinata disfrutó de otra larga ducha durante la cual tuvo que enjabonarse el pelo varias veces con un champú con olor a fresa para quitarle el olor a humo. Le tomó la palabra a Tenten y se embadurnó de crema hidratante de la cabeza a los pies, tras lo cual empezó a sentirse humana de nuevo.

Se puso una cantidad mínima de maquillaje, justo lo suficiente para aportar un poco de color a la cara, y se secó el pelo con el secador. Para cuando terminó, Tenten ya estaba de vuelta con las compras, entre las cuales, por fortuna, se incluía un cepillo de dientes.

La ropa era sencilla: braga y sujetador de algodón, y un ligero conjunto de punto de pantalón y túnica. Era maravilloso volver a llevar ropa interior; era muy consciente de su desnudez bajo la bata. Tenten tenía buen ojo para los colores; el conjunto de punto que le había escogido era de un halagador rosa pálido.

Tenten pasó con ella la mayor parte del día, llevándola en coche a donde tuviera que ir: el banco, lo primero de todo. Tener mil dólares en efectivo obró maravillas a la hora de sentirse segura, y lo primero que hizo fue devolver a Tenten el dinero que se había gastado en la ropa.

La siguiente visita fue a la compañía de seguros, que gracias a Dios requirió una sola escala, ya que la misma compañía aseguraba la casa y el coche. Hinata se había recuperado lo suficiente para divertirse con el trato comprensivo, incluso deferencial, que recibió; la línea que separaba la celebridad de la mala fama era muy delgada, pero era obvio que ahora ella se encontraba en el lado de la celebridad.

A medida que fue transcurriendo la mañana, se sintió agradecida por su nueva posición. Como carecía por completo de identificación, tuvo que acudir el agente de seguros a verificarlo todo antes de poder conseguir tarjetas de crédito nuevas, pues las empresas que expedían éstas no eran muy proclives a enviar alegremente tarjetas a todo el que llamaba.

Se le enviarían las tarjetas nuevas a cargo del agente de seguros, y llegarían al día siguiente. La compañía de seguros también se encargó de alquilar un coche para ella, que le entregarían aquella misma tarde.

A continuación tocaba ir de compras, y era tanto lo que necesitaba que se le bloqueó la mente al pensar en ello. Ni siquiera cuando la expulsaron de allí había perdido todas sus posesiones, a pesar de lo magras que eran. Esta vez estaba empezando desde cero, pero también tenía más recursos.

La eficiente Tenten sugirió que hicieran una lista y ayudó a Hinata a organizar sus ideas. Maleta, bolso, billetero; champú, jabón, desodorante, dentífrico, tampones; maquillaje y perfume; cuchilla de afeitar, cepillo, peine, secador de pelo, plancha de viaje; ropa interior, medias, zapatos, ropa.

—Dios mío —exclamó Hinata contemplando la lista, que iba haciéndose cada vez más larga—. Esto va a costarme una fortuna.

—Sólo porque tienes que comprarlo todo de una vez. Todo lo que figura ahí tendrías que comprarlo en cualquier caso, con el tiempo. De todos modos, ¿qué dejarías fuera, el maquillaje?

—Seamos realistas —dijo Hinata, y ambas rompieron a reír. Era la primera vez que reía en todo el día, y le produjo una sensación muy agradable.

Bajaron al centro comercial local y llenaron dos carros. Incluso reduciendo las compras a lo mínimo necesario, estaba acumulando un montón de cosas. Sin embargo, ninguno de los zapatos le quedaba bien, lo cual supuso tener que hacer otra parada.

Tenten estaba tan entusiasmada con todo aquello, que Hinata descubrió que en realidad estaba disfrutando. Nunca había participado en aquel rito de las jóvenes americanas de ir de compras con las amigas, y para ella constituía una experiencia nueva.

De forma inconsciente, Tenten se hizo eco de lo que pensaba Hinata:—¡Vaya, esto sí que es divertido! Hacía siglos que no hacía algo así. Tenemos que repetirlo... en circunstancias distintas, naturalmente.

El importe total supuso un buen mordisco para su reserva de efectivo. Una vez que terminaron, Hinata se dio cuenta de que estaba exhausta, y la observadora Tenten la llevó de vuelta al motel.

Naruto la llamó aquella noche, con voz que sonaba tan exhausta como se sentía ella.

—¿Qué tal estás, nena? —le preguntó—. ¿Has conseguido hacer todo lo que querías?

—Estoy bien —respondió Hinata—. Por lo menos, funciono. —Se había echado una siesta de dos horas, pero no le había servido de mucho—. La compañía de seguros está ocupándose de los detalles del coche de alquiler y de las empresas de las tarjetas de crédito, de manera que todo está saliendo bien. Tenten me ha llevado de compras, así que ya tengo ropa.

—Maldición.

Hinata hizo caso omiso del comentario, pero una sonrisa jugueteó en su boca.

—¿Cómo estás tú?

—Como si me hubiera pasado un tren por encima.

Hinata titubeó, pues no estaba segura de querer oír la respuesta a su siguiente pregunta.

—¿Has encontrado algo ya?

—Aún no. —Su voz sonó tensa.

—¿Cómo se encuentra Karin?

Naruto suspiró.

—No lo sé. Se pasa el tiempo sentada con la cabeza gacha. Ella y Suigetsu tendrán que solucionar esto ellos mismos; yo no puedo inmiscuirme.

—Cuídate —dijo Hinata con un tono de ternura en la voz.

—Tú también —repuso él con suavidad.

En cuanto colgó el teléfono, Hinata llamó a Hanna. Se sentía culpable por no haber pensado antes en ello, sabiendo lo turbada que estaba Hanna por aquel asunto. Contestó la abuela. Cuando Hinata preguntó por Hanna, la anciana dijo con preocupación:—Supongo que se ha ido. Cogió su ropa y se largó, anteanoche. No he vuelto a saber de ella.

A Hinata se le cayó el alma a los pies. Probablemente a Hanna le había entrado el pánico después de confesarle lo sucedido en la casa de verano, y ahora volvía a fugarse, sin razón alguna.

—Abuela, si sabes algo de ella, quiero que le digas una cosa. Es importante. El hombre que mató a Jiraiya Namikaze está muerto. Ya no tiene que seguir estando asustada.

Su abuela guardó silencio por espacio de unos instantes.

—Así que por eso estaba tan nerviosa —dijo por fin—. Bueno, tal vez llame. Se dejó algunas cosas, así que puede que vuelva a buscarlas. Si viene, se lo diré.


Continua