Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de la genial Stephenie Meyer, yo juego con ellos. =)


Muchas gracias a todas, por sus alertas y favoritos, en especial a Redana Crisp por la portada; y a quienes se unen a esta aventura: mcalderona2, Tata XOXO, dobleRose, Lore562, Maribel1925, aliceforever85, Car Cullen Stewart Pattinson, Ivi y Claribel Cabrera. Me encantó leerlas =)


.:: Capítulo 2 ::.

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"Los deseos no se piden, se tienen. Lo que verdaderamente se pide es el objeto del deseo."

Bella

Quedé envuelta en su mirada, sincera y apabullante, delatora, que me trasfería su ímpetu y me provocaba a su vez una deliciosa y tortuosa corriente eléctrica.

Acaso… ¿era posible que aquel hombre ya tuviese poder en mí? Era un completo desconocido, sólo lo había visto un par de veces en la obra, pero ¿por qué mi cuerpo reaccionaba como si nos uniera un fuerte magnetismo sexual?

¿A quién debía hacerle caso? ¿A la razón o a la pasión? No podía decidirme porque mis pulsaciones iban en aumento a causa de la insistente y penetrante mirada de Edward.

—Necesito conversar con usted, arquitecta Swan —asentí, mordiéndome el labio—. Hay algo que debe saber.

—Por favor, tome asiento, señor Cullen.

—Llámeme Edward, nada más.

—Oh… claro, Edward —dije como un susurro. Era consciente de cómo me latía el corazón.

Su fino cabello castaño resplandeció a la luz del sol que entraba por el ventanal, creando un efecto broncíneo en él. Estaba a nada de caer en la tentación de acariciarlo y sumergirme en sus esmeraldas mientras me imaginaba cómo sería el resto de su piel.

Cúlpenle al deseo, a aquella sensación fantástica que nos recorre el cuerpo cada vez que estamos frente a una situación nueva, peligrosa o excitante; cúlpenlo a él porque a veces deja de ser un suspiro momentáneo o un breve segundo de tiempo para convertirse en un lazo sin contrato ni ataduras. Cúlpenle a él si nuestra vida toma un rumbo diferente, si llegamos a realizar cosas que antes no pensábamos que íbamos a realizar.

—Ayer, dejó esto en la obra y creí conveniente traérselo —en sus manos tenía una delicada pulserita de plata y jade, una de mis preferidas.

—¡Dios Santo! No me había percatado.

—Creo que ayer se encontraba distraída, arquitecta, ¿algo que la haya perturbado? —y me miró fijamente otra vez. Pasé saliva totalmente cohibida, muerta de la vergüenza pues él se había dado cuenta de mi debilidad hacia él.

Le sonreí tímidamente y de inmediato le cambié de tema:

—Yo también quería hablar con usted. Quiero proponerle el puesto de capataz de mi obra, de manera oficial, por supuesto.

Agachó la cabeza curvando sus labios.

—Aunque me sentiría honrado de hacerlo, no puedo aceptarlo.

—Se le pagarían horas extras.

—No es eso, arquitecta.

—Entonces, ¿qué es?

—Tengo otros intereses —contestó tirándose hacia atrás sin dejar de observarme. Me sentí desnuda literalmente.

Aquellos orbes derrochaban pasión contenida, misterio y algo más incapaz de descifrar, similar a aquella fuerza arrolladora que hacía su aparición para desarmar tu vida, para decirte que todo lo que conocías hasta la fecha podría cambiar y que todos tus planes podrían quedarse relegados a nada.

¡Qué hombre!

Juro que, en ese momento, el silencio era perturbador y por más que quise insistir en su contratación, no encontraba las palabras exactas.

Él continuó explicándome sobre un viaje que haría la próxima semana y que sería imposible que esté trabajando en la obra, comentó otras cosas más, pero yo no le daba la importancia debida porque estaba calada hasta los huesos por su imponente imagen. No sólo eran sus ojos, sino que su sensualidad se trasladaba hacia su porte; el terno le quedaba entallado a la perfección y la tela era muy fina, extraño para un hombre que sólo trabajaba como capataz.

De pronto su voz se detuvo y un nuevo silencio se instaló en el ambiente.

—¿Le parece bien, arquitecta? —preguntó por fin, arqueando una ceja.

Avergonzada por la lucha interna que seguía gestándose en mi interior, sólo atiné a asentir. Él, extrañado por mi respuesta se inclinó en su asiento, separó sus labios y quiso añadir algo más pero un ruido extraño retumbó en el ambiente, y nos sacó del intenso combate visual.

El papel de la impresora se había atascado. Era un plotter de treinta y seis pulgadas de ancho que me servía para imprimir los planos y que lo manejaba con bluetooth. Sin embargo, no recordaba haber enviado a imprimir algo, tuve la intención, claramente, pero desde que entró aquel adonis por mi puerta, no sabía exactamente qué había hecho en mi laptop.

De cualquier modo, me paré de inmediato y me acerqué al aparato, agradeciendo al cielo que se haya presentado este percance porque ya estaba demasiado afectada por su presencia aquí.

Sólo que… ¡el maldito papel no quería salir! A lo mucho logré arrancar un pedazo de él. Doblemente avergonzada por lo inútil y ridícula que me veía, le di la espalda y empecé a inhalar y expirar para calmar mis nervios.

—Permítame, por favor —dijo sobresaltándome. Este hombre no me daba tregua, si no eran sus ojos, era su voz, pero siempre terminaba alterándome.

Se colocó a mi costado y sutilmente retiró mi mano de la impresora para empezar a revisarla. ¿Aparte de capataz era también informático?

—¿Ayer intentó imprimir algo?

—No que recuerde.

—Definitivamente estuvo distraída ayer —añadió divertido.

—¿Por qué lo dice?

—Podría apostar que en la bandeja de salida tiene como mínimo dos archivos en cola —me agesté, por supuesto que yo no había mandado a imprimir nada y si lo hubiera querido hacer definitivamente hubiera utilizado la impresora más pequeña. No tenía necesidad de usar el plotter—. Oh bien, ¡ahí viene!

"¿Qué viene qué?"

Y felizmente no pregunté porque la mesa empezó a moverse y el rollo de papel empezó a salir abruptamente, con rapidez, como si fuera la corriente de un río salvaje; metros y metros de papel caían al piso, algunas manchadas con rayas negras y otras de colores, generando todo un caos en mi oficina. ¿Pero quién había hecho esto? Yo no, por supuesto. ¿Jessica? Imposible, la joven siempre andaba nerviosa y pálida, entonces ¿quién?

Me agaché rápidamente para ver si podía hacer algo, pero el espacio se veía cada vez más reducido, imposibilitándome de enrollar el papel; retrocedí entonces con la idea de traer unas tijeras y darle fin a esto, pero pisé en falso y me resbalé. Mi cintura de pronto se vio invadida por unas manos grandes y cálidas que me sostuvieron, mi cadera se ciñó al toque fuerte y varonil que ejerció Edward hacia su cuerpo. Su piel quemaba y podía sentir ese abrasador roce traspasar mi blusa mientras que su olor y su aliento a menta impactaba contra mi cuello.

—Tenga cuidado —dijo con voz aterciopelada.

Asentí, tragando pesado. Me volví lentamente hacia él, lo miré a los ojos y no pude evitar derretirme como el hielo al sol. Ese instante se había transformado en la mezcla del deseo y la falta de responsabilidad, en las dos fuerzas conjuntas, transformando todo en una locura. Yo estaba al borde de la locura por sentirme totalmente excitada de estar a su lado, bajo la presión de un hombre que no conocía.

—La intención era clara —prosiguió—. Han querido utilizar la impresora y no lo han conseguido. Usted activó la memoria hoy y desencadenó todo esto —fruncí el ceño, mordiéndome el labio.

—No haga eso, por favor.

—¿Hacer qué? —le pregunté y él sólo sonrió de lado.

—Olvídelo.

Pero no podía olvidarlo pues lo tenía al frente, mirándome fijamente los labios; cuando los mordí nuevamente, él soltó un suspiro contenido como si aquello le gustara. Lo intenté otra vez e hizo lo mismo con un ímpetu mayor y cuya intensidad golpeó mis fosas nasales con su aroma mentolado. Estaba a nada de perder mi autocontrol.

Lo mejor era que pusiera distancia entre los dos, así que me agaché para tratar de arreglar el desastre que había causado el plotter. Él me siguió y sin dejarme reaccionar, me levantó el mentón, obligándolo a mirarlo.

—Creo que debo decirle la verdad. —Me mostró sus ojos desnudos y vulnerables.

—¿Del por qué no quiere trabajar para mí?

—No —dibujó una sonrisa—, como ya le comenté… tengo otros intereses

—Entonces, no lo entiendo.

—Del verdadero motivo del porqué estoy aquí —susurró en mi oído, erizándome la piel. Estaba segura de que mis mejillas se enrojecieron en el acto.

¿Qué tenía este hombre que mi cuerpo reaccionaba de manera visceral y automática?

Todavía desconcertada, y él coqueto, se dio la libertad de apartar algunos mechones de mi rostro para colocarlos detrás de la oreja. Mi piel tembló y deseé con todas mis fuerzas probar esos labios tan delineados, más cuando empezó a recorrer mi mejilla derecha con la yema de sus dedos hasta llegar al mentón. Una fuerza oculta me decía que no me importara, que dejara fluir mis sentimientos y mis ansias calmando el fuego galopante de mi interior.

Estaba a punto de bajar mis defensas cuando unos golpecitos sonaron en la puerta de mi oficina...

¡Bella! ¡Bellita! ¿Estás ahí?

—¡Oh Dios! ¡Es Alice! —exclamé sorprendida, levantándome del piso.

Tuve que alisarme la falda y retocar mi coleta mientras revoloteaba por mi oficina a la par que los golpes en mi puerta se hacían más fuertes. No me gustaba la idea que me viera de esta manera, menos con el capataz de su primo.

—Déjela, se cansará y se irá —sugirió Edward—. Así es ella.

—¿La conoce?

—Es mi prima.

—¿Qué? ¡¿Su prima? ¿Alice? —pregunté confundida y extrañada, casi vuelvo a resbalar—. ¿Alice Brandon?

No, no podía ser la misma.

—Sí, la misma demonio —aseveró dando un paso hacia mí—. Ella sabe cuánto me gusta usted desde que la vi en su casa hace meses.

—¡¿Qué?! —grité sorprendida. Esto no lo veía venir, ni siquiera tenía idea que Edward y Alice fuesen primos y resultaba que… ¿él me conocía desde antes? ¿Acaso era un acosador? ¿Cómo es posible que esto sucediera? ¡Y eso que Brandon era mi amiga!

Edward me tomó del mentón otra vez y suavizó su mirada al verme confundida. Si Alice era su prima, el otro joven de cabello negro y lindos hoyuelos era…

—Si se pregunta por Emmett, él es mi hermano. También estuvo de acuerdo en formar parte del plan de Alice. Desde la bienal, de hecho —confesó acariciando mi brazo derecho con el dorso de su mano.

Abrí los ojos como plato.

—¿Su hermano? —hice énfasis al final, ya me sentía mareada—, pero su apellido es otro… —divagué—. No, no puede ser…

Él suspiró y solo torció los labios.

Mi cerebro se enfrió de golpe.

¿¡Bells!? —insistió mi pequeña amiga, haciéndome parpadear. Necesitaba que alguien me piñizcara porque ya no sabía si estaba viviendo una realidad paralela o estaba en plena ensoñación. Debería recordarme siempre tomar dos tazas de café y no una al despertar.

—Debemos hablar —le dije apuntando mi dedo hacia él.

—Lo sé, digamos que esta no era la forma en que quería que usted se enterase…

—¿Y cuándo pensaba decírmelo? —cuestioné ceñuda.

—Para eso estoy aquí, ¿no cree?

Curvé mi ceja aún molesta. ¿Cómo no podría estarlo? ¡Me habían engañado! No bastaba con ver su lindo y arrepentido rostro frente a mí, no, aquí teníamos todo un complot orquestado por la más grande planeadora-de-eventos-no-oficial Alice Brandon quien estaba a punto de derribar mi puerta. Sin embargo, había una fuerza interna que no me permitía odiarlo, a pesar de las confesiones, no podía hacerlo y siendo sincera, mi mente no iba a poder olvidarlo en mucho tiempo pues su imagen endemoniadamente sexy nublaba mis sentidos.

Algo ya tan común en los últimos días…

—Sé que genero cierto efecto en usted —me dijo con voz socarrona dejándome helada.

—Se tiene en muy en alta estima, señor Cullen.

—Sólo lo suficiente.

—Yo no lo diría tan triunfante, es más, no me atrevería a alardear tanto, ya saben lo que dicen sobre ello, ¿no? —rio de lado, revoloteando su fino cabello cobrizo.

¿Estás bien, Bella? Si no abres la puerta en cinco minutos… —esta vez, la voz de Alice sonó a amenaza—. ¿En dónde se ha metido Jessica? ¡Diablos!

—¡Voy, Ali!

—Pero no hemos terminado, arquitecta —tomó mi mano para no dejarme ir.

—¡Por supuesto que no, Cullen! —arqueé mi ceja, enfadada. Ambos me debían muchas explicaciones y empezaría con él. La pequeña demonio podría esperar, por mientras jugaría un poco con ella y me haría la desentendida—. Te quedas aquí, regreso en un momento.

Inhalé profundamente, y abrí la puerta rápido, sin mirar atrás.

—Alice.

—¿Por qué demoraste tanto, Bella? ¿Qué hacías? —inquirió con un tono molesto.

—¡El plotter se alocó! ¿Puedes creerlo? Pero… ¿qué haces tú aquí y no en tu oficina? —puse mis manos a los lados de mi cintura y simulando mi vergüenza en fastidio.

—Fácil. Gritaste como loca el nombre de Edward y ¡me tiraste el teléfono! ¿Crees que no fue suficiente para dejar de lado las escuadras y el escalímetro?

—Exageras —le dije disimulando una sonrisa.

—¡No! Ahora me vas a contar —dio unos cuantos saltitos, pero no le hice caso, avancé un paso fuera de la puerta y volteé para cerrar mi oficina—. Pero… ¿Por qué no me haces pasar?

—Está hecha un caos, ya te dije. Además, tengo que ir a la obra, y necesito un café, urgente —noté cierta desilusión en sus ojos avellanas. Nos dirigimos al ascensor.

—¿No acabas de tomar tu cappuccino? — insistió ceñuda.

—No, Jessica no lo trajo hoy. Anda un poco descuidada, creo que tiene problemas con su novio —mentí en lo que respecta al café, porque gracias a la sorpresiva visita de Edward, tuve que dejarlo a la mitad.

—Oh… sí, puede ser, yo también la noté mal los días que estuviste de viaje.

Presioné el botón verde del ascensor y esperamos un rato. Por el rabillo del ojo vi que revisaba los mensajes de su celular con rapidez como si quisiera encontrar algo, rodé los ojos, no se imaginaban cuanto quise coger su móvil y revisar los textos personalmente hasta encontrar los mínimos detalles del plan que había realizado con Edward.

Sin embargo, preferí no hacerle caso pues seguía mareada; mejor me entretuve analizando –por enésima vez– el reloj antiguo de la recepción. Cada vez que el ascensor demoraba, desviaba mis ojos hacia sus manecillas negras y números gigantes y recordaba las incontables horas que nuestra diseñadora de interiores me tuvo recorriendo cada feria de antigüedades de Chicago. Alice quería algo de estilo Art Decó y no paró hasta que lo consiguió. Debo reconocer que era de un material muy fino y delicado y armonizaba perfectamente con el resto de mobiliario.

Hubiese seguido admirando la decoración, pero ver llegar a una agitada Jessica hacia donde estábamos sólo terminó por desarmarme, sentí que la presión se me bajaba y sudé frío por un instante. ¿Había descubierto a Edward?

—¿Qué sucede, Jess? —pregunté de inmediato. El corazón me saltaba.

Alice no fue ajena a ello y la vi entrecerrar los ojos. ¡Pequeño duende!

—¡Arquitecta! ¡Le faltó firmar el informe semanal!

—Lo haré a mi regreso.

—Aquí lo tengo —me dijo, extendiéndome los papeles que había dejado encima de mi escritorio, tragué seco—. Y también he llamado a servicio técnico.

Ok. Ella había visto los metros de papel tirados en mi piso, había revisado mi mesa, entonces… ¿había visto a Edward? Sé que Jessica Stanley era eficiente y reservada y hasta el momento había mostrado la mayor de las lealtades, pero resultaba incomodísimo que también tuviera que tapar mis intimidades. Aunque tampoco podría llamar a ese encuentro con Edward algo íntimo a pesar que, para los ojos del resto, era exactamente lo que parecía.

—Disculpe que la moleste, sólo que la doctora Lauren me lo está pidiendo. Quiere verlos de inmediato.

Exhalé fastidiada. Otra vez esa mujer tratando de molestarme. Alice también reclamó ya que le fecha de entrega de los informes era al finalizar el día y no un sábado a las ocho y media de la mañana. ¡Qué tipa! Si las puertas del ascensor no se abrían en ese instante mi secretaria habría tenido que soportar una verborrea terrible en contra de la pelirroja.

Después de que una señora saliera del ascensor, Ali y yo ingresamos y durante todo el trayecto pude sentir su inquieta mirada en mí; sólo era cuestión de tiempo para que ella estallara y quisiera saber todo sobre Edward, Emmett y el asunto del capataz, su naturaleza era así, pero no le iba a dar el gusto tan pronto.

Tamborileó los dedos una vez más y agregó:

—Y bien, Bella, ¿por qué gritaste el nombre de Edward?

—No fue nada —me encogí de hombros—, sólo un correo con sus requerimientos para el lunes.

Se quedó pensativa.

—Entonces… ¿nada que contar? —chasqueó los dedos desesperada—. Parecía como si hubieras visto al mismísimo diablo en persona.

Negué con la cabeza. ¿Acaso Alice no tenía pensado decirme que ella había tramado todo este plan para que conociera a Edward?

Seguimos nuestro trayecto hacia la cafetería conversando sobre trivialidades, siendo conscientes de que el tema de Edward, Emmett y el capataz estaba en el aire, como una brisa incómoda y bisbisea. Yo misma me moría de ganas de arrinconar a Alice y sacarle toda la información posible sobre su engaño, su silencio, el plan, sus primos, hermanos, o lo que fueren… me estaba corroyendo el interior, pero no podía hacer nada… yo era terca y no iba a discutir del tema hasta que no hablara con Edward y fuese ella quien diera el primer paso.

Empecé a sentirme nuevamente mareada, pues mi cuerpo traidor evocó la mezcla de sensaciones que la cercanía de Edward había generado en mí; de sólo recordar sus ojos verdes, en cómo me había acariciado el rostro, volvían los cosquilleos en mi bajo vientre y muchas maripositas revolotearon por ahí… Había sido electrizante.

—¿Te encuentras bien, Bells? Estás con los puños apretados y te veo pálida—. Alice delineó sus labios con su dedo prejuzgando.

—Tengo un poco de frío —mentí, cruzándome de brazos—, creo que han sido muchas trasnochadas ya, por eso necesito café.

—Bellita, me preocupa tu adicción al café —sostuvo.

—¡¿Qué? —entorné los ojos y me giré hacia su hermoso rostro apuntándole con mi dedo anular—. Si hablamos de adicciones, creo que la tuya me gana ¡y no lo niegues, Brandon!

Rodó los ojos en señal de burla. Le di un codazo y sonreímos.

La cafetería estaba casi vacía, así que nos sentamos en nuestra favorita, al lado de nuestra ventana favorita para tomar nuestro café favorito.

—¿No contarás a nadie sobre mi adicción? ¿Cierto Bellita? —dijo por fin, después de tomar asiento.

Reí. Era increíble cómo mi pequeña demonio se intimidaba y se volvía una niña indefensa en unos segundos por tan solo escucharme hablar sobre ello.

Creo que, por estas cosas, amaba ser amiga de Alice Brandon.

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Alice decidió quedarse un rato más conversando con Ralph y Ellie, los abogados de la empresa. Yo, en cambio, me disculpé alegando que los chicos de servicio técnico llegarían en cualquier momento a mi oficina para arreglar el plotter. Excelente excusa, claro, pues quería regresar cuanto antes al sexto piso y hablar con mi capataz. Las ganas de ver a Edward, vestido con su elegante terno, me tenían al extremo, quemando de deseo por volver a sentir su aroma y apreciar aquellos irresistibles labios… Tanto lo anhelaba que, incluso podría disculparlo e insistirle en que trabajara para mí.

Finalmente, las puertas del ascensor se abrieron y una pareja joven ingresó. Nos saludamos muy cordialmente y se detuvieron en el cuarto piso, en el área de contabilidad, donde también funcionaba la oficina de créditos a cargo de James Smith. El tipo tenía personalidad, poder de convencimiento e incluso una mirada azulina tan intensa que lograba infundir determinación. El área de recursos humanos había hecho bien su trabajo.

—Señorita Swan, necesito hablar con Usted —me sobresalté al instante que escuché mi nombre tras el alfeizar de la ventana del pasillo que caminaba. Cerré los ojos con mucha fuerza reprendiéndome el por qué tomé esta ruta—. ¿Tendrá unos minutos para discutir un tema delicado?

—Sí, claro, ingeniero —maldije internamente al sujeto canoso que se asomaba por la ventana. Era el jefe del área que siempre se jactaba de tener un posgrado de Berkeley en planificación urbana y por eso se creía el gran hacedor de obras. Petulante.

Tomé asiento en uno de sus sillones de cuero negro a la espera de lo que siempre tenía que decir cuando llegaba el fin de mes.

—Bueno, quería comentarle acerca del tema que nos preocupa a todos y del que usted conoce muy bien —prosiguió divagando por su oficina, doblemente grande que la mía, por supuesto, pero totalmente fría y vana—. Necesitamos una rebaja en los impuestos.

—He hecho todo lo que ha estado en mis manos, ingeniero Kobashigawa, no puedo seguir rebajando números. Si el estado de Washington se da cuenta del arreglo que hemos hecho, nos pueden plantar una demanda.

—No se darán cuenta, Swan —chasqueó la lengua—, unos metros más, unos menos... Ellos no tienen por qué saber la realidad de nuestras acciones.

—Pero señor, el valor intrínseco del activo no resultaría fiable —sustenté con firmeza manteniendo la neutralidad de mi voz.

El aludido sonrió con sorna y se recargó en el respaldo de su asiento como si disfrutara verme nerviosa. Parecía un sádico ¡cómo lo detestaba!

—Yo no utilizaría esa palabra, Isabella —entrelazó sus dedos mientras sus ojos negros se enfocaban en mí. Su aspecto era lúgubre y demacrado—. Preferiría emplear mejor el vocabulario, ¿qué tal si lo llamamos razonable? Después de la gran ayuda que realizamos con los préstamos, es la mínima atribución que podríamos tomarnos.

En parte tenía razón, pues habíamos decidido trabajar con créditos a largo plazo, para ser pagados hasta en veinticuatro meses, sin embargo, esto me obligaba a seguir maquillando los precios verdaderos de las obras… En una palabra: estafa, desfalco, o ultraje. Como lo llamasen, era lo mismo.

El mundo de la construcción en la cual yo estaba metida, se manejaba así, y eso era una de las cosas que Alice no compartía, pero me apoyaba por Charlie, sabía que, si me quedaba sin empleo, su vida pendía de un hilo.

—No tienes nada que perder, Isabella. Haces tu parte en el dichoso programa de presupuestos que manejas a la perfección y nuestra contadora se encarga del resto. Lo de siempre—. La avidez de su voz se reflejaba en sus ojos, por algo era uno de los socios de la compañía: era frío y calculador.

Suspiré resignada sintiendo ya leves punzadas en mi sien. No quería sentirme nerviosa, pero era imposible pues su escrutinio era penetrante, muy similar a estar en una jaula con leones. Estaba a punto de responderle, pero otra voz, esta vez mucho más afable, irrumpió el lugar. Era el CEO Chang, quien me había acompañado a la Bienal.

—¡Que sorpresa, señorita Swan! —exclamó entrando a la oficina y desabotonándose el saco antes de tomar asiento a mi costado. Estrechó mi mano con total cordialidad y le devolví el saludo.

—Estimado Arthur, llegas en el momento justo. Estaba dialogando con la arquitecta acerca de los costos de este trimestre —sus ojos se abrieron y sus cejas formaron un desdibujada y arqueada línea. El recién llegado entendió muy bien el gesto y su rostro se volvió ávido—. Y bueno, Isabella, ¿nos apoyarás esta vez?

Mi único trabajo turbio aquí era realizar un informe mensual de los salarios y costos de los materiales de construcción empleados, en el cual reducía la cantidad empleada para generar un porcentaje menor de impuestos a pagar. A veces, tuve que realizar valuaciones de propiedades por sobre el valor del mercado para lograr mayores ingresos a la compañía.

Los miré aparentando seguridad, pero por dentro me encontraba de nuevo entre dos opciones indisolubles, en medio de una ecuación simple: trabajo es igual a dinero, como felicidad es a Charlie.

—Trataré en lo que pueda, arquitecto —contesté sin soltarles la mirada, lo que menos esperaban de una, es que empezara a blandear ante cualquier decisión.

Pude captar que el señor canoso le lanzó una mirada de advertencia al otro. Los impuestos eran cada vez mayores en el sector de la construcción y obviamente, que una empresa que gastaba e invertía millones de dólares al año, debía pagar sumas muy altas. No obstante, hacer rebajas internas, clandestinas, no había estado nunca en mis planes, desde luego no soy ninguna clase de impostora, pero tampoco me sentía inocente.

Charlie era mi prioridad.

—¡No se hable más entonces! —exclamó Chang—. Sabíamos que podíamos contar con usted en esta ocasión.

Les sonreí.

—Si me disculpan, debo ir al terreno para supervisar la construcción de Las Terrazas —mi voz era neutral pero la razón me cobraba el fingido entusiasmo que empleé.

—Claro, claro... No la demoramos más entonces. Esa obra nos traerá muchos ingresos —dijo Kobashigawa con los ojos lustrosos.

Salí de inmediato de aquel lugar con un dolor de cabeza interminable. Apreté con fuerza los párpados y me centré en caminar sin caerme. Jamás pensé trabajar de esta manera, bajo un estúpido circulo vicioso que me absorbía cada vez.

El destino no estaba escrito y las convicciones podrían variar, pero a estas alturas, no guardaba ya esperanza; sólo esperaba que algún día pudiese salir de allí, por mi propio bien.

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Manejé sin la capota puesta por la Express 90, necesitaba que la mayor cantidad de aire posible invadiera mis pulmones para así despejar mi mente del fiasco que me había llevado al entrar a mi despacho.

Cuando abrí la puerta se respiraba tranquilidad, una perturbadora tranquilidad; sólo me costó un instante para procesar lo que le ocurría a mi cuerpo, fue un cambio de humor drástico: de los nervios pasé a la decepción y luego a la furia. ¡Pues todo estaba igual! Los papeles regados por el piso, mi taza de Friends sobre la mesa y un par de bosquejos al lado de mi laptop, pero no había rastros de él, ni de su casco.

Edward no estaba, se había ido. ¡Qué tal desfachatez! ¡Venía a mi oficina, me seducía y luego se iba! Había sido una tonta, una completa idiota al pensar que él me esperaría y me explicaría las cosas. ¡Qué ilusa!

Pero lo peor vino después: cuando abrí mi cajón para sacar una aspirina y tomarla con el cappuccino que dejé a medias, ¡éste ya no estaba! ¡El muy idiota se había tomado mi café! Encima que me dejó con un cúmulo de preguntas sin respuestas, ¡me privó de mi dosis diario de cafeína y miel!

Eso sí dolió.

Así que tomé mi saco y mi casco y salí de ahí con la esperanza de encontrar a Edward fugitivo Cullen en la obra. Los hombres siempre habían sido una maldición en mi mundo. No confiaba en ellos ni dejaba que confiaran en mí; la única excepción era mi jefe, el CEO Chang porque si no le inspiraba la suficiente confianza para encargarme de los proyectos podía terminar sin trabajo y sin vida.

Terminé de atravesar la Express 90 y cogí la calle Roosevelt en dirección de la obra. Estacioné mi auto a dos cuadras, cerca el Centro Médico de Illinois. Si a estas alturas, la aspirina no hubiera había hecho ya su trabajo, podría haber solicitado una cita. Felizmente mi dolor de cabeza se fue transformando en una ligera carga en mi nuca hasta casi desaparecer.

Ni bien ingresé, comencé a sentir muchos nervios, como una colegiala frente a su primer beso. A pesar de haberse comportado como un estúpido cobarde, guardaba la ilusión de encontrarlo trabajando con el cincel y el martillo y desarrollando aún más los músculos de su pecho. Era sábado, su último día y sólo se trabajaba hasta las doce.

Me inmiscuí entre bolsas de cemento y ladrillos, y observé una escena típica y común: los obreros estaban trabajando con la cabeza encorvada, sólo el silencio era roto por los sonidos del pico, la pala y el martillo. El hombre canoso de ayer no estaba, en su lugar, se encontraba uno mucho más joven con casco de color amarillo que conversaba con otros dos más. Después de responderle el saludo con la mano, seguí mi camino hacia la oficina provisional y al abrir la puerta, un remolino de recuerdos vívidos me impactó… las imágenes eran volátiles: las gotas de sudor caminando por sus pectorales, el pantalón de jean ajustado, el casco ceñido a su cabeza ocultando sus cabellos finos y sedosos… el hombre de mis fantasías en carne.

La oficina olía a él, me recordaba a él, pero… él no estaba.

El lugar estaba vacío, sólo en una esquina estaban algunas herramientas y sobre la mesa unos cuantos planos enrollados; por lo demás… el silencio imperaba.

Para mí fue como un balde de agua fría.

¿Por qué Edward fugitivo-y-estúpido Cullen debía estar esperándome?

¡Tonta, tonta, tonta!

Ya eran dos veces que entraba a un sitio con la esperanza de encontrarlo, y nada.

Cerré los ojos y suspiré resignada. Soy una idiota.

Consideré salir de ahí e irme a mi departamento para relajarme con una copa de vino. Podría declararme enferma el resto del día y no regresar a la empresa, estaba segura que, si hablaba con Leah, podríamos tener una cita de a tres con Seth. No me vendría nada mal una noche de películas para exterminar cualquier indicio de atracción hacia Edward y su estúpido aroma mentolado.

Saqué mi celular decidida a enviarle un texto a mi amiga hasta que un cosquilleo ridículamente delicioso me asaltó y el frío que sentí hace instantes comenzó a ser sustituido violentamente por un calor intenso cuando escuché su voz:

—¿Me buscaba, arquitecta? —volteé lentamente.

Ahí estaba él, seductor, excitante y sobre todo peligroso, porque sí, era un hombre peligroso para mis sentidos y convicciones.

—No me esperó en mi oficina —le reclamé modulando mi voz.

—Tenía que venir aquí. Además, su secretaria es muy persuasiva, no podría mantenerme escondido por mucho tiempo —volvió a decir, acercándose. Esa voz me estaba atormentando hasta un punto inexorable.

—Tenemos una charla pendiente.

—Lo sé… —dijo.

—¡¿Y?! —entorné los ojos.

Alzó una ceja de los más impertinente y esbozando una media sonrisa negó.

—No es el lugar.

Bufé.

—Sabe que eso lo decido yo, ¿no? —señalé—. Y si creo que este es el lugar, ¡éste es! —lo miré ceñuda—. No va a ir a perturbarme a mi oficina para dejarme llena de dudas, no se va a tomar mi café y ¡encima decirme qué hacer! ¡Eso sería un…

Pero de pronto sentí sus manos deslizarse hacia mi cintura haciendo que una quemazón como fuego líquido recorriera mis muslos internos. Tragué seco. Lo tenía frente a mí, calmando mis ansias y aturdiéndome con aquel aliento mentolado que sólo me invitaba a besar sus labios. Toda la rabia que sentí se iba disipando y mis manos ardían por enredarse en su cabello fino, pero el casco no lo permitiría...

—Cena conmigo esta noche, Isabella. Prometo darte todas las explicaciones que desees —acarició mi tibia mejilla con sutileza. Mi nombre en sus labios me pareció excitante.

Me corrió el cabello del rostro en una señal de ternura y me instó a mirarlo unos segundos. Tuve que hacer gala del poco autocontrol que tenía para razonar esta vez. Podía rechazar o aceptar su oferta, hacerlo sufrir como él me hizo sufrir unas horas antes al pensar que me había dejado sola, pero mi conciencia, mi mente reclamaban explicaciones... Por mi bien, necesitaba las malditas explicaciones que él debía darme en la cena que prometía esta noche.

—Ya tengo todo listo.

—¿Qué… le —bateé mis pestañas—, ¿qué le hace creer que voy a aceptar su propuesta?

Edward reprimió una risa debido a que mis mejillas comenzaban a tornarse aún más rojas. Él sabía del efecto que causaba en mí. Me lo había dicho, ahora sólo quería comprobarlo.

—Tu piel me lo dice —dijo con un gruñido grave y viril—. Tu aroma, tus ojos, toda tú me vuelve loco, ¿lo sabes?

Quedé estupefacta con aquella declaración. A mí me pasaba lo mismo, disfrutaba del cálido estremecimiento que me ocasionaba su cercanía y su atrevimiento.

Isabella Swan caía rendida... ¡Oh!

—¿Saldrás conmigo? —exigió.

—No —dije con voz entrecortada.

Entonces mis palabras se transformaron en el detonante para su deseo. Sus asombrosas manos me aferraron más a él y mi cuerpo se curvó y encajó a la perfección con el suyo. Olía exquisito.

—Eso es un sí, ¿verdad? ―Edward me miró con un gesto interrogativo, mas su voz sonó totalmente cautivadora. Sus profundos ojos se fijaron en mí filtrando entre ellos la timidez del rechazo e hizo que mi corazón bombeara más fuerte. Era un hombre complejo y misterioso cuya voz me tenía hipnotizada, a un punto que era capaz de olvidar todo y sumergirme en el verdor de su mirada—. Te juro que hoy en la noche no te vas a arrepentir de nada.

—No… —le respondí con suavidad rogando que no escuchara los latidos furiosos de mi corazón. ¿No podía pasarme nada malo por una sola cita, cierto?

Él gruñó y entonces, lo vi, lo noté en sus ojos.

Edward se miraba como un animal a punto de capturar a su presa…

Ahora sí, definitivamente, estaba en las garras del león.

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¡Muchas gracias por leer hasta acá! Estoy muy feliz por reencontrarme con amigas de años en facebook, y sentir que aún recuerdan a mi Edward.

También super contenta con las nuevas lectoras que le están brindando una oportunidad a esta historia. Espero les siga gustando,

Saludos cariñosos, Lu.