Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son la genial Stephenie Meyer, yo sólo juego con ellos n.n


Agradecida nuevamente con todas ustedes que comentan y agregan la historia a favoritos y alertas =) Nos leemos abajito.


.:: Construyendo Fantasías ::.

Capítulo 3

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Bella

Su tacto era salvaje y ardiente y sus ojos cada vez más brillantes con aquel fuego líquido que me aturdía. Poco a poco se iba acercando más hasta que, en lo que me pareció un segundo, redujo la distancia que nos separaba, relegándola a sólo un suspiro.

―Dime que sí... ―su voz siguió con el mismo tono de persuasión y seducción ante mi debate interno. Sentía miedo. No tanto por ver su rostro cargado de pasión que me observaba con intensidad, sino por mí y mis estrictas convicciones que hasta ese momento pensé que eran bien sólidas.

¿Podría aceptar una cita? ¿Qué de malo podría pasarme?

"¡Nada!", respondía una voz interna, "¡Sólo acepta, Isabella!". En otra ocasión o en otra circunstancia, hubiera sido muy fácil aceptar, le pasaría mi número, esperaría su llamada y saldríamos por una o dos noches; pero con Edward, sentía miedo. Era una mujer fuerte que no caía rápidamente en los juegos se seducción. Siempre había sido así, pero con él, mi mundo estaba aterrorizado, se estaba desmoronando… ¿por qué aquel tipo podía dominar mi cuerpo con solo tocarlo?

―Para, Edward ―susurré a penas. Su olor a caoba y menta se filtraba con mayor intensidad por mis fosas nasales—. Debo irme...

Sus manos seguían aferrados a mi cadera y poco a poco fue arrinconándome a la pared.

—No, hasta que aceptes mi propuesta —gruñó contra mi piel. Cerré los ojos. Juro que quise exigirle una explicación, gritarle por qué me había dejado sola, mas no podía…

¿Qué tenían esas manos y esos labios que me hacían reaccionar así?

¿Y en qué momento pasamos de tratarnos con respeto a esto?

—No me dejas otra alternativa —acercó su rostro a mi cuello y empezó a besarlo y lamerlo provocando que un nuevo torrente de sensaciones invadiera mi cuerpo. Me sentí vibrar, sumergiéndome en un mar donde las sensaciones más extrañas y placenteras se estaban adueñando de mi cuerpo.

Caía rendida ante él.

Podía presentir lo que pasaría luego, lo sentía ya… su respiración entrecortada, su aroma a menta, el calor de su boca…

Entonces, acarició mi mentón con su pulgar y poco a poco, se fue acercando hasta estar a milímetros de mis labios.

Y me besó.

¡Me besó y yo estaba en el cielo ya!

Fue un roce suave al inicio como probándome, delineando con su lengua la comisura de mis labios para luego atacarlos con sensualidad y deseo hasta que me hizo soltar un leve jadeo que retumbó en la pequeña habitación. Siseé de placer. El beso había subido de intensidad, se había transformado en uno fiero, lleno de hambre y deseo, en un juego que no quería que acabase. Dejé de pensar y sólo me dejé envolver por las miles de sensaciones que Edward estaba produciendo en mí; ya no conocía el límite del placer y mi cuerpo parecía que deseaba más… quería sentirlo más cerca de mí sin aquellas incómodas prendas.

De pronto, se separó y me instó a mirarlo. Pude observar una luz en sus ojos esmeraldas que no estaba allí antes y que me hizo sentir bien.

―¿Qué dices, Bella? ¿Aceptas mi propuesta? —pronunció mi nombre con delicadeza.

El deseo era un arma de doble filo… Si no lo sabía controlar, podía transformarse en un caos irreversible.

Y Edward lo sabía, incluso sospechaba que él tomaba ventaja por ello.

―Vamos Isabella, es solo una cena ―continúo trazando mis labios con sus dedos—. Si luego de ello, decides no verme nunca más, lo entenderé.

Contuve el aliento.

—¿Me… me dirás toda la verdad? —pronuncié.

—Absolutamente todo lo que usted desee saber, arquitecta —dijo en tono solemne.

Poco a poco fui ordenando mis pensamientos y mi corazón regresaba a un ritmo saludable. Sonreí.

—Espero que sus explicaciones sean muy buenas, dignas de hacerme perder el tiempo.

—Cariño, conmigo nunca vas a perder el tiempo... Creo que eso quedó claro hoy, ¿no? — esbozó una sonrisa pícara sensual y un temblor de emoción me recorrió la espina dorsal.

Era increíble cómo mi traicionero cuerpo caía rendido ante la vitalidad asombrosa que tenía Edward sobre mis sentidos, él ejercía una fuerza que me impedía alejarme... Aunque debo reconocer que tampoco intenté nada para detenerlo.

Era imposible negarse a él.

Yo no me quería negar a él.

―Está bien.

Sus labios se curvearon, mostrándome su exquisita sonrisa ladina.

―Perfecto ―me atrajo a su pecho con una sonrisa suave—. ¿A qué hora paso por ti?

Lo observé un momento. Todo hacía parecer que la cena de esta noche sería muy interesante, por fin podría saber toda la verdad tras el plan y convencerlo de trabajar para mí… pero también, podría volverse una velada pasional y totalmente descolorida de decencia. Lo normal era que hayamos empezado así, con un flirteo anticipado e inclusive hasta romántico, pero no, habíamos empezado casi al revés... permitiendo que mi lado pervertido y casi salvaje quede expuesto a vista y paciencia de él.

Me dije que debía apartarme en ese segundo, negarme, dar un paso atrás mientras aún tenía la oportunidad, pero sería en vano: mi cuerpo se había acoplado muy bien a sus brazos atrevidos, posesivos e intensos. Estaba perdida e hipnotizada.

―A las ocho. En mi oficina ―murmuré.

Saldría con Edward Cullen por primera vez y con ello cerraba mi condena.

¡Qué dirían mis amigas! ¡Bella, la chica anticitas, había dicho que "sí"!

Y ahí fue que por fin desperté de la bruma sensual en la que me encontraba. ¡Alice me iba a matar! ¡Me sentía atraída totalmente por su primo, hermano o lo que fuere!

—Oh por Dios.

—¿Qué pasó?

—Alice —dije y él rodó los ojos.

—No puede ser tan contradictoria —me solté de su agarre y empecé a morderme el labio, razonando sobre quién tenía más culpa, ella por no contarme la verdad o yo por ocultarle ahora que iba a salir con él.

Edward me miró fijamente y, encantado por ver cómo mis dientes succionaban mi labio inferior, se acercó nuevamente con una clarísima intención de besarme. Sus ojos lo decían y estaba a punto de hacerlo cuando escuchamos unos pasos rugosos proveniente del exterior y una voz fuerte que pronunciaba mi nombre. Nos quedamos mudos.

—¿Quién te busca?

No podía pronunciar palabra, estaba nerviosa. Hasta me olvidé de respirar de la impresión. Alguien de la empresa había venido a la obra sin avisarme, alguien que yo conocía muy bien había llegado de sorpresa… Tenía que salir antes que ingresara.

—Sawyer los recibirá —dijo—. Tiene estricta orden de no permitir el ingreso a la obra a personas ajenas a ella.

Mis latidos seguían erráticos.

—¡Aun así, Edward! ¿Qué hubiera pasado si él o algún obrero entraba de improviso a la oficina? ¿Te imaginas? ―pregunté aterrada.

Este chico me hacía olvidar todo, absolutamente todo.

―No ―respondió ceñudo―. Los envié al sector B para que vayan avanzando con el armado de las vigas de cimentación.

Respiré aliviada.

―Piensas en todo, ¿no?

Se encogió de hombros sin dejar de lado su sonrisa arrebatadora.

―No fue fácil ―admitió―. Pero no podía permitirme que alguien entrara y nos interrumpiera —guiñó y tomó mis caderas contra las suyas de manera protectora para luego enterrar su cara en mi cuello y continuar regando besos por debajo de mi mandíbula—. Además, siempre, protejo mis intereses.

Isabella Swan rindiéndose a un hombre celoso. Era para la historia.

Parpadeé. Me rendía, claro, pero ¿acaso era tan obvia?

—Todo lo tenías planeado, ¿no es así? —arqueé mi ceja.

—De algún modo tenía que convencerte.

—¡Eso fue bajo!

—Pero te gustó.

—¡Edward! —sonrió

—¿O quieres que te lo vuelva a demostrar? —jadeé al notar sus labios carnosos sobre los míos y estaba a punto de olvidar nuevamente mis convicciones, pero, la voz gruesa fuera de la caseta se hacía más intensa.

Sí, claro, estoy seguro que la arquitecta Swan les explicará con mayores detalles.

¿Ella es la encargada? ―preguntó una mujer.

Por supuesto. Es quien diseñó este proyecto. Si hablan con ella podrían llegar a un acuerdo, y estar seguros que su inversión no estará en riesgo.

Agradecemos su atención. Podría llamar a la arquitecta, por favor.

¿Dónde está?

Edward y yo nos miramos fijamente.

Maldita sea mi suerte. Ni el guardia de seguridad podía contra James Smith. Tenía que salir de inmediato. Si él entraba a la oficina a buscarme se daría cuenta de inmediato que había algo entre Edward y yo.

―Oh, mierda ―tembló mi voz—. Debo salir. Tú, coge un plano de la caja y un lápiz ―movió su cabeza afirmativamente mientras yo alisaba mi vestuario.

¿Arquitecta Swan? ―escuché y de inmediato empecé a inhalar y exhalar para calmar mis nervios y disminuir el fuerte sonrojo que mis mejillas debían mostrar.

―Espera ―me detuvo del brazo acercándose hacia mi espalda. Cerré los ojos al sentir su respiración cálida en mi oído―. A las ocho estaré en tu puerta.

Sin voltear a verlo, asentí y salí de la oficina reflejando confianza y seguridad.

Ni bien atravesé la puerta, puede percatarme de lo que había estado sucediendo. El joven maestro de casco amarillo estaba al costado de James, tratando de enseñarle un plano mientras que una pareja joven prestaba poca atención, pues sus ojos se desviaban a los avances realizados en la obra. Los notaba impacientes y a la vez escépticos.

Todos me sonrieron con mucha atención al verme salir de la caseta y yo obvié la mirada intensa y llena de suspicacia de James. No nos llevábamos bien o, mejor dicho, yo no me llevaba bien con él ni con nadie de su entorno.

―Buenas días, señores. Soy la arquitecta Swan. ¿En qué puedo servirles? les dije aparentando que los latidos nerviosos de mi corazón no me molestaban. James seguía en el mismo aspecto.

―Buenos días ―respondieron. La mujer era más tranquila y por sus grandes lentes, logré recordarla. Era la misma pareja que compartió el ascensor conmigo en la empresa hasta el cuarto nivel. No me había equivocado, ellos querían adquirir un inmueble bajo crédito hipotecario y habían recurrido a James. Cuando se trataba de negocios, James podía ser de todo, menos ingenuo.

―Bella ―pronunció James, de inmediato lo reprendí con mi mirada haciendo que se aclare la garganta―. Isabella, estos son los señores Brown. Desean invertir parte de su capital en el condominio.

―Un gusto en conocerlos ―les estreché la mano. Los nervios se habían disipado un poco―. Llegan al lugar correcto, nuestro proyecto tiene muy buenas bases económicas, y a la vez, se encuentra respaldado por el Banco Chase.

―Perfecto. El señor Johnson ya nos había comentado algo al respecto. Mire, nosotros pretendemos mudarnos a Chicago por cuestiones de trabajo en plazo de dos meses. Y necesitamos un lugar agradable y seguro para vivir ―me explicó la mujer.

―El problema es, ―continuó su esposo―, y como lo confirmo actualmente, este edificio recién está empezando su construcción y dudo que esté terminado para ese entonces ―hizo una pausa―. Aun así, queremos invertir en la zona, se encuentra cerca de mi trabajo y podría significar una renta a futuro, sin embargo, es necesario corroborar que nuestra inversión no será malgastada ni la obra será suspendida a mitad de su ejecución ―concluyó el señor Brown. El tono de voz que empleó fue seguro y demandaba claramente una garantía.

―Tienen toda la razón y comparto su inquietud. Supongo que mi colega les habrá explicado muy bien el procedimiento.

―Sí lo ha hecho.

―Isabella ―me interrumpió James cortante y volviendo su mirada hacia mí― ¿Podrías explicarles a los señores los avances realizados a la fecha y el cronograma de actividades para los próximos meses? Quiero que se cercioren de la buena compra que harán.

La pareja de esposos secundó la idea y asintieron con la cabeza. La mujer poseía un par de ojos marrones que emitían mucha tranquilidad y confianza, en cambio el hombre era más intimidante.

―Muy bien ―les dirigí una sonrisa amable, para luego dirigirme a James―. ¿Les enseñaste las fotografías 3D del departamento?

―No exactamente ―se rascó la cabeza disimuladamente, clara alusión a que no tenía ni idea―. Verás Isabella, preferí traerlos a la obra para que hablen contigo y estén mucho mejor informados. Tú eres la experta —finalizó con un tono de voz que no me gustó.

—Bien, muy bien —no le solté la mirada. James estaba jugando con mi paciencia. Él debería separar muy bien lo personal con lo laboral―. Un momento por favor ―dije a la pareja.

Ubiqué a Edward en mi radar, hablaba con un par de obreros. No me había fijado en el momento en que había salido de la caseta, ni tampoco me había percatado tanto en la indumentaria que llevaba: una sudadera blanca sin mangas, el jean celeste que le apretaba el trasero, y el casco blanco reluciente cubriendo sus finos cabellos broncíneos que ya quisiera estrechar entre mis dedos. Se veía provocativo, muy provocativo.

Y yo estaba loca, sintiendo mi boca reseca.

―¡Cullen! ¡Venga por favor! ―grité llamando su atención―. Es el capataz de la obra ―indiqué a mis visitantes consiguiendo un ceño inquisidor por parte de James. Malintencionado, seguro, pensó de inmediato en quién pagaría el sueldo del capataz, pues nosotros como profesionales teníamos la tarea de no sólo diseñar sino también de supervisar nuestra propia obra y hacer todas las gestiones necesarias para gerenciarla y no contratar a ningún capataz. ¿Qué se lograba con eso? Reducir costos, por supuesto.

Lo que él no sabía era que Edward correría por mi cuenta.

Bufé internamente. A veces, James solía ser muy adulador.

En menos de un minuto, el magnífico rostro de Edward y sus ojos esmeraldas estaban frente a mí, saludando a la visita.

―Dígame, arquitecta, ¿para qué me necesita? ―su voz de seda me escarapeló el cuerpo. Confirmé lo inevitable: al lado de Edward, de la forma en el que esté, soy una idiota hipnotizada.

―¿Podría traerme el folder azul que está en la oficina, por favor? ―dije modulando la voz. Si supieran lo que mi cuerpo realmente necesitaba en ese instante…

—Sí, claro. Permiso ―se retiró con un gesto sobrio. Me gustó mucho lo disimulado que fue, como si no nos conociéramos, como si no hubiéramos besado minutos antes.

Mientras regresaba, fui explicando a la pareja sobre los aspectos tecnológicos sustentables que tendría el proyecto. Logré impresionarlos con el sistema de eficiencia energética que diseñé para el condominio pues el hombre había trabajado en Pittsburgh, en la biblioteca metropolitana y estaba muy ligado con la sustentabilidad de los edificios.

Al cabo de unos minutos, Edward me trajo exactamente lo que le había pedido. Le dije que se mantenga cerca de nosotros para resolver cualquier duda o consulta técnica. Proseguí a sacar del folder los apuntes 3D de la cocina, de la sala, comedor, dormitorios y terrazas que había realizado para que así los esposos tengan una mejor visión de lo que sería su futuro departamento. Ellos se mostraron muy satisfechos. Luego les indiqué los acabados de primera que tendría la obra en lo que respecta al mármol, azulejos, granito y pintura.

—Finalmente, las puertas serán de roble, que aportará solidez y elegancia.

―Muy bien, arquitecta Swan.

—Sólo Bella, por favor.

—Ok, Bella —sonrió la mujer―. ¡Está perfecto para nosotros! Felicitaciones por el gran diseño.

No saben lo orgullosa que me sentí al ver sus rostros iluminados.

―¡Excelente! —exclamó James—, entonces, ¿regresamos a la empresa para firmar los papeles o desean hacerlo después? ―añadió con impaciencia.

¿Siempre James caía tan antipático?

―Si. Cuanto antes mejor ―sostuvo el señor.

―Bien. Adelántense por favor al coche, tendré sólo un intercambio de palabras técnicas con la arquitecta ―ellos aceptaron y se despidieron muy atentamente―. A solas, por favor ―le indicó a Edward de una manera áspera.

James esperó unos segundos y atacó.

―¿A qué juegas Bella? ―inquirió apretando la mandíbula y en voz baja.

―¿Perdón?

―Mira Bella… ―se apretó el puente de la nariz con fuerza―. No tenía intención de venir para acá, pero… ¡ni tu secretaria tenía un maldito folleto para enseñarles a este par!

Era raro que James no haya podido encontrar ningún folleto sobre el condominio. El área de imagen había repartido gran cantidad por toda la empresa y sobre todo al área de créditos. Incluso Jessica tenía en su poder unos cuantos. ¿Qué tramaba este tipo?

―Cálmate, James ―lo miré desafiante―. No me levantes la voz.

Se detuvo para mirarme de hito a hito alzando una ceja. Abrió su boca para decir otra cosa, pero volvió a cerrarla.

―Tienes razón, discúlpame —exhaló—. No.. hoy… hoy no ha sido un buen día para mí, Bella ―clavé mis ojos en su cara contraída―. Debo irme, ¿sí? Te veo en la empresa luego.

"¡¿A qué juegas tú, James?!"

—¡Ah Bella! —me llamó dos segundos después, haciéndome girar hacia él. Sus ojos azules volvieron a tener ese brillo de malicia—. Considera no gastar el presupuesto en cosas innecesarias, ¿sí? ―recalcó esto último echándole una mirada a Edward dejándome en claro lo que sospeché: James quería pasarse de adulador y apostaba que le jodía la idea de que la empresa se encargara del sueldo de Edward, ni que fuera de él la plata.

―No lo haré. ¿Hemos terminado? Debo ponerme a trabajar ―soné cortante. No había más palabras que decir.

Él sonrió socarronamente y yo sentí mi cara arder de rabia, él no tenía derecho alguno para meterse en mis decisiones, así como yo tampoco me inmiscuía en sus trampas. Lo personal muy lejos de lo laboral, siempre se lo había dicho, y creo que todos en la empresa apoyaban mi idea. Sólo le dirigí una mirada dura y de la mejor manera posible dejé saldada la plática.

―Sí. Adiós Bella.

Lo vi encaminarse al automóvil sin mirar atrás, lo puso en marcha y se perdió entre la losa de cemento y edificios altos. Un leve dolor de cabeza se instaló en mi nuca de manera punzante, me sentía aturdida y cansada por la pequeña confrontación. James algunas veces podía ser tan caballero como animal.

Lo mejor que pude hacer fue dirigirme a mi coche y salir de ahí. No quise conversar con nadie, ni siquiera con Edward, ya lo vería en la noche.

Necesitaba una aspirina y una taza de café. Necesitaba pensar, conectar ideas, desconectarme de otras, bañarme y si era posible, alistar mi atuendo para la noche…

Sin pensarlo, sonreí contra el viento que rozaba mi piel; por segunda vez en el día, lo único que valía la pena, era él...

Quizá, después de todo, no sería una condena salir con Edward Cullen.

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"No seas ridícula Bella", me repetía a mí misma mientras movía el mouse de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo sin siquiera un propósito. Fijé mi vista en el amplio ventanal que tenía enfrente y vi el resplandor de una docena de luceros que adornaban la noche fría. Mi corazón brincó de ansiedad con una fuerza capaz de detener tornados y una sensación rara brotó en mi interior al saber que cada minuto que pasaba se acercaba aún más a la hora señalada.

Estaba nerviosa.

Suspiré.

Sí... Estaba muy nerviosa.

Después que llegué a mi departamento al mediodía, tomé de inmediato una aspirina y un relajante baño con música de fondo. Mucho menos estresada, me coloqué un cómodo chándal negro y me preparé una comida rápida y ligera.

Todo marchaba muy bien, incluso sin dejar de sonreír y pensando en mi sexy capataz había hecho una pequeña visita a mi armario para escoger la ropa que me pondría hoy en la noche. Sin intención recordé la forma eficaz que Edward utilizó para arrancarme una respuesta afirmativa de mis labios...

Lancé blusas, faldas, leggins y vestidos a la cama, no encontraba la ropa adecuada, aunque tampoco sabía qué exactamente buscar porque no tenía idea del lugar al que iríamos. Quizá si le hubiera preguntado, todo hubiese sido más fácil… ¡Pero ni él, ni el estúpido de James, ni nadie me dio tiempo suficiente para hacerlo!

Resoplé de impaciencia.

Casi como última opción, me probé un vestido que sólo lo había usado una vez con Alice y Leah en una discoteca; me pareció propicio, no era muy delator y se ajustaba a mis curvas; para cubrirlo, me puse un sacón gris largo hasta la rodilla y ¡voilà! Estaba listísima, sonreí a mi silueta del espejo y ahí fue cuando me percaté de lo que pasaba…

Mi rostro era una mezcla de ilusión, ansiedad, y rebeldía... estaba nerviosa, exactamente cómo se siente una colegiala en su primera cita sin saber qué hacer para impresionar a su novio.

Sí. Lo adivinaron…ahí empezó todo. Sentí un click en mi cabeza como un espantoso rayo que me hizo abrir los ojos y desafiar mi verdad. Había mencionado inconscientemente dos palabras vetadaspara mí. Desde ese entonces no dejé de estar ansiosa.

Tendría una cita. ¡Una cita!

¡Por Dios! ¿Quién lo creyera? Isabella Swan, veterana acérrima en la guerra de las citas, ¿tendría una romántica esta noche?

Debía ser imposible…

Esto no podía estar pasando. Me dejé engatusar fácilmente por la apasionante y atractiva aura de Edward que olvidé mis infalibles convicciones en contra de las citas planeadas.

Además, estaba el hecho que no sabía qué esperar de esta cita. No lo conocía bien, él seguía siendo un extraño para mí, aunque mi cuerpo no lo creía así. Había una energía en él que era difícil de resistir, tenía un encanto natural cuando hacía una broma, cuando se mostraba posesivo o cuando simplemente me miraba con aquellas gemas brillantes. Definitivamente su cuerpo ejercía un poder e hipnotismo sobre el mío que me hacía caer rendida ante cualquier deseo suyo. Y eso era peligroso… muy peligroso.

Pero, en mis planes inmediatos, no contemplaba una cita, ni con él ni con nadie, eso estaba muy fuera de mi alcance, sobre todo por los objetivos sentimentales que ésta conllevaba.

Quizá mi carta astral -armoniosa hasta ese momento- se había trucado, y mi habitual ideología anti-citas se había convertido en una libido con fuertes necesidades de expresión.

No lo sabía… sólo sabía que desde hace cuatro largas horas estaba aquí, en mi despacho, sumergida en una montaña de papeles y mi cabeza enterrada como un avestruz en mi laptop. El trabajo era mi remedio infalible para toda clase de agitación emocional y esta ocasión no era indiferente.

Sin embargo, y por un motivo que se me escapaba, en este día, mi remedio no funcionaba.

―Estás perdida por idiota, Bella ―hablé en voz alta. Cerré mi laptop de golpe y empecé a masajearme las sienes.

"Cálmate, Bella. Quizá Edward sólo quiera una noche más", dijo la extraña voz interior.

―¿Por qué eres idiota, Bells? ―pegué un salto en mi asiento al escuchar una vocecita chillona irrumpir en mi oficina. Alice me examinaba apoyada en la mesa que contenía la maqueta del condominio. Sus ojos color avellana me escrutaban de par en par, mientras disimulaba una sonrisa.

―Nada… ―negué con la cabeza y me paré para saludarla algo aturdida―. Cosas sin importancia.

―¿Nada? ―refutó incrédula―. Bells, te conozco demasiado y esa cara de jodida la tienes sólo cuando andas en aprietos. Así que... o tienes algún problema con el trabajo o con los hombres. Es simple ―aseguró de lo más divertida mientras tomaba asiento en el sofá, era una réplica exacta al diseñado de Mies Van der Rohe, regalo de cumpleaños a insistencia, claro está―. ¿Problemas con el presupuesto? Ya te dije que te dejes de arreglar los precios, un día te volverás loca sólo por ayudar a un par de estúpidos angurrientos.

―¡Alice! Son tus jefes.

―¿Y? Son lo que son, Bells, pero eso no quita la maraña de estupideces que traen entre manos. Tu entiendes lo que digo, sólo que no quieres abrir los ojos y ser independiente. Yo estaría mucho mejor si trabajara por mi cuenta ―me contestó calmadamente, muy a lo contrario de lo que estaba acostumbrada, me mordí los labios, ella tenía razón—. ¡Y bueno! ―agregó inquieta―. Me vas a contar con quien vas a salir hoy ¿o tendré que sacártelo por cucharitas?

―¿Perdón?

Rodó los ojos.

—No voy a salir con nadie.

―¿Ah no? ―apuntó ceñuda―. Entonces, respóndeme esto… ¿Por qué te escondes tras un vestido entallado de color azul medianoche con escote en V y muy por encima de la rodilla? ¿Crees que no me daría cuenta? ―espetó cruzando sus brazos sobre su pecho de forma amenazante, como una gatita a punto de atacar. Era imposible que me haya descubierto tras aquel abrigo de seda gris.

O quizá sí.

―Porque… ―prosiguió― Charlie no está aquí, la empresa no hará ningún evento y para la reunión quincenal con las chicas, que de seguro te olvidaste, nunca te pondrías un vestido tan fácil de quitar ―me quedé muda.

¿Me estaba llamando fácil? ¿Mi vestido hablaba por mí y gritaba: "fóllame"? Yo quería un vestido elegante, no un atrevido… esperen… ¿La reunión era hoy? Si eso era cierto, el verdadero demonio estaba a punto de emerger porque cuando decía que con Alice Brandon no se juega, no se juega.

—Sí, Swan. Hoy era nuestra reunión —me respondió.

Encontramos nuestras miradas, la de ella, suspicaz se entremezclaba con el halo de la incredulidad y el entusiasmo. Como si muy en el fondo, su intuición le decía quién era el responsable de tal aberración.

―Ok —suspiré—. Si te cuento, ¿me dejas tranquila? ―se le dibujó una sonrisa―. Está bien. Sí, sí saldré con alguien y discúlpame con Leah pero me…

―¡Olvida a Leah! —gritó interrumpiéndome—. ¡Lo sabía! Sabía que irías de cacería. Ahora, continúa, por favor ―me miró con ojitos vidriosos, casi me compraba con su mirada de corderito sacrificado, pero no le diría nada más; pediría las explicaciones a Edward primero y luego, iría por ella.

―No hay nada más que contar ―dije encogiéndome de hombros.

―¡Dios, Bella! ¿Por qué eres así? ―replicó acercándose―. No será ningún estúpido, ¿verdad? ―arrugó su nariz y arqueó su ceja izquierda de manera… ¿desafiante?

―Te juro que no lo es ― le respondí.

Bajo ciertas miradas de reproche escondidas tras risitas juguetonas capaces de sonsacarme y lanzarle toda la verdad sin medir consecuencias, Alice se marchó casi danzando y diciéndome que la reunión con las chicas no era hoy, sino la otra semana, me sentí aliviada porque nunca me había perdido ninguna sesión de alcohol, chocolates y chismes con ellas.

―¡Mañana te llamo a las ocho de la mañana! ―gritó desde la puerta.

¿Qué tan buena actriz era Alice Brandon?

Rodé los ojos y miré el reloj, eran las siete y veinticinco de la noche.

Entré en el conteo regresivo de una suave y ardiente condena. Ya no podía hacer nada contra ello.

Fui a mi baño personal y arreglé mi maquillaje, solo un leve retoque al labial rosa pálido y un poco de rímel negro en mis pestañas. Solté mi cabello, lo dejé ondularse en el camino bajo su propio peso y le di volumen con una sacudida de manos. No me veía nada mal. Sonreí con nerviosismo a mi intrépido reflejo y me dije a mi misma que era una muy buena mentirosa, pues, al menos, mis nervios primitivos y estúpidos se veían opacados por la forma en la que resaltaban mis ojos chocolates.

Abroché un par de botones del sacón y me dirigí nuevamente a la salita. Tenía una oficina de tamaño mediano, dividida en dos partes, mi favorita era la del lado izquierdo, donde tenía un estante blanco con varios libros y revistas de arquitectura y al frente, mi obra maestra: la maqueta del condominio. Me gustaba observarlo cada vez que me sentía inquieta, pero a estas alturas, era inútil que tratara de engañar a mi mente con cosas del trabajo. El efectodemoledor de Edward estaba haciendo estragos en mí y todo mi cuerpo vibraba impaciente por verlo, tocarlo, pero… sin…

―Buenas noches, arquitecta Swan.

"Oh, Dios"

No… no podía ser él, aún faltaba media hora.

Mi corazón se sobresaltó de la impresión y muy poco le importó las consecuencias, su fuerza me hizo girar lentamente a la par que sentía la sangre subir a mis mejillas.

―Edward ―susurré.

Su apariencia era imponente, enfundado en un terno gris a rayas, una camisa de seda blanca y una corbata color borgoña. Su cabello estaba aún húmedo, pero sin dejar de ser salvaje. Se acercó a mí, con su andar sexy y seguro y su sonrisa torcida exquisita hasta posicionarse frente mío y acariciarme con sus impresionantes ojos verdes.

Suspiré... era la hora.

Sabía que Edward me tenía loca, trastornada, pero esto que iba a hacer, podría marcar un antes o un después en mi vida, podría terminar mal con serias consecuencias o quizá… ¿podría ser esta la oportunidad para replantear mis convicciones?

Ya no había marcha atrás.

O quizá sí...

Era relativamente fácil que mi corazón y mi mente entraran en conflicto.

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N/A:

¡Hola! ¡Muchas gracias por leer hasta aquí! Saludos a piligm, jupy y angryc que se han unido a #CF.

El próximo capítulo será la cita (algo que espanta a Bella LOL), ¿tienen alguna idea a dónde la llevará a cenar? Puede resultar algo muy productivo... =)

Comentarios, sugerencias o tomatazos, son todos bien recibidos, me encanta leerlas. Besos, Lu.