Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son la genial Stephenie Meyer, yo sólo juego con ellos n.n
¡Buenas noches! Sé que ha habido un terremoto en Perú y que muchos de Colombia y Ecuador han sufrido sus efectos. Ojalá no haya pasado a mayores y ¡ustedes estén bien!
Espero les guste este capítulo, yo amé escribirlo. Nos leemos abajo, ¡hay una pregunta que quiero hacerles! n_n
.:: Construyendo Fantasías ::.
Capítulo 4
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Bella
―Edward... ―susurré.
―Lo siento, pero la puerta no estaba bien cerrada y no había nadie, así que entré. No pretendía asustarte ―se explicó de inmediato con una sonrisa que me acariciaba a profundidad.
Contuve el aliento, no pensé que su presencia iba a asaltarme de esta manera… pero ¿cómo no iba hacerlo si mostraba un imponente halo de sensualidad y rebeldía? Su cabello cobrizo estaba húmedo, como si recién hubiera salido de la ducha, pero, aun así, seguía mostrando sus rasgos indomables, propios de su dueño. La mezcla perfecta entre su atuendo y su porte ancho de rasgos firmes, era la definición viva de lo que debía ser un hombre.
Suspiré... Creo que ya no había marcha atrás.
―Está bien ―respondí aún desconcertada. No pude hacer otra cosa que observar el contraste de sus ojos con su pálida piel. Mi guerra interna seguía golpeándome, insistiéndome en que tomara una decisión, que escogiera un camino. Ella no entendía que era relativamente fácil que mi corazón y mi mente entraran en conflicto.
―Discúlpame por venir más temprano, sólo quería cerciorarme de que asistieras a la cita ―dijo con firmeza.
¿Habría Edward intuido que podría negarme a la cita? ¿Estaría yo dispuesta a negarme a una cita con él? Si tan sólo no le diera esa connotación, no tendría la piel escarapelada.
―No me iba a escapar, Edward ―le aclaré suavemente.
―Lo hiciste hoy dos veces, Bella. Te fuiste sin despedir de la obra ―aclaró acercándose un poco más a mi rostro manteniendo en sus ojos y su voz un dejo de reproche. Imposible que no recordara lo que había pasado en la obra pues mi corazón y mis labios vibraron al unísono recordándomelo.
Me miró intensamente, como si supiera mis más ansiados deseos, como si leyera mis pensamientos a través de mis ojos chocolate.
―Discúlpame, Edward. Fui una tonta al no hacerlo... —cerré los ojos—, pero tenía cosas que hacer ―mentí.
―Me imaginé ―dijo seriamente―. Por hoy, está bien ―me guiñó el ojo y de un ágil movimiento perdí el sentido de lo que decía, pues sus labios atacaron los míos en un beso dulce y demandante. El mar de preguntas que tenía preparado para él se vio ensimismado por su maravillosa boca y sus intrépidas manos que hacían arder mi piel.
Este chico estaba venciendo mis barreras más altas y sólidas.
Nos separamos para tomar aire y depositó sutilmente un besito en la comisura de mis labios. Me miró con ojos brumosos y paulatinamente, los latidos de mi corazón fueron volviendo a la normalidad y la sensación de paz y dicha volvió a irrumpir mi cuerpo.
¿En qué momentos llegamos a esto?
―¿Lista para irnos, Bella? — Abrí los ojos segundos después.
―Ehhh... Sí. ― "Enfócate Isabella" ―. Déjame guardar en mi USB los planos que estuve haciendo y nos vamos, ¿te parece?
―Ok. Tómate tu tiempo. Es mi culpa haber llegado antes de la hora ―sonrió.
Asentí y suspiré para mis adentros. Caminé hacia mi escritorio con el efecto de gelatina entre mis extremidades. Su presencia absoluta e intimidantemente perfecta me provocaba aquel zumbido curioso en el cerebro que me estaba volviendo loca, más de lo que por hecho, ya me encontraba.
―¿No te sería más fácil llevar la computadora? ―inquirió segundos después, haciéndome aterrizar.
Inhalé profundamente.
―Mmmm... Quizá, pero corro el riesgo que me la roben, o que me roben el trabajo, claro, si no tomamos en cuenta que quizá ya lo han intentado hacer mediante la conexión interna de la empresa o dañándome el disco duro.
―¡Wow! ¿Entre colegas pueden hacer eso? ―preguntó aturdido y yo asentí. Claro que podían, si alguien descubría el desfalco que hacían mis jefes, estaba muerta. Se rascó la cabeza y prosiguió―: Suena a película deAl Pacino, o de Arthur Penn.
―¿Bonnie y Clyde?―pregunté alzando una ceja y él afirmó. Pude ver que le costaba contener una sonrisa, mas él tenía razón, mi trabajo en la empresa era tan peligroso como el Crimen de la calle Morgue: escalofriante y con culpables insospechados.
―Sí, Más o menos ―le respondí riendo un poquito. La plática hacía distender el ambiente de mis inseguridades―. Aquí hay que estar de cuidado, Edward. No es seguro nada. Mis verdaderos y completos proyectos los tengo en la computadora de mi casa y los manejo por USB. Siempre estoy precavida ―le expliqué sonriente.
Era muy fácil dejarse llevar por su aura radiante y contagiante.
―Me encantas ―soltó de pronto regalándome una sonrisa divina. Me sonrojé ferozmente y bajé mi cabeza a la laptop para seguir ordenando mis archivos, mas él siguió escrutándome con sus esmeraldas. Podía sentirlo.
Comencé a pensar en cosas negativas, para evitar que mi corazón bombeara como loco y mis latidos comenzaran a retumbar por la habitación como ondas de ultrasonido, pero fue en vano. No me pude resistir. Tuve que mirarlo. Por el rabillo del ojo, vi que se mostraba divertido y un poco inquieto, se paseaba por toda mi oficina y de rato en rato se desordenaba más el cabello.
Avanzó un poco más hasta quedar frente a la maqueta del condominio y empezó a observarla con detenimiento. Edward sonreía como un niño y estaba segura que reconocía en ella, los planos de la construcción que dirigía, y a mí, inconscientemente, eso me estaba fascinando. Admiró cada pequeñísimo detalle, cada pieza del inmenso rompecabezas de madera y cartón que yacía en una de las mesas principales de mi oficina como trofeo y la cual me había costado un sin fin de desveladas, malas noches, ojeras y mil litros de café.
Era como sentir su admiración hacia mí.
―¿Cómo conseguiste este efecto de grass natural? Se ve tan real ―me preguntó cuándo se percató de mi escrutinio. Desde el primer trazo que hice, decidí implementar al proyecto de la mayor cantidad de jardines para que las personas que lo habitasen se sintieran a gusto y los niños pudiesen jugar tranquilamente. Edward notó estos detalles y la curiosidad vislumbraba en sus gemas verdes.
―Es un truco simple —contesté—. Hechas un poco de pegamento en la base con un pincel, luego, lo cubres con una capa de aserrín o tierra oscura y esperas que seque por un tiempo. Cuando está todo finalizado y como último paso lo pintas de verde, con acrílico o con lo que deseas. Y… ¡Listo! Creas ese efecto de naturalidad que no te dan las hojas artificiales ―concluí con una sonrisa.
"Quizá no sea necesario dar marcha atrás."
―Ingenioso ―pronunció rascándose la barbilla para luego delinear una exquisita y sexy sonrisa torcida, seguida de unas frases imposibles de escuchar.
Era la segunda conversación que tenía con Edward y se sentía bien, muy bien, todo tan natural y espontáneo que el desborde de nervios prematuros que acogí en mi cuerpo desde temprano se estaba encauzando con naturalidad.
Sonreí... Yo Isabella Swan, chica anti-citas y señorita anti-compromisos derritiéndome como hielo al sol por un chico... ¡Wow! era para la historia... ¡Si señor! Si Leah me viera en estas circunstancias, diría que estoy profanando nuestra esencia...
―Bella ―sonó a melodía―. ¿Siempre trabajas los sábados hasta las ocho de la noche sola? ―enfatizó la última palabra.
―No. No siempre. Hoy tenía que quedarme sí o sí, además, mi secretaria tuvo unos inconvenientes y le di la tarde libre.
Edward asintió mientras seguía registrando mi oficina.
Aún nerviosa, pasé mis dedos por mi cabello y traté de mantener la cabeza fija en la computadora, no quería que él percibiera mi estúpido debate interno, ya que, a estas alturas, me parecía todo tan infantil.
Grabé bien los archivos en mi USB y borré el historial de búsquedas y contraseñas de Google. Jamás podría permitirme error alguno. Ya lo que había sucedido en la mañana con la impresora descontrolada me había alertado del blanco fácil que podría ser mi información.
Volví a mirarlo de soslayo, Edward tenía un perfil muy interesante, y las manos en sus bolsillos, hacía mucho más apetitoso su cuerpo tonificado. Apagué el computador y cogí mi cartera de la mesita anexa a mi escritorio y ¡A la de Dios...!
Era la hora, era un buen momento para disertar. Las explicaciones de Edward me esperaban y era mi turno también de cumplir con mi promesa. Pareciera que una de las batallas más estridentes la estaba ganando… ¿Podría ganar entonces la guerra también?
―Estoy lista ―le dije convencida.
―Bien. Es hora de irnos —me contestó Edward cerrando el libro que leía y me dedicó una sonrisa breve pero brillante provocando que, en su piel blanca y tersa, se formaran unas arruguitas alrededor de sus ojos. Era hermoso―. Traje mi auto, espero no te moleste.
Pasé saliva. No quería jugar en terreno suyo, me haría más vulnerable, pero las ansias por conocer más de él me sobrepasaban; y aunque había jurado que nunca más iba a dejar que me afectara su presencia, su efecto hipnótico me hacía romper promesas, reglas, dudas… y algo más.
Salimos del edificio tranquilamente hacia los estacionamientos no sin antes abordar el ascensor que nos llevaba hasta el sótano y el cual, en su tortuoso camino había generado una extraña sensación de excitante fascinación en nosotros.
―Primero las damas, arquitecta ―sugirió dándome pase hacia un elegante Volvo plateado estacionado en el extremo derecho y que relucía y sobresalía imponente entre el resto. "¡Wow! Edward debe de ganar muy bien para ser un simple capataz", pensé, "no, no, él no podía ser un simple capataz". Me abrió la puerta como todo un caballero, subí gustosa quedando impresionada de inmediato por la comodidad y suavidad de los asientos de cuero, así como del tablero y el equipo de música moderno. El efecto varonil, recreado por la fragancia a hombre que imperaba el ambiente, le daba el toque especial de escepticismo y sofisticación. En una frase, era la mezcla exacta de su dueño. ¡Dios! ¡Todo era perfecto en él!
―Espero te guste la comida italiana ―me preguntó poniendo en marcha el auto.
―Sí, claro ―asentí. "La amo", pensé―, es una de mis favoritas.
―Genial ―sonrió de lado. Sus atractivas arruguitas se volvieron a formar en su rostro y yo me vi sumergida en el deleite que era admirar aquellos rasgos misteriosos e intrínsecos.
En un abrir y cerrar de ojos, culpen a la divertida conversación con Edward o su intrépido manejar, se estacionó frente al Restaurante "Il Valentino" ('il Castello del Valentino de la Bella Italia, 1884' como decía las letras en relieve), uno de los más modernos y elegantes de la ciudad. Cuando Edward me propuso la cita, no tuve ni la más remota idea que me iba a traer aquí pues no era nada fácil conseguir reservaciones y menos se las daban a simples mortales como nosotros.
Sorprendida e incrédula, sin palabras para describir la belleza de aquella portada romana de antaño, hecha de piedra almohadillada, bajé del auto. Edward ya estaba a mi lado, sosteniendo la puerta y ofreciéndome su mano. Notó la sorpresa en mi rostro y agregó:
―No te preocupes cariño, yo te prometí lo mejor para esta noche.
―Es… perfecto. Muchas gracias ―parpadeé varias veces aún sin creerlo. Tomé su mano y nos aventuramos hacia el interior.
Otra cosa que debía tomar en cuenta de Edward era que siempre excedía mis expectativas.
―Por favor, señorita, ¿me permite su abrigo? ―dijo la recepcionista a la entrada del local.
―Sí, claro. Muchas gracias ―le respondí con cordialidad sacándome el saco y dejando a simple vista mi vestido azul de seda y mis hombros descubiertos. El rostro de Edward se contrajo excitado, sus ojos me devoraron toda en un segundo y vi que seguía mis movimientos mientras nos adentrábamos al restaurante.
Mi cuerpo experimentó un hormigueo intenso producto de su mirada penetrante en mí, era un sentimiento que me impactaba desde los pies a la cabeza.
―No debí dejar que te saques el saco, Isabella. Mira todo lo que ocasionas ―su voz fue profunda y perturbadoramente íntima mientras que sus expresiones se volvieron serias e inescrutables frente a las miradas del resto de caballeros presentes en el gran salón. Sin pensárselo dos veces, pasó una mano por mi cintura, pegándose a mi cuerpo.
Me ruboricé.
—Pero es todo un privilegio que te envidien por eso —agregó, pude distinguir una sonrisa de satisfacción en su rostro.
El maître nos guió por un pasillo distinto al que habíamos estado antes y yo seguía extasiada por la elegante ornamentación barroca de cornisas, querubines y candelabros dorados al mejor estilo romano que tenía cada ambiente. Atravesamos una terraza cuya escultura de mármol mostraba la perfecta e impresionante figura de Perséfone y Hades, una réplica exacta del tallado por Bernini del Museo Borghese y terminé por maravillarme. ¿Ya había mencionado que soy amante de todo lo que tuviese que ver con la historia y arquitectura de Italia?
Era una ensoñación perfecta. ¡Lo amé!
―Por aquí, señores ―se detuvo de pronto y desperté del viaje. Estábamos frente a una puerta de roble tallada con un escudo en relieve que tenía las letras "HH" y una imagen de un águila, tal como lo tenían los palacios del renacimiento florentino. Le daba una connotación histórica y peculiar.
Ingresamos y no dejé de sorprenderme con lo que veía. Era un espacio más cálido y pequeño y por lo tanto exclusivo, pues cada detalle era una joya única en decoración. La iluminación era suave y romántica, matizada en naranjas gracias a los destellos de las velas y a la luz tenue de la cristalería, simplemente rezumaba opulencia. Apostaba que ni mis jefes habían accedido a esta parte de "Il Valentino".
—¡Es hermoso! —exclamé como una niña y me encontré con la luz cálida de los ojos de Edward que me llenaron de alegría. El disfrutaba esto tanto como yo.
Era mucho más de lo que podía pedir.
Un mesero nos esperaba en la mesa del lado izquierdo, cuya pared de fondo estaba totalmente decorada con un impresionante estante lleno de botellas de vino. Sin embargo, me detuve a mitad de camino porque mi vista se había desviado hacia una pintura al óleo que engalanaba al muro en casi toda su extensión. Era un castillo majestuoso de inmensos jardines.
—¡Wow! Es bellísimo, Edward —le dije caminando hacia él, en la pequeña plaquita pude leer una inscripción que decía "Il Castello del Valentino".
—¿Te gusta?
—¿Bromeas? ―volteé―. Italia ha sido uno de los países que he querido visitar siempre. Amo su arquitectura, su historia, sus costumbres, ¡todo! ―concluí entusiasmada. Edward me miró un segundo y pude notar un dejo de sorpresa en su rostro.
―Tienes razón, siempre lo encontré misterioso y lleno de secretos ―pasó una mano por mi espalda sonriendo extensamente―. ¿Sabías que en ese castillo funciona la Facultad de Arquitectura de Turín?
―No, no tenía idea. Es bueno saberlo ―añadí ocultando un poco mi desilusión. Quedarme en Forks o en Chicago nunca había sido mi objetivo, hubiera preferido salir y conocer el mundo, pero no tenía otra salida desde que ocurrió lo de mi mamá, Renée.
Tomamos asiento uno frente al otro, Edward juntó las manos en un puño, y apoyó su mentón en él mientras me miraba a través de sus largas pestañas. Mi corazón empezó a desesperarse… Sus ojos eran de un verde esmeralda precioso, pero a la luz de las velas, se tornaban, con una claridad única, en majestuosos; los rasgos cincelados de su rostro también sufrieron ese efecto, suavizándose y embelleciéndose. Todo mi cuerpo vibró.
En segundos, que para mí fueron largos minutos, el mesero nos presentó la "selección del chef" e interrumpió nuestro contacto visual. Edward me hizo elegir primero, y yo, conociendo los altos precios del restaurante, ordené Ravioles a la Parmesana mientras que él pidió unos Spaguettis a la Bolognesa, sus preferidos según lo que me comentó en ese instante.
—¿Te gustaría tomar vino?
—Sí, claro.
—Perfecto —sonrió—. ¿Tienes alguna preferencia?
—No tengo problema con ello, sólo que sea un tinto —al parecer a Edward le encantó mi opción pues volvió a torcer sus labios.
―Por favor —le dijo al joven—, ¿podría también traerme un Bricco Magno?
―Claro, señor Cullen, en seguida ―respondió el mozo e hizo un ademán antes de retirarse. Me quedé extrañada. No podía dejar pasar ese detalle, ¿cómo es que los mozos le hablaban con tanta familiaridad? ¿Era cliente frecuente? ¿Traía a todas sus conquistas al mismo lugar? ¡Hasta sabía qué vino a pedir!
Tenía que saberlo, o a lo mejor no… me podía dar de golpe frente a un gran muro, y no quería volver a sentir el dolor punzante que eso producía.
Lo miré y un ligero brillo cruzó sus ojos.
―Daría lo que fuera por un pensamiento tuyo, Bella ―soltó de repente. Fijé mejor mi vista en él y dejé de respirar.
―No creo que valgan tanto ―dije por fin―. Además, pensé que podías hacerlo. De hecho, lo siento así.
―¿Leerte la mente? ―asentí y el rio entre dientes negando con la cabeza―. Lo pensé por un minuto, pero hay momentos, como en tu oficina o como ahora que te pierdes en ti misma, en tus pensamientos, como si te trasladaras a otro lugar para no ser encontrada… y es relativamente frustrante no saber en dónde estás.
Suspiré. Maldito debate interno, malditas convicciones anti-citas, ya parecía bipolar… él no se perdía ni un milímetro de lo que yo hacía o decía, era muy observador.
―No es nada, Edward. Sólo estoy algo sorprendida por estar aquí —ladeé la cabeza—, ¿vienes seguido a este restaurante? ― "con todas tus citas?", concluí mentalmente.
Me miró un segundo antes de responder.
―Sí y no.
―Ahora eres tú quién trata de confundirme ―me quejé como niña. Este chico me impacientaba.
―No vengo con frecuencia, Bella. Verás, el dueño es un buen amigo mío y fui yo el responsable de construir este restaurante ―puedo jurar que se formó una gran "o" en mis labios.¿Edward hizo ESTO? ¿Uno de los restaurantes más lujoso de la ciudad? ¡Wow! Atiné a mover mi cabeza afirmativamente a modo de respuesta y sin querer, lo juro, me mordí el labio inferior al imaginármelo desnudo, excavando, sudando y dando órdenes mientras construía este imponente edificio.
Mi capataz... Mi sexy capataz.
―(…) esta zona es privada. Mi amigo prácticamente me exigió que le diseñe un lugar íntimo y tranquilo para sus clientes, donde pueda celebrar alguna fiesta privada o reunirse sin complicaciones ―hizo una pausa. Yo debía estar hecha un zombi―. Es por eso que conozco todo su funcionamiento, y también, es por eso que te traje aquí ―siguió explicándome con su aterciopelada voz. De mi espalda sentí cómo unas pequeñas alas blancas brotaban y me hacían flotar.
"Aterriza Isabella… Di algo.", sonó la extraña voz otra vez.
―Estoy sorprendida… ―bateé mis pestañas―. No puedo creerlo, este lugar es increíble… y fue un gran proyecto, te felicito por haberlo hecho.
―Gracias, con esto me pagué el auto y me gané el derecho vitalicio de usar este lounge ―sonrió y acercó su mano a mi barbilla para acariciarla. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación―. Bella, prométeme que esta noche sólo seremos tú y yo ―me dijo con un ritmo suave sin entender por qué me lo decía pues la mirada seductora que me dio a continuación produjo un escalofrío intenso en mi piel.
Le sonreí, y creo que con eso bastó para prometerle que por ahora todo iba muy bien, incluso, me hice creer que esto no era una cita, no en el sentido convencional, así que mi sistema nervioso podía descansar tranquilo.
Aún disfrutaba de la suave piel de Edward cuando un sonido cortó el ambiente. Él de inmediato abrió su saco a regañadientes, y de uno de sus bolsillos internos sacó su celular, miró la pantalla, y se disculpó conmigo.
"Hola, hermano. ¿Podríamos hablar mañana? Ahorita estoy ocupado. No, no, no es eso…", frunció el ceño un segundo, "¿Estás seguro?, entonces adelante, si tú crees conveniente hazlo, sabes que puedes tomar decisiones sin consultármelo", hizo una pausa, "Sí claro, entonces, ¿me envías las fotos mañana?, ¡perfecto! Saludos a Heidi, adiós." y colgó.
―Discúlpame cariño, era una llamada del trabajo, mi socio quería consultarme algo.
―Oh, no te preocupes ―le respondí y de inmediato desvié mi mirada, inclusive, creo que arrugué mi nariz. "Socio", debía ser una idiota al pensar que Edward no tenía trabajo y que sólo se iba a dedicar a ser mi capataz. Una suave risa me hizo volver la mirada al dueño de tal hermoso sonido.
―¿No me preguntarás que hago trabajando con otras personas?
―No. Es tu derecho. Yo…
Negó con su cabeza.
No logré continuar, pues en ese instante el mozo llegó con la botella de vino. Rápidamente se la mostró a Edward quién asintió; luego la descorchó y me sirvió una pequeña cantidad en la copa para que la testeara.
—Háganos el honor, por favor —me dijo con una mano extendida.
Entonces, tomé la copa por el tallo y la incliné ligeramente para observar la densidad y el intenso rojo rubí del vino, luego, agité la copa y la acerqué a mi nariz para percibir su aroma.
—Mmmm… vainilla y… ¿cacao? —pregunté y el joven asintió. Incluso percibí un ligero olor a rosas haciéndola singular. Me hacía recordar al favorito de papá.
—Es un Nebbiolo, de la Gran Reserva del 2001, de Langhe y Roero —explicó el joven.
—Me lo imaginaba, no es una cepa de Norteamérica —dicho esto, probé la textura del vino en mi boca, y fue ahí cuando entendí que estaba frente a uno con carácter, de taninos robustos y gran presencia.
—Tiene una acidez que me fascina —solté. Edward debió seguir cada uno de mis movimientos porque se le veía encantado. Ahora había sido su turno de abrir sus labios en una "o" perfecta.
Cuando el camarero terminó de servir las dos copas, Edward se colocó a mi costado, tomó sutilmente mi barbilla y me dio un beso. ¡Qué labios!
—¿Qué fue eso, Isabella? —me preguntó por fin con voz ronca—. ¿Sabes catar vinos?
—Quizá… —le dije tomando un sorbito.
—Es que… —suspiró—. ¡Wow! Te veías tan sexy probando el vino. No sabía que conocías sobre ello.
—Hay muchas cosas que no creo que sepas, Edward —sonreí con picardía.
―Eres una criatura rara, Isabella y eso me fascina, me fascinó desde que te vi aquella noche en la casa de mi prima―. Si antes mi corazón había estado desesperado, ahora lo sentía desbocarse, latir con tal intensidad que pensé que en cualquier momento podría salirse de mi pecho. Era hora de conocer la verdad―. He trabajado con muchas personas, y créeme, nunca he conocido a una persona tan entregada y apasionada a su trabajo como tú ―exhaló―. Aquellas noches que te vi, me encantaste con la gran concentración y la forma detallista que mostrabas al hacer tu proyecto…
Me quedé sin habla. ¿Mi proyecto?... ¿Se referirá a mi maqueta? ¿A la maqueta del condominio que hice con Alice y que la tengo expuesta en mi oficina?... Oh… ahora entendía todo. Por eso era la sonrisa de admiración de Edward cuando vio la maqueta.
―¿Me viste haciendo la maqueta? ―movió su cabeza afirmativamente sin dejar de sonreír. No lo podía creer―. Tú… ¿Qué hacías en casa de Alice? ― pregunté extrañada.
Tenía que saber más. Necesitaba saber más.
―Buena pregunta… ―sonrió para sí, como si se acordara de alguna broma―. Hace unos meses mi departamento sufrió unos problemas, creo que dejé la estufa prendida o la tostadora, no sé con exactitud qué fue lo que provocó el incendio, pero de todos modos me quedé sin casa unos días y no tuve la mejor idea que ir a pedirle a mi única prima que me dejara quedar en la suya. No fue nada fácil, pero... resultó siendo un traspié interesante ―finalizó dirigiéndome una sonrisa pícara, de esas que te paralizan la respiración y te obligan a sacarte las bragas.
―Pe… No… No entiendo… ¿Cómo no me di cuenta que vivías ahí? ― Mi voz sonó a súplica, totalmente desesperada. Había vivido prácticamente una semana entera en su casa trabajando en la maqueta y no me había percatado para nada que tuviera invitados. Claro, la casa de Alice es dos o tres veces más grande que la mía, pero… ¿por qué se había comportado de esa manera? ¡¿Qué le pasaba a esa demonio?!
―No la culpes, Bella, hicimos un pacto ―indicó algo serio― Yo vivía en su casa con la única condición de no meterme en sus cosas, y claro, «mantenerme a mil años luz de sus amigas» ―imitó la voz chillona de Alice que me hizo reír―. Bajo estos términos, no fue nada fácil sonsacarle información sobre ti y mucho menos convencerla para hablarte, ella insistía en que Emmett y su amigo Black tenían mucha influencia en mí, pero al final la convencí y aceptó―. Sus rasgos no mostraron ningún cambio, más bien, seguían tensos, como un poco molesto. Y yo lo entendía totalmente.
Pero no podía razonar por completo, ni siquiera preguntarle cómo la convenció pues la confidencia de Edward me tenía... confundida.
Alice realmente odiaba a Jacob, desde aquella única vez que la vi observarlo pude notarlo… Pero aguarden... ¿Edward había dicho que le encanté desde la primera noche que me vio haciendo la maqueta?
Era lo más raro que un hombre podría haberme dicho en años.
―Tienes una extrañeza única, Bella… además de ejercer un gran poder en todo mi cuerpo, como te habrás dado cuenta ―sentí la sangre galopar en mis venas, más cuando torció sus labios—, en la Bienal de arquitectura estabas increíble de azul y al escuchar tu discurso, sólo confirmé lo que ya sabía… y me juré que serías mía ―concluyó con voz firme y aterciopelada, sus palabras llenas de erotismo me escarapelaron el cuerpo, bajé mis defensas y permití que sus labios marcaran la pauta; me cautivaron una y otra vez hasta que tuvimos que separarnos para respirar. Fue un beso explosivo.
Las alas volvieron a crecer en mi espalda, y sentí elevarme unos metros sobre el nivel del piso… ¿Por qué no me daba miedo? Estaba frente a un acosador… Sí, Edward era un acosador, un sexy acosador que había planeado conocerme durante semanas y que por fin lo había logrado. Debía darle crédito por ello, es más, había vencido al demonio en persona: Alice.
Sabía que él representaba un peligro para mis convicciones, claro que sí. Sin embargo, no parecía tan peligroso allí sentado. Era encantador, atractivo y más sexy de lo que debería estar permitido.
―La voy a matar —dije.
Agachó su cabeza riendo.
―¿Podrías concederme ese honor? Creo que tengo el derecho de acabar con ella por hacerme larga la espera.
―Mmmm… No, pero podría ser derecho compartido.
―Hecho ―nos echamos a reír ante tal ocurrencia―. ¿Se lo diremos?
―No ―contesté de inmediato― No sabrá más que lo del ámbito laboral. No tiene por qué saber detalles. Además, quiero hacerla sufrir un poquito más.
―Espero que a mí no me hagas sufrir más ―dijo lo último con un matiz lento y sensual y aquella expresión de lujuria que oscurecía sus ojos verdes. Apreté los músculos de mis piernas, en señal clara del poco control que tenía al enfrentarme a sus ojos, ellos me llamaban a su encuentro, a obedecer sus deseos, a volverme completamente loca.
El mozo llegó nuevamente, esta vez con un azafate más grande, y colocó nuestra comida en la mesa, los platos eran cuadrados, y todos adornados con un filo dorado. Esperé a que se retirara y con mucha cautela, volví a mirar a Edward.
—Quizá sí… —murmuré—, o quizá no.
Edward sonrió ladinamente, entendiendo mi juego.
―Salud por eso ―levantó su copa de vino y la entrechocó suavemente con la mía, bebimos un sorbo y luego me miró por encima del cristal. Una ola de calor fluyó por mis venas, y no era exactamente por el vino, sino por el aún efecto de las palabras de Edward: él había estado persiguiéndome desde antes.
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La cena se había extendido placenteramente en un local propicio y hermoso. Mientras comíamos, íbamos charlando y descubriendo muchas cosas que teníamos en común, así como una larga lista de cosas en las que discrepábamos... Pero bueno, no podía ser todo perfecto, ¿no? Además, no me convenía que todo sea perfecto.
Edward era muy entretenido al conversar, no había silencios incómodos, propios de los hombres que no tienen otra cosa en mente que arrastrarte a su cama, pero tampoco quise darle mucha importancia y subestimar el momento... Aún no podía.
―¿Siempre trabajas por tu cuenta? Según lo que me dijiste, entendí que tenías una sociedad con Emmett ―comenté mientras saboreaba la mezcla de café y cacao de mi tiramisú.
―No, eso fue un ardid. Hace un tiempo dejé un puesto de trabajo en una empresa importante para poder abrir mi propio negocio con dos socios más, queríamos ofrecer un servicio completo.
Oh... Otra "o" se formó en mis el tipo independiente, debería haberlo imaginado, pues parecía alguien que no tenía paciencia de aceptar órdenes de un jefe.
―Suena estimulante ―comenté con sinceridad.
Dejó su torta un instante para con su mano derecha palmear el cojín del sillón instándome a sentarme más cerca de él. Lo hice de inmediato, pero tratando de no parecer desesperada por lanzarme a sus brazos.
―Puede serlo, pero no siempre de la forma positiva. Mi socio no sabe nada del negocio, salvo que le gusta el dinero que se gana de la compra y venta de los inmuebles, pero más, nada. Ahora él se dedica a viajar, mientras decide qué hacer con su vida ―surcó una breve sonrisa y con el dorso de su mano, me acarició el brazo.
―Pero debe ser fascinante tener tu propio negocio, ser independiente, ya sabes, ser tu propio jefe y no aceptar injusticias de otros ―recalqué azarosamente. Si Edward supiera lo que tengo que hacer para no perder el trabajo, estaría quizá a miles, millones de kilómetros lejos de mí.
―Sí, tienes toda la razón —acercó su plato y me hizo probar un pedazo de su tiramisú—. ¿Sientes algo diferente?
—Parece… No… siento el café, pero tiene un sabor más… fuerte —tanteé. Mi conocimiento de postres italianos no era basta y no tenía idea de porqué existían tantos tipos de tiramisú.
—Es Amaretto, es un licor que, al bañarse con el bizcocho de soletilla, le da ese toque amargo intenso.
—Está delicioso. Una mezcla perfecta.
—Pues… no tanto como tú y el vino. Por cierto, ¿No te había dicho lo hermosa que estás hoy? ―sentí ruborizarme mientras sonreía.
Él correspondió mi sonrisa mientras bebía otro sorbo de su copa de vino. Se veía tan sexy, que daban ganas de arrancarle esa camisa de seda, desnudarlo y dar rienda suelta a toda mi imaginación sobre el sofá. Él se dio cuenta de lo agitada que estaba mi respiración, y no colaboró en nada para calmarme; todo lo contrario, sus labios húmedos emprendieron un camino de besos y lamidas por todo mi hombro hasta enterrar su rostro en mi cabello. Cada paso que daba con su lengua, dejaba mi piel con una sensación de ardor y hormigueo, anhelaba mucho más.
―El sabor del vino con tu piel es exótico, Bella... Me pregunto qué tal sabrá en otras partes de tu cuerpo ―susurró, su aliento rozó mi cuello e hizo que cerrara mis ojos. Me di cuenta de lo que podría pasar en estos momentos si no lo detenía.
―No, Edward... Aquí… no podemos —le recriminé imperceptiblemente. Creo que mi boca había hablado por sí sola, porque el resto de mi cuerpo estaba dispuesto a olvidar el lugar donde estábamos y dar rienda suelta a su imaginación.
Su cálido y enloquecedor aliento excitó mi piel, erizándola, y haciéndome sentir viva.
Me besó profundamente y mi mente se halló perdida en una bruma sensual, todo contacto con él se convirtió en una corriente eléctrica que inundaba mi cuerpo en una ola tras otra de encendido placer.
―Vámonos ―propuso.
Si él no lo decía, quizá se lo imponía yo. Lo presentí, lo presentía... Edward era un peligro, un inminente peligro para mi vida, en todo sentido. Pero, la pasión crecía y se arremolinaba en mi interior, haciéndome prisionera.
"¡Dios! Soy su maldita prisionera…"
―¿Estás lista, Bella? ―sonrió.
Asentí.
A veces, no todas las niñas buenas van al cielo, algunas desvían su camino, y terminan embrujadas en el mar de la seducción y en el fuego de la pasión, y lo peor, es que su alma no se opone a esa decisión...
O, mejor dicho, yo no me oponía a esta decisión...
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Muchas gracias a todas por sus reviews, ¡son lo máximo! Si hay errores, o algo que no les gusta, también me gustaría leerlas, ya que estoy editando la historia y puedo seguir mejorando. =)
Ahora... sobre el capítulo que se viene: ¿creen que ya es momento del LEMON? (*hace ojitos*) ¿Se imaginan lo explosivo que podría llegar a ser? o... ¿quizá Bella se desanima? xDD ¿Ustedes que dicen? Las leo.
Un fuerte abrazo.
Besos, Lu.
