Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son la genial Stephenie Meyer, yo sólo juego con ellos n.n


NOTAS: Este capítulo contiene LEMON (+18). Si no deseas leer, puedes pasarte de largo, no hay problema. A las que sí leen, espero les guste.

Este FIC se está subiendo EDITADO, por tanto, varias escenas y diálogos pueden variar de la versión original. Creo que ahora está mucho mejor, antes, era más joven y se veía reflejada en él. =)


.:: Construyendo Fantasías ::.

Capítulo 5

Bella

.

—Llegamos —logré decir mientras las puertas del ascensor se cerraban.

—No veía la hora—. La suave brisa que nació de sus labios y que rozó mi cuello me hizo cerrar los ojos y disfrutar de su cercanía. Edward besó mis hombros y parte de mi espalda descubierta, su tacto sutil y seductor afianzó las ganas que tenía por él, aquellas ganas que nacieron desde que lo vi por primera vez en la obra y que hasta ahorita no se desvanecían.

La mirada peligrosamente atractiva que me regaló cuando sugirió traerme a mi departamento, a la par con su hermosa sonrisa ladina, me deslumbró, fragmentó mi cuerpo y mi ser en pequeños pedacitos que se suspendieron en el aire… Menos mal que para ese entonces ya estábamos en medio de la calle -dirigiéndonos al auto- donde pude inhalar todo el aire que me era posible para evitar desmayarme y a su vez, aclarar mis ideas… no podía ir a su departamento si así me lo propusiera, no era prudente; lo mejor era traerlo a casa, debía hacerlo, tenía que jugar en mi territorio.

Y así lo hicimos, todo el camino estuvimos sumergidos en una bruma sensual e intensa, pero igual de cómoda; nos reímos, me pasó la mano cariñosamente por la barbilla y en cada semáforo no dejó de mirarme a los ojos. Me sentía volar. De rato en rato, hacía zapping en su MP3 del auto y encontré música de Debussy, Coldplay y mi favorito: The Hoobastank, ¿a quién no le podría gustar "The Reason"?

Sin embargo, ahora, lo tenía besándome en el ascensor, ejerciendo presión con su pecho y su cadera, sensibilizándome a tal grado que sentía correr con ímpetu la sangre. Felizmente, el timbre del ascensor nos despertó y agradecí a los dioses que por fin estuviéramos ya en mi piso. Sí hubiese querido resistirme, aquel beso, cargado de pasión lo impidió… ¡Que me importaba ahorita las convicciones anti-citas! Era sólo una noche más...

Edward me volvía loca.

—Ponte cómodo —le dije encendiendo la luz de mi departamento. Si de algo podía sentirme orgullosa era del bonito decorado que tenía. Con un juego de luces tenues y cálidas, una alfombra rojiza de diseño geométrico y unos muebles de cuero crema a juego. De soslayo, noté que Edward observaba cada detalle, deteniéndose en el tríptico que adornaba la pared principal.

—¿Fernault?

—Una réplica —dije y el asintió, tirando su saco sobre mi sillón. Se veía sexy y provocativo aún con la camisa totalmente arrugada, es más, creo que su look desaliñado hacía una combinación perfecta con su cabello cobrizo al viento, dándole un aire mucho más sexy y tentador—. ¿Qué deseas tomar?

—Si te lo digo, podrías botarme de tu casa —aseguró, recorriéndome con la mirada, empezando por las rodillas hasta la altura de mis senos lo que hizo que mi feminidad vibrara. La fuerza de mi corazón volvió a ganar e hizo que sus latidos se volvieran más rápidos. Traidor.

—¡Edward!

—¿Qué? —rio—. ¿Tienes vino?

—Sí, claro —suspiré.

Di unos pequeños pasos hacia un mueble de madera, del tamaño de una cocina y que pasaba desapercibido. Aún no le encontraba el sitio adecuado pues lo había comprado hace unas semanas y el proyecto del condominio me había quitado muchísimo tiempo. Sin embargo, ni bien lo abrí, Edward lanzó un gemido.

—¡Wow! Tienes una colección mucho más completa que la de un aficionado ―dijo, asombrado de mi pequeño botellero de vinos que tenía—. No me lo imaginé.

―En realidad, no son muchos. Eres un exagerado ―le refuté con voz casual. No eran más que unas veinticuatro botellas de vino que yacían en hileras verticales, clasificadas a mi buen gusto por cepas.

—Para nada.

Genial, ahora pensará que soy una alcohólica.

―Es verdad, Bella… ¿Qué otra cosa más debo saber de ti? ¿Estás segura que no eres catadora de vinos? ―arqueó una ceja divertido.

―No ―reí―. Pero crecí rodeada de ellos. Mi papá siempre ha tenido una afición extraña por los vinos, y, al igual que mi mamá, decidieron tener una colección pequeña en la casa ―le conté mientras le servía una copa. Edward abrió los ojos y se notaba mucho más sorprendido que antes―. Así que ya te imaginaras... desde muy chica, mi papá, me enseñó a identificarlos y distinguirlos a partir de su tipo de uva, su fermentación y su cosecha ―le sonreí―. Esto que vez aquí, es solo un regalo de papá.

―Has debido tener una niñez muy interesante, Bella ―curveó sus labios―. Me hubiera gustado conocerte desde niña.

Eso último que dijo me robó el aliento...

Lo miré un segundo, sus ojos eran tan sinceros que me hicieron preguntar qué es lo que hubiera pasado si ambos nos hubiéramos conocido desde niños... Sin duda, muchos aspectos de mi vida hubieran sido completamente diferentes, y nunca hubiera caído en este círculo vicioso que tanto me atormentaba. O al menos, eso quise creer. A estas alturas, creo que todo aquel que esté fuera de este fiasco, sería un bálsamo para mi alma.

Sólo atiné a devolverle el gesto y finalmente contesté:

―Creo que te hubiera aburrido.

―No lo creo, cariño. Eres una mujer fascinante. Nunca podría aburrirme de ti ―dijo con firmeza mas no le hice caso, sólo me encogí de hombros y le alcancé la copa. No me valía entusiasmarme tanto―. Gracias... ¿Qué vino es este? ―me preguntó interesado.

―Es un Merloc del valle de Napa. La última vez que fui a visitar a mi papá, me traje unas cuantas botellas más.

¡Aunch! No debí decir eso, sonó a "soy una borracha empedernida que le roba el alcohol a su padre". Bajé mi cabeza, no quise ver el escrutinio en sus ojos.

―Mmmm... Es seco, sin embargo, está muy rico ―lo saboreó―, y también huele muy bien... es ¿mora? ¿Cereza?

―Sí. Es mora. Por eso te lo serví, va muy bien con las pastas, pero, debo decir que mi favorito es este Beringer ―le señalé un blend que acababa de retirar del botellero―. Tiene un ligero sabor a vainilla y café, propio de los años que estuvo añejo en los barriles de madera. Además, su aroma floral me hace recordar a los días que me la pasé jugando en el prado que se encuentra muy cerca a mi casa del pueblo ―concluí con un dejo de nostalgia y alegría. Una mezcla rara, pero muy presente en mi corazón.

Aquel prado…

Alcé la vista y Edward me miraba embelesado.

―¿Ves a lo que me refiero, Isabella? ―puse atención―. Eres única. Hasta para hablar de tu niñez, eres apasionada, un angelito muy sensible.

Negué con la cabeza y sonreí suavemente mientras le daba la espalda. "Si él supiera lo que me hacía única, no lo diría de esa manera", pensé.

Me serví una copa para mí y sólo después de beber un poquito, unas manos fuertes me asaltaron por detrás y me quitaron la copa de los labios, colocándola en la mesa.

―Bella, debes de creerme cuando te digo que eres fascinante...

―P-pero…

―No, Bella… no trates de huir —me instó a mirarlo—. Todo se trata de la confianza que tengas contigo misma.

―Lo sé.

―Al parecer no. No lo sabes ―besó mi cuello—. Tendré que demostrártelo.

La calidez de sus labios impactó en mi ya erizada piel y tuve que cerrar los ojos para sentir cómo deliciosamente mi cuerpo era invadido por una corriente demoledora, tan fulminante como la de un río de lava ardiente.

—Mmmm, aún sabes a vino —dijo.

Tragué seco, deseando más… más de sus labios, más de su piel, más de todo él.

Entonces, lo tomé de la nuca para seguir besándolo, marcando un paso más posesivo y apasionado.

—No hay mujer como tú, Bella. Me dejas sin aliento ―susurró.

Sus manos empezaron con un tortuoso recorrido por mis muslos hasta alcanzar la altura del vestido, subiéndolo lentamente y quemándome cada vez más. Lancé un gemido producto del grado de excitación que experimentaba y sentí mis bragas humedecerse aún más de lo que ya estaban. Entonces, Edward aplacó todo aliento y me besó profundamente… el sabor del vino aun lo pude disfrutar de su boca.

—Tengo que probarte, Bella — Sus palabras fueron tan arrolladoras. Todos mis sentidos estaban agudizados al máximo que ni bien me acarició la mejilla sentí mi sexo palpitar. Edward se dio cuenta, y aumentó mi libido al presionar mi carne con sus dedos, estrechándome contra él y haciéndome sentir toda su dureza.

Me bajó el cierre del vestido sin dejar de mirarme a los ojos con aquella fuerza y seguridad que me encantaba y lo deslizó suavemente por mis hombros. Alice tenía razón, era un vestido fácil de quitar...

Entonces un destello cruzó por su rostro al verme semidesnuda ante él y la mirada se transformó en una cargada de lujuria y deseo, descontrolándome nuevamente, y haciendo retorcer mis sentidos. Sus caricias telegrafiaban un mensaje claro: me deseaba y mucho.

Y yo ya no podía más, era increíble como el centro de mi feminidad temblaba de deseo ante tal grado de seducción. Ya sentía la necesidad de entrar en pleno contacto con su cuerpo…

Lo quería dentro mío. Nunca había deseado tanto a un hombre para sentir la febril necesidad de tenerlo en mi interior.

Estaba listo, para mí, y yo sólo tuve la imagen de él colmándome lentamente… y no demoró mucho porque al siguiente instante lo tenía besándome el cuello, trazando círculos con su lengua hasta bajar y detenerse en el nacimiento de mis senos, mordisqueó suavemente la piel y descubrió con sus dientes el encaje de la tela para luego poseerlos… succionó mi pezón hasta hacerme gemir de excitación y dolor, una mezcla inaudita que sólo aumentó mi libido.

—Soñaba con hacer esto desde ayer —dijo soplando contra la curva de ellos enviándome un hormigueo intenso entre mis muslos, hizo lo mismo con el otro pezón y me desinhibí por completo, enredando mis manos en su cabello castaño, sedoso y fino y extremadamente rebelde como él para jalarlo con más fuerza y no dejarlo escapar… quería que su maravillosa lengua siguiera lamiendo mis senos como lo estaba haciendo.

De pronto, abrió sus ojos y me miró a la cara sin dejar de succionar, ¡fue jodidamente genial! Sexy, sexy, sexy… aquello revoloteó aún más mis hormonas.

—¡Ah!

—Exquisitos.

¡Por Dios!

Respirando entrecortadamente, Edward extendió una mano para alcanzar mi copa de vino de la mesa y ágilmente regó mis pechos con él para luego, con una sonrisa arrebatadora, lamer y chupar mi cuello, mi clavícula, y cada lugar por donde recorría el vino, se detuvo en mis pezones erectos y empezó a jugar con ellos, lamiendo cada tanto y succionando con rudeza, devorándolos, totalmente hambriento...

Gemí.

Con la fuerza de sus brazos, me asió contra él y mis piernas se envolvieron en su cintura, encajando a la perfección y haciéndome largar otro gemido al sentir a través de la tela toda su dureza. Lo deseaba y mucho.

Me depositó con cuidado sobre el sillón antes de deshacerse de sus pantalones y quedar en la misma condición que yo, la ropa interior solo logró desesperarme más.

Sus orbes esmeraldas se enfocaron en mí, el deseo consumiendo casi todo el color en su mirada; escuché una maldición por parte de él y sus enérgicas manos se cerraron sobre mis muñecas, excitándome aún más si era eso posible.

Me miró como un león a punto de atacar… Destilaba puro erotismo y sabía que ya no podía escaparme de él.

—Te dije que tu piel con el vino es exquisita, Bella, quiero probarte más —me dijo moviéndose rápidamente por mis costados, regando besos por mi abdomen y mis caderas hasta llegar a…

—¿Qué... qué haces Edward? —logré decir con un hilo de voz.

—Tú me provocaste... ahora déjame saborearlo.

—P-pero... — Pero ya no pude decir nada, pues atacó mi sexo, despojándome del encaje y concentrando toda su atención en él. Saboreando e inhalando mi esencia. Sollocé de placer, de éxtasis, de puro furor, estaba cegada por el ímpetu y el deseo, por aquella fuerza apabullante que me hacía pedir más.

—Por Dios, Isabella, serás mi perdición —susurró con lascivia.

Tiré mi cabeza hacia atrás disfrutando del poder de su lengua, podía sentir el calor de su cuerpo y su aliento en mí. Mi corazón empezó a latir más deprisa, totalmente dislocado. Ya nada podía desanimarme a esta altura, estaba metida en este lío desde que lo vi en la obra de construcción, desde que mi mente formó mi más grande fantasía… Edward Cullen.

—Como lo imaginé...

Se retiró momentáneamente de mí, y yo casi empiezo a quejarme por su ausencia ¿Cómo podía alejarse de mí en estos momentos? Me erguí un poco con mi pecho alborotado y rápidamente noté lo que estaba haciendo: había tomado su copa de vino y estaba regresando a su posición inicial para vaciar un chorrito del líquido granate por mi cuerpo, esta vez por todo mi abdomen, mis muslos, -los cuales lamió- y finalmente en mi sexo. Sentí un frío invadir mi intimidad, pero fue rápidamente opacado por la tibieza de su lengua que me propiciaba suaves y largas lamidas…

―Bella... Debería existir un vino con tu sabor y tu aroma. ―logré escuchar temblorosa a medida que unas brillantes luces estallaban ante mis ojos―. Sería mi adicción...

—¡Oh por Dios, Edward! — Dejé caer mi cabeza, estaba desconectada del mundo, mi cerebro había entrado en cortocircuito...

Sin dejar de lamer, introdujo un dedo y ¡Ay Dios! Ya no podía más, ¡necesitaba sentir más!

Mantuvo su pulgar en el centro y trabajó con ellos hasta que me arqueé de placer y eché la cabeza para atrás pronunciando repetidas veces su nombre. Sentí como mis paredes se tensaban en torno a sus dedos y seguí moviéndome contra ellos hasta que finalmente me desmoroné sobre el sillón.

—No me imaginé que el vino podía saber mejor, tu esencia es única—. Edward se acercó a mi rostro y depositó un beso en mis labios.

Bateé mis pestañas lentamente, sintiendo aún el poderoso orgasmo que mi sexy capataz me había regalado. Edward estaba hermoso con el cabello aún más desordenado y las mejillas totalmente sonrosadas...

—Nunca más veré el vino de otra manera —logré articular, con la voz ronca.

—Ni yo, cariño... pero fue una fantasía que nació desde que te vi probar aquel vino en Il Valentino.

Sonreí, saboreando mi locura, su erotismo, nuestra lujuria. Desde ahora sería una de mis más preciadas fantasías.

.

.

.

.•.•.•.

Un sonido extraño repiqueteó en el ambiente. Abrí mis ojos poco a poco hasta acostumbrarme a la luz del sol que ingresaba por mi ventana. La noche anterior, había olvidado por completo cerrar las persianas, si soy sincera, había olvidado hasta mi nombre, incluso, creo que entre sueños escuché la voz de Alice o de Leah en el contestador… Mi cerebro había entrado en cortocircuito

Sólo después de sentir el brazo pesado de Edward apoyado sobre mi cintura, logré despertar completamente y enfrentarme a la realidad… Había dormido con Edward y todo él era un deleite para mí: su rostro, su cabello y… ¡oh! sus labios mostraban una ligera sonrisa me trasmitían tranquilidad y paz...

Suspiré, hace años que no había amanecido con un hombre en mi cama. Desde hace un buen tiempo, nunca nadie había traspasado ese límite de mi intimidad, a nunca nadie yo se lo había permitido, lo sentía como insulso, inútil, pero con Edward parecía... diferente. Jamás me había sentido más sincronizada con un hombre en una danza de puro placer, era como si él, sin mucho esfuerzo, había sido capaz de intuir todo lo que necesitaba y pensaba… Era raro…

Me levanté sin hacer ruido y me dirigí a la ducha, pensé que el agua fría haría aclarar mis pensamientos, pero fue en vano, la imagen sexy de Edward, era una invitación al pecado, una invitación casi salvaje a la perdición…

Además… anoche había sido increíble. Poco después de jugar con el vino, me cargó y llevó hacia mi cuarto en donde pude terminar por deleitarme de su cuerpo, de cada pliegue de su piel, de cada fibra que había desarrollado al máximo en las obras de construcción… creando una fantasía de aquellas que son difíciles de satisfacer mas no de volverlas realidad…

"¡Demonios!" "Debía tener más control sobre mi misma a plena luz del día", me reprendí.

Me envolví en una bata de felpa, y salí de nuevo al dormitorio. Edward ya se encontraba despierto y…

…desnudo en mi cama…

Con imágenes así, no podría llegar nunca a un acuerdo.

―Buenos días cariño. Ya te extrañaba ―sonreí.

Si hace años no amanecía con un hombre, no es necesario decirles que tampoco me acordaba de la mágica sensación que era escuchar sus palabras de buenos días.

―Hola… ¿Dormiste bien?

"¡Ayyy Isabella, sólo a ti se te ocurren estas preguntas sosas!", exclamó mi voz interior.

―Sí.

—Iré a preparar el desayuno, ¿qué deseas tomar?

―Lo que quieras. Todo lo que venga de ti, es rico ―me lanzó una mirada seductora. Mi instinto me dictaba órdenes lujuriosas, más cuándo me percaté del pedazo de tela que lograba cubrirlo parcialmente.

Él sí era consciente del efecto que ejercía en mí, aquel efecto que hizo que me entregara a él desde el primer cruce de miradas.

―¿Te molestaría si utilizo tu ducha?

―No, claro que no —musité.

Me coloqué un short y un polo a tiras. Llegué a la cocina y vi el desorden de la noche pasada, cogí mi ropa y su ropa del suelo, y llevé las de él al cuarto depositándolas sobre la cama. Sentí un peso en su saco y un sonido metálico, asumí que eran las llaves del auto y su celular. Cuando cogí su camisa, no lo pensé dos veces y la acerqué a mi nariz para llenar mis pulmones de su fragancia, aquella que me emborrachó la noche anterior y que olía riquísimo.

Minutos después, cuando terminaba de hacer las tostadas y servir el café, Edward apareció en la cocina descalzo, sólo con su pantalón puesto y con cara de abatimiento, muy diferente a cómo me recibió en el cuarto. Volví al repostero para llevar la mantequilla cuando sentí su cuerpo atacándome por detrás, apresó mi cintura con sus fuertes manos y plantó su nariz en mi cabello.

―En serio, podría acostumbrarme a esto ―murmuró como para sí.

―¿Siempre tienes costumbre de asaltar por detrás? ―pregunté con sarcasmo, y el sólo río levemente. Me volví hacia él y su mirada confusa seguía dibujada ahí. Me preocupé, en los días que llevaba conociéndolo, no había tenido la oportunidad de verlo así.

Se sentó y le ofrecí una taza de café. Muy a pesar de sus rasgos serios, su cabello húmedo y fresco le daba muy buen aspecto.

―¿Sucede algo Edward? ―pregunté mordiendo una tostada.

Vaciló un momento antes de articular alguna palabra.

―Sí… ―su voz sonó trémula, me escarapelé.

―Me acaba de llamar mi socio y necesita reunirse conmigo urgente ―me miró triste― Lo siento Bella, pensé quedarme contigo todo el día, pero será imposible.

―Oh… no te preocupes por mí… tienes que ir ―le dije tratando de sonar tranquila o indiferente. "Pues al final, todos acababan yéndose."

―Sí me preocupo, no había planeado tener que abandonarte tan pronto… no soy de esos hombres que a la mañana siguiente huyen despavoridos de las casas. Yo verdaderamente quería pasar más tiempo contigo.

―Está bien, Edward… ―lo calmé―. El trabajo es importante. Podemos vernos en la noche o mañana lunes e ir a almorzar.

Levantó su mirada seria y frunció el ceño. Apretó su mano en un puño, como conteniéndose. No sé qué había dicho para ponerlo así, pero yo tenía razón, podíamos vernos más tarde… "aunque mejor era no verlo más". De pronto, recordé que no le había propuesto el puesto de capataz… con tanta caricia, olvidé por completo el asunto, me confundió a tal punto que ya ni sabía si esa era o no su profesión.

―No, Bella… ¡Diablos! ― Se pasó una mano por su desordenado cabello en clara señal de desesperación―. Él no está aquí en Chicago, está en Seattle ―suspiró―. Debo irme por una semana.

Mi corazón se encogió. ¿Una semana? ¿Qué haría yo una semana sin él? Lo mismo que venías haciendo toda una vida, Isabella, no seas dramática, me respondió mi vocecita interior.

Agaché mi cabeza, sabía que esto tarde o temprano tendría que ocurrir, él tendría que irse, lejos, muy lejos, pero no imaginé que sería tan pronto. El entusiasmo podía irse al tacho. Lo sabía, sabía que mi corazón iba a sufrir.

―¿Por qué? ―quise saber con voz baja.

―Se han presentado complicaciones ―admitió. Su rostro seguía inescrutable―. Ayer te expliqué que tendría que hacer un viaje pues uno de mis socios ha licitado para un proyecto en Seattle, pero no pensé que me podría demorar una semana o un poco más —hizo una pausa y yo traté de recordar, algo mencionó de un viaje, pero no le di importancia porque estaba inmersa en apreciar su hermoso cabello rebelde—… Ha encontrado el terreno que estábamos buscando para ofertar a los Thompson. El único problema es que no nos queda mucho tiempo entre tomar la decisión, avisarle al comprador y sellar el pacto con el dueño. Tenemos que hacerlo rápido, porque si no, nos pueden quitar el proyecto ―me explicó con certeza mas su rostro seguía contraído―. Esto del trabajo particular es más estresante de lo que pensaba.

Wow… Edward era un verdadero hombre de negocios y eso me gustaba, era decidido, fuerte, estable, emprendedor… un espécimen casi insólito que por estos días estaba en extinción. Su perfil encajaba perfectamente con el tipo de hombre que siempre quise para mi vida, sin embargo ¿Quién podría curar y calmar mi corazón cuando él se haya ido para siempre?

Bebí un sorbo de mi café tratando de calmar mi corazón…

―Pero eso no es todo ―dijo un minuto después.

Lo miré confundida.

―Temo irme y dejarte sola.

―Estaré bien, Edward ―afirmé, aunque fuera una mentira. Y ¿qué pasaba si él tenía que quedarse en Seattle por más tiempo? ¿O si ya no volvía más? Por eso les dije… las citas son un arma de doble filo que siempre te obligan a cargar con un chaleco salvavidas, pues te ilusionas y te dejas engatusar por él con sus juramentos de amor eterno y caes luego al abismo; o simplemente te lanzas al juego, a una aventura sin sentido y sin sufrimiento.

Era muy confuso para mí tomar el camino correcto.

―Pues supongo que sí, pero estaría mucho más tranquilo si no fueras a la obra.

―Debo ir, Edward, es mi trabajo.

―No quisiera que estés sola.

―No me pasará nada —rodé los ojos—. No es la primera vez que estoy a cargo de una obra.

―Bella, no discutas ―dijo bruscamente―. No me gustó aquel sujeto que te visitó ayer. Si no hubiera estado ahí, no quiero ni imaginarme que hubiera pasado.

Me callé un segundo. Las chispas que revolotearon por mi pecho se sosegaron transformándose en oleadas de escalofríos. Él sabía cómo me había mirado James, se había dado cuenta de lo fastidioso e irrespetuoso que fue, pero era mi trabajo. Estaba atada a él.

―Edward, si no voy, me pueden echar del trabajo ―dije con voz apenas audible―. Si regresas, todo será como antes, tú serás mi socio. El encargado de la obra.

―Si regresaré Bella, no me iré a quedar por siempre. Sólo que tengo miedo dejarte sola ―puntualizó con voz severa.

―No estaré sola, puedo ir con Jessica, mi secretaria.

Él podía tener toda la razón del mundo, pero yo no podía darme el lujo de ser despedida por no ir a trabajar, perdería mi sueldo y ¿con qué pagaría la hipoteca de Charlie? El pánico se apoderó de mí. Edward quería protegerme, pero no sabía a qué precio.

―Debo ir.

―Sí que eres terca ―dijo entre dientes― Lo más fácil para todos, sería que no vayas, pero tú insistes poniendo mis nervios al límite. Ya mucho tendré con no verte una semana, para vivir atormentado en que algo te pueda pasar ahí, en la calle, o donde sea ― el tono de posesión hizo que me estremezca hasta la médula.

¡Ayyy Dios!… este chico sí que es celoso con mayúsculas. Le sostuve la mirada.

―Bien, tendré que enviar a un reemplazo. Alguien de mi confianza para que supervise la obra.

―Gracias, Edward ―quise decirle algo más, pero no lo creía prudente.

Se pasó una mano por su cabello enmarañado, y sus facciones volvieron a hacer perfiladas y gráciles.

―Ven ―me atrajo con su brazo hasta sentarme en sus piernas y me besó dulcemente en los labios―. Discúlpame si resulté grosero, pero como te dije antes, yo cuido y protejo mucho mis pertenencias ―me frotó una mano sobre mi bata, creí ver un ligero rubor en sus mejillas.

―Es comprensible ―claro que lo era, yo lo entendía muy bien, sólo que nuestros pensamientos y sentimientos iban en diferentes frecuencias radiales.

―Recién te encuentro Bella, como para dejarte sola ―dijo con voz pesarosa―. Esta no era la forma en que debíamos empezar, pero la ruleta giró al revés y míranos donde estamos.

No sé a qué punto en específico se refería. No sé si él sentía lo mismo que yo, lo que sí presentía era que él iba en serio, muy en serio, como me dijo anoche en el restaurante.

―¿Estas enfadada? ―me miró con un filtro de ternura y miedo.

¡Oh! Y ahí estaba el Edward asustado… Hasta el momento, era el hombre más complejo que hubiera conocido: sexy, guapo y misterioso, sus ojos verdes trasmitían misterio, pero el que tenía al frente era un Edward temeroso, el que me reclamaba por qué lo dejaba solo… él que tenía miedo al mundo… como si eso fuera posible.

―No, Edward. Todo está bien.

―Prometo recompensarte a penas regrese.

―Sé que lo harás ―le sonreí infundiéndole tranquilidad. El respondió mi gesto alzándome en sus brazos y depositándome en el piso, me miró con fijación extrema, y perfiló mi rostro con la yema de sus dedos como si estuviera memorizándome. Acercó sus labios a los míos y me besó con pasión y dulzura.

No llegamos a desayunar juntos, porque luego de esto, se vistió un poco rápido. Edward debía ir a su departamento para buscar ropa limpia y preparar su maleta y salir corriendo al aeropuerto para conseguir un vuelo hasta Seattle. Por unos minutos, me imaginé viajando con él, visitando a mi papá en Forks, enseñándole la casa donde crecí. Una imagen fantasiosa que vivía escondida en un pequeño rincón de mis anhelos, en aquel mismo rincón dónde coexistía otra imagen, una mucho más real y que combatía por fluir al exterior y dejarme aturdida. Y es que… todo lo que empieza rápido, acaba rápido, ¿no?

Sabes la respuesta Isabella.

Lo ayudé a alistarse, y cuando el reloj señalaba las diez y quince de la mañana, Edward desapareció tras la puerta no sin antes darme otro suave y profundo beso en los labios y prometiéndome llamarme en la noche.

Ni bien di unos cuantos pasos hacia la sala, cuando sonó de repente el timbre de la puerta. Me emocioné un ratito pensando en que era Edward sonriendo, diciéndome que el viaje se había cancelado y que se quedaría conmigo hoy. ¡Dios! Estaba muy emocionada… y ¡eso era mala señal! Sólo cuando abrí la puerta, la imagen mental se disolvió y dio a pase a un rostro enfadado y un par de ojos negros totalmente acusadores.

―¡Isabella Marie Swan! ¿Se puede saber qué te pasa? ―chilló.

―¡Me asustaste Leah! ―grité.

―¿Oh, Te asuste? ―fingió sorpresa―. Pensé que ningún hombre dormía contigo. ¡Le estas dando mal ejemplo a Seth!

Leah arqueó una ceja y apoyó sus manos a los costados de su cintura. Creo que el mundo había girado al revés y estaba viendo todo por medio de un prisma porque no podía reconocer en esa mujer totalmente pragmática a mi amiga.

Leah Clearwater era mi vecina desde que me mudé a Chicago. Eso quiere decir, desde hace casi seis años. Las primeras impresiones que tuvimos entre las dos fueron malísimas, llegando incluso a plantar una demanda al conserje. Pero, es que era inevitable no odiarla, si todos los sábados reventaba en mis oídos sonidos extraños y metaleros que procedían de su departamento. Si querían ensayar y tocar música, pues que se vayan y alquilen un local, ¡pero que no me jodan ni taladren mis oídos! Pero no, la demanda no funcionó y todo fue peor… Hasta que un día, salvé a Leah de un accidente –que incluso pudo matarla- y desde ahí nos convertimos en las mejores amigas y vecinas. Leah cambió de amistades, de gustos, pero su esencia seguía intacta: ruda, desinhibida, comprensible y siempre tomando la iniciativa.

―¿Yo? ¿Qué tiene que ver Seth aquí?

―Mira Bella, si no fuera porque andabas cogiéndote al chico de ojos verdes hasta el cansancio, Alice no hubiera reventado mi teléfono desde las 8 de la mañana, insistiendo en que algo te había pasado... o que estabas secuestrada ―iba a hablar, pero me detuvo― Si no fuera por eso, Seth y yo hubiéramos dormido hasta tarde un domingo y él no hubiera visto salir de tu casa al chico de ojos verdes ¡y no hubiera ido gritando como loco diciendo que ya te casaste! ¿Qué dirá cuando no lo vea nunca más por tu casa? O peor, ¿Cuándo vea salir cada fin de semana a uno diferente?

"Ok. Otra que me cree fácil.", pensé.

¿Mencioné que Leah siempre se extralimitaba al hablar?... Pues ya lo vieron.

Resoplé.

―Ok… respira. Primero, Alice es otra exagerada, sólo estaba durmiendo ―apunté― Segundo, ¿qué hacía Seth afuera de mi departamento? Y tercero… ―bajé mi cabeza―, discúlpame, no quería que tu hijo vea salir a un hombre de mi cuarto.

―Tienes suerte en que le hice creer que era sólo el gasfitero. Ahora, me vas a contar todo ―respiró profundamente, preparándose para su típica gritada del siglo―. ¿Cómo es posible que un hombre salga de tu casa a esta hora? Hace años que no veo algo así.

Les dije que Leah pegaría el grito al cielo cuando se haya enterado de mi 'aventura' de una sola noche. Ella sólo trataba de protegerme, había estado junto a mí cuando descubrí que los hombres no pasaban de una noche, si supiera que me acabo de topar con un hombre posesivo y celoso…

―Prométeme que Alice no sabrá de esto ―insté a su vez.

―¿Del chico de ojos verdes? ―asentí― ¿No me digas que estas saliendo con un chico que ya pasó por Alice?

―¡No! ¡Por Dios! ¡Qué cabeza tienen ustedes dos! —la reprendí.

―Entonces… ¿De dónde lo conoces? ¿Del trabajo? ―puntualizó esto último.

―No. Lo conocí en un restaurante… mientras hacía un contrato ―mentí lo mejor que pude―. Nada más, te prometo que no pasará de nuevo.

―No tienes que prometerme nada. Es tu vida Bells, sólo que no quiero verte sufrir ―dijo con sinceridad.

Con un cruce de miradas bajo un reservado silencio entendimos lo que quisimos trasmitir con palabras.

―Lo sé. Y te lo agradezco ―Leah sonrió y me tiró un cojín que me dio de lleno en la cara. Yo cogí otro, y se lo tiré en la cabeza. Mi vida siempre había sido así, trabajo, amigas, uno que otra aventura casi 'clandestina', lo normal. ¿Para qué más? Ella y yo sabíamos que al igual que la espuma en el aire, todas las cosas que empiezan rápido, acaban rápido… tan simple como la ley de la gravedad.

―¡Tía Bella! ―entró corriendo Seth a mi departamento para abrazarme. Seth era el hijo de Leah, muy perspicaz para sus cinco años y medio. Sí, Leah era madre soltera. Y una muy buena.

―Hola Seth, ¿qué pasó?

―Nada ―le sonreí―. Tía Alice ha llamado por teléfono. Dice que conectes el tuyo.

―Oh ―que ¿conecte el mío?... pero si yo no lo he desconectado, a no ser que haya sido él, Edward―. Gracias Seth ―me levanté del sofá y enchufé el cable con el tomacorriente de la pared. A los dos segundos ya estaba timbrando.

―Hey Alice.

―¡Bella! Ponme en altavoz, sé que estás con Leah ahí ―pidió por el otro lado del teléfono. Le hice caso.

"Tú, mala amiga, ¿Por qué no me contestaste? ¿Por qué apagaste tu celular? ¿Sabes lo que he sufrido al no saber nada de ti?" ―podría jurar que sus ojitos avellanas estaban a punto de llorar—. "Me preocupé demasiado Bella (…) "

Bufé sonoramente y rodé los ojos. ¡Dios mío! ¿Acaso esta pseudo-protección era genética familiar? Aunque debo reconocer, que ver a Edward sumamente preocupado y celoso, hizo que algunas de mis terminaciones nerviosas que no conocía fluyan por mi cuerpo y me sensibilice al máximo…

―Lo siento Al, pero me quedé dormida, ayer me fue mal y regresé a mi casa, tomé unas copas de vino, y no recuerdo más.

―Puedo confirmártelo, enana. Su sala es un desastre ―Leah me guiñó un ojo, mientras que con sus manos lanzaba amenazas―. Y las botellas de vino siguen en la mesa. Parece que ayer le tocó mala herramienta ―concluyó en alusión a una parte muy generosa de la anatomía de Edward.

Abrí los ojos como platos y por poco protesto delante de Alice, Leah y Seth… ¡Dios Seth! Es un niño… me la pagará Leah, ella había querido dejarme al descubierto…

Le lancé una mirada matadora.

Si supiera lo bien equipado que estaba,

Y cómo sabía manejar tremenda herramienta.

Se comería sus palabras… Sí señor.

.

.

.

Habían pasado tres días, y Edward no me había llamado. Sólo lo hizo la noche del domingo para decirme que me extrañaba y que un muchacho de nombre Paul iría a la obra el lunes temprano. Paul resultó un chico tranquilo, trabajador y reservado. No podía negar que era poseedor de un buen cuerpo, se lo había visto dos veces cuando llegué a la obra y lo vi sin camiseta, pero no me llamaba la atención, mucho menos con el casco puesto… era como si esa fantasía estuviera reservada sólo para Edward.

Pero, ¿por qué maldita sea no me había llamado como prometió? Eso sólo confirmaba mi hipótesis… Menos mal que no me entusiasmé como idiota.

Sabía que esto pasaría, él tendría que irse algún día, como todas las personas que entraron en mi vida y se largaron sin más por la puerta dejándome tirada. Edward no lo estaba haciendo de ese modo, pero nada me garantizaba que en una semana se haya olvidado de mí.

Lamentablemente, el poco tiempo que había pasado con él, me había marcado mucho, todas las sensaciones que me brindó y las palabras que me murmuró al oído cuando me hacía suya, se habían aferrado a mi pecho como un poderoso imán.

Quizá sería lo mejor para todos… no compromisos, no ataduras, no reclamos.

.

.

Amaneció jueves, y como todos los días, fui a la empresa, hablé con Jessica sobre unos trabajos, me entrevisté con mis jefes para darles personalmente la lista de los Costos y Presupuestos arreglada, y tuve, lamentablemente, que reunirme con James y Tom, el contable.

Luego me dirigí, con casco en mano, a la obra. En una semana, ya se había avanzado muchísimo, se habían excavado todas las zanjas del sector este, adicional al oeste y estábamos listos para empezar con el vaciado del concreto a partir del día lunes. Adicionalmente, Paul había enviado a otra cuadrilla a armar las columnas con los fierros y estribos, permitiendo que avancemos un veinte por ciento más de lo que teníamos previsto. El joven conocía su trabajo, era eficaz, pero… no era Edward. Podía notar la diferencia en el ambiente, en cómo olía la caseta, en cómo mi cuerpo no reaccionaba a nada si no fuera los labios finos de mi capataz.

Apenas llegué, me asustó ver otro coche estacionado en la obra. Si hubiera sido el de Edward, o el de Alice hubiera respirado tranquila, pero no, era uno diferente, no lo conocía.

Su dueño sólo podía ser…

―¡Hola Preciosa! ―me recibió una voz fuerte―. ¡Wow! Nos volvemos a encontrar. Debe ser el destino.

―¿Ja-Jacob? ―pregunté sorprendida mientras parpadeaba varias veces. Paul estaba con él, por sus facciones, pude deducir que habían estado riendo―. ¿Qué haces aquí? Pensé que habías regresado a Florida con Emmett.

―Lamento decepcionarte, pero estaré aquí por una temporada ―sonrió dibujando en su tez morena unas pequeñas arruguitas.

―Oh eso es bueno… ¿y qué te trae por aquí? ―quise saber. Él me miró un segundo descaradamente de pies a cabeza antes de responder.

―Vine a ver mi amigo Paul ―lo señaló―. Según lo que me enteré, Edward lo dejó encargado de esta obra hasta que se le dé la gana de regresar…

―Lo que quiere es convencerme para salir hoy y no lo haré ―habló Paul, pero no le hice caso, tenía mi mente en otra cosa.

―Edward me dijo una semana ―hablé pausada, evocando en mi mente sus palabras.

Jacob sólo se encogió de hombros. Metió las manos a su casaca y por primera vez me di cuenta que estaba vestido de manera informal.

―Una semana, dos… es lo mismo para él―. Esas palabras me pusieron nerviosa―. Perdóname que te pregunte esto, pero ¿desde cuándo trabajas con él? Pensé que sus socios eran sólo dos.

―Oh… no… Edward y yo nos conocemos poco tiempo —balbuceé—. Yo necesitaba un capataz para la obra y Alice me lo presentó.

De cierta manera era verdad, además nadie tenía porqué enterarse de más. Sin embargo, en la mirada de Jacob se reflejó un aire de extrañeza, volviendo sus ojos más oscuros que la noche.

―¡Vaya! Son interesantes las cosas que pueden decir los Cullen, ¿verdad? ―dijo amablemente, pero sin dejar el tono de sorpresa en su voz. Por segunda vez, ¡no sabía de qué me estaba hablando! Sólo supe que una sensación extraña me azotaba el pecho—. ¿Sabes? Nunca pensé que volveríamos a encontrarnos tan pronto.

―Yo tampoco… ―contesté sin ganas. Ahora mi cabeza daba miles de vueltas. ¿que quiso decir con ESO? ¿Se refería a Alice? ¿A Edward o a Emmett?

Tenía que saberlo.

―¿Qué te parece, si vamos a almorzar juntos? Mi invitación del otro día sigue pendiente ―añadió atravesándome con su mirada como si fuera rayos X, como lo hizo el primer día que nos vimos, como si fuera un lobo al acecho. Por un segundo me sentí desnuda, incómoda, e intimidada por sus ojos color noche. La temperatura subió a mi rostro, y el zumbido de preguntas e interrogantes se volvió mucho más acuoso.

No podía salir con él... ¿o sí?

.

.

.

.•.•.•.


N/A:

¡Buenas noches! Quise subir antes el capítulo pero cortaron la luz en mi urbanización. Gracias mil a todas por sus favoritos y reviews.

Chicas, quisiera recordarles que muchas de las cosas que he mencionado en los capítulos anteriores, o como en este, podría servir en los próximos capis, quizá no sean tan importantes, o quizá si... pero los detalles son interesantes =)

No olviden por favor dejar sus comentarios/sugerencias, dudas, amenazas o lo que deseen sobre el fic en general o sobre el capítulo, sus opiniones son muy importantes. n_n

¡Besos! Lu.