Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son la genial Stephenie Meyer, yo sólo juego con ellos n.n


¡Hola nuevamente! Sólo para indicarles que, por fin, conoceremos algo más sobre Edward. Recuerden que él vio a Bella mucho antes que él llegara a ser su capataz. Así que sus perspectivas son diferentes =) Un abrazo, nos leemos abajito.


.

Capítulo 7

.

~ Edward ~

.

―¡Mierda!

Cerré la puerta de mi departamento con un enérgico golpe produciendo un ruido seco y arrollador que rasgó el silencio, las paredes vibraron y los cuadros de vidrio que colgaban de ellas se movieron como péndulos, corriendo el riesgo de caer y estrellarse contra el suelo. La elipsis tamborileó en ese instante, y un par de ojos azules se fijaron en mí con intensidad.

―¡¿Qué diablos crees que estás haciendo? ―me preguntó el dueño de aquel océano.

―No te importa ―respondí con voz furiosa acercándome a grandes pasos al bar para servirme un Whisky.

―¡Claro que me importa! ―protestó Riley―. Eres mi amigo y nunca te había visto tan furioso. Estás hecho un demonio.

Pretendí no escuchar nada, ni siquiera lo miré. ¿En qué estuve pensando cuando decidí venir directamente a mi departamento? De todos los sitios más estúpidos que pude escoger, vine al que tenía más inconvenientes.

"Soy un idiota."

Estaba enfadado, celoso, sintiendo aún la furia correr por mis venas, a la vez que la confusión y el miedo se apoderaban de mi alma, pretendían estrujarla, hacerla añicos, como si ésta no supiera lo que era sufrir.

Odiaba ser así, pero no podía evitarlo, en esto me había convertido desde que era un niño...

―Tranquilízate, hombre. No conseguirás nada maldiciendo a Jacob ― escuchar su nombre sólo aumentó mi fastidio―. Ya me explicó todo, y no fue su culpa abandonarnos en Seattle, además, ya me prometió establecerse aquí.

Bufé sonoramente al escuchar esa pobre excusa.

―Oh, no imaginé que iba a venir corriendo, como perrito faldero, a dar explicaciones ―dije con ironía.

―No. Ni eso hizo ―suspiró derrotado, dándome la razón―. Sólo se disculpó por teléfono y me contó que estabas echando chispas en la obra.

Lo miré un instante, y no le di importancia. El estúpido de Jacob no se había dado cuenta de nada, mal interpretó lo que había sucedido en la obra y estaba nervioso por haberse burlado de nosotros en Seattle. Si supiera que lo único que me interesaba en este preciso instante era poner mis manos en su cuello, darle una golpiza y poner su ojo morado para dejarle bien en claro que, de todas las mujeres del mundo, Bella era la única con la que no podía meterse. Simple y sencillo.

Ni sus pobres excusas ni sus intentos de eximir toda responsabilidad para con la empresa me importaban ya a estas alturas. Jacob Black era así, un alma que corría con el viento, libre de compromisos y obligaciones. Nadie, absolutamente nadie podría cambiarlo. En todos los años que llevábamos siendo amigos, nunca había criticado ni juzgado su estilo de vida; por el contrario, había dejado pasar por alto cada idiotez que había cometido. Mi familia siempre lo había apoyado, e incluso le había salvado el pellejo un par de veces: cuando tuvo que pasar la noche en la cárcel por robar en una tienda deportiva y por intentar filtrarse en el Softball Club de Los Angeles.

Pero hoy, justamente hoy, lo odié con todas mis fuerzas al confirmar con mis propios ojos, lo que Paul me había contado: Jacob trataba de seducir a mi Bella, la misma Bella que planeé conquistar desde hace unos meses atrás y que hoy se me escapó de las manos a la misma velocidad que corre un río en depresión.

"Soy un infeliz. Un maldito infeliz."

―Edward, ¿estás bien? ―me preguntó Riley con su marcado acento sureño surcando una mueca de preocupación. ¿Por qué diablos lo invite a hospedarse conmigo hoy? Necesitaba estar solo.

―Sí ―mentí. Levanté mi copa y me bebí de un sorbo todo mi Whisky tratando en vano de destilar con el alcohol, la rabia que fluía por mi torrente sanguíneo. La fijación con la que Jacob miraba a Bella cuando reía y hablaba con él, la forma en que le acarició la mano, la familiaridad con que le habló, el descaro de guiñarle el ojo en mi presencia, la maldita forma en que se despidió… todo, todo eso lo tenía grabado en mi subconsciente y me tuvo, me tenía muerto de impotencia y rabia.

―Edward, deberías escuchar lo que Jacob tiene que decir… ―bufé. Ese nombre era el que menos quería escuchar hoy―. Antes que cometas una locura ―finalizó con seriedad y mirándome las manos, obligándome a la vez a disolver el puño que inconscientemente había formado. Crucé la sala hasta quedarme frente al gran ventanal que exponía el cielo oscuro de Chicago. En medio de rascacielos, se encontraba mi departamento, en el décimo piso, con una hermosa vista al lago Michigan, pero ni su belleza podía hoy sosegar la intranquilidad de mi ser.

Nunca nada lo había podido lograr.

―Sólo dirá lo mismo. A él no le importa el negocio de la construcción, sólo le interesa aumentar los ceros en su cuenta bancaria, viajar por el mundo y seguir coleccionando mujeres ―espeté con rudeza. Los celos y el rechazo me estaban haciendo hablar―. Deberíamos cerrar la sociedad y dejarlo fuera.

―¿Te has vuelto loco? ―gritó estupefacto―. Él es el socio mayoritario de la empresa, no podemos votarlo así como así. Per… perderíamos el último proyecto… ―agregó asustado.

―Sé lo que es y no me importa. Podríamos trabajar el doble o el triple de lo normal, o conseguir un nuevo socio. No le veo ningún problema. Es más, nos haríamos un favor.

Riley entornó los ojos.

―No lo puedo creer. ¡Cuántas veces nos ha dejado plantado, o con negocios a puertas y tú nunca habías reaccionado de esta manera! Algo más ha tenido que hacerte ―se plantó frente a mí en el Bar, tratando de encontrar algún atisbo de demencia en mis palabras o en mis gestos, pero no lo logró, en cambio, contraataqué con una expresión dura y desafiante. No quería hablar del tema. Nadie a excepción de Alice sabía el doble propósito que tuve al hacerme pasar por capataz frente a Bella. Y este momento no era el indicado para empezar a contarlo.

Además, por una parte, le estaba diciendo la verdad. Jacob Black sólo nos traía millonadas de minutos perdidos, las veces en las que metía su hocico en los negocios, terminaba por fregarlo todo. Siempre se lo había dicho, en tonos amigables claro, pero ahora, ya se estaba pasando de la raya al pretender también a mi mujer...

Y nadie se mete con lo que yo quiero, con lo que es mío.

Simple y sencillo.

―Riley, lo sabes muy bien, Jacob nos estorba ―tarjé apretándome el puente de la nariz. Mi voz aún sonaba áspera y llena de irritación. Podía notarlo.

―Sí, sí... lo sé, pero sinceramente, a ti te pasa algo hoy ― Me encogí de hombros malhumorado.

―No me pasa nada.

―¿Qué no te pasa nada? ―se burló―. Edward, seré novato, pero no soy idiota. Nunca aceptarías desintegrar la sociedad de un momento a otro. Menos sabiendo las consecuencias que eso pueda traernos… ¿o me equivoco?

Lo miré detenidamente, él tenía razón. Las cláusulas que firmamos al momento de conformar la empresa eran claras, no podíamos disolvernos así quisiéramos, puesto que todo lo que habíamos logrado se iba a ir al carajo. Debía aguantar mis celos y mi rabia por un momento, sobre todo ahora que estábamos a punto de cerrar un buen negocio.

Asentí.

―Debes estar perdiendo la cabeza.

Le di la razón. Lo estaba perdiendo. Estaba fuera de control.

―¿Podríamos dejar la charla para después? Mi cabeza me duele muchísimo.

―Está bien. No… no pretendía molestarte ―se disculpó para luego alejarse hacia el bar y servirse una copa.

El carácter tranquilo y dócil de Riley era una de las grandes ventajas que teníamos, distaba mucho del de nosotros, pero a la vez nos daba soporte suficiente para no perder los estribos y lograr una sociedad sólida. Lo conocimos hace un poco más de ocho meses y habíamos aprendido a confiar muchísimo en él. Riley tenía alrededor de treinta años, y no tenía más familia que dos primas que vivían en Seattle, que eran a su vez, amigas de su novia y futura esposa, Heidi, una morena muy guapa que parecía modelo de portada de Sports Ilustrated.

Hice una mueca y decidí tomarme otro scotch.

―¡Oh vamos, Edward! ¡Quita esa cara! ―me palmeó la espalda―. Hoy cerraremos un buen contrato, sin contar claro, ¡con la ganancia del seis por ciento que hemos obtenido por la compra del terreno! ―expresó con alegría―. Si hacemos todo bien con los Federline hoy, la transacción saldrá satisfactoria, y mañana por la mañana tendremos una nueva cuenta corriente en el banco de Seattle. ¿No es estupendo?

Lo miré de soslayo. Para él, que estaba a puertas de contraer matrimonio era estupendo; para mí, no.

Y era irónico.

Desde cualquier punto de vista, mi trabajo, como arquitecto y proyectista, podría ser el mejor, el más remunerativo y gratificante. Es más, a partir de nuestro regreso a Chicago y la formación de la empresa constructora privada, estaba convencido que todo lo que habíamos planeado con mis socios lo conseguiríamos. Hasta el momento, todo marchaba muy bien, nunca habíamos fracasado en ninguna de las metas que nos habíamos propuesto y llevábamos el espíritu emprendedor hacia otras zonas de Chicago. Aun así, no le había mentido a Bella cuando le dije que el trabajo independiente era más cansado, teníamos nuestras bajas, claro, y no ganábamos igual que una empresa grande, pero nos rendía muy bien para tener una vida holgada; además, se sentía tan bien ser tu propio jefe, tomar tus propias decisiones, y ser libre.

Y era lo que siempre quise, ser libre.

No obstante, en estos momentos me sentía aburrido, decepcionado, celoso y extremadamente furioso… "¡Soy un maldito estúpido!" ¿Cómo pude dejarla ir? ¿Cómo pude decirle todas esas palabras tan hirientes?

Bella era la mujer que despertaba en mí, los mismos sentimientos que tuve hace muchos años y que juré no volver a sentir. Sin embargo, lo hice, porque a su vez, también me hacía sentir paz y felicidad, era como un bálsamo para mi ya maltrecha alma y que hizo que quisiera conocerla más y luchara por ella, que venciera sus muros de protección y la conquistara. Y lo hice, ¡por Dios que lo hice! Sólo que fui tan idiota que la perdí en un segundo.

Sí, había tirado al agua el magnífico plan que había formado.

―¿Edward? ¡Hey! —logré escuchar. Removí mi vaso y tomé todo su contenido.

―¿Qué?

Riley rodó los ojos, inquieto.

―En dos horas es la reunión con los señores Federline en la Torre Willis. Creo que deberíamos ir saliendo hacia allá porque el tráfico a esta hora en la Lake Shorees terrible, y no creo que en media hora lleguemos hasta el centro.

―Está bien.

Sin reprochar más nada, me dirigí a mi cuarto para darme un baño rápido y ponerme un terno. Maldije internamente cada minuto que pasé en la ducha. Mientras me alistaba y por mi salud mental, esquivé los celos y la rabia que sentía hacia Jacob y que me corroía el interior, para sólo pensar en Bella, en lo hermosa que estuvo hoy día con aquellos mechones chocolate que curvaban su rostro, el cual se tiñó de un tenue color rosa a penas me vio.

Cuando me decidí a conquistarla, fui consciente que tenía que darle su tiempo, acostumbrarla poco a poco a la idea de compartir mi cama, de ser mi mujer, y fallé. Fallé en un minuto, en un decisivo minuto que hubiera podido marcar la pauta para mi travesía.

Fui un estúpido idiota. Me dejé llevar por la rabia, por los celos del momento.

Debí seducirla, seguir besándola hasta hacerla razonar, debí arrinconarla y hacerle sentir necesidad de mí, necesidad de poseerla pues había descubierto que el cuerpo de Bella era mucho más fácil de convencer que la dueña… ¿Y qué tal si la ataba a mi cama, la esclavizaba y le hacía el amor hasta el amanecer? Podía lograr que entendiese que su sitio era a mi lado, que debía estar conmigo. El plan era ese, atacarla, fijarla, marcarla como mía... Cuando la viera titubear o a la mínima intención de duda, seducirla, logrando así saciar también mis deseos más cavernícolas por poseerla.

Suspiré.

Anhelaba besarla, tocar la sedosa piel de su muslo, contemplar su cuerpo, sentir cómo rozaba cada parte de mi virilidad, cómo su cuerpo se retorcía bajo el mío, cómo su calor me aprisionaba y me envolvía. Con sólo pensarlo estaba teniendo ya una erección. Cerré los ojos y desestimé el esfuerzo que estaba haciendo para reprimir las ansias sexuales que surgían de mi cuerpo y me toqué pensando en ella. La sensación fue indescriptible, mi piel quería más, todos mis sentidos querían más…

Bella era exquisita, me tenía loco desde hace cuatro meses, pero a la vez, era tan escurridiza. Y eso debía de cambiar. Yo lo iba a cambiar.

Así como quería escucharla, suplicándome por más, también quería escucharla pidiéndome que no me alejara de ella.

.

.

Media hora después, Riley ya estaba atravesando toda la Lake Shore con dirección a la más famosa obra arquitectónica de Chicago, la Torre Willis, una secuencia de prismas rectangulares de diferentes alturas hechas de acero y cristal muy elegante que era el ícono y el punto más alto de Illinois. Me gustaba el edificio, y los Federline no habían podido escoger mejor lugar que ese para tener su bufete de abogados. El tráfico que hubo nos hizo demorar unos veinte minutos más de lo que teníamos previsto ya que al parecer había un evento en el parque Millenium que bloqueó los principales accesos al centro financiero y tuvimos que tomar una ruta alterna.

Desde el ascensor panorámico, se podía observar hasta las planicies de Illinois y la belleza del lago que rodeaba Wisconsin. Me había acostumbrado a vivir aquí, pero no podía negar que también extrañaba California…

―Buenos tardes, señorita ―dijo Riley haciéndome aterrizar―. Tenemos una reunión con los señores Federline.

―Buenas tardes señores, ¿A nombre de quien le hago llegar su mensaje?

―Edward Cullen, por favor ―dijo Riley al tanto que la recepcionista marcaba el teléfono anexo.

―Muy bien, los señores Federline los esperan en la sala de reuniones Sears B2, por favor, síganme ―dijo con amabilidad, rodeando la mesa, nos extendió el brazo y nos invitó a seguirla por el pasillo del lado izquierdo—. También me ha pedido que les informe que el Señor Black ya está aquí.

―Muchas gracias.

―¿Le dijiste? ― quise saber conforme avanzábamos.

―Tenía que hacerlo. Por tu culpa, él es el socio mayoritario de la empresa. No puedo dejarlo fuera de las reuniones importantes. Necesitamos su firma.

―Debías habérmelo dicho hace dos horas y no en la puerta de la oficina.

―Hubiera sido peor. Compórtate Edward, por favor.

―No tienes que recordármelo, lo haré —prometí, rodando los ojos.

Los Federline era una pareja estratégica en los negocios. Eran hermanos y tenían muy en claro en cómo y en qué querían invertir su dinero. El mayor, Robert, poseía ojos azules y era el más carismático de los dos y fue quién nos recibió en la sala de juntas. En la cabecera, de espaldas al gran ventanal, estaba su hermano Jhon y a su izquierda, Jacob Black.

Fruncí el ceño y sentí cómo un músculo de la barbilla me empezaba a palpitar.

Estúpido Black.

Durante toda mi estadía en Seattle, estuve muy preocupado por Bella, por la posibilidad de que se hubiera sentido abrumada e incómoda después de los días que habíamos pasado juntos, más cuando tuve que marcharme de esa forma. Supe que era un grueso error, mas no pude hacer nada.

Alice me había advertido de lo que sucedía con ella e incluso se había mofado al decirme que me estaba enfrentando a una misión imposible. Aún recuerdo sus palabras: "Quiero que Bella sea feliz, no sé si tu podrás conseguirlo, pero si logras retener a Bella a tu lado, te convertirías en mi héroe. Hasta entonces, cruza los dedos, y juega con la suerte". Al día siguiente me presenté en la obra y empecé con mi pequeño plan, salvo que, por azares del destino, terminé siendo el capataz.

Ahora, en tan pocos días, todo habría sufrido un giro inesperado. Las palabras de Bella aún hacían eco en mi cabeza permitiéndome evocar con dolor y culpa lo sucedido; todavía yacían en mi mente pequeños fragmentos de su imagen perfecta e inigualable mirándome a la cara, a los ojos, pronunciando incongruencias, mentiras, porque eso eran… ¡mentiras!

"Solo fue una aventura sin sentido... Hermosa, sí, pero carente de todo sentido"

No. No podía ser sólo una aventura.

¡Demonios!

Quería encontrar una solución al problema, quería entender por qué Bella me dijo eso, por qué me botó de la obra, por qué seguía igual o peor de testaruda de lo que era –como me dijo Alice–. Sus palabras no podían ser ciertas, ella no podía quererme lejos, su cuerpo reaccionaba al mío de inmediato, sólo bastaba acercarme a ella para sentir la chispa que nos encendía y que nos hacía terminar siempre en lo mismo: sexo fantástico y ardiente.

Cuando la tocaba, sólo necesitaba tocarla más. Cuando la besaba, sabía que nunca me cansaría de esos besos. Y cuando la miraba, no podía aguantar las ganas de hacerle todo tipo de cosas eróticas. Sin duda, Bella sacaba lo mejor y lo peor de mí…

Era consciente que le grité, que le reclamé su actitud para con Jacob, sin siquiera darle explicaciones del porqué no la llamé. Fui muy duro con ella, sus ojitos chocolate se apagaron de golpe y se entristecieron cuando encaré su problema de frente sin tener oportunidad de convencerla de lo contrario.

¡Estúpido Black!

—¿Les parece bien el próximo lunes? —preguntó el menor de los Federline.

—¿Qué dices, Edward? — Riley me miró esperando una rápida respuesta, yo, confundido, sólo asentí y traté de no seguir divagando—. Bien, tendríamos una semana para poder desarrollar una propuesta adicional bajo sus requerimientos.

¡¿Qué?!

—Para mí también funciona, señores —añadió Black.

—¡Perfecto! Viajaríamos para allá, si lo creen necesario.

"¿Viajar otra vez?"

Después de este impase, me sentí un poco más tranquilo al saber que sólo debía diseñar un pabellón de producción de alimentos empacados ecológicos, que los Federline querían anexar a su proyecto principal, un centro de nutrición dedicado principalmente a tratar trastornos de conducta alimentaria y a formar nuevos estilos de vida saludables en Seattle. De esta manera, tendríamos que rediseñar la arquitectura del lugar e invertir una cantidad considerable de dinero para añadir más concreto y acero a la obra. Ellos no tenían problema alguno en invertir más capital porque sabían que obtendrían amplias ganancias, más con su reciente slogan publicitario: "Feder-Line, just make the line!".

Jacob se mostró en todo momento tranquilo, sobrio y desempeñó muy bien su papel de hombre de negocios. Yo, por mi parte, tuve que hacer un esfuerzo para dejar mis sentimientos de lado y poner la cabeza fría para estar al tanto de cualquier problema o complicación que se presentase; y Riley se dedicaba a señalar las pautas y obligaciones que tendríamos ambas partes, a sugerencia de nuestro abogado, otro viejo amigo, y al cual debía agradecerle este proyecto también.

―¡Estupendo! ―exclamó Robert Federline luego de firmar el último documento―. No podría estar más satisfecho con ustedes de lo que estoy hoy ―se levantó de su silla de cuero negra para pasearse alrededor de la mesa de reunión―. Mañana sábado por la noche ofreceremos, en nuestro salón principal del primer nivel, un coctel para celebrar el nuevo proyecto venidero.

―No es necesario decir que están todos invitados. Es a su salud ―agregó el otro hermano.

―Muchas gracias señores, aquí estaremos ―se apresuró a decir Jacob con tono afable. Apreté mi mandíbula y desvié mi mirada al techo. Por su culpa, Bella y yo estábamos distanciados, si no lo hubiera encontrado hoy coqueteándola, y mis infundados celos no hubieran salido a flote, mañana por la noche, Bella estaría conmigo en la cena y en mi cama.

.

.

.

Riley insistió en ponernos a trabajar ni bien salimos de la reunión. No nos dio tregua de nada y bueno, tampoco hicimos nada para detener el trabajo. Tarde o temprano teníamos que hacerlo, y yo no quería dormir, necesitaba un poco de distracción numérica para que mi cabeza no explotara.

Felizmente Jacob no aguantó mi sarcasmo y se disculpó con nosotros a la medianoche, alegando que debía dormir un poco porque mañana sábado tenía que hacer unas diligencias previas al coctel. Riley durmió en el dormitorio de visita porque había olvidado sus llaves en Seattle y su novia recién estaría de regreso el domingo pues sus primas vendrían con ella. Admiraba el amor que se tenían, a veces lo envidiaba porque ellos dos habían tenido la oportunidad de conocerse desde niños, de crecer juntos, de sanar mutuamente sus heridas y nunca haberse sentido solos… como yo.

Suspiré.

Sin querer, entre divagaciones había llegado hacia el pasillo anexo, el que llevaba hacia la terraza y dónde tenía un estante hexagonal con varios libros. Al lado del pequeño ficus, una mesita de cedro, que combinaba muy bien con el parqué oscuro, ahí, estaba uno de mis portarretratos favoritos de cuando era niño. Lo conservaba desde siempre, pero me producía mucha nostalgia. Si hubiera conocido a Bella de pequeña, quizá hubiera sido diferente todo.

Agité mi cabeza para despejar ciertos recuerdos de mi niñez. No había pensado aferrarme tanto a alguien, menos involucrarme sentimentalmente… pero heme aquí.

Pensando en ella…

―Hey Ed, ¿estarás libre el otro sábado por la noche? ―me preguntó Riley apareciendo por el pasillo. Llevaba el cabello húmedo y, totalmente contrario a mí, estaba prolijamente peinado.

―Supongo. ¿Para qué?

―Hace un rato hablé con Heidi y me ha dicho que su familia estará en la ciudad la semana que viene y… ―hizo una pausa, nervioso―. Deseo invitarlos, a todos ustedes, a la cena que tengo planeada.

―¿Qué pasa? ¿No quieres estar a solas con los padres de Heidi? —le pregunté en son de broma. Mi humor estaba mejorando.

―No es eso. Voy a pedir la mano de Heidi formalmente a sus padres. Y me gustaría que Jasper, Jacob y tú estén presentes. Ya sabes, como no tengo una auténtica familia, ustedes simbolizan eso y mucho más para mí.

Le sonreí largamente. "Ya me imagino la guerra campal que habrá el día en el cual escojamos al padrino de aros".

―¡Claro! ¡Sería un privilegio acompañarte! ―le dije entusiasmado―. ¿Te gustaría que separe Il Valentino para ese día? Corre todo por cuenta mía.

―¿Crees que esté disponible?

―Mmmm… Pues déjame utilizar mis influencias con Jasper —sonrió—. Al menos para el salón principal, pues no creo que el lounge está libre ―mentí, no quería volver a entrar a ese Lounge si no era con Bella.

―¡Genial! Será el lugar perfecto ―sonreí feliz por él―. Bueno, iré por Heidi. Nos vemos en la fiesta dentro de un rato.

—¿No venían mañana? —pregunté aturdido.

—Adelantaron el viaje, Ed —me respondió haciendo una mueca y yo fruncí el rostro—. Lo siento.

Bien, llegaría solo a la fiesta de los Federline. No es que me importase, era solo un coctel más, pero ya me había resignado a pasar el rato con Riley, mas no con su novia y sus primas. Heidi era simpática y magnánima y siempre hacía reír a mi amigo, pero sus primas, eran todo lo contrario.

Si no hubiera jodido las cosas, ya estaría con Bella en mi auto, listo para hacerla parte de mi mundo y sentirme el hombre más envidiado de la noche… Pero me porté como la mierda. Todo en la vida era una lucha constante, y el amor no era lo de menos, pero en estos instantes, sentía que, hiciese lo que hiciese, siempre iba a tener que estar luchando por conseguirlo. El único momento en que no me sentía así era cuando había dormido con Bella. Aquella noche que pasamos juntos, me di cuenta de que podía encontrar la paz en los brazos de una mujer.

.

.

—¿Me permite las llaves? —moví la cabeza afirmativamente frente a la imponente imagen del edificio de más de 110 pisos en pleno corazón financiero de Chicago. Ni bien ingresé a la recepción, el lujo y el glamour estaban presentes. La esposa de John Federline, Cecile, era organizadora de eventos y no escatimaban en excesos con tal de tener una de las fiestas más impresionantes de la ciudad. Por eso, no me sorprendió encontrar aquel espectáculo en vez de una sobria cena de honor.

Debo confesar que estuve a punto de dar media vuelta e irme de ahí, pero pensé en la empresa, y no era nada diplomático que declinara una invitación de mis jefes. Di una mirada por toda la fiesta, había un escenario de fondo, entre telones azules y grises, que contenía a un grupo de músicos clásicos. Al lado izquierdo, un spot de fotografías con todos sus productos impactaba muchísimo con aquella iluminación LED; al otro extremo, imágenes decorativas hechas de acrílico con formas orgánicas llamaban la atención de los clientes. Todo estaba pensado estratégicamente para, de esta manera, crear un entorno que transmitía la identidad visual de la empresa y lograba, de por sí, los objetivos esperados.

Ubiqué a los Federline con sus esposas conversando animadamente con Riley y Heidi –que portaba un vestido rojo hasta la rodilla–, a su lado, los acompañaba un par de hombres que no podían pasar de los cincuenta años. Sentí escalofrío, pues de cierta manera, yo me encontraba solo.

―¡Oh! Aquí llegó nuestro arquitecto. — Me presentó con viva voz el mayor de los Federline. Torcí la boca sutilmente. Yo no había sido el único que había hecho los planos del proyecto. En todo caso, deberían agradecer también a Paul y Sam.

―Buenas noches señores. Gracias por la invitación ―les extendí la mano a cada uno, incluyendo a sus esposas, y a Riley y Heidi

―¿Cómo estás Edward? ― Me saludó uno de los hombres, viéndolo bien, no parecía de cincuenta años.

―Muy bien, señor Whitlock ―le respondí con una sonrisa mentirosa―. ¿Y usted?

―No puedo quejarme ―sonrió, colocándose un cigarrillo en la boca.

—Sírvete —tomé la copa de champagne que el mozo me ofrecía.

―Estábamos discutiendo y dialogando sobre el nuevo slogan para la campaña publicitaria en la ciudad de Seattle.

―¿No piensan utilizar el mismo?

―No lo creo, queremos mantener la línea del producto, pero a la vez, necesitamos una palabra, una frase que nos identifique con los habitantes de esa ciudad, algo que los quiera hacer consumir el producto.

―Quizá podamos encontrar algo, ¿verdad, Edward? ― sugirió Riley dándome un codazo.

―Sí, me parece una buena idea.

Bebí todo mi trago y tuve la necesidad de conseguir otro, pero más fuerte. Mis ojos divagaron por el lugar hasta dar con el bar donde una docena de mujeres dialogaban y reían con una copa entre sus manos y cruzaban las piernas provocativamente para, de seguro, llamar la atención de algún soltero multimillonario o un estúpido incauto que, por pasar una noche entre sus piernas, podía apostar hasta el cielo, resultado: al día siguiente amanecían solos, sin un centavo, pero con el mejor recuerdo de sexo.

Torcí mi boca en una mueca. Una vez le había pasado eso a Jasper y no fue nada divertido.

Mientras buscaba algún rostro conocido, tuve la impresión que podía encontrar a Bella entre la multitud. Era un idiota al pensar eso. Ella se había ido. Aquella mujer me hacía sentir débil, o al menos me hacía perder el control, como la primera vez que volé una avioneta y casi destruyo el hangar de mi padre (cuando supe lo que ese sitio significaba para él, estrellarme contra el hangar se volvió más un acto de rebeldía). La noche que pasé con Bella, me dediqué a contemplarla a mi gusto, sin tener que admitir ante nadie que me estaba obsesionando con ella. Como si eso no fuera posible desde que la vi por primera vez en casa de Alice.

Unos veinte minutos después, empezó una pequeña ceremonia, en la cual nuestros jefes anunciaron el nuevo proyecto y dieron a conocer sus planes futuros. Todo estaba aburrido. Era lo mismo de siempre, sonreírles, fingir entusiasmo, escuchar una tanda de aplausos...

―Por lo que veo, esa cara de idiota es porque hay problemas en al ámbito sentimental ―me volví y vi a Riley al lado mío. Tomó asiento en el banco vació de la barra. O eran pocos los invitados o las luces no facilitaban a esconder mi rostro de la multitud.

―Riley, en serio, anda diviértete y déjame solo ―pedí.

―¡Anímate, Edward! Acá hay muchas chicas hermosas. No creo que se te haga problema entablar conversación con alguna de ellas ―me guiñó un ojo―. Además, y espero no te incomode, pero tuve que traer a mis primas.

Mentiría si dijera que estaba sorprendido, pues era típico de Riley cargar con un peso que no era de él.

―Es de mala educación traer a más personas sin estar invitadas ―dije a secas entrecerrando los ojos.

―Oh… dale una oportunidad a Irina, deja que te explique qué le pasó en Seattle ―arqueé una ceja. Esa chica estaba loca. Rogué que no me encontrara. El bar tender le alcanzó un par de copas, se volvió hacia mí y con su misma sonrisa, me dijo―: ¡Ah! Y hoy no llego a dormir.

―Pobre de ti que lo hagas.

Riley se fue riendo llevando un par de copas en sus manos. Así como él y toda gente que me conocía, estaba ya acostumbrada a verme siempre rodeado de mujeres bonitas, y no era porque yo lo buscase, sino porque mi hermano Emmett y Jacob vivían rodeados de ellas. Ellos catalogaban a la mujer como una distracción, algo pasajero, vano, sin rumbo fijo. Por eso siempre evitaban chocarse con cualquier mujer que pudiera hacerles sentir algo especial. Quizá hace años, cuando era un adolescente en busca de atención y fijación sentimental, había compartido una que otra vez sus emociones y pensamientos, pero llegué a cansarme de aquellos desiertos emocionales.

Ver a Riley feliz, me había hecho repensar mi vida, y anhelar aquella felicidad que surge del amor.

¿Sería con Bella? Creía que sí, al menos, desde que la había observado a través de la cortina, como un maldito acosador. No me arrepentía, y felizmente ella no me catalogó como pervertido, pues nunca antes había conocido a una criatura tan fascinante. Alguien tan apasionada con lo que hacía. Bella disfrutaba realmente su carrera; cuando se concentraba, arrugaba su nariz; cuando tenía alguna duda o estaba nerviosa, se mordía el labio; y cuando estaba enojada o avergonzada, fruncía su ceño, juntaba sus dientes y la sangre subía directamente a sus mejillas.

Mi esfuerzo no podía irse a la basura, así como así. Bella era una mujer sensible y vulnerable, aunque trate de negarlo. Conversar con ella, saber de su vida, sólo me dieron ganas de conocerla más, y más. Quería aprender de sus reacciones, quería corromperla, tenerla bajo mi regazo sin dejarla escapar, porque conocía que mi pequeña escurridiza era extremadamente temerosa a tener algo serio en su vida.

¡Qué irónico! ¡Para ambos! Cuando menos te imaginas, cuando estas desprevenido, cuando crees que no sólo el éxito debe llenar tu vida, aparece una personita que puede cambiar tu mundo.

―¿Puede darme otro trago? ―le pedí al bar tender. Mis ideas se habían aclarado un poco más.

―Hola Edward.

¿Por qué tenía que aparecer ella en estos precisos instantes? Definitivamente, los reflectores se habían ensañado conmigo. Nada podía ocultarme.

―¿No me vas a saludar? ―volvió a preguntar la voz aguda, puso su mano en mi hombro y me obligó a mirarla. Sostenía una copa. Maldita la hora en que Riley me obligó a venir a esta cena.

―Hola, Irina ―dije a secas.

―¿Aún sigues molesto conmigo? ―traté de ser educado e hice caso omiso a lo que hablaba―. Oh vamos galán, no me harás quedar mal frente a Tanya, ¿o sí?

―Irina, creo que todo quedó claro el día en el que tú y yo…

―¡No! ¡Ni se te ocurra decirlo, Cullen! ― me amenazó, pero eso no detuvo que avance unos pasos. Sus rizos rubios se movieron al compás de su malhumorado rostro.

―Tienes razón, no tengo por qué. Tú y yo ni siquiera mantuvimos una relación ―dije con sutileza. Irina entornó sus ojos azul oscuro que brillaron a la luz de los reflectores y trató de derribarme con una mirada recelosa. Ahora no era un buen momento para tener esta conversación nuevamente.

―No te atrevas a dejarme sola nuevamente Edward. Quiero que escuches todo lo que tengo que decirte ―me sostuvo del brazo impidiéndome avanzar. La miré un rato, era realmente hermosa y se veía muy sexy. Las curvas de sus senos, de su cintura y su cadera se veían acentuadas y bien pronunciadas a través del vestido que llevaba; sus labios rojos invitaban al pecado. Cualquier hombre estaría loco al rechazarla, cualquier hombre soy yo pues no me llamaba la atención.

―Basta, Irina… no es un buen momento.

Bufó, y apretó más su agarre intensificando su mirada.

¿En qué momento la cena se había vuelto en una pesadilla?

―Edward Cullen, soy la única que sabe tu secreto. Ni Riley, ni Heidi, ni Tanya, ni nadie aquí tiene la menor idea de lo sé yo.

―No intentes nada con eso Irina. Esto no es un juego de niños, no es como botar mi celular al lago, como lo hiciste hace unos días en Seattle. Esto va mucho más allá ―dije con seriedad.

―No es una amenaza, sólo te lo hago recordar ―aflojó su agarre de mi saco. Sonriendo lascivamente llevó su mano a mi rostro para acariciarme el mentón. Alzó su ceja izquierda y se acercó a mí cuello donde susurró―: Y no te preocupes, no diré nada, pero reconoce que tarde o temprano, volverás a mí.

Dicho esto, la rubia se volteó y se mezcló entre la multitud. Cuantas veces le había dicho que nosotros nunca íbamos a regresar, pero, al parecer, su ego no le permitía ver la verdad.

Tenía que salir de allí. Estaba harto de tanta hipocresía y formalismos, de tanta sonrisa falsa por delante, y puñetazos por la espalda. Esto no era lo que yo quería. Lo que realmente anhelaba era pasar la noche con Bella.

Antes de salir del lugar, vi a Jacob cortejar a una pelirroja. Él nunca cambiaría y yo estaba hastiado de esa vida… La imagen de ayer volvió a mi mente, de sólo recordar que ése profanó la piel de mi chica, me hacía hervir de rabia.

Mi orgullo estaba herido y quería demostrar que su pasión y su cuerpo me pertenecían, tomarla contra a la pared y esclavizarla con la pasión que nos unía y latía entre nosotros… Era mi diosa del sexo, y la necesitaba esta y todas las noches a mi lado.

Subí a mi auto y me largué de ahí con una sola idea en mi mente, esperando que funcionase.

Aunque podría tomar un desvío primero y hacer otra cosa antes.

La noche era larga y oscura que ni yo mismo sabía qué me esperaba…

.

.

.

.•.•.•.


¡Notas!

¡Gracias por leer hasta aquí! Disculpen si aún no hay reconciliación, pero me pareció muy interesante que sepan un poco más de Edward (aún falta por descubrir otras, muchas cosas... ^^) y cómo y qué sintió después del encuentro con Bella y Jacob en la obra, y qué hizo (tengo debilidad por Ed y su dependencia emocional... *-*)

Ya después de esto viene el encuentro #LadoPerverOn, ya que no soy de dramas. =)

Mil besos y saludos a todos aquellos que me leen, espero dejen un comentario para saber si les gusta.

~Lu.