Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son la genial Stephenie Meyer, yo sólo juego con ellos n.n


ADVERTENCIA: Este capítulo contiene LEMON (+18). Si no deseas leer, puedes pasarte de largo, no hay problema. =)


*Música para el capitulo (gracias a Romi): "One and only" y "i'll be waiting" de Adele. - "Open Arms" de Journey - "Esperaré" de Presuntos implicados *


Capítulo 8

No vuelvas a besarme de esa forma
Como hiciste ayer
Ni vuelvas a tocarme de ese modo
Que me hace gritar
Porque lo siento todo
Porque lo quiero todo

No vuelvas a decirme esas cosas
Que dijiste ayer
Ni vuelvas a abrazarme ni adorarme
De ese modo así
Porque me vuelvo loca
Porque me siento loca

Porque si vuelves a hacerlo
Voy a quedar pegada a ti
Voy a querer todo de ti
Voy a dejarlo todo, por ti
Y tengo miedo
Tengo mucho miedo…

.

.

Bella

Cuando tenía doce años, tenía muchas ilusiones por conocer al príncipe azul. Soñaba que me llevaría en una carroza blanca hacia nuestro castillo en las colinas altas de Escocia, pasearíamos en caballo por el bosque surcado de montañas, nos besaríamos en la orilla del lago Ness y viviríamos felices para siempre. Fantasioso, ¿verdad? Pues cuando tuve diecisiete años, la visión del príncipe azul se tornó borrosa y sólo imaginaba casarme con el hombre perfecto, el cual me llevaría por el sendero del amor y con el que pasearía tomada de la mano por las calles de Italia, comeríamos espaguetis hasta reventar y terminaríamos yendo a la fuente de los deseos de Roma, la Fontana de Trevi, para lanzar una moneda y pedir un deseo.

Otra simple fantasía.

Era una visión muy linda de mi futuro pero que con el transcurso de los años fue desgastándose. Supongo que las malas experiencias de mis amigas y las mías propias habían aportado muchísimo para esto, haciéndome creer que el amor a primera vista y el encuentro de almas gemelas no podían existir. Sólo eran tópicos gastados de lo que era el amor. Sólo había funcionado una vez… con mis padres.

Dejarse llevar por los sentimientos, la atracción y el cariño, me asustaba porque sabía que no podían durar. Algunas veces me había pasado y odiaba la sensación de vacío en mi pecho al darme cuenta que, de un momento a otro, la persona que quería, las situaciones que amaba, las cosas a las que me aferraba desaparecían como si nada, seguían su camino sin dar marcha atrás, dejándome con sentimientos encontrados y muy, pero muy frágil.

Por ese camino transitaron mis abuelos y mi mamá; incluso hasta mi papá estuvo a punto de dejarme; y si no trabajase como lo hago, la casa donde crecí, también podrían arrebatármela, dejándome sin nada.

Y Edward no podía ser la excepción. Él podría hacerme daño, ¿no?

No, Isabella, dijo mi voz interior, nunca sabrás con certeza hacia dónde hubiera caminado su relación.

Cállate pequeña intrusa. Nunca hubo una relación.

Si en algún momento pensé que diciéndole toda la sarta de mentiras que le dije y evadiendo las preguntas que me habían martirizado toda la semana, me sentiría bien, me sentiría más aliviada y menos vulnerable, me equivoqué. Fue peor. Producto de la ansiedad me golpeé contra la maldita pared, cerrando los ojos y flotando a la deriva.

No sabía qué hacer.

No sabía qué me había dolido más: si sus palabras llenas de verdad o su partida.

Toda la noche de ayer viernes, no pude dormir tranquila por el reflejo de Edward en mis sueños con su hermoso rostro de dios griego totalmente decepcionado y dolido, como si fuera un niño sin amor. Sus palabras sí me dolían, claro, nunca nadie me había encarado de esa manera y nunca nadie me había dicho la verdad. Todos los chicos con quien me relacioné, sólo se dedicaban a satisfacer sus ansias y les importaba muy poco cómo me sentía o porqué me comportaba de esa manera, tan alérgica al compromiso.

En cambio, llegó Edward y puso de cabeza mi mundo. Estaba atravesando y colisionando barreras que pensé eran sólidas.

¡Qué ironía! Justamente igual que el primer día que lo conocí, Edward era el protagonista de mi desvelo y de mis sueños provocando que todos mis sentidos se vieran afectados por él; la primera vez no me dejaron siquiera pegar un ojo por sólo imaginármelo desnudo sobre mí sintiéndome perdida en sus brazos; en cambio ahora, mi subconsciente jugaba en mi contra logrando un efecto de reproche hacia mí misma.

Y no se sentía para nada bien.

Suspiré.

Odio mostrarme débil y encolerizada.

Odio cuando mi corazón y mi mente entran en conflicto.

—¡Quita esa cara por Dios, Bella! Me tienes mal —me dijo Leah mientras arreglaba su departamento para nuestra noche de chicas y alcohol de los sábados. En cualquier momento podía llegar Alice con el vodka o el tequila, y estaría totalmente hiperactiva.

—Es que… no puedo dejar de pensar en lo que me dijo —respondí con un hilo de voz. Desde la tarde estaba sentada en su sillón con las piernas dobladas y me aferraba a ellas como si fuera lo único que tenía, sólo cuando Leah o Seth me hacían preguntas levantaba mi rostro y respondía, después, lo tenía enterrado entre mis rodillas.

Leah rodó los ojos y se fue a la cocina, y regresó minutos después, trayendo vasos y platos que depositó en la mesita de centro.

La miré de reojo. Ella estaba molesta porque pensaba que no debí acostarme y menos ilusionarme con él si no estaba segura de lo que quería; pero lo que le molestaba más era que le había ocultado la verdad. Cuando ayer viernes me vio llegar con la cara destemplada y la mirada perdida, no tuve otra salida que contarte todo… cómo nos conocimos, cuándo y dónde, le conté la cita en el restaurante (abrió sus ojos como platos al saber que pisé 'Il Valentino') y le conté lo que pasó estos dos días en la obra de construcción. Pensé que lo tomaría mal, pero resultó ser muy comprensiva. Eso me gustaba de ella, por muchas locuras que Alice y yo hiciéramos, Leah siempre tenía una palabra de ánimo y nos entendía. Asumo que es por tener más edad que nosotras y haber vivido muchas más cosas.

—¡Hombres! Siempre son un problema —bufó—. ¿Por qué no traes un vino de tu casa? Una copita de tu Merlot te puede relajar —sugirió.

—¡No! Vino no—. Apresuré a decir casi asustada y ella me miró incrédula, ni yo misma me reconocía puesto que siempre he sido una fan acérrima del vino, pero ahora... ¡En mi vida quería volver a probar una sola gota! Todo por culpa de él. Estúpido.

—Mmmm… Creo que follar con el chico de ojos verdes realmente te ha hecho mal, Bella. Estás loca —se acarició el mentón como examinándome—. Ahora sí me preocupas —añadió en son de broma.

—Bitchy —respondí asesinándola con la mirada.

—No es broma, Bells… Steve te ha movido el piso. ¡Nunca pensé verte así por un chico! Si supiera Alice… sería épico.

Ok. Explicación. Cuando le conté todo lo que había pasado con Edward, tuve que hacer un pequeño cambio de nombres (para que no se entere Alice), y le dije que el chico de ojos verdes se llamaba "Steve".

—¡Ni se lo digas! —salté en mi sitio.

Una sonrisa burlona se asomaba en su tez morena.

—Mi paciencia tiene un límite y si no me dices pronto por qué no quieres que ella sepa quién es Steve, me harás utilizar la fuerza —torció sus labios en otra sonrisa llena de malicia—. Aún guardo mi antigua batería y no tendría ningún problema en volver a mis noches de locuras desenfrenadas.

—No puedes hacer nada —afirmé confiada—. Recuerda que Seth vive contigo.

—¿Y quién dijo que Seth no es un gran baterista? Estuve pensando en inscribirlo a clases de música.

—Te odio.

—No es cierto —sonrió triunfante sentándose en el extremo opuesto del sofá—. ¿Sabes? Aún no puedo creer que Steve te haya dicho eso —agregó con voz más calmada—. ¡Wow! En todo el tiempo que te conozco, Isabella Swan, ningún hombre te había hablado de esa manera.

—Lo sé…

"Maldita sea, ¡lo sé!", grité en mi interior, y no debería de dolerme, pero, me había afectado mucho.

"¿Sabes cuál es tu problema? a veces eres demasiado pragmática, siempre quieres jugar sobre seguro en vez de asumir algún riesgo. Pero de esa manera jamás ganarás algo grande. Créeme", zumbó en mi oído haciéndome largar un suspiro, después de esto, el recuerdo de sus labios besándome y sus brazos acercándome a su cuerpo, regresó, más vívido que antes.

¿Por qué le mentí?

—Se merece que te lo folles con…

— ¡Oh por Dios, Leah! —le reprendí—. ¡Ni siquiera creo que lo vuelva a ver en mi vida y tú estás pensando en agradecerle con sexo por todo lo que me hizo!

—Te puso en tu sitio. Eso es mucho.

—No escuchaste nada de lo que te conté, ¿verdad? —le pregunté enojada.

—Sí lo hice, Bella, y todavía no comprendo por qué lo botaste. Todo parecía que estaba marchando bien, ¿no?

Me encogí de hombros. Claro que todo estaba marchando bien. ¿Cuántas veces en tu vida se presenta un chico trabajador, extremadamente guapo, sexy y un dios del sexo diciéndote que quiere estar contigo?

Exacto. Nunca. Y lo más terrible era que las pocas veces que había soñado, había sido con él y las flores violetas y lilas de mi prado, en Forks. Me vi a mi misma riendo, besándolo, haciéndole el amor bajo las estrellas, como si quisiéramos formar parte de la noche, como si aquél fuera el único lugar donde quisiera vivir… Como si fuera una fantasía.

¡Demonios! Fui una tonta. ¡Estúpida! Dejé ir a uno de los pocos hombres con el cual he tenido una química casi perfecta.

"¡Por fin te das cuenta que fuiste una cobarde!". Mierda, la voz.

No lo fui.

"¡Acéptalo! Si no te hubiera reclamado nada, hubieras caído redondita a sus brazos."

Es verdad…

—Sí, pero también está el hecho que sigo molesta con él —apunté más para mí misma que para mi amiga—. Me dejó botada cinco días, no me llamó por teléfono y en vez de explicarme que pasó, me reclamó. Es un idiota.

—Habrá tenido sus motivos. Además, si lo primero que hiciste fue engañarlo, botarlo sin darle tiempo para que te explicara algo, no te quejes.

—¿De qué parte estás? —le pregunté contrariada. Ella no me hizo caso.

—Mira, Bella — Leah se plantó delante de mí y se puso en cuclillas quedando su rostro a la altura del mío—. Escúchame porque lo diré una sola vez —dijo con voz seria haciendo que enfocase toda mi atención en sus ojos negros—. Siempre has sido muy cautelosa y cuidadosa con los hombres que sales. Siempre has sido demasiado objetiva con ellos, sopesando sus pros y sus contras, como si fueran jugadores de futbol. Quizá sea el momento de dejar eso de lado. Quizá sea el momento de dar una oportunidad a Steve.

—No te reconozco —le dije casi temblando y mareada.

Darle una oportunidad… Darle una oportunidad…

Dejé caer mi nuca sobre el respaldar del sofá. Respiré profundamente sintiendo un cosquilleo naciendo en mi estómago a la vez que miles de imágenes y zumbidos se arremolinaban en mi cabeza. Todo era culpa de Edward, me sorprendió regresando tres días antes y no me dio tiempo suficiente para pensar y meditar bien, aunque debo reconocer que mi reacción hubiera sido la misma. El conflicto que se creó en ese momento entre mi corazón y mi mente fue casi catastrófico, no sabía qué era lo correcto, estaba con la cabeza caliente y confundida. Tenía miedo, sin embargo, estuve a punto de ceder, de rendirme al poderoso efecto que tenía su cuerpo sobre el mío, de caer hipnotizada bajo su intimidante mirada…

Y eso estaba mal.

Pero… ¿Por qué le dije eso? ¿Por qué le mentí? ¿Por qué use una salida tan cobarde, tan mentirosa?

Por el temor a jugar y perder, Isabella…
Por el temor de salir dañada.
Por la rabia que sentiste cuando te reclamó…
y por la excitación que atravesó tu cuerpo al verlo tan celoso, ¿no?

Sí.

—Isabella, no quiero reprocharte nada, mucho menos juzgarte. Sé cómo te sientes porque hemos pasado por lo mismo y siempre te dije que no confíes en los hombres, menos que te enrolles con los que trabajas.

—Lo sé.

—No. No lo sabes —me detuvo por los brazos y me forzó a mirarla—. Porque si lo hubieras sabido, nunca hubieras caído en esta situación otra vez—. Hice una mueca de dolor y bajé mi mirada avergonzada. Mierda. Volví a recaer en lo mismo… volví a enrollarme con alguien del trabajo. Soy idiota—. Bells… — me alzó la barbilla y me obligó a mirarla. Sus ojos negros brillaban de ternura y comprensión—. No te martirices con eso, puedes superarlo. Lo que tienes que hacer ahora es apostar, aventurarte, jugártelas, dejar de ser miedosa.

Ok. Creo que a estas alturas debería haber salido a galope tendido del departamento de la 'correctísima' Leah, pero ya había llegado demasiado lejos. Lo cierto es que en aquél momento sentí un placer inexplicable en mi cuerpo y no era sexual, era como si una ventisca golpease mi rostro haciendo que sus palabras me traspasaran lo más profundo del alma.

—Deja esa cara de jodida Bells y hazme caso—. Volvió mi Leah ruda—. No te dejes guiar por mis experiencias, ni por la adicción que tiene Alice hacia los hombres escurridizos. Date una oportunidad, hazlo por ti. Si al final del día no funcionó, siempre nos tendrás a nosotras para apoyarte y planear juntas un 'plan maléfico' que mate al desgraciado que te hizo sufrir. Pero mientras tanto, no te cierres a lo que quizá podría ser una bonita relación. Te lo mereces, te mereces lo mejor del mundo. Y sólo tú puedes salir a buscarlo y lucharlo. Sólo de ti depende ser feliz ―finalizó con una sonrisa.

Sonreí bajito y le devolví la mirada con una dulzura y cariño que nació desde lo más profundo de mi corazón y que sólo podía expresar mi inmensa gratitud hacia ella y sus palabras, haciendo a su vez que unas lágrimas intentaran asomarse por mis ojos ya acuosos.

Mi alma se había metido en un lío entre el corazón y la mente, entre la soledad del desierto la ventisca del arenal, entre el vacío o el todo. No sé si saldría victoriosa de esto, pero tampoco quería quedarme sentada en el sillón, comiendo helados y devorando las pizzas sin hacer nada para encontrar una solución a mi problema anti-citas.

¡Momento de superación, Isabella!

Me acababa de dar cuenta que no puedes detener a la ley de la naturaleza, ni a la química pura e innata que fluye de dos cuerpos desconocidos, o al impulso eléctrico que se origina cuando frente a ti, tienes a un ser que con solo una mirada te estremece y te hace reconsiderar tus convicciones. ¿Podría ser el destino?

—¿Crees que debo llamarlo? —pregunté al fin aún miedosa.

Leah sonrió de oreja a oreja.

—Lo que creo es que deberías agradecer sus palabras con unas perlas blancas, cogértelo hasta quedar sin sentido y aceptar su propuesta para salir juntos a cenar mañana.

Le tiré un cojín y reímos como locas. Si alguna vez han leído en alguna revista femenina, digamos 'Cosmopolitan' y han considerado como bazofia las sugerencias acerca de las noches insufribles de mujeres que se reúnen para descorchar una botella de vino, compartirlo entre amigas y hablar mal de los chicos, pues les digo que es mentira. Es lo mejor del mundo.

Y no. No quiero vino. Para eso está Alice que traerá el tequila.

—Ahora sí, ayúdame a seleccionar la música para esta noche y por favor, busca el control remoto y ponle pilas.

Asentí con mi cabeza y cuando apenas me había puesto sobre un pie, la puerta del departamento se cerró de un golpe y una chica bajita, menudita, de ojos ámbar se posicionó frente a los muebles de la sala dejando una pila de bolsas en el suelo. Me miró con picardía y me dio la impresión que llevaba parada hacia mucho rato.

—Hey, Alice.

—Las escuché… y ¡estoy de acuerdo con ustedes! — mi corazón aterrado dejó de latir un momento—. ¿No es terrible cuando el vibrador se muere en medio del sexo y no tienes pilas de repuesto?

—¡Oh Dios mío!

Otra loca…

—Alice, cállate, ¡mi hijo está durmiendo!

Sin dejar de sonreír, Alice avanzó hacia nosotras y nos dio un beso en la mejilla. Mi mejor amiga estaba vestida con una elegante mini falda negra de seda combinada con una blusa blanca a rayas negras del mismo material. Su fina cintura era ajustada por una correa negra de charol a juego con sus zapatos de tacón alto y su cartera del mismo material, mientras que unos pantys negros traslúcidas tapaban sus hermosas piernas. Alice siempre vestía elegante. Se sentó en un futón y empezó a comer los trocitos de queso Edamque había traído Leah hacía unos instantes.

—¡No lo van a creer! —exclamó minutos después—. ¡He conocido al hombre más impresionante del mundo! — Leah y yo nos miramos resignadas y suspiramos al unísono. Alice siempre decía lo mismo, cada chico que conocía le resultaba fascinante, tenía una 'adicción' especial a 'eso'. Pero así la amábamos.

—¿De quién se trata en esta ocasión?

—Es un cliente con el que llevo tres semanas hablando e intercambiando ideas de decoración para su consultorio jurídico. Ayer me llamó para que nos reuniéramos fuera de la empresa y tomar algo. Yo acepté, naturalmente, no le veo ningún problema en relacionarte con tus clientes, porque son pasajeros, no es como enredarte con los que trabajas—. Lo que dijo me cayó como un balde de agua helada. Leah no me miró—. Así que fui al Chicago Grill Bary cuando entré, me topé con un hombre estupendo sentado en la barra sonriéndome y esperando sólo por mí. Era mi chico.

—¿Te lo has tirado? —le dije de sopetón tratando de ahorrarnos los detalles.

—¡No! —exclamó horrorizada. Eso es un milagro en Alice—. Me llevó a mi casa, nos besamos en el coche y estuve a punto de caer... pero… quiero esperar esta vez porque quiero que ocurra algo de verdad. Es algo diferente, no puedo explicarlo, pero parece que va a ir bien...

Leah me miró detenidamente esbozando una sonrisa, sus ojos transmitían el mensaje no hablado que luchaba por fluir de sus labios y que yo entendía a la perfección: "Te lo dije. Si ella puede, ¿por qué no tú?"

Sí, le daba la razón, sólo que los hombres no eran tan estúpidos como nosotras suponíamos. Sabían que no costaba mucho llevarse a una mujer a la cama. Lo del "te quiero" tal vez no funcionara tan bien como en otros tiempos, pero si se le decían a una mujer que es guapa, especial o diferente, entonces caería como una bomba. Pero siempre tuve la impresión que Edward era diferente… y ¡válgame Dios que sí lo era! Si no, no se hubiera mostrado tan celoso y posesivo desde un inicio.

—Hemos quedado para mañana —agregó Alice—. Y... ¡Acabo de regalarme ropa interior nueva! ¡Así que no me maten por no traer suficiente alcohol para esta noche!

—¡Yo sí te mato, mujer! —grité.

— ¡Qué importa! ¡Quiero ver toda tu artillería! —exclamó Leah haciendo que Alice empezara a sacar toda la lencería fina que había comprado. Me quedé con la boca abierta, los conjuntos de ropa interior eran increíblemente hermosos, delicados y sexy. Los encajes y bordados eran sofisticados e imprescindibles para toda mujer coqueta y elegante, como Alice, claro. Apuesto que, si Edward me viera vestida con alguna de esas tangas, caería rendido a mis pies y sólo luego después de arranchármela con fuerza, tendríamos sexo como salvajes.

¡Dios! ¿Qué hago yo pensando en Edward? No, no, eso está mal.

—¿Victoria's Secret? ¿Tú estás loca? ¿Cuánto te ha costado eso? —gritó Leah asustada, mientras Alice la miraba con cara adormecida. Para Alice, el dinero no era mucho problema, tenía una abuela rica que le dejaría una millonada como herencia.

—¡Hey, Leah! Toda mujer necesita contar con al menos una pieza de ropa interior bonita y femenina en el armario. Las bragas de algodón blanco de las rebajas, por muy nuevas que sean, no cuentan.

¡Oh sí que cuentan! Para Edward cuenta todo.

—¿Cuánto te han costado? —exigió saber la morena.

—Por este conjunto de encaje negro, ciento ochenta dólares, y por estas de color rojo, doscientos veinticinco.

—¿Tú estás loca?

—Es sólo un gustito. Tú debes de saberlo muy bien Bella —volvió su mirada hacia mí—. ¿No es cierto que te sientes mucho más sexy si sabes que la ropa interior que llevas puesta es maravillosa?

—Bueno… sí. Tiene razón.

Alice sonrió triunfante ante mi respuesta, mientras Leah seguía ceñuda.

—¡No, no la tiene! Puedes sentirte igual de sexy con una tanga de hilo negro comprado en rebajas. De todos modos, ¡es algo que está destinado a desaparecer!

—Sí, pero cuenta para la primera impresión, y ¡yo quiero que él se lleve la mejor primera impresión de su vida! —respondió Alice totalmente motivada. Parecía que quería dar saltitos en su sitio.

¡Dios! ¡Justo en este momento se les antoja hablar de bragas! Si tan sólo supieran lo que Edward hace con ellas… no les importarían si fueran de lujo o de rebajas...

Fui una maldita afortunada… pero lo fregué todo. Suspiré. Deseaba ver a Edward, pero sabía que aquello podía suponer un problema. Tenía temor, miedo de acercarme a él y sentir su rechazo. Eso podría ser aún más doloroso. ¿Y si mis acciones habían hecho que se perpetuase una maldición contra mí? Tanto esquivar a las citas, que ahora, podía ser yo misma un repelente para los hombres serios.

Isabella Swan. ¡No seas tan terca! Tienes que probar.

Leah, aún ceñuda, se fue a la cocina y trajo una botella de Smirnoff y con jugo de naranja, hicimos un trago corto y rápido. Sentir el licor ingresar a mi sistema era lo que necesitaba. Alice siguió contando los pormenores de su cita, y yo no dejaba de admirar el entusiasmo con el que vivía, su sentido de humor y su disposición natural a ver siempre el lado positivo de las cosas. También me fascinaba lo bien que llevaba seguir soltera. Alice se enfrentaba a los hombres como si fueran un reto, se tomaba cada aventura como una experiencia de la que aprender y de la cual podía sacar alguna moraleja.

Quizá yo deba aprender de ella. No lo sé… sólo sé que el tiempo lo dirá.

.

.

.

—¿Qué fue eso? —logré decir abriendo mis ojos paulatinamente, quizá eran las ocho o nueve de la mañana y ya escuchaba ruidos extraños a mi alrededor. "¡Pero si es domingo!", pensé y decidí ignorar cualquier cosa que estuviese pasando, yo sólo quería dormir un poco más.

Recordé que anoche tuvimos una pijamada excelente, reímos, cantamos, conversamos y recordamos algunas experiencias malas, otras buenas, hablamos de sexo y jugamos como si fuéramos niñas. Lo que siempre ocurría los sábados por la noche —a no ser que decidiéramos salir a rumbear o de cacería— ya saben, lo normal.

El sonido siguió y no tuve más remedio que levantarme. Era la puta licuadora. Rodé los ojos y maldije los batidos energéticos de Leah que siempre tomaba a las ocho de la mañana. Miré a un costado y Alice seguía durmiendo plácidamente; así que no la molesté y me dirigí al baño para darme una ducha rápida, felizmente, la noche anterior traje todos mis utensilios para cambiarme. No tenía ganas de ir a mi departamento.

Me vestí con un short blanco y un polo sin mangas negro. Cuando llegué a la cocina, ya estaban Leah y Seth desayunando. Inspiré fuertemente el olor a café recién hecho y me sentí en el paraíso. Lo amaba.

―Buenos días, tía Bella ―me saludó Seth antes de seguir comiendo su leche con cereal.

―Hola pequeñín, ¿dormiste bien? ―le revoloteé la cabellera de un profundo color negro.

―Sí ―sonrió radiante, aquella mueca, tan franca y sincera me hizo recordar a alguien. Tomé asiento y quedé sorprendida con la velocidad con que Seth llevó la última cucharada de cereal a su boca y se paró como un cohete llevando sus utensilios a la cocina, regresando segundos después para adoptar una pose de soldadito―. Listo mamá, terminé. ¡Iré a jugar con Eric! ―se despidió de nosotras con un beso en la mejilla y salió rapidísimo al corredor para buscar a su vecino y jugar con él.

Yo sólo me tiré en la mesa con los brazos abiertos. Seguía cansada, quería seguir durmiendo, si era posible hasta el día siguiente.

—Toma café, Bells.

—Lo haría si no fuera porque quiero dormir —mi amiga bufó sonoramente; por el rabillo del ojo la vi pararse y acercarse segundos después con una taza de café humeante. ¡Era mi ídola!

—Te amo.

―Lo sé —rio— ¿Y Alice? ―mordió una tostada con mermelada. Su rostro moreno se mostraba intacto, sin una ojera, como si no se hubiera amanecido con nosotras.

―Recobrando fuerzas para someternos más tarde a sus planes.

―Pobre de ella si me ha…

Pero no pudo terminar su frase porque Seth regresó a la habitación bastante agitado.

―¡Mamá! ¡Mamá! ¡Tía Bella!

―¿Qué pasa? ¿Te sucedió algo?

―No. A mí no ―lo miramos extrañadas―. Pero afuera está sentado el gasfiterodel domingo pasado… y… ¡no sé! ―salió corriendo nuevamente sin decir más palabras.

El gasfitero del domingo pasado… el gasfitero del domingo pasado… Yo escuché hablar a Leah sobre un gasfitero de ojos verdes… ¡Ay Dios mío! ¡Pero sí es Edward!

Mi corazón volvió a pegar un triple salto mortal y miles de maripositas revolotearon en mi estómago haciendo que mi garganta se secara y el temor me invadiera y nublara mi conciencia…

Edward estaba aquí. En mi piso. Afuera de mi departamento.

―¡Viste Bells! ¡Definitivamente debes usar las perlas con él!

―¿Qué hago ahora? ―le pregunté con un fino hilo de voz. El nudo que tenía en mi pecho no me dejaba hablar. Estaba sorprendida y aturdida.

―¿Eres idiota o qué? Anda y habla con él. Yo te disculpo con la enana.

―¿Segura?

―¡Dios! ¿Qué hombre viene a buscarte a tu casa después de tremenda pendejada que te mandaste? ―arqueó una ceja haciendo obvia la respuesta.

Asentí después de un minuto. Pasé saliva y me acomodé la poca ropa que tenía. Mientras caminaba hacia la puerta, iba inhalando y exhalando con toda la fuerza que podía ejercer con mis pulmones, tratando de apaciguar mis nervios, pues tras la puerta se ocultaba el chico de mis sueños y de mis fantasías.

Me detuve a sólo centímetros para escuchar a Seth y Edward conversar. Volver a oír su hermosa voz, tan suave como la seda y tan melodiosa como la más bella canción, me hizo estremecer y sentir el furor de las mariposas por todo mi cuerpo.

¿Vienes a ver a mi tía Bella?

Sí, pero no sé dónde está.

No te preocupes, ya debe de salir. Además, vas a arreglar sus tuberías, ¿no?

¡Oh por Dios!

¿Sus tuberías? ―noté cierta confusión en su voz aunque puedo jurar que reprimía una risa.

Sí. Por eso viniste la semana pasada también ¿no? Para arreglar las tuberías de tía Bella.

Ahora sí no pude callarme y solté una risa. ¡Seth era muy inocente!

Isabella y sus morbosidades. ¡Compórtate!

¿Quién te dijo eso? ―volvió a preguntar Edward, pero esta vez ya dejó fluir una risita, la cual me sirvió como aliento. Si su voz era la mejor melodía del mundo, su risa era celestial.

Mi mamá me dijo que eras gasfitero. Y tía Bella me dijo que no tenías buenas herramientas. Supongo que por eso vienes ― casi grito al escuchar esto. Edward seguía riendo.

Oh… tu tía Bella debe estar confundida porque sí tengo muy buenas herramientas.

Sonreí. Obvio que las tenía. Tenía una muy buena.

"Ok. Bella respira. Es sólo un chico. No es el fin del mundo."― me repetía a mí misma por enésima vez tratando en vano de armarme de valor. Era una cobarde. Tenía miedo de dar unos pasos más.

Debes hacerlo Isabella. Es por tu bien.

Ok.

¿Qué te hiciste ahí? ―volví a escuchar la voz de Seth. Sólo que esta vez, su tono había disminuido y mi pequeñín parecía un tanto serio y… ¿preocupado?

Sacudí mi cabeza para despejarme. Quizá mis nervios me jugaban una mala pasada.

Respiré profundamente otra vez. Y… ¡A la de Dios! "¡Nervios acompáñenme!"

Abrí totalmente la puerta y la imagen que pensé encontrar no era nada parecida a la realidad. Edward estaba sentado en el suelo, al lado de mi puerta y de espaldas a mí con su inigualable cabellera cobriza. Tenía a su costado una bolsa blanca y sus jeans desgastados me daban la impresión que había estado esperándome por horas. Lo miré en silencio y sentí cómo se encogía mi corazón con esa clase de anhelo que indicaba algo más que deseo físico. Sonreí… él había estado esperando por mí.

―¡Tía! ― gritó Seth corriendo hacia mí obligando a Edward a voltear y fijarse en mí.

―Seth entra ya, deja de... ― Me callé de golpe y casi me desmayo de la impresión.

―Bella... ― pronunció Edward. Sus ojos verdes con los que tanto había soñado me estaban mirando por fin, pero algo en su hermoso y esculpido rostro no estaba bien.

―¡Oh por Dios! ¿Qué?... ¡¿Qué te pasó? ―grité arrodillándome, aturdida. Llevé mis manos a mi boca y la tapé para acallar un sonoro gemido que disputaba por salir.

―Nada ―se encogió de hombros.

―¿Cómo que nada? ―volví a preguntarle observando con tristeza su ceja perfecta partida en dos, pasé mi mano por ella tratando de no tocarlo y quise borrar con el dorso de mi mano el moretón violeta que se dibujaba en el lado derecho de su boca. Me detuvo por la muñeca y note en sus ojos una luz difícil de interpretar, como si estuvieran desprotegidos, como si clamasen por algo. Era un niño indefenso.

Su corazoncito de niño debía estar lastimado… algo le pasó, recuérdalo Isabella.

―Ven, entra ―lo jalé hacia mi departamento, él cogió la bolsa y me siguió. Seth ya había entrado al suyo y no había nadie más en el piso.

Lo dejé sentado en el sofá y corrí hacia el baño, donde tenía un pequeño botiquín. Revolví todo lo que había en él tratando de encontrar un poco de gasa o algodón mas sólo logré hallar un frasco de alcohol. Cerré la puertita y me sostuve en el lavadero con la respiración agitada… Una fulgurante sensación me dio de lleno en el pecho. Los nervios de estos días no eran nada comparados con los de ahora, pero aquella no era mi única reacción, me encontraba desconcertada, confundida y asustada, no tenía capacidad de concentración. Él no merecía sufrir, ninguna persona lo merecía, y verlo así, herido, tan indefenso, sólo provocó que mis ganas por estrecharlo entre mis brazos aumentaran y vencieran a mis debates internos; aunque debo reconocer que tampoco entendía el motivo del porqué yacía tirado en mi sofá con el pómulo golpeado.

Yo debí buscarlo. No él a mí.

Nuevamente, Edward me sorprendió, me tomó por sorpresa; irrumpió en mi vida de sopetón dejándome aturdida.

Suspiré.

¿Por qué será que siempre que Edward aparecía, mi mundo daba un giro de ciento ochenta grados y se convertía todo en algo tan misterioso y difícil de descifrar?

―Bella.

Su voz. La bolsa de algodón cayó a mis pies al escuchar su voz aterciopelada en mi oído. Me puso la piel de gallina y me tensé de inmediato al sentir nuevamente sus manos fuertes alrededor de mi cintura. Vi su reflejo en el espejo y el brillo que emitían sus ojos esmeraldas se había intensificado haciéndolos resplandecer como luceros en el anochecer a través de la luna. La calidez que emanaba de su piel podía sentirla por todo mi cuerpo. Lo había extrañado.

―No puedes hacer nada por esto, Bella. Ya pasó. Es el pasado ―susurró señalando sus heridas.

―¿Qué te hiciste en la cara Edward? ― Mi voz sonó a súplica. Me dolía verlo así.

―Eso no importa ahora ―masculló depositando besos sutiles en toda la curvatura de mis hombros mientras introducía sus manos bajo la tela de mi camiseta para acariciarme. Sus cálidos labios y su tacto ardiente en mi piel mandaban cortos pero intensos escalofríos por toda mi anatomía. Contuve el aliento, cerré mis ojos infundiéndome fuerza y me volví para situarme frente a él.

―Edward, yo…

―Shhhh… ―me calló y de un ágil movimiento me arrinconó a la pared contigua posando cada brazo a mis costados. No tenía escapatoria, estaba apresada entre sus brazos y su mirada―. No sabes lo difícil que fue escoger la decisión correcta, Isabella. Después que me fui de la obra, quise regresar y llevarte a mi cama, someterte y esclavizarte, atarte a mí, para que entiendas de una vez, todo lo que te estaba diciendo ―me dijo con voz sugerente haciendo que en ese momento la sangre corriera ardientemente por mis venas, excitándome. Su tono demandante y posesivo hizo que mi intimidad vibrara y palpitara de antelación.

¿Qué tenía este hombre que hacía que mi cuerpo lo añorase y desease con una voracidad atroz?

―Pero la rabia me consumía. Los celos me tenían ciego y me prohibían regresar. Fui estúpido al tratarte como te traté, no debí decirte todo lo que te dije. No es una disculpa certera, quizá hasta suene cobarde, pero la claridad de mis pensamientos no era mi mejor arma en ese instante y por eso no me importó lastimarte ―su voz pasó de la rudeza a la inquietud y el miedo―. Te debo no una, sino varias disculpas…

Sus intimidantes ojos recorrieron mi rostro con un alto grado de vulnerabilidad… ése era mi Edward temeroso, infantil, el niño que merecía ser comprendido, el niño que tenía una ceja partida… Había sinceridad en sus palabras y yo tenía el deber de hablarle con el mismo grado de confianza mas no hacía otra cosa que mirarlo con devoción, deleitándome con el placer que era escuchar la suavidad de su voz y apreciar sus tentadores labios.

Aterriza Isabella, sé fuerte.

―También sé que debí darte explicaciones correctas desde un principio, decirte toda la verdad… ―continuó mientras se acercaba aún más a mi rostro para luego delinear pausadamente con su nariz cada centímetro de él. Cada minúsculo contacto de su piel con mi piel era un hervidero de sensaciones pasionales que eran aumentadas con el exquisito olor varonil de su loción.

Edward era consciente del efecto que tenía sobre mí, por eso guio sus labios a la comisura de los míos provocándome anhelo. Mi corazón se agitó y mi mente empezó a desconectarse de mi cuerpo, estaba a sólo unos centímetros, podía sentir su aliento fresco cerca del mío… El beso se acercaba…Pero debía detenerlo. Si quería empezar a darnos una oportunidad, debía dejar las cosas en claro antes que toda nuestra pasión contenida estallase.

"No vuelvas a besarme de esa forma
Como hiciste ayer
Ni vuelvas a tocarme de ese modo
Que me hace gritar
Porque lo siento todo
Porque lo quiero todo

No vuelvas a decirme esas cosas
Que dijiste ayer
Ni vuelvas a abrazarme ni adorarme
De ese modo así
Porque me vuelvo loca
Porque me siento loca

Porque si vuelves a hacerlo
Voy a quedar pegada a ti
Voy a querer todo de ti
Voy a dejarlo todo, por ti
Y tengo miedo
Tengo mucho miedo…"

―Para Edward… Debemos hablar ―logré decir. Abrí mis ojos con pesadez y noté lo agitados que estábamos. Él se tensó conteniéndose y asintió retirándose unos pasos. No quise mirarlo a los ojos.

Caminé hacia la sala con la cabeza gacha pensando y esperando que esto que iba a hacer fuera lo correcto y no se convirtiera en una caída dolorosa. Al menos, Edward no me estaba rechazando y eso debía ser una buena señal. Volteé y lo encontré a unos metros de mí aguardando bajo el umbral de la puerta con los brazos cruzados, tenía los ojos ensombrecidos y una expresión en el rostro difícil de leer.

―Yo también actué mal ese día, Edward. Estaba confundida, sigo confundida ―hice una pausa en la cual tiré mi cabello para atrás y me mordí el labio―. Todo ocurrió tan rápido, la obra, la cena, tu partida, tu regreso, que no tuve tiempo de asimilar nada y creo que cometí un error.

Por la preocupación que adquirieron sus gestos segundos después, entendí que no era la única persona en la habitación que esperaba una respuesta negativa.

―Fue mi culpa precipitarme, pero tampoco te quería dejar ir con facilidad. No era mi intención confundirte aún más de lo que estabas ―se apresuró a decir.

Negué con la cabeza. No se trataba de él y de lo que hizo, se trataba de mí, de vencer mis miedos y mis estúpidas convicciones.

―Esto no es fácil para mí, Edward. Tengo miles de preguntas, de dudas; por otro lado, quiero reclamarte, quiero que me expliques todo lo que pasó, pero me da miedo hacerlo, temo conocerte más. Tengo miedo a…

Mi corazón se encogió y mis manos comenzaron a temblar. Tomé mucho aire. Nunca había hecho esto, era la primera vez que encararía mi problema frente a un hombre, era algo que nunca pensé que haría…

No vuelvas a besarme de esa forma
Como hiciste ayer
Ni vuelvas a tocarme de ese modo
Que me hace gritar

Porque si vuelves a hacerlo
Voy a quedar pegada a ti
Voy a querer todo de ti
Voy a dejarlo todo, por ti
Y tengo miedo
Tengo mucho miedo…

―Tengo mucho miedo a que esto llegue a ser algo más fuerte que no pueda controlar, que se me escape de las manos y que al final, si te vas, logre lastimarme.

―Bella, mírame —acortó la distancia que nos separaba hasta detenerse frente a mí. Me instó a mirarlo―. ¿En algún momento te he dado a entender que quería lastimarte? ―negué con la cabeza―. Has estado en mis pensamientos desde hace cuatro meses, desde que te vi en casa de Alice. En ese instante supe que debía conquistarte.

―¿Por qué a mí? ―quise saber.

―Te lo dije una vez, y te lo volveré a repetir las veces que quieras… ―acunó mi cara entre sus manos y sentí un alivio fugaz―. Eres hermosa, diferente y misteriosa, Bella. Me cautivaste con la sencillez y la naturalidad de tu ser, con la pasión y empeño que pones en todas las cosas que haces ―juntó su frente con la mía y cerró sus ojos. Lo imité respirando su aire y pude sentir cómo en ese segundo nuestro breve contacto se volvió eléctrico e hizo que la cabeza volviera a darme vueltas.

―Además de ser mi perdición, Bella… Me vuelves loco.

―Temo que esto no sea real, temo que vayas a desaparecer...

―No lo haré ―me abrazó con más fuerza―. Ya no tengo fuerza para estar lejos de ti.

La sensación de alivio invadió por completo mi ser. Mis hermosas alas blancas volvieron a brotar en mi espalda elevándome unos metros y me endulcé.

Él no me dejaría partir... Y yo, trataría de no hacerlo.

Su nariz volvió a recorrer mi rostro suavemente haciéndome suspirar mientras que un cálido estremecimiento se esparció por todo mi cuerpo al momento en que sus dedos se deslizaron por el lateral de mi cuello hasta el borde de mi camiseta negra. Ya no escuchaba lo que decía. Simplemente me limité a mirar sus labios para ver si iba a besarme. Aquello era lo que realmente quería y necesitaba, lo había echado de menos.

―¿Sabes? Alguien dijo una vez: la vida sigue y hay cosas y personas que se te escapan de las manos y no puedes hacer nada... esa es la ley de la vida; ahora yo digo: y si no quieres dejarlos escapar ¿aún puedes hacer algo? ―lo miré extasiada aguardando su respuesta. Él sonrió―. Claro que sí podemos hacer algo, Bella… vayamos contra la ley de la vida. Seamos rebeldes de la vida. Riámonos de ella, demostrémosle que no siempre es capaz de arrebatarnos lo que más queremos.

Sus palabras eran hermosas y muy ciertas… pero…

―Soy débil, Ed ―confesé―. Y a mí no me gusta mostrarme débil.

―A veces debes sentirte débil para ser más fuerte, cariño.

―No soy lo que crees que soy, Edward― admití. Él debía de saberlo.

Abrió sus ojos y me sonrió sutilmente deslizando su pulgar por mis labios con sensual delicadeza.

―Pues no hay nada que me haga cambiar de opinión.

―Puede que tus ojos me tengan preferencia, pero te aseguro que otros hombres no me ven así ―se tensó.

―No me importa los ojos de los demás hombres, Isabella. A ti tampoco deberían importarte ―dijo con el entrecejo fruncido. Yo sonreí porque sin darme cuenta, había aprendido a querer sus celos patológicos, así como también odiar los secretos, los silencios y los monosílabos de sus respuestas.

―Me debes muchas explicaciones, Edward, ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué me hiciste sentir mal? ¿Cómo sé que puedo confiar en ti? ―le pregunté aún temerosa. Me solté de su agarre y caminé hacia el minibar, apoyé mis manos sobre la madera y miré tras la mampara el paisaje de Chicago. Allá afuera se desarrollaba la vida, aquí, frente a mí, podía tener a alguien que sería mi vida. Debía de confiar.

Isabella Swan tratando de confiar en un hombre… era para la historia.

―Isabella —se acercó por detrás sorprendiéndome. Me atrajo hacia él y apoyó su mentón en mi hombro desnudo―. Quizá yo no sea lo mejor que puedas conseguir, pero quiero darte la fuerza y confianza que necesitas. Es todo o nada lo que vengo a ofrecerte, a cambio sólo quiero tus pensamientos para mí…

―Ya los tienes… ―murmuré.

―Y tú los míos. Pero también deseo tu corazón.

―Edward… No quiero nada serio… Aún no… ―me volví hacia él y lo miré directamente a los ojos. No podía prometerle nada… Aún.

―Sé que necesitas tiempo. Desde un comienzo lo supe, por eso no quería dejarte sola tantos días ―apartó un mechón de mi rostro y sus ojos me infundieron paz―. Así que iremos despacio. Como debió ser desde un principio. ¿Te parece?

Iríamos paso a paso… con tranquilidad. La sensación de alivio volvió a invadirme por completo y las alas estaban abiertas en todo su esplendor.

―Sí.

¡Oh! ¡Le dije que sí!

Se acercó hacia mí sin romper el contacto de sus ojos con los míos, engatusándome a su vez con una preciosa y tentativa sonrisa ladina. Se veía el triunfo entre ellos. Mi espalda chocó con la alacena, pero no me importó. Edward se inclinó hacia mí y me besó con delicadeza en los labios. ¡Por fin! Lo que tanto anhelaba… volver a probar sus labios, su sabor, la textura maravillosa de su lengua, era la gloria. Le respondí con igual o con mayor intensidad y me entregué por completo a las sensaciones que se estaban adueñando de mi cuerpo.

Era algo cósmico y maravilloso, casi indisoluble.

―Me gustas —se separó dejándome sin aliento.

―Aún no me atrevo a creer que estés realmente aquí ―susurré, no podía creer tampoco que Edward me hubiera vuelto a tomar entre sus brazos con tanta facilidad. Ojalá que yo pueda mantener por un tiempo mi promesa.

Jaló con sus manos la bolsa blanca que trajo consigo y que se apoyaba sobre la alacena.

―Te traje esto.

―¿Qué es?

―Quise empezar a disculparme y esta es una de las primeras cosas que te debo ―me mordí el labio intrigada ¿Qué podía ser? Sólo atiné a sacar de la bolsa una cajita hermética la cual mantenía caliente a lo que estuviese dentro.

Lo abrí.

―¡Oh! Un cappuccino con crema ―dije sorprendida.

―Es tu preferido ―bateé mis pestañas sin poder creer el pequeño pero tremendo detalle que había tenido Edward conmigo... Fue muy dulce y yo era una maldita afortunada pues nunca nadie en mi vida me había esperado tantas horas afuera de mi departamento con una ceja suturada y mucho menos me había traído lo que más me gustaba.

Lo miré a los ojos y no pude evitar sonreír. Apoyé ambas manos en su rostro y me puse de puntillas para besarlo con la delicada pasión que sólo asociaba a él. De inmediato Edward me rodeó con sus brazos pegándome a su cuerpo y haciéndome sentir cada músculo de su pecho y su masculinidad a través de la tela. Su erección rozó mi vientre provocándome anhelo mientras que un cálido estremecimiento se esparció por mi anatomía cuando sus manos se introdujeron por debajo de mi camiseta.

Entonces, fue ahí cuando se prendió la chispa que se hallaba contenida en nuestro interior durante una semana… Me besó con urgencia, yo con desesperación, nos comíamos con los labios, nos necesitábamos cuerpo con cuerpo. La sangré hirvió por todo mi torrente sanguíneo arremolinando fuertes sensaciones en mi intimidad que vibraba, palpitaba y deseaba con todas sus fuerzas volver a ser suya. Gemí en su boca y me apretó deliberadamente contra él haciéndome sentir lo dispuesto que estaba.

―Descarada —susurró en mi oído con voz ronca―. ¿Cómo se supone que voy a controlarme contigo si te cubres con tan poca ropa?

Sonreí con picardía.

―No te controles… ―le respondí. Edward se giró levemente y gemí de placer cuando sus labios me recorrieron desde la mandíbula hasta el lóbulo de la oreja donde me mordió. Eso para mí era un sí. Me incliné y le mordisqueé el labio inferior para luego besarlo con frenesí.

Excitados, hasta un punto casi inexorable, nos desvestimos con rapidez. Sin dejar de besarnos le saqué el polo, le quité la correa y bajé la cremallera de su pantalón para liberar su duro miembro. Se veía tan maravilloso e imponente frente a mí. Edward sin darme tregua me giró y apoyó mis codos sobre el aparador donde guardaba los vinos. Llevó sus manos hacia el dobladillo de mi camiseta y me la quitó lentamente dejando fuertes caricias a su paso, luego se dirigió al elástico de mi short y lo bajó tortuosamente por mis piernas dejándome semidesnuda. Sentí su lengua en la parte baja de mi espalda donde comenzó a hacer círculos, mientras que una de sus manos acariciaba sobre la tela mi húmeda intimidad provocándome, haciéndome latir…

Yo quería más.

―También debes tener presente una cosa, Isabella― expuso con determinación―. Te quiero solo para mí. No quiero que nadie se atreva a mirarte ni tocarte, mucho menos a conquistarte. ¿Lo entiendes Isabella? ―cerré los ojos y sentí como me humedecía al compás de sus posesivas palabras.

―Sí…

―Muy bien ― Enredó su dedo en una de las tiras de mi tanga y jaló de ella, arranchándomela con fuerza. Me cogió de las caderas y me cubrió por la espalda con su cuerpo. El mío estaba tiritando por placer, no quería que fuera delicado, no en estos momentos, porque mi memoria ardía con el recuerdo de la última vez, en la cual me había llevado a cimas que nunca creí posible alcanzar.

Volvió a besar mi espalda, mi cuello y mi clavícula mientras sus manos acariciaban con delicadeza mis pechos y jalaban mis pezones ya excitados y erectos provocándome un sinfín de escalofríos por toda mi anatomía. Abrí un poco más las piernas para darle mayor acceso y aliviar así el dolor agonizante de mi intimidad. No podía aguantar más: lo quería dentro de mí… Edward se posicionó detrás y frotó la punta de su miembro contra mi húmedo centro haciéndome soltar un gritito de satisfacción y agonía. Deseaba a Edward como nunca deseé a ningún otro hombre en mucho tiempo. Me estaba costando verdaderos esfuerzos mantener el control.

―¿Estás consciente que después de esto ya no hay marcha atrás? ―me preguntó en mi oído, yo alcé mi mano y le acaricié la melena y el rostro, acercándolo más a mí.

―Sí ―suspiré excitada.

―Quiero que me prometas que no volverás a irte ni dejarme.

―Lo prometo.

Edward se separó unos centímetros y me volteó hasta quedar frente a frente. La suavidad de su mirada se había convertido en éxtasis puro. Me miró de pies a cabeza como si tuviera rayos x. Estaba desnuda ante él, pero me sentía extrañamente relajada. Nunca me había sentido tan libre, natural y sensualmente sincronizada con ningún otro hombre.

Me alzó hasta situarme encima de la alacena. Enrollé mis piernas en torno a su cintura y deslizó sus manos bajo mis nalgas agarrándomelas mientras me levantaba la cadera para alinearlas a las suyas. Su sexo volvió a chocar contra el mío haciendo que mi respiración se volviera más errática de lo que estaba.

Jadeé.

Cogí su cintura y tiré de ella, apresándolo y obligándolo a penetrarme. Él no lo hizo. Se contuvo.

―Lo has prometido muy rápido —me reprochó—. ¿Lo dices en serio?

―Sí.

―Eso espero, quiero tenerte por siempre en mi cama y en mi vida —observé sus ojos esmeraldas oscurecidos y supe que estaba hablando en serio. Aquello era más que un juego para él, y yo, no pude evitar hacerle esa promesa, aunque posiblemente me costaría mantenerla, pero lo intentaría… por mi bien.

―Me quedaré hasta que me pidas que me vaya ―le dije.

Edward sonrió triunfante y me miró con una mezcla perfecta de ternura y pasión para luego penetrarme por completo. Ambos gemimos al sentir la deliciosa fricción que era unirnos en uno solo, mi cuerpo lo había añorado. Aferré con más fuerza mis piernas a su alrededor a la vez que su boca y su aliento rozaban la piel de la base de mi cuello, rasguñándola suavemente con sus dientes.

Empezó marcando un ritmo lento y delicioso, para luego aumentar progresivamente la velocidad y la fuerza de sus embestidas provocando que me desconectara del mundo, como si se hubiera desactivado la parte práctica y analítica de mi cerebro y dejara que me guiara sólo mi corazón y mi cuerpo. Fue bajando paulatinamente por la grácil curva de mi cuello hasta llegar a mis senos que lamió y besó con devoción. La sola imagen de su boca chupando y succionando mis pezones erectos como si fueran el mejor manjar del mundo y la visión de los músculos de sus glúteos contrayéndose bajo el poder de sus movimientos, producía una sequedad en mi garganta y un jadeo incontrolable que resonaba en la habitación.

Desvió su atención nuevamente a mis labios y le respondí el beso con voracidad, saboreando su lengua, humedeciéndome con ella mientras que una de sus manos se clavaba con más fuerza a mi trasero empujándome contra él, acelerando el ritmo de sus acometidas en un vaivén de caderas delirante y transformando la situación en algo salvaje y apasionado. Deslicé mis manos por la espalda de Edward mientras él me penetraba más y más profundamente cuando sonidos de botellas llegaron a mis oídos y en ese instante fui consciente del lugar donde estábamos.

―El vino… ― me dijo.

―No importa… ¡No te detengas! ―exclamé y estampé sus labios ligeramente abiertos con los míos.

Nuestro frenético roce se estaba volviendo eléctrico en mi piel y los sonidos oscilantes de las botellas de vino a punto de romperse contra la madera sólo acrecentaba mi éxtasis. Edward gruñó y maldijo sobre mis labios al notar que empezaba a tensarme en torno a su miembro, lo que hizo acelerar sus embestidas, más cortas y más profundas. Mi cuerpo se estremecía cada vez más y sólo atiné a apoyar mis manos en sus glúteos para tratar, si era posible, de atraerlo más a mí. Sentí el rugido de la sangre en mis oídos y ya no pude más. Su piel y mi piel ardían, sus besos quemaban, sólo me dejé llevar rendida sin remedio a aquella tórrida sensación de erotismo salvaje.

Nuestras miradas se encontraron y se juntaron y supe en ese instante que también se estaba produciendo un encuentro de almas, tan opuestas pero similares a la vez.

Mi visión estalló en miles de luces multicolores sintiendo por toda mi espina dorsal el placer del orgasmo. Edward me sujetó de las caderas, intensificó sus embestidas y, a la vez que murmuraba mi nombre una y otra vez, estalló en su propio orgasmo.

Se dejó caer suavemente sobre mí para luego, más calmado, regar besos por todo mi cuello.

―Eres mucho mejor de lo que soñé… ―pronunció al tanto que mi cuerpo laxo era alzado y cobijado en el fuerte abrazo de Edward―. Te extrañé.

―Yo también― dije con sinceridad al reponerme segundos después―. ¿En verdad pensaste en esclavizarme y atarme a la cama? ―me miró fijamente y dejó escapar una silenciosa risita.

―Sí y no sólo eso.

Una sonrisa radiante se dibujó en mi rostro y una idea fantástica con alto contenido sexual se trazó en mi mente.

Me mordí los labios y arqueé una ceja sugerentemente. Tenía crema batida, café, una soga, una cama y…

―Ven, vamos a mi cuarto.

Sonreí para mí. Creo que era hora de cumplir con otra de mis fantasías.

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Notas:

¡Feliz Navidad! No pensé actualizar hoy, pero quería hacerlo para dejarles un regalito, que espero lo hayan disfrutado. Este capítulo me gusta mucho, sobre todo por la confianza y comprensión que Edward le tramite a Bella, es tan cute *-*! Aunque también me encanta su lado posesivo. Estoy lista para recibir sus comentarios, tomatazos, lechugas o lo que deseen. n.n

¡Les deseo a todas un próspero año 2022, lleno de salud, amor y paz. Que todos sus deseos se cumplan y que por fin acabe esta pandemia.

Mil besos, Lu.