Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son la genial Stephenie Meyer, yo sólo juego con ellos n.n


ADVERTENCIA: Este capítulo contiene LEMON (+18). Si no deseas leer, puedes pasarte de largo la primera parte =)


Capítulo 9

Delineé su rostro con la yema de mis dedos mientras que con la otra mano acariciaba su desordenado cabello castaño que destellaba al sol en tenues cerdas cobrizas convirtiéndolo en algo inigualable. Él era realmente hermoso y yo era una maldita afortunada.

¿De verdad pensaste en esclavizarme y atarme a la cama? ―le pregunté. Edward me miró fijamente y dejó escapar una silenciosa risita.

Sí, y no sólo eso.

Una sonrisa radiante se dibujó en mi rostro y una idea fantástica se trazó en mi mente en ese preciso instante.

Sonreí para mí sintiéndome orgullosa de mi pervertida mente. Sí ya había aceptado salir con él, darme una nueva oportunidad e ir avanzando poco a poco, ¿por qué no podría permitirme cruzar la delgada línea de lo convencional y dejarme llevar por la fugaz creatividad que se asomó en estos instantes por mi cabeza? Además, Edward, mi sexy capataz, se había portado muy bien, había hecho cosas que ningún hombre común podía hacer y era hora de darle una pequeña recompensa. ¿No lo creen? Yo sí.

La diablita Isabella Swan estaba a punto de emerger a la superficie…

Debía surgir ya.

―Vamos a mi cuarto ―le sugerí y él sin más obedeció con una sonrisa brillante. Edward era consciente de la mirada maliciosa que le lancé, él sabía lo que provocaba en mi cuerpo y yo sabía lo que era capaz de hacer… Mi capataz insaciable… me infundía una tranquilidad y confianza infinitas que no había logrado con ningún otro hombre, y, por si fuera poco, había descubierto que, a su lado, era una total descarada, exactamente como me dijo él minutos antes.

Y no me arrepentía, en absoluto.

Sin demora, Edward me elevó en el aire con sus fuertes brazos para envolverme y cubrirme parcialmente con el calor de su cuerpo y llevarme así a mi dormitorio. Entre bromas por estar completamente desnudos cogí mi cappuccino de la alacena anexa y en un abrir y cerrar de ojos ya me encontraba recostada en mi suave colchón, me quitó el cappuccino de las manos y lo colocó en la mesita de noche para sin derrochar ningún momento empezar a besarme. No quería despegarme de sus labios de miel, pero lo hice. Puse mis manos en su pecho y lo giré levemente. Era mi momento para darle su recompensa.

―Así que… ¿Querías esclavizar a tu jefa? ―le pregunté con voz seductora mientras lo recostaba suavemente en la cama. Tratando de mantener una postura felina pero a la vez seria, trepé sobre él quedando a horcajadas, con mis piernas a sus costados. Edward pasó saliva y la sorpresa se asomó por sus preciosos ojos verdes, los cuales empezaron a cambiar de color. Su erección comenzó a tener vida nuevamente y lo sentí rozar mi trasero. Ellos sabían quién estaba al mando esta vez. Creo que debieron de saberlo nada más dirigirles una sonrisa cargada de malicia al escucharlo decir que anhelaba esclavizarme y someterme.

Isabella Swan es una chica mala. Y las chicas malas son legendarias, ¿no es así?

—Aún quiero ―contestó, aclarando su garganta. Sentí la excitación y el ardor líquido recorrer mis muslos a la par de mi tono demandante, era lo mismo que se reflejaba en sus esmeraldas tan oscuras como el petróleo.

―Bien, pero debo recordarle, capataz Cullen, que la jefa soy yo ―agregué modulando el tono de mi voz y tratando de ser clara ―. Así que quién toma las decisiones aquí soy yo ―apunté acariciando su esculpido pecho sin ningún rastro de delicadeza. Arrastré mis uñas por sus tersos abdominales hasta llevar mi mano a sus muslos para después deleitarme con la dureza y la textura de su miembro. Edward se estremeció al sentir cómo lo envolvía con mi mano en un movimiento ascendente y descendente que lo hacía soltar gritos de placer―. ¿Entendido?

―Sí ―respondió un poco agitado y yo sonreí complacida acercándome a su oído para lamer y mordisquear el lóbulo de su oreja para luego maravillar e inundar mis sentidos con su olor natural y la suavidad de su cuello.

―Quédate quieto ―le dije con sutileza, tratando de sonar casual―. Es hora de recompensarte.

Y era la hora de cumplir con otra de mis fantasías.

Lo solté y me reincorporé, lo vi fruncir el ceño con una mezcla de aturdimiento y excitación; a mi parecer, Edward todavía analizaba cada una de mis palabras. Hice el ademán de retirarme y él de inmediato me cogió de las caderas para sentarme sobre su estómago, ambos gruñimos al contacto caliente y húmedo que se produjo en ese instante entre su piel y mi piel. Él no me quería dejar escapar y yo estaba boba aún. Enterró sus dedos en mi espalda y me atrajo hacia él para lamer mis pezones y tirar de ellos. Si no lo paraba en este instante, no respondería de mí después. Con un último suspiro y con delicadeza aparté sus manos de mi cintura llevándolas hacia su cabeza y apresándolas con las mías. Le di un besito fugaz y luego una pequeña lamida en sus labios para calmarlo.

―Quieto, Cullen.

Me paré rápidamente y él gruñó con más fuerza en clara señal de desaprobación. Caminé rapidísimo hacia mi pequeño walking closed para buscar en uno de sus roperos todo mi equipo de protección que uso para las construcciones. Desesperada y con la idea más lúcida en mi mente, tiré al suelo mis botas negras, un chaleco de alta visibilidad, mi impermeable, un par de pantalones especiales y unos guantes hasta que por fin hallé lo que quería: mi arnés y mi cuerda.

Los observé maravillada, quien pensaría que dos instrumentos tan normales y corrientes del uso diario podrían servirme para esta ocasión especial. Nunca los había utilizado en las obras, pero los tenía bien guardados por si se presentaba el momento adecuado para hacerlo… y ese momento llegó… hoy. Temblé de emoción y un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío por estar desnuda me recorrió desde la cabeza a la punta de los pies, erizando mi piel. Estaba a punto de despertar a la diablita mala que llevaba dentro y me gustaba… mucho. Además, él se lo merecía…

Sin perder el tiempo me coloqué el arnés cuidadosamente y sobre él, un chaleco de color naranja, era de malla suave y permitía que mis senos se vieran a través de la tela. Me miré al espejo y sonreí. Era el vestuario perfecto, pues mi trasero y mi feminidad estaban totalmente expuestos, listos para lo que él quisiera hacerme. Aunque no lo creyeran, me veía sexy.

Me cubrí con una bata de felpa blanca y cogí mi casco blanco que se hallaba en un compartimento del armario de construcción. Agarré mi pequeña cuerda y salí con paso decidido al dormitorio repitiéndome a mí misma que la confianza lo era todo. Siempre había creído que la maldad en la cama tenía que ver con una actitud osada, no con la experiencia sexual que tuvieras o si usabas un látigo o no, simplemente había que ser desenfrenadas, desinhibidas, romper las reglas y hacerlos rogar por nosotras como si fuésemos mujeres diabólicamente perversas.

Y claro, muchas otras veces, esto servía para darles una merecida recompensa.

"Recompensa al estilo Isabella Swan"... Ya hasta parece nombre de un libro.

―¿Por qué te cubriste? ―protestó Edward al verme llegar al dormitorio con la bata puesta.

No le contesté nada como tampoco le quité la mirada, sólo avancé con soltura hasta el pie de la cama, me subí encima de ella posicionándome frente a él con las piernas abiertas y me coloqué el casco lo más seductoramente posible para después abrir la bata lentamente hasta dejarla caer a sus pies. Los ojos de Edward se desorbitaron y sus labios formaron una "o" grande.

―¿Listo para trabajar, capataz Cullen? ―le pregunté mostrándole la cuerda.

―Bella… ―pasó saliva al verme con el arnés puesto y me sonrió sin decir nada, comprendiendo a la vez lo que le sugería. De inmediato me arrodillé y gateé hasta llegar a su rostro y tomar sus labios con voracidad salvaje y ardiente. Sus inquietas y grandes manos se abalanzaron sobre mi espalda hasta mis nalgas descubiertas, las cuales acarició y apretó con fuerza liberando el furor que prendía nuestro interior.

―Capataz Cullen, ¿hará todo lo que yo le diga? ―murmuré contra sus labios, el capturó mi labio inferior y le dio una pequeña mordida antes de contestar.

―Sí, jefa.

Que bien suena eso.

―Muy bien… No te muevas.

Me retiré para coger sus manos y llevarlas por encima de su cabeza para atarlas por las muñecas con la cuerda, dejándolo indefenso e inmovilizado. A mi merced. Su rostro reflejaba la súplica y la excitación. Su respiración era errática, su pecho subía y bajaba con una alterada frecuencia y su erección estaba más que lista para saborear. Sería la primera vez que la saborearía. Le sonreí maliciosamente mientras de la mesa de noche cogía mi cappuccino, le di una probadita y percibí con claridad el riquísimo sabor del café conchocolate. ¿Cómo sería el sabor del café con su piel?

Una mezcla muy interesante, sin duda.

Sin perder un minuto, destapé el vaso y con mi dedo, unté sobre su cuerpo la crema batida formando un camino sinuoso hasta su pelvis, lo repetí varias veces a fin de trazar la letra "B" en su estómago. Empecé besándole y succionándole el cuello con suavidad hasta ir descendiendo hacia su ombligo, luego lamí su torso lentamente, recorriendo con mi lengua el camino que tracé hasta las líneas que formaban su "V" perfecta… Edward se retorcía bajo mi cuerpo y gemía de placer cada vez que sentía mi lengua. Su miembro estaba cada vez más duro, más palpitante, pero no le hice caso, quería hacerlo sufrir, quería premiarlo…

―¿Cómo se siente, Cullen?

―Como su rehén…― musitó.

Sonreí satisfecha. Me sentía una mujer diabólicamente traviesa, una mujer que sabía cómo explotar el poder que ejercía sobre su hombre, una mujer entregada totalmente a la pasión desenfrenada con el hombre que quería. Además, Edward siempre me tomaba por sorpresa, pero ahora, era yo quien lo hacía, y me sentía tan relajada y llena de confianza que era increíble.

Él era increíble.

Seguí jugueteando con mi lengua en cada rincón de su pecho, mordisqueándolo de vez en cuando con mis dientes hasta que mis labios se decidieron por fin ir en búsqueda de una de las partes más hermosas de la anatomía de Edward. Lo miré y le sonreí lascivamente enviándole con los ojos un mensaje muy claro de lo que venía a continuación, el pasó saliva exasperado y los músculos de sus piernas y su abdomen se tensaron.

Era el momento…

Cómodamente arrodillada y sin dejar caer el casco, capturé con una de mis manos su erección y empecé a subir y bajar rítmicamente, aumentando la velocidad poco a poco, al mismo que lamía su punta. Hermosos sonidos nacían de su garganta, gruñidos, gemidos que sólo hacían que un calor húmedo se instalara en mi entrepierna.

Sabiendo lo excitado que estaba, lo recibí dentro de mi boca cuidando de no arañarlo con mis dientes y procedí a hacer un movimiento de entrada y salida manteniendo la presión de mis labios y un rozamiento constante de la parte inferior con mi lengua a fin de aumentar su estímulo. Chupé, besé, lamí y saboreé quedando encantada. Cada lengüetazo que daba era una imagen que se dibujaba en mi mente, era una vibración en mi intimidad que pedía a gritos ser invadida. A pesar de que no tenía mucha experiencia manipulando el miembro masculino, no tuve temor de explorar traviesamente cada rincón con mis manos y mi boca, pues Edward sacaba a relucir mis impulsos sexuales más escondidos.

―Por favor Bella… suéltame, quiero verte…―me dijo con voz de súplica y mi ego subió notablemente. Era una delicia ver su rostro rojo y contraído, totalmente entregado a mis caricias y dejándose llevar por el poder de mis labios. Ver la desesperación por tocarme o mirarme y no poder hacerlo, ¡me encantaba!

Esos eran efectos de la diablita Isabella. El lado oscuro de la chica mala.

―¿De verdad me deseas tanto?

―Sí, te deseo…

―¿Mucho?

― Sí…y… ―volví a lamerlo―…también necesito… estar dentro… de ti.

Me acerqué a su rostro y el deseo líquido se filtraba por sus ojos, lo besé y él me respondió con una voracidad semejante a la posesión primitiva a la vez que movía sus caderas tratando de rozarme. Yo estaba goteando, presionando mis músculos internos para darme un placer ligero, pero lo necesitaba, no podía aguantar más sin sentirlo adentro, moviéndose y llenándome, como sólo él sabía.

Haciéndole caso y siguiendo mis instintos, desamarré el nudo de la cuerda y él, reaccionando rápidamente, se sentó en la cama y se abalanzó contra mis labios, besándome con un ardor más fuerte que el fuego y que aún seguía contenido en nuestro interior. Enredé mis dedos en su cabello y él me retiró el casco, afianzando mi cabeza a la suya; mientras que con la otra mano me ayudó a alzarme para introducirse a profundidad en mi húmeda cavidad lanzando un ahogado gruñido de satisfacción.

―Oh sí… Edward…― jadeé. Con sólo sentirlo adentro, exploté en una lluvia de fuegos multicolores, haciéndome perder la cabeza.

―Quítate el chaleco, necesito lamerte ―a su petición, lo hice y quedé con los senos al descubierto, él no esperó ni un segundo y arremetió con todo, prendiéndose de mis pequeños botoncitos rosados, los mordió y los succionó con fuerza enviándome miles de descargas eléctricas al cuerpo y provocando una violenta oleada de respuestas en mi ser, lo que me incitó a cabalgarlo con mayor ímpetu.

En ese instante me rodeó fuertemente con sus brazos y me acarició el cabello murmurando un gemido que me incitó a seguir. Abrazados el uno al otro, unimos nuestros labios para compartir el aliento y la complicidad, de forma que cuando yo inspiraba y contraía mis músculos internos, él exhalaba balanceando su pelvis, consiguiendo así una fricción más deliciosa e intensa.

No sé cómo, pero nos giró y mi espalda chocó contra el algodón de las sábanas, y sus labios se estamparon en mi cuerpo, buscando la suave piel de mi cuello y descubriendo nuevos puntos de placer que pensé que no poseía.

―Bella… Me vuelves loco…―susurró en mi oído a la vez que salía de mi intimidad ganándose varios quejidos de mi parte―. Pero quiero probarte antes.

No podía encontrar la coherencia en mi cerebro, quería quejarme, aplaudir, insistirle que regresase, pero sólo podía balbucear, entonces fue ahí, cuando vi su rostro sumergirse entre mis piernas y lamer con hambre mi clítoris mientras que dos de sus dedos bombeaban con impaciencia en mi sexo. Decir que fue la gloria, el cielo o el infierno, era poco… era un mundo alterno, mágico, en el que sólo existíamos él y yo. Era un sueño, una ilusión, una fantasía escondida…

―Edward… ―logré decir y él gruñó como respuesta―. El casco… ¡Ponte el casco!

Levantó su cabeza y lo vi sonreírme con una mueca pecaminosa.

―Como usted ordene, arquitecta Swan.

Obedeciendo a mi petición, se colocó el casco que yacía a mi costado, dándole una apariencia profesional e indecente a mi fantasía. Sin perder más tiempo, volvió a atacar mi intimidad haciendo que el aliento se atorara en mi garganta. Estiré el cuello y me arqueé dejándome llevar por el éxtasis que me proporcionaba su maravillosa lengua mientras que mis caderas se movían contra su mano por voluntad propia, sintiendo que me estremecía como reacción a su provocación; cuando empecé a contraerme alrededor de sus dedos, los retiró y me alzó las caderas, poniendo una pierna sobre su hombro para luego, con el casco puesto, penetrarme de una sola estocada.

Gemí audiblemente a la sensación de ser asaltada por él. Los músculos de sus hombros estaban tensos, ejerciendo presión y fuerza en mis caderas para acelerar el movimiento, su pecho tallado y esculpido perfectamente era una invitación al pecado, y su rostro, cubierto con una ligera sombra producto del casco en su cabeza, era lo más hermoso que había visto.

Mis paredes apretaron su virilidad encendida y mi cuerpo se removió y tensó casi con frenesí bajo el suyo al tanto que Edward se descargaba gritando mi nombre y sin dejar de moverse, produciendo que el orgasmo me recorriese con más fuerza y con mayor intensidad; yo, por mi parte, no podía evitar los sonidos que se escapaban de mis labios como respuesta a las oleadas de calor que azotaban mi cuerpo, elevándome con cada embestida más a la cúspide máxima del placer y haciendo que nuestros cuerpos palpitasen al unísono con un placer al rojo vivo…

El sexo con Edward era asombroso, fantástico, proyectábamos una complicidad única, y nuestros cuerpos se acoplaban y reconocían como si hubieran estado hechos para encontrarse en esta vida y en las siguientes… a pesar del tiempo y del lugar. ¿Sería el destino?

Quizá.

Suspiré feliz, relajada. Edward esbozó una leve sonrisa y besó mis labios y la punta de mi barbilla con sutileza.

―Increíble ―logró decir con el aliento entrecortado.

Parpadeé constantemente descendiendo del cielo y vi el sudor que empezaba a brillar sobre nuestros cuerpos.

―No podré ver nunca más un arnés con buenos ojos ―confesó acomodándose a mi costado y pasando un brazo debajo de mi cabeza. Me acurruqué en su pecho y él me besó la frente.

Mi corazón se hinchó de emoción.

―Ni yo el casco ―le respondí.

―Deberíamos formar una empresa que venda arneses y cascos para la construcción o… para cumplir fantasías.

―¿Cómo se llamaría? ¿"Cullen & Swan helm and harness"? ―rió.

―No lo creo, es muy largo. Pero podríamos pensar en algo.

―Me parece bien, pero… ¿yo sería la modelo? ―sonreí arqueando una ceja con seducción.

― No ―refunfuñó―. Ni se te ocurra, Isabella. Este cuerpito hermoso sólo lo puedo ver yo y nadie más que yo ―me dijo seriamente acercándome aún más a su cuerpo con absoluta posesión―. ¿Entendido?

―Lo sé ―dije abrazándome a él.

Awww ¿Qué me estaba pasando? ¿Desde cuándo me gustaba obedecer y ser sometida por un hombre celoso? ¡Diablos! Yo no era así, pero… ¡Cómo me gustaba verlo celoso!Y debo reconocer que era muy intrigante a la vez indagar el origen y el porqué de su instinto de posesión.

―Hoy te he sorprendido… y parece que no te sentó mal ―murmuró minutos después rompiendo el cómodo silencio.

―Verte otra vez apretó otras teclas ―reconocí, suspiré y fijé la vista en él―. No nos separamos demasiado bien, ¿verdad?

―Para nada ―rió de lado―, pero vine de todos modos y sé que valió la pena, cariño. Te tengo aquí conmigo, a mi lado, eso es suficiente para mí ―me dijo cándidamente, encontró mis labios y nos besamos pausadamente como disfrutando el sabor de nuestra esencia en ellos―. No te mentí cuando te dije que me fue difícil regresar, Bella ―hizo una pausa y volvió a ponerse serio―. En los últimos días he dispuesto de algo de tiempo para pensar y martirizarme, y como te dije, llegué a la conclusión de que no debí dejarte el domingo pasado como tampoco debí darte prisa para irnos a la cama.

―¿Darme prisa? No creo que haya sido una compañera reacia. Si no recuerdo mal, prácticamente te desnudé con la mirada la primera vez que nos vimos en la obra… ―le dije disminuyendo el tono de mi voz y empezando a sentir mis mejillas arder. Me ruboricé al reconocerlo, pero era la verdad. No me gustaba que me tratasen como una rosa frágil que había sido avasallada; sin embargo, algo sí me había avasallado aquel día y había sido el deseo desbocado que sentí por él, así como la chispa que había despertado en cada una de mis células.

Edward me sonrió y sus ojos me indicaron que también él tenía recuerdos afectuosos de todas las veces que estuvimos juntos.

―No, cariño, no me refiero a eso. Pero emocionalmente, supongo que no era tu ritmo habitual, si no, no habrías huido de esa manera ni me habrías hecho sufrir con tus palabras… ―me ruboricé aún más, era consciente que había sido una tonta al huir de él―. Pero tampoco era mi ritmo habitual ―añadió―. No con alguien que me importa.

Ohh… ¿Yo le importaba? Sí, lo sabía, ya me lo habían demostrado sus actos… pero siempre era genial volver a escucharlo de sus labios.
Sonreí y un destello de esperanza se asomó por mi corazón y volví a sentir mis hermosas alas blancas nacer en mi espalda dejando atrás a la diablita Isabella. Un poco de romance no le vendría mal a mi frágil, en ciernes y desesperada vida… ¿no?

Tu reflejo trajo vida a nuestra historia
Nos alumbran tres motivos cada amanecer
Cada cual tiene su espacio y su momento
Poco a poco y junto al viento
Volaran con nuestras alas al crecer
Cada noche con un beso tan profundo
Coronamos nuestro mundo
Desnudando todo el alma de la piel…

Tengo el día en que tú y yo nos conocimos.
Atrapada conquistando mi razón.
Tengo ganas de arriesgarme
Y apostar con este juego
Regalarte en cada paso Días Nuevos
Solamente Días Nuevos para ti...

.

―Creo que supusiste ciertas cosas sobre mí… simplemente para protegerte, Bella, para protegerte de algún otro sufrimiento… ―suspiró―. Pero eso ya no me importa, no debe importarnos, estoy aquí para estar contigo.

No pude evitar no mirarlo con ojos acuosos. Cada palabra de Edward tocaba cada minúscula parte de mi pobre corazón, el cual dio un vuelco de puro alborozo. Él, mi infortunado corazón, era un traidor, no le importaba volver a sufrir… o quizá sabía que no volvería a sufrir jamás. Sólo el tiempo lo diría.

―Es tan agradable abrazarte así… te he echado de menos ―le dije y él se mostró complacido por mis palabras. Se acercó y posó sus manos en mi cintura para de inmediato besarme en los labios y deslizar sus dedos deliberadamente por mi cuerpo. Cerré mis ojos y me dejé llevar por la increíble y cálida sensación que surgía de nuestro tenue contacto. Por último, apoyé mi mejilla en su pecho y él acarició mi cabello. Podría decirse que parecía una escena de fotografía, linda, romántica y perfecta, pero, y aunque no se notase, aún guardaba tras mi tranquilidad el dejo de temor y miedo.

Pero, se irán poco a poco Isabella… tómalo con calma.

Sí, la pequeña intrusa volvía a tener razón esta vez. Suspiré.

―¿Cómo te hiciste esto, Edward? ―le señalé su ceja suturada.

―¿Te preocupa? ―me preguntó divertido. Supongo que es la manera en que él quería que lo mirara: sintiendo una necesidad imperiosa por protegerlo, así como un desosiego que no se calmaba con nada.

―Sí, y mucho ―respondí.

―No fue nada cariño, una simple pelea.

No le creí y volví a insistir.

―¿Cómo que nada? Tú me dices que confíe en ti, pues reclamo lo mismo para conmigo. Si no, no hay trato ―solté sacando su mano de mi cintura. Me apoyé sobre el codo y lo miré fijamente.

―¿Crees que esto es un trato? ―frunció el ceño.

―No, pero puedo reconsiderar mis convicciones.

―Está bien ―volvió a suspirar y se demoró un rato en continuar hablando.

En aquel instante, una expresión indescifrable y circunspecta se asomó en su semblante y noté cómo se debatía internamente entre contármelo o no

―Anoche tuve una reunión de trabajo con mis socios en la Torre Willis. Con esta reunión daba por terminado todo el ciclo de contrataciones y negociaciones con mis nuevos jefes, los señores Federline. Quieren construir un Centro de Nutrición en Seattle ―se explicó de inmediato―. Estuve un rato en el coctel, sólo un par de horas, pues mi cabeza estaba hecha un lío y no quería nada más que salir de ese lugar y despejar mi mente. Así que empecé a manejar sin rumbo, no tenía claro si venir a buscarte o esperar al día siguiente; al final, y sin darme cuenta, me vi estacionando el auto en el Chicago Póker Party. Pensé que jugar un poco sería una solución interesante ― hizo una pausa ―. Pero sólo conseguí problemas.

Ohh… ¡Edward quiso venir a verme anoche! Y por mi culpa, por culpa de mis estúpidas palabras, él terminó en un casino con una ceja partida. Con mis ojos, lo animé a continuar. Dudó unos segundos e hizo una mínima mueca, como si pensara meticulosamente las palabras que vendrían a continuación.

―Sabía que dentro de un casino me podría encontrar con todo tipo de personas, desde incautos, principiantes, estafadores… hasta gente prepotente que piensa que sólo ellos deben de ganar ―lo escuchaba con atención. Su aspecto se volvió más serio―. ¿Sabes Bella?, entrar en el círculo exclusivo de los apostadores tiene sus ventajas, pero a la vez, es sumamente peligroso. No te sientes seguro ni con tus propios socios de juego ―me apegó a su cuerpo y apartó un mechón de mi cabello colocándolo detrás de mi oreja.

Sus palabras me hicieron recordar a la mafia que existía dentro de mi empresa constructora. Ahí tampoco, no era seguro nada. Si tan sólo él supiera…

―Fui un estúpido, descargué toda mi energía en el juego dejándome llevar por la rabia y la impotencia que sentía en ese momento sin darme cuenta que me enfrentaba a rivales poderosos… Así que gané La Ruleta dos veces, pero también me gané lo que ves aquí ―concluyó señalándose sus heridas. ¿Cómo era posible que gente sin escrúpulos golpeara de esa manera a alguien sólo por un juego? Mi pobre niño indefenso…

―¿Te dolió mucho? ―le pregunté acariciando su ceja partida.

―No tanto como me dolió la idea de perderte ―me respondió y yo me endulcé a tal grado que mis alas de ángel se derritieron volviéndose miel y descendieron del cielo como lluvia de azúcar. Lo besé.

¿Bella? ―preguntó una voz lejana.

―Hmmm… ―gemí como respuesta en la boca de Edward.

¡Bella! ¡Sal ahora mismo! ―gritó la misma voz tan enérgicamente que me separé de Edward.

―¿Qué…?

¡Bella!

―¡Por Dios! ¡Es Leah!

¡Me había olvidado por completo que, al otro lado de mi puerta, estaban Leah y Alice!

¿Y si han escuchado?

Edward me miró extrañado y de inmediato le expliqué quién era Leah. Él rodó sobre el colchón quedando boca abajo con su bien formado trasero totalmente desnudo y su rostro apoyado entre sus manos mientras que yo me paraba asustada y me colocaba la bata.

―¿Me vas a dejar?

―Es sólo un momento, Edward. No tardo.

―No quiero que te vayas ―gruñó como si fuera un niño y unas pequeñas arruguitas se formaron en la nívea piel de su frente. No pude dejar de sensibilizarme al máximo al ver sus ojitos de cordero degollado, así que me acerqué a su rostro y con la yema de mis dedos las disolví. Bastante tenía Edward con tener una ceja partida.

―No tardo, lo prometo ―le di un sutil beso en la comisura de sus labios y el asintió.

Ohh… Isabella Swan romántica… ¡Es épico!

―No demores, si no, voy a ir a buscarte para atarte a la cama ―pronunció con sensualidad y empecé a sentir debilidad en todas las extremidades de mi cuerpo. "Atarme a la cama".

Salí del cuarto rapidísimo amarrándome la bata de felpa.

Cuando llegué a mi sala vi la imagen de Leah con un gesto indescifrable.

Miraba hacia el suelo, donde el desfile de ropas adornaba la alfombra. La nota interesante la ponía mi botellero de vinos pues estaba descolocada de su sitio y el florero de la mesita ratona tirado en la alfombra. Ruborizada, alcé mi rostro para encontrarme a una entre jocosa y ceñuda Leah. ¡Qué vergüenza! Se notaba a simple vista todo lo que habíamos hecho, era obvio que había sido de una manera desesperada, casi salvaje, y lo peor era que efectivamente se había roto una o quizá dos botellas de vino.

―¿Me puedes explicar qué es esto, Isabella Swan? ―me reprendió. ¿Quién entendía a Leah? Hace una hora me decía una cosa y a la siguiente me dice otra.

―Nada ―dije con mi mejor voz cínica cruzándome de brazos―. Más bien, tú deberías explicarme que haces aquí, ¿pasó algo?

―¿Cómo que hago aquí? Es obvio ¿no? ―rodó los ojos.

―No, en serio Leah, estoy un poco mareada y no puedo pensar bien ―le dije arreglándome un poco el cabello que seguramente estaba totalmente enmarañado.

―Creo entender por qué ―arqueó una ceja y me señaló el piso.

―Tú me dijiste que hablara con él —me defendí.

―Sí, Isabella, te dije que "hables" con él, no que te lo cojas encima de los vinos de tu papá ―sentí un golpecito en mi cabeza seguido de un cartelito que decía en letras rojas: "culpa"… Pobre Charlie―. Me va a dar miedo entablar una conversación contigo, ya que, si para ti "hablar" significa este desenfreno, pues…

―Exagerada ―bufé, fue mi turno de rodar los ojos. Leah era una extremista, sin embargo, debo reconocer que tenía razón, cada vez me volvía más descarada, no podía controlar mi cuerpo. Edward me tenía así, como la mantequilla en una tostada caliente.

―Lo que digas ―contestó―. En fin, Alice despertó y está tomando una ducha. Me preguntó por ti y le dije que fuiste a tu departamento para cambiarte de ropa y tomar una pastilla porque te sentías mal.

―Ok…―asentí. Le hice una señal para que continuara.

―Nos ha invitado a almorzar a una pizzería nueva en el Barrio de West Side. Me contó que hacen una lasaña a la bolognesa riquísima, y conociendo tu fanatismo por Italia, en cualquier momento puede atravesar esta puerta y sabes el lío que te hará.

Sí, claro que lo sabía… y más sabiendo que su primo estaba en mi cama desnudo. ¡Dios! ¡Qué indecisión! No sabía hasta cuando podríamos seguir ocultándonos de Alice… No me quejaba, más bien era una sensación entre extraña y excitante y yo podía sobrellevarlo, además ella había sido la culpable de prolongar nuestro primer encuentro…

Cuatro meses en los que habíamos podido hacer mil cosas, gracias Brandon.

― Otra vez con la cara jodida, Bells… ―bufó―. No te preocupes, yo te salvaré de esta como buena amiga que soy, pero, te costará… quiero saber todos los pormenores de tu cita, quiero saber qué te dijo, cómo te convenció, ¡todo!

―¿Por qué quieres saber todo? ―bateé mis pestañas, aún perdida en mis pensamientos

―¿Por qué? ¡Esto es legendario Bella! ¡Nunca pensé vivir para verlo con mis propios ojos! Además, quiero conocerlo, quiero conocer al hombre que te hizo sentar cabeza ―dijo sonriente, feliz por mí. Le devolví la sonrisa. Si no fuera por ella que me alentó a vencer mis miedos, yo estaría debajo de mi cama comiendo pizza.

―Está bien, te lo presentaré… pero ahora, ¿qué le dirás a Alice?

―Que sigues mal, que el vodka te sentó mal con la comida que hicimos anoche y que estás indispuesta ―moví mi cabeza, ella sonrió―. Así que mueve ese culito respingón que tienes y anda a seguir cogiendo con tu chico de ojos verdes ―me guiñó el ojo.

―¡Leah! ―le grité sin lograr ningún efecto en ella, pues con las mismas que vino salió por mi puerta riéndose.

Regresé al cuarto y Edward me recibió con los brazos abiertos para arroparme, enterré mi rostro en su hombro y fue maravilloso. En los pocos minutos que me había alejado de él, mi cuerpo lo había extrañado, no estaba consciente de qué me sucedía, pero sentí mi corazón saltar y latir con fuerza. Era fantástico tener un cuerpo cálido a quien abrazar y besar, un cuerpo vulnerable, pero a la vez varonil que te infundía paz y tranquilidad, sensaciones que no había sentido nunca antes de esta manera… era como si nunca quisiera soltarlo.

No obstante, una cosa sí era verdad, éramos distintos. Edward se mostraba tan dulce y vulnerable cuando lo dejaban solo; así como receloso y posesivo con sus cosas, sabía aferrarse a ellas con todo el poder que era capaz, en cambio yo era exactamente lo contrario... Las cosas que más amaba, más quería, las botaba, las apartaba de mi vida, las dejaba ir con el más frágil temor que tenía de perderlas, pero guardaba para mí, la sensación de tranquilidad al saber que no sufriría ni ahora ni en el futuro con ellas... Éramos como dos almas distintas pero similares a la vez, dos almas iguales y complementarias que las unía el temor por ser abandonadas, con la única pero diferente manera de demostrarlo: él se aferraba a mí como yo huía de él.

Pero no más… lo había prometido y por mi bien, había jurado darme una oportunidad.

―¿Aún no le diremos nada a Alice? ―me preguntó alzando mi barbilla para besarme.

―No… Todavía no lo veo oportuno. Alice es…

…una mujer totalmente entusiasta por los compromisos, que piensa que cada relación es perfecta y que debe acabar en el altar, y eso para mí, aún se encontraba en algún rincón remoto de mi romanticismo obsoleto, con aquellas ideas fantásticas del príncipe azul de mi adolescencia.

¿Nacerían nuevamente en mi corazón?

Algún día.

―Es… diferente a mí…― solté en un suspiro ―. ¿Podríamos dejarlo para después?

―Si, como tú quieras, cariño ―besó mi coronilla―. ¿Quieres ir a comer lasagna con ellas?

―No. Prefiero quedarme aquí contigo ―giré mi cabeza para mirarlo.

―Perfecto ―se puso de costado con una leve sonrisa. Imité su posición y se acercó más para meter su pierna entre mis muslos. Pude sentir su cuerpo, duro y preparado para hacerme de nuevo el amor, como si todo lo que hubiéramos hecho no hubiera sido suficiente, y yo, no me quedaba atrás, pues también me sentí lista, con los pezones hormigueándome y tensos mientras su mano mágica acariciaba la aureola y empezaba a besarme el cuello en un asalto lento y sensual.

―Edward…

―Te demostraré lo que nos perdimos el domingo pasado, Bella, cuando salí de tu casa para irme de viaje. Claro, siempre que no tengas prisa para almorzar…

Abrí mis labios para responderle, pero de ellos sólo salieron gemidos pues su boca cubría ya la punta de mi seno que palpitaba y se estremecía a cada lengüetazo. Sin darme cuenta, Edward había apartado la tela de mi bata y me estaba desnudando nuevamente.

Lo miré y le enmarqué su cara con mis manos.

―No tengo ninguna prisa ―logré decirle y él sonrió.

.

.

Al día siguiente, cuando desperté, lo primero que escuché fue el sonido del agua correr y una ligera incertidumbre se arraigó en mi pecho por unos instantes. El espacio contiguo al mío estaba vacío. Me pregunté por milésima vez si todo lo que pasó ayer había sido un sueño o una fantasía, pues me había dado cuenta que tenía la mente visiblemente afectada…

Era por él. Por el domingo mágico, cargado de emociones, de revelaciones y de confianza que tuvimos. No había sido un domingo cualquiera, había sido el día en que yo empezaba a abrir mi corazón a alguien, a dar y recibir afecto, a compartir el lado más íntimo de mi vida.

Suspiré. Edward se había portado como todo un caballero. Me contó varios aspectos de su vida, desde que le gustaba montar a caballo, jugar básquet, comer helados de vainilla, hasta la triste historia de la única mascota que le había robado su corazón, su perrita Pinina que murió al cumplir los dieciséis años. Quise preguntarle más cosas sobre su niñez, pero tampoco quería agobiarlo, además, eso implicaría confesar que Jacob me había contado ciertas cosas, y por la forma en que lo miró la última vez, supe que estaban peleados, así que no quería aumentar el fuego en su disputa. Ya habría tiempo para hablarlo después.

El sonido cesó y por la puerta del baño atravesó Edward con su exquisito cabello húmedo y envuelto en una toalla que sólo cubría lo necesario. Parecía un dios griego, no había duda de ello.

—Hola.

—Hey —se acercó a darme un besito—. No quise despertarte tan temprano.

—¿Ya te vas?

—Sí, me ha llamado mi socio, Riley. Necesita unos documentos.

—Oh… —me agesté.

—Pero puedo verte más tarde.

—¡Más te vale! —exclamé tirándole un almohadón. Le di en el pecho y dejó caer la toalla para abalanzarse sobre mí y atacarme a besos.

Aún no podía creer lo increíble que se sentía estar cerca de él.

Minutos después, me acerqué a la cocina y todo seguía siendo un desastre. Ayer, por estar casi todo el día con Edward en la cama, no tuve tiempo suficiente para limpiar y arreglar mi casa. Y por más que intenté hacerlo después de haber almorzado comida china en la sala, no pude, porque salió a flote un pequeño altercado sobre quién estaría al mando en la construcción.

Estaba claro que él no era un capataz, pero quería que me apoyara en la construcción y obviamente, insistía en pagarle un sueldo.

Pero él no quería.

No es un trabajo Isabella, es mi deber. Incluso, sé que no estaría tranquilo dejándote sola… incluso con Paul —me dijo usando un tono grave―. Todavía no logro comprender por qué te enviaron a ti sola a supervisar una obra de gran envergadura. No es justo. Como mínimo deberían haberte enviado con otro profesional.

En la empresa cada uno se responsabiliza de sus construcciones ―le dije restándole importancia, mientras saboreaba el agridulce del pollo—. Además, los ingenieros visitan la obra quincenalmente, luego será menos esporádico.

Sí, pero dejarte con una decena de obreros, me parece exagerado. Y no repliques más, yo seguiré ahí ―puntualizó.

Refunfuñé un poco más, pero fue en vano. A los pocos minutos, ya estaba siendo cargada por los brazos de Edward, llevándome al dormitorio para convencerme de una manera "muy a lo Edward" de no contradecirlo; así que no pude objetar nada, sólo disfrutar. Tendré que poner en práctica otro tipo de estrategias para lidiar con él.

―¿Nos encontramos a las diez y media en la obra? ―me preguntó después de haber tomado el café que le preparé.

―Sí, ahí estaré ―me besó en los labios y se dirigió a la puerta.

¡Qué normal se sentía todo!

Tu reflejo trajo vida a nuestra historia
Nos alumbran tres motivos cada amanecer
Cada cual tiene su espacio y su momento
Poco a poco y junto al viento
Volaran con nuestras alas al crecer
Cada noche con un beso tan profundo
Coronamos nuestro mundo
Desnudando todo el alma de la piel

Tengo el día en que tú y yo nos conocimos.
Atrapada conquistando mi razón.
Tengo ganas de arriesgarme
Y apostar con este juego
Regalarte en cada paso Días Nuevos
Solamente Días Nuevos para ti...

("Días nuevos" – Gianmarco)

.

.

.

¡Estaba harta!

Jessica se había pasado gran parte de la mañana nerviosa porque habíamos recibido un memorándum del ingeniero Kobashigawa citándonos para las diez de la mañana en su oficina.

—¡Es sólo un hombre, Jess! —le dije malhumorada. Maldito viejo, tenía a todos con el alma en la boca, haciéndolos temblar por un puesto de trabajo y amenazando y pisoteando a quienes creía inferiores. Estúpido.

Con total puntualidad, llegamos a la oficina del japonés y tomamos asiento al medio de la gran mesa de madera; ya estaban ahí los encargados del marketing, publicidad e incluso, del área de contabilidad. Kobashigawa fue muy directo al explicar lo que quería para esta nueva temporada, y en una hora, fluyó la reunión y cuando todos se habían marchado tuve que quedarme porque él quería intercambiar un par de palabras conmigo y mi secretaria.

—Entonces, ¿revisó el expediente que le envié el otro día? —me preguntó juntando las manos en un puño. Sus orbes negros me ponían nerviosa.

―¿Del terreno al noroeste del lago Michigan? ―asintió― Sí, claro doctor. El análisis de uso de suelo, arrojó un sesenta por ciento de buena utilidad. Northwest siempre ha sido una zona estable por lo que el terreno está más que apto para empezar su construcción e inclusive podría aguantar un doble sótano.

―¡Perfecto! Una ganga, ¿verdad? ―le sonreí tímidamente―. El departamento legal lo aprueba. El dueño de ese terreno lo consiguió por licitación pública, pero no logró reunir el capital necesario para su construcción, así que nos aprovecharemos de su situación para comprarle su propiedad a un precio más bajo y por consiguiente pagamos menos impuestos de renta, ¿qué le parece?

¿Qué me parece? ¡Que es una injusticia total! Más, no debía extrañarme. Este tipo era un sádico.

―Lo que ustedes digan, es lo mejor para la empresa ―agregué. Tuve que tragarme el fastidio y dolor que me causaba esto, pero no me quedaba otra opción.

―Eso pensamos, Swan —sonrió, pronunciándose más las arrugas del contorno—. La otra semana debes ir a la Notaria Amemiya con el señor Smith para firmar el contrato de compra en representación de nuestra compañía. ¿Está bien, querida?

―Si ingeniero, como usted diga.

Antes de salir del recinto, Kobashigawa me hizo recordar la fecha límite para presentar el informe mensual y que obviamente debía tener una gran reducción de los costos originales de la obra. Por dudar un segundo en responder, ¡el viejo me amenazó! Prácticamente me insinuó que, si no lo ayudaba, haría una rebaja en el personal y muchos serían los afectados, entre ellos, yo, por supuesto. ¡Qué imbécil!

Cada vez que tenía una charla poco amable con mis jefes, sentía nacer en mi cabeza un terrible dolor parecido a la migraña que me dejaba totalmente acalorada y con ganas de buscar una aspirina.

En verdad, ¿qué se creían estos hombres? ¿Qué cómo eran los dueños podían hacer y deshacer lo que querían? Desgraciadamente, yo dependía de ellos; si perdía mi trabajo, me quedaba sin fondos, sin dinero y mi padre podría perder su casa… todo era una reacción en cadena.

—No debe molestarse, arquitecta —me repetía por cuarta vez en nuestro camino.

—Es Bella, Jess, ¡Bella!

De pronto, al voltear la esquina del pasillo, rumbo a los ascensores, nos encontramos con James. Al parecer me había esperado. Genial. No quería verlo tan pronto, es más, no quisiera volver a hablarle, pero ya me había lanzado una mirada intrusiva.

—Anda avanzando, por favor —le dije a Jessica—. ¿Qué sucede, James?

—Quería darte una disculpa por lo del otro día en la obra.

—No quiero recordarlo, ya pasó.

—Siempre tan práctica, Bella. Eso me gusta de ti.

Hice una mueca y decidí avanzar, pero su agarre fue fuerte y me sentí totalmente incómoda.

—Bella… Estuve pensando en ti.

―¿En mí? ―me sonrojé a la vez que me mostraba absorta.

―Sí… ya sabes. Hace tiempo que no charlamos como los buenos amigos que somos ―arqueé una ceja― y me preguntaba cómo te iba en la vida… ya sabes, en tu vida amorosa…

―¿En mi vida amorosa? ¿Pero qué dices James? ¿Desde cuándo te importa mi vida amorosa?

El descarado ni siquiera se inmutó, seguía muy petulante. Pasé de un idiota sádico a uno depravado.

―Oh vamos Bella. Tienes fama de conquistadora, la gente habla de tus constantes escarceos.

―¿Qué clase de gente es esa? ―subí mi voz y él me llevó hacia un costado, cerca de los lavatorios pues ya una morena había puesto interés en nosotros―. ¿No pueden mantenerse al margen de la vida privada de uno?

―No lo creo, eres la envidia de la mitad de las mujeres que trabajan aquí —susurró—. Al parecer tienes a todos los hombres tras de ti, sin contar con el trato preferente que tiene el jefe contigo. Los sabes seducir aún con la mirada, Bella. No niego que debes tener ya un nuevo plan de conquista…

Juro que si no estaba en mitad del pasillo le lanzaba una cachetada por imbécil.

Él debería dedicarse a sus asuntos y yo a los míos. Ya le había advertido que lo profesional siempre lejos de lo personal. Pero… aguarden un momento, ¿toda la gente hablaba de mí? ¿del trato preferente que tenía el jefe conmigo? ¡Pero qué les pasaba! ¡Si yo odiaba a mi jefe!

―Es mejor que me dejes pasar —mascullé enojada—, no tengo ya nada que discutir contigo ―le dije cortante.

―Sólo era una pregunta, Bella ―dijo acercándose aún más—. Nunca dejaras de ser reacia, ¿verdad? ―me encogí de hombros. Eso a él no le importaba.

―No creo que todos seamos como tú, James ―agregué disimulando tranquilidad y sintiendo cómo se afianzaba el dolor de cabeza.

―¿Y cómo crees que soy? No creo que hayas llegado a conocerme lo suficiente ―expuso mostrándose confiado. Él quería impresionarme, pero yo estaba fastidiada por su cercanía, tan impropia y turbia. No me gustaba su rostro, tenía un aspecto deformado, demacrado y sólo resaltaban sus ojos azules, más nada, ya no era como antes.

Sólo quería ver a Edward.

―Hay varios aspectos de mi vida que no llegaste a conocer. Quizá podría hacerte cambiar de opinión, ¿qué dices?

―No sé, no me interesa…― ladeé mi cabeza y avancé hacia el ascensor.

―Oh vamos, ¿qué te parece si te lo cuento esta noche, mientras tomamos una copa?

Arqueé una ceja. ¡Listo! Llegó una de las cosas que temía. Él estaba coqueteando conmigo, y yo, obviamente no podía caer en su juego. Podría ser peligroso y yo debía ser fuerte, no decaer.

Recordé mi promesa: no más aventuras de una noche, no más aventuras con chicos de la empresa, no más aventuras en mi vida porque ya tenía una con Edward.

―Lo siento James, pero esta noche estoy ocupada —con convicción ingresé al ascensor, detrás de él, estaba Victoria que movía sus labios rojos con suficiencia, saboreando el desplante que le hice a James.

Vi cómo su rostro palidecía. Seguro que su ego quedó maltrecho, pero él siempre veía la forma de sobrellevarlo y seguir conquistando a las chicas.

Sin embargo, sus palabras e insinuaciones las tenía rodando en círculos por mi cabeza.

.

.

Salí del estacionamiento a gran velocidad sintiendo el viento rozar mi cara.

Recordé que Edward y yo habíamos quedado en que nuestro trato seguiría siendo muy profesional y actuaríamos lo más natural posible, para evitar habladurías y estar precavidos de cualquier complicación o imprevisto que se pudiese originar al ser visitados por alguien de la empresa. Pero, en estos momentos, sólo quería tirarme encima de él para enterrar mi cabeza en su pecho y sentir que todo iría bien. Sólo él podría a estas alturas hacer olvidarme del mundo y de la maldita realidad.

Sin querer se había convertido en mi refugio.

Por eso, apenas lo vi en la obra, sonreí. Mi corazón dio su triple salto mortal.

―Hola ―sonrió de lado acercándose. Paul me levantó una mano y me saludó desde el sitio donde antes había estado conversando con Edward. Él era ajeno a mi debate mental, y no había motivo para que él estuviera al corriente. Sólo quería abrazarlo, pero no podía, no frente a todos, los obreros debían respetar a la jefa.

―Hey…

―¿Estás bien, Bella? ―quise decirle que no, que estaba harta de soportar injusticias, de ser acosada, de hacer cosas que no quería, pero aún no era tiempo de confesiones. Algo en mi interior me decía que lo hiciera, que confiara en él, sin embargo, la vergüenza y pena que sentiría al hacerlo me decían que él nunca debería enterarse de las trampas y desfalcos que hago en mi trabajo. Por eso, me limité a percibir el alivio y tranquilidad que su sola presencia me infundía.

Respiré calmadamente.

―Más o menos. Cosas del trabajo ―sonreí obligando a mi mente a cerrar el capítulo hosco con mi jefe y con James―. Ahora sólo quiero besarte ―sugerí incitándolo. Su cuerpo, sus labios y su voz podrían ser mi mejor medicina.

―Yo también. Te extrañé.

Sonreí.

―Diles que se vayan. Quiero estar a solas contigo ―le propuse señalándole con mi cabeza la caseta.

―¿En la caseta? Pero…

―Me trae muchos recuerdos.

―Sí, a mí también… pero tú mereces algo mejor que una caseta.

¡Tonterías! Yo necesitaba olvidarme del mundo en este preciso momento, y me importaba muy poco dónde lo hiciera. Aclaré mi garganta logrando que mi voz saliera más dura y seria.

—Entonces, capataz Cullen, ¿hará caso de mis indicaciones? ¿O necesita un recordatorio de quién manda aquí?

Lo vi sonreír de lado.

―Pues lo espero en la caseta en cinco minutos para debatir algunas cosas ―me mordí el labio juguetonamente y tiré de su camiseta incitándolo a besarme, me sumergí en sus ojos y con una sola mirada logré transmitirle todo lo que era capaz de hacerle.

Edward corrió llamando a Paul, mientras que yo cruzaba la puerta de la caseta.

Sus brazos...eran el lugar perfecto para recordar y dejar de lado al mundo.

.

.

.

.•.•.•.


Notas:

* Buenas noches, chicas! Primero que nada: ¡Mil Gracias por todos sus comentarios! ¡son increíbles! si no fuera por ustedes, no seguiría aquí. En serio, recibir todo su apoyo, para mí en especial, es lo máximo... re-gratificante *-*

¿Qué les pareció? Sé que muchas quieren saber más de Edward y verán que poco a poquito, se irá descubriendo qué hay detrás de nuestro lindo capataz.

Las quiero, besos,

Lu.