Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son la genial Stephenie Meyer, yo sólo juego con ellos n.n
¡Hola! ¿cómo están? Les agradezco mil, por todos sus comentarios, alertas y favoritos! *-* Ya saben que sus reviews me pone re feliz, y son un gran aliento para continuar. =)
También agradezco a todas las chicas silenciosas. =) ¡Muchas gracias por leer! *-*
Capítulo 10
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"De pedazos en pedazos se forma la ternura"
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Diseñar una vivienda implica mucha imaginación y conocimiento de normas y reglamentos. En cambio, hacer una maqueta conlleva muchísimo más tiempo. Son horas de sacrificio y de intensas madrugadas que se vuelven interminables, es convivir con el olor tóxico del pegamento, es volverte adicta al café o a cualquier otra sustancia que te ofrezca dosis extra de cafeína… es, en pocas palabras, volverte loca.
Estudiar arquitectura no es nada fácil. No fue nada fácil para mí; Sin embargo, siempre pasé las materias con muy buen puntaje, nada que envidiarle al primer puesto del salón: Emmanuel, ni al chico más odioso del planeta: Alex, quienes en los últimos semestres académicos se habían convertido en un martirio para mí. Hablaban mal a mis espaldas y trataron de poner en duda mi credibilidad ante los profesores, pero logré salir adelante demostrando con actos, lo bien ganado que tenía mi título de arquitecta.
Luego, vino la época profesional y mi creatividad tuvo un papel importante. Conseguí trabajo fijo en la empresa donde laboro actualmente -luego de ser practicante por seis meses- y poco a poco, gracias a mi buen desenvolvimiento, logré ser parte del staff principal de arquitectos, lo que significó una buenísima oportunidad, pero también, aprender a ser cautelosa y a saber guardar los secretos sucios de los dueños de la empresa.
Era irónico. Yo escapaba del suplicio de la universidad y encontré algo peor. Descubrí un mundo de estafas y chantajes donde ser ingenioso no era lo importante, sino, la astucia que debías emplear para sobrevivir. No obstante, amaba mi trabajo como arquitecta: diseñar, crear, plasmar ideas en un papel, bosquejar sueños con un lápiz, construir pequeños mundos… era lo máximo.
Y no había punto de comparación.
Además, gracias a mi trabajo en esta compañía, conocí a mi mejor amiga. Una de las pocas personas excepcionales que trabajaban conmigo: Alice Brandon, mi pequeña demonio. Sólo nosotras dos entendíamos lo que era hacer prácticas pre-profesionales en un monstruo constructor como era KVC consulting.
En los años que siguieron, preferí asociarme con Alice y siempre trabajar y hacer las maquetas con ella, no sólo por su increíble talento y habilidad, sino porque era mi mejor amiga, con quien yo me sentía a gusto.
Y bueno, fue así, que en una de esas tantas noches que pasé en su casa trabajando, llegó… apareció Edward… para dar un giro de ciento ochenta grados a mi existencia, para sacarme del caos infernal que era mi trabajo, ¿quién creería que una maqueta, una simple maqueta podía haber cambiado mi vida? Era irreal. Cada vez que imaginaba a Edward observándome desde el silencio y acechándome con una mirada oculta aquellos días que me vio en casa de su prima, me daba escalofríos, no de miedo, no; sino porque, por muy raro que parezca, me encantaba ese pequeño gran detalle. Nunca nadie había hecho eso por mí, nunca nadie me había dicho que valía la pena tanto esfuerzo, nunca nadie me había hecho sentir tan afortunada como me hacía sentir Edward…
―Nunca pensé que el destino me haría encontrarte aquel día, Bella ―me dijo el lunes por la noche mientras pasaba su brazo por encima de mis hombros, acurrucándome.
―¿No buscabas a nadie? ―le pregunté con incredulidad, un hombre como él debía tener a todas las chicas a sus pies.
―No ―una media sonrisa un tanto irónica curvó su rostro―. Y eso es lo más misterioso de la vida. Cuando crees que te lo ha quitado todo y no hay nada más por hacer, te envía una señal...
Suspiró como recordando algo. Además de su gran atractivo, Edward tenía ese "no sé qué" que se impregnaba en ti y te hacía querer saber qué secretos escondía.
―Pensamos igual ―le confesé avergonzada acercándome más a su esculpido pecho y extendiendo la mano para trazar las líneas de su antebrazo con la yema de mis dedos. Muy a pesar de que tengamos un océano de preguntas internas, nos hacíamos bien el uno al otro ―. Yo… yo tampoco pensé encontrarte ―me ruboricé aún más y su sonrisa se hizo más amplia.
―Me encanta el sonrojo cálido de tus mejillas cuando te ruborizas ―me dijo pausadamente al tiempo que me despeinaba el pelo con la mano libre―. Me gustan tus ojos chocolate, el aroma de tu cuerpo ―inhaló suavemente en mi muñeca―. Pero, sobre todo, me encanta el sonido de mi nombre en tus labios cuando suplicas por más, cuando anhelas que te haga mía… ―un temblor agradable y excitante me recorrió el cuerpo ante sus sensuales palabras. Luego me besó y perdí toda coherencia.
Alguien dijo una vez: lo realmente importante es saber que vale más fracasar por intentarlo que fracasar por no haber tenido la fuerza para hacerlo. Y eso estaba tratando de hacer…
Como llamando a la casualidad y bajándome de mi nube sentimentalona –que nunca pensé tener– el acorde de la canción de Debussy llenó mi oficina y sonreí aún más al reconocer de inmediato su procedencia… Miré la pantallita de mi celular, y su número ya estaba ahí:
555 – 0904 – 1305
Edward's New
"¡Oh! Y hablando del rey de Roma, mi hombre que se asoma"
Una nota de ilusión emergió por los poros de mi piel. Habían pasado varios días desde nuestra "reconciliación" y déjenme decirles que lo estábamos llevando de maravilla. Me sentía muy contenta y tranquila, por no decir muy orgullosa de mí misma, pues paso a paso, detalle a detalle, aprendía a confiar nuevamente en un hombre. Claro que muchas veces, me levantaba mareada, con la sensación de que todo lo que había ocurrido el día anterior había sido sólo un sueño, con la idea fija en que los hombres perfectos no podían existir y los cuentos de hadas eran meros engaños infantiles escritos en papel, mas no en la vida real... Pero, llegó Edward y me sorprendió e hizo que revalorara mis convicciones y promesas. Creo que, desde el instante en que lo vi, todo cambió en mi vida.
—¡Hey!
¡Ah sí! debo una explicación: Edward me dijo que no pudo llamarme como prometió porque su celular murió en uno de sus viajes por los alrededores de Seattle. No es que le haya creído de inmediato, pero no quise hostigarme más con malos pensamientos. Además, el mismo lunes en la noche, antes de ir a cenar, lo acompañé a comprar un nuevo teléfono. Así que…
—Te extrañé anoche —le confesé.
—¿Sólo anoche? —pude percibir un ligero pucherito tras el teléfono.
—No… lo hago todo el tiempo.
"Dios, el romanticismo lo tengo a mil, ¡¿qué me está pasando?!", pensé.
—Yo también hubiera querido estar contigo, pero uno de mis socios llegó tarde y nos atrasó todo —soltó un bufido—. Nos da una mala imagen, y odio que duden de mi trabajo, peor si es culpa de terceros.
—Te entiendo, es complicado… —me mordí el labio y me enojé aún más cuando Edward me contó un poco más de los pormenores que pasó anoche con los Federline.
—¿Así que me extrañaste? —preguntó divertido.
—Sí.
—Pues tengo una invitación para ti, esta noche.
¿Invitación? ¿Podría negarme a algo con Edward ya?
—¿De qué se trata? —quise saber, ocultando un poquito mi entusiasmo.
—Primero dime si aceptas.
De nuevo, ¿podría negarle algo a Edward ya?
—Ok… de acuerdo.
—¡Perfecto! ¡Abre la puerta!
—¿Qué? ¿Es-estás acá?! —abrí los ojos y corrí hacia la puerta. El corazón me dio un brinco. Esbocé una sonrisa de oreja a oreja imperceptible para él. Recordé aquella vez que vino de improviso a mi oficina…
—Aquí estoy —abrí la puerta y reconocí sus hermosos ojos.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Me gusta sorprenderte —me dedicó una de esas sonrisas ladinas exquisitas que tenía y sólo quise aprovecharme de ella.
Vi sus labios, sus gemas verdes y su cabello al viento que sólo atiné a jalarlo de la corbata para hacerlo entrar. No quería levantar sospechas.
¿Saben? Nunca pensé decirlo, pero nuestra rutina habitual se había vuelto muy peculiar haciendo que mi vida se pareciese más a extractos sacados de alguna película sensiblera o romántica. Y se sentía muy bien... Nos encontrábamos en la obra pasadas las diez de la mañana, conversábamos sobre los avances del día o las actividades que él quería desarrollar con la ayuda de Paul y los demás obreros, facilitando así, el proceso de construcción; luego, almorzábamos juntos en algún restaurante cercano para regresar de inmediato a la obra y seguir supervisando el trabajo; y al llegar la noche, alguna que otra se había quedado en mi departamento y pedíamos pizza o comida china para finalizar con una copa de vino… Y ya saben qué hace Edward con el vino.
En algún tiempo libre, aprovechaba para sentarme con mi laptop en la caseta y avanzar con los informes para Kobashigawa y Chang. Una tarde, Edward se ofreció a ayudarme con las cuentas, pero yo de inmediato me negué consiguiendo una mirada suspicaz por su parte... Y para que no hiciera berrinche, tuve que cubrirlo con besos, caricias y algo más... De todas formas, logré que se olvidara del asunto, pero temía que volviese a ocurrir.
—¿Y cuál es tu propuesta? —le pregunté, apoyándome casualmente en mi escritorio, él se me acercó.
—No seas impaciente.
—¿Perdona? —pestañeé—. Déjeme recordarle señor Cullen quién es el que está invadiendo mi oficina, a media mañana, interrumpiendo mis labores y… — Y sus labios se estamparon con los míos como un dulce manjar.
Me besó largamente y me sostuvo a su merced acariciándome la espalda y deslizando sus dedos por mi columna hasta alcanzar la curva de mis caderas para luego atraerme hacia él y hacerme sentir su dureza.
―No lo dudes tanto, sólo dime que sí.
—Pero no sé a qué te refieres, ¿cómo podría confiar en ti? —jugué un poco más con su paciencia.
―Isabella... No me estás dejando otra opción que convencerte… ―apuntó con un matiz sensual―. Y sabes muy bien a qué me refiero.
Sexo de convencimiento… ¡Lo que me gustaba!
Gemí.
Se desabotonó el saco y lo lanzó al sofá, se acercó como un animal a su presa y pensé que podría desnudarme en ese mismo instante. No me había fijado que traía en su mano una pequeña cajita aterciopelada.
—Ten, te traje esto — Edward abrió la caja y sacó de ella, un hermoso collar de plata.
—¡Wow! ¡Es bellísimo! —El dije tenía incrustaciones de brillantes y era la imagen de dos corazones, uno dentro de otro, como si se contuviesen entre ellos, formando un lazo irrompible. ¡Lo amé! — No debiste… estoy sin palabras.
Hizo un sonido de satisfacción y con la yema de sus dedos, me colocó suavemente el collar.
―He aprendido que, para ser realmente feliz, necesito acostarme y amanecer con un dulce propósito… Y verte a ti feliz, me hace feliz, Bella. No he podido pedir al cielo mejor regalo que tú, mi pequeño angelito ―un suspiro abandonó mis labios y me derretí en ese mismo instante―. Claro, que muchas veces este angelito se convierte en una diablita... ―me acarició la mejilla mientras mi corazón se encogía―… y me encanta. No tendría problema en irme al infierno por eso.
Cada vez que él me deslumbraba de esa manera, las dos 'Isabellas' aparecían de la nada, una con sus hermosas alas plateadas y la otra con una brillante cola rojiza. Lo único que las unía era un tierno abrazo y el deseo desesperado de fundirse con el hombre que tenían al frente.
Yo por mi parte, le sonreí tímidamente. Nunca, y lo repito, nunca, me habían hablado de esa manera. Edward era tan dulce como sexy y endemoniadamente apasionado. Y, de lejos, el sentimiento que empezábamos a compartir se volvía cada vez más mágico e indescriptible; y cada mirada que me lanzaba impactaba en mi cuerpo haciéndome desvanecer en el aire.
Algo nuevo para mí…
—Iremos a cenar hoy, pero no te diré dónde —sostuvo, divertido—. ¿Te parece?
—¿Me vendarás los ojos?
—Quizá… —su mirada era fuego líquido—. Sabía que aceptarías.
—Eso es porque juegas sucio. Vienes aquí y me deslumbras…
—¿En serio? —suspiró y acarició sin descaro mis muslos subiendo mi falda, y se frotó más a mí.
—Sí, siempre —logré decir.
Él sonrió y me miró con picardía, lo cual me hizo estremecer. Mientras me besaba, me cargó con sus brazos fuertes hasta llegar al sillón de cuero negro que tenía en mi oficina…
—Creo que hay tiempo para un pequeño adelanto — y yo asentí.
Bajó la cremallera del lateral de mi falda, y sin más ayuda sacó la blusa café, para introducir con mayor facilidad su mano la que utilizó para acariciarme suavemente mi abdomen hasta llegar a mis senos y acariciarlos sobre la tela; eso sólo logró mantenerme al borde de la cordura.
Llevé mis manos a su camisa sin su permiso, estaba en todo mi derecho, así que desabroché los botones de la misma con extrema delicadeza y agonía a la vez.
Un ronco gemido escapó de su garganta cuando me acerqué a besarle el pecho y lamer con mi lengua toda su longitud. Mordí su pezón derecho y sentí un alivio temporal, sacié por un momento las ansias poderosas que me embargaban por su sentir todo su cuerpo. Atrajo mi rostro hacia el suyo y me beso los labios suavemente, fue una mezcla indescifrable, más seductor que apasionado.
Luego, como demostrando su poder, introdujo una mano entre mis muslos y gemí cuando deslizó sus dedos por el centro de mis bragas. El encaje estaba caliente y húmedo, pasó un dedo bajo la tela y me miró a los ojos con lujuria y momentáneamente indeciso.
— Oh… — murmuré.
Pasó sus manos por el interior y mi feminidad palpitó nuevamente por sentir aquellas manos expertas y fuertes. Estaba a su merced, mi cuerpo estaba sólo para él, deleitándose con cada beso y caricia que sólo atiné a cerrar los ojos con fuerza y me dejé llevar por el torrente de sensaciones.
Unas pequeñas gotitas de sudor empezaban a recorrer su torso… y la idea de una sesión de sexo en mi oficina me tentaba…
De pronto sonreí al recordar la advertencia de Alice acerca de "inaugurar" mi oficina.
—¡Bellita! ¡Necesito hablar contigo urgente!
¡Por favor, háganme acordar no pensar en Alice nunca más!
—¡Oh, Dios! —exclama mi sexy chico al escuchar la voz estridente de su prima.
—Pareciera que tuviera un radar y llega justo cuando estás tú.
—¿Acaso no conoce el celular? ¿¡Qué le cuesta enviar un mensaje!?
—Es Alice, ¿qué esperabas?
Rodó los ojos.
—Además creo que lo llevan en la sangre. Ustedes dos son igual de intensos.
—¿Así? —se me acercó y me jaló nuevamente haciéndome caer a horcajadas. sobre él. En el sillón de Alice.
Me besó.
La suerte y la casualidad estaban de mi lado, porque si Alice hubiera visto el instante en que nos devorábamos con la mirada bajo el umbral de la puerta, el plan "jefa y capataz" se iban al tacho y quedábamos al descubierto.
Con un último besito sellé nuestro encuentro y me arreglé correctamente antes de salir y toparme con Alice.
—¡Hey! —dije y mi amiga se abalanzó sobre mí. La noté cabizbaja, sin el brillo característico de sus ojos almendrados. Entonces supe que esto era delicado, así que decidí invitarla a tomar café y claro, de esta manera, Edward podría retirarse sigilosamente de mi oficina, sin levantar sospecha.
Felizmente ella tampoco quiso entrar.
―Te noto muy inquieta, Bella ―opinó un rato después cuando estábamos esperando el ascensor, yo la miré confundida―. ¿Algo nuevo que contar? —negué—. Entonces, ¿no has hablado con Edward? ―me preguntó dejándome sorprendida. Era la segunda vez que ella me preguntaba por él. Alice poseía un poder de intuición muy fuerte, pero me parecía sospechoso que justo ahora lo sacase a relucir. Curioso, pensé.
―Un poco ―me encogí de hombros, disimulando mis nervios―. No tenemos mucho de qué hablar. Solo cosas de la obra, los materiales, nada más, ¿por qué? ―entrecerró sus ojos un rato tratando así de analizar mi postura. Ella no me creía, puedo estar segura.
―Es imposible que él no te haya hablado más que eso.
―Pues ya lo ves ―le dije con dificultad―. Debe ser muy tímido.
―¿Edward tímido? ¡Ja! —gritó, colocándose a mi lado dando pequeños saltitos.
Pasé por alto el tono de su voz.
―Andando Alice… que tengo que trabajar.
Dio unos cuantos saltitos más y se tranquilizó, pero sabía que su alma cotilla saldría al ataque muy pronto… Pero como ya dije, Alice era muy entusiasta, diferente a mí, y hasta que ella no hable, yo no diría nada.
Cruzamos el portón de la cafetería bajo algunas miradas, las de costumbre seguro, pero como siempre, no les hicimos caso. Tomamos asiento en nuestros lugares preferidos y hablamos de todo un poco, comiendo muffins y tomando cappuccinos, hasta que llegamos a la parte difícil: Alice no sabía si aceptar o no la invitación a cenar que le ofreció su nuevo galán, pues pretendía algo más, y ella no quería fracasar nuevamente… Para su temperamento, esto era difícil; pero lo que más me llamó la atención fue saber que su abuelito estaba grave.
Me entristecí. Hoy me tocaba hacer el papel de amiga, una de las tantas cosas que Edward había dicho que le gustaba de mí. Sólo esperaba que su abuelito logre salvarse pues para Alice es una de las personas más importantes de su vida.
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Estacionó el auto en el aparcamiento frontal del supermercado. Edward había recibido una llamada de Riley, su socio, diciéndole que debían reunirse hoy a las siete de la noche para ultimar detalles de la obra en Seattle, así que nuestra velada se vio interrumpida una vez más. Cuando lo escuché hablar por el móvil, me entró una sensación de angustia, pues... ¿Qué pasaría si él debía irse de nuevo? Me quedaría sola sin duda, pero, ¿podría soportarlo? "¡Con calma, Isabella!"
―¿Seguirá Paul en la obra? ―le pregunté tratando de parecer calmada.
―Solo unos días más porque se irá con Riley y los demás a Seattle para empezar con el reconocimiento y el estudio de análisis de suelo del terreno en el cual se hará la construcción.
Sentí una punzada en el estómago. Mi corazón latía furioso, con una mezcla casi indescifrable de angustia y dolor.
―Ohh… ¿Tú también te irás con ellos? ―traté de disimular, pero creo que mi voz sonó trémula y temblorosa.
Si él tendría que irse permanentemente a Seattle, ¿qué debería hacer? ¿Dejarlo ir? ¿Dar por terminada esta pequeña relación antes de que sea tarde?
―No. Por el momento no. Me voy a quedar contigo ―forcé una sonrisa―. Pero cuando tenga que viajar, tú vendrás conmigo. No pienso dejarte sola nunca más Bella ―cogió mi barbilla y me hizo mirarlo. Una luz resplandeció en sus ojos y me embelesé con ella.
―Edward, sabes que no puedo faltar a mi trabajo.
―Pues ya idearemos algún plan. Por lo pronto, no te preocupes, estaré aquí, a tu lado como te prometí.
Con un suave besito calmó temporalmente mis nervios, sin embargo, estaba segura que ellos esperarían con cautela hasta el día que él tenga que irse a Seattle para explotar…
―Ven, cariño ―deslizó sus brazos alrededor de mi cuerpo atrayéndome hacia el calor y la fuerza del suyo ― confía en mí.
Eso trato...
De todos modos y con una velada truncada, decidimos aprovechar nuestro tiempo libre del almuerzo para comer algo rápido y a la vez hacer las compras para mañana sábado.
Incluso, decidí cocinar algo rico para él, y qué mejor que spaguettis a la bolognesa, sus preferidos. ¡Wowww!... ¡Isabella, la chica seria y señorita anti compromisos pretendiendo cocinar y complacer a un chico era realmente épico!
―¿Por qué no llevamos esto? ―me alcanzó un pomito color marrón.
―¿Qué es?
―Fondue de chocolate... —lo dijo como si fuera obvio.
―¿Te gusta?
―¿Chocolate? ¡Diablos, sí! —exclamó, haciéndome reír, luego se me acercó y muy cerca de mi oído, me susurró—: y sé que me gustará muchísimo más cuando lo saboree de tu cuerpo.
Temblé.
Edward no dejaba de mirarme con deseo. Tragué pesado ya ruborizada, y él movió los labios con aquella sonrisa endemoniadamente perfecta que no hizo más que deleitarme.
Me mordí el labio y pude entender exactamente su mensaje.
¿Dónde terminaría esta excitante aventura? No lo sé... Pero por el momento, esperaba que todo marchase bien... Por mi propio bien.
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El sonido incesante de mi alarma me despertó. Confundida, traté de recordar mi sueño y sólo venían a mí imágenes difusas, casi abstractas de lo que fue en realidad. Resoplé en mi almohada y volví a cerrar los ojos, iba a entrar de nuevo a otro recuerdo ensoñador cuando mi teléfono sonó audiblemente logrando levantarme de la cama con mucha pereza. Era sábado y quería imaginar que por un día no tendría nada que hacer en mi agenda de trabajo.
Contesté y era Edward. Me informó que hoy iba a ir a la obra pasada las diez y media de la mañana para no separarse de mí. Me pareció muy bien, porque hoy, sábado, los obreros trabajaban hasta la una de la tarde. Tendríamos la tarde libre, solo para los dos.
Me bañé, me vestí con un pantalón holgado y una blusita de seda azul entallada, y salí rumbo a mi rutina diaria. En la obra me encontré con Paul e hicimos un recorrido general para determinar qué actividades se tendrían que realizar la próxima semana según cronograma.
Estaba tan concentrada, entre distraída y preocupada, chequeando los materiales recién adquiridos que no había sentido ningún ruido extraño proveniente de la calzada...
―¡Hola preciosa! ―me saludó un hombre alto y de buen porte al tanto que se acercaba con pisadas fuertes al lugar donde estaba―. Te ves muy linda con casco.
―Jacob… ―lo saludé nerviosa. En cualquier momento podía llegar Edward y esto se transformaría en una batalla campal, pero, parecía que él no estaba al corriente pues no le importaba en absoluto recorrer mi cuerpo con sus ojos mientras esbozaba una sonrisa brillante―. ¿Qué… qué haces aquí?
―Vine a verte. La última vez no me despedí como correspondía y siento que te debo una disculpa.
―No… no te disculpes ―dije apresurada sin dejar de mirar a la calzada, lugar por donde Edward ingresaría a la construcción.
―Sí, Bella, no fue mi intención irme, así como así, pero llegó Edward, nos interrumpió y… ―se rascó la nuca―, bueno digamos que es un poco gruñón. Si lo conocieras más, te darías cuenta que siempre reniega por todo.
―¿Sí? ― le pregunté sorprendida. No es que conociera demasiado de Edward, pero tampoco me consideraba ajena a su vida. En los días que pasé con Edward no había notado ese comportamiento, más bien, siempre se mostraba dulce conmigo.
Sin olvidar que te hace perder la cabeza cuando te habla sensual y tentadoramente, Isabella.
―Sí, él es el más renegón de los Cullen. Pero olvídalo, no hablemos de él… si lo seguimos mencionando, quizá aparezca como magia y vuelva a interrumpirnos.
Ladeé la cabeza. "Mejor vete Jacob", pensé.
―Como te dije, siento que te debo una disculpa y por ello vine a hacerte una invitación.
―Jacob… no —arrugué la nariz—, no creo que pueda.
― No, Bella, no me digas que no. Aún no te dicho de qué se trata ―replicó pasando una mano por su cabello algo nervioso. Sus bíceps se hincharon con el movimiento y su camiseta blanca marcó aún más sus pectorales. Jacob era muy atractivo.
Lo invité a continuar.
―Uno de mis mejores amigos y mi socio, además, se casa en seis meses y me ha invitado a una cena especial que hará para oficializar su compromiso con su novia de la infancia. Desde luego será algo aburrido —rodó los ojos—, Riley es algo aburrido, pero tenemos planeado ir después a celebrar al Copacabana. Y me preguntaba si… ―tomó aire― ¿quisieras ser mi cita para esta noche? Sería un honor ir contigo ―me dijo usando un tono encantador y galante, muy propio de su coquetería innata, tal como me lo dijo Edward―. ¿Qué dices Bella? ¿Me harías el honor de ser mi acompañante?
Pasé saliva. Parpadeé varias veces y me mordí el labio. Era mucha información en un solo minuto. Primero, ¿Riley se casaba? ¿El socio de Edward, se casaba? ¿El socio de Edward era socio de Jacob? ¡¿Pero por qué mierda no me dijo nada?! O es que… ¿pensaba que yo no era suficiente para ese tipo de citas? Segundo, ¿"matrimonio" al lado de "Isabella Swan"? ¡Debía ser una locura!
―¿Dónde será? ―no sé por qué pregunté esto. Seguía estupefacta.
―En Il Valentino, ¿lo conoces?
―Sí, he ido un par de veces ― "Con Edward", pensé.
―¡Estupendo! Entonces… ¿vienes conmigo? ―me miró expectante―. Luego iremos a bailar y liberar tensiones ―me guiñó el ojo.
No respondí nada. No sabía cómo hacer frente a todo esto. A medida que iba tomando consciencia de la encrucijada en la que me encontraba, miles de dudas y preguntas se arremolinaban más y más dentro de mi cabeza, mareándome a cada centímetro. Incluso tenía la absurda impresión de que Edward no me consideraba adecuada para su nivel...
¿Por qué no me invitó a la cena?
Ayer fue muy bonito... ¿Y hoy? La desconfianza reinaba sobre toda sensación placentera.
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El estacionamiento del sótano estaba solitario, inmerso en un silencio sepulcral.
Me había costado horrores convencer a Paul, que más parecía el doble de Edward en cuanto a protección, para que los obreros se marcharan más temprano hoy sábado. Me excusé alegando problemas en mi oficina y que debía regresar cuanto antes a ella. Paul asintió y no me sentí mal mintiéndole porque en realidad necesitaba avanzar con mi informe de fin de mes y pensé que enfrascarme en el trabajo podría aliviar la tensión que sentía ya por las palabras de Jacob.
Sin embargo, estaba un poco mezclada y no pude avanzar mucho. Me negaba rotundamente a admitir el sentimiento que me había impulsado a venir hasta aquí. No podía exigir a nadie a que me invitara a una cena importante… ¿o sí? Bueno, debía admitir que sí me sentía un poco mal porque no me invitaba a una cena importante, ¿o no debía molestarme? Era lógico que no quisiera hacerlo, o… acaso ¿esto no era una señal de que lo teníamos era algo superficial? ¿íbamos en serio?
Por algo no me presentaba a sus amigos…
¡Por algo ni siquiera sabía que Jacob era su socio!
Debí imaginármelo.
Con todo esto, salí distraída del ascensor y volví a sentir el silencio del sótano. No había mucha gente en la empresa por ser sábado. Mi celular no tenía batería y seguramente Edward estaría preocupado por mí, rompiéndome el teléfono de la casa; de cualquier manera, no tenía idea de cómo enfrentarme a él.
Hallé mi auto en la misma esquina que lo estacioné en la mañana y proseguí a abrir la puerta cuando unos pasos cortos y rasposos cortaron la calma del lugar mientras se acercaban cada vez más al sitio donde estaba. Por instinto traté de protegerme. Estaba sola, sin saber qué hacer y podía tratarse de un ladrón o algo peor.
―Creí que militabas en la causa de la soltería femenina ―al escuchar la voz, fría y seca, temblé de miedo.
Avancé un paso más y tuve que llevarme una mano al pecho.
―Me sorprendes ―apuntó empujándome con rudeza sobre el capó del auto.
Grité, pero sólo escuché el eco de mi voz. Él rio y se apretó a mí.
―Nadie podrá escucharte. Quédate quieta y no te pasará nada. De ti depende.
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Notas: ¡Muchas gracias por leer hasta aquí!
Ojalá les haya gustado el capítulo =) como verán he querido centrarme en los sentimientos de Bella. En cómo se va tomando las cosas. la conexión que se está creando entre ellos. Cómo Edward, con sus detalles la va conquistando. Y claro, como la seduce cuando quiere (bueno debo aceptar, que yo también me dejaría seducir cuando él quiera, no me culpen *-* ).
Por eso puse la frase inicial: "de pedazos en pedazos...se forma la ternura".
Muchos besos a todas, y ¡mil gracias!
