Disclaimer: Todos los personajes de Twilight pertenecen a la genial Stephanie Meyer. Yo sólo juego con ellos =)


*Agradezco mucho a mi beta de aquel entonces: larosaderosas que me ayudó muchísimo en mejorar este fic en su primera versión. Si lo lees de nuevo, espero estar a tu altura! *-*

¡Gracias por sus reviews! Estaré respondiendo en estos días =)


Capítulo 13

"Muy pocos tienen el coraje de enfundar su espada una vez esta fuera… El miedo no es malo, te dice cuál es tu debilidad"

"A menudo son los pequeños detalles lo que nos ayudan a resolver grandes enigmas"

Bella

.

Las fantasías de una niña y las fantasías de una mujer son muy diferentes en muchísimos aspectos; sin embargo, a la vez comparten un mismo ideal, el cual se encuentra, a pesar de la edad, en lo más profundo del alma, en aquel lugar donde convergen los sueños…

Las fantasías de una niña son inocentes, infantiles y dulces, en las que el príncipe azul del cuento de hadas llega en su caballo blanco para salvarte del peligro y llevarte de la mano por el bosque. Los miedos y temores de pequeña sólo residen en simples imágenes de cartón o de papel, mas no en monstruos de carne y hueso. En cambio, las fantasías de una mujer ya no están idealizadas en el amor subliminal ni en la perfección del cuento de hadas pues son, hasta cierto punto, inexistentes e imposibles de realizar. Miedos, rencores, rebeldía, desilusión, morbo y complicaciones hacen que todo se ensombrezca y las cosas no se vean claramente. El temor a ser heridos nos hace desistir de la gran batalla hacia el camino a la felicidad, la cual se observa desde nuestra perspectiva como una burbuja de colores, que, con solo un pinchazo, premeditado o por error, explota y todo el mundo que construiste se derrumba en pedacitos hasta reducirse en escombros. Si tienes coraje, vuelves a recuperarte, si no, te sumerges en una profunda depresión.

Pero, y a pesar de los contrastes entre las fantasías de niña y mujer, las dos comparten el mismo objetivo y guardan en un rincón románticamente convergente el verdadero secreto de la vida: ser exitosas en lo que más les gusta, conseguir al hombre perfecto y sentirse queridas y respetadas por él.

Y eso era lo que estaba descubriendo. Esa era la batalla que libraba en mi interior… tratando de cambiar los temores de adulta por las ilusiones de niña, encontrando respuestas y soluciones a una situación tan extraña pero añeja a la vez que tenía en mi vida… donde convergían los sueños…

Edward formaba parte de todo esto. Él me estaba haciendo cambiar a base de palabras y hechos. Ningún hombre se había peleado por mí antes, ninguno me había hecho sentir tan respetada y querida como él lo estaba haciendo. Y eso me ponía feliz, muy feliz. Sin embargo, no podía negar que aún sentía nervios por lo que podría ocurrir en el futuro, o por lo que podría suceder mañana mismo, pero aun así, no le estaba rehuyendo a la sensación de pertenencia ni de protección como lo había hecho en el pasado.

Y se sentía muy bien…

"Quererte a ti…
…es querer ganar el cielo por amor
…es haber perdido el miedo al dolor
…es luchar contra nadie en la batalla
Y ahogar el fuego que me nace en las entrañas"
.

Hacía una hora que Edward se había marchado a su departamento para cambiarse de ropa dejándome exhausta, pero con una gran satisfacción y una sonrisota boba en el rostro. Una hora desde que me había propuesto ser su novia y dar la cara al mundo entero como tales, sin prejuicios de ninguna clase ni miedos absurdos… y yo… había aceptado.

Y no lo podía creer… porque realmente me espantaban las situaciones así. Pero Edward tenía algo que lo salvaba: un fuego, un fuego con el que alimentaba mis fantasías y hacía que todo fuese como en las películas románticas. Además, reconozco que era muy difícil negarse a Edward o a cualquier propuesta que te hiciese. Desde la primera vez que lo vi, con cincel y martillo en mano, trabajando con el torso desnudo en la construcción, quedé deslumbrada y totalmente encantada. El efecto hipnótico que tenían sus hermosas esmeraldas, tan expresivas pero misteriosas a la vez, se infiltró en mi ser dándome una clara idea de que aquel hombre se convertiría en mi única condena, me haría perder el sentido y nunca podría negarle nada… Pero, esta vez, había aceptado su propuesta por mi propio bien. Porque sentía que era lo correcto y porque mi traicionero corazón me había dictado al oído que lo hiciese pues ya era hora de dejarlo sentir y jugar con el cariño.

¿Y cómo sabía mi corazón que era el momento indicado para dejarse llevar por los sentimientos a pesar de la profunda decepción que pudiese afectar su integridad?

Por Edward. Por el latido desbocado y sincronizado que tenía su corazón con el mío… Porque ambos se reconocían…

Tan sencillo como eso…

— Ha llegado la hora del maquillaje, Bella —pronunció Leah con entusiasmo sacándome de mi ensimismamiento. Parpadeé un poco y la vi dirigirse hacia mi neceser, repleto de artilugios de todo tipo. Volví a pestañar y centré mi mirada en el espejo que tenía al frente.

— ¡Por el amor de Dios Leah! Pero si no parezco yo… —exclamé sorprendida viéndome reflejada en el vidrio con expresión satisfecha. Leah me había coaccionado para que me dejara peinar por ella y había conseguido un resultado magnífico.

— Obvio Bella, ¿qué pensabas? Soy lo máximo —dijo regodeándose en sus expertas manos haciéndome reír. Leah nunca era creída, pero cuando se trataba de sus trabajos manuales era una delicia—. Hoy debes estar preciosa para tu cita.

Le sonreí volviéndome al espejo y mirando mis ondas bien definidas caer en cascada sobre mis hombros. Ella estaba al tanto de todo el proceso que estaba transformando mi corazón y me había apoyado muchísimo a pesar de que el romanticismo había dejado ser parte de su vida desde hacía algún tiempo. Leah tenía el fuego de la fantasía desgastado y mantenía aún la convicción de que los hombres traían problemas, lo quisieran o no. Y la entendía pues yo pensaba igual que ella hasta que llegó Edward.

Ambas sabíamos la diferencia entre Edward y los hombres comunes y corrientes. Cuando el hombre con el que te has acostado se levanta con las primeras luces del día, te besa, te abraza, te echa un polvo y acto seguido, desaparece en busca de la maquinilla de afeitar para irse, entonces una sabe que ha topado con un rollo de una sola noche.

En cambio, si se levanta con las primeras luces del día, te besa, te abraza, te hace el amor y acto seguido te invita a desayunar y pasar el día juntos para conocerse más, es cuando una se imagina que se ha topado con un caballero, con un hombre que realmente vale la pena. Y eso era lo que había pasado con Edward. Al día siguiente, después de la primera vez que pasó la noche en mi cama, tenía dos opciones que esperar de su comportamiento y fue sorprenderte y muy reconfortante saber que él había escogido la segunda opción a pesar de que su rápida partida a Seattle lo ensombreció todo; pero la segunda vez fue de maravilla, me buscó y me demostró así que sus intenciones conmigo eran sinceras y leales.

Me gustaba que Edward me protegiera, me cuidara, pero también era consciente de que se extralimitaba en algunas cosas, como, por ejemplo, tenerme vigilada mediante Paul. En su momento no pude reclamar ni decirle nada, pero pronto hablaríamos sobre ello, pues debía de entender que yo no era una muñeca de porcelana ni de cristal y sabía defenderme muy bien.

— ¿Y qué piensas ponerte Bella? —me preguntó Leah examinando mi ropero y sacando dos vestidos. Uno negro, de corte en "V", muy sencillo y otro drapeado de tonos violetas. Ninguno me gustaba para esta ocasión.

— No lo sé —suspiré resignada—. ¡Debí dejar que Alice me arrastrara la semana pasada de compras! ¡No tengo nada que ponerme!

— Es cierto… tú por andar tirando con Steve me dejaste sufrir con las extravagancias de Alice… ¡hasta me hizo comprar lencería de chocolate! ¿Puedes creerlo? —arrugué mi nariz y me mordí el labio… "lencería de chocolate"… Mmmm… delicioso…— Dice que toda mujer moderna debe tener prendas eróticas y cien por ciento follables para no aburrir a la pareja —rodó los ojos.

Alice y sus locuras.

— ¿Y las compraste? —le pregunté disimulando mi interés. Si Leah no las usaba, podía hacerlo yo y así sorprender a Edward. Con esto me aseguraría una noche de puro placer. "Oh sí…"

— Claro... ¡No quería un berrinche de la enana! —Exclamó analizando mis facciones—. Y borra esa cara Bella. Si tanto quieres mi lencería de chocolate espera a que sea tu cumpleaños, no sabes lo que Alice tiene para ti —sonrió con malicia de la misma forma que siempre hacía cuando Alice maquinaba algún plan y ella era su cómplice. Nunca olvidaré el día que cumplí veintiún años. Aquella noche me llevaron engañada a un club de strippers donde me obligaron a tomar toda la variedad de tragos que pudiesen existir. Al día siguiente amanecí con una jaqueca que ni se imaginan, pero, aun así, había regresado sana y salva con ellas a mi departamento… de lo contrario no sabría que hubiese sido de mí. Así que, para este año, tendría que estar muy alerta para alguna sorpresa de estas dos.

Sí señor.

— Ni se les ocurra hacer algo sin mi permiso —arqueó la ceja.

— Eso lo veremos Bells —respondió desafiante haciéndome gruñir—. Ahora lo más importante es escoger tu atuendo para esta noche. No nos queda mucho tiempo y naturalmente no puedes ir vestida como una cualquiera. ¡Irás al "Il Valentino"! y ¡eso es genial! Pero, sobre todo, deberás reflejar confianza y seducción frente a aquella bruja.

— ¡Leah!

— ¡Oh por Dios! No me digas que tienes compasión de esa tal Irina —replicó molesta poniendo sus manos en la cintura, señal típica de algún sermón por venir—. Según lo que me contaste, esa "señorita" —hizo un gesto sarcástico— está amenazando a tu chico de ojos verdes, ¿no? —asentí—. No puedes permitirle eso, ni que se atreva a meterse en la relación que recién están empezando, Bella —agregó aún enojada. Leah era una guerrera—. Debes luchar.

— Sí… —le dije, pero no le convenció pues no dejaba de mirarme con ojos inquisidores.

— Mira Bella… Te lo dije una vez y te lo volveré a decir las veces que haga falta: Las cosas no se consiguen del cielo sin siquiera una lágrima de por medio, ni todo es miel sobre hojuelas. Debes y necesitas luchar por lo que realmente deseas, sólo así lograrás ser feliz y estar orgullosa de ti... ¿me entiendes? —me dijo con un tono más dulce dejando los zapatos en el suelo y acercándose a mí para abrazarme—. Tú misma debes empezar a construir tus fantasías, Bella para tu propio futuro—me sonrió y yo también adorándola por ser tan comprensiva, maternal y muy buena amiga cada vez que Alice y yo la necesitábamos.

Y tal vez eso era lo que necesitábamos. Un sueño, una esperanza para el futuro. A veces cuando no tienes las ideas claras, eres muy estúpida o no dedicas el tiempo suficiente a reflexionar, te dices a ti misma que no te lo mereces y vuelves a empezar todo otra vez… Por ello, construiría mis fantasías subliminales… ¡eso haría! Porque las otras fantasías, las malvadas y pervertidas, ya las tenía al borde del límite. Aun así, lo que me ponía feliz, era que ambas serían mías, así como lo es Edward, mi príncipe.

— Y no sólo me refiero a las cochinadas que piensa tu cabeza, Bella… —abrí mi boca del mismo tamaño que mis ojos se agrandaron—. Con esa cara de jodida que pones, no me dejas otra opción que ser ruda Bells, pero de vez en cuando necesitas una mano dura que te ponga en tu sitio. Sólo así funcionas.

— ¡Te adoro Leah! —exclamé abrazándola de nuevo. No me importaba si Leah era bipolar y se transformaba de ruda y psicópata a una mansa paloma… era mi amiga y la amaba.

— Bueno, ahora sí… ¡a transformarte en una sofisticada diablita!

Refunfuñé, reí y me apené en un segundo, pero de igual modo me dejé guiar por ella. Lamentablemente Alice no estaba al tanto de nada, no había hablado con ella desde ayer y aún no la quería poner al corriente. Creía que era lo mejor porque ya hubiera traído su ropero de veinte metros cuadrados para transformarme y habría puesto el grito en el cielo por no contarle antes lo de mi relación con su primo.

.

.

.

Tras ducharse y cambiarse, Edward se presentó en mi puerta a las siete y cuarenta en punto, oliendo maravillosamente bien y luciendo indiscutiblemente sexy con un terno negro impecable y una corbata de seda del mismo color.

Estaba exquisito, excitante y embriagador… Mi triple "E" en persona.

— Estás preciosa, mi amor —me sonrió cándidamente para luego acercarse y darme un tierno beso en los labios.

— Y tú te ves muy guapo —le contesté seductoramente rodeándole el cuello con los brazos y atrayéndolo hacia mí a la vez que él apoyaba sus manos en mi cintura. Su cuerpo encajó con el mío y un ligero temblor de deseo me recorrió centrándose en mi bajo vientre. Percibí un cambio de matiz en sus ojos y un pequeño gruñido salió de sus labios al notar que traía mucha ropa, pues el abrigo de alpaca que había decido portar por el frío cubría mi cuerpo hasta las rodillas y no dejaba que su piel entrarse en contacto con la mía.

— ¿Estás lista, cariño? —me acarició la barbilla sin dejar de mirarme. Asentí mecánicamente. Hubiera preferido quedarme aquí con él disfrutándonos mutuamente, pero desafortunadamente teníamos un plan.

— Sí —volvió a sonreírme y entrelazó su mano con la mía para dirigirnos al ascensor y salir de aquí.

Atravesó medio Chicago con su intrépido manejar mientras conversábamos, reíamos y me ponía al tanto de la vida de sus amigos para así tener conocimientos previos de las personas que me encontraría en el restaurante. Riley no tenía padres y sus primas Irina —cuando escuché su nombre hice una mueca de desagrado— y Tanya, hijas del matrimonio Denali el cual residía en Italia, eran la única familia que Riley tenía en Chicago. Por otro lado, Heidi Wiesse era una chica privilegiada, cuya familia proveniente de Seattle tenía un imperio de calzado que se estaba extendiendo, según me contó, por el sur de los Estados Unidos. No quise sentirme intimidada ni nada parecido, pero parecía que me estaba metiendo en terreno difícil, de alta sociedad y gustos estridentes, cosa que no era lo mío.

Pero aun así, estaba convencida de que era lo correcto.

En cualquier otra circunstancia, habría estado convencida también de que habría disfrutado de esta reunión sin temor a nada. En cualquier otra circunstancia, que no incluyera el hecho de que en las últimas horas me había enterado que una mujer perseguía a mi hombre, había asistido tranquila y no a la defensiva.

¿Quién podría ser esa tal Irina? ¿Qué sabía de Edward para que lo amenazara? ¿Era yo su único motivo de venganza? ¿Era solo despecho o escondía algo más? Con Edward no sabía que esperarme, cuando pensaba que iba a actuar de cierta manera, siempre me daba la contra y me sorprendía.

— Llegamos Bella —las palabras de Edward me sacaron de mi pequeño debate mental. Al volver la mirada vi que un camarero uniformado se acercaba a abrirnos la puerta del coche. El edificio ante el que nos habíamos detenido era un monumento a la arquitectura moderna, de diseño definido, minimalista y personal. Me sentí muy orgullosa al saber que tremenda obra de arte había sido construida por Edward. Mi novio.

— Buenas noches, señor Cullen. Buenas noches, señorita —saludó el hombre con mucha educación. Le sonreí amablemente—. Bienvenidos a "Il Valentino".

— Hola Steve —le respondió el gesto con una sonrisa entregándole las llaves del auto para que lo estacionara correctamente.

Me tomó de la mano y entramos al vestíbulo del edificio donde otro camarero me pidió el abrigo al igual que la primera vez que vine con Edward. Con cordialidad, me lo retiré y expuse ante sus ojos el vestido de noche que habíamos escogido con Leah. Era corto y muy entallado al cuerpo. La parte de arriba era de piel de ángel negro en forma de hojas de abanico y la falda era de sequin adornada con un cinturón negro de la misma textura dándole un toque de elegancia y femenina. Me sentía muy cómoda con él. Además, los zapatos de charol tenían un tacón que estilizaba mi figura y me hacían ver más sofisticada, por no decir que me levantaban el trasero.

El camarero se excusó llevando el saco hacia el armario y nos dejó solos. Cuando me volví hacía Edward, lo vi completamente alterado, con la mandíbula tensa y los puños apretados. Sus ojos parecían que estaban a punto de salirse. Me acerqué a él y no supo que hacer, sólo tosió y se desarregló un poco su corbata. Estaba excitado.

— No me mires así Edward —le reprendí apartando sus manos de su corbata y acomodándosela adecuadamente. Cada vez que me miraba con lujuria y deseo, mi cuerpo se derretía ante él como si fuese hielo al sol y mi mente se transportaba a un lugar donde sólo éramos él y yo, algo parecido a un paraíso.

— Eres una mujer preciosa, mi amor —me agarró de la cintura y me pegó a su cuerpo. Si él me hubiera visto así cuando me recogió de mi departamento, les apuesto que no habríamos salido de ahí. Y yo habría aceptado gustosa.

— ¿Estás seguro?

— La belleza está en el ojo del que mira Bella, y yo te encuentro cautivadora —sonreí y le di un besito en los labios. Frases como estas hacían que mi corazón se hinchara de la alegría—. Pero también… eres una descarada —me susurró al oído pegándome al mueble de la recepción e inclinándose para darme un beso en mis hombros descubiertos mientras se apretaba deliberadamente contra mi cuerpo haciéndome sentir la prueba de su deseo hacia mí. Dejé de respirar y temblé. Su erección se sentía dura tras la tela lo que me provocó anhelo y ansias de sentirlo a plenitud sin ninguna prenda de por medio—. ¿Cómo se supone que voy a saludar a los padres de mi amigo así?

Edward se abrazó aún más a mí y no me quedó ninguna duda de que, si tuviéramos oportunidad, estaríamos de regreso a mi departamento para calmar el fuego que se había desatado entre nosotros. Hacía unas horas habíamos tenido sexo y él ya quería más. Era un insaciable.

— Intenta no pensar en ello —le dije mordiéndome el labio inferior—. Ni en lo que tengo planeado para ti esta noche.

Edward pasó saliva y demoró más de lo acostumbrado para responder. Sus pupilas brillaron con intensidad. La diablita Isabella Swan quería salir a jugar. No había duda de ello.

— No me tientes Isabella.

— No lo hago… —le sonreí inocentemente.

— Eres una niña mala… —dijo con voz entrecortada—. Pero ya me encargaré de ti más tarde—. Ahora, sonríe amablemente… y dame la mano.

Sonreí con picardía y con las manos entrelazadas, salimos del vestíbulo hacia el gran salón.

Un mozo con una fuente llena de copas de vino pasó por nuestro lado con prisa, mientras que otro transportaba un hermoso arreglo floral. Fue entonces, en aquel momento, que fui consciente de que estábamos en pleno lugar público, donde muchísimas personas pudieron ser testigos de este pequeño pero incitador momento mas no me importó, ¡no me importaba nada! Sólo seguir caminando entre las nubes.

— Vamos a ir a la terraza, Bella.

Asentí y le apreté aún más la mano, deteniéndome un segundo en una de las gradas que llevaba al salón principal con la sensación de estar viviendo una situación surrealista. Hacía dos meses, juraba por mi libertad femenina, y ahora estaba en terreno peligroso, en una reunión familiar, aquella que la denoté miles de veces como incómoda e ilógica donde el amor y el compromiso se yuxtaponían como un eclipse y me espantaban…

Pero, como si fuera magia, no me sentía para nada mal, en lo absoluto.

En nuestro trayecto, pasamos por el camino que llevaba al lounge secreto, éste se encontraba cerrado y con poca iluminación. Sentí un dejo de añoranza al verlo, pues ahí había sido nuestra primera cita, pero a la vez, sin darnos cuenta se había realizado el primer encuentro de almas y corazones. Aquel día estaba muy nerviosa, presentía que él se iba a transformar en un peligro para mi vida y mi integridad y no me equivoqué, pues Edward se había convertido en el pequeño rayito de esperanza, en el arma secreta que había derrumbado muros que nadie había logrado ni lograría algún día derrumbar… era alguien muy especial como necesario en mi vida...

Ojalá que muy pronto, Edward me trajera nuevamente ahí.

El gran salón por su parte estaba repleto de gente elegantemente vestida con ternos de marca y vestidos de diseñador. Todas las mesas estaban adornadas con finos manteles de color blanco y granate, en el centro, una canastilla de pan baguette le hacía compañía a los floreros de cristal. A la mano derecha unos amplios espejos cubrían las paredes dándole un aspecto moderno y no convencional, los cuales podían reflejar la silueta de las personas que ahí comían. Atravesamos todo el amplio salón robando varias miradas masculinas y femeninas a la vez. Por el rabillo del ojo me pareció observar a un trío de chicas reír por lo bajo mas no le hice caso, los juegos de niñas a estas alturas no eran lo mío. Más bien, me sentía orgullosa de tener a alguien tan sexy a mi lado.

Cuando llegábamos al final del salón, Edward me susurró en el oído advirtiéndome con voz melodiosa que la pareja que se encontraba parada al lado de la mampara de vidrio a unos cinco metros eran sus amigos, Riley y Heidi.

La mujer era una castaña hermosa, de ojos claros y cabello liso y brillante el cual llevaba recogido en un moño espectacular, su cuerpo era fino y de moderadas curvas, sus piernas se dibujaban perfiladas tras el bello vestido plateado que lucía. Parecía en pocas palabras, una modelo de revista. Y el hombre que tenía al lado, era también muy guapo y portaba un terno gris a juego con el vestido de su prometida. Una pareja perfecta.

— ¡Hola Edward! —exclamó Riley efusivamente dándole un abrazo. Se le notaba feliz. Edward le palmeó la espalda y luego saludó a Heidi.

— ¿Cómo están chicos? Discúlpenme por la tardanza, pero el tráfico, a esta hora, es un caos.

— No hay problema hombre.

— Gracias. Bueno chicos… —volvió a cogerme de la mano con mucha más fuerza que la anterior vez. Redoble de tambores…— Les voy a presentar a mi novia, Isabella Swan. Mi amor, estos son Riley y Heidi.

— Mucho gusto, Riley, Heidi

— El placer es mío Isabella —me respondió Heidi analizándome con la mirada.

— Igualmente, pero dime Bella —le respondí tendiéndole la mano. No sé si fue mi idea, pero tuve la impresión que algo extraño sucedía. No podía descifrarlo.

¡Wow! ¡Asi que tú eres la famosa Bella! —exclamó un Riley sonriente—. Edward me ha hablado mucho de ti y no veía la hora por conocerte.

— Espero que hayan sido cosas buenas

— Oh sí muy buenas... Pero, ¿sabes? Deberías reprenderlo, pues no te hizo justicia, eres mucho más linda de lo que me dijo.

— Oh gracias... —me ruboricé—. Edward también me ha comentado mucho de ustedes.

— Yo te imaginaba un poco diferente —añadió Heidi con cierto tono de voz, como si me desaprobara o no colmara sus expectativas. Traté de ignorarla, pero ella no me quitó la mirada. Parece que su novio entendió a qué se debía su comentario y empezó a hablar.

— Edward, ¡¿no tienes idea de quien más vendrá? —Mi novio lo miró confundido— ¡Los Federline! ¿Podrás creer que vendrán con todo su comité?

— No tenía idea, ¿los invitaste de último minuto?

— ¡No qué va! Fue Jacob —contestó inquieto—. Se tomó ciertas libertades al invitarlos con la excusa de que son nuestros jefes. Pero estoy seguro que lo hizo para que pasaran por alto sus faltas. Lo de siempre… ya sabes.

— Si me dejaras intercambiar algunas palabras... —agregó con tono molesto. Edward siempre me contaba que su "otro" socio era irresponsable, cínico y libertino, ahora, compruebo que Jacob era así.

— ¡Qué alegría verte Edward! —exclamo con mucho vigor una voz de mujer a nuestras espaldas. Me volví de inmediato y me puse tensa al ver cómo la dueña de aquella voz se lanzaba a los brazos de Edward, obligándole a soltarme la mano y aceptar su exuberante abrazo. La muchacha no podía pasar de los veinte años.

— Tanya... Suéltame —pronunció Edward con seriedad apartando caballerosamente los brazos de la joven.

— ¿Qué...? –de pronto sus ojos azules se enfocaron en mí.

— Bella, esta es Tanya la prima de Riley. Tanya te presento a Bella, mi novia —habló finalmente Edward tomándome de la mano y entrelazándolas, un gesto que me llenó de confianza.

— ¿Novia? —Preguntó absorta con una expresión de superioridad e ironía-. No sabía que tenías novia Edward —le respondió molesta mirándome detenidamente de pies a cabeza y restándome importancia.

Tanya Denali tenía el pelo rubio y una piel muy blanca, piernas contorneadas, silueta muy fina y pechos exuberantes, en dos palabras, era perfecta. Todo su atractivo era resaltado por el vestido negro de brillantes que llevaba. El delicado bordado que tenía la prenda en diagonal parecía trabajado a mano, dándole mucho más realce.

— En fin, ¿sabes que sucedió esta tarde en el...?

Como si no hubiera pasado nada, la pequeña mujer se volvió hacia Edward para entablarle conversación dejándome con la palabra en la boca. No niego que me cayó muy espesa a simple vista, pero pretendía saludarla, solo que su ego pudo más. ¿Pero qué mierda le pasaba a esta? Me dio unas ganas intensas de lanzarme encima y agarrarla de los pelos.

— Tanya, saluda a Bella —la cortó Edward con brusquedad usando un tono amenazante. No había dejado pasar su momento de mala educación.

— ¡Oh! No pretendía ser grosera, Ed —se defendió sonriéndome mientras absorbía con la mirada cada detalle de mi atuendo. Concuerdo que su vestido fuera muchísimo más sofisticado que el mío, pero no tenía ningún derecho en mirarme así, con preponderancia—. Hola Bella, ¿cómo estás?

— No podría estar mejor —contesté, colocando mi brazo alrededor del de mi novio. Edward respondió y acarició mi mano. La rabia que seguía naciendo de la rubia era un poema.

¿A quién le había ganado esta chica para que se creyera la última Coca Cola del desierto? ¿Por su vestido? ¿Sus zapatos? ¿Su descendencia italiana? No podía creer que Riley podía pertenecer a la misma familia... Pero aguarden, si esta era Tanya, la prima menor, también debía estar la hermana: Irina

Como si mis ojos me hubieran leído la mente, levanté mi mirada hacia la izquierda y la vi... la reconocí de inmediato. No necesitaba presentación…

Rubia, elegante, alta, exuberante... Era Irina.

Todos los instintos femeninos que yacían escondidos en mi cuerpo se pusieron alerta al ver como se acercaba al lugar donde estábamos con un andar sensual y felino. Sus exorbitantes y prominentes curvas dejaban estupefactos a los hombres del comedor y su precioso cabello rubio platino, largo y peinado con un delicado estilo, se movía de un lado a otro al compás del ondulado movimiento, tanto como el vestido blanco drapeado lo permitía, de su cuerpo. Del brazo, llevaba a un hombre moreno, corpulento y alto como ella y que la miraba extasiado, lo cual me prodigó un alivio pero que duró poco porque se vio empañado con el extraño brillo que adquirían sus ojos conforme se acercaba a nosotros. Clavó fijamente su mirar en Edward con un hambriento rastreo, el cual se convirtió en un ligero frunce de labios cuando deslizó la vista hacia nuestras manos entrelazadas.

No cabía duda de que aquellos dos habían sido algo más que amigos en el pasado.

No cabía duda que el hombre que estaba a su costado era solo un juguete para ella...

No cabía duda que la bruja del cuento no era ninguna bruja... Era una radiante y hermosísima rubia, una princesa por donde se le mirase.

Forcé una sonrisa.

No sonrías Isabella, métele un derechazo en la nariz.

— Heidi, ¡Sweetie! ¡Pero que preciosa que estás! El peinado te quedó estupendo.

— ¿Verdad que sí? —le respondió dándole un beso en cada mejilla. Era la primera vez que veía sonreír a Heidi con sinceridad—. ¡Carol Bruguera hace maravillas!

Saludó a su primo y luego a nosotros. Mis piernas empezaron a temblar, no de nervios, sino de fastidio y antipatía. Aquella mujer, que se mostraba dulce era una manipuladora. Una mujer que le gustaba amenazar y salirse siempre con la suya. Si esto no era suficiente para acrecentar mi rabia, su actitud arrogante y creída, lo era. Odiaba a las personas presumidas y creídas. Edward me apretó aún más la mano.

— Que gusto volver a verte, Edward —el rostro que se volvió hacia nosotros era hermoso, con una piel inmaculada, unos increíbles ojos azules y una boca sensual. Se le acercó para darle un beso en la mejilla, pero Edward la apartó educadamente, así como lo hizo con Tanya.

— Hola Irina. Te presento a mi novia, Bella —dijo Edward con especial pronunciación.

— ¿Cómo estás, querida? Muy lindo tu vestido. Me imagino que debe ser un Jovani —se dirigió a mí con una gran sonrisa. Por apariencias, Irina podría ser muy dulce y educada, pero estaba segura que fingía cada gesto. Ella era el tipo de mujer que tenía dos caras—. Gusto en conocerte… —volvió a sonreír—. Oh Riley, espero no incomodarte, pero traje a un buen amigo mío... —el aludido le hizo un gesto restándole importancia y empezó a conversar con Tanya—. Edward, este es Frank Vulturi, su familia es italiana, pero radicó en el norte muchos años. Además, es el dueño de una reconocida marca de autos de carreras.

Tuve que contener una mueca de desagrado ante el tono meloso de Irina y ante la alusión y actitud que había hecho. Si estaba tratando de poner celoso a Edward, ya sea por la compañía masculina o por el gran imperio económico que el hombre poseía, no parecía haber funcionado en absoluto, pues Edward dio un paso adelante con la mano extendida para presentarse al hombre. Una oleada de satisfacción me dio de lleno en el pecho al ver que Edward hacía caso omiso a Irina.

— Un gusto conocerte, Frank.

— Lo mismo digo, Edward. He oído hablar mucho de ti —dijo Frank con especial acento—. Eres muy famoso en nuestro círculo.

— ¿En serio?

— Sí, tus apuestas son leyenda, como la última vez en la cual obtuviste el "Amaretto".

— Eso… No creas todo lo que dicen. Siempre hay quienes distorsionan las cosas —replicó Edward sin comprometerse.

— Me rehúso a los comentarios, Edward —dijo el hombre algo irritado. Las facciones de mi chico cambiaron, se volvieron inescrutables y su postura adoptó la de un felino, totalmente a la defensiva. Irina, en cambio, parecía que se regocijaba en su actitud.

— Si así lo dicen… —dijo calmadamente.

— No creo que todo sea mentira. Pero no creo que pruebe suerte apostando contra ti. Sólo cuando las probabilidades estuvieran a mi favor.

— Vaya, creo que ustedes podrían ser muy buenos amigos —interrumpió Irina, luego se dirigió a su acompañante, utilizando una mirada de reproche—: Te dije que no le dijeras nada sobre sus apuestas de póquer —el hombre la miró y sonrió—. Bueno chicos, tenemos asuntos pendientes que hacer. Durante la cena podemos seguir conversando.

— Permiso.

Edward asintió. Estaba tan sorprendida por lo que había escuchado que ni siquiera me importó si me saludó, se despidió o no. Los seguí con la mirada un buen rato hasta verlos perdidos por el mismo lugar donde entramos. Parecía que le estaba enseñando el local mientras le conversaba de temas privados, o simplemente le estaba coqueteando. No lo sabía. De lo que estaba segura era que Frank Vulturi no era sólo un juguete o un adorno de la engreída Irina, sino era una de las piezas claves para seguir descubriendo al verdadero Edward. Tanto Frank como Irina sabían más cosas de mi chico, cosas que quizás le molestaran a Edward, o cosas que eran prohibidas. Justamente igual que en las primeras citas, el pasado de Edward revoloteaba por mi cabeza haciendo eco… su niñez, su familia, sus amigos, sus apuestas… Estaba mareada…

Quizá eso era lo que quería conseguir Irina.

Suspiré. El halo de misterio que envolvía a Edward y su pasado eran muy intrigantes y te dejaba sedienta de más.

— ¿Todo bien, cariño? Ya pasó lo peor.

— ¿Qué fue eso Edward? ¿Qué quiso decir con que tienes fama de apostador?

— No es nada, mi amor —lo miré ceñuda. Quería una explicación—. Está bien. La otra noche te conté que tuve problemas en un casino, ¿no es así? –asentí—. Bueno, ella también sabe que de vez en cuando, voy a probar suerte ahí… y lo que hizo hoy, trayendo a ese aprendiz de jugador, fue molestarme y advertirme disimuladamente que ella está al tanto de ciertos aspectos de mi vida, y cree que tú quizás no lo estés. Lo que ella no sabe, es que tú y yo cada vez estamos más fuertes y la confianza es lo primordial —sorprendida por las palabras de Edward, lo miré con curiosidad. No había duda alguna que él estaba metido de lleno en esta relación. Estaba siendo sincero y yo no tenía motivos para dudar de él. Todo este áspero silencio y fría incomodidad se lo debía a Irina.

— No me molesta que te guste apostar. Pero… llega un momento en que todo se vuelve peligroso, Edward. Como aquella vez que llegaste con una ceja partida a mi departamento. Al verte así, golpeado y adolorido, me pusiste nerviosa y no me quiero imaginar que pasaría conmigo si te pasara algo mucho peor.

— Lo sé, mi amor… —me acunó la cara; en mi interior, todavía tenía muchas dudas sobre él.

Y creo que era lo normal. Todas las personas guardan secretos, nada más conocer a alguien, no te va a contar su vida de un momento a otro. Un claro ejemplo soy yo. Pero, así como él tuvo conmigo paciencia y comprensión, yo lo tendría con él. Todo era un proceso, todo debía evolucionar con calma y así se descifraría la vida…

— Nunca más… —me tomó de la mano y me acercó a su cuerpo para abrazarme y darme un besito en la cabeza—. Basta de tonterías, vamos adentro para que conozcas a mis verdaderos amigos.

Asentí. Había perdido la noción del tiempo y el lugar, tanto que no me había percatado que estábamos solos y que la escena era muy dulce, por no decir romántica—. ¿Dónde están Riley y Heidi?

— Supongo que habrán ido a chequear los últimos detalles. Cosa que vamos a hacer nosotros luego —me causó gracia su comentario. Lo cogí de la mano jurándome que ni esa mujer ni ninguna otra, iba a manchar uno de los momentos más felices de mi vida: estar con Edward, un hombre leal a quien podría llamar por primera vez novio sin tener miedo ni rehuir del lugar.

Nos adentramos por la puerta de vidrio hacia la elegante y amplia terraza.

Era una zona que aún no conocía ni siquiera tenía idea que podía existir. Su piso estaba cubierto de mármol, a excepción del área que daba a la piscina, la cual era adoquinada y rodeada de área verde y de pequeñas estatuas renacentistas. La piscina era grande y tenía una cascada de piedra iluminada por reflectores blancos y verdes, los mismos que hacían resaltar una maravillosa escultura de mármol que abarcaba gran parte de su largo, uno quince metros, ¡me hacía recordar muchísimo a la Fontana de Trevi! Estaba soñando, eso era, pues no me creía que me encontraba al frente de un espacio decorado con estatuas finamente talladas de piedra y mármol que eran réplicas exactas de las que existían en Italia.

— ¿Te gusta?

— ¡Por Dios Edward! ¡Esto es hermoso! — Yo me encontraba maravillada, como una niña en una juguetería, o mejor dicho en una galería de arte de Pierre Puget.

Edward rio y el coro de música angelical que nació de sus labios fue el remate perfecto para que mi corazón y mi cuerpo agradecieran estar aquí, dejando lo vivido anteriormente en un baúl.

— Sabía que te gustaría. Toda la decoración ha sido escogida especialmente para sentirnos como en Italia, ingenioso, ¿verdad?

— Más que ingenioso, ¡estoy orgullosa de ti! —me volví hacia él y sin importarme nada, entrelacé mis brazos en su cuello y le di un besito en los labios. Edward me agarró de la cintura y me dio otro. Era lo que necesitaba, un beso de sus labios para que todo el mundo empezara nuevamente a girar como se debe.

Luego de esto, Edward me llevó al otro extremo de la terraza y me presentó a unos señores muy amables y educados, finamente vestidos. Eran los señores Whitlock. Su hijo, Jasper, era abogado al igual que ellos y uno de los grandes amigos de Edward. Cuando me acerqué, lo hice tímidamente, no cohibida pero sí temerosa de conocer a nuevas e imponentes personas. Con la mala experiencia que tuve al conocer a las primas de Riley, era suficiente. Los señores Whitlock, para sorpresa mía, fueron muy amables y en todo momento atentos. Me hicieron varias preguntas sobre mi carrera, mis gustos y proyectos futuros y se mostraron interesados al saber que era arquitecta, al igual que Edward. Por su parte Jasper, sonreía y sonreía, y de vez en cuando hacía bromas haciéndome sentir como si me conocieran de antes.

— Es suficiente con que seas la novia de Edward para considerarte una hermana —me dijo Jasper pasando un abrazo por mi espalda en señal de cordialidad—. Además, estás muy linda...

— Jaz... Es suficiente, deja de tocar a Bella.

— ¡Oh el señor Cullen se pone celoso!

— No bromeo —gruñó.

— Yo tampoco —aseguró su amigo—. Bella es muy linda, deberías de cuidarla mucho, Ed… No vaya a ser que…

— ¿Dónde está tu novia, Jaz? —inquirió molesto cortando su broma. Mi Edward cavernícola y celoso salía a marcar su territorio.

— No pudo venir, tuvo que viajar de emergencia —le respondió y Edward se puso serio—. Pero eso no me impide decir la verdad… Bella —se volvió hacia mí escrutándome con el par de bellas gemas azules que tenía—. Estás muy guapa —me guiñó el ojo y mi novio bufó—. ¡Uy Bella! ¡No sé cómo puedes aguantar a este chico! Cuando se meten con algo que realmente le importa, es una fiera defendiéndolo... —dijo burlonamente mientras Edward le lanzaba una mirada asesina—. Pero tenle paciencia... Compréndelo —me susurro al oído antes de separarse y guiarnos a las mesas. Los padres de la novia, sus jefes y los demás invitados ya estaban entrando a la terraza para ubicarse en la gran mesa de centro y dar por iniciada la cena.

En ese instante una jovencita pelirroja, de unos diecinueve años se sentó a su lado y le susurró algo al oído. Su cercanía me dio la impresión de que eran algo más… ¿Quién podría ser? Edward, como siempre, notó mis gestos o leyó mi mente y dio respuesta a mi pregunta con una suave brisa de su boca.

— Se llama Elisa. Es la hermana menor de Jasper —asentí y como los demás invitados giré mi rostro hacia la mesa principal.

Primero, y antes de los aperitivos, Riley dio un pequeño discurso que Heidi acompañó con sonrisas y frases que significaban el gran amor que se tenían. Noté a Heidi muy suave, dulce, totalmente diferente a la chica austera que había conocido hacía media hora. Luego de esto, Riley sacó un anillo de diamantes de una cajita azul aterciopelada y arrodillándose se la entregó a su novia como señal de su compromiso eterno. La mamá de Heidi, una castaña con los mismos ojos y rasgos físicos que su hija, no pudo contener las lágrimas y estalló en ellas. Su padre en cambio los abrazó y les dio la bendición. Para ellos era un honor que su hija se casara con su novio de primaria, ya que lo conocían a la perfección y sabían que era capaz de hacer feliz a su hija.

Los señores Whitlock parecían hacer el papel de los padres de Riley porque se notaban muy comprometidos con este grato momento, abrazándolos y deseándoles lo mejor. Incluso, le entregaron un sobre que según ellos contenían pasajes dobles para Melbourne, Australia, donde podrían pasar su luna de miel.

Después de una tanda de aplausos, los mozos empezaron a servir la comida. Desfilaron por todas las mesas una gran variedad de platillos italianos. De entrada, uno podía escoger entre Capresse o Carpaccio; de plato de fondo, había Gnocchi alla Romana, Bistecca alla fiorentina o Fettuccine al ragú. Yo era una fanática de Italia, pero no conocía estas recetas, mis conocimientos se limitaban a lo básico de la comida italiana. Menos mal que tenía a Edward a mi lado que disimuladamente me explicó de que iban cada uno de estos platillos. Escogí el que tenía carne y pasta roja. Mis favoritos.

Yo estaba sorprendida pues lo normal en las cenas era reunirse alrededor de una mesa, dialogar y festejar la futura unión de dos personas, pero esto superaba mis expectativas, estaba viviendo una cena estilo Upper East Side... Estilo Hollywood.

.

.

La comida estuvo riquísima acompañada de un buen vino tinto y pan all'aglio. Lo estábamos pasando muy bien a pesar de las miradas envenenadas que nos lanzaba de vez en cuando Irina y Tanya. Lamentablemente ellas estaban en nuestra misma mesa. La idea inicial era que todas las parejas nos sentáramos juntas, pero como Jasper vino sin novia, y Tanya no tenía cita, pues nos juntaron a todos en una mesa de ocho, lo que no nos amilanó para nada, es más, nos dio más fuerza para demostrar que la química y el cariño que nos teníamos Edward y yo eran verdaderos y puros, cosa que ellas notaban a simple vista, haciéndolas morir de envidia.

¡Demuéstrales que ustedes son el milagro del destino!

Además, de vez en cuando, Edward desviaba sus manos de la servilleta que yacía en sus piernas hacia mis muslos, o mi pierna o más arriba, haciéndome que deseara con más ansias, llegar a nuestro departamento y sentir aquella mano juguetona…

— Bella es una experta con el vino, tiene amplios conocimientos de estos e incluso, tiene en su departamento, una pequeña vinoteca —comentó Edward cuando Riley se acercó a nosotros para entablar conversación y saber si la comida había sido de nuestro agrado.

— ¿En serio? Wow... Mis respetos señorita —dijo Riley moviendo su mano con un gesto victoriano.

— Oh Edward no exageres... —le tiré un codazo en su estómago.

— No lo hago, mi amor —se defendió con carita inocente pasando uno de sus brazos por mi espalda—. Vamos Bella, dinos que vino es este.

— Está bien —acepté sólo porque Irina me miraba tratando de disimular su odio y quería enfurecerla. Llevé a mis labios la copa y bebí un sorbito saboreándolo al máximo—. Mmmm… Es un Cabernet Sauvignon y me atrevo a decir que proviene de los viñedos del sur de California. Puede ser del Valle Napa o de Sonoma.

— ¿Cómo sabes eso? —preguntó Jasper sorprendido.

— Los vinos de California, sobre todo los del sur, tienen una fermentación diferente a la de otros lugares, ya que su clima y el tratamiento del suelo son lo más aptos para cultivar este tipo de uva —volví a tomar un sorbo—. Además, despide un aroma a arándanos, entrelazándose estos con especias y notas florales. Definitivamente es de Napa.

Wowwww —suspiró Elisa mientras que Riley se quedó pasmado en su asiento. Yo me ruboricé y sonreí, agradeciendo a mis adentros, la educación vinícola que me dio Charlie.

— Edward, ¡eres un maldito bastardo! ¡Te sacaste la lotería con esta mujer! —exclamó Jasper aún con la cara destemplada.

Todos nos reímos y Edward se acercó para darme un besito en la mejilla y tomarme de la mano por debajo de la mesa, fijó sus ojos en los míos y pronunció con voz aterciopelada—: Lo sé... Soy muy afortunado de tenerla a mi lado.

Mi corazón dejó de latir. Creo que estaba en el cielo.

— ¡Oh por Dios! —Volvió a exclamar— ¡Riley no me mentías cuando me contaste que Edward cada vez que hablaba de Bella ponía carita de carnero degollado! ¡Es increíble! —mi novio sonrió tomándome de la barbilla y dándome un besito tierno en los labios. Ahora sí que estaba en el cielo, volando por el firmamento con mis hermosas alas plateadas…

— No lo niego, Bella es perfecta.

Emocionada, helada, feliz… flotando por los aires… no había palabras para describir lo que Edward me estaba haciendo sentir con cada gesto romántico. No sólo ahora, sino durante toda la cena…

El perfecto era él…

Un sonido seco resonó en el suelo de mármol. Todos miramos al lado derecho y vimos cómo una Irina totalmente rabiosa e irritada se paraba de la mesa. Con un solo movimiento de cabeza se llevó a su hermana y a Elisa con ellas. "La abeja reina y sus subordinadas idiotas", pensé.

— Discúlpalas Bella. No hagas caso a mis primas.

— Lo mismo digo de mi hermana. No tienes idea de cómo se puso cuando le dije que pensaba traer a mi chica a esta reunión. Mis padres tuvieron que prometerle un viaje para que se le pasara el berrinche.

— Creo que están celosas —agregó Riley rascándose la barbilla.

— No tienen de que disculpase, chicos —los animé. Ellos no tenían la culpa de tener familiares tan déspotas y creídas.

— Bueno, ahora si usted me permite señorita, me llevaré a su novio y a mi amigo Jasper para una pequeña conversación con mis padres antes del postre. Andan alucinando con el tema del padrino —dijo riéndose.

— ¿Es necesario? —objetó Edward depositando otro besito en la mejilla.

— ¡Edward! Debes ir, sería de mal educación sino lo haces —lo reprendí y mi novio bufó parándose de mala gana, como si fuese un chiquillo. Se veía tan bello así, con el cabello rebelde y un tierno pucherito, que me daban ganas de llevármelo a un lugar oscuro y dar rienda suelta a mis más bajos instintos… ¿Se imaginan, sexo en un restaurante? ¡Wow! ¡Qué fantasía!

¡Por Dios Isabella no seas impúdica!

— Andando Ed…

— No tardo mi vida —asentí mordiéndome el labio. Mis cachetes debían estar rojos por recrear en mi mente tremenda visión. Definitivamente el vino debía de estar cayéndome mal, muy mal… ¿Por qué sería que existía una conexión extraña entre el alcohol y mi feminidad? Apenas tomaba unos sorbos de licor sentía una quemazón en mi bajo vientre seguido de varias contracciones que me hacían desear tener sexo… Lamentablemente debía esperar hasta que llegáramos a mi departamento.

En momentos como este preferiría que el tiempo se pasase rápido. Ya había tenido suficiente por esta noche. Casi toda la cena había estado cargada de tensión tanta, que distraerme un poquito no le haría daño a nadie. Había conocido a las "brujas", a sus "doncellas" y a los simpáticos amigos de mi Edward. Me había defendido, me había hecho sentir como la única en su vida y me había hecho ser parte de ella… ¿Qué más podía pedir?... más bien yo, debería darle una pequeña recompensa…

Recompensa al estilo "Fantasías constructivas de Isabella Swan" ¡corrección! "Fantasías constructivas de la diablita Isabella Swan"… suena mucho mejor.

Sonreí para mí. Edward me estaba volviendo loca…

— Buenas noches, disculpen la tardanza —levanté la mirada de mi plato al reconocer aquella voz. Su dueño saludaba con un fuerte abrazo a los señores Whitlock, en la mesa vecina. Por andar a la defensiva con las brujas y encantada por el lugar y el trato de Edward, había olvidado por completo que en esta cena también asistiría él… Jacob.

Recorrí el local con mis ojos y no encontré a Edward ni a Jasper. Parecía que se hubieran ido a otra parte.

— ¡Hey! Siéntate por aquí Black. Únete a la mesa de solteros —lo llamó un señor no mayor de cuarenta años que se encontraba sentado al lado de otro muy canoso, que, según Edward, era uno de los hermanos Federline.

— En seguida voy —le respondió con un movimiento de manos a la vez que seguía intercambiando algunas palabras con el señor Whitlock. De pronto, sentí que ese par de ojos negros que había visto varias veces sonreírme en la obra, se posaban en mí con reprimenda. Sentí un cosquilleo en mi estómago y ganas de ir al baño.

— Hola, Bella —una fragancia varonil se filtró por mi nariz dándome una sensación especial, lo que hizo alzar mi vista y ver a Jacob sentándose en la silla vacía de Edward. Portaba un terno de marca y corbata negra. Se veía simpático.

— Jacob —respondí un tanto nerviosa—. ¿Cómo estás?

No creo que fuera una pregunta muy racional. Después de todo y a pesar de que me haya gustado el gesto celópata de Edward al decirle que era su novia, éste le había contestado muy mal.

— Confundido —se rascó la cabeza—. ¿Por qué no me dijiste que salías con Edward? ¿Qué pretendías con ocultarlo?

— Eso...

— ¿Desde cuándo estás con él? —volvió a preguntarme tropezándose con las palabras y con ojos apagados—. Oh… Ahora entiendo todo. Ya sé por qué no quisiste almorzar conmigo el primer día que te invité. Ya estabas con él, ¿verdad?

— No, Jake, aún no estábamos juntos.

Pero te estabas acostando con él.

Bueno sí…

— Bueno si lo hacías o no, no es mi problema, supongo —indicó algo triste haciéndome sentir mal. Era como si yo hubiese jugado con sus sentimientos y en realidad no lo había hecho. Mi único error fue no haberle explicado a su tiempo, la verdadera razón de mi silencio.

— Jake, yo no te oculté nada… simplemente no queríamos dar a conocer nuestra relación. Soy… —suspiré—… soy un poco temerosa con esto de los compromisos y las etiquetas, por ello, Edward quería llevar esto con calma, paso a paso. Y lo ha logrado. Y bueno, debo decirte que tampoco quería exponer en la obra de construcción mi relación con él por motivos de trabajo. Discúlpame si me comporté como una idiota —añadí apenada.

— Oh no, Bella, nunca digas que eres idiota —me levantó el mentón obligándome a mirarlo. Sus ojos se habían suavizado y parecían los de un perrito sin dueño y abandonado, me profirió mucha ternura—. No permitiré que vuelvas a llamarte así…

— Pero entiende que no lo hice al propósito, Jake —insistí.

— Tus ojos me lo dicen, Bella. No sabes mentir.

Me quedé muda un segundo, sin saber que responder hasta que…

— Jacob —pronunció Edward fastidiado.

— Hola Edward —se paró de repente y se colocó a su altura. El brillo que adquirieron sus ojos volvió a ser receloso.

— Si llegaste tarde y no sabes dónde ubicarte, te aconsejo que vayas a otra mesa, pues esta ya está llena —dijo Edward con frialdad entrecerrando los ojos.

Se miraron en silencio echando chispas.

— ¡Edward!

— ¡Déjalo Bella! El ogro esta gruñón hoy. No es novedad para mí —apuntó—. Hablaremos después, preciosa.

— Está bien —le contesté y Edward apretó los puños con fuerza. Sólo se volvió hacia mí cuando Jacob tomaba asiento en la mesa de los señores Federline.

— Te dejo un ratito y los lobos descienden —dijo en son de broma, pero su risa no me causó ninguna gracia. Esta vez, no estábamos en un ring de boxeo.

— Edward no era necesario que le hablaras así. Jacob no tiene la culpa de nada.

— He sido lo más amable que he podido.

— ¿Me vas a explicar el motivo del porqué le hablaste así?

— Te estaba tocando. Es suficiente para ponerlo en su sitio… —lo miré desconcertada.

— No Edward… Tienes que reconocer que esta vez… —de repente tuve que callar frente a la intromisión de uno de los mozos.

— Disculpen señores —hizo un ademán con el brazo—. Pero me han enviado a preguntarles el postre desean degustar. Tenemos Tiramisú y Zabaione. Depende de su gusto.

— ¿Podría explicarme que es Zabaione? —le dije aún irritada.

— Mi amor, Zabaione es un pos… —empezó a explicarme Edward de la misma manera que hizo con los platos de fondo, pero con una sola mirada, llena de rabia, lo callé. Edward se cruzó de brazos y suspiró sonoramente. En ese mismo instante, Jasper, Elisa, Irina y su pareja regresaron a sus lugares.

— Discúlpelo —me volví hacia el mozo—. ¿Me decía?

— Sí señorita. Zabaione es una crema hecha con yema de huevo, azúcar y vino dulce.

— Está bien. Tráigame ese por favor.

— Enseguida —se retiró con otro ademán y se dirigió a los recién llegados.

— Bella…

— Luego hablamos Edward —le dije en voz baja pues Irina parecía muy interesada en lo que sucedía.

Los postres llegaron y nos envolvimos en una charla interesante donde nuestros planes futuros eran el tema principal. Empezó a hablar Elisa con una actitud muy entusiasta, ya que, después de un año sabático, la universidad de Harvard la había aceptado como estudiante de leyes, así podía seguir los pasos de sus padres y hermano. Frank Vulturi, por su parte, no volvió a mencionar el tema de las apuestas haciendo que la mala intención de Irina por dañarnos quedara anulada. Es más, se concentraba en alardear sobre el progreso y gran éxito que habían tenido sus autos de carrera en Europa. La fórmula 1 no era mi deporte preferido, pero con todo lo que escuché, me parecía lo más aburrido del mundo, nunca dejaría que Edward me llevase a ver carreras de auto así, menos sabiendo que Frank Vulturi era dueño de ellos. Entre un tema y otro, Edward se retiró alegando ir al sanitario.

— Bella, y cuéntanos, ¿cómo hiciste para tener a mi amigo como un carnerito? —preguntó Riley acercándose nuevamente a nuestra mesa, esta vez venía con Heidi. Di una mirada rápida alrededor y vi que la formalidad había acabado. Todos conversaban con todos en diferentes lugares y muchos hombres tenían la corbata aflojada.

— Estamos contentos por Edward. Parece un gatito asustado.

— Sí, no lo veía sonreír así desde que pintó sus últimos cuadros. ¡Y eso fue hace años luz!

Jasper rio y yo también. Quise preguntar sobre qué cuadros se referían, pero Heidi tomó asiento entre Elisa e Irina, en el lugar que correspondía a Tanya, y empezaron a cotillear sin dejar de mirarme de soslayo. Riley, en cambio, se sentó en el sitio de mi novio.

— No chicos, no es para tanto.

— ¡Claro que lo es! —Exclamó bajando la voz—. Créenos, Edward no es así. Siempre ha sido un chico reservado, discreto con su vida y su pasado. Todos los que lo conocemos, sabemos que parte de su vida fue muy difícil, Bella, y por la forma en que te mira, sé que tú has logrado derribar esa muralla. Sé que tú lo estás haciendo feliz y eso nos enorgullece porque siempre hemos querido verlo sonreír. Eres la primera mujer que lo ha conseguido y creemos que serás la única —me dijo Jasper con sinceridad, con un dejo de esperanza y cariño haciéndome sentir como si fuese una heroína.

— Sólo te pedimos que no le hagas daño. Edward es un buen chico, pero también tienes que tenerle paciencia —agregó Riley.

— Sí, lo sé chicos y trataré de llevar esto adelante. Me alegra muchísimo que tenga amigos tan buenos como ustedes —los miré agradeciéndoles el hecho que fueran leales. Sin embargo, en ningún momento me había sentido su heroína, es más, no creía haber logrado un gran cambio en Edward, pero ahora lo comprendía mejor pues sus amigos me lo estaban confesando con el corazón en la mano, cosa que no podía dejar pasar por alto y que me conmovió totalmente a la vez que mi corazón, otra vez indagaba la forma de calmar y subsanar el pequeño corazoncito de niño triste de Edward.

Mi sexy e increíble cavernícola era a su vez un alma dulce en proceso de recuperación…

Dos almas diferentes pero similares a la vez…

— Sinceramente, ya me empezaba a preocupar... Tú sabes, verlo solo… hasta pensé lo peor —alzó la voz Jasper en son de broma cambiando de tema y llamando la atención de las otras mujeres de la mesa. Me pareció una buena treta.

— ¿Lo peor? —Preguntó Elisa—. ¿De qué hablas, Jazzy?

— ¿Jazzy? Eso debe escucharlo Jacob…

— Idiota —masculló el aludido—. Hablábamos de Edward, hemos estado pensando seriamente en que era gay —soltó de pronto e Irina botó el vino de su boca. Fue asqueroso, pero a la vez muy cómico, tanto que no pude contener la risa. Irina tosió y me miró con frialdad, mientras limpiaba las gotas que habían caído en su vestido blanco.

— Oh...

— Es bueno verlo sonreír así —me guiñó el ojo y yo volví a reír por lo bajo.

Lo vuelvo a decir, los amigos de Edward eran lo máximo.

— Disculpe señorita, lamento interrumpir su conversación, pero tengo un mensaje del señor Cullen —interrumpió con delicadeza y atino uno de los mozos. Volví a mirarlo y vi que me extendía una copa de vino con una pequeña tarjetita blanca.

— Muchas gracias —le respondí amablemente y acepté la tarjetita bajo las miradas expectantes y nada discretas de sus amigos, mientras que Heidi se levantaba de la mesa batiendo su melena rubia y dirigiéndose a donde se encontraba Jacob.

"Bella. Te espero en el lounge después de que tomes tu copa de vino. Si te preguntan a dónde vas, no les hagas caso.

Besos, Edward.

P.D. Si aún sigues enojada, por favor, igual acepta mi invitación."

Leí y releí su hermosa caligrafía. Mi niño de mirada perdida y pucherito irresistible pretendía una reconciliación. No perdía nada reuniéndome con Edward, podríamos hablar tranquilamente de ciertas cosas y aclarar todo este asunto de Jacob, porque por más romántico que él haya sido conmigo esta noche, debíamos dialogar.

Me disculpé con los chicos no sin antes beber un poco de mi copa y salí de la terraza calmadamente. No me dijeron nada, seguro que por educación o porque ya se imaginaban que contenía el papelito.

Cunado estaba llegando a la zona principal, del cual nacía el pasillo que me llevaría al Lounge, una voz chillona con otra seria y tosca reverberaron en el aire. Las reconocí de inmediato y me quedé completamente helada, ¿Qué hacían ellos dos conversando? ¿Y sobre todo, por qué lo hacían?

Decidí esconderme tras un par de las columnas, al lado de la pequeña jardinera, y afiné mis oídos.

Sé que estaba haciendo algo mal, podría ocasionarme problemas, pero esto sí me convenía. Más, cuando estaba segura que escuché mi nombre salir de una de aquellas bocas.

Maldición.

.

.

.

.•.•.•.


Notas:

¡Chicos! Les cuento que este capítulo fue concebido desde un principio así... salió un poco larguito, así que tuve que cortarlo y hacerlo, en esta versión editada, en dos partes. =) Pero quería que vayan conociendo a nuevos personajes y los odien o los quieran o les de igual (XD). De paso, se habrán dado cuenta que cada vez sale a flote más cositas de Edward. Y, ¿Qué les pareció las hermanas Denali? ¬.¬ Parecen que le contaron todo lo malo a Heidi que adquirió manías impropias.

Bueno, ¡muchísimas gracias por leer hasta aquí! Las quiero a todas, gracias por su apoyo ^^

Besos, Lu.

P.D. Como se dio cuenta Kasslpz, hay algunas frases que me inspiré de los libros, como las escenas con Jacob y los celos de Ed. 3