Disclaimer: Todos los personajes de Twilight pertenecen a la genial Stephanie Meyer. Yo sólo juego con ellos =)
*Mil gracias a mi beta de aquel entonces: larosaderosas que me ayudó muchísimo en mejorar este fic en su primera versión. Aprendí muchísimo contigo, Rosa. =)
Y a todas las que me dejaron un comentario, mil gracias, espero verlas siempre por aquí! ^^
* ¡Ah! Y a las chicas silenciosas ¡les mando otro besote!
Capítulo 15
•
Bella
"Espérame en la caseta, llego en veinte minutos. Mal día." —Texteé lo que más parecía un telegrama.
Mi humor no había mejorado a pesar que Jessica se había mostrado en todo momento alegre. Claro, ella no tenía que cargar con las jodidas obligaciones, menos con las consecuencias que el viejo Chang cargaba sobre mis hombros. ¿Cuándo acabaría esto? No tenía idea, pero lo que me mataba y me cegaba de dolor era el fuerte dolor de cabeza que tenía y por más que había tomado dos pastillas de Ibuprofeno, el efecto analgésico no llegaba.
— ¿A dónde nos vamos? —me preguntó Edward mientras me cobijaba con sus brazos y me sobaba la cabeza. Lo primero que hice al verlo fue correr hacia él y poco me importó que no tuviera camiseta o que estuviera sudado, él se había convertido en mi verdadera salvación.
— Sólo iré yo, Edward. El pasaje ya está pagado y la estancia en el hotel también.
— Voy contigo. No quiero dejarte sola —apuntó— ¿sabes la cantidad de accidentes que ocurren a diario en Los Ángeles? Sin contar los temblores que sacuden la tierra cada dos días… Ni hablar Bella.
— Edward…
— No —sostuvo.
— Sólo serán tres días y viviré prácticamente en el campus. No tendremos tiempo para salir ni nada porque las exposiciones serán de ocho a seis de la tarde.
— Me da lo mismo. Compro el pasaje hoy mismo y apenas lleguemos al hotel, pido una Suite. No hay por qué discutirlo.
Awww… mi hombre, con casco y sin camiseta, con aroma y aliento varonil, mostrando sus rasgos celópatas, primitivos, era un sueño.
— Pero… ¿y tu proyecto con los Federline? —insinué.
— Empieza la próxima semana en Seattle. Riley se ocupará de él las primeras tres semanas. Prácticamente estoy libre y listo para acompañarte a donde quieras. Así que Isabella, no discutas, nos vamos a Los Ángeles esta misma noche —aseguró.
Y así fue. Ni bien hablamos con Paul para que se encargara de la obra esos días, nos dirigimos a la oficina de "American Airlines" para conseguir un pasaje en el mismo vuelo que el mío. Por ser de último minuto, éste excedía el cincuenta por ciento… Yo me apené mucho, pero Edward no. Más bien, insistió en un Upgrade de cabina y así viajar juntos y más cómodos. Me sorprendió un poco, pues yo no podía permitirme derrochar tal dinero.
A las siete de la noche Edward pasó a recogerme con un pequeño maletín de mano y me monté en el taxi rumbo al aeropuerto. Nuestro vuelo estuvo de maravilla, disfrutamos la primera clase con una copa de champagne y chocolates suizos deliciosos que jamás había probado. Llegamos a LAX y todavía se podía observar la luz tenue del atardecer, teníamos dos horas de diferencia, pero nosotros sólo quisimos descansar en el hotel.
Al día siguiente, nos levantamos con el tiempo exacto para tomar una ducha, cambiarnos y salir hacia la universidad. Edward decidió vestirse elegante pero informal, con un pantalón de seda negro y una camisa azul noche mientras que yo me coloqué un conjunto de seda. Al ingresar presentamos nuestra credencial de arquitectos, la mía era celeste por ser representante de la empresa, en cambio Edward tuvo que adquirir una (de color mostaza) por ser un profesional particular. El monto cubría todas las exposiciones y actividades a realizar durante los tres días, así como los coffee breaks diarios.
Fueron horas y horas continuas de conferencias, charlas y formalismos… Todo era el infierno personificado. Por suerte el programa incluía un reconocimiento del nuevo campus universitario y un recorrido por algunos de los principales proyectos que los alumnos estaban realizando en un área especial para la construcción, así que, cuando el host nos invitó a un tour, nos pusimos de pie, nos colocamos nuestros cascos blancos y…
Sucedió un déjà vu…
Un despertar a mis sentidos.
Edward con Casco... Mi perdición.
La inexorable atracción de mi cuerpo hacia él.
Nos mostraron una cúpula geodésica construida por los alumnos del tercer año de Arquitectura. La semiesfera, parecida a un Iglú, estaba hecha a base de láminas de madera de cuatro por dos pulgadas unidas entre ellas por clavos largos de cinco centímetros. Había quedado excelente y era un prototipo para una posible casa de campo de aquí a unos años. Edward se alegró y se mostró curioso en todo momento con la explicación detallada que nos dieron sobre su fabricación hasta que, minutos después, fuimos trasladados a otro sector del campus donde otro grupo de estudiantes -del diplomado de "Especialización en construcción e innovación técnica"- se encontraba desarrollando un nuevo material a base de ladrillo.
—...Como es conocido, los muros hechos a base de ladrillos macizos de arcilla tardan minutos en ser demolidos y son más húmedos y costosos, quizá con el transcurso del tiempo, se construyan muros sólidos con materiales más livianos pero lo que nuestros alumnos están desarrollando es una propuesta interesante y cómoda para su bolsillo. Se trata del ladrillo súper liviano —expuso uno de los ingenieros encargados.
— Así es, este sistema constructivo combina la rapidez y limpieza de ejecución como los sistemas de construcción en seco, con la versatilidad de la construcción tradicional. Sus componentes son bloques…
— ¿Crees que pueda ser posible? —me preguntó la aterciopelada voz de Edward en mi oído haciéndome regresar a tierra.
— No lo sé. Lo que pienso es que la mezcla de concreto tiene menos cemento y más arena de lo habitual, por ello puede ser más fácil la demolición del muro.
— ¿No crees que el ladrillo sea en verdad súper liviano? —Negué con la cabeza—. Mmmm... Podría ser —me respondió dudoso—. Lo que yo creo es que al cocer el ladrillo le están echando menos aglutinante y más materia prima.
— ¿Se puede hacer eso señor sabelotodo? —inquirí con ironía.
Rio bajito.
— Si señorita testaruda, se puede hacer —meneé mi cabeza y él me abrazó por detrás dándome un besito en la nuca y haciéndome sonreír. No podía haber más perfección que esta.
— También hemos desarrollado un modelo similar a los bloques CCA (*). Este prototipo de ladrillo se puede utilizar tanto para tabiques interiores como para muros exteriores y cumplen los requerimientos de resistencia necesarios para muros portantes a partir de quince centímetros de espesor. Son muy adecuados para viviendas, ampliaciones, refacciones… y son muy fáciles de trabajar por ser livianos —agregó el ingeniero con un orgullo comprensible. Su vanidad tenía motivo y era que estos chicos habían desarrollado un material innovador a la altura de las grandes fábricas.
— Wow… ¡eso sí me sorprende!
— ¡Socrática! —exclamó.
— ¡Shhh! Tonto —le tiré un codazo para que no hablara en voz alta.
— Hermosa.
— Ed…
— ¿Alguno de los arquitectos aquí presentes podría corroborar lo que estamos ofreciendo? ¿Algún voluntario para derrumbar este muro de ladrillo y probar así nuestro nuevo sistema no convencional de material prefabricado? —Solicitó la mujer que acompañaba al ingeniero, creo que era arquitecta también, luego prosiguió explicando—: Tenemos proyectado para inicios del próximo año, lanzar nuestro producto al mercado y distribuirlo a las grandes compañías gracias al convenio que se ha firmado con una de las ladrilleras más grandes del país…
— Y aquí es el momento cuando las teorías se vuelven realidad, mi amor.
— ¿Qué quieres decir?
— No tardo, espérame aquí mi amor —me dio un suave beso en la frente y levantó la mano para ofrecerse como voluntario.
Edward y sus demostraciones prácticas. Todo le gustaba llevarlo a la práctica.
— ¡Muy bien! Gracias arquitecto…
— Cullen. Edward Cullen —al simple sonido de la voz sexy de Edward, los ojos de la mujer centellearon con un brillo que no lo catalogaría como normal.
— Arquitecto Cullen, sería mucho mejor si se quitara esa camisa. No queremos que el cemento ni la tierra la ensucien —sugirió la mujer.
Me quedé helada.
¿Por qué quería sacarle la camisa?
Claro, podría ensuciarse, pero Edward no traía ninguna camiseta debajo… justo hoy día no se colocó ningún BVD.
¡Maldita arpía!
Edward se sacó la camisa y maldita sea, ¿por qué tenía que ser tan perfecto?
Los cientos de miradas de las chicas de universidad se dirigieron a él, hacia el físico privilegiado que tenía, querían comérselo con los ojos, una de ellas empezó a dar saltitos y las otras murmuraban cosas inentendibles. La mujer, la maldita arpía, se quedó muda y sólo se contentó con sostenerle la camisa blanca mientras que su cuerpo adoptaba la pose característica de un felino al acecho.
Respiré varias veces para calmarme, pero mi mente me mostraba muchas formas de acabar con todas estas.
Usa la espada láser Isabella y defiende a tu hombre como la princesa Leia.
Sí, la iba a usar, pero cuando Edward se colocó nuevamente el casco y me lanzó una mirada penetrante, mis piernas temblaron, parecían gelatina, no me creía capaz de estar un minuto más en pie. Mis labios estaban completamente secos, mi respiración se había vuelto pesada a tal punto que ya había perdido la capacidad de respirar, razonar y pensar normalmente… verlo ahí parado, con cara de niño caprichoso mostrando sus perfectos pectorales, sus brazos duros y su torso suave, estaba entibiando mis piernas lentamente.
Edward con el torso desnudo…
Edward con el torso desnudo y el casco blanco…
Edward listo para follar con el torso desnudo y el casco blanco… ¿podría existir más perfección que esa?
Se sentó encima del vano de la ventana con sus piernas a los costados y tomó con sus manos el cincel y el martillo que habían colocado previamente allí. Volvió a mirarme con picardía como si leyera mis pensamientos y me sonrió antes de sumergirse a la más interesante tarea que mis ojos hayan podido ver jamás... Empujaba, golpeaba y ejercía presión con sus brazos para tratar de tirar el muro de ladrillo lo que originaba que cada músculo de su antebrazo y bíceps se hinchara y se contrajera a cada movimiento a la vez que distribuía la fuerza hacia su pecho desnudo y su abdomen.
Derrumbaba el muro con elegancia, con sensualidad, con hombría... Meneando la cadera para delante y para atrás haciendo que su pantalón de seda se temple en sus robustas piernas y su escultural cuerpo fuese la envidia de los hombres presentes y el centro de atención de las mujeres... Su casco, se movía al compás de su cuerpo mientras que finas gotitas de sudor empezaban a recorrer su frente y parte de su cuello, clavícula hasta caer precipitadamente por su pecho...
Toda una delicia.
De la misma manera que había derrumbado el muro de tu corazón, Isabella.
Mi capataz cavernícola y sexy se llevaba el diploma del año como miembro honorífico de la triple "E"… Exquisito, Excitante y Embriagador.
Sí señor.
— ¡Qué espalda que tiene!
—…pasó por mi lado y me enamoré de sus ojos…
¡Aish! Unos susurros a mi derecha me dijeron que no era la única que estaba embelesada por él, solo una pequeña parte analítica de mi cerebro hacía acto de presencia como fiera para atacar y dejarles en claro que ese hombre era mío, porque mis sentidos estaban en guerra, peleándose por descifrar el sentimiento que Edward hacía nacer en mí, no sólo sexual sino sentimental…
Al acabar su faena, yo seguía hiperventilando envuelta en una nube de algodón blanca que me elevaba por los aires olvidando al resto, sacándolos de mi radar que ni escuché lo que decían. Estaba tan excitada y mareada que Edward al cogerme la mano, una zona tan erógena, produjo que el calor de mis entrañas estallara… ya no podía más. Ese hombre me había mal acostumbrado, me había enseñado a desear cada fibra, cada parte, cada centímetro de su cuerpo sin importar el tiempo ni el lugar…
Era culpa suya que yo sea una completa exhibicionista…
Edward se detuvo en el baño exclusivo para profesores y entró para lavarse, yo ni corta ni perezosa, con un valor adquirido por las constantes hurras de mi diablita interna, entré al baño, totalmente provocativa y lo arrimé a la pared y lo besé como una desesperada.
Los aplausos de la diablita Isabella no demoraron en llegar mientras saltaba en un pie para luego detenerse y mirarme con orgullo. Regia. Oh sí… Malvada perversión.
— No puedo esperar, Edward. Hasta que te vea hacer lo mismo en mi obra de construcción, podría pasar cien mil cosas... Y no quiero. Te deseo ahora.
Fue en ese preciso instante que se cruzaron nuestras miradas y en la mía debió leer una señal de asentimiento mezclada con deseo porque me apoyó contra el tocador del cuarto de baño. El mármol frío atravesó la seda de mi blusa en claro contraste con el calor que ardía dentro de mi cuerpo mas no me importó.
— No tienes idea de las miles de formas que ideé para sacarte de esas conferencias y llevarte a otro lado Isabella —susurró—. Tu aroma, tu sola presencia me inquieta y me excita.
— Entonces, hazlo —mi voz era una exigencia brusca, una súplica de mi corazón de mujer—. Te deseo tanto Edward...
Edward sonrió y sus ojos brillaron maliciosamente a la vez que el deseo sexual se sentía en el ambiente. Sin esperar a más, le saqué la camisa con una rapidez única y la dejé caer al suelo junto con la mía. Ahora lo tenía para mi sola, expuesto a plenitud, con cada centímetro de su piel llamándome... Le coloqué las palmas de las manos en los músculos del pecho y las deslicé desde las costillas hasta la parte superior de su cadera donde comenzaba la sombra de su entrepierna, liberarle del cinturón y del cierre del pantalón me llevó apenas un segundo.
Edward gimió al sentir mis manos por su entrepierna, me miró y con el destello de furor listo para atacar, me recorrió el cuello hasta la curvatura de mis pechos con un solo dedo, tentándome, sintiendo cómo se calentaba lentamente mi piel. Llenó de besos y lamidas la piel de mi cuello, los lóbulos de mis orejas y la base de mi garganta mientras nuestras respiraciones, cada vez más agitadas, resonaban en la habitación creando una melodía erótica y sensual, una melodía que actuaba como aliciente al frenesí que recorría nuestros cuerpos... Volvió a besarme, mi lengua se enredaba con la suya en una tórrida batalla, mis brazos, aferrados a su cuello, lo instaban a acercarse más, a borrar los pocos milímetros que nos separaban mientras que sus manos me apretaban más y más, acercando mis nalgas a su entrepierna para que yo pudiera sentir la dureza de su físico y la dimensión de su excitación… me relamí los labios y casi grito al imaginar la joya que guardaba su pantalón de seda…
Me subió a la parte superior del tocador y aquel movimiento hizo que su atención se desviara hacia el espejo lateral, volví mi mirada hacia allí y un estremecimiento de deseo me atravesó el cuerpo cuando vi mi reflejo en el espejo. Allí estaba yo, apoyada semidesnuda con la falda enredada alrededor de los muslos en el borde de aquel mármol teñido de rosa con el cabello despeinado y los ojos brillando de un deseo erótico contenido, suplicando por más. La tela del sostén se mostraba oscura y húmeda allí donde él la había succionado y mis pezones se marcaban con claridad.
Edward gruñó ante tal imagen erótica y me levantó ligeramente para quitarme las braguitas y atacar con sus dientes mis senos. Contemplé la escena a través del espejo, era riquísimo verlo morder, succionar y lamer al mismo tiempo que sus manos acariciaban mis muslos hasta desaparecer entre mis piernas.
Su lengua siguió descendiendo más y más, besó mi vientre entero, dejó que la yema de sus dedos lo recorriera mientras se arrodillaba en el suelo y su boca quedaba exactamente a la altura de mi sexo, para poder degustarme a gusto. Su aliento era tibio, cálido, su respiración parecía que llegaba a mis entrañas. Sus dedos vagaban y abrían lentamente mis labios, con su dedo índice acarició mi interior, recorrió cada pliegue de piel, cada centímetro de carne mientras yo podía sentir cómo se iba mojando poco a poco…
— El templo de mi placer, Isabella, eso eres… —susurró mientras su lengua me lamía completamente y aceleraba el ritmo ante cada suspiro mío—. Al beber de ti, de tu esencia, comienza una especie de frenesí por todo mi cuerpo… —propinó otro lenguetazo, temblé—…que me hace sólo querer vivir y morir en ti… —mordisqueó mi clítoris y grité sintiendo los primeros estremecimientos del orgasmo.
¡Oh por Dios! Si esto no era el cielo, entonces ¿qué era?
El limbo, el infierno, el paraíso…
Con sus palabras flotando en mi subconsciente y nuestro hermoso reflejo en el espejo, me atrajo hacía él para besarme y hacerme partícipe de mi propio sabor… Su erección amagó la ardiente y melosa humedad de mi entrada que ya comenzaba a latir de impaciencia… No podíamos espera más, el deseo nos llamaba… Colocó la cadera entre mis muslos y se introdujo en mí muy despacio, luchando contra la urgencia de hundirse en mi interior todo lo rápido y fuerte que pudiera. Observé su expresión y al ver sus ojos brillar y el color expandirse por su cuello y su pecho fue suficiente para desearlo con un apetito voraz, necesitaba sentirlo en plenitud, llenándome, embistiéndome. Apoyé mis manos al lado de sus caderas para mantener el equilibrio e instándolo a que me penetrara con más fuerza. Mis piernas se cerraron en torno a él dejando que su pelvis se soldara a la mía sin rincón alguno por donde pudiera pasar ni una brisa de aire. La unión de nuestros cuerpos era total… La textura, el roce de su piel con mi piel, de mi calor con su fuego, de sus movimientos, rápidos y certeros… eran magníficos.
— Y eres mía… sólo mía.
— Sólo tuya —murmuré y él sonrió.
Eran sus palabras… su sentido de posesión, su actitud de macho, de cavernícola… el paquete perfecto de un hombre…
Edward siseó y entonces fue incapaz de seguir controlando sus movimientos y nos dejamos llevar, todo rasgo de coherencia desapareció y sólo el ímpetu gobernó nuestros cuerpos… me penetró con dulzura, pero con una fuerza tremenda mientras sus manos me tomaban de las caderas para intensificar y profundizar sus embestidas haciendo que un espiral de calor se formase en mi vientre quitándome el aire. Siguió moviéndose sin bajar el ritmo repitiendo mi nombre una y otra vez hasta que mi voz resonó guturalmente en la habitación y mis músculos internos colapsaron alrededor de su cuerpo. Clavé mis uñas en su espalda mientras él se derrumbaba sobre mí disfrutando ambos de las contracciones y palpitaciones que surgían de nuestra unión, de nuestra deliciosa unión…
Era increíble.
Exótico. Erótico. Excitante.
Era placer, desenfreno y loca lujuria.
Una nueva fantasía para archivar en nuestra vida.
Nos mantuvimos así, sintiendo la respiración del uno en el oído del otro, el corazón martillar con fuerza y desesperación y el aliento y perfume de la unión de un hombre y una mujer como único afrodisiaco y testigo de una pasión y un cariño desenfrenado.
Pasaron segundos, quizás minutos...
Isabella Swan… abriendo su corazón a un extraño… ¡épico!
No, él ya no era un extraño.
Iba a hablar, pero un recóndito sonido reverberó en el ambiente y nos hizo descender del cielo. Él me alcanzó mi bolso y saqué el celular, era un mensaje de Jessica.
"Arq. Swan. Disculpe que la interrumpa, pero le informo que la firma del contrato de compra-venta del terreno del lago Michigan se realizará la misma tarde de su llegada, a las cinco y media en la notaria 'Amayo & Sons'. Que tenga buenas noches." —Un mensaje serio, sobrio como ella, pensé.
— ¿Todo bien, mi amor? —apartó un mechón de mi cabello.
— Sí, era Jessica recordándome cosas del trabajo… —suspiré y miré la hora del celular— pero… ¡se nos pasó la hora Edward! Tengo que exponer en un rato. ¿Qué pensaran si no llego a tiempo?
— Pues… dirán que la leyenda del monstruo que rapta hermosas y sexys jovencitas en esta universidad es cierta —rio besándome cándidamente en los labios.
— ¿Me raptaría, capataz Cullen?
— Sin dudar, hasta el fin del mundo.
— No quiero que vuelvas a sacarte la camisa delante de otras mujeres —volvió a reír, pero esta vez con aquella angelical sonrisa que me apretaba el corazón— ¿de qué te ríes?
— Es que te ves tan linda…
— ¡Ah no, señor Cullen! —Objeté separándome de sus brazos—. O ¿le hubiera gustado que, en su lugar, hubiese sido yo la que se sacara la blusa delante de todos para no ensuciarla?
Escuché un gruñido.
— No, diablos, ¡no! ¡Ni lo pienses Isabella! —refutó utilizando su auténtica tonalidad de posesión. Sin duda, se veía hermoso así…
— ¿Ves lo que te digo? —lo miré ceñuda y el bufó.
— Sí —dijo finalmente resignado—. Pequeña celosa… —quise volver a hablar, pero él me calló sutilmente con un beso—… Eso demuestra que te importo.
— Pensé que ya lo sabías.
— Si, pero nunca el tiempo será suficiente para escucharte decirlo, Isabella... —sonreí. Mi corazón dio brinquitos de alegría y se preparaba para realizar un triple salto mortal del cual saldría orgulloso, sin duda...
Con la rapidez única que nos caracterizaba, nos vestimos entre juegos y besos para luego salir discretamente de los baños. Me arreglé lo mejor que pude y repasé mi discurso con una maestría que no me creía capaz. Edward me miró en todo momento mientras exponía frente a cientos de estudiantes y profesionales y nunca en mi vida me pude sentir más dichosa y segura como me sentí en aquel instante.
Sí, él entró en mi vida de forma intempestiva y le dio un giro de ciento ochenta grados.
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Esa misma noche, como las otras noches venideras, Edward que conocía muy bien Los Ángeles, me invitó a dar una vuelta. Salimos a pasear observando el resplandor de las estrellas que adornaban la noche, despejada y llena de misterios. Recorrimos y caminamos de la mano el boulevard Wilshire, uno de los lugares más románticos que pudiesen existir y yo me encontraba maravillada, era la primera vez que venía aquí. Cambiar el cemento y el asfalto por la arena y el mar en tan solo unas horas no tenía precio. Siempre había sido una chica de pueblo, de Forks que no conocía más que la reserva de La Push, y por más que quise desprenderme del lazo paternal, no pude por la enfermedad que atacó a mi mamá Renée.
Pero, parecía que todo estaba cambiando ahora.
El cielo aquí era claro, nada comparado con la neblina nocturna de Chicago ni de Forks, la única diferencia era que, en estos instantes, en mi pueblo, podríamos estar abrazados bajo la mirada preciosa de la luna en mi prado, mi lugar más preciado del mundo por encontrarse cerca a la casa de mis padres... Podríamos besarnos... reírnos, jugar...
— Un dólar por tus pensamientos, Bella —bajé mi mirada y recordé nuestra primera cita cuando me preguntó lo mismo.
— No creo que valgan tanto —me miró sorprendido y me abrazó inclinándome hacia él—. Además, tú tienes la habilidad de leerme la mente.
— Bueno, mi habilidad para apreciar las cosas está siendo eclipsada por los ruidos en mi estómago —señaló él con un guiño—. ¿No tienes hambre?
— Ahora que lo dices —repliqué— creo que sería buena idea comer algo.
— Entonces te invito. Conozco un bistró cerca de aquí donde sirven muy buena comida —sugirió
— ¿Te arriesgarás a invitarme? —Bromeé—. Sabes que mi apetito y yo podríamos dejarte en la calle.
— Tomaré el riesgo —dijo él sonriendo y poniéndose de pie al mismo tiempo que me ofrecía su brazo al estilo de un caballero inglés y yo toda una dama.
Reímos y me llevó de la mano hacia el "Coco Palm", un restaurante magnífico y encantador con una hermosa vista de toda la ciudad.
— ¿Sabías que nunca antes había viajado? Y para ser ésta la primera vez, no es nada alentadora ¡Imagínate viajar tanto para tan solo disfrutar un par de horas por día! —le dije mientras admiraba el cielo desde la terraza. Podía acostumbrarme a vivir aquí, lejos del ajetreado mundo de Chicago.
— No lo sabía cariño, sino hubiera hecho lo posible para que este viaje fuera más especial
Sonreí. Claro que lo hubiera hecho, estaba segura.
Para la segunda noche, tomamos la decisión de saltarnos la última conferencia y darnos una escapada a la playa de Santa Mónica, a unos treinta minutos del centro de LA.
Caminamos abrazados por el muelle, nos sacamos un par de fotos y reímos como nunca antes. El calor que Edward me infundía era cándidamente reconfortante y anhelaba siempre sentirme rodeada por él.
Finalmente, me llevó por toda la Third Street Promenade, la cual era un camino de tiendas, cafés, cines y ¡heladerías! Me compró un helado de chocolate con café primero, y luego un algodón de azúcar mientras que él solo tomó una gaseosa. ¡Por Dios! ¡Iba a reventar! No sé si era el viaje o el cambio de clima, pero me estaba volviendo más glotona y era él quien pagaba las consecuencias de todo y eso me apenaba.
— No, Edward, con esto, es suficiente —aseguré llevándome a la boca un último caramelo—. Aunque... Tenía entendido que sabías más cosas de mí que mi propia biografía no autorizada contada por Alice.
— Jajaja… sí es cierto. Sé muchas cosas sobre ti… pero Alice nunca me comentó sobre tu gran afición a los dulces —arqueé una ceja incrédula. Alice tenía la mala costumbre de hablar más de la cuenta—. Aunque no lo creas, mi prima fue muy recelosa con respecto a ti, solo me dijo ciertas cosas. Te cuida mucho.
— Creo que es algo típico de tu familia, ¿no? —sonrió de lado.
— Quizá —desvió su mirada para luego regresarla a mí con un brillo diferente—. ¿Cómo es que nunca has viajado?
— Digamos que no he sido muy privilegiada en ese aspecto, pero eso no quiere decir que no tenga mi pasaporte y mi visa listos para huir de aquí —rio angelicalmente y me tendió su mano derecha para ayudarme a bajar las pequeñas gradas que llevaban del malecón hacia la arena. El mar del pacífico se veía tranquilo, calmo y sus olas serpenteaban al compás de la suave brisa marina desdibujando el reflejo plateado de la luna. Un espectáculo hermoso que nunca antes había visto en mi vida, nada comparado con La Push ni las fotos de las revistas.
— ¿Como Sandra Bullock en "Where you were sleeping"?
— Sip. Exactamente igual. ¿También has visto esa película? —lo miré perpleja. Edward sonrió. No todos los hombres que conocía soportarían una sesión de películas románticas, menos recordar detalles tan específicos como esos. Sin duda Edward cada día me sorprendía más... Tierno, dulce, sexy, apostador, mafioso, rudo, cavernícola, celoso, posesivo, pervertido... Una sintonía armoniosa.
— No lo creerás, pero las películas y los discos de los ochenta y noventa tienen un lugar especial en una pequeña estancia que tengo en la casa de mis padres…
Nos sentamos en la arena... La falda no me permitía sentarme bien pero no me importaba, con solo cerrar mis ojos y saber que estaba frente al mar, al lado de un hombre maravilloso, lo demás era insignificante. Su voz aterciopelada se calaba por mis oídos contándome animadamente su afición por las películas antiguas, llamándome como la miel a prestar atención y corresponderle, aun así, mis sentidos se centraban en otra parte. Miré un rato el horizonte tornasolado debatiéndome si debía dejar de lado mis prejuicios y evocar parte de mi pasado. ¿Sería momento de confiar?
—… es igual a la afición que tiene mi abuelo con las antigüedades —murmuró atrayéndome a la realidad nuevamente—. ¿Bella? ¿Qué sucede? —pestañeé varias veces y fijé mi vista en él. Debí haberme abstraído mucho tiempo o quizá no, pero su rostro estaba desconcertado.
— Todo bien... Solo pensaba, ¿sabes? Siempre he tenido la idea de que en cualquier momento pudiese tener la oportunidad de viajar y desaparecer del mundo. Cuando era más chica, mi visión del futuro era verme sentada en una cafetería, de esas que se encuentran en las plazas de Roma, ya sabes, el "Via della Pace" o "Caffè greco" con una taza de café y un libro en la mano. Sola, recordando lo que fue mi vida —le confié acongojada dejando escapar al final un leve suspiro. No le mentía. El amor subliminal, de pareja, no estaba en mis planes futuros, no con el temible peso que cargaba sobre mis hombros.
— ¿Desde cuándo piensas así, Bella? —Me preguntó con un dejo de preocupación acunando mi rostro con sus manos —. ¿Por qué siempre te has visto sola? — En ese instante sentí que mi alma y mis sentimientos se reflejaban en sus ojos. Como si él supiera lo que era vivir y sentirse solo por la vida.
— Edward, si hubieras crecido como yo, te lo hubieras planteado varias veces…
— Bella… Yo… —pasó saliva e intentó decirme algo, balbuceó palabras que no comprendí y finalmente solo me instó a proseguir. Fue extraño porque por una fracción de segundo, la sensación que te inunda cuando están a punto de confiarte un secreto o alguna parte de su vida surcó mi ser, pero fue en vano. Edward tensó la mandíbula y con su mirada me instó a seguir. Lo sabía. No era fácil soltar y liberarse del pasado. Le acaricié el mentón y seguí:
— ¿Sabes? A veces asemejo mi vida con la de Lucy, el personaje de Sandra Bullock. Ambas solas en una gran ciudad con amigos que consideramos como si fuesen nuestra familia pero que, en navidad, a la medianoche, no tenemos a nadie bajo el muérdago o a alguien esperándonos con una taza de chocolate y tenemos que pasarlo solas, abrazadas a recuerdos y sentimientos que parecieran no tener fin —le dije desanimada mirándolo a los ojos, suplicándole con la mirada que entendiera. No me era fácil hablar de mi vida. Mis últimas navidades no habían sido del todo 'mágicas'. Alice viajaba a ver a sus padres que estaban divorciados y compartía una semana con cada uno para luego pasar dos semanas más en la casa de playa de su abuelo materno quien ahora, según lo que me contaba, estaba muy enfermo; Leah y Seth de igual manera, nunca dejaban de visitar a sus abuelos en Salt Lake City y yo...— Cuando el trabajo y el dinero me lo permitieron, fui a visitar a Charlie, mi papá, para pasarla junto a él en el hospital conectado a suero, sondas y cables.
El solo recuerdo de aquella época me trajo mucha nostalgia... La navidad no era mi época favorita del año. Quizá nunca lo sería…
Edward de inmediato presagió lo que pasaba por mi cabeza y la avalancha de emociones que significaba esa confesión porque con sus brazos me acurrucó a su pecho y con ternura me apretó la mano infundiéndome en esa caricia un sentimiento compartido, como si él comprendiera mi dolor y mi soledad. Era una conexión un poco extraña.
— Te prometo que esta navidad ni ninguna otra la pasarás sola, Bella. Desde ya, eres mi vida y nunca jamás, aunque tenga que buscarte en el fin del mundo, te dejaré sola. El primer abrazo, el primer y único beso que recibirás ese día serán míos —su promesa me hizo sentir segura y reconfortada. Solo él podía lograr ese efecto en mí.
— Gracias, Edward... —le dije suspirando y tiernamente conmovida por la sinceridad y la forma en que me expresaba sus pensamientos y sentimientos.
No sabía si él cumpliría su promesa, no sabía si él no me fallaría como los demás hombres... mi corazón quería creerle, mi alma suplicaba por una oportunidad de confianza, pero las heridas eran grandes y la última promesa solo trajo consigo un puñal de espadas que destrozó mi integridad. Claro que eso podría cambiar… Edward lo estaba cambiando.
Él me invitaba a seguir... Una vez abierta la ventanita del pasado, cerrarla, costaba mucho.
— Mis padres siempre fueron personas felices. Nunca había visto un amor tan lindo como el de ellos —proseguí—. De niña crecí soñando, creyendo que eso era lo que realmente importaba en la vida, pero poco a poco, las personas que más quería se fueron apartando de mí. Mis abuelitos murieron antes que cumpliera los trece años, mi mejor amigo en Forks sufrió una separación drástica de sus padres y se lo llevaron a Boston… mi primer novio me traicionó con la chica popular del colegio. Al final, me quedé sola, Edward... —clavé la mirada en la arena donde mis dedos giraban en círculos—. Durante mucho tiempo me refugié en mi prado con mis libros que narraban historias de amor o de suspenso o de fantasía. Ellos me devolvieron la esperanza que necesité y cuando volví a encontrar fortaleza, mi madre cayó enferma... No se pudo hacer nada Edward... Murió joven, muy joven y ese mismo día, mi papá sufrió un paro cardiaco. Su corazón estaba muy débil y las defensas las tenía bajas, su cuerpo no podía soportar una impresión de aquellas —sentí que un nudo se me formaba en la garganta, tosí para liberar la tensión que me atenazaba, pero, aun así, mi mandíbula me dolía por aguantar las ganas de llorar—. Y entendía su dolor. Nada volvió a ser igual. El amor de su vida se había ido, mi cuento de hadas perfecto se había esfumado, la única imagen de amor que había tenido había llegado a su fin con la velocidad en la que vuela un cometa... Mi mamá murió ese día, pero y como si fuese poco, casi pierdo a mi papá de un momento a otro. Vi la muerte pasar frente a mis ojos Edward… Fue...
No pude más... Mis ojos estallaron en lágrimas que cayeron copiosamente por mis mejillas quemándome la piel. Con el dorso de su mano las limpió y me obligó a alzar la cabeza y mirarlo. Él estaba silencioso, paciente pero comprensivo. Aclaré mi vista y sus hermosas esmeraldas también se veían acuosas.
Aunque no lo creyeran… esas experiencias y muchas otras, habían hecho de mí, la mujer que hoy en día era.
— Perdóname Edward… Yo no quería…
— No… mi amor… no —me levantó y me abrazó fuertemente como si él comprendiera, como si estuviera calzándose mis zapatillas, como si estuviera en mi piel. Y era maravilloso sentirse así, protegida y comprendida por alguien.
De repente me sentí más ligera; extrañamente, todos los temores, preocupaciones y resentimientos que me habían atormentado durante los días anteriores habían sido relegados a segundo término. Ya no arrastraba sola aquella parte de mi pasado... Nunca me he considerado una chica modelo y por supuesto que me faltaba contar muchas cosas, pero solo el tiempo diría cuando sería el momento justo para hacerlo pues aún no estaba del todo preparada, Edward no merecía desilusión y yo quería seguir estando parada en su pedestal.
Suspiré.
Un rayo de sol entre la oscuridad... Alas plateadas ligeras al viento llevándome a volar por el paraíso. Ohhh... Las lágrimas fueron disminuyendo…
— Ahora las cosas cambiarán. Ya no estarás sola, mi amor —esbocé una sonrisa tímida y me acerqué a él.
"La ventanita del pasado es hora de cerrarla Isabella, lo importante ahora es que empiezas a sentir un cariño, un afecto tan grande hacia Edward… nuestro hombre". Sonreí… la pequeña intrusa aún no entendía que ese hombre era solo mío. Pero tenía razón. Debía aprender a confiar, los escalones para llegar a la cúspide de la confianza los debía de subir poquito a poco.
Me acerqué a su rostro a tal punto que chocamos nariz con nariz y con un simple juego, llegué a encontrar sus labios. Sonreí para verme reflejada en la laguna verde azulada que Edward me ofrecía y él me acarició el mentón devolviéndome el gesto con otra sonrisa luminosa y seductora. Ya no eran necesarias las palabras… yo lo entendía, él me leía la mente. Nos besamos, dulce, suave, acariciándonos bajo la luna llena y el cielo cuajado de estrellas.
Sin avisarme, me levantó de la piedra en la que estaba apoyada y me cargó haciéndome girar en el aire sin dejar de besarme hasta que por fin sentí tocar la arena húmeda y fría. Al segundo, me dio la vuelta, pegando su pecho con mi espalda y me encadenó con sus brazos para luego darme un besito en el cuello…todo dulce, todo tierno, como si fuese una imagen de alguna película romántica… pero luego, empezó a desviar sus manos por mis costados y comenzó a hacerme cosquillas por toda mi cintura. ¡Maldito mentiroso! ¡Edward se estaba aprovechando de mí para hacerme reír!
— ¡No! ¡Edward… para!
— ¡No! —me solté como pude y corrí.
Él me alcanzó y me asió del brazo, con engaños quiso meterme al agua pero fui más lista que él y me zafé a tiempo corriendo lo más que pude a razón de lo que me permitía la falda… finalmente después de jugar en la orilla del mar como dos niños, caímos en la arena rendidos, riéndonos de nuestro comportamiento infantil. Las finas partículas de sal se colaron por nuestra ropa, por nuestro cabello, hasta por nuestro rostro, pero aun así seguíamos riendo.
Era fantástico, nunca en mis veinticuatro años de vida, me había reído tanto con un chico.
— Solamente tú sabes cómo hacerme sentir de este modo, ¿te lo he dicho antes?
— ¡Mil veces! pero no me molesta una vez más… —lo jalé de la camisa y lo besé mientras el pasaba una mano por mi espalda, por el delicado escote de mi blusa. La noche fresca nos rodeaba con una atmósfera mágica que me hacía sentir especial como si un pedazo de su alma estuviese conmigo, como si una parte dentro de mí encontrase al fin su lugar.
"Recuerda Isabella, son dos almas similares pero distintas a la vez..."
Las risas se convirtieron en caricias y las caricias se transformaron en besos. Besos que parecían no tener fin. Sus manos hacían acopio del estado febril en que nos encontrábamos, de la excitación que había producido un simple juego, de la necesidad por encontrar y hallar paz en el cuerpo del otro.
Éramos capaces de sacarnos la ropa y acostarnos sobre la arena, de olvidar las miradas escandalosas de las personas que transitaban por la orilla y dar rienda suelta al instinto, el más primitivo, pero a la vez el más natural del mundo…
— Hoy te invito a cenar —le propuse.
— De ninguna manera, Isabella.
— Quiero hacerlo. Es mi turno —indiqué ceñuda. Edward había gastado mucho en mí estos dos días y quería ser yo también una buena novia.
— Está bien, pero, ¿puedo escoger el postre?
— Claro —pasó un dedo por encima de mi fina blusa, muy cerca de mis senos, de aquella manera que me hacía perder la razón.
— Bueno, es que mi dieta es un tanto estricta y mi cuerpo necesita solo una cosa para estar bien.
— Pídeme lo que quieras, es mi turno de complacerte.
— Te quiero a ti —puso su mano en mi cintura y luego de darme un casto beso, me dijo—: Solo a ti, esta noche y las otras por venir.
Aquella noche, de pie en aquella terraza blanca del Resto-Bar, mientras contemplaba el cielo negro cuajado de estrellas, sentí de pronto que estaba a punto de empezar algo nuevo. Fue un golpeteo del corazón, un salto triple que me indicaba que podría estar a punto de perder o hallar algo importante…
Compartíamos sexo fantástico, rico y explosivo con una dosis exacta de ternura y preocupación (el uno con el otro), con una sola mirada bastaba para saber qué queríamos, qué necesitábamos el uno del otro, pero también, con la misma mirada extasiada, compartíamos el hecho de ser dos almas tan similares como opuestas que se habían encontrado en el mundo...y eso era lo interesante y excitante de nuestra relación. No sabíamos qué podía pasar la otra semana, o el otro mes o mañana, solo sabíamos que, si dos corazones se habían encontrado por medio del destino, el azar era para algo y estaba dispuesta a averiguarlo con él... En cualquier parte, en el fin del mundo o debajo de un puente, pero siempre con él...
¿Podríamos ser Edward y Bella por siempre?
Sí, y contaríamos una gran historia, porque de las malas, buenas e inciertas decisiones, nacían las mejores historias de la vida...
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N/A:
*¿Qué les pareció este capítulo? Traté de darles momentitos sweets en LA a pesar de haber sido un viaje relámpago y bueno, nuestros chicos poco a poco se van enamorando... Y es que todos tenemos derecho a enamorarnos por más pervers que seamos... además... así podemos sanar las heridas propias y del otro *-*!
* Ahora... *cough* O.O ¿Qué creen que sucederá? (acepto tomates u.u)
* Miles de besos!
Lu.
