Disclaimer: Todos los personajes de Twilight pertenecen a la genial Stephanie Meyer. Yo sólo juego con ellos =)
*Hola a todos! Les comento que este capítulo es uno de mis favoritos (aunque los que vienen luego, se llevan el primer puesto ^^ ). Sölo espero que a ustedes también les guste y me den sus comentarios. Besos*
Capítulo 17
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Bella
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"El contrato que firmaste es un fraude."
"La empresa ha sido estafada, ese terreno no existe. Nunca existió."
"Tú serás acusada de cómplice por entregar el cheque..."
"¡Serán despedidos Bella!"
— Lo voy a perder todo, Edward… me van a enjuiciar… —sollocé sintiendo un temible peso sobre mis hombros mientras que las frías palabras de Jessica seguían torturándome y helándome la sangre. Resonaban en mi oído una y otra vez, apretándome el corazón y haciéndome ver que mi vida pendía de un hilo muy fino. Solo me encontraba a la espera de que alguien jalase el cordón para caer a un abismo sin fin.
Fue entonces cuando me quebré y lloré observando con pánico cómo mis sueños y todo mi esfuerzo se diluían... ya no podía soportarlo más… uno de mis más grandes temores se estaba realizando y todo por un simple error, por una simple llamada telefónica. Si hacía unos minutos había tenido una pesadilla, había recordado uno de los más terribles fantasmas del pasado que me acechaba y había revivido sensaciones de frustración y reproche, lo que vivía ahora no tenía comparación, pues, sentía en carne viva mi propio infierno, abrasador y fulminante.
Era insólito creer que una frase, de lo más común y corriente, pudiese ser el punto de inflexión y de partida para un cambio de vida.
— Mírame Bella… mírame... —la voz de Edward sonaba lejana y su tacto no existía dentro de mi cuerpo de mármol, era como si estuviera encerrada dentro de una urna de hielo, fría y distante donde solo me azotaban escalofríos y una presión en el pecho dolorosa—. Dime algo...
"Tú serás acusada de cómplice por entregar el cheque..."
"¡Serán despedidos Bella!"
Ante mí no respuesta, Edward se paró de la cama para luego regresar con un vaso con agua azucarada el cual bebí de inmediato con un ligero temblor mientras que un dolor de cabeza me estalló de manera garrafal y empecé a sentir vértigo y nauseas producto también de la bajada de presión ocasionada por el shock.
— Tranquila mi amor… Estoy aquí y no te pasará nada—. Edward me abrazó y me dejó llorar en su hombro, le empapé la piel, pero a él no le importó, siguió acariciando suavemente mi cabeza y dándome palabras de ánimo en mi oído.
Durante horas o minutos me mantuve así, sintiendo su cariño y protección a la vez que mi mente se iba despejando poco a poco e iba en búsqueda de alguna solución, un ruego o un milagro para todo esto, pero era en vano pues todo me parecía imposible. Me veía perdida, impotente e incapaz de enfrentarme a una empresa que poseía millones y millones de dólares, miles de contactos y cientos de recursos para ir en mi contra y hacerme pagar hasta el último centavo. Era como si yo fuese David y ellos Goliath.
Si perdía mi trabajo, perdía la única oportunidad de mantener la casa de mi madre, único refugio de los recuerdos de un pobre corazón destrozado, el de Charlie. Él era el único familiar que me quedaba, a quien debía darle mi protección por ser tan débil y enfermizo y, permitir que el banco se adueñara por siempre de aquella casa sería su muerte segura pues su cuerpo no resistiría un nuevo infarto y yo me quedaría sola y en la calle.
De solo pensarlo, el miedo renació y volvió a invadirme deslizándose por toda mi columna vertebral como si fuese pequeños trozos de hielo que me paralizaron por completo y me apretaron el corazón de angustia.
— Ed… dame agua —le susurré con voz pesada. Como pude me paré de la cama y fui hacia mi cartera para sacar mis pastillas de Ibuprofeno y tratar de calmar el dolor punzante en mis sienes y el cerebelo, el cual se había acrecentado como nunca antes lo había hecho, haciéndome sentir que todo iba a explotar.
— Toma —me alcanzó de inmediato el vaso con agua y tomé dos pastillas de golpe. Edward agestó su hermoso rostro con un dejo de preocupación. Nunca antes me había visto así. Ni yo misma me reconocía.
— Gracias —volví a sentarme a la cama y me encogí, abrazando mis piernas y pegándolas a mi pecho dejando pasar el tiempo.
Recuerdos... Recuerdos...
— ¿Ya estás mejor, mi amor? —asentí con el rostro enterrado en mis rodillas. No estaba del todo bien, el dolor del pecho aún me fastidiaba pero al menos tenía consciencia—. ¿Podrías contarme que te dijo exactamente tu secretaria para que te pusieras de esta manera?
Levanté mi rostro y lo miré. Edward reflejaba mi dolor en sus ojos y su semblante lleno de angustia me dictaba al corazón palabras suaves de comprensión y cariño inimaginables. Él, una vez más, me comprendía, me quería y necesitaba que yo fuese sincera con él. Al menos, en estas circunstancias. Di un profundo suspiro y con el miedo sintiéndolo recorrer mis venas en lugar de sangre le conté todo lo que Jessica me había dicho.
— ¿Quieres decir que aún no es confirmado? —me preguntó al finalizar el relato con voz grave y frunciendo el cejo.
— Lo es Edward —aseguré sin lugar a dudas—. Desde que lo sabe la secretaria del doctor Chang es porque es un hecho.
Edward suspiró desesperado.
— Iré a la cárcel… lo perderé todo, Edward…
— Tranquila, mi amor. No irás a la cárcel, no te van a despedir—me repitió Edward cogiéndome el rostro e instándome a mirarlo—. No lo van a hacer mi amor.
— ¡Sí lo harán! Tú… tú no sabes cómo son. Si pierdo mi trabajo, no tendré dinero para pagar la hipoteca de mi casa. Y si…—tartamudeé—… si voy presa, ellos me quitarán hasta el último centavo —balbuceé nerviosa sintiendo como mi vista se nublaba y mis mejillas se humedecían nuevamente por el llanto—. De todas formas, Charlie se quedará sin un lugar donde vivir y ambos perderemos nuestro más preciado tesoro… ¿te das cuenta del embrollo en el que estoy metida sin querer?
— Ven aquí, mi vida —me atrajo hacia él y me besó dulcemente en los labios limpiándome con sus pulgares las lágrimas que corrían por mi rostro—. Encontraremos alguna solución. Te lo prometo, Bella. Tiene que existir una solución.
Lo observé tan solo un segundo porque se me partió el corazón al ver su determinación y positivismo frente a la rotunda negación que saldría por entre mis labios segundos después.
Era lógico. No habría solución… nosotros, simples mortales, no teníamos la manera correcta para cambiar el destino o para borrar los errores del pasado o simplemente para cambiar de actitud ante la vida… éramos personas que dependíamos de aquellos monstruos, de aquellos gigantes de la economía que creían que, por tener una cuenta bancaria con varios millones y una prepotencia de mil demonios, podían hacer lo que querían con nosotros.
Era injusto. ¡Claro que era injusto! Ya debería de saberlo... La vida era injusta, siempre lo ha sido y no tendría que cambiar hoy ni por mí ni por nadie.
¡Maldita impotencia de mis actos!
¡Maldita soledad del corazón!
¡Maldito miedo que me inundaba el interior!
Si tan solo…
Si tan solo tuviera el poder…
— Bella, necesito que me expliques... ¿cómo es eso de la hipoteca? —pasé saliva ante su inquisidora pregunta. De pronto un nudo en mi estómago se contrajo con fuerza dándome aviso que uno de los temas más delicados podía salir a relucir en estos momentos sino era cuidadosa y yo no era aún capaz de relatar las fechorías que mi empresa constructora me obligaba a realizar. Simplemente no podía...
— Es de la casa de Forks, donde crecí. Cuando murió mi mamá no solo nos dejó un gran vacío en el corazón sino una inmensa deuda con el banco. He luchado por esa casa durante años trabajando mañana y noche, hasta feriados, soportando muchas injusticias —hice una pausa conteniendo el llanto y una gran verdad que disputaba por salir—...y... y no puedo permitir que se me resbale de entre las manos, Edward. La felicidad y la vida de mi papá dependen de mí. No puedo perder mi trabajo.
— ¿Por qué no me lo dijiste antes? Podría haberte ayudado en algo —objetó.
— Fui una tonta… —me mordí los labios y volví a refugiarme en su pecho esquivando una vez más su mirada. Edward no podía ayudarme en nada. Lo único que lograría si me sinceraba en estos momentos era que él podría enterarse de mi verdadero trabajo dentro de la empresa y yo quedaría desprestigiada antes sus ojos y eso, en estas circunstancias, sería letal para mi corazón y mi pobre alma.
Sin embargo, y por muy ruin que sonara, yo era una víctima más de esta mezquina y triste realidad que me azotaba y que debía soportar silenciosamente en la oficina. No había día en que no existiesen amenazas, coacciones, venganzas y reproches; y claro, acepto que no era una pánfila ni una santa y que era una cómplice activa de las fechorías de mis jefes, pero, esta vez, yo era inocente, yo no sabía nada de este maldito contrato ni de esta estúpida estafa.
Y por ello quería gritárselo al mundo, refregárselo en la cara de mis jefes y mandarlos a la mierda con toda la sarta de fraudes y chantajes que cometían a la gente pobre... Pero yo era débil, una simple pueblerina que no contaba con mayor capital que el gran cariño y amor que sentía por su familia, sus amigos y... Edward. Mi Edward...
— Bien… No podemos esperar ni un minuto más.
— ¿Qué vas a hacer, Edward? —le pregunté confundida regresando a la realidad. Mi novio me dio un beso en la frente y con seguridad se paró de inmediato de la cama rumbo a la mesita de tocador, de la cual cogió su celular.
—¡Hey! —lo escuché decir con un tono familiar—. Jasper, perdóname que te llame a esta hora, pero Bella está en un serio problema —se volteó hacia la mampara de mi cuarto y abrió la cortina para observar el cielo con preocupación—. Gracias. Te explico. El viernes Bella firmó un contrato de compra y venta de un terreno para la empresa para la cual trabaja y su secretaria le acaba de avisar que todo ha sido un fraude, un boicot contra los dueños... —temblé de solo recordar las palabras de Jessica—. Ajá, sí y Bella no tenía conocimiento de esto… ¡Por supuesto que estoy seguro! Confío en ella —levantó la voz exasperado tratando de regular su respiración—. ¿Crees que se pueda hacer algo? Por favor Jasper, ¡tienes que hacer algo! —volvió a gritar dando un golpe seco contra la mesa.
Dentro de la nebulosa que se exhibía frente a mis ojos producto de las lágrimas, pude ver lo nervioso y consternado que se encontraba despeinándose su hermoso cabello cobrizo, pero conforme avanzaba el tiempo, sus facciones cambiaron y su voz bajó de intensidad lo que me hizo agudizar mi oído para no perderme ningún detalle.
—… Sí, se realizó en la notaria "Amaya", exacto, aquella de los hermanos canadienses con activos chinos —hizo una pausa larga que más parecía un silencio sepulcral—. No, no los conozco personalmente, solo tengo conocimiento que el mayor de ellos apuesta contra los Thompson y el menor se dedica a la exportación de mercancía camuflada mal habida a Quebec, pero eso no nos servirá de nada si tienen a F.K. como aliado —le explicó con soltura dejándome anonadada, no pensé jamás que Edward estuviera al tanto de todos estos temas de narcotráfico, contrabando, leyes y demás. Es más, viéndolo hablar de esta manera, lo hacía ver más peligroso y desafiante, como uno de los mafiosos de las películas que tanto me gustaban—(…) ¡Exacto! ¡Ahí es donde quiero llegar! ¿Crees que podría ser fácil conseguirlo? —sus ojos brillaron ante la expectativa de una respuesta afirmativa, pero segundos después solo escuché un suspiro frustrado mientras que yo seguía paralizada tratando de comprender cada frase que él pronunciaba. Pareciera que había algo oculto en ellas—. Sé que es la competencia, Jas. También sé que debieron acudir a ti, pero yo no mando en la empresa de Bella...—añadió con voz pesarosa—. ¡Demonios! Está bien, pero, ¿podrías hacer algo? —le pidió con voz suplicante apoyando su frente en el vidrio y tensando la mandíbula—. Por mi parte, estoy dispuesto a hacer lo que sea por protegerla, y sí, soy consciente que estaríamos entrando a un terreno peligroso, pero no me importa, Jas. Por Bella, podría hacer lo que sea.
Mis ojos se nublaron aún más y mi corazón me dolió de emoción al verlo así, tan preocupado y a punto de poner en riesgo su vida y su trabajo por mí. Me paré de la cama y fui a su encuentro para abrazarlo y emitirle con aquel gesto todo el agradecimiento que era capaz de darle. No tenía otra forma de agradecerle, no tenía otro medio por el cual pagarle toda esta muestra de afecto y de cariño hacía mí que ese.
— No sabes cuánto... —susurró sobresaltándose en su sitio al sentir mis brazos rodearlo.
De inmediato, se volvió hacia mí y me correspondió el gesto no sin antes besarme la frente y acariciarme suavemente la espalda mientras nuestros corazones descansaban y se unían en un solo latido.
— ¿Mañana al medio día? ¡Perfecto! —exclamó—. ¿Y qué puede hacer Bella hasta ese entonces?... Ajam... Está bien. Te llamo mañana. Buenas noches y muchas gracias Jasper.
Colgó el celular.
— Edward… —musité aún conmocionada por todas las sensaciones que estaba experimentando en tan poco tiempo—. Muchas gracias por lo que acabas de hacer. Gracias por querer ayudarme.
Él me guio de la mano hasta el filo de la cama y me sentó encima de sus rodillas para mirarme dulcemente.
— Bella, mi vida, yo te prometí cuidarte, ¿recuerdas? —asentí—. Bueno, haré todo lo que esté al alcance de mis manos para cumplirlo. Si lo que estamos planeando hacer con Jasper no funciona, habrá otros recursos que podremos utilizar —me dijo con determinación y vi una luz de esperanza dentro de todo este mar de oscuridad—. En este mundo, todos tienen un precio, Bella, nada es imposible —agregó con cierto desprecio como si le fastidiaran las soluciones drásticas y fáciles que se daban gracias al poder del dinero—. Los Amaya podrían ser cómplices de la estafa o simplemente víctimas... No lo sabemos, pero para personas cuyo prestigio lo es todo, sabrán a qué atenerse —finalizó con seriedad.
— Oh… —tragué seco—. ¿Qué hará Jasper mañana? ¿Qué harás tú? —exigí saber, todo esto se estaba transformando en algo turbio y no me gustaba para nada. Edward podría tener toda la voluntad de ayudarme, pero lo veía imposible… él no era una eminencia y valía recordar que existía una distancia tan corta, pero a la vez inmensa entre prometer y hacer.
— Encontrará alguna forma de diluir ese contrato, y si es imposible, hallará el punto débil de los hermanos Amaya —me confió impávidamente y temblé.
— ¿Es peligroso? No quiero que corras peligro por mí... No quiero ser un problema más en tu vida, Edward —con una furiosa angustia me aferré más a él contradiciendo lo que mis palabras querían decirle: que quizá lo mejor sería mantenerme lo más lejos de él.
— No, Isabella —espetó con rudeza—. Nunca vuelvas a decir que eres o serías un problema en mi vida. ¿Es que acaso no te das cuenta que desde que te conocí llenaste mi vida de alegría y fe? Contigo siento esperanza, siento que puedo tener un futuro, algo que se me fue negado por años.
Suspiré compungida sin observarlo sintiendo una punzada en el pecho estremecedora. Sus palabras tuvieron un efecto mucho mayor del que yo esperaba y estaba segura que su pobre alma destrozada de niño me llamaba a gritos, ella pedía ser sanada… Se me encogió el corazón, en ese instante quise poder olvidarme de todo y saber por fin que es lo que le pasó de pequeño, mas mis problemas me tenían bloqueada.
—Quiero que eso te quede claro siempre.
— Lo sé, Edward. Lo siento… —me levantó la barbilla y en vez de encontrarme con dos gemas inescrutables, hallé confort en su mirada.
— Jasper me ha dicho que mañana al medio día podría tener noticias. Por lo pronto dice que vayas a tu trabajo como de costumbre y te presentes como si no supieras nada. Lo mejor es pasar por alto el incidente para que no crean que estás prevenida y así no sospechen más de ti —mi corazón golpeó con fuerza mi pecho haciendo que el aire se me atorara en la garganta. Miedo. Temor. Injusticia. Yo no podía ir a mi trabajo y enfrentarme a Goliath sola—. Encontraremos la solución. No podrán correrte del trabajo.
— Tengo miedo... —logré decir.
— Aquí me tienes. Sea como sea te protegeré y te cuidaré —se le suavizó la voz.
Asistir a mi trabajo como si no hubiera pasado nada era como entregarme a la cueva de los leones vaticinando mi muerte segura, o peor aún, era ser Andrómeda encadenada y vulnerable, sin poder siquiera escapar ni gritar. Ya podía imaginarme al doctor Chang con una docena de policías esperándome en la entrada o irrumpiendo en mi oficina para colocarme unas esposas y llevarme a la fuerza a la cárcel. ¡Dios! ¿En qué me estaba metiendo?
¡No!
— Edward… Yo... No... —empecé a dudar.
— Isabella, prométeme que serás fuerte. Júrame que serás la mujer valiente y decidida de la que me enamoré —al escuchar esto último mi corazón volvió a palpitar con aquella entereza que solo sabía provocar la brillante y cálida aura de Edward, e inexplicablemente, hizo desaparecer todo atisbo de temor y soledad que me había oprimido el pecho horas antes.
― Lo intentaré... ―sonrió y afianzó la presión en mi cintura acariciándome los pómulos con delicadeza para besarme nuevamente.
Por él, por mí, por Charlie, por Renée, por todo el que cree en mí, yo, Isabella Marie Swan sería una mujer fuerte.
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Permanecí con los ojos abiertos durante gran parte de la madrugada pensando y meditando en los colosales cambios que habían dado lugar en mi vida a través de los años... muertes, engaños, mentiras y traiciones... Tantos sinsabores en tan poco tiempo. Solo cuando el peso y el ardor de mis párpados se hizo más insoportable, tuve que cerrar los ojos hasta sumergirme, sin querer, en un sueño oscuro y deprimente.
Cuando desperté a la mañana siguiente, Edward ya tenía preparado en una bandejita el desayuno que consistía en una taza de café bien cargado y un par de tostadas con queso crema; le agradecí por su atención, pero solo acepté el café pues el nudo que tenía en mi estómago no me permitía masticar ni digerir nada. Me encontraba muy nerviosa frente al destino que no había elegido para mí.
Mi novio se bañó y vistió de inmediato y a pesar de las grandes ojeras que tenía producto de la trasnochada, me ayudó en lo que pudo e insistió en llevarme a la empresa en su auto pues me veía muy indefensa y débil para manejar ya que, según él, el shock que había sufrido anoche podría causar más y peores secuelas de las que de por sí ya había causado.
— Y no quiero que vuelva a pasarte nada. Temo por eso, Isabella.
Sin chistar me vestí con un conjunto de lino azul oscuro y unos zapatos de tacón bajo del mismo color, me amarré el cabello en una cola y me puse poco maquillaje, solo lo necesario para ocultar las marcas de un cruel llanto. Como amuleto de buena suerte y recuerdo del hombre que me estaba enseñando a querer, me coloqué el precioso collar de corazones que Edward me había regalado semanas atrás. Sus ojeritas y las pequeñas arruguitas de su rostro no pudieron ser más bellas cuando me lo vio puesto. Con una sutil promesa de venir a verme más tarde, bajé del auto para cruzar la puerta de mi calvario: mi maldita empresa constructora.
Respiré profundamente y me infundí valor.
— Arquitecta Swan —me saludó una Jessica sorprendida al verme salir del ascensor y caminar hacia ella. De inmediato dejó todo lo que estaba haciendo y fue a mi encuentro.
— Hola Jessica.
— No pensé que vendría.
— Bueno, no tenemos nada que ocultar, ¿verdad? —le dije en voz baja avanzando por el pasillo y saludando al resto. Ninguno me miraba extraño, más bien, todos me respondían con una sonrisa, tanto falsa como genuina. Edward tenía razón, si me mostraba débil o temerosa, ellos podrían aprovecharse y tomar ventaja de eso, y yo no tenía por qué darles el gusto. Todo lo contrario, mi carácter debía fortalecerse mostrando entereza y confianza.
Y como si fuera una estafadora de las buenas, tenía que mostrarme fresca e hipócrita, con un gran poder de intimidación y desafío para demostrarles a todos que conmigo no se jugaba.
— Entrégame por favor una copia de la documentación del terreno, aquel que me hiciste leer hace unas semanas —le pedí al verla estupefacta parada frente a mi escritorio. Así como yo, ella sabía que mi presencia aquí era detonante.
— Enseguida.
— ¡Ah! Y una copia del contrato que firmé el viernes.
— Pero arquitecta, eso es imposible. Yo no tengo ninguna copia —titubeó.
— ¿No? Bueno, entonces, ¡consíguela! Y si no lo tienes tú, pídesela a la secretaria del abogado O'Connor.
— Okay, de inmediato. Veré lo que puedo hacer.
— Perfecto, gracias —le dije más calmada pero aún con el pulso acelerado por la entereza que mostré—. Jessica… —se detuvo un momento con la puerta a medio abrir sin mirarme—. Gracias… y por favor que nadie me moleste.
Asintió con la cabeza y volvió hacia mí. En sus ojos miel estaba implantado el temor más que la ira, lo que me sorprendió pues esperaba que me odiase por haberla metido en este problema sin razón alguna.
Salió y cerró de un portazo dejándome sola. Nuevamente sola. Sopesando las razones por las qué seguía aguantando tanta maldad e injusticia y, sobre todo, lamentándome de lo que ésta podía hacer con la gente que no tenía recursos… gente como nosotros, como yo.
Como pude, reuní valor y proseguí a buscar entre mis cosas el folder con la documentación del terreno que leí hacía unas semanas por orden de Chang. Busqué entre mis cajones y gavetas del estante de metal -el cual no abría desde hace semanas- y nada, no lo hallé, pero, de casualidad encontré mi pequeño álbum familiar, aquel que siempre llevaba conmigo y en el cual tenía fotos de mis padres, mis abuelos, mis amigos y mi casa de Forks.
El infinito poder de los recuerdos…
Un déjà vu… Resbalé hasta caer sentada en el suelo y empecé a hojearlo con mucha nostalgia, deseando volver a mi niñez para correr, saltar y jugar por mi prado y nadar en el pequeño riachuelo que existía al final del camino del frondoso bosque que enmarcaba a mi hogar. Sonreí, lloré y pedí con todas mis fuerzas a mi madre que escuchara mis súplicas y me enviara alguna señal desde el cielo conteniéndome y diciéndome que todo saldría bien…
― Discúlpame a mí por molestarte durante tu trabajo, pero no quería esperar más tiempo. Debo contarte algo ―me confesó Charlie en cierta ocasión, una de aquellas mañanas frías y nubladas de Chicago en la que me llamó a la empresa. Había entusiasmo, pero a la vez mucha timidez en sus palabras. Lo conocía muy bien, él no me podía engañar, yo lo intuía: estaba sucediendo algo.
― ¿Estás mal papá? ¿Necesitas que vaya a Forks? ―pregunté nerviosa.
― No. Todo lo contrario. Estos días estuve en conversaciones con el banco… y me dieron una buena solución a nuestro problema ―masculló al parecer avergonzado, incluso tanteó un poco antes de proseguir―. Y me han informado que han recibido una buena propuesta por la casa…―concluyó con un hilo de voz.
¿Qué? ¿Charlie estaba bromeando? A mí, esa noticia, en aquellos días que tenía que tomar decisiones acérrimas sobre mi trabajo, me cayó como balde de agua fría. Abrí mis ojos asustada, si alguien hubiera estado ahí, hubiera salido corriendo por la cara de espanto que mostraba.
Yo luchaba por esa casa desde hacía años y no podía dejar que nadie ni nada me la arrebatara, simplemente no podía.
― No estarás pensando en venderla, ¿no? ―modulé mi voz a una serena.
― Pues no lo sé, Bella, a veces creo que es la única solución.
― ¡No! ―objeté―. Ni se te ocurra Charlie. Esa casa no se venderá nunca, te prometo que la seguiremos recuperando. Tu vida está ahí, papá o ¿no lo recuerdas? Ahí está el alma de mamá, su corazón y su vida. No puedes dejarla ir, así como así ―le recordé rudamente aprovechándome de su calidad de hija.
Suspiró largamente. Lo mismo hice yo pensando en cómo el tiempo, el dinero y la muerte nos habían jugado en contra todos estos años. No me gustaba hablar de aquellas cosas, ni despertar en él, el doloroso recuerdo de mi madre, aunque su muerte fuera ya muy lejana, pero debía recordarle por qué luchábamos día a día.
― Tienes razón Bells, me dejé llevar por el momento, por pensar que nunca más tendría que recibir y ver un documento de hipoteca debajo de mi puerta cada mes ―el sonido de frustración e impotencia que soltó atravesó el auricular y me golpeó en el pecho haciéndome sentir una profunda pena.
― Tranquilo, Charlie… para eso me tienes ―le respondí conteniendo las ganas de llorar. Él no se merecía esto.
Al margen de la quebradiza salud de mi papá, mis más grandes sueños, que aún yacían escondidos por alguna parte de mi ser, en algún rinconcito de mi sentimentalismo, me obligaban a pensar en mí misma, en cómo se me destrozaría el corazón y el alma si el único recuerdo de mi madre desapareciera: Mi casa de Forks.
Como si fuese una casualidad de la vida, la primera foto que vi al abrir el álbum fue esa... La imponente y clásica fachada blanca de mi casa. Recuerdos... Era una casa tipo mansión muy bonita y amplia que había pertenecido a mis abuelos maternos, los Higginbotham. Sin exagerar, contaba con más de ocho habitaciones principales, cuatro para invitados, dos comedores, dos salones de fiesta -adornados adecuadamente con arañas de cristal, alfombras exportadas y candelabros de platas finas- y un semisótano que nos sirvió para improvisar una pequeña pero moderna vinoteca. Sin embargo y a pesar del ostentoso mobiliario, lo que más me encantaba de la casa era su ubicación pues se encontraba muy cerca de un prado y un riachuelo, donde todos los años, con un libro bajo el brazo, disfrutaba de la tranquilidad que me proporcionaba el aire fresco del pasto y el aroma de las flores…
Como si el mismo perfume floral se colara por mis sentidos, llegué a la fotografía en la que Charlie y Renée se casaban en el patio trasero de la casa, él feliz besándola en la mejilla y ella preciosa, toda una princesa de cuento…
Una ruleta rusa de emociones.
Luego, una bebé de ojos chocolate riendo frente a la cámara mientras sus padres orgullosos jugaban con sus pequeñas manitas… aquella bebé producto de una pequeña pero sencilla historia de amor. Una noche, cuando Renée, toda intrépida y aventurera, se escapó para ir al pueblo en busca de sus amigos, no pensó terminar al pie de un alcantarillado siendo acosada por uno de ellos. Mi papá, recién egresado de la escuela de policías de Washington, afortunadamente logró salvarla, demostrándole a aquellos lo que era tratar a una dama. Ahí fue cuando la rebeldía y la paz hicieron contacto natural y nació el amor, no sé si había sido un flechazo directo al corazón, pero para mí había sido la mejor unión que podía existir.
Unión que se veía reflejada en las fotografías que seguían: Una niña de melena castaña oscura sentada en el pasto con dos trencitas y un vestidito celeste cargando entre sus brazos un cuento, mi preferido: "Alicia en el país de las maravillas", una historia mágica, irreal pero que siempre deseé volverla realidad…
― ¡Papá! ¡Quiero ir contigo! ―Le dije un sábado cuando me levanté a las seis de la mañana para evitar que se fuera. Me paré en toda la puerta y no lo dejé pasar. Había sido una testaruda desde niña.
― No Bella, tú no puedes venir, es muy peligroso para ti ―me respondió poniéndose en cuclillas quedando a mi nivel. Me acarició la frente y el cabello con ternura.
― Pero Rachel siempre va ―protesté cruzándome de brazos y soltando un mohín el cual Charlie deshizo tiernamente con su mano―. Ella me contó el otro día que tío Billy la llevó con Sue.
Charlie suspiró.
― ¿En verdad quieres aprender a pescar, Bella? ―me preguntó confundido moviendo sin querer su bigote. Sonreí y no pude evitar jalárselo suavemente para luego darle un besito en la mejilla.
― ¡Sí! Quiero ayudarte.
― Esto no deberían hacerlo las niñas.
― No me importa. Con tal de estar contigo y con mamá, podría hacer lo que sea.
― Nunca dejas de sorprenderme, Bella ―sonrió y yo amé su sonrisa―. Entonces, vístete que nos vamos en media hora ―dijo animadamente sin dejar la confusión de lado. Yo di un brinco de alegría y subí corriendo las escaleras para vestirme con mi mejor pantalón de jean y una camiseta celeste. Sería un día de camping, un día de pesca… Un día para recordar.
Recuerdos… ¡Nuevamente el poder de los recuerdos! Era más temible que cualquier catástrofe y más dulce que el mejor chocolate del mundo…
En esa casa nací, crecí y viví feliz rodeada de un amor puro lleno de fantasías hasta que la realidad se ensañó conmigo y la tragedia, rematada por una maldita hipoteca, aparecieron en nuestras vidas y nos fregó todo. Al morir mi mamá, un sinfín de problemas judiciales nos asaltó, muchos de ellos provenían de la década de los ochenta cuando la economía de Washington entró en una recesión que duró cerca de dos años. Todo eso se llevó muchos de mis sueños y los de mis padres, pero, aun así, yo peleaba la batalla contra el banco para evitar que nos la quitaran… pues con solo imaginar que nunca más sería mía, me sentía desfallecer.
¿Cómo podría dejar ir al mejor recuerdo que tenía de mis padres? Era imposible.
Por ello trabajaba arduamente todos los días en la empresa, soportaba calumnias, desfalcos, trampas, acosos y demás, con el único objetivo de pagar la hipoteca. Por el trabajo de Charlie como uno de los mejores policías y detectives del estado, el banco nos había otorgado los intereses más bajos que podían existir; Sin embargo, la cantidad de dinero que pagaba era alta, su jubilación cubría solo lo necesario, y si por azares del destino, alguien se presentase y comprase al banco la casa al contado, ellos podrían venderla. Y eso me tenía colgando de un hilo.
No obstante, mi trabajo me había abierto las puertas a la tranquilidad, a una estabilidad económica, pero también fue capaz de convertir mis últimos años laborales en un infierno. Ahora, con un pie en la cárcel y otro en la corte de justicia, ese hilo ya no existía, alguien lo había cortado de improviso.
Por eso, cada vez que veía a mis jefes, era con una mezcla de odio, agradecimiento y temor.
Entristecida por los recuerdos que la calamidad había despertado en mí, no me percaté del sonido del teléfono interno. No quería interrupciones y preferí seguir sumergida en el pasado, como si estuviera en aquel prado de hermosas flores primaverales y único refugio de mi corazón de niña. Volví a cerrar los ojos y contemplé el hermoso paisaje que se me presentaba al frente, rodeado de las colinas que tanto amaba, reflexionando el porqué de aquellos caprichos del destino que tan fácilmente jugaban con la vida y la muerte.
― Dime, Jess ― contesté finalmente después de unos minutos.
― La esperan los señores Cullen y Whitlock. Les informé que en estos momentos usted no desea ningún tipo de interrupción, pero insisten en querer hablar con usted, ¿los hago pasar?
― Por favor.
Rápidamente arreglé mi atuendo y regresé algunos papeles a su sitio escondiendo en el segundo cajón mi álbum fotográfico. Mientras escuchaba a Jessica hablar, corrí hacia el baño para lavarme la cara y borrar todo indicio de llanto. Cuando salí encontré a los tres en un silencio incómodo mirándose entre ellos con cierto recelo.
Segundos después, Jessica se retiró prometiendo traer café para todos, Edward fue a mi encuentro y me estrechó entre sus brazos inundándome de una paz inesperada; me dio un besito en los labios y me llevó de la mano al sofá para empezar a explicarme todo lo que habían averiguado en tan pocas horas.
Su voz resultó en ese minuto como una caricia sensual de terciopelo sobre la piel.
― Jasper tiene contactos. Logró averiguar algo acerca de la transacción del viernes.
― Bien ― respondí con voz temblorosa―, ¿y qué es?
Edward le hizo una señal de aprobación a su amigo y él empezó a narrarme los hechos.
― El cheque aún no ha sido cobrado. Ese dinero está desembolsado, pero no se han apersonado al banco a recogerlo. Fue muy buena idea lo del cheque endosado ―me informó con seriedad. Jasper mantenía una postura tan correcta como suspicaz, propia de un abogado―. Tú hiciste negocios con un tal Lloyd Hight quien se hizo pasar por el verdadero estafador, lo que nos hace pensar que hay actualmente una cierta disputa entre ellos, pues, de lo contrario, ya hubieran cobrado ese cheque.
― Un punto a nuestro favor ―celebró Edward.
― Sí. Pero lo que vamos a hacer ahora, es lograr un intercambio de palabras con el nieto de Allison Amaya ―recalcó el sureño dando vueltas por la salita de mi oficina, parecía investigador de CSI.
― ¿Lo conocen? ―pregunté tontamente puesto que la noche anterior Edward dejó en claro que tenía cierto conocimiento acerca de las actividades ilícitas de los Amaya.
― Sí, es un viejo amigo de Jasper de la universidad, lástima que yo también lo conozca ―explicó mi novio con un gesto hostil.
― ¿Están seguros de querer hacer esto? ¿Es lo correcto? ―ambos se fijaron en mí. Podía parecer incrédula, pero veía difícil e inalcanzable entablar conversación con uno de los "grandes". ¿Podrían ser capaces de hacerlo?
― Es la única forma. El gran señor Amaya tiene la potestad absoluta sobre la notaría a pesar de ser sus hijos quienes la administren, pero es muy difícil y peligroso inmiscuirnos en sus asuntos, así que su nieto es el único vínculo que tenemos ahora ―me explicó Jasper―. De lo contrario, entrarías a un juicio que podría durar meses o tal vez años dependiendo del poder de influencia que tenga tu empresa y/o la cantidad de coimas que estén dispuestos a pagar.
Me aclaré la garganta. Estaba segura que Chang y sus súbditos podrían pagar lo que fuera para no verse involucrados en líos judiciales. Yo quedaría reducida a cenizas.
― Además, y como es lógico, no podemos entrar a robar a la notaría, mucho menos irrumpir en su caja fuerte donde se guardan las escrituras con el fin de destruir la tuya. Tampoco podemos estar vigilando el banco como asaltantes a la espera de víctimas, y como sabrás, hay cientos de sucursales donde los estafadores podrían cobrar el dinero ― indicó―. La solución aquí es hablar directamente con él. Él podría hablar con su padre o su abuelo y viciar el contrato.
― Está bien.
― Nos quedan un par de horas.
― Isabella ― me llamó Jasper―. Cuando tus jefes quieran intimidarte, no les dejes. Ellos no pueden echarte de la empresa, mucho menos enjuiciarte de la noche a la mañana sin tener pruebas fehacientes de tu culpabilidad. Podrán amenazarte, asustarte o lo que sea, pero, eres inocente hasta que se demuestre lo contrario, ¿entiendes? ― asentí―. Además, si te despiden están obligados a pagarte indemnización y tiempo de servicio dependiendo del contrato que firmaste ―agregó con una sonrisa alentadora que no llegó a tocarme la razón pues de lo relajada que venía comportándome, adopté una postura de alerta. Edward se dio cuenta y me apretó la mano con fuerza.
El último contrato que firmé era exclusivamente confidencial, yo estaba catalogada como personal de confianza, lo que incluía silencio perpetuo frente a las estafas que ellos realizaban, "porque si hablas Swan, el barco no se hundirá solo, tú te ahogarás con nosotros" ¡Qué ironía! Yo, Isabella Swan, cubría las espaldas a este par de viejos angurrientos, y ellos, en compensación a mis servicios, ¿qué me daban? ¡Nada!
― Pero Jasper… ellos tienen mucho dinero, no les importará que una empleada los someta a juicio. Es más, les convendría hacerlo para obligarme a pagarles cada dólar.
― Sí, tienes razón, pero para evitar eso… ―paró de repente y después de pensar en una respuesta, continuó ―: Mira Bella, no quiero engañarte ni darte falsas esperanzas, pero lo que me acabas de decir es lo más probable que suceda en empresas como la tuya. Por ello tenemos que ir en búsqueda del joven Amaya.
― Ok. Comprendo ―dije mirando a Edward con temor. La sonrisa que él me devolvió me transmitió tranquilidad. Tenía que confiar en ellos, en él.
― No dejaremos que te pase nada Bella. Por lo pronto, hablaré con un amigo para que averigüe algo más ― me aseguró acercándose a mí. Me palmeó la espalda en señal de apoyo―. Ten por seguro que no permitiremos una injusticia como estas, pues ello significa abrir el camino a todas las que siguen, seguiré los principios de Willy Brandt, uno de los grandes políticos alemanes.
― Gracias. Muchas gracias ― pronuncié al borde del llanto. Me encontraba muy sensible estos días, y esta ayuda desinteresada solo acrecentó mis emociones. Me paré y fui hacia mi escritorio para coger el teléfono y llamar a Jessica pero como azares del destino, ella marcó primero ―. Jessica, saldré a solucionar el problema.
― Muy tarde, Bella. La secretaria del doctor Chang acaba de ver salir a Tyler...
― No importa. Si pregunta por mi dile...
― No, Bella ― me interrumpió secamente ―. Te llaman, ¡el doctor Chang quiere hablar contigo! ― subrayó aterrorizada.
― Tranquila mi amor, no olvides todo lo que hemos conversado aquí ―me animó Edward cariñosamente abrazándome y amortiguando los latidos furiosos de mi corazón. Me dio un besito en la comisura de los labios y yo sonreí, me propuse a salir de la habitación, pero él volvió a acogerme en sus brazos y se inclinó para besarme suavemente en los labios. Esta vez fue mucho más largo, pero igual de tierno.
Me iba elevando a las nubes…
― ¿Bella? ¡Oh Bella! ―gritó la voz cantarina de Alice cerrando la puerta de un portazo y lanzándose a mis brazos apartándome de Edward de un codazo. Si ella vio el beso en los labios que me plantó su primo, hizo caso omiso o lo disimuló muy bien―. ¡Sabía que algo así pasaría! ¡Te lo advertí! ¡Nada bueno sacarías de resolver los problemas económicos de esos tipos!
― ¡Alice! ― me aterré. No quería que ella continuara hablando. Mi vida dependía de lo que ella dijera.
― Es cierto… ― lloriqueó, giró su rostro hacia donde estaba su primo con su amigo y los observó con perspicacia unos segundos para después volver a fijar sus acuosos ojos avellanas en mí ― ¡Leah y yo te lo advertimos cientos de veces y tú nunca nos hiciste caso! ¡Ah! ¡Cuándo se entere Leah!
Me detuve.
― Prométeme que Seth no sabrá nada de esto, no quiero que piense mal de mí.
― Nunca lo haría, Bella. Seth te quiere ― susurró con voz atormentada ―. Apenas salga Leah del gimnasio, le diré ― moví la cabeza afirmativamente y seguí mi camino hacia la puerta.
― Ya regreso ― afirmé dirigiéndoles una mirada a todos. En mi memoria, guardaría por siempre esta escena: mi mejor amiga, mi novio y su mejor amigo mirándome expectantes con una sonrisa de aliento y comprensión, pero a la vez, con un matiz de preocupación, dispuestos a hacer lo que fuera por mí a pesar que teníamos todo en contra nuestra.
En los malos momentos es cuando uno conoce y sabe quiénes son realmente las personas que te quieren de verdad.
Y ahí los tenía…
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Chang bebió un sorbo de su bebida, una sustancia burbujeante que contenía un par de cubos de hielo, lo saboreó socarronamente y luego esbozó una sonrisa lúgubre dejándome entrever la finalidad de su conversación.
― Perderte a ti, sería perder no solo a una profesional altamente capacitada, sino a nuestra principal encargada de los "Costos y presupuestos" de la empresa ― lo observé minuciosamente. Parecía que la ropa de diseño le quedara grande, algo extraño en él por ser un hombre altamente intimidante y de buen porte. Tenía una de sus manos metida en el bolsillo del pantalón mientras que la otra, descansaba sobre el brazo del sillón, al lado de su brillante bastón negro ―. Eliminarte sería un golpe bajo muy fuerte Swan, pero si me permites decirlo, un gran alivio para nuestros bolsillos.
― Pensábamos que tu trabajo era muy importante para ti, Isabella... ― agregó el ingeniero Arthur Smith con voz más tranquila sin apartar sus brillantes ojos de mi rostro.
― Señor...
― ¡Silencio! ― gritó Chang. Sentí una punzada de miedo ―. No se te ha permitido hablar Swan.
― Chang… ―le reprendió la voz del ingeniero.
― Lo que fuese que haya pasado, te tiene en la boca del lobo, Swan y nosotros no podemos dejar pasar este incidente, ¡son sesenta y cinco mil dólares los que están en juego!
― Doctor, se lo juro, ¡yo no sabía nada! ― me defendí y una expresión velada de algo parecido a la furia le cruzó el rostro, mas su gesto permanecía inescrutable.
― Mientes ― aseveró sin pestañar ―. Tú tenías conocimiento de ese terreno. Tú lo analizaste, tú misma me dijiste que estaba aprobado y que el estudio de uso de suelo había arrojado un buen porcentaje para habilitarlo cuanto antes, ¿acaso no lo recuerdas? ¿O es que ahora sufres de amnesia selectiva? ― Las duras líneas de su cara denotaban una animadversión de hierro. Tuve miedo a contestar―. Así que no me vengas con mentiras. Es obvio que entre ustedes dos quisieron estafarnos para pagar sus deudas.
Respiré agitadamente deseando huir, salir, transportarme virtualmente a otro mundo con Edward donde nada de esto existiera, pues si seguía parada ahí frente a los dos monstruos, sentía que en cualquier momento iba a explotar una bomba en mi cabeza.
― Puedo encontrar una solución ― dije con la vista nublada por el dolor.
Bufó.
― No creo que puedas hacer nada, Swan. ¿Qué recursos tienes tú para movilizar a jueces, abogados o cualquier otra persona capaz de salvarte de una condena asegurada? ―me habló burlonamente―. De cualquier modo...
Sus gruesos hombros se movieron bajo el saco de seda negro, a pesar de su delgadez, su imagen permanecía intimidante, imponente y terrorífica, él se había convertido en el nuevo ogro del cuento de hadas, la diferencia era que éste tenía la capacidad de quitarme no solo la moral sino mi integridad.
― Lamentablemente, yo creo en Isabella ― comentó Smith en tono afable ―. Creo que ella estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado. ¡Oh vamos! La conocemos desde hace años, sabes cómo ella ha trabajado arduamente por la empresa. No creo que Isabella sea capaz de poner en riesgo su propio futuro y su solidez económica…
― ¡No dejaré que la empresa se vaya a la quiebra por un simple capricho tuyo, Arthur! ― lo cortó ―. ¡Y menos sabiendo que hay una posibilidad de salir ilesos de todo esto!
― Reconsidéralo ― lo retó ―. Has de admitir que pudo suceder.
Con un profundo suspiro, el "señor todopoderoso", el "ogro" se paró de su asiento con indiferencia a la variación de la respuesta. A él no le interesaba. Se volteó y se puso a pasear de un extremo a otro de la habitación con aspecto fúnebre, alargándome la agonía de seguir parada en este claustro.
― No ― dijo por fin ―. La única solución es enjuiciarla y despedirla.
― ¡No por favor! Yo encontraré la forma…
― Muchacha ―me llamó el viejo Arthur. Su rostro se mostraba aún más desencajado y pálido― ¿Sabes en lo que te estás metiendo?
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— Vámonos Edward —le dije ni bien entré a mi oficina. Él se sobresaltó por mi intrépido ingreso y dejó de mirar su celular para incorporarse de inmediato del sofá. Jasper y Alice ya no estaban y el silencio se expandía de manera fúnebre—. El ingeniero Smith es el único que cree en mí y quiero demostrarle mi inocencia, sobre todo al viejo estúpido de Chang.
— No, Bella. Iré solo —me atajó con brusquedad.
— ¡No! —Protesté de inmediato—. No estaría tranquila si fueras solo. Por lo que escuché, lo que van a hacer es muy peligroso, y no quiero que te pase nada por mi culpa. ¡Ustedes están metidos en este lío por mí! ¡Quiero ser parte de esto! Ayudar en lo que se pueda —él seguía sin ceder. El pánico me invadió, ¿y si él salía lastimado? Temblé—. Edward… No viviría en paz si me mantuviera lejos de ti…
Me contempló con ojos serios. Sí, aunque él lo dudara, yo también quería exponer mi vida, sentirme útil y, sobre todo, defender mi integridad… Además, no podía negar que necesitaba estar a su lado para sentirme segura.
— No sabes lo que me estás pidiendo —hizo una mueca de desagrado y después de un sonoro y largo suspiro por fin habló—: pero tendrás que prometerme dos cosas. Primero, te mantendrás a mi lado siempre y segundo, confiarás en mí pase lo que pase —asentí mirándolo fijamente. Sus ojos estaban encendidos y brillaban de una manera vívida—. Eres muy terca, Isabella. El lugar donde vamos es peligroso y las serpientes no solo se arrastran por el suelo, sino que vierten su veneno en la lengua de hasta los más prestigiosos parroquianos, ¿entiendes lo que te quiero decir?
— Sí, y de todas maneras iré contigo.
Suspiró rendido.
— Estamos juntos en esto.
Manejó por lo menos cuarenta minutos sin parar, transformando los rascacielos de Chicago por modernas mansiones de más de quinientos metros cuadrados con porches, jardines y lujosos carros. Pensé que nos quedaríamos ahí, pero sin mover su vista del frente, Edward siguió el recorrido de la avenida principal hasta llegar a una zona descampada, donde los galpones eran los únicos edificios existentes y una decena de camiones salían y entraban de ellos con naturalidad. Era el área de exportaciones de Chicago.
— Edward, ¿cómo conoces a esta gente?
Hubo silencio. Rehuyó la mirada de mis ojos.
— Amaya exporta productos químicos a Quebec. Podrían beneficiarse de otro mercado, como el mexicano, por ejemplo, pero ese ya está muy invadido, así que han aprovechado el convenio con Canadá mediante el tratado de libre comercio, para enviar sus productos y, a la vez, camuflar entre su mercadería dinero ilícito. —Edward me dio una explicación rápida y consistente dejándome helada. Claro que como hombre de negocios, que firma contratos con prestigiosas instituciones del sector de la construcción y que tiene amigos abogados y demás, debía tener un amplio conocimiento de la economía, pero esto ya me tenía ansiosa, maliciosa pues por su desenvoltura, parecía que él sabía más cosas. Sabía detalles mínimos como si fuese detective, sabía términos y estadísticas de contrabandos... Sabía demasiado y eso me estaba dando mala espina.
— Sabes mucho de él para que sea un simple conocido tuyo de la universidad, ¿no?
— No—empleó un tono frío—. Solo sé lo que todos saben. Además, es lógico que quiera adueñarse de un terreno donde los impuestos nacionales sean menores. Es muy rentable—su argumento parecía justo, así que contuve la frustración. Estaba tan nerviosa que ya veía fantasmas donde no los había.
Estacionó en uno de los almacenes que daba al puerto. Un par de barcos ya estaban a punto de zarpar de la segunda terminal y otro estaba siendo abastecido con transporte de carga mientras varios inquilinos monitoreaban dicha actividad.
— Si te pido que no bajes del carro, ¿lo harías? —no le hice caso y seguí mirando alrededor.
— Eso depende— mi pulso se desbocó en repuesta a su tensión, pero conteste con cuidado.
— Quiero que te quedes en el coche hasta que regrese por ti.
— No me voy a quedar en el coche —repuse. Él cerró la puerta y yo, con coraje, lo seguí tirándola de un portazo.
— No, claro que no —susurró torciendo el gesto.
No sé cómo caminé. Estaba aún nerviosa, pero, en mi opinión, lo disimulé muy bien ya que lo que más quería saber ahora era por qué Edward me había traído hasta aquí.
Di un par de pasos más hasta toparme con un rostro tan petulante como brutal, pretencioso y terrorífico de pies a cabeza. Medía más de metro ochenta y con su contextura, doble del tamaño que la mayoría de los hombres normales, me producía escalofríos.
Miré a Edward y él seguía igual. Sin bajar la mirada y entrecerrando los ojos de manera suspicaz.
— ¿Que te trae por aquí, Cullen? —retiró el cigarro de su boca.
— Negocios —dijo calmadamente.
— La última vez no quedamos en buenos términos, Cullen. Sin embargo, creo que quieres o seguir burlándote de mí o proponerme un nuevo reto.
— Nunca haría lo primero, pero sí lo segundo —el hombre de aspecto temible tiró la cabeza para atrás y arqueó la ceja voluntariamente examinando la postura de mi novio. Al ver que Edward no ponía obstáculos ni plantaba amenazas silenciosas, nos hizo entrar al depósito. Unas pilas de cajas de cartón tapaban la visión de lo que serían repuestos aeronáuticos, por el aspecto que tenían parecían de segunda mano o robados, mientras que un par de hombres vestidos de azul, con guantes y mascarillas, transitaban por la zona de descarga con unas cajas de color blanco entre sus brazos. El sitio me daba mucha curiosidad, había tan poca cosa, pero a la vez era tanta la información que podía sacar de ello que me tenía anonadada y alejada de las palabras de Edward.
— Sí, podría usar mis recursos para hablar con mi abuelo, pero con la condición que pase a mi poder el "Amaretto".
Edward abrió los ojos de par en par.
El otro sujeto adoptó la misma posición de malicia de hace minutos. Su cabello espeso y negro como la noche se movió con las pequeñas ondas de viento.
Y yo seguía la conversación sin pestañar. Había escuchado hablar a Frank Vulturi, el acompañante de Irina, sobre el "Amaretto"… pero, ¿qué era?
— Eso nunca —zanjó apretándome la mano, nervioso.
— Entonces olvídalo —soltó con desdén—. Aunque… quizá… —pasó sus sucios ojos por mi cuerpo y con una mirada libidinosa, agregó—: Cullen, sabes que soy una persona que le gusta negociar y al ver a esta bella dama que has traído contigo, se me ha ocurrido una idea. ¿Qué tal si ella fuera parte del precio de mi ayuda?
— ¡No te atrevas, desgraciado! —espetó con un brillo envenado en la mirada pasando un brazo por mi pecho a fin de cubrirme y evitar que se me acercara más de la cuenta.
— Tranquilo gallito, que me gustan las rubias. ¿Cómo se llamaba la última que trajiste? ¿Iris? ¿Isis? Oh sí… Irina…
— Cállate —gruñó.
—... Pero las morenas no están nada mal... —volvió a mirarme con ojos sucios pasando sus dedos por el mentón—. Vamos. No tienes mucho que pensar Cullen, no es como un juego de azar, aquí nadie perderá. Tú ganarás el contrato y yo ganaré una mujer.
— Desgraciado. ¡No vuelvas a hablar así de ella! —Le gritó acercándose con una rabia fulgurante—. Esto es una pérdida de tiempo. No obtendrás nada de mí.
— Tú lo pierdes.
Edward aguzó la mirada. Sus labios parecían cincelados en piedra. Estaba sorprendido y furioso, yo solo atiné a cogerlo de la mano con más fuerza acariciándole con la otra su cabeza lo que llamó la atención del grandulón.
— Oh… que bella imagen… Es tu novio, ¿verdad? —se digirió a mí mas lo evité—. ¡El gran apostador de Manhattan es tu novio! Bienvenida al clan —fruncí el ceño totalmente confundida. No entendía nada, hace un minuto luchaba por sobrevivir y ahora todo me daba vueltas. ¿Qué quiso decir con eso? —. ¿Cullen no te contó nada de sus famosas apuestas y de cómo se ganó el Amaretto? Fiuuu eso es leyenda, me parece raro que no lo sepas hermosura.
Sin decir palabra, Edward me sacó de ese sitio. Fue la mejor decisión, pero a la vez, la peor porque sentía, parecía que una voz por megáfono vociferaba el conteo regresivo...
Cada vez quedaba menos tiempo, el reloj avanzaba de manera garrafal. Quería respuestas, pero a la vez quería que terminara esta horrible pesadilla.
Cinco, cuatro... Tres, dos... Uno...
Cero.
— ¿Edward que sucede?
— No quería hacerlo, pero no me queda otra solución —murmuró entre dientes—. ¡Maldita sea! Juré nunca hablarle para esto.
— ¿Me vas a explicar que mierda significa toda esa fama de apostador de Manhattan? ¿Y cómo te ganaste ese dichoso lugar? ¿Eres estafador, Edward? —solté todas las preguntas de un solo golpe.
— No. Juego limpio. Siempre juego limpio. El veneno les corroe a ellos, Isabella.
— Necesito que me lo expliques, no soy ninguna tonta Edward.
— Lo haré —nos subimos al carro y arrancó con una velocidad de los mil demonios aferrando sus manos al volante e intentando controlar la fuerza para no romperlo en pedazos—. Te explicaré todo cuando lleguemos a casa, pero ahora déjame ayudarte, sólo nos quedan un par de horas antes que ese cheque sea cobrado.
Me crucé de brazos entre enojada y asustada, no sabía que sentimiento dejar fluir más rápido, si la rabia por no saber casi nada de la vida de Edward o los nervios y el miedo por ser despedida.
Se detuvo a un costado de la carretera y paseando su mano por su cabello con decisiva fiereza, golpeó el volante del auto. Respiró fuertemente y sacó su celular.
— ¿Aló, papá? Soy Edward —hizo una pausa incómoda—. No. Necesito un favor. Quiero que utilices tu influencia y hables con Allison Amaya y le pidas eliminar un contrato de compra de un terreno.
¿Cómo? ¿Edward pedía qué? No, no… Debía estar soñando...
Influencia… poder… dinero… mafia… todo giró, miles de imágenes dieron vueltas en un carrusel.
¿Qué sucedía?
De pronto, sentí náuseas. No podía hablar... No podía hacer nada, solo era consciente de la lluvia de recuerdos que se precipitaban por mi mente.
Todo iba calzando su lugar haciendo que mi corazón se acelere. Las palabras de Jacob de hace semanas malgastando mi atormentada mente.
"No quisiera que te lleves una decepción, Bella. Eres una chica muy linda y no te mereces una desilusión."
"Conozco a Edward. Más de lo que crees, y sé que tendrás muchos problemas con él."
"Quizá Edward no sea quien te convenga Bella"
Sentí mi mente extrañamente desconectada y solo asimilaba retazos de lo que oía. Nada tenía sentido.
Me dolía la cabeza de tanto pensar, de ser martirizada por recuerdos y extrañezas...
— No es broma, es urgente… ¡No metas a Richard ni a William en esto! ¡Por favor! —Alzó la voz y podría jurar que sus ojos destilaron una pizca de odio—. Cuando vaya a verte te explicaré todo. No… No quiero entrar en detalles ahora —añadió fríamente—. Es urgente, te agradecería mucho si lo hicieras en este mismo instante. Gracias, Carlisle.
Mafioso, investigador, apostador... Yo bromeaba cuando le hablaba de los miles de películas de mafiosos que me gustaban ver, pero ahora me sentía protagonista de una de ellas.
Él colgó el teléfono y declinó totalmente su cabeza hacia atrás apretándose el puente de la nariz con fuerza, clara señal que pasaba algo. Yo no podía hablar, era mucha información en tan poco tiempo, eran miles de posibilidades, miles suposiciones que se entremezclaban en mi cabeza.
Edward por fin me miró y noté en sus ojos el precio de la verdad y la culpa. Él sabía lo que se venía.
— Edward... —musité.
Él me lanzó una mirada perturbadora, como si le costara hablar.
— Edward… —hice una pausa—. ¿Quién eres, Edward Cullen?
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.•.•.•.
Continuará...
Notas: Sin nada más que decir, ¡mil gracias! Por todo su apoyo, y sus reviews que me ponen muy feliz.
* Como les dije, la parte final he querido escribirla desde que inicié el fic y ya por fin lo hice xD! Aunque aún hay otras escenas que muero por narrarlas pero poquito a poquito! :) ahora entramos a una parte interesante de la historia... *o* !
* Necesito, deseo, muero por escuchar sus suposiciones, teorías y todo!
Espero me sigan en esta aventura y que disfruten con la historia.
Un abrazo, Lu.
- P.D. ¿teorías? O.O -
