Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, yo sólo juego con ellos en esta loca historia.


*Chicas, !el capítulo será dividido en 2 partes! ¡Y tener en cuenta las Canciones recomendadas!

Primera Parte:
- "Y llegaste tú" – Sin Bandera.
- "Momentos" - Noel Shajris

Segunda Parte:
- "Días nuevos" - Gianmarco
- "Welcome to my life" - Simple Plan


Capítulo 19: La verdad de Edward - Parte 1

"Tu secreto es tu sangre, si lo dejas escapar, morirás."

Edward

"Para conquistar a una chica debes tener un poco de misterio, Edward. Un hombre que es misterioso intriga a las mujeres porque lo ven como un desafío, así que no digas todo de golpe, guárdate algo para otro día", escuchaba en mi oído las palabras de Emmett como si estuviese frente a mí, sentado en el avión y conversando tranquilamente como lo hacíamos mucho tiempo atrás. Mi hermano siempre había sido un conquistador al igual que Jacob, ambos con sus consejos y el decálogo único para convertirse en un Casanova, gozaron de mucha popularidad en la preparatoria de Los Ángeles, mas sus lecciones no se aplicaban para mí.

"Edward, el misterio en un hombre es un rasgo poco común que las mujeres encuentran atractivo vayan donde vayan", otra voz se asomó en aquel recuerdo, era la de mi abuelo. "Ellas quieren lo que no pueden tener y si tú eres difícil de conseguir, sentirán que el tiempo contigo es algo que deben valorar… Un Cullen lo vale"―culminó con voz solemne con el alarde característico que siempre hacía para dirigirse a su gran apellido. Pero, y, aparte de ello, todos, absolutamente todos, como costumbre y acto machista, me formaron e instruyeron en el hábito de la conquista. Incluso, algunas chicas con las que me relacioné anteriormente, me decían que siempre actuaba sobre sus emociones a través de mi silencio, mi comportamiento y mis gestos enigmáticos. Para ellas era una gran carga de sensualidad, para mí, era el modo que tenía de protegerme de mi mismo y de mi pasado.

No podía evitar ser reservado. Era mi naturaleza… gracias a él.

Sin embargo, con Bella todo fue diferente. Le dio luz a mi vida, le dio un sentido de pertenencia, le ofreció unos brazos cálidos que me llamaban siempre a contarle mi vida, pero la herida era tan profunda en mi alma, que aún no podía revelarla.

¡Qué ironía de la vida! Yo debía ser quien la conquistara… pero no, ella coló su sangre por mis venas y me hizo adueñarme de su cuerpo mientras que, lentamente, ella se hizo dueña de mi vida y de mi todo con una sola mirada.

La primera vez que la vi, me impresionó. Muy aparte de su hermoso cabello caoba y la fineza de su silueta, la dedicación, el esmero y la pasión que exhibió aquellos días que la vi en casa de Alice diseñando y trabajando con su maqueta, me cautivaron… lentamente, desesperadamente, como una melodía romántica de Franz Schubert en las que inicia con acordes solitarios y termina desenvolviéndose en una música intensa, fuerte y llena de sentimiento, o como aquellas melodías, obras cumbres de Beethoven que me inspiraron tanto durante mucho tiempo para pintar infinidad de paisajes y escenas campestres. Ahora, ella era mi melodía, mi inspiración; se había convertido, poco a poco, en mi fuente inagotable de sentimiento. Para mí, de todas las mujeres que conocí, Bella era la más hermosa, sensual y atractiva que jamás había visto. Y anoche, verla sufrir, llorar y desesperarse por la mala noticia que recibió, fue letal para mí por dos razones: la primera, porque odiaba, porque me desarmaba ver aquellos ojitos chocolates que tanto me gustaban, perder su brillo; y la segunda, porque desde que me di cuenta del problema en el que Bella estaba metida, sabía que la única solución sería hablar con mi padre, y yo de él nunca quise nada. No desde que pasó aquello. Pero, por ella lo hice, bajé la careta, la arrogancia, hice a un lado mi orgullo y me enfrenté a aquel hombre.

Por Bella, estaba venciendo y contradiciendo al mundo entero.

Utilicé todos mis recursos posibles para salvarla y eso incluyó develar ciertos aspectos de mi presente que detestaba y el cual arrastraba consigo, una cadena de sucesos del pasado… Y ahora, aquí sentado con la mirada perdida entre los horizontes, admirando sin querer el crepúsculo, hora en que se encierran todos los secretos y traiciones, me recordaba una y otra vez las palabras de rencor, confusión y rabia que salieron con naturalidad de sus labios.

Pero estaba en su derecho. Yo le prometí confianza y fue lo primero que le negué. Edward Cullen, el gran idiota… Y sí, por mi idiotez, podía volver a perderla y no lo soportaría porque a estas alturas, alejarme de Bella podría ser doloroso para mí… si tan solo ella me dejara, si no me comprendiera, podría sufrir el mismo destino de Schubert, entregado en cuerpo y alma al alcohol, arrimado en alguna casa, manteniéndome solo, simplemente a la espera de la generosidad de mis amigos…

Sí. Solo y devastado, de la misma manera que me sucedió en el pasado…

Solo y devastado como el maldito dependiente que soy…

Solo y devastado como él me obligó a serlo…

Por ello, no podía permitirme saborear nuevamente el vacío de la soledad. No podía dejar que un simple error, una simple mentira, borrara todo lo que logré con ella hasta ahora. Pero no es una simple mentira Edward Cullen. Además, ya no eres un héroe, terminaste siendo un idiota. Cierto, pero con todas mis fuerzas, debía arreglar las cosas de la mejor manera posible para seguir queriéndola y cuidándola como nunca pude cuidar de ella…

Suspiré amargamente.

― Señor Cullen ―sonó de lejos una voz pausada que llamó mi atención desviando mi ensombrecida mirada del horizonte azul a la imagen del hombre mayor que estaba parado frente a mí vestido con un traje gris oscuro y que portaba una maleta marrón en la mano derecha. Me miraba con mucha curiosidad y no era para menos, puesto que nunca nadie me había encontrado tan pensativo como lo estaba hoy, sentado en el asiento principal del jet con el martillar de los latidos de mi corazón como única melodía de fondo, avisándome que quedaba poco tiempo para que Bella estuviese nuevamente entre mis brazos... o no.

Temía que me rechazara, que volviera a cerrar su corazón y me dejara solo. No podía culparla, ella estaba en todo su derecho pues siempre se mostró tal como me lo dijo; en cambio yo, oculté y sigo ocultándole muchas cosas como el maldito mentiroso que soy. Edward Cullen no era un héroe.

― Señor Cullen… ―volvió a llamar―. Todo está listo ―aclaré mi vista y lo invité a continuar mientras me paraba del asiento de cuero y me servía un vaso con agua del mini bar―. Bueno, le informo que siguiendo las reglas del IFR, tengo ya la autorización del controlador para cada fase del vuelo. La torre de control tiene ya aviso sobre el destino que usted escogió esta vez, incluso me ha proporcionado el rumbo ideal y la altitud y límite preciso que debo de tener para llegar a salvo y no tener interferencia con otros vuelos. Así que si partimos a las ocho y media de la noche como está previsto, estaríamos aterrizando dentro de seis horas con cuarenta minutos.

Suspiré. En seis horas, Bella podría ver de lo que era capaz de hacer para retenerla a mi lado.

― Gracias John, y discúlpame por avisarte de última hora.

― No es ninguna molestia joven ―me dijo con una sonrisa, retirándose. Él había sido nuestro piloto desde que yo tenía uso de razón. Según mi abuelo, John y él tenían casi la misma edad y había sido siempre personal de mucha confianza. Nunca había delatado ningún secreto ni ninguna aventura de ningún hombre de mi familia que había estado en ese avión. Un hecho que pocas personas entenderían pero que podía ser de extrema importancia para un hombre de negocios como lo eran mi abuelo o mi padre.

Me paré de inmediato y lo seguí hasta la cabina del avión donde él comprobaba los indicadores de vuelo y todos los dispositivos de mando con una agilidad y dominio interesante, propio de los más de treinta y cinco años que tenía como capitán de vuelo. Crucé el portal y una ráfaga de aire imaginaria me golpeó y me hizo verlo todo a blanco y negro como si estuviera en el pasado. Recorrí con mi mirada toda la cabina y sonreí de manera melancólica al recordar mis sueños de ser piloto cuando era un niño… aquellas épocas cuando viajar de una ciudad a otra con mi abuelo era cuestión de todos los días; aquellos días que ver despegar o aterrizar a un avión hacía que mi corazón se sobresaltara con una emoción rara, la cual una sola personita entendía y me decía siempre al oído que yo había nacido para pilotar… "serás el mejor piloto del mundo, Edward… me llevarás a los cielos, ¿verdad?"

La nostalgia regresó. Los recuerdos tormentosos del pasado querían volver a nacer…

Edward, lo primero que se hace al subir a un avión es comprobar el nivel de aceite y gasolina, sino, los aviones no podrían volar.

¡Sí pueden volar! ¡Yo lo vi! ―grité entusiasmado.

No. No pueden volar sin gasolina. Si no perderían su encanto, Edward Anthony ―sus ojos grises me traspasaron siendo aún un niño. Cuando el viejo William quería intimidar, parecía una fiera, por lo contrario, cuando éramos solo él y yo en esa inmensa casa, era de lo más tranquilo y generoso, transformándose en mi modelo ideal a seguir: un hombre emprendedor, trabajador pero con carácter dócil cuando tenía a sus nietos cerca. Admiraba su lucha constante por mantenerse en el mercado de la exportación e importación utilizando sus propios recursos. No era como mi padre, no. Mi abuelo se hizo solo, sin ayuda de nada ni de nadie.

¡Pero mi avión se mueve! ¡Mira!

Eso es porque juegas solo y tu avión es de papel, no sirve eso Edward ―dijo mi papá.

No lo trates así ―una inofensiva voz salió a mi defensa.

¡Seré piloto, abuelo! ―insistí dejando volar mi cometa mientras William negaba rotundamente.

No está permitido para un Cullen llegar a ser aviador ―aclaró mi papá.

¡Claro que sí! ¡Él será un gran piloto! ―Con una mirada dulce, aquella niña que me defendió en aquel instante fue mi heroína.

Me senté en el sitio del copiloto y pasé mis manos por el tablero. John me miró nuevamente con curiosidad… Seguramente le diría a mi padre que estuve ahí... De pronto, pensar en él, hizo que toda la tristeza que sentía se esfumara, todo se oscureció, de la misma manera que mi vida, con el transcurrir de los años, lo hizo. Crecí y ya no quise volar por placer; todo lo contrario, todo se convirtió en un acto de rebeldía, y de la misma forma que adopté cuando trataba de acabar con cualquier cosa que mi padre tuviese una afición, amé sentarme frente a una avioneta y destrozar su hangar preferido.

Total, el dinero valía más para él.

― ¿Se lo dirás? ―le pregunté de manera maliciosa a John. Él volteó a mirarme y agachó su cabeza hasta conseguir que sus gafas se resbalaran por el puente de su nariz. Me examinó lentamente comprendiendo el motivo de mi pregunta. Su experiencia le precedía.

― Edward, muchacho, ¿cuánto tiempo hace desde la última vez que viajaste en jet? ―sonreí con perversidad.

Carlisle se enteraría.

― Cierto… ―me imaginé la mirada de mi padre, malvada, asesina, despiadada, buscando motivos y apelativos para nombrar a mi comportamiento rebelde. Me lo imaginé parado, a un lado de su avión, creyéndose el rey del mundo. Su solo retrato me hizo sentir un relámpago de rabia por todo mi sistema nervioso que hizo que apretara los puños con una fuerza capaz de destrozar todo el mobiliario del avión. Si no fuera porque la luz intermitente de mi celular seguía vibrando incansablemente, ya todo esto sería historia. Maldiciendo, chequeé las llamadas perdidas que tenía, cinco de Emmett, tres de Alice y otras dos de Jasper; luego leí los mensajes de texto que estaban en mi bandeja e inexplicablemente, cambié de humor, hasta sonreí sintiendo la esperanza renacer en mi corazón... Sí. Alice me daba la noticia. El plan había funcionado: Mi Bella estaba en camino.

― John, mi prima llegará dentro de poco, por favor que se le facilite la entrada ―mi sonrisa de idiota no se borraba.

― Enseguida señor Cullen ―me contestó cogiendo la radio.

Salí de la cabina de inmediato para arreglar el desorden que había hecho minutos atrás. Tendría un vuelo más o menos largo con Bella y no quería que fuese incómodo. Todo tenía que ser especial. Le di una última revisada a la sala y aproveché el segundo, para colocarme una chaqueta liviana, pues, el cielo de Chicago estaba oscuro y podía sentir el frío colarse por debajo de mi ropa. Mi SJ30 (*) tenía, felizmente, un sistema de calefacción de última generación, así como conectividad total mediante USB, además de estar equipado con frazadas, almohadas, abrigos largos de terciopelo y lana, un closet lleno de ropa y calzado para hombre y mujer para cualquier estación, una kitchenet con un minibar de lujo equipado con comida, snacks y variedad de bebidas y, en la parte de atrás, un gran botiquín con pastillas, ampollas y demás. Así que no me preocupaba por si faltase algo, además, sabía por Alice, que Bella no tenía mucha ropa y lo poco que le había preparado en el maletín, era lo más básico y necesario para el viaje. Todo fue tan rápido e improvisado, que no pensé en las consecuencias que esto tendría, pero, y gracias a la asistente personal de mi abuelo que se encargaba de hacer las compras y exigir el mantenimiento adecuado, lo tenía bien suministrado para que no faltara nada…

― Joven, la señorita ya entró por la puerta cuatro. Debe estar transitando por la pista A.

― ¡Perfecto! Vamos, John.

Como pude bajé del avión. Mis nervios me traicionaban de una manera garrafal que hasta me hizo resbalar de una de las gradas de la escalera. John rio y me imaginé lo que estaría pensando. Nunca, en todo este tiempo, me había puesto tan nervioso por ver a una mujer. Pero era mi mujer y quería su perdón, y a la vez, demostrarle cuanto la quiero y cuanto estaba dispuesto a sacrificarme por ella. Cuando estaba aún pensando en cómo le diría las cosas, en cómo la recibiría, qué le diría, cómo me miraría, si aceptaría o no mi propuesta, apareció el Volkswagen golf negro de Alice y entonces mis ansias se dispararon, los nervios me atacaron al mil por ciento y el estómago me dio vueltas.

Del auto bajó Bella con el rostro confundido, pero a la vez asombrado. Parecía como si hubiera despertado de algún trance porque sus ojos estaban pequeñitos y muy cansados, sin embargo, recorrían todo el lugar instintivamente. El cielo se iluminó y sonreí de puro placer.

― ¿Qué… qué sucede Edward? ―sus ojitos chocolates brillaron―. ¿Qué hacemos acá, Edward? ―insistió mientras yo avanzaba hacia ella sin borrar la sonrisa del rostro. Ella se estremeció y sus ojos no dejaron de mirarme. Si por mí fuera, la estrecharía entre mis brazos, la besaría y la metería a ese avión para llevármela lejos sin darle explicaciones. Le recordaría que ella era mía, que la quería muchísimo y que era capaz de hacer cualquier cosa por no verla nunca más triste. La acorralaría, la atacaría, la haría nuevamente mía hasta hacerle olvidar todos los malos ratos que pasamos hoy. Le contaría mi vida, mis secretos y mis miedos, la haría extasiarse, inundarse de placer mientras escuchaba salir mi nombre de sus labios de aquella manera erótica que me volvía loco.

La poseería, bebería de su alma, moriría en su cuerpo, nacería en su corazón.

Todo. Todo le haría, pero, sobre todo, quería que esta noche fuéramos nosotros dos en nuestro mundo. Y para eso, las explicaciones y el perdón vendrían primero…

― Bella… prometiste escucharme esta noche… y como ya no tengo nada que ocultar, quiero que estos días sean inolvidables para nosotros, mi amor.

― ¿Viajar? ―agestó el rostro―. No, no puedo.

― Sí que puedes ―soltó Alice de pronto y la carita que puso Bella fue genial. Abrió su boca y la volvió a cerrar sin pronunciar palabra alguna, me miró rápidamente trasmitiéndome su inquietud y confusión y volteó de inmediato para encarar a mi prima. Bella pensaba que Alice no sabía nada. Era imposible que esa demonio no supiera nada si ella fue la precursora del plan; por ello, esta tarde cuando la llamé para pedirle por favor consiguiera el pasaporte de Bella y su documento de identidad para poder tramitar su salida de Estados Unidos, ella aceptó de inmediato sin poner objeciones ni recriminarme mi conducta con la única condición que arreglara las cosas con Bella y le dijera la verdad de una buena vez: "Algo muy difícil, Edward, pero necesario. Ella tiene derecho a saber por qué eres así y porqué le ocultaste las cosas", "¿Me perdonará, Alice?", "Claro, tonto. Ahora, ¿me dirás dónde te la llevas?", "No". Sonreí al recordar la voz de niña quejumbrosa que adoptó Alice cuando me negué por tres veces seguidas a decirle a dónde iríamos Bella y yo. "¡Me las pagarás!"

Y ahora viéndolas, discutiendo, me causó gracia. Mientras Alice saltaba de la emoción casi dando palmas ignorando a mi novia, Bella la miraba enojada reclamándole. Mi prima siempre fue así, entusiasta, dinámica e infantil. Admiraba su entereza y dedicación para ejercer su trabajo como diseñadora de interiores, pero también admiraba la fe que tenía por la vida, la alegría que derrochaba en todo momento sin importarle siquiera todo lo que había sufrido en el pasado. Ella sí era una heroína, tú no Edward Cullen.

―... Además, ¿qué pensaba tu cabeza? ¿Acaso creías que yo, la gran Alice Brandon no sabía que el plan que tuve con Edward había funcionado? ―volví a reír, Bella también lo hizo y aproveché su debilidad para acercarme por atrás y atraerla hacia mi cuerpo.

― Ven conmigo, mi amor ―ya era suficiente de pláticas. Era hora de llevármela. Qué me importaba si Alice seguía hablando sola.

Bella volteó a mirarme ante mi petición y se detuvo un instante para observarme impertérritamente. Creí que me diría que no, que todo este plan era en vano, que me odiaba por prometerle confianza y nunca demostrárselo… En aquel instante pensé miles de cosas y consideré otras. Aquel instante duró para mí una eternidad. A pesar de que todos decían que los "para siempre", los "para toda la vida", los "para toda la eternidad" nos tranquilizaban porque nos daba certeza de lo que sería el futuro; para mí nunca fue así, para mí eso siempre fue una falsedad porque en un solo instante, en un solo minuto, mi vida cambió y podría volver a cambiar…

Aquel instante debía terminar.

Inhalé fuertemente el aroma de su cabello y afiancé mi agarre en su cintura. Solo así mi novia reaccionó y por fin, el fugaz pero eterno instante terminó.

― ¿A dónde iremos, Edward? ―me preguntó en tono más me estaba dando una oportunidad. De la misma manera que mi corazón rebotaba de felicidad al ver aterrizar un avión, brincó en mi pecho.

― A donde mi corazón y el tuyo vuelvan a encontrarse y ser uno solo, Bella ―se mordió los labios sonriendo y me dirigió una mirada cálida tendiéndome una mano para que la agarrara y la guiara hasta el jet.

John la saludó con una reverencia para después incorporarse e indicarnos el camino. Por el rabillo del ojo, lo vi sonreír con complicidad y se montó detrás de nosotros en completo silencio. Mi abuelo no mentía cuando aseguraba que John era la persona más discreta que podía existir en el mundo. Supuse que se refería a aquellas largas vacaciones que hacía con mi abuela cada invierno hacia alguna isla, o en los negocios claves que realizaba por el bien de la empresa. No podía imaginármelo en nada turbulento ni sucio porque él era como yo, íntegro y de una sola mujer.

Ahora era mi turno. Tenía frente a mis ojos a la mujer más bella, mi mujer, con la que empezaría nuestro largo viaje por la vida.

Cuando Bella traspasó el umbral de la aeronave, se quedó sorprendida. Recorrió todo el lugar pasando suavemente su mano por la cocineta de mármol y los muebles de cuero fino. A cada paso que daba, sus ojos se iban abriendo más y más, admirando con la boca abierta el lujo que tenía la inmensa sala trasera de mi SJ30. Ahogó un gritito al ver las puertas del armario corridas donde se podía ver toda la distribución de ropa y calzado mientras que en la mesita desplegable estaban ya una botella de vino tinto, dos copas, un florero con rosas y un plato con diversas frutas.

― ¿Me dirás a dónde vamos, Edward? ―su voz tembló. Era la primera vez que Bella estaba en un jet.

― No ―respondí sentándome a su lado―. Será sorpresa ―suspirando, tiró su cabeza hacia atrás recargándola en el mueble mientras la voz de John nos decía que en diez minutos partiríamos. Ante tal gesto, Bella se puso nuevamente ceñuda y tensa mas no duró mucho porque empezó a reír enérgicamente dejándome aturdido.

― ¿Qué sucede, Bella?

― ¡Es increíble! ―exclamó para seguir riendo.

― ¿Bella? ¿Qué pasa? ―me ignoró.

― ¡No puedo creer que esté en un jet viajando a no sé qué sitio con una persona que no sé quién es!

― Isabella ―llamé con seriedad y dejó de reír. Sus nervios se transportaron a sus ojos apagándolos nuevamente y adoptando la frialdad de hacía horas. Después de todo, ella estaba aterrada y desconfiada, ella quería explicaciones, las exigía―… Mi amor, ya te dije quién soy. Lo que te oculté solo fue… ―suspiré abatido―. No… lo que te negué a saber solo fue un conjunto de diversas situaciones que me transformaron en el que hombre que soy ahora.

Me observó detenidamente. Todo rasgo de risa se fue borrando de su rostro.

― Te entiendo Edward ―murmuró―. Tampoco es fácil para mí hablar de mi pasado ni de mi familia sin llorar o sentirme culpable por las cosas que hice. Pero si no aprendemos de aquellos errores o de aquellos tropiezos que la vida nos hace pasar desgraciadamente, entonces nunca podremos ser felices.

― Soy feliz contigo, Bella. Con eso me basta… no me interesa el resto.

― Edward… Tú me haces feliz. Tú me enseñaste a confiar, pero también me lo arrebataste… ―agachó la cabeza―. Sé que has sufrido y quiero entenderte, quiero comprender el porqué de tu rencor hacia tu padre, el porqué de tu dolor al hablar de tu madre, por qué me ocultaste la verdad sobre tu familia… Solo quiero eso… solo quiero la verdad ―finalizó mirándome a los ojos con ternura y comprensión lo que me alentó a enseñarle la primera muestra de fidelidad que tenía para ella.

― Mira ―le extendí el folder de manila que había tenido guardado en uno de los cajones del estante.

― ¿Qué es?

― Míralo, Isabella.

Ella abrió el folder y leyó toda la información que este guardaba. No era más que la copia de mi partida de nacimiento, mi documento de identidad, mi pasaporte, mi constancia de vacunas, mi carnet de biblioteca y otras cosas que tenía guardadas ahí. En cada una de ellas se dibujaba la verdad de mi existencia.

― Mi padre es Carlisle Cullen ―su nombre me quemó la garganta―. Y mi madre Elizabeth Masen. Yo llevo el nombre de mis abuelos, Anthony por parte de mi padre y Edward por parte de mi madre. De ella heredé el color de mis ojos y el cabello castaño. De mi padre solo el apellido y un gran rencor por lo que me hizo ―aseguré con amargura. Bella quiso hablar pero el movimiento del avión que hizo al desplazarse por la pista de aterrizaje nos obligó a abrocharnos los cinturones y mantenernos firmes al asiento.

Mientras el jet se elevaba por el aire cruzando la capa espesa de nubes y haciendo que cambiara el cielo del negro oscuro y sin estrellas a un cielo despejado y lleno de luceros, la amargura que sentí se iba expandiendo por todo mi cuerpo. "Todo era culpa de él". Cerré los ojos. Nuevamente estaba volando, surcando los cielos, alcanzando aquel lejano lugar donde ella se encontraba, un lugar que se parecía al "país de nunca jamás" o a "Fantasía", tan cerca, pero a la vez inalcanzable. Los recuerdos de aquellas épocas volvieron a invadirme… Ya no se querían ir.

¿Me llevarás al cielo, Edward?

Sí. Cuando sea un gran piloto, te llevaré a donde tú quieras ―el dolor de aquella promesa rota hizo que mi corazón se comprimiera nuevamente. A los ocho años, uno podía prometer infinidad de cosas. De niño, uno se sentía poderoso.

¿Es una promesa? ―volvió a preguntarme llevándome de la mano por el prado.

¡Sí! ―y ella me abrazó con sus ojos verdes como los míos totalmente brillantes.

El jet dio un giro hacia la derecha, para coger el camino hacia nuestro destino, y mis recuerdos giraron con él, cambiando el hermoso paisaje de flores a un despacho lleno de libros viejos y rancios. Un hombre contemplativo e intimidante me miraba con ojos de león a punto de atacar.

¡Basta ya, Edward! Estoy harto de tu mala conducta, de tu irrespeto hacia mí y hacia esta casa. William no permitirá que…

No me importa lo que digas ―lo corté―. Me rehúso a ir a ese internado, Carlisle.

Estás insoportable Edward, un poco de rigor te hará bien ―se paró de su silla y rodeó el escritorio hasta posarse frente a mí―. El aire fresco te hará recapacitar.

¿Me hará recapacitar? ―me mofé―. ¿Quieres que pretenda que nada de esto pasó? ¿Quieres que me sienta feliz de tus grandes hazañas? ¡Por tu culpa perdí a mi mamá! ―le dije con toda la fuerza que me fue posible puesto que mi garganta me dolía de aguantar el llanto.

¡Cállate! ¡No vuelvas a mencionarlo!

Su simpleza me irritó.

¡Elizabeth murió por tu culpa! ¡Ella se fue por tu culpa! ¡Acéptalo!

¡No tienes idea de lo que estás diciendo, Edward! ¡Ahora empaca tus cosas! ¡Te vas a Francia y no regresarás hasta que no estés bien disciplinado! ―Espetó. Por un instante vi al rostro déspota y frío de mi padre, bajar la guardia con pena. Pero no, eso era imposible, él nunca sintió pena por mí ni mi madre.

No tengo otra opción, ¿verdad? ―lo reté―. Contigo nunca tengo opciones.

Con la mirada envenenada supe su respuesta.

El avión que me transportó aquella noche de abril fue el más frío que había conocido en mi vida. Aquella noche y después de lo que pasó con mi mamá, volvía a montarme a un aparato de esos y lo odié. Lo odié demasiado porque el cielo me arrebató mis promesas de niño, mis paseos infantiles y juguetones, me arrebató la alegría de vivir. ¿Y qué hizo mi padre? ¿Qué mierda hizo para sanar aquellas heridas? No hizo nada. Con trece años por cumplir me mandó a un internado en Europa, a encerrarme entre cuatro paredes, a vivir prisionero de mis propios recuerdos… a revivir la injusticia que sucedió frente a mis ojos cuando apenas tenía once años…

Cuando ella murió…

― Edward… ―me preguntó trayéndome a la realidad―… me dijiste que tu madre había fallecido… pero ―dudó unos segundos. Pareciera que tenía miedo preguntar más sobre mi vida―. Tu padre sigue vivo, ¿por qué lo odias? Yo… ―se detuvo―. Quisiera agradecerle su ayuda, todo lo que hizo por mí.

― No, Isabella ―dije bruscamente―. Conocerás a mi padre cuando sea el momento indicado; claro, no sin antes ir primero a darle una visita a mi abuelo William que está muy enfermo. Alice viajó la semana pasada y me ha dicho que quiere que vaya a verlo. Estoy seguro que él se pondrá muy contento al saber que encontré a una mujer en mi vida.

― ¿Iremos a verlo hoy? ―se asustó.

― No. Será pronto, más pronto de lo que te imaginas ―acerqué mi mano a su barbilla para acariciarla. No podía abrumar más a Bella porque si esto le parecía mucho, el lujo con el que vivía mi abuelo en su hacienda del valle de Napa, la agobiaría―. William no es como mi padre. Él siempre me dio libertad para hacer lo que quisiese. ¿Sabes? Este jet fue regalo de él cuando cumplí veintiún años. Fue él quien me rescató y me mandó traer de Europa después de estar internado en un colegio.

― ¿Estuviste en un internado? ―asentí. Me saqué el cinturón de seguridad y lo mismo hice con Bella para llevármela de la mano al sillón grande. Dejamos descansar nuestros cuerpos ahí, yo tendido en todo el largo del sillón y Bella abrazada a mí. La puerta de cabina estaba cerrada y no había aeromozas que pudiesen escuchar lo que se venía a continuación.

― Mi padre pensó que así me castigaría… reprimiría mi rebeldía.

Antes de empezar a narrar parte de mi vida, cerré los ojos y me armé de valor.

― De niño siempre quise ser piloto y volar por los cielos, me hacía sentir libre, capaz de hacer realidad el sueño de muchas personas ―comencé―. La sensación inexplicable que siento al estar en un avión, al verlo aterrizar o despegar, es fantástica, Bella. Es como si perteneciera a ese mundo desde siempre, es como lo que siento por ti. Cuando te veo, la adrenalina corre por mis venas, la alegría se esparce por todo mi ser y me haces sentir nuevamente dichoso. Por eso nunca te mentí al decirte que has cambiado mi mundo dándole una luz especial. Ahora, todo tiene sentido porque sé que me perteneces y te pertenezco ―levantó su rostro conmovido, sus ojos estaban llorosos―. Mi mamá siempre me decía que en la vida tendríamos muchos sueños que cumplir pero que empezáramos por el que nos hiciera saltar, reír y hasta llorar de alegría. El mío era ser piloto. En cambio mi padre… ―sabía a hiel―. Mi padre era todo lo contrario. Mientras mi madre adoraba pintar cuadros y retratos en sus ratos libres, mi padre se encargaba de hacer dinero. En esa época, aquello no me importaba, lo que valía para mí era vivir con ellos dos, ser una familia, salir a pasear por toda California y finalizar el día en la playa construyendo castillos de arena ―le confié con mucha nostalgia―. Solo cuando sucedió lo de mi mamá… una vez que sucedió aquella tragedia, todo cambió. Dejé de creer en sueños. Dejé de ser un niño… ―sentí nervios al recordar su muerte y unas gruesas lágrimas amenazaron con salir. Tuve que hacer una pausa y apaciguar el dolor de mi garganta. La herida estaba sangrando, me dolía, pero una vez abierta, la única solución era cerrarla―. Carlisle en vez de ser comprensivo conmigo, de entender que era solo un niño abandonado y solo, que de un momento pasé de sentirme el más afortunado y el más feliz del mundo al más triste, dejó de hablarme, dejó de preocuparse por mí. Se encerraba en su despacho hora tras hora para luego largarse y no regresar hasta la madrugada. Él nunca se preocupó por el destino de mi mamá, nunca sintió su muerte… nunca…

"Edward, ¿me llevarás a los cielos? Serás mi piloto personal, ¿verdad?"…

"Sí"

"¿Y volaremos juntos como lo hacen las palomitas del parque?", su voz era muy linda.

"Volaremos hasta el cielo infinito", ella volvió a reír.

Te fallé, no fui yo quien te llevó a los cielos…

― Por eso odias a tu padre, ¿cierto? ―supuso con voz aguda. Cuando vi sus ojos chocolates humedecidos la abracé con más fuerza. Yo solo asentí. La rabia me carcomía y la sed de venganza me embargaba. Él la había dejado morir…

"¿Seguirás con lo mismo, Edward? Pensé que habías madurado en Europa".

"¿Cómo puedes ser tan frío, padre?"

"Ojalá que nunca te pase, Edward…solo así, me entenderías".

"¡Ja! Nunca seré como tú."

Él nunca hizo nada para remediar la situación. Me abandonó.

― No solo eso, Bella. Odio el círculo donde se desarrolla su vida. Está lleno de hipócritas y soberbios. Como te dije esta tarde, mi padre es una persona muy influyente entre jueces y abogados de Los Ángeles y Miami y siempre quiso que yo siguiera su ejemplo y dirigiera el buffette que precedía ahí. Pero no quise―. ¿Cómo yo iba a querer ser como él? ¿Déspota, frío y calculador? Claro que no―. Mi abuelo, en cambio, era más tolerante pero también quería que fuera empresario como él, que manejara sus propiedades y me encargara de administrar sus bienes...

― Y te rebelaste…

― Tenía derecho, Bella ―se desprendió de mis brazos y se sentó sobre sus rodillas. Yo también me reincorporé y me acerqué a ella hasta tener sus labios a solo milímetros de los míos―. Mi padre nunca hizo nada por mí. Yo quería entenderlo, acercarme a él, sentir su cariño, pero él impuso una pantalla de vidrio entre nosotros y me negó el cariño, el afecto que necesité durante tantos años. Me rebelé contra él, contra sus normas, contra su mundo de negocios frívolo. Empecé a odiar su voz, sus ojos, su mirada enfurecida cada vez que me reprendía… odié todo de él. Pero lo odié aún más cuando me mandó al internado solo. Ahí supe que yo no era importante para él, definitivamente, nosotros nunca fuimos importantes en su vida… ―finalicé con voz adolorida, hecho físico de mi alma partida en dos―. Hubiera sido mejor ser huérfano a tener a un padre que no me quería.

― Oh… no digas eso… ―dijo difícilmente―. Te entiendo Edward. Has sido un niño fuerte a pesar de todo lo que te pasó. Oh, tu alma de niño... Aquí estoy yo, te cuidaré… ―sollozó acariciándome las mejillas, sus ojitos chocolate me invitaban a seguir confiando, a secar las lágrimas que se desprendían de ellos. Pasé saliva y no contuve más las mías. Estaba reviviendo el dolor que sentí en aquel tiempo, reviviendo la muerte de una de las personas más importantes de mi vida, reviviendo el porqué del odio hacia mi padre. La abracé con fuerza, ella a mí y nos quedamos así, compartiendo el dolor de dos almas destrozadas, pero en proceso de recuperación…

― Parece que ambos hemos nacido para sufrir… No… no puedo creer que tu padre haya sido tan frío con todo lo que les pasó.

― Lo fue… ―mascullé sin ánimos―. Pero a pesar de todo, creo que tú y yo hemos nacido para encontrarnos y ser felices.

― ¿Cómo dos almas similares pero diferentes a la vez? ―preguntó en voz baja en mi oído.

― Más que eso, mi amor… ―hice una pausa-. Discúlpame. Te prometí confianza… y te fallé. Lo siento… ―balbuceé como un niño tímido.

― Es obvio que tenga miedo a lo desconocido, Edward ―apoyó su nariz junto a la mía―. Tú me conociste así, temerosa a los compromisos, miedosa a entregar mi corazón y ¿sabes por qué? Porque tenía miedo a enfrentarme a situaciones nuevas y sentimientos desconocidos. Siempre he pensado que no involucrarse con nadie era lo mejor… Sentirse libre y no escribir ninguna historia basada en sentimentalismos absurdos porque sabía que al final del día, todo se convertiría en meras ilusiones… y se esfumarían… de la misma manera que todas las personas que quise se fueron yendo de mi vida.

― Bella… ―murmuré. Ella había sufrido como yo.

― Pero… ¿sabes? Ver a mis amigas luchar, y sobre todo a ti, siendo fuerte a pesar de lo que te pasó, me ha hecho cambiar de opinión y no puedo negarte que el mied…

― Shhh… ―la silencié uniendo la comisura de nuestros labios―. No digas más mi amor… lo sé, pero, ¿perdonarás mi estupidez?

― ¿Por qué no habría de hacerlo? Tuviste tus motivos para callar y yo los entiendo… Así como también sé que aún hay más historia detrás de esto ―afirmé con la cabeza. Claro que había más historia, aún me faltaba contarle muchos detalles de mi vida. Bella suspiró y rozó mis labios suavemente―. Aún no sé como terminaste como apostador en Manhattan o como sabes más que el mismo FBI; sin embargo, eres mi niño listo y caprichoso con una gran pena que yo voy a curar. Cuentas conmigo…

― Cada vez que te veo, siento miedo y felicidad a la vez. Felicidad porque te tengo a mi lado, y miedo porque temo preguntar si estarás por siempre ahí. Ya perdí a quien realmente me quería de niño, no dejes que pierda a quien quiero ahora pues no sé que sería sin ti el resto de mi vida… ―se separó de mí para observarme a la cara con sus hermosos ojos que aún lloraban. Con una sonrisa tierna se acercó a mis labios, murmurando en ellos:

― Y yo temo que vayas a desaparecer, que seas un sueño. Pero aún así, me cautivaste y me incitaste a hacer locuras por ti. Si no, no estaría aquí contigo…

Sonreí y no dudé en besarla, en saborear su dulzura. Bella me correspondió el beso y sentí, juro que sentí, en lo más profundo de mi alma, que ella me quería de la misma manera que yo a ella. Teníamos un pasado doloroso, fuerte y sangrante, pero, en aquel instante, otro instante más en mi vida, supe con certeza que al fin había encontrado a mi otra mitad.

― Gracias.

.

No sabía que dentro de ti yo iba encontrar la luz

no sabía que existía un mundo así

no sabía que podía ser tan feliz…

Y la vida pasaba de largo vacía sin emoción

no había nada flotando en el aire abrazándome el corazón…

Hoy que estoy en tus brazos recuerdo mi soledad

y me río pensando en las veces que yo te dejé pasar…

Y llegaste tú y el mundo me abrazó

Y llegaste tú y el mundo se paró

Y llegaste tú y me sorprendió

el poder que había en este amor…

Y llegaste tú una bendición

aún recuerdo el momento en que todo cambió…

Y llegaste tú y me sorprendió

el poder que hay en este amor

Y llegaste tú, una bendición

aún recuerdo cuando llegaste tú

.

("Y llegaste tú" – Sin Bandera)

.

El beso se fue intensificando y sin querer nos íbamos juntando más y más, acomodándonos para tener el mayor contacto, el que se exige entre dos personas que se quieren y se desean. La cogí de la cintura y la alcé girándonos en un rápido movimiento que dejó mi cuerpo encima del de ella. Inmiscuí mi mano por debajo de su blusa llegando a rozarle los senos cubiertos por el encaje de seda. De inmediato fui desabotonando uno a uno los botones, acariciando en el camino su cremosa piel. Unos pequeñitos lunares fueron apareciendo. Ella se estremeció y gimió bajito al empalme de nuestros sexos sobre la tela haciendo que una misma electricidad nos recorriese con fuerza y deseo.

― ¿Te he dicho alguna vez que me encanta verte vestida de azul?

― Sí… ―susurró.

― Es mi color preferido ―descubrí su pecho y pasé mi lengua por la tela del sostén―. Pero te ves mucho mejor cuando no llevas nada puesto ―rasgué y sus pezones se presentaron ante mí, erguidos, rosados, duros, perfectos. El mejor manjar del mundo.

― Aquí no, Ed…

― Nadie nos va a ver. John no dirá nada ―sonrió y volvió a besarme enredando sus brazos en mi cuello.

― ¿Me dirás a dónde me llevas?

― ¡No!

― Entonces tendrás que aguantarte. No sería justo.

― Pero mi amor… ―Bella se puso ceñuda, así como me gustaba. Muy despacio fui bajando por su estómago sin hacerle caso hasta que empecé a buscar uno de mis lugares preferidos. Mordisqueé ahí y ella empezó a reír. Más risas y risas llenaron el lugar.

― ¡Edward! ¡No! ―sus carcajadas eran hermosas. Mi corazón se irguió de orgullo, aquella mujer era mía y estaría para mí siempre aportándome el cariño que me fue negado de pequeño―. ¡Para Edward!

Mientras mis dedos seguían haciéndole cosquillas, mis dientes mordían y jalaban sus pezones.

― Mmmm… no… así se mueven mejor.

― ¡Edwardddd! ―gritó.

Señor Cullen, ¿sucede algo? ―John se escuchaba preocupado. Levantándome del sillón cogí el intercomunicador y le indiqué que todo estaba perfecto―. Por favor, me hace saber si necesita algo. Aún nos queda cuatro horas de vuelo.

― Gracias, John, pero todo está bien.

― Ohh… ―sus mejillas estaban de un hermoso color carmín.

― Eres muy gritona, Bella.

― Tú tienes la culpa. Me deslumbras y pierdo el control.

Sonreí de oreja a oreja.

― Ven aquí.

― No caeré en tu juego hasta que no me digas a donde me llevas ―se tendió a mi lado, con la ropa bien puesta. Pasé un brazo por su espalada y la atraje hacia mí. No la dejaría escapar más.

― Mala ―hice un mohín―. Pero qué importa. Me atendré a las consecuencias, total, tendré cuatro días enteros para someterte a mis deseos… más bajos…

Bella me miró con picardía y se mordió los labios. Sabía que le gustaba que le hablara así.

― ¿Qué tendrás escondido, Edward Cullen?

― Ya verás.

Se rio y me golpeó suavemente en el pecho con su puño. Aproveché para atacarla y volver a besarla, esta vez con mayor dulzura mientras jugueteábamos y reíamos.

Entre caricias, risas y besos, nos quedamos dormidos, abrazados, enredados, escuchando simplemente el latir de su corazón y la tranquilidad de su respiración.

No sabía que dentro de ti yo iba encontrar la luz

no sabía que existía un mundo así

no sabía que podía ser tan feliz…

Y llegaste tú y el mundo me abrazó

Y llegaste tú y el mundo se paró

Y llegaste tú y me sorprendió

el poder que había en este amor…

.

.

.

.•.•.•.

Te llama el abuelo William, Ed ―Alice llegó corriendo hacia el lugar donde estábamos jugando y con su voz cantarina me obligó a mirarla. Estaba contenta, sosteniendo una barbie en bikini, a pesar de que su vestido de satén se había ensuciado y pareciera que su madre le había dado una buena paliza. Otra niña la acompañaba.

Ya voy ―le respondí dándole una sonrisa. Me paré del grass sacudiendo mi pantalón de jean que se había llenado de pequeñas ramitas― ¡Espérenme y no hagan trampa!

Emmett me miró e hizo una mueca de miedo para luego sonreír y dibujar en su cara unos hoyuelos pequeñitos. Era su marca personal. Iba a responderle, pero una mano tosca me palmeó la espalda con fuerza.

Me giré.

¿Es cierto que Carlisle te odia? ―me preguntó con soberbia uno de aquellos chiquillos que jugaba alrededor de la piscina, muy cerca de las terrazas. Era Richard, mi primo "elegido" de catorce años, hijo de la hija mayor de mi abuelo y quien adoraba fastidiarnos cada vez que teníamos reunión familiar en casa de William, en Napa.

Apreté mis puños con cólera. Carlisle no me odiaba. No.

No molestes a Edward y no llames así a mi padre ―le respondió Emmett desafiándolo con la mirada. Su gran altura a pesar de tener solo doce años, hacía temblar a los chicos malos del colegio que trataban de molestarnos. Richard solo lo observó y no le hizo caso porque se volvió hacia mí con rabia. Siempre me había mirado así y no entendía el porqué, pues yo solo era un niño de diez años.

¡Es cierto! Dice que tú quieres ser piloto pero no te va a dejar. ¡Ja! Un padre nunca hace eso ―me propuse atacarlo.

¡Ed! ¡Mi abuelo te llama! ―insistió Alice pero nadie le hizo caso. Sus ocho años aún no contaban.

Elizabeth me lo dijo ―la sonrisa malévola que me dio, hizo que temblara. Él no podía llamarla así―. Me gustan sus ojos.

No puedes acercarte a ella.

Ohh… ¿celoso? ―a mi familia yo la cuidaba con uñas y dientes.

Elizabeth cree en él, y yo también. ¡Edward será un piloto muy bueno! ―me defendió Alice mas Richard la apartó de un manotazo.

¡No toques a mi prima así! ―Alice cayó al suelo llorando, Emma y la otra niña se acercaron para ayudarla. Richard era un salvaje. La miró con insignificancia.

Tus padres se van a separar, anda preparándote al llanto― ―torció el gesto en una mueca desagradableY tú, olvídate de ser un simple piloto. O… ¿dejarás la oportunidad de ser un gran hombre de negocios como el abuelo? Debes estar idiota, Edward.

Cállate.

Por eso Carlisle te odia ―afirmó y grité.

Grité tan fuerte que sentí que me daban un golpe en la cara y luego otro en el pecho, y luego otro y otro. Pero nadie me golpeó esa tarde.

Abrí los ojos. Había sido un sueño, un sueño con los recuerdos terribles de Richard y su mala sangre. "La vida te pondrá obstáculos, Edward. Pero debes demostrarles a todos, que a pesar de eso, eres un hombre íntegro, con un espíritu generoso, ¿comprendes mi cielo?". "Sí mamá…"

― ¿Edward? ¿Estás bien? ―me sacudió Bella.

― No… no lo sé.

― Estabas gritando. Llamabas a tu madre. ¿Tuviste una pesadilla?

― Recordé algunas cosas de cuando era niño. Creo que el abrirte mi corazón hizo que afloraran todos mis miedos.

― Todo está bien, Edward… Aquí estoy ―por las ventanillas se filtraban unos finos rayos de luz que me daban en todo el rostro. Pasaron unos minutos y fui recomponiéndome pero Bella seguía asustada. Debí haber gritado muy fuerte para que ella continuara así.

Me obligué a ver las cosas con mayor claridad y distinguí un paquete de galletas a medio terminar entre sus manos mientras que en la mesita desplegable estaban intactos el folder con mi información, el vino y la fruta. Me recordé que era un idiota, mantuve a Bella con hambre por todas estas horas.

― ¿Quieres contármelo?

― Después. Ya amaneció y quiero que vayamos a ver el cielo ―ella se levantó del sofá y me dio la mano, complaciéndome.

John nos recibió con una sonrisa y nos invitó a sentarnos. La cabina era algo incómoda para los tres, así que decidí no forzar la entrada. Al regreso quizá le pediría que me dejase pilotar. Como años atrás… "cuando le prometí llevarla al cielo".

― John, ¿cómo vamos?

― Bien. Hace diez minutos empecé a descender a trescientos cuarenta y cinco kilómetros por hora.

― ¿Cuál es la localización? ―pregunté con seriedad al hombre vestido de gris con cuatro galones en los hombros.

― Al néctar de su estación, capitán ―me respondió John con una venia. Bella me miró confundida, y yo reí.

― ¿Alfa sierra cinco?

― Oh no, esos no piloto, Edward.

― Vida ―le dije al oído―. John quiere decir que estamos al norte de nuestro destino ―ella asintió―. Lo que significa que… estaremos aterrizando en veinte minutos, ¿cierto John?

― Diría que en diez, esta aeronave es más rápida que las demás.

― Entonces vamos a ponernos los cinturones.

― Gracias John ―dijo tímidamente Bella antes de darme la mano para salir de ahí.

― De nada señorita.

Bella fue la primera en sentarse y acomodarse mientras yo aproveché para sacar del minibar una botella de gaseosa dorada. Serví dos vasos y simulamos un pequeño brindis. Dejé los vasos en el sitio especial en la alacena baja y regresé a su lado.

― ¿Preparada? ―le tomé la mano derecha y entrelacé mis dedos con los suyos con fuerza, ligándola inexorablemente a mí. Su calor femenino se extendió por todo mi cuerpo y sus ojitos chocolates brillaron.

Me gustaba cuando sonreía, cuando arrugaba su naricita o cuando se mordía los labios al no tener respuesta alguna al problema que se enfrentaba. Me encantaba verla apasionada, frunciendo el ceño ante una adversidad que luego arreglaba. Me encantaba también la manera con la que jugaba con su cabello, su brillo rojizo al sol, sus mejillas sonrosadas… Verla así, era un placer, y este instante, era un momento de esos… Bella estaba impresionada y feliz al ver el paisaje que se extendía debajo de nosotros… Aún se veía pequeño, pero era muy fácil de identificar.

Ella lo adoraba.

― Esto… ¡esto es increíble, Edward! ―sus ojitos volvieron a humedecerse de la emoción. Solo atiné a besarle la mejilla y mirar con ella tras la ventanilla la imponente imagen que iba apareciendo por entre las nubes…

"Entra en mi vida, te abro la puerta
sé que en tus brazos ya no habrá noches desiertas
Entra en mi vida, yo te lo ruego…
te comencé por extrañarte, pero empecé a necesitarte
entra en mis horas, sálvame ahora,
abre tus brazos fuertes y déjame entrar"
.

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.•.•.•.


Notas:

¡Mil gracias por leer hasta aquí! Espero les haya gustado este capítulo! El próximo tendremos una reconciliación más sensual... Ya saben, sale el lado #Diablita #ModoPerverON jajajaja

¿Alguien que le guste Sakura, Inuyasha o Ranma? O.O Sólo por curiosidad, quizá se pasan por ahí a leer algunas otras locuras. =)

Besos, Lu.