Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, yo sólo juego con ellos en esta loca historia.


Para este capítulo, las canciones recomendadas:

* Cuando lleguen a la canción de "The Outfield" pónganla, porque me imagino esa escena así, con aquella canción de fondo. =)
* Ahora cuando lleguen a la parte de la lluvia, pongan "Días nuevos" de Gianmarco y escuchénla! Es linda y me encanta que vaya con esa escena!

*"Welcome to my life" - Simple Plan
*"Three Marlenas" - Wallflowers


Capítulo 20: La verdad de Edward - Parte 2

Edward

Tenía dos aeropuertos para escoger. Fácilmente podía aterrizar en el más grande e importante del país con más de treinta y cinco millones de pasajeros al año, libre de humo y con un gran servicio de trenes en la terminal principal, pero no; decidí hacerlo en el pequeño aeropuerto de "Ciampino", el cual no pasaba de seis millones de pasajeros anuales y no tenía más tráfico que las aerolíneas de bajo coste. Aun así, lo hice… y ¿saben por qué? Porque además de ser el mejor ubicado, tenía la mejor vista panorámica de toda la ciudad al momento de descender; a través de la ventanilla se podía observar los magníficos edificios e imponentes monumentos que sobresalían sobre el resto de construcciones antiguas. Y yo quería que Bella tuviera lo mejor, que viviera y sintiera la adrenalina y la emoción que era aterrizar rodeado de un paisaje místico.

Le cumpliría sus sueños o al menos parte de ellos, poco a poco, como componiendo una melodía al estilo dominante de la música europea, al estilo galante, de la complejidad sumamente desarrollada del entorno social de aquella época, en contra del arte Barroco; sería similar a la melodía de Mozart que tanto me gustaba. Ahora, mi promesa de hacer feliz a Bella sí se cumpliría, no dejaría que se truncase como pasó con ella.

Bella me estaba abriendo su corazón, yo le entregaba mi alma. Fue como una luz, una lluvia en medio del desierto. Ella con solo sonreír hizo que mi corazón brincara de alegría.

— Feliz cumpleaños, Bella —susurré en su oído al tanto que ella abría y cerraba la boca anonadada.

— ¡Oh Dios! No… no… ¡esto no puede ser Edward! —El entusiasmo que mostraba mi novia era contagioso y me hacía sentir orgulloso pues yo la estaba haciendo feliz y eso bastaba para mí—. Debo estar soñando —dijo para sí misma—. Sí señor, esto es un sueño…

— No estás soñando, mi amor. Te lo prometí… —volvió a sonreír y se mordió los labios con fuerza, como si recordara algo íntimo, pues sus mejillas se colorearon de un matiz rojizo hermoso. Le acaricié suavemente el mentón y ella volteó de inmediato para mirarme con ojos llorosos y darme un beso.

— Sin duda el mejor regalo del mundo —pronunció aún con dificultad. La historia de mi vida, de mi pasado, de mis miedos los había relegado a segundo plano por ahora. Ya no quería sufrir más, solo quería pasar unos maravillosos días con mi amor. Si con ella mi mundo se había arreglado, mi alma estaba sanando, entonces… ¿para qué más? Sí, definitivamente, Edward Cullen había recuperado su toque. Era un héroe.

Me acomodé en el asiento asegurando nuevamente mi cinturón de seguridad y me dediqué a observar por la ventanilla del avión la imperiosa ciudad, la cual hacía años no visitaba. A pesar de encontrarnos aún a pocos metros sobre el nivel del mar, podía observar la torre de control dando aviso del futuro aterrizaje a través de su luz verde intermitente, así como también mediante las luces de eje y de rodaje que estaban prácticamente embutidas dentro de la pista, solo eran reconocidas por los pilotos y los amantes aéreos, como yo. De pronto, un sonido propio de las aeronaves hizo saltar a Bella haciéndome reír al ver su carita asustada, frunció el ceño recordándome que ella no acostumbraba a viajar en avionetas pequeñas puesto que los movimientos y los sonidos de ésta eran mucho más fuertes y veloces que los aviones comerciales, pero no me importó, verla molesta o feliz a mi costa, era mi mayor delicia.

El sonido se intensificó y las ruedecillas del jet se desplegaron para con suavidad descender paulatinamente hasta tocar el asfalto. John siempre había tenido una habilidad para aterrizar de aquella manera haciendo que los ocupantes no sintieran la bajada de manera brusca.

Buenas tardes señores. Hemos aterrizado a las doce y quince minutos en el aeropuerto de Ciampino —dijo el aludido por la radio—. La temperatura es de veinte seis grados centígrados y la humedad de cinco por ciento, no descartándose lluvias otoñales. Por favor no se desabrochen los cinturones hasta que el rodaje haya terminado y el avión esté totalmente detenido. Son órdenes de la aeronáutica nacional —hizo una pausa larga—. Estaré a la espera de tu alerta Edward.

— Bien.

Una docena de personas aparecieron por la pista indicando el camino correcto mediante las señales manuales típicas del control del tránsito de aeronaves mientras que John les respondía moviendo los alerones. Definitivamente, para la próxima vez o si era posible para el regreso, debería pilotar el jet para sentirme nuevamente libre frente a un avión, surcando los cielos y viviendo indistintamente la energía y adrenalina que eso proporcionaba. "Iremos a los cielos, Edward", recordé. "Sí. Por ti, iré".

Cinco minutos después, el movimiento cesó. Ayudé a Bella a encontrar estabilidad y nos dirigimos hacia la salida donde John ya nos esperaba con una sonrisa amable y un porte elegante. Desde afuera, se abrió la puerta del jet y la luz del sol nos nubló y oscureció la vista haciéndonos pestañear continuamente hasta acostumbrarnos poco a poco a ella y poder así notar a una silueta femenina de cabello rojizo. Detrás de ella, otro joven de aspecto cansado y tez blanca nos miraba con curiosidad. Ambos llevaban puesto un conjunto de pantalón y chaleco color verde botella y una camisa blanca a juego, la única diferencia en sus atuendos era que la mujer llevaba un pañuelo verde amarrado a su cuello. Ambos eran trabajadores del "Ciampino". Los saludamos cordialmente en inglés y ellos respondieron de la misma manera. La mujer dominaba muy bien el inglés y tenía una buena pronunciación, pero su voz sonaba tosca; solo cambió a una más suave cuando, por la radio, dio aviso en su idioma natal de que todo estaba listo. El hombre curioso escuchó de inmediato la orden y nos invitó a bajar las escaleras.

— Su equipaje será transportado directamente al auto, señor Cullen —se dirigió hacia mí formando una sonrisa coqueta—. Permítame guiarlos hacia la salida.

Suponía que era una orden dada por la administración del aeropuerto, quizá el jefe de área había sido avisado de la llegada de un Cullen y por ello tanto alboroto y formalismos; pero a mi parecer, era una exageración, tal vez si venía con William haciendo una parada breve antes de ir a Capri, podría soportarlo, pero ahora no quería nada de eso.

— No es ningún problema señorita, conozco muy bien el aeropuerto —respondí calmadamente mas ella no dejó de lado su mirada descaradamente vanidosa. Bella se dio cuenta y apretó mi mano con fuerza acercando su cuerpo al mío con sutileza, como si delimitara terreno. Sonreí. Creo que no era el único celoso en esta relación—. John… —llamé, volteando hacia él—. ¿Cuál conseguiste esta vez? Espero que no sea un compacto —rió entre dientes y negó rotundamente con la cabeza.

— No Edward. Ya no eres un muchachito para que andes en autos como esos.

— Ni me lo digas —arqueé una ceja juguetona recordando las anécdotas que tenía con los malditos autos europeos en épocas universitarias.

Cordialmente nos despedimos de él deseándole una grata estadía en la ciudad a pesar de que toda su familia estaba en América. John era viudo desde hacía siete años y vivía solamente con sus dos hijos y sus nietos, así que solo esperaba que pudiera disfrutar los cuatro días que pasaríamos aquí; claro, a no ser que mi abuelo lo llamara, pero el pobre William andaba tan mal que no creía que él quisiese viajar hacia algún lado. Suspiré al recordarlo. Pronto le haríamos una visita.

— ¿Lista? —le pregunté justo antes de pasar por el control de aduanas. Bella seguía observando todo lo que hacíamos con cara aturdida, me daba la sensación de que estaba soñando despierta o que no asimilaba nada de lo que sucedía—. ¿Estás bien, mi amor?

— Sí… Sigo sin creerlo, Edward —me respondió sonriente y confundida. Una mezcla atípica pero tan dulce en ella. Le dio un beso en los labios y cargué con el equipaje de mano.

— Créelo. Es mi regalo de cumpleaños.

Con rapidez, pasamos todos los controles obligados por ley y nos dirigimos hacia la salida. Cruzamos el área de desembarque de pasajeros cogidos de la mano sin mirar atrás. Nadie nos observaba, todos eran extranjeros o nativos, todos eran gente común y corriente, todos eran discretos, lo que estimulaba a que fuéramos nosotros mismos, sin perjuicios de ninguna clase. No sería lo mismo si estuviésemos en pleno corazón burgués de Los Ángeles o Miami o Chicago. Ahí siempre me seguía el capitalismo moderno rodeado de aristócratas que solo se arrimaban a quien les convenía y que no valoraban lo que realmente eres. Lástima que así fuesen las cosas, no sólo en América sino en el mundo entero.

— ¡Oh no! Esto es demasiado —exclamó arrimándome a la realidad puesta frente a mis ojos.

— No, no lo es. Tú lo vales, Bella. —En último plano, pero siendo el más llamativo y hermoso, estaba el cielo despejado, azul, con nubes blancas en formas extrañas transitando a velocidad imperceptible, al fondo, un arco iris asomándose por las villas de Doria Pamphili o de Sciarra, y finalmente, en el primer plano, imponente, fastuoso, estacionado al lado de la acera, un auto plateado último modelo descapotable, magnífico y muy parecido a mi tradicional Volvo. A su lado, un señor no muy mayor de boina negra me miró confidentemente, sonrió con amabilidad y supo quién era. Automáticamente, nos dio el encuentro y cogió nuestro pequeño equipaje para ponerlo en la capota del auto. Era el chofer de mi abuelo.

Chi si rivéde, signor Trevi. —Él sonrió ante el recuerdo que tuve de su nombre. Aunque no lo creyera, mi memoria estaba intacta y los recuerdos a flor de piel, siendo los de mi época universitaria los que tenía catalogados como los mejores.

Grazie anche a te, Edward —sonrió y con una venia abrió la puerta del auto para hacer entrar a Bella—. A sua disposizióne. Ci vediamo —me entregó las llaves del auto y se despidió con una palmadita en la espalda. Subí al coche y giré hacia Bella que seguía estupefacta observando el interior del auto. Me acerqué y la hice despertar con un roce en sus labios.

— Vamos.

— ¿También sabes eso? —acentuó la última palabra con interés.

— Solo un poco, tuve que aprenderlo cuando estudié aquí —Bella abrió sus ojos aún más, totalmente sorprendida.

— ¿Estudiaste aquí? —tartamudeó.

— Sí cariño. Aquí estudié arquitectura. Aquí volví a creer en sueños.

¡Wow!

— Ahora dame la mano que te llevaré a donde siempre soñaste… —sonrió nerviosa entrelazando sus dedos con los míos en una unión inexorable—… Bienvenida a Roma, mi amor.

A la simple mención de la ciudad en la que estábamos, los ojitos chocolates de Bella volvieron a adquirir su brillo peculiar, hermoso y puro, y me hicieron sonreír ampliamente al compás de los latidos apresurados de mi corazón, similar a aquella melodía de Mozart, donde, con violencia y sensualidad, el sufrimiento era supremo pero la pasión lo era aún más, era el centro de las más sublimes expresiones de amor, era lo que originaba todo lo que estaba haciendo: robarle una sonrisa divina de su rostro como me lo propuse… "Una sonrisa como la de los ángeles del cielo, Edward".

Empecé a manejar tratando de controlar la velocidad para que ella admirara lentamente el hermoso paisaje que se abría a nuestro alrededor… monumentos, casas e iglesias de estilos barrocos y renacentistas, edificios decorados fastuosamente, catacumbas de emperadores y grandes genios italianos de épocas pasadas, personas cogidas de la mano comiendo helados, riendo, abrazándose, toda la maravilla que era Italia en una sola imagen: historia, romance y pasión. Su entusiasmo era ardiente y celestial a la vez.

Cuando quise obtener su perdón, barajé varias opciones; ir a Napa, a una casa de campo, a una isla desierta, a Martinique u otro lugar donde estuviésemos solos los dos; pero, si yo me había propuesto hacerla feliz, entonces no tenía por qué dudar sobre el destino al que la llevaría, siempre había sido una respuesta obvia, precisa y rápida: tenía que ser Italia. Conocía su debilidad, la locura extrema que sentía a la simple mención de ese país; conocía su pasión hacia Roma, hacia el glorioso pasado italiano, hacia su variedad de pastas y vinos… Conocía todo de ella, entonces… ¿por qué no hacerle realidad el sueño de tener el pasaporte con sello italiano como en la película de Sandra Bullock que tanto amaba? ¿Por qué no hacerle realidad las fantasías de niña que tenía de pasear por las calles de Italia, pidiendo deseos en la "Fontana de Trevi" y tomando un cappuccino en el "Caffè greco"? ¿Por qué no hacerlo ahora si yo tenía los medios necesarios para cumplírselo?

No tenía respuesta. Ni siquiera podía considerarlo como una pregunta. Era obvio, preciso y rápido: la haría feliz cueste lo que cueste. Así de sencillo, al estilo del héroe Edward Cullen.

— ¡Oh! ¡Por todos los ángeles del cielo! ¡Pero si es el Coliseo! —Exclamó con voz aguda y dejé de meditar un momento para voltear hacia el lado derecho, a donde segundos antes había estado la figura imponente del Coliseo romano—. Desde el avión lo pude notar, pero se veía tan pequeño…— le acaricié el mentón y ella volteó ansiosa con ojos desorbitados.

— Sabía que te gustaría.

— ¿Gustarme? ¡No! —negó—. ¡Me encanta! —gritó excitada—. ¿Sabías que cada piso tiene cuatro diferentes órdenes arquitectónicas superpuestas? Tiene toscano, jónico, compuesto y corintio.

— Sí, lo sabía —respondí—. No era muy habitual hacer eso en aquella época. Los romanos eran muy inteligentes, pero a la vez tercos.

— Eran unos genios —me contradijo—. Hacer galerías concéntricas y velarios era ya una novedad en el siglo primero.

— Como tú digas, mi amor —frunció el cejo ante mi afirmación, pero sonrió segundos después mordiéndose los labios. Una delicia. Hasta que volvió a cruzarse de brazos y dejó reposar su espalda en el asiento con expresión frustrada—. ¿Qué sucede, Bella?

— Debí traer una cámara fotográfica —su deslucido suspiro provocó que riera ligeramente. Bella parecía ingenua y me gustaba.

— En el hotel tendrás una Canon, de estilo profesional, cariño —sus labios se entreabrieron formando una "o" pequeña—. ¿Creías que no iba a considerar esa opción después de todo el itinerario que tengo planeado para ti?

— ¿Itinerario? —se asustó—. No… no puedo ser.

— ¿Por qué? ¿Cansada? —tanteé en broma.

— ¿Cansada en Roma? ¡Claro que no! ¿Estás bromeando?

Reí.

— Perfecto.

— ¡Quiero verlo todo!

— Creo que por ahora no, mi vida —sugerí y ella me miró rara. Proseguí—: Primero iremos al hotel a almorzar, descansar y reponer toda la energía que sea posible porque en la noche te quiero dinámica para iniciar con nuestro recorrido en Roma. Tengo unos lugares muy interesantes para enseñarte que sé que te gustaran —abrió los ojos como platos y jadeó— Y claro… cobrarme mi premio por haber sido un buen novio. Daremos tributo a la maratónica ciudad del amor —le guiñé el ojo.

— Esa es París...

— París, Roma, Berlín... En todas serás mía.

— Oh… —se ruborizó a mi sensual provocación. Nuevamente deliciosa. Ella sabía a qué me refería.

— Oh sí, volverá a ser olímpico, mi vida —con mucho Gatorade, pensé.

Sentí su cuerpo estremecerse e irradiar nuevamente una corriente eléctrica que hacía de nuestra ligera unión, una carga positiva, una química explosiva. Mi ser también vibró de solo pensar en las maravillas que podía hacer con su esbelto cuerpo. Oh sí, Edward Cullen estaba hambriento. Hambriento de su mujer.

— Ed… ¿Cómo has podido hacer todo esto en tan poco tiempo? El jet, el auto, el hotel…

Sonreí y prendí el mp3 del auto buscando los álbumes de una de mis bandas preferidas de los ochenta. Una de las ventajas de tener un auto propio a tu disposición en el lugar que fuese es que siempre estará equipado con todos tus gustos.

— Pensaba que nunca lo ibas a preguntar Bella —alzó una ceja—. ¿No te parece sospechoso que tus jefes te hayan dado cuatro días libres?

— No entiendo… —hizo una pausa—. Tú… ¿Tú has tenido algo que ver con todo eso?

— Digamos que no directamente. Cuando te bajaste del auto en plena carretera de Chicago, aproveché para pedirle un favor más a Carlisle. Como habrás podido observar, él no se negó y sospecho que es porque estos últimos meses, su sentido de paternidad le ha estado cobrando factura al tener a William enfermo... Ya sabes, uno cosecha lo que siembra y conmigo no hizo muy buen cultivo. Cosas de la vida… —expliqué con voz quedada a los recuerdos déspotas de mi padre durante tantos años en los que me negó cariño y comprensión—. Pero bueno… como te decía, Carlisle no pierde su toque maquiavélico. De algo debe de servirle toda esa frialdad y amenaza que exhibe al hablar… —bufé resentido. Bella parpadeó consiguiendo que su postura se volviese tensa y eclipsara la hermosa fachada renacentista de la embajada de Estados Unidos que se descubría detrás de ella. Quizá el tono de mi voz o la manera en la que hablé la asustó un poquito porque sin querer, expuse a Carlisle como el monstruo cruel de Los Ángeles, pero no podía ocultarlo.

— Oh… así que el viejo Chang recibió una dosis de su propia medicina —murmuró en voz casi imperceptible pero que comprendí muy bien y le dio luz a mis sospechas. Más tarde hablaría con Jasper pues estaba seguro de que yo estaba en lo cierto.

Seguí manejando sin prisa al ritmo de "The Outfield" y paseándonos tranquilamente por el centro histórico mientras le señalaba el complejo San Juan de Letrán, siendo testigo de la grandeza de las muchísimas obras de arte y muestras de la historia palpitante de Italia. Los minutos fueron pasando y el paisaje seguía transformándose conforme íbamos adentrándonos a la carretera que llevaba hacia la Ville Borghese, un área inmensa llena de jardines y parques la cual se encontraba al límite con el elegante distrito de Parioli y la zona famosa de Veneto, lugares de los que tenía los mejores recuerdos de mi juventud, cuando, por aquella época decidí venir a Italia para estudiar arquitectura…

― ¿Siempre ha sido tan hermoso? ―me preguntó.

― No más que tú ―se mordió los labios y me tiró un puñete en el hombro de manera juguetona. Hermosa.

I just wanna use your love tonight

I don't wanna lose your love tonight

I ain't got many friends left to talk to

No-one's around when I'm in trouble

You know I'd do anything for you

Stay the night - we'll keep it under cover

I just wanna use your love tonight

I don't wanna lose your love tonight

Para cuando "I just wanna use your love tonight" empezó a sonar, yo manejaba a cien kilómetros por hora, volando por entre los amplios bosques y jardines que iban apareciendo paulatinamente alrededor mientras Bella seguía sonriendo rebosante de alegría ante cada imagen, sin dejar de saltar y emocionarse como si fuese una niña pequeña al tanto que el viento se enamoraba también de ella y golpeaba su rostro haciendo que sus ondas castañas bailaran con él.

Try to stop my hands from shakin'

Somethin' in my mind's not makin' sense

It's been awhile since we've been all alone

I can't hide the way I'm feelin'

As you leave me please would you close the door

And forget what I told you

Just 'cause you're right - that don't mean I'm wrong

Another shoulder to cry upon

I just wanna use your love tonight

I don't wanna lose your love tonight

Yeah

I just wanna use your love tonight

I don't wanna lose your love tonight

Lose your love

Lose your love

Un hermoso espectáculo digno de ver y difícil de olvidar… un espectáculo que me hizo revalorar lo que realmente importaba ahora en mi presente. La tenía a ella, ¿para qué más?

― Me encanta tu cabello al viento ―murmuré en su oído segundos después.

― ¡Edward! ―gritó asustada―. ¡Mirada al frente!

― No me voy a estrellar, mi amor… Dame un beso ―hundí mi nariz en su largo cabello rizado.

― ¡Deja de hacer eso! ¡Si sigues desviándote del frente nos vamos a chocar! ¡Y no quiero morir todavía!

― Creo que ya lo estoy, ¡con un ángel tan lindo al lado! ―exclamé sonriendo, pisando el acelerador.

― ¡Edwaaaaard!

― Quiero mi beso… ―volví a pedir segundos después disminuyendo la velocidad y mirándola fijamente.

― Luego ―murmuró.

― Mala. Más tarde me vengaré por ello. Vas a ver.

― Te dejaré hacer lo que quieras, pero no dejes el volante solo ―me pidió.

― Hecho. No tienes idea a qué te estás metiendo, mi amor ―señalé―. Estoy acumulando las veces que poseeré tu cuerpo Isabella… y hasta ahora, no creo que puedas dormir durante dos noches seguidas… ―le dije con total satisfacción, sonriendo ante el gemido que dejó escapar de su boca. La perversión se asomaba con fuerza desde mi interior, lenta y agonizante primero; devastadora y primitiva, después. Eran los efectos de estar con ella al lado.

I just wanna use your love tonight

I don't wanna lose your love tonight

Me faltó dar una vuelta a la izquierda, manejar un par de minutos más, doblar nuevamente a la izquierda y otra vez a la derecha hasta llegar por fin al pórtico del hotel cinco estrellas que había escogido para hoy.

― Listo, mi amor. Llegamos al "Parco dei Principi"

Wow… Es impresionante ―sus ojos viajaron de la inmensa puerta giratoria en forma de cúpula de la entrada a la cobertura de vidrios azules y celestes que se encontraban encima nuestro―. No, debo seguir soñando, sí señor…

― Entremos. Quiero que veas la vista que tenemos desde nuestro dormitorio.

Estacioné el auto en la entrada y el encargado me pidió las llaves para llevarlo al estacionamiento privado mientras que otro empleado sacaba de la capota, nuestro equipaje. Abracé a Bella por la espalda y la conduje al lujoso interior. También tuve una gama intensa de hoteles que escoger, pero el "Parco dei Principi" me gustaba más porque, muy aparte de tener una vista hermosa a toda la Villa, estaba sumergido y rodeado de un jardín botánico maravilloso, único por su tamaño y variedad de plantas.

Solicité la reserva que hice a mi nombre y de inmediato nos transportaron a nuestra suite en el último piso. La mejor. Está comprobado. Edward Cullen no pierde su toque especial. Antes de almorzar –spaguettis a la napolitana y fettuccini a lo Alfredo con unos calzonis como entrada- Bella se detuvo unos largos minutos contemplando la vista desde nuestro balcón, llegué y la abracé por detrás y me uní a su ensoñación; solo cuando sentí a sus delicados bracitos abrazarme fuertemente, aferrándose a mí, percibí el cariño no expresado aún de sus labios y supe que estos días serían los mejores de nuestras vidas.

― Gracias, Edward… Nunca esperé esto en mi vida. Estás cumpliendo mis fantasías una a una.

― Te lo mereces, mi amor. Si no tuviera tu apoyo y tu comprensión, hace rato que no sabría que hubiese sido de mí.

― Ni yo de mí ―me dio un beso en los labios totalmente nerviosa y volvió a abrazarme.

El almuerzo transcurrió lenta y perfectamente. Disfrutamos de todos los sabores que nos podía proporcionar la verdadera comida italiana y que combinados con una copita de vino tinto de la Toscana, supieron mucho mejor al paladar; brindamos por nosotros, por el viaje sorpresa y especial que habíamos realizado; nos burlamos de nuestras anécdotas; recordamos nuestra primera cita, aquella en la que el vino jugó un papel muy importante como ahora que estaba revolucionando mi libido provocándome unas ganas inmensas de rasgarle la blusa y hacerla añicos, para luego destrozar sus bragas y tirarlas al piso o guardármelas como souvenir y así recordar su maravilloso olor que me pertenecía. Sí, a mí y a nadie más. Simple y sencillo como eso.

Pero en cambio, me tuve que controlar y la ayudé a quería disfrutar de su cuerpo más tarde, debía dejarla descansar, además, el sueño le ganaba pues en cuanto se sentó en la cama, cayó rendida, completamente dormida. Por mi parte, decidí darme un baño. Cuando salí de él, me recosté a su lado y la miré dormir. Me encantaba hacerlo pues me emitía mucha paz y tranquilidad. Algo que necesitaba constantemente en mi vida. Sin duda.

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¡Edward! ¡Qué bueno encontrarte! Pensé que no habías activado el Roaming! ―me dijo Jasper por el otro lado de la línea.

Dentro de lo que podría ser una ensoñación llamada Bella, me desperté atontadamente cuando escuché el timbre del celular minutos antes. Como pude y sin molestarla, me paré de la cama y me coloqué una camiseta para salir a hablar con él a la terraza. La frescura de la tarde de otoño me dio en el rostro y me despertó un poco más pero el cielo se había oscurecido con rapidez provocándome frío; aún así, se podían observar algunas delgadas franjas multicolores que se estaban perdiendo entre las nubes grises.

¿Cómo les fue en el viaje? ¿Todo bien? ―bajó la voz de repente―. Alice no deja de insistir en que te pregunte sobre la reacción de Bella.

Reí al imaginarme a la duende dando brinquitos desesperando al pobre de Jasper. Desde que se conocieron, no sabía cómo él podía aguantarla tanto.

― Todo muy bien, Jas. Bella está encantada con Roma.

¡¿Roma? ¿Te la llevaste a Italia? ―gritó sorprendido. Iba a responderle pero otra voz, chillona y aguda, se escuchó de fondo:

¡¿Queeee? ¿Edward se la llevó a Italia? ¡¿Me estás jodiendo Jasper?

Tranquila, Ali ―lo escuché decir pero era en vano, estaba seguro que no habría forma de calmar a mi prima. Alice era así, eufórica, desinhibida, dinamita y nadie podría cambiarla―. Luego hablas con él y le d…

¡Ni mierda! ¡Bella está en Italia! ¡Por Dios! ¡Esto debe de saberlo Leah de inmediato! ―aplaudió.

Dios… ¿qué hice?... ―lo oí lamentarse. No me había equivocado, Alice era más terrible que una tortura griega. Los gritos siguieron y siguieron y yo no hacía nada más que reírme a carcajadas frente a la forma casi inútil que Jasper tenía para calmarla. Te llamo luego…

La euforia de Alice nunca cambiaría. Y él era… simplemente Jasper Whitlock, un chico alto, de cabello color miel y poseedor de unos grandes ojos azules, pero era también, mi mejor amigo. Su apariencia era intimidante y a simple vista podría parecer frío y calculador debido a la estricta educación que recibió de pequeño por parte de sus padres, notario y abogada respectivamente. Sin embargo, cuando estaba con nosotros, era bastante carismático, divertido y muy estimado por todos. Teníamos un carácter parecido, éramos muy temperamentales, y aun así, podía confiarle hasta mi vida porque sabía que nunca me iba a defraudar.

Ahora sí ―volvió a decir. No quise preguntar que hizo para apaciguar a Alice.

― Pensé llamarte más temprano, pero me quedé dormido. Lo siento.

Lo comprendo ―hizo una pausa seca―. Tengo noticias, Edward.

― ¿Qué sucede Jas? ―su voz hizo que tomara asiento en una de las sillas de la terraza. La última vez que escuché ese tono de voz fue en su departamento, horas antes de ir al aeropuerto, cuando le pedía un favor confidencial. Antes de contestar a mi pedido, lo vi rodear el bar y servir dos copas de whisky con hielo, la cual tomé de un solo trago sintiendo mi garganta quemar. Por su aspecto, pensé que se negaría; pero, una vez más no me defraudó. El prometió hacer lo posible para cumplir con mi pedido y ahora estaba a punto de decirme el resultado.

Dio un largo suspiro.

Demetri no puede hacer el trabajo para ti.

― ¿Cómo que no puede? ―me exalté―. Entonces dile a Alec, y le aumentas el doble de lo que ganaría Demetri. Es urgente, Jasper.

¿Crees que no lo he hecho? Ninguno de ellos quiere meter sus manos al fuego.

― Par de cobardes ―dije con rabia. ¿Qué clase de amigos eran esos que te abandonaban en el último minuto?

Por este motivo te estoy llamando, Ed. Tengo un hombre de confianza que trabaja para mi papá. Tiene un expediente limpio y a la vez, trabajó durante seis años en el departamento de criminalística de Miami. Sé que sería arriesgado poner a trabajar e indagar información de aquella manera, pero no tengo otra alternativa.

― Por favor Jasper, haz lo que tengas que hacer, ofrécele una buena cantidad de dinero, seguros, casa, protección para sus hijos, autos blindados, lo que sea, pero necesito esa información ya ―me paré del asiento y empecé a dar vueltas por toda la terraza―. Cada vez sospecho más de esa empresa.

Bien. Solo necesitaba tu aprobación. No te preocupes que hoy mismo hablaré con él. Comenzaremos por analizar las huellas del contrato.

― Gracias. Significa mucho para mí.

Estás loco por ella, ¿no? ―intuí su gesto cómplice.

― Como nunca antes lo estuve por nadie, Jas ―dije con sinceridad, sonriendo como un tonto idiota enamorado. Eso. Un tonto idiota enamorado― ¿Sabes? Verla de la manera en que la vi anoche me estremeció. Estuvo desesperada y yo me sentí impotente al no poder hacer nada. Su reacción fue propia de una noticia así, pero el miedo que me transmitió fue extremo. Siempre he tenido el presentimiento de que algo turbio se escondía detrás de aquella empresa, pero… ―hice una pausa y recordé el supuesto grave error que fue enviar a una mujer sola a una obra llena de trabajadores, es que acaso, ¿no se daban cuenta del peligro que eso significaba?―… En todos mis años de arquitecto, he sabido con qué empresas lidiar y KVC es una de aquellas con la que no podría apostar ni un centavo a favor ―él hizo un sonido de afirmación―. ¿Te acuerdas del escándalo de hace dos años? ¿Recuerdas la cantidad de obreros que se quedaron sin trabajo porque CONVEXA había cerrado sus puertas de un momento a otro?

¡Claro! Cómo voy a olvidar ese día si con mi padre tuvimos más de una docena de casos en contra de esa constructora por haber vendido los departamentos sin estar construidos, dejando así estafados a los más influyentes de Seattle. Podría decirse que el viejo ese jugó bien sus cartas. ¡Alegar que tenía demencia senil!

― Una buena jugada ―"al estilo de mi padre", pensé―. Lamentablemente, el mundo está podrido y cada vez hay menos personas honestas, sobre todo en el negocio de la construcción. Tanto CONVEXA como KVC tienen una hegemonía paralela. El trabajar de manera independiente me ha hecho abrir los ojos a la fuerza ya que, si hubiera seguido bajo la custodia de Carlisle o William, de seguro seguiría viviendo en la parte más superficial del mundo. La mafia está en todos sitios, Jasper; y no creo que estas empresas sean la excepción por más pequeñas que sean.

¿Crees que Bella esté en peligro? ―me preguntó lo que era lógico para mí.

― Sí. Más que eso. Hay cosas que no me cuadran en esa empresa, Jas ―agregué dejando caer mi espalda al sillón.

La forma en que Alice siempre se negaba a hablar de su trabajo, las palabras forzadas que salieron de su boca cuando la interrogué el día anterior, y la palidez de Bella de hoy cuando hablé de Chang me dieron mala espina y confirmaron mis hipótesis. Nadie me creería, pero tenía un mal presentimiento contra aquella empresa; si ellos estaban involucrados en estafas, no dejaría que Bella saliera perjudicada. Ella estaba fuera de todo este mundo de mafias. Ella era diferente.

― Por eso debemos aprovechar los días libres que tendrá Isabella para entrar y averiguar la mayor cantidad de información. Nadie sabrá las verdaderas intenciones del infiltrado ―proseguí―. Dile que quiero un informe detallado de todo, movimientos, contratos, clientes, proyectos, todo. Que nada se le escape de las manos.

Espero que resulte el plan hermano, pero… ―se detuvo tratando de articular de la mejor manera lo que deseaba preguntarme. Era la misma pregunta que me hizo en su casa―. ¿Seguirás sin decirle el plan a Bella?

― Sí. Ella no debe de saber nada.

¿No es suficiente con la verdad que le trataste de ocultar todo este tiempo para que le sigas escondiendo cosas tan difíciles como esta?

Jasper tenía razón. Pero no podía decirle a Bella el plan que tenía. Primero debía de obtener su perdón absoluto sobre los secretos que mantuve bien guardados y luego podría ser partícipe del plan. Además, estaba seguro que ella se negaría rotundamente de investigar a sus jefes. Había un "no sé qué" en su mirada cada vez que hablaba o los mencionaba.

― Aún no. No es el momento. Solo deseo que tu gente sea discreta. Que no levante sospechas.

Bien. Como tú digas, amigo.

Luego de conversar un poco sobre el viaje y algunas anécdotas que teníamos los dos en Roma y Milán, sobre todo en Turín -donde se encuentra el castillo de "Il Valentino", del cual proviene el nombre de su restaurante de comida italiana en Chicago- apagué el celular y lo dejé caer en el mueble.

Aquellas épocas…

Pensé, medité, recordé…

Aquellos recuerdos volvían a invadir mi mente mientras Bella dormía plácidamente, murmurando entre sueños con una leve sonrisa. Recordé la alegría que exhibió esta tarde, alegría que en los meses que la conocía, no había visto nunca y que me estaba haciendo sentir culpable: yo, el héroe Edward Cullen, estaba mandando investigar a mi novia, a su trabajo; y eso estaba mal, pero era necesario. Si alguna enseñanza rescaté de mi padre fue a nunca confiar en nadie que se parezca a él, un ser injusto y calculador.

Ahora que me encontraba solo, podía meditar con tranquilidad. Ahora que me encontraba en Italia, podía recordar, aunque no quisiese, miles de pasajes de mi vida.

Aquellas épocas…

Era recordar mi vida, los excesos, los límites, los paseos, los conciertos, las huidas, era recordar todo.

Reminiscencias

La llamada de Jasper.

Sentí que mi sol se volvía a apagar…

Sacudí mi cabeza evitando aquellos pensamientos mas era imposible… por más que quisiera ocultarlo, aquellos sentimientos también los tenía a flor de piel… Cuando había sido un niño y Elizabeth vivía con nosotros, William nos había traído muchas veces a Roma, pero no como destino final, sino como una escala de Capri, una isla paradisiaca al sur del golfo de Nápoles. Sin embargo, las pocas horas que habíamos tenido aquí, nos habían servido para dar vueltas por el centro histórico y lanzar una docena de moneditas en la Fontana de Trevi. En mi corazón de niño, siempre tenía y anhelaba un solo deseo... Pero el cielo y el infortunio me lo arrebataron... Ella se fue... Ella murió... Y nunca más volví a echar una moneda a aquella fuente ni aun viviendo aquí durante mi época universitaria. Simplemente, evadía aquel camino.

"Mas siempre me atormentan tus ojos soñadores y nostálgicamente suspiro a revocar
Que de mis reminiscencias… allá en los sueños míos… he llorado por ti"

Luego, cuando Emmett y Jacob venían a visitarme alegando la diversión extrema y salvaje que tenía Europa, me adentré a otros mundos que no conocía. Ahí conocí a una chica con la que salí algún tiempo, conocí la verdadera vida nocturna de una Roma oculta, ahí fue cuando empecé a viajar por Milán, Venecia, San Remo, Monte Campione y conocí el bajo mundo de las apuestas, transformándose en una vía de escape a mi rebeldía, una manera de descargar toda la energía y desasosiego que tenía acumulado por años, en una distracción; y claro, tenía que aceptar que mi suerte en el juego me hacía duplicar o triplicar el dinero lo que me hizo entrar en la elite de los apostadores. Fue una mala señal. El lado oscuro me capturó y sin querer me vi envuelto en un mundo similar al de Carlisle… soberbio, ambicioso, frívolo, mafioso… donde nunca llegabas a conocer verdaderamente a las personas y donde, por dinero, te clavaban puñales en la espalda.

"¿Sigues con tu rebeldía inmadura, Edward? Hasta acá he escuchado de tus problemas con las apuestas", escupió.

"No me fastidies"

"Pensé que odiabas este mundo"

"Lo hago. Nunca llegaré a ser como tú, padre. Aún hay límites entre tú y yo."

"No lo creas Edward… el linaje de la sangre marca tu destino"

"Tú marcaste mi destino cuando ella murió"

"No sabes lo que dices", objetó. "Créeme, ojalá que nunca te pase", susurró con pesadez.

"Nunca."

Había una clara diferencia entre él y yo.

"… el linaje de la sangre marca tu destino"

¿Qué quería decir con eso? Compartíamos la sangre, el me había impuesto su ADN, pero no dejaría que mi alma se corrompiese de aquella manera.

"Nunca, padre"

Suspiré. Miré el horizonte, ya había oscurecido.

"¿Así que tienes un nuevo capricho, hijo?... ¿Isabella Swan?"

"No es ningún capricho, Carlisle"

"Debe serlo, Edward, debe serlo…"

"Me harás el favor o ¿no?"

― ¿Qué te pasa Edward? ¿Estás bien? ―la voz preocupada de Bella me sacó de mis agobiantes recuerdos. Volteé a mirarla y, a pesar de su entusiasmo por conocer cada rincón de Roma, noté en sus ojos que aún estaba cansada por la diferencia de horario entre América y Europa. Sus ojitos se fijaron en la tensión de mi cuerpo y en mis manos aferradas con fuerza a la madera del balcón.

― ¿Te desperté? ―Una mezcla de culpa, rabia y ternura me invadió. Ni yo mismo podía descifrar el sentimiento que gobernaba mi interior en ese instante. En un minuto, estaba eufórico, al otro, y con solo la memoria de aquel hombre, cambió mi temperamento. Odiaría siempre a Carlisle.

― No ―frunció el ceño, angustiada―. Pero te vi parado aquí y vine a verte… ¿te he molestado?

― Nunca me molestarías Isabella ―señalé―, solo recordaba algunas cosas, ya sabes, momentos, viajes que hice con el abuelo cuando era niño… ―exhalé con melancolía. Ella me tendió una mano en señal de apoyo―. ¿Sabes? De pequeño venía a Italia cada año con William y Elizabeth ―decir su nombre me causó dolor―, y cuando decidí estudiar arquitectura, esta zona se convirtió en mi favorita porque albergaba infinidad de galerías con obras de arte barrocas las que me sirvieron de mucha ayuda cuando llevé "Historia de la arquitectura" en La Sapienza (*).

― Oh… Me lo imagino. Debió ser muy útil ―murmuró. Noté un brillo de entusiasmo en sus ojos al escuchar el nombre de mi universidad pero lo disimuló muy bien para, seguramente, no hacerme sentir mal. Si supiera que yo, Edward Cullen era el maldito mentiroso que seguía ocultándole cosas y que había mandado investigar su vida laboral, no se tomaría tantas molestias en mí.

Idiota. Edward Cullen seguía siendo un idiota. Pero era solo para protegerla de aquella posible mafia. Idiota.

Suspiré esta vez con mayor ahínco.

― Sí lo fue, pero no tienes idea de lo que hubiera dado por haberte conocido en aquel entonces ―besé su mano y la sujeté con fuerza para atraerla hacia mí.

― Yo también ―respondió con tono nostálgico, apoyándome con un cálido abrazo.

― Hubiéramos sido una muy buena dupla.

― No tengo duda de ello.

— Construyendo castillos… —murmuré, acariciándole el cabello con suavidad, sus rizos estaban desordenados—… Construyendo fantasías…

— Edward, tengo una pregunta, importante. Quise hacértela desde temprano pero no… no… encontraba la forma de hacerlo ―me sobresalté.

― Dímela ―le dije nervioso.

― ¿Cómo… cómo terminaste estudiando arquitectura si tu sueño era ser piloto? Tú te rebelaste contra tu padre, podrías haber sido lo que siempre habías querido ser…

— Ah eso… ―el corazón del maldito mentiroso de Edward Cullen descansó tranquilo, ella quería otras respuestas. Respuestas que no eran sencillas porque involucraban a Elizabeth, por ella dejé de creer que el cielo era inalcanzable―. Te lo contaré luego, mientras damos un paseo. Es hora de que conozcas la villa.

.

.

.

.•.•.•.

El ocaso había llegado a su fin, y la luz de la luna trataba de imponerse entre las nubes densas del cielo. Era otoño y el clima muy cambiante. Por ser el primer día, dejé el itinerario a un lado y decidí llevar a mi novia al parque de la Villa, a un par de cuadras cerca del hotel; un lugar donde podía encontrar tranquilidad, historia y paz dentro de la perfecta combinación que era la naturaleza y el arte.

Nos habíamos arreglado ocasionalmente, yo con un pantalón de lino gris oscuro y una polera de rayas albicelestes mientras que ella había decidido usar uno de los vestidos cortos y sin mangas que Alice le había puesto en la maleta. Era de color azul y ceñido al cuerpo, lo que hacía resaltar sus curvas con extremada sensualidad; y lo mejor era el efecto que creaba con su nívea piel. Había tomado una ducha y las esencias florales se habían impregnado en todo su cuerpo, sobre todo en sus ondas chocolates que olían a fresias.

En el camino encontramos una pizzería, pequeña pero sobria. Había pensado llevar a Bella a otro lugar, pero ella insistió en comer ahí en contraste al lujo y extravagancia que fue el jet, el viaje y el hotel. El dueño, un señor regordete de bigote y de mediana edad, se mostró muy amable al ver a Bella entusiasmada, y digamos, glotona, por lo que nos invitó un par de calzonis como cortesía. "Un dono speciale per i giovani amanti." (Un regalo especial para los jóvenes enamorados). Bella se contentó y como nunca siguió comiendo. En serio que el clima románico la tenía más glotona: "Me duele la boca de comer tanta pizza, Edward, pero esto, está riquísimo"… Después de eso, me llevó de la mano por los adoquines de la plaza Spagna con la misma energía que venía mostrando desde que bajó del avión, de vez en cuando la jalaba hacía mí y la abrazaba para darle muchos besos o simplemente la sorprendía, cargándola en el aire y haciéndola girar. Bella reía, gritaba, sonreía, saltaba… Sus ojitos chocolates soñadores, acentuaban su hermoso brillo cada vez que nos acercábamos a alguna farola o fuente de la plazuela, donde pequeñas gotitas cristalinas salpicaban con fuerza, mojando nuestros brazos. Muchas personas volteaban a mirarnos con picardía y complicidad; otras parejas solo sonreían o no nos hacían caso y seguían en lo suyo; otros hacían footing y otros simplemente paseaban con sus pequeños bebes en brazos.

Suspiré. Por ello siempre amé venir a esta zona de Roma, las familias siempre se reunían y se mostraban felices, al igual como lo era yo cuando era pequeño…

― ¿Te he contado que cuando tenía quince años y justo después que estuve en el internado, mi padre me mandó aquí para tomar unos cursos de verano?

― No, nunca ―respondió ella sorprendida ―. Fue un lindo detalle de su parte después de todo.

Ladeé mi cabeza.

― Debo admitir que al principio yo no quería venir ―expliqué―, en ese tiempo yo estaba demasiado resentido con mi padre por su abandono, pero ahora le agradezco la experiencia. Vine a este lugar varias veces durante aquel verano.

― ¡Debió haber sido emocionante! ―comentó Bella―. Tus maestros fueron muy amables trayéndolos a ti y a tus compañeros del colegio de verano a este parque.

― ¡No, no, ellos no me trajeron aquí nunca! ―Confesé usando por primera vez en tres días mi endiablada sonrisa ―. Yo solía venir aquí por mi cuenta ―añadí mientras me rascaba la sien.

― Oh… ¿Te escapabas del colegio? ―Me dijo acusadoramente.

― Si lo quieres decir de ese modo... aunque yo diría, más bien, que solía explorar Italia por iniciativa propia.

― Edward… ―me reprendió.

― ¿Qué? ―pregunté inocentemente―. No era nada malo. Recuerda que estaba en mi época de rebeldía. Podía hacer lo que quería.

Bella se rió alegremente y el sol salió para mí. Comenzamos a caminar alrededor de la fuente con un paso aletargado.

― Este lugar es maravilloso ―dijo emocionadamente―. ¡Cada centímetro está lleno de belleza y armonía! Y mira esos robles por allá ¿No son regios?

― ¿Se parece a lo que viste por las revistas?

― ¡No se parece en nada!

― Entonces, déjame enseñártelo todo ―sugerí.

Nos adentramos aún más al parque de la Villa Borghese donde encontramos a un dibujante de retratos y un heladero a quien le compré un helado de vainilla y fresa aunque Bella se negara un par de veces, "no Edward, ¡estoy comiendo más de lo que he hecho en toda mi vida!". Cada tanto, se imponían frente a nosotros, imponentes esculturas, monumentos y edificios de rejas de hierro de dibujos caprichosos y complicados. En uno de esos, Bella saltó al ver el parque central adornado con una pérgola hecha a base de columnas y banquetas con pretensiones dieciochescas.

Elegante y muy románico, sin duda.

― Dime ―inquirí divertido ante el entusiasmo de mi novia―. ¿Cómo haces para mantener esa capacidad de asombro ante cada cosa?

― Nada… ¡Es sólo que este mundo es admirable! ―Respondió ella sonriente.

― Tienes razón. Lo mismo pensé yo en aquel tiempo, por eso estudié arquitectura ―la subí a una banqueta de mármol y la abracé quedando mi mentón en su barriguita―. Mandé a la mierda todo el complejo de mi padre y decidí salir del país buscando mi propio camino. William me apoyó, quiso comprarme un departamento o una casa a las afueras pero no lo permití. Yo solo quería libertad y forjar mi propio destino. Tú me preguntaste porqué no fui piloto… pues… aún llevo en el alma el dolor de la muerte, Bella… aún recuerdo a Elizabeth, recuerdo mis promesas, sus sueños, su voz, no… no podía enfrentar aún ese destino impuesto por otras personas. Simplemente no podía…

— No… No sé que decir frente a eso. Yo sé que es vivir bajo la injusticia de la vida y la muerte, Edward… aún lo llevo guardado en el pecho, pero sé que tu vida fue más difícil que la mía.

Me senté en la banqueta y Bella se acomodó encima de mis piernas rodeándome el cuello con sus brazos.

— La arquitectura no hará que cumpla el sueño de muchas personas de viajar, de reencontrarse con su familia, pero si permitirá que cumpla el sueño de tener una casa, un lugar al que pueden llamar hogar. Y siempre sentí que, diseñando, desataba mi imaginación. Es como que a través de aquellas familias, yo viviese. Añorando siempre lo que era tener una.

Me miró con tristeza.

Ahora la tenía a ella.

Unas cuentas gotitas empezaron a caer del cielo. Las nubes espesas que se veían en el horizonte estaban cubriendo parte de Roma. Era alguna lluvia ocasional del propio otoño de Roma pero que provocaba un aroma fresco, casi a grass recién cortado. Cerré los ojos…

― Amo la lluvia.

― Yo también. Me hace recordar a Forks. Ahí llueve todos los días, ¿sabías? El cielo siempre está nublado y oscuro y estoy acostumbrada a las tormentas de medianoche y a las nevadas de invierno.

— Suena interesante —sonreí—. Me gustaría conocer Forks.

— ¡Claro! Algún día iremos.

Seguimos caminando por el parque. En el trayecto, recibí un mensaje de Jasper, diciéndome que necesitaba hablar conmigo urgente, quizá había descubierto algo importante, o su gente no podía encargarse de las averiguaciones o finalmente sabría quien pretendió embarrar a mi Bella. Lo llamaría más tarde y Edward Cullen seguiría siendo un héroe, idiota, pero héroe... El señor de los retratos guardó rapidísimo sus materiales y se fue haciendo que la docena de personas que lo veían se esparciesen o se entretuviesen con el heladero.

— ¿No deseas otro helado?

— Oh no…

*(Poner "Días Nuevos")*

Y de un momento a otro, en un segundo, "dans autre moment de la vie", las pequeñas e inofensivas gotitas empezaron a caer con fuerza mojando todo lo que encontraba a su paso. Algunos sacaron sus paraguas, otros trataron de esconderse tras los periódicos o revistas que habían sacado de su casa horas antes, y otros corrían en busca de algún taxi o alguna cafetería abierta a estas horas; en cambio Bella y yo reíamos sintiendo como la ropa se pegaba a nuestros cuerpos los cuales reaccionaban de inmediato, vibraban juntos, al estímulo incalculable que era nuestra química explosiva, letal y poderosa.

- Días Nuevos -
"Hay un límite entre el cielo y tu sonrisa

Hay un punto de equilibrio en medio de los dos

Que me tiene entre tus faldas descansando

Nuestros ojos van cambiando

Pero sigue igual de intacto su color

Y es que ha sido nuestra vida una aventura

Le ganamos a las dudas

Le pusimos más amor al corazón

Tengo el día en que tú y yo nos conocimos

Atrapado conquistando mi razón

Tengo ganas de arriesgarme

Y apostar con este juego

Regalarte en cada paso Días Nuevos

Solamente Días Nuevos para ti

Son mis sueños Días Nuevos para ti"

Como dos niños jugamos un rato, reímos y nos besamos incansablemente, dando vueltas y vueltas en un lugar que se había vuelto, sin querer, solitario y romántico, donde solo, el sonido de la lluvia era la única melodía de fondo. Corrimos hacia la pérgola más cercana, buscando refugio y de inmediato la cargué, ella enredó sus piernas en torno mi cadera y la recosté en una de las columnas para seguir besándola. Antes de ello, arreglé su cabello húmedo hacia atrás y la miré a los ojos con dulzura y excitación. Bella era muy hermosa. Su pecho subía y bajaba sin cesar, sus pezones traspasaban la tela y estaban erguidos y excitados esperando por mi boca; y sus labios estaban entreabiertos tratando de respirar en medio del éxtasis. En ese momento de mi vida, quise hacer tantas cosas, quise hacerle el amor, tomarla ahí bajo la lluvia, hacerla mía entre los arbustos; quise enseñarle el mundo, no esperar al día de mañana; quise cumplirle los sueños; quise sacarme la angustia que amenazaba mi felicidad cada instante; quise sacarme el peso de tener miles de problemas y recuerdos en la cabeza; quise alcanzar una estrella y dársela… quise todo eso y mucho más… Pero solo atiné a llevar mis labios a su boca, a saborear su interior a fresas, abrirme paso en ella y sumergirla, a estremecerla en una oleada de excitación tremenda…

― Te ves increíblemente sexy bajo la lluvia.

Las manos de Bella se adentraron en mi cabellera cobriza y me jaló hacia ella provocando que profundizara el beso y la unión de nuestros cuerpos se volviese cada vez más urgente. Se estaba entregando a sus instintos de mujer, al oscuro objeto del deseo.

Tu reflejo trajo vida a nuestra historia

Nos alumbran tres motivos cada amanecer

Cada cual tiene su espacio y su momento

Poco a poco y junto al viento

Volaran con nuestras alas al crecer

Cada noche con un beso tan profundo

Coronamos nuestro mundo

Desnudando todo el alma de la piel

Tengo el día en que tú y yo nos conocimos

Atrapado conquistando mi razón

Tengo ganas de arriesgarme

Y apostar con este juego

Regalarte en cada paso Días Nuevos

Solamente Días Nuevos para ti

Son mis sueños Días Nuevos para ti

Descubrir cómo su cuerpo vibraba por, para y junto al mío me hacía sentir más poderoso, y mi ropa empapada, solo hacía que mi erección sea más notoria a través de la suave tela del pantalón, haciéndola latir con más fuerza. El vestido se le pegaba al cuerpo como si fuese una segunda piel, y al tenerla abierta, vulnerable para mí, con tan solo la tela de sus bragas separándonos, alimentaba mis ansias por poseerla, por sentir su calor, por sentir sus paredes contraerse en torno a mi miembro que no le daría tregua alguna.

La sangre galopaba en mis venas, el calor en su cuerpo iba aumentando y pequeñas gotitas de lluvia iban resbalando por sus mejillas y mi frente. La miré con desesperación, y fui hasta sus pechos, que tomé y acaricié con gesto posesivo. Todo esto me pertenecía. Era mío y de nadie más.

— Nunca pensé que estarías en mi lista de obsesiones, Bella. Tenerte y poseerte se ha vuelto en una de mis obsesiones pero también uno de mis anhelos más fuertes al finalizar el día. Estás aquí —le señalé mi corazón. El de ella bombeó más fuerte y me miró asustada.

— Yo… yo quiero decirte algo, Edward…

Sonreí y la callé con un beso.

— Déjame robar el gran secreto de tu corazón, Bella. Aquel que no puedes decir…

— Edward…

— Déjalo, Bella… déjalo… yo lo sé…

Con un gemido suave que anticipaba otro beso apasionado, la apreté contra mí y la besé, llevando mis manos a su entrepierna, separando la tela. Busqué la suavidad que se abría más adentro, jugué con sus pequeños rizos y con suave maestría la invadí obteniendo una respuesta cada vez más intensa.

La pasión nunca esperaba entre nosotros. Nos caracterizaba, era nuestro sello personal y especial. Si alguien nos juzgaba desde el exterior y nos condenaba por ello era porque no nos conocía, porque no sabía nuestra historia. Nosotros éramos felices así, nos queríamos así. Reconocíamos que nuestro comienzo había sido rápido, pasional, pero lo que estábamos logrando estaba yendo más allá de lo esperado.

Nuestra pasión se activaba, se desataba, estallaba de un momento a otro sin medir consecuencias, creando una necesidad insaciable que ardía en el interior, pero cada día que pasaba iba superando el deseo físico.

— Tengo sed de ti. Por fin, serás nuevamente mía.

.

.

.

Tengo el día en que tú y yo nos conocimos

Atrapado conquistando mi razón

Tengo ganas de arriesgarme

Y apostar con este juego

Regalarte en cada paso Días Nuevos

Solamente Días Nuevos para ti

Son mis sueños Días Nuevos para ti
.

.

.•.•.•.


Notas:

*Quiero agradecerles por leer hasta aquí. U.U por haber soportado este capítulo... bueno como verán, Edward "cavernícola" Cullen parece que no aguanta más y quiere en pleno parque xD! LOL... y bueno... con ese hombre ahí, espero que Bella, acepte... xD! ¡espero sus ideas, sugerencias o hipótesis sobre esto!

*¡Ah, y también de la llamada/mensaje de Jasper, ¿qué querrá? *silba*

Un fuerte abrazo a todas! Les responderé sus reviews esta semana.

Besos, Lu.