Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, yo sólo juego con ellos en esta loca historia.
Canciones recomendadas:
- "Momentos" – Noel Shjaris
- "Don't cry" – Guns and roses
- "Drive" – Incubus.
- "Always" – Bon Jovi
Capítulo 21: ¡Italia!
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"El corazón quiere lo que quiere. No hay una lógica para estas cosas. Cuando conoces a alguien y te enamoras… eso es todo."
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Bella
Sus labios eran dulces, del sabor de la vainilla y la fresa, exactamente del mismo sabor del helado que Edward me había comprado un par de horas antes. Sus labios eran demandantes, sedientos y hambrientos. Eran una delicia, eran mi perdición…
Nuestras risas y carcajadas se habían transformado poco a poco en silencios sensuales, en la prisa por sentir el más ardiente contacto de pieles, y el ambiente, fresco y romántico, no podía ser más propicio para ello. La lluvia había espantado a las personas y nos había creado un espacio donde solo éramos él y yo. El silencio, la fortuna, el vacío y la pasión contrastaban con el fuerte aguacero y la inmensa cantidad de frondosos árboles de Pincio, al igual que la suave brisa que acariciaba sus hojas y nuestros rostros. Edward seguía besándome, provocándome, queriéndome llevar al límite de mi cordura mientras que su excitación traspasaba la tela y tocaba mi intimidad de manera punzante, haciéndome gemir en su boca, haciéndome partícipe de la necesidad imperiosa por volver a sentirlo dentro.
— Mi amor —pronunció con voz ronca—… por más que quisiera hacerte el amor en este instante…
— Shhh… Sólo bésame y calla —mandé, hundiendo las manos en su espesa cabellera, sujetándole la cabeza con la misma fuerza que él me atraía a su cuerpo.
— Bella… no me hagas perder el control… —Él también me deseaba; no podía negarlo si cada beso se hacía más urgente, más profundo y más apasionado. Una parte de mi mente percibió el peligro, pero el resto de ella se deleitó ante el poder de seducirlo más allá de su formidable control.
— No hay nadie…
— No vida… Vamos a otro lado… No tardarán en venir los encargados de la seguridad para llevarnos a la cárcel.
— ¿No te gustaría? —le susurré.
Cuando estaba con él, nada valía alrededor, todo desaparecía y me importaba muy poco dónde estuviésemos y si estábamos cometiendo o no una locura. Mi interior mandaba, mi diablita interna que había extrañado todo este tiempo volvía a colocarse de rodillas y me pedía dejar atrás los prejuicios y sentir a pleno todo lo que él podría darme. A estas alturas, no podía negarme a la sensación de sentirme plena y feliz al lado de él. Quería sentir que le pertenecía, que él era mío, que yo era suya, que estábamos comprometidos de mil formas posibles, que nuestro vínculo era tan fuerte e irrompible y que nuestra relación había roto barreras que nunca jamás habíamos pensado; y que, como dije una vez, en cualquier parte del mundo, de la forma que fuese, yo estaría con él…
Y éste, era un momento de aquellos…
(Poner "Momentos" de Noel Schajris)
La vida es un millón de momentos
Los tienes, de prisa se van.
Las horas nos escriben un cuento
Tu boca que me pide más.
Hay mil historias detrás de un silencio
Hay olas que se roba el mar
Tu abrazo se consume en el tiempo
Y en ti yo quiero descansar.
Hay noches de hielo
Hay alas caídas
Llovizna en la acera
Tu cara divina…
Si tuviera que elegir,
Te elegiría a ti, besándome, cuidándome, sintiéndote.
Tan solo esos momentos son los que guardo dentro…
Te elegiría a ti
De nuevo a ti, amándome.
Tan solo esos momentos son los que llevo dentro de mí.
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— Me encanta que seas exhibicionista como yo cariño —a pesar de lo excitado que estaba, me acunó el rostro y me miró fijamente a los ojos—. Pero, créeme no querrás pasar tu cumpleaños así.
— No sabes de lo que soy capaz, Edward.
— Lo sé… Tu cuerpo tiembla por ser poseído, Isabella… —me acarició el brazo con el dorso de su mano e hizo que me estremeciera a tal punto que mi respiración volvió a ponerse errático y mis labios se resecaron. Me encantaba la forma en que pronunciaba y me recordaba sin tapujos que yo era suya—… Pero aquí no, mi amor… No es el lugar para quererte…
— ¿Me quieres? —solté de pronto y sintiendo que el aire se me atoraba en la garganta.
Mi corazón se detuvo.
Sus esmeraldas se fijaron en mí.
Mi pulso se apresuró como un aletear de colibrí.
Hasta que finalmente habló:
— Sí, Bella… te respeto, te admiro y te quiero… —afirmó con convicción.
— Ed… —me acalló con un beso dulce en los labios y comprendí. Lo sujeté del rostro y le devolví el beso con una dulzura y cariño inmensurables. En ese momento comprendí que, bajo la lluvia, bajo las estrellas o bajo una tormenta, con el cabello húmedo, lacio, castaño o dorado; sexy, cavernícola, mafioso o príncipe, Edward seguía siendo el hombre que me había cautivado; el que estaba cumpliendo mis sueños y fantasías; el que, con una sonrisa, una palabra de aliento, un abrazo genuino me había conquistado... Sí, en aquel momento comprendí porqué quería sentirme querida y feliz…porqué lo necesitaba de esta y de mil formas posibles, y a pesar de que mi mente se negara a creerlo, era un hecho que lo iba a necesitar por siempre.
La vida es un puñado de sueños y besos en la oscuridad.
Velas que encienden un sentimiento y amores que renacerán.
Hay mil canciones detrás de un "te quiero",
Ternura en un amanecer.
Luces que bajan cuando estás lejos y brillan porque has de volver.
Hay tardes de fuego…
Hay risas eternas
Hay siestas contigo
Hay largos otoños
Que hoy tienen abrigo
Si tuviera que elegir,
Te elegiría a ti, besándome, cuidándome, sintiéndote.
Tan solo esos momentos son los que guardo dentro…
Te elegiría a ti
De nuevo a ti, amándome.
Tan solo esos momentos son los que llevo dentro de mí.
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Sí… estaba aprendiendo a quererlo, con defectos, sufrimientos y virtudes… Yo Isabella Swan, ex chica anti compromisos, ahora sí estaba dispuesta para embarcarse en la más terrorífica pero placentera aventura… Yo, Isabella, solo Bella, estaba colada hasta los huesos por él, estaba incondicional e irrevocablemente enamorada de Edward Cullen.
— Yo… Edward… —lo miré a los ojos y encontré aquella mirada de fuego líquido implantado en ellos esperando por una respuesta, sin embargo, aún era una cobarde para responderle de igual manera. Tenía que responderle igual.
— Tu corazón me lo dice, Bella… —me dio un besito y otro y otro más por toda la comisura de los labios y sin darnos cuenta, a lo lejos, una luz amarilla fuerte enfocó parte del camino que se extendía paralelamente a nosotros, lo que nos dio la idea de que se acercaba el encargado de la seguridad de la Villa.
No tuvimos que hablar para expresar el acuerdo tácito que estábamos haciendo. Con un último beso, demostrándome los sentimientos que también recorrían su cuerpo, me bajó y me ayudó a arreglarme el vestido. La luz del reflector empezó a enfocar el sendero de manera más intensa lo que logró distinguir a un chico alto conversando con dos personas que empujaban un cochecito de bebé. El joven los protegía de la lluvia con un paraguas oscuro mientras que ellos apresuraban el paso hacia el camino que llevaba a la salida.
Ahora que lo pensaba mejor, me hubiera muerto de la vergüenza si alguien más hubiese escuchado o visto lo que hacía minutos iba a suceder.
— Oh diablos... —murmuró entre dientes.
— ¿Qué pasa, Edward?
— Ese tipo viene para acá y no me había dado cuenta que cuando salgamos de este lugar, todos te verán desnuda. Y eso no me gusta —se cruzó de brazos enojado como mi niño caprichoso y malcriado que era.
— Ed... Me taparé con los brazos.
— No es suficiente. Odio la idea que otros te miren y te deseen. Estos... —señaló y jaló mis pezones—. Son solo míos...
— Oh... —sonreí mordiéndome los labios a su sensual muestra de poder.
— Signore, mi dispiace, ma è ora di chiudere il parco (señor, disculpe, pero es hora de cerrar el parque) —dijo el joven del reflector.
— Grazie, buonanotte —le respondió mi novio interponiéndose entre la visión del joven y mi cuerpo húmedo. Aparte de lo fascinante y letal que se veía todo posesivo y celoso, Edward hablando en italiano era extremadamente sexy.
Suspiré profundamente mientras me acomodaba el cabello hacia adelante para tratar de cubrir mis senos y pensaba a su vez en lo tonta que era para no dejar fluir aquellas palabras de reciprocidad.
Edward me sonrió y me tomó de la mano para salir de la pérgola e internarnos bajo la lluvia. Una cosa más que tenía que agradecerle era la paciencia y la tolerancia que tenía para conmigo sobre mi dificultad para pronunciar en letras, en palabras aquellos sentimientos que tan bien tenía guardados en el lugar más recóndito de mi corazón.
— Vamos.
La lluvia no había aumentado de intensidad y volví a sentir la brisa y el aroma característico que me hacía recordar a Forks, donde todas las noches jugaba y saltaba en mi prado con la llovizna bañando mis coletas y mis vestidos de seda. Edward volvió a mirarme y sonrisas se dibujaron en nuestros rostros, aunque el frío otoñal nos invadía.
— Cógete fuerte.
— Que… ¿Qué crees que... estas haciendo...? ¿Edward? ¡Edward! —Grité, pero mi voz fue en vano, me alzó con sus brazos y me llevó cargando bajo la lluvia—. ¡Bájame Edward!
— No. Nadie te verá así, Isabella —me acomodé en su pecho, abrazándolo y sintiendo el hermoso latir del suyo. Caminó tranquilamente por el mismo camino que habíamos entrado mientras que nuestra charla seguía llena de amenidad y una que otra vez, nuestros rostros se aproximaban hasta unirse en un profundo y cálido beso en medio de la lluvia; otras veces, unas breves carcajadas brotaban de ambos, producto de un chiste o de algunas cosquillas que Edward me propinaba. Era tan maravilloso que pensaba que seguía soñando… Era hermoso escuchar el eco de su risa angelical al otro lado del lago.
En la avenida, tomamos un taxi el cual nos llevó de inmediato al hotel. Por el espejo retrovisor, el taxista se detuvo a analizarnos con gesto curioso. Lo más lógico era que a penas la lluvia empezara, nosotros hubiésemos corrido hacia algún lugar a buscar refugio, pero no, estábamos ahí, mojados, excitados y maravillados.
Al hotel llegamos en menos de diez minutos, las calles estaban desoladas, en silencio, solo una que otra persona aparecía por alguna esquina llevando a algún perrito o tirando de adorables cochecitos de bebé; pero todos iban con prisa y paraguas en mano, buscando la parada del metro más cercano, que, según Edward, era la parada de Flaminio.
— ¿Señor Cullen necesita algo? ¿Una toalla? —le ofreció uno de los botones del hotel en perfecto inglés al verme acurrucada en sus brazos y con las sandalias de taco colgando de mi mano izquierda. Seguro pensó que estaba malherida.
— No, no es necesario. Grazie.
El ascensor no tardó en llegar y el cálido ambiente se hizo notar. Me recosté en una de las paredes alfombradas y Edward sonrió con picardía al verme aún vulnerable y con la ropa pegada al cuerpo. Me besó todo lo que duró el trayecto hacia nuestra suite. Salimos directo a la sala de estar sin dejar de intercambiar promesas de amor en silencio.
Dejé caer al suelo las sandalias de tacón y cuando trató de bajarme el vestido, notó que se quedaba atascado a la cintura entonces, encontró la cremallera y la bajó. El vestido se amontonó a mis pies y salí de él con un pasito. Tan solo llevaba unas diminutas braguitas azules. Edward acarició mi cuerpo, deslizó las manos por mis costados hasta que alcanzó mi ropa interior, las tomó por los laterales y las bajo por mis piernas.
— Bellísima... No espero para estar dentro de ti —anheló con una sonrisa torcida exquisita.
El palpitar de mi intimidad volvió a sorprenderme y vibró con tal fuerza que me obligó a ejercer presión contra aquellos músculos.
— Hazlo.
— No… Primero toma una ducha caliente mientras que yo ordeno algo para comer. No quiero que te resfríes, mi amor…
Asentí dándole la razón y fui de inmediato al baño llevando conmigo el maletín especial que Alice me había arreglado para el viaje. Conociéndola, de seguro puso alguna lencería cara, de esas que tanto le gustaban y que en esta oportunidad sería perfecto para sorprender a mi Edward.
Oh sí… y modelar de una manera endemoniadamente sexy y diabólica para tu hombre… Sí señor.
Mientras me enjabonaba el cuerpo, un nuevo carrusel de imágenes empezó a girar alrededor mío. En él, aparecieron pequeñas fotografías de todo lo que había sucedido hoy día en Italia; primero, aún no podía creer que estaba en el país de mis ensueños; segundo, todo el drama que Edward vivió desde niño me tenía con el corazón en la mano, sintiendo a plenitud su dolor y haciéndome entender el porqué de su actitud tan enigmática e intrigante que mostraba y la justificación de su comportamiento posesivo; Y tercero, me había dado cuenta, bajo la lluvia, bajo el clima otoñal de Roma que estaba enamorada de él. Por fin podía reconocerlo sin sentirme nerviosa ni atormentada y eso era un gran paso para mí.
Salí hacia el dormitorio con un conjunto de color rojo carmín y un albornoz de felpa blanca cubriéndome. Edward había adornado la habitación y la tonalidad difuminada la daba la luz de las velas aromatizadas que él había prendido y colocado en lugares estratégicos. Llevaba unos pantalones delgados como pijama y su torso estaba seco.
Con la misma sonrisa pícara, se me acercó, dejando en la mesita el plato con uvas que había estado comiendo y atrajo con fuerza mi cuerpo hacia el suyo sin darme tiempo para reaccionar.
Edward me poseyó con una miríada de sensaciones. Nunca me había besado de aquella manera ni había experimentado jamás tal explosión de excitación. La boca de Edward se adueñó de la mía, la lengua me acariciaba el paladar provocándome un cosquilleo de intenso placer y empujando a mi propia lengua a responder. Cada instinto primitivo que poseía se disparó, exigiendo responder.
Me desató el albornoz, descubrió mis hombros y lo dejó caer al suelo.
— Me temo que estamos en desventaja —murmuré.
— En ese caso, desvísteme.
Me tomé mi tiempo para hacerlo y, para cuando terminé, Edward me miraba profundamente con el deseo líquido plasmándose en sus ojos. Lo miré y en un arrebato, en un momento que ya no éramos capaces de contener más las ansias del uno por el otro, me tomó en brazos y entró en el cuarto de estar, donde me tumbo en el sofá.
— ¿Sabes mi amor? Mientras no estabas, tuve una duda y quiero comprobarla.
— ¿Cuál?
— Ya verás.
Cogió el racimo de uvas del platito y empezó a pasarlo delicadamente por mi pecho, mi abdomen y mis muslos una y otra vez. Las uvas estaban frías, casi heladas y el pasar de ellas por mi intimidad o mis senos me hacía sentir escalofríos de placer. Mi piel se electrizó, mis pezones se irguieron, mi mente se hizo la idea que eran sus manos, sus dedos o su lengua los que recorrían cada lugar, y mi cuerpo se arqueó extasiada, a tal punto que empecé a gemir de impaciencia y antelación.
Partió la uva con sus dientes de manera sensual, con mucha perversión... Me dio a probar la mitad y era delicioso, una mezcla perfecta entre dulce y ácido. Él llevó a su boca la otra mitad y cerró los ojos saboreando. Sexy, sexy y sexy. ¡Oh Dios! Era tan sexy verlo de aquella manera, deleitándose con mi cuerpo y el sabor agridulce de las uvas mientras seguía haciéndome el amor con ellas.
De inmediato, cogió dos uvas más y volvió a partirlas para exprimir su jugo sobre mí. Pequeñas y finas gotitas cayeron entre mis senos, mi estómago y la cara interna de mis muslos. Con otra sonrisa pervertida, se dedicó a lamer y succionar divertido todo el chorrito de jugo de uva que había creado en mi cuerpo y que caía horizontalmente hacia mi sexo. Su lengua siguió el mismo camino sinuoso y cuando llegó al nacimiento de mi pubis, al límite de la piel y la tela, se detuvo frustrado. Bufó. Él quería seguir lamiendo y yo quería que lo hiciera. "¡Hazlo!", pensé, deseando que me arrancara la ropa.
En cambio, me tomó en brazos y me llevó hasta la cama como el cavernícola que reclamaba a su hembra. Mis brazos le rodearon el cuello mientras mis manos se hundían en su espalda. Ya tumbada sobre el colchón, me besó con insistencia y yo no podía más. Cogí su miembro entre mis manos y empecé a acariciarlo de arriba hacia abajo adorando su textura y dureza. Él jadeó.
La boca de Edward se apartó de la mía y murmuró algo en italiano. Su rostro reflejaba una urgente necesidad, pero sus ojos lanzaban la orden silenciosa que no me moviera ni lo tocara mientras él seguía en su faena. Le hice caso. Siguió repartiendo besos por mi cuello, mis hombros y suavemente, sin darme cuenta, me giró y sólo abrí los ojos cuando la suavidad de sus labios fue reemplazada por el frío de las uvas que empezaron a recorrer toda mi columna vertebral. Desabrochó mi sostén y un líquido, un chorrito de jugo de uvas, unas gotitas cayeron por toda mi espalda, las cuales fueron succionadas por la boca de Edward… Mi respiración estaba agitada, atorándose en mi garganta y solo naciendo de ella, suaves pero intensos gemidos. Bajó mis bragas e instintivamente alcé las caderas para que él pudiera sacarlas por completo. Luego que se deshizo de ellas, me dio unas suaves palmaditas en el trasero y siguió pasando y regando múltiples gotitas sobre él. Con los ojos cerrados me dediqué a sentir y saborear todas las sensaciones mágicas y la agresiva energía que Edward emanaba del interior y recreaba en mi piel.
— Ahora vamos a probarte —susurró llevando una de sus manos a mi intimidad—. Mmmm… estás lista.
Me volteó nuevamente y con los dientes, sexy, hambriento, volvió a partir las uvas en dos mitades y con sus dedos paseó sus vulvas sinuosamente entre mi cadera y mi ombligo para después, exprimirlas con fuerza, dejando caer las gotitas en mi pubis.
Se abalanzó de inmediato a limpiarlas y a lamer todo lo que encontraba a su paso.
— Edward… Te necesito… ahora… —él ronroneó.
— ¿Me deseas? —asentí, era irrevocable.
Separé las piernas y Edward se inclinó lentamente entre mis muslos y sopló delicadamente sobre él antes de acariciarlo con la lengua.
— ¡Oh! Ed… —mi novio saboreó, probó mi esencia mientras me retenía por los muslos, al tanto que yo llevaba instintivamente las caderas a su boca.
— Mmmm… Rico… muy rico —logró decir, acercándose a la mesita y cogiendo un par de uvas más del plato para partirlas nuevamente y exprimirlas; el líquido cayó en mi ombligo y en mi vulva y como si fuese un poseso fue a su encuentro para lamer, chupar, beber de mí y succionar la extraordinaria mezcla y sabor de mi cuerpo con las uvas.
… Era simplemente una delicia, una condena excitante en el infierno, era subir progresivamente al cielo ante cada lengüetazo, era saber y sentir el poder que ejercía sobre mi hombre.
— He probado infinidad de vinos, Isabella... Pero esto... —Pellizcó mi clítoris con sus dientes, haciéndome largar un grito—. Esto, es riquísimo... Tú darías un buen vino...
— ¿Lo haría comercial señor Cullen?
— No —dijo con determinación elevando mis piernas y flexionándolas contra mi pecho, dejando que mi sexo se expusiera con total libertad—. Esto… —lamió y empezó a hacer círculos con su lengua, primero de manera lenta y suave, martirizándome; y luego con fuerza y con posesión—… Esto… sería de mi cosecha especial, añejado 24 años... Con esencias florales y jugo concentrado de uva italiana... —ni bien terminó de pronunciar eso, metió su lengua hasta el fondo, penetrándome por completo.
Mi hombre, sexy y cavernícola, mi capataz insaciable estaba hambriento... Oh sí señor...
— ¡Oh!
— Delicioso…
Sin esperar más, juntó mis dos piernas con uno de sus brazos, las alzó y las sostuvo de costado alrededor de su cuerpo, para penetrarme de una sola estocada, haciendo que me arqueara extasiada… Apoyó su peso en su otro brazo y empezó a moverse y hundirse con fuerza y rapidez. Grité, gemí y sollocé por el demoledor placer que me estaba dando en el lugar que latía con tal intensidad que apenas podía soportarlo.
— ¡Más, Edward, más! —grité.
— Como tú digas, mi amor… —siseó y embistió con más fuerza, haciéndome botar el plato lleno de uvas por toda la cama.
Edward se movía en un vaivén armonioso e impúdico, letal y apasionado, tierno y excitante, combinaciones que solo él sabía lograr y que generaban una exquisita tensión que iba en aumento. Se introdujo más profundamente que antes y todo su cuerpo se tensó mientras intentaba alargar su clímax un instante más, aplacando su fuego y mi sed, hasta que el orgasmo nos golpeó con fuerza, haciéndonos temblar, convulsionar y gritar nuestros nombres con un placer erótico que ni siquiera las gotas de lluvia que caían afuera podrían apagar. Ellas habían sido testigos de la posesión total de mi cuerpo.
Dejó caer lentamente mis piernas y como pudo depositó un besito en mis labios. Rodó en su espalda y me llevo con él, abrazándome con fuerza. Hundió mi cabeza bajo su barbilla haciéndome sentir como una preciada posesión. Su corazón y el mío latían fuertemente, parecía que querían escaparse del pecho y fugarse a algún otro lugar del mundo para vivir solos. Sonreí. Nuestra unión había sido perfecta, hermosa e intensa lo que me provocaba un profundo sentimiento de cariño y unas ganas por decirle lo mucho que lo quería y significaba para mí… pero… era una cobarde.
Mis labios temblaban por pronunciar lo que desde hacía algún tiempo querían decir, por hacer realizable el poder del amor… pero… no podían, se quedaban apagados en un murmuro, se atrapaban en el silencio. Y yo estaba harta de luchar contra ello; tenía que vencer aquella contradicción de mi mente y de mi corazón, pero ¿cómo? No tenía ni idea… solo sabía que mi corazón le daba la contra, él anhelaba expresar, decir, amar, querer; se moría paulatinamente por sentirse completamente libre y disponible a la sensación maravillosa del amor…
Quería decírselo.
Debía decírselo.
¡Qué importaba las contradicciones!
Era hora de vencer aquella barrera…
Era la hora del poder del amor.
― Edward… ―clavé los ojos en la semioscuridad con los miedos y pensamientos golpeando mi cabeza. Era ahora o nunca.
― Mmmm ―me respondió con la respiración más mesurada.
Suspiré profundamente, inhalé y exhalé varias veces y mi corazón ya saltaba de alegría con dos pompones de color rojo en sus manos.
― Edward… Te quiero.
Hubo silencio. Contuve la respiración. ¿Cómo dos palabras podían cambiar el mundo?
― Repítelo ―se irguió en la cama y enfocó su vista en mí―. Repítelo, Bella.
Mi corazón revolucionado se hinchó de orgullo e hizo un puño de victoria. Los ojos verdes de Edward me miraban insistentes. Él también estaba nervioso.
Volví a tomar aire.
― Te quiero… Te quiero Edward Cullen… Te quier…
No me dejó terminar porque se abalanzó contra mí y empezó a llenarme de besos todo el rostro, luego viajó a mis hombros, a mis brazos y finalmente a mis manos, besándolas en el dorso, haciendo que se convierta en el gesto más bello y romántico que haya visto jamás.
― No me lo creo… ¡Ahora soy yo el que debe estar soñando! ¿Me quieres? ―preguntó confundido, entre nervioso y feliz.
― ¡Claro tonto! ¡¿Cómo no hacerlo? ―su carita fue hermosa, sus ojos brillaron más y jamás quise desprenderme de sus brazos. Sí, lo quería, lo quería muchísimo, con heridas, cicatrices y su hermosa belleza interna―. ¡Te adoro Edward! Eres lo más lindo que me ha podido pasar en la vida.
― Te quiero Isabella Marie Swan… y tú me haces el hombre más feliz del mundo.
Volvió a acercarse a mi rostro para seguir besándome. Mi cuerpo aún no se reponía de esta descarga de energía y sentimientos, pero lo recibí feliz, disfrutando cada beso y cada caricia como si fuese la primera. Esta vez hicimos el amor lentamente, abrazados en nuestro propio y silencioso mundo, contentos de ser uno solo.
"Si tuviera que elegir,
Te elegiría a ti, besándome, cuidándome, sintiéndote.
Tan solo esos momentos son los que guardo dentro…
Te elegiría a ti
De nuevo a ti, amándome.
Tan solo esos momentos son los que llevo dentro de mí."
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Al día siguiente, me levanté con una gran sonrisa en los labios. Edward no estaba, pero el sonido del grifo del baño me alertó que estaba tomando una ducha. Tuve un sueño extraño, del cual no quise despertar porque había en él algunas imágenes de Edward y mías sonriendo y caminando de la mano alrededor de algo inmenso, que parecía ser un lago de aguas cristalinas, pero que finalmente se convirtió en unos rosales enormes. Cuando finalmente abrí los ojos, el destello de luz me obligó a cerrarlos de inmediato y yo lo hice gustosa, saboreando aún los vestigios que fue la maravillosa noche anterior al lado de mi novio, al que le había dicho que lo quería… ¡Oh sí! ¡Le había dicho que lo quería! ¿Quién lo creyera? Hacía unos meses, aquellas palabras no podían existir en mi diccionario personal, ahora… se habían convertido en mi lenguaje cotidiano, y era sensacional, ¡fantástico! Era simplemente genial tener a un novio a quien querer. Sí señor.
Suspirando feliz, me di media vuelta y me estiré, me desperecé largamente en la cama King Size. Mi estómago rugió y me avisó que debía de comer algo, pero preferí quedarme, abrazada a la almohada que aún llevaba el intenso olor masculino de mi novio.
Edward apareció con el cabello húmedo y con una pequeña toalla alrededor de su cadera, haciéndome agua la boca al verlo tan sexy, recordándome lo caliente que se vio ayer bajo la lluvia.
― Hey…
― Buenos días mi amor, ¿cómo amaneciste?
― Muy bien ―sonreí―. ¿Y tú?
― Hambriento ―me miró con picardía. Mi hombre era así, seductor y cavernícola―. Trajeron el desayuno hace rato. El café ya se enfrió, pero el jugo de durazno está muy bien… o ¿prefieres un poco más de juego de uva? Déjame decirte que es riquísimo… ―me guiñó el ojo bebiendo de su vaso.
― ¡Edward!
― Podría pedir unos cuantos racimos más y así volver a probar la nueva mezcla que he encontrado para los vinos de mi abuelo.
― Ed… ―lo miré sonrojada al notar las sábanas con pequeñas manchitas moradas, producto del jugo de uva.
― Sé que te gustará conocer Napa… ―se acercó al filo de la cama y me dio un besito en los labios―, no veo la hora de llevarte a los viñedos de mi abuelo. Tu carita debe ser impresionante al ver cómo producen el vino.
― ¿Tu abuelo… produce vino? ―le pregunté tartamuda, en una oración me había dicho mucha información. Edward asintió, sacándose la toalla y metiéndose a la cama nuevamente conmigo―. Pensé que solo vivía en Napa o proveía la uva... Eso es… ¡Oh!
― William tiene los viñedos más grandes de Napa y los segundos más grandes de California. Creo que nos ganan los Pinot Noir de "Acacia".
¡Wow! Eso quería decir que William Cullen era el dueño de una de las tierras que cada año producía millones de litros de vinos de mesa de buena calidad… William Cullen era el dueño de… Ahora todo encajaba…
― ¿Tu abuelo es dueño de la marca 'Wine & fire'(*)? ―pregunté con nerviosismo. Aquella marca era una de las mejores y más conocidas de California y Estados Unidos, sin contar que ya estaban invadiendo el mercado europeo; sin embargo, la sociedad era anónima y nadie conocía con exactitud quién era el verdadero dueño.
(*) Wine & Fire es una marca ficticia, inventada para este fic.
― Sí, el mismo. Si supieras como empezó William, lo admirarías, Bella. Él no tenía nada, solo el apellido Cullen y las ganas por progresar y sacar adelante a su familia. Él fue, mmmm… ¿cómo decirlo?... El hijo bastardo de mi bisabuelo. Cuando este murió hubo juicios por la herencia, y solo cuando el testamento fue leído se pudo asegurar que su esposa así como su único hijo, "aquel bastardo" ―pronunció con fastidio―, serían los herederos. Ya no se pudo hacer nada y de pronto la mujer tuvo que aceptar y lidiar con la idea de subdividir la fortuna. A pesar de todo, el bisabuelo siempre consideró a William como su hijo. Con toda esa cantidad de terrenos y de dinero, mi abuelo dispuso a trabajar la tierra hasta lo que es ahora... Un gran empresario.
― Wow... Sin duda es un ejemplo de valentía y perseverancia.
― Sí, ¿pero no te has dado cuenta de algo? ―me acarició la mejilla y me acurruqué más a su pecho.
― ¿Qué?
― William también sufrió la desdicha de tener a un padre que no lo quería, y aun así siguió adelante sin él. Una vez que ya se vio con la herencia, la tomó como la consideración que su padre había tenido con él por todos los años que le faltó atención. Para mí, fue una lección noble... Lo admiro ―concluyó con una sonrisa orgullosa.
― Él es sorprendente, quisiera conocerlo...
― Será pronto, cariño... Está enfermo y tenemos que hacerle una visita ―asentí―, además, los viñedos son tan extensos, que, si nos perdemos en alguno de ellos, nadie nos encontrará y no será como ayer…
― ¿A qué te refieres?
― Ahí nadie nos podrá llevar a la cárcel, Bella. Ahí no habrá problemas si te hago el amor en medio de los viñedos... bajo la lluvia…
― Ed… ―me mordí los labios con fuerza, sintiéndome ruborizar―. No digas eso… tú abuelo nos mataría…
― No lo creo ―sonrió y nos giró, quedando yo encima de él.
― ¿Por qué?
― Porque, a pesar de la insistencia de Richard, mi primo "ejemplar", la mitad de aquellos viñedos ya son míos ―abrí mi boca―. Sí señorita, tendremos vino para toda la vida...
Sonreí a la idea… pareciera que el vino, las uvas y todo lo que tenía relación a ello, estaban muy implantados en nuestra vida… Era como si, desde chica, hubiera sido instruida en el arte de catar, con el propósito único del destino de llevarme hacia el hombre maravilloso que tenía al frente… Con una botella de vino empezó nuestra travesía hacia el camino del amor, y con una botella de vino, seguíamos brindando por ella.
Edward se irguió a mi altura y volvió a besarme colando sus dedos por mi cabello y atrayéndome hacia él. Me acomodé sobre él, buscando la mejor forma para amoldarme y sentir nuevamente a nuestros cuerpos hacer de las suyas… pero una música fuerte, proveniente del celular, empezó a sonar incontables veces, a lo que Edward maldijo entre dientes.
― Debe ser Jasper. Discúlpame mi amor, pero debo atender ―susurró.
― ¿Jasper ha llamado? ―le pregunté sorprendida.
― Sí, mientras dormías ―me contestó caminando desnudo hacia la mesa de comedor―. Me llamó para saludar e informarme algunas cosas sobre el fraude del terreno y también me dijo que cuando sus sospechas fuesen ciertas, volvería llamar ―su tono de voz me puso nerviosa―. Luego te explico.
Asentí y me acomodé en la cama, sentándome y cogiendo una tostada.
―Salúdalo.
Edward asintió y contestó el teléfono. Desde que había pisado Italia, me había olvidado completamente de todo el asunto traumático con el viejo Chang y la estafa de más de sesenta mil dólares. Jasper me había ayudado muchísimo en Chicago con las investigaciones legales y las posibles soluciones que tendría para salir bien librada del asunto y no sentir temor frente aquellos monstruos; pero aun así, había olvidado el pequeño detalle que él había pedido todos los documentos a Jessica, por lo que, no debía sorprenderme el hecho que él llamara para comunicarnos si había sucedido algo más con el tema del fraude.
Edward le hacía preguntas cortas y su expresión se volvió inescrutable, casi de manera similar a la que adoptó cuando habló con su padre, la única diferencia era que de vez en cuando, él me miraba sospechosamente de soslayo mientras desordenaba su cabello de manera nerviosa. Suspiré. También estaba consciente que no solo Jasper me había ayudado, sino que, el que había tenido más participación fue el padre de Edward y, claro, merecía un agradecimiento por mi parte, pero con todo lo que había sufrido mi chiquito, empezaba a sentir cierto fastidio a la simple mención de su nombre. Nunca hubiese podido creer que un padre pudiera ser tan frío como lo fue Carlisle.
― Bien. ¿Entonces no sabes quién es la otra mujer? ―Edward preguntó finalmente haciendo que lo mirase con atención. ¿A qué otra mujer se refería? ¿De qué estaban hablando? ― Lo sé, Jas. Al menos tenemos conocimiento de que el fraude fue planeado no solo por dos personas, sino tres… ―hizo una pausa―. Dime, ¿cuándo empezarán a interrogar al impostor? ―Edward se acercó a mí y volvió a acomodarse a mi lado, pasando el cubrecama acolchado alrededor, para abrigarnos. Me abracé a él temerosa mientras él seguía hablando. Cada vez, el asunto de la estafa de mi empresa se hacía más grande y revelaba más secretos. ¿Quién podía haber sido capaz de todo aquello?
― Edward, ¿qué sucede? ―le pregunté cuando apagó el celular.
― Jasper llamó hace unas horas para decirme que las averiguaciones del falso contrato siguieron y dieron resultados ―lo miré fijamente dándole pie a que continuara―. Como tuvimos que viajar de improviso, él continuó investigando conjuntamente con los abogados de la notaria. Era ilógico que el viejo Amaya se quedara tranquilo, primero estaría muerto, antes de ver cómo se derrumbaba su imperio…
― Me imagino. Debe haber sentido lo mismo que sintió Chang, que por un simple empleado podría irse a la ruina.
― Así funciona ese mundo, Bella… dinero, poder, mafia, es un maldito círculo vicioso donde los inocentes siempre sufren las consecuencias ―expresó fastidiado. Ese mundo era el de su padre―. ¿Sabes? El hecho curioso aquí ―continuó explicándome―, es que el cheque, a pesar de no haber sido cobrado, tiene dos huellas dactilares que no pertenecen a los implicados directos, es decir, ni al impostor ni al cómplice. Todo lo contrario, son huellas que no aparecen en CODIS y una de ellas es de mujer.
― ¿De esa mujer hablabas con Jasper?
― Sí ―su respuesta no me convenció. Por más que Edward me había confiado todo esto, presentía que me ocultaba algo más. Sus ojos lo decían y sus manos, nerviosas, desordenándose el cabello una y otra vez, no era normal. Me desesperé.
― Edward… háblame claro, no sé qué es CODIS… En realidad, no sé nada, ¡no entiendo nada! ―alcé la voz abrumada. Recuerdos de días anteriores regresaron.
― Tranquilízate Bella. Te voy a explicar. CODIS es el sistema que tiene el FBI para rastrear a los delincuentes, maleantes u otras personas que hayan cometido otro delito, mediante su ADN. Jasper tiene acceso a aquella base de datos y por más que ha querido conocer a los verdaderos implicados, no ha podido, pues no están. Eso quiere decir que están limpios, sin cargos ni denuncias ―me quedé observándolo un rato, sintiendo progresivamente cómo se escarapelaba la piel. Y ahí regresaba Edward, mi Edward, con aquella mirada perdida y aquellas palabras tan complicadas y peligrosas que me ponían nerviosa.
Detrás de su hermoso cabello húmedo, estaba la imagen más impresionante que nunca antes había visto: los hermosos jardines de Borghese, mas en mi delante, estaba el hombre que quería, que comprendía y que me adoraba; sin embargo por más que quisiera estar relajada, no podía pues en mi interior, nacía la misma sensación extraña que me atacó días antes, cuando pensé que Edward era un mafioso, cuando me sentí engañada, cuando de un momento a otro, toda la verdad cayó en mis hombros y me hizo sentir débil.
― No me mires así, Bella… ―me cogió el mentón e hizo que lo mirara.
― ¿Y cómo quieres que lo haga? ¡Me abruma escucharte hablar así! Pareces otra persona cuando… ahhh… Tú sabes a qué me refiero, no hagas que lo repita.
Se provocó un perturbador silencio. Él se mostraba desesperado.
― La madre de Jasper es abogada penalista quien ha trabajado para muchas instituciones y conoce el teje y maneje de estos engaños, así que, podríamos decir que este tipo de estafas para Jasper son como un juego de lego, no tienes nada que temer ―me explicó de inmediato irguiéndose y sentándose frente a mí. A pesar de estar desnudos, no había incomodidad ni morbo. Teníamos química sexual, claro que sí, pero también habíamos escalado y superado a pasos agigantados aquella barrera de lo físico―. Y con lo que respecta a mí… Conoces mis orígenes, tienes conocimiento de los problemas que tuve, he crecido con un padre corrupto y, sobre todo, he estado presente en muchas conversaciones de esta índole, es lógico que sepa de esto. Sé cómo debo proceder y cómo razona un abogado y un criminal, Bella. No pretendo que me temas, pero esto es otra de las cosas que heredé de mi padre. Lo siento… ―bajó su mirada.
Cada vez que me hablaba de su vida, sus ojos, y su voz se transformaban y emitían cierta desesperación por ser aceptado, como si él temiera que lo dejasen solo por haber sufrido tanto. Quizá su aprehensión hacia alguien sea un auto reflejo por haber perdido a su madre tan joven y por haber crecido solo con una vida llena de las peores desazones: sin cariño, sin comprensión, con un padre que no lo quería, que nunca entendió su afición a los aviones, un padre que lo abandonó a la muerte de su madre, que le negó el amor que un pequeño niño indefenso necesitaba…
― No te tengo miedo, Edward…
― ¿No? ―negué rotundamente y el respiró más tranquilo.
Se levantó de la cama y se dirigió a la mampara de cristal para observar el horizonte. ¿Qué estaría pensando? Edward había sufrido como yo, pero la profunda tristeza que transmitían sus ojos y su voz me partían el alma; no obstante, a la vez, me llenaban de una energía increíble, ya que, a pesar de su pobre alma de niño desquebrajada e indefensa, existía detrás un hombre fuerte y bondadoso que había salido adelante por su propia cuenta, rebelándose contra una vida llena de frivolidades e injusticias. En lo que a mí respecta, me sentía muy orgullosa siendo su novia… solo que…
― Creo que ―se volvió hacia mí, en sus ojos vi culpa―… me es difícil acostumbrarme a la idea de que tienes relación con aquel mundo, Edward.
― Mi amor, quizá esto opaca lo de ayer… Yo…
― No. No lo creo. Yo aun así te quiero…
― ¿En serio?
Ohh… Edward con aquella mirada de corderito era tan tierno…
― Sí, Edward ―me acerqué a él y le sostuve el rostro―. Nada cambiará el hecho de que te quiera. Mi corazón ya te aceptó así… y así será.
― "Al cuore non si comanda" ―pronunció en riquísimo acento italiano. Sonreí y me besó dulcemente, respondiendo silenciosamente a mis sentimientos―. Gracias, Bella. Yo también te quiero… no sabes cuánto ―me sujetó la cara, con ojos húmedos―. Y confía en mí.
Finalmente le di la razón a pesar de que mis dudas no estaban resueltas. Mi cabeza seguía siendo un mar de preguntas, un saco de incógnitas, pero le había prometido ser paciente, entenderlo, comprenderlo, ser un apoyo frente a la desgracia que sufrió.
― Entonces, no sabremos quién fue el que planeó la estafa hasta que el tipo se digne a hablar, si es que lo hace, claro.
― Exacto, y tampoco creo que sea fácil a pesar de que Jasper insiste en que sus métodos para sonsacar información son efectivos; pero lo dudo.
― Nos queda esperar, ¿cierto?
― Sí.
Y me abrazó nuevamente, fundiendo dos almas, tan compatibles y similares, pero a la vez tan distintas, que trataban de luchar en este mundo. Le besé la piel. Éramos un hombre y una mujer compartiendo un momento sublime, un momento de comprensión; éramos un hombre y una mujer desnudos sintiendo que, tras la piel, el deseo físico había sido superado en todas sus formas, por un deseo mucho más fuerte...el del amor.
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Después de que Edward me explicara algunos detalles más sobre la forma en que capturaron al impostor y que yo siguiera presintiendo que él me ocultaba algo más, me bañé y me cambié rapidísimo para seguir con mi itinerario en Roma. Habíamos llegado a la conclusión que no podíamos permitir que un problema externo a nosotros malograse nuestros días de perfecto amor. Yo ya no estaba implicada en aquel asunto, me encontraba limpia y a salvo de aquella estafa, y Edward nunca se vio involucrado, así que no había motivo para seguir dudando ni creando falsos fantasmas.
Nos montamos en su auto convertible y salimos con dirección al Museo y galería de la Villa Borghese. Ayer, por la lluvia y por haber ido muy tarde, no tuvimos acceso a él y yo me moría por visitar aquel edificio que había sido construido sobre un casino neoclásico del siglo XVII. En su interior no se podían hacer fotos, así que mi CANON profesional quedó relegada a segundo plano por las constantes miradas de los guardias de seguridad; no obstante, me dediqué a observar maravillada todas las obras que ahí se presentaban; la que más me gustó fue la escultura de "Apolo y Dafne" de Gian Lorenzo Bernini, uno de mis pintores y arquitectos italianos favoritos, bueno, eso sin contar que casi me desmayé al ver los lienzos originales de Botticceli y Rafael.
Para Edward verme saltar y disfrutar de cada rincón de Roma era suficiente. Él sonreía y sonreía y cada vez que podía seguía comprándome helados o chocolates. No podía negarme, ¡estaban riquísimos! Y, además, no todos los días de tu vida, terminas en el Café Grecco tomando un frappuccino de Mocca con galletitas de chocolate suizo. No, señor. Esto era épico.
La segunda parada del día era el barrio de "Trastevere". Miré en el mapa de ruta y no nos iba a costar mucho tiempo llegar ya que se encontraba separado del centro de la ciudad por el río Tiber. En las revistas había leído que sus calles eran muy estrechas y adoquinadas, propias de la época medieval a la que sobrevivió, y era el único lugar de Roma que aún mantenía una fuerte identidad local. Edward ya tenía un diagrama de todos los sitios que visitaríamos, pero primero decidimos almorzar en un restaurante que tenía mesitas afuera, en plena calle empedrada. Esta vez decidí probar Mozzarella a la Milanesa y Edward volvió a pedir Spaguettis, su favorito, acompañando a nuestras pastas una botella de vino tinto y dos pizzetas grandes. Cuando probé esta nueva sazón, quedé encantada y con ganas de seguir comiendo más. Asumo que era porque cualquier cosa que tuviera queso, me lo devoraba de inmediato.
― "Qual é la specialitá della casa? Cosa mi consiglia?" ―le preguntó al mozo cuando se acercó a recoger nuestros platos mientras revisaba la carta de postres.
― "Il Tiramisú" ―le respondió.
― ¡Genial! Quiero dos porciones ―el mozo asintió y se despidió cordialmente para minutos después traer dos platitos con torta tiramisú en ellos, adornados ambos con cerecitas y cartuchos de chocolate. Delicioso y a la vez muy, pero muy morboso porque recordé aquella noche en el Lounge de Jasper, cuando después de jugar con el chocolate y la crema, Edward me tomó contra el mueble; y claro, a la vez, marqué con tinta indeleble ante los ojos de la arpía de Irina, que él era mío. Mi hombre.
― ¿Ya habías venido antes a este lugar? ―le dije comiendo la cereza, Edward alzó los ojos y murmuró algo.
― Sí. ¿Ves aquel sitio?
― Sí ―seguí la dirección de su dedo índice y vi al fondo de la calle una quinta romana muy angosta por la cual no podría pasar ningún carro. Era de aquellas calles construidas en los años trescientos que servían solo para transitar productos de una villa a otra.
― Ahí Emmett sufrió un accidente en moto.
― ¿Emmett? ¿En moto? ―pregunté sorprendida.
― Sí. Ya sabes, Jacob y sus excentricidades –se encogió de hombros–. No le bastaba hacer sus locuras en Estados Unidos que vino acá a Roma a destrozar el patrimonio público.
― Oh… ¿Jacob también… ha venido… a Roma? ―Edward cambió su actitud a una totalmente celosa.
Hombres.
—Tengo una duda Edward, yo conocí a Emmett una sola vez, el día de la Bienal de arquitectura. Luego, cuando me vi desesperada al no conocer a nadie para que cuidara mi obra de construcción mientras estuviese en Forks con mi padre, Alice me dijo que él se encargaría de hacerlo. Emmett firmó un papel con otro apellido… ―nunca me olvidaría de aquel detalle. Emmett dijo que su apellido era McCarty y no Cullen―, y luego, cuando fui a verlo para agradecerle…―hice una pausa al recordar aquella tarde. Nunca me había puesto a pensar que aquel hombre robusto de hermosos y provocativos hoyuelos era el hermano de mi novio. Si Edward se enterara de las cosas que tenía pensado hacer con Emmett, no sabría cómo detener el huracán celópata que sería―… No, no lo encontré… te hallé a ti y… quedé sorprendida.
― Lo sé ―dijo con arrogancia―. Vi cómo me miraste aquel día.
― A ver señor seductor, ¿no cree que yo también me di cuenta de cómo me desnudó con los ojos aquella tarde?
― No Bella… yo venía desnudándote con la mirada desde que te vi en casa de Alice, solo que tú no te dabas cuenta, mi amor.
Me mordí los labios y me acordé de aquellos días, en los que Edward me espiaba tras la cortina de la sala. Era realmente estremecedor tener a alguien vigilándote, pero, a la vez, era excitante que te admiraran y te adoraran de la manera en que Edward lo hizo desde el silencio.
Así, con todo, él era mío, y me gustaba.
― Lo sé y me gusta...
Él también sonrió.
― Emmett es mi medio hermano. Hijo de Esme McCarty. Le pedí el favor que firmara por mí, ya que no quería que supieras nada.
― Siempre ocultándome cosas.
― Mentiras piadosas pero eficientes, Bella…
― Y no me arrepiento de nada.
Pedimos la cuenta y de la mano empezamos a caminar por las callejuelas angostas. Varias casitas pequeñas de colores se erigían a los costados de los senderos y me hacía sentir como si estuviera dentro de una pequeña ciudad, parecida a un pueblo, con paisanos, turistas y gente de toda edad. Algunos parecían que guardaban sus costumbres de los años treinta o veinte, tiempos en los que era normal ver pasear a los niños o los granjeros con sus animales por la ciudad llevando y distribuyendo casa por casa la leche y el queso. Edward seguía contándome los pormenores del accidente de Emmett y de cómo terminó en el hospital por haberse fisurado el brazo derecho, lo que no fue ningún impedimento para que siguiera haciendo su vida normal, a pesar de llevar una escayola.
― Y aquí Jacob casi atropella a una ancianita. Es el "Via dell'Arco di San Callisto"
― ¿En moto?
― No. Se alquiló un Ferrari y casi vuela a medio Roma.
― Oh… ―"chico rudo, sin duda", pensé y Edward volvió a ponerse serio, con sus rasgos celópatas característicos, a lo que tuve que agregar―: Me encanta tu acento italiano…
― ¿En serio?
― Sí ―puso carita de niño pequeño y caprichoso. Lo quería.
― Te quiero.
― Y yo a ti ―me jaló del brazo atrayéndome a su pecho.
― Quiero que me lo digas de nuevo. Así como anoche.
Sonreí y el que celebró más fue mi corazón que ya empezaba a sacar sus pompones rojos.
― Te quiero.
― Otra vez.
― Eres muy caprichoso.
― Tú me has malacostumbrado, mi amor. Ahora solo quiero escuchar eso de tus labios, dímelo Isabella.
― Te quiero, Edward Cullen ―y volvió a darme vueltas en el aire para terminar besándonos en medio del arco de San Calixto. Fue un momento muy lindo.
Seguimos recorriendo más fuentes, nos topamos con una iglesia, la de Santa Ana, una biblioteca y sin querer nos vimos dentro de otra urbanización de calles serpenteantes y angostas en la que encontramos a un pequeñín abandonado. Estaba solo y triste con la carita sucia, encogido y abrazado a sus rodillas. Cuando sintió nuestra presencia, alzó su carita y unas lagrimitas rodaron por sus mejillas. Edward lo vio y su rostro, hermoso y feliz, cambió; parecía que un dèja-vu hubiese atravesado su mente y lo hubiese dejado estático, en silencio, con la mirada fija en la pobreza para después prestar nuevamente atención.
Edward le preguntó en italiano algunas cosas que fue traduciéndome. El niño estaba muy congojado y dijo que no tenía dinero para regresar a casa porque estaba perdido. Su vocecita era chillona y no podía pasar de nueve años. Sus ojos eran azules y su cabello castaño oscuro, típico de la zona, pero aun así, la carita de pena que tenía me hacía doler el corazón, me partió el alma.
― Necesito que me ayudes, Bella ―prosiguió Edward con voz pesarosa―. ¿Te molestaría si lo llevamos a que coma algo? Por su estado, sé que está mintiendo, asumo que no habrá comido en días.
― Claro ―le sonreí y le tendí la mano al pequeño―. Vamos a que comas algo…
― "Grazie signorita."
― Este niño no se va a ningún lado ―protestó en inglés la voz de un guardia. No tenía acento italiano, aun así, vestía con una boina azul marino y su porte, alto e intimidante, nos hizo detener en el acto.
― ¿Por qué? ―reclamó Edward con el cejo fruncido―. Solo queremos ayudarlo. Darle un plato de comida y si podemos, darle dinero para que viva decentemente por un tiempo.
― Si cree que mi novio y yo no tenemos otras intenciones, usted está muy equivocado ―agregué molesta sin bajarle la mirada.
― No he dicho eso, señorita ―dijo el guardia con una profunda voz lacerada por la pena―. Es muy difícil de explicar. Si ustedes ayudan económicamente a este niño, se acostumbrará y nunca pondrá nada de su parte para salir de esta desgracia.
― Ustedes no le permiten la opción del cambio ―insistió Edward.
― Claro que sí ―refutó el oficial―. Pero estos niños están destinados a vivir así. Por más que el gobierno italiano haya querido hacer algo, no se ha podido, la miseria que existe en los pueblos de alrededor es contagiosa, y sus padres no han puesto nada de su parte para cambiarles la vida, es más, los dejan a su cuenta, abandonados, y luego no tienen más opción que terminar en el reclusorio o como delincuentes ―agregó levantando al pequeño y guiándolo al final de la calle. Nosotros lo acompañamos―. Están condenados.
Dos lágrimas más resbalaron por las mejillas del niño que vio ofuscado su momento de esperanza frente a la realidad absurda e injusta que enfrentaba, y Edward al verlo, sintió despertarse en su corazón el eco de su antiguo dolor. Lo abracé fuertemente.
― Lo entendemos, pero déjenos solo por hoy darle un poco de dinero.
― Está bien.
Después de que Edward le diera varios billetes envueltos, el guardia se llevó al niño hasta el límite de la propiedad y lo dejó ahí, para que se fuera caminando hacia su casa, si es que la tenía. Yo solo me dediqué a abrazar a mi novio que tenía la cara pálida y demostrarle mi cariño.
― Emmett me encontró así aquella mañana. Arrinconado en el cuarto de Elizabeth llorando por ella. No había comido en dos días, y lo único que me importaba era tenerla de regreso.
Al escuchar sus palabras sentí un nudo en la garganta, quise llorar, quise hacer varias preguntas, pero no lo vi correcto; solo atiné a abrazarlo con más fuerza y escuchar todo lo que tenía para decir. Ahora comprendía por qué se puso así cuando vio al niño abandonado, recién podía tener una idea clara de lo que él había sufrido… Ver a aquel niño de la calle era imaginar a un niño con los ojos de Edward llorando y sufriendo y a pesar de que él tuvo y tiene todos los medios económicos suficientes para vivir feliz, no lo hizo, porque le faltó lo más importante: el amor.
― Antes que pasara lo que pasó con Eli, se descubrió el otro compromiso que mi padre tenía con una mujer aristócrata, Esme McCarty, la cual mantenía en secreto desde hacía muchos años. ¡Y yo que había ha pensado que él amaba a mi madre, que respetaba siempre su entrega y dedicación hacia nosotros! ¡Ja! ―Exclamó con una mezcla de ironía y dolor―… ¡Nunca fue así! Al inicio fue difícil reconocerlo; Emmett llegó a la casa del abuelo, un día que estábamos todos reunidos jugando en el porche, nos los presentaron como nuestro primo, pero era más que obvio que el hijo de Esme era mi hermano. Tenía la misma mancha de Carlisle en la espalda y el mismo color de ojos que él y William, quien me sorprendió al acoger de buenas a primeras a aquella familia destruida para hacerla propia.
― Quizá pensó en su propia historia, en la que fue siempre visto como el hijo bastardo de tu bisabuelo ―le dije con voz baja y un poco temerosa. El ladeó su cabeza y tomó asiento en una banquita, yo me senté en sus piernas.
― Sí, eso pensé… pero bueno, Emmett llegó en un momento preciso. En él encontré a un hermano y a un amigo, aunque siempre deseé tener a mi padre al lado. Solo después que sucedió lo de mi madre, a los dos años, él retomó su relación con Esme, y Emmett vino a vivir definitivamente con nosotros. Él no sintió la lejanía de Carlisle porque estaba acostumbrado a vivir sin él ―hizo una pausa, apretando las manos en puños y puedo jurar que murmuró entre dientes la frase "maldito desgraciado"―. Al principio Esme se mostraba avergonzada por la intromisión, pero tampoco quise culparla, ella es buena, solo que nunca le di la oportunidad de acercarse más, además que partí al internado en Francia y no tuve más contacto.
― Debió ser difícil sentirse como la intrusa, como la mujer que se interpuso en un matrimonio consolidado.
― Sí. Puede ser… Nunca he culpado a Esme, sino a Carlisle por su hipocresía y su viveza, por la maldad que tuvo al engañar a mi madre y a su otra mujer ―apoyó sus codos en sus piernas y tapó su rostro con sus manos―, y lo peor es que nunca entendí por qué lo hizo. Fue un martirio vivir con él.
― Te entiendo, Edward. De chico has tenido muchas experiencias las cuales han forjado tu carácter, pero, estoy aquí contigo y quiero que miremos juntos el futuro.
Muy lindas palabras, Isabella.
― Ese niño me hizo recordar aquella noche… Creo que nunca superaré aquel día.
― Sí lo harás, lo sé ―le dije con total convicción tratando de expresar la confianza que tenía puesta en él a través de mis ojos.
En su rostro veía la pena, la desolación.
Yo lo cuidaría…
Resanar, así como las pequeñas grietas de los muros, de las columnas, yo resanaría las grietas de su alma para que al fin pudiera sonreír sin pasados tormentosos.
"Il mare incontrò il sole e fu il tramonto; il cielo incontrò la luna e fu la notte; io incontrai te e fu l' amore."
"El mar encontró el sol y se hizo la puesta de sol, el cielo encontró la luna y se hizo la noche, yo te encontré a ti y se hizo el amor"
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Nos quedamos una hora o dos, no supe nunca cuánto tiempo fue el que pasé a su lado en aquella banqueta de la callecita más angosta de "Trastevere", él tendido sobre la banca con su cabeza descansando en mis piernas, mientras que yo le acariciaba suavemente y le daba besitos por todo el rostro, admirando su belleza y entereza como hombre. Conversamos mucho más, sobre sus temores de niño, sus paseos por Capri con su abuelo, los días enteros que pasó en Miami y Los Ángeles con su madre, caminando y jugando por la arena y los momentos anecdóticos que pasó en Italia cuando Emmett, Jasper o Jacob venían a visitarlo durante sus años de universidad.
Era muy lindo tener a alguien con quien compartir tus secretos y tus tristezas. Ambos nos habíamos encontrado en un mundo de calamidad, entonces, ¿por qué no cultivar la sensación de querernos y apoyarnos por siempre?
Antes de partir y regresar a la ciudad, Edward me invitó a una confitería donde tenía los dulces más deliciosos del mundo. Retomamos fuerza con unos cappuccinos con crema de vainilla y pequeños trocitos de chocolate y nos montamos nuevamente al auto, escuchando de fondo todo el CD de Incubus, del cual repetí varias veces, las canciones "Drive" y "Wish you were here"…
"Whatever tomorrow brings, I'll be there
With open arms and open eyes"
(Drive – Incubus)
La última parada del día fue la Vía Veneto, una de las más famosas y extensas avenidas de Roma llena de tiendas comerciales que por acercarse la noche, ya habían encendido las luces. Era en pocas palabras la "Quinta avenida romana", de seguro Alice estaría feliz. No supe por qué me trajo aquí hasta que no vi el letrero.
― Me gustaría que modelaras algo para mí ―me dijo al oído cuando se cuadró en el frontis de "Agent Provocateur". Vi en el banner, la imagen de una mujer con una ropa interior totalmente sugestiva e inmediatamente entendí lo que quería.
Me abrió la puerta del auto y bajé con una nueva aura. Una totalmente pícara, dispuesta a satisfacer las ansias de mi hombre. Los tacones nunca me parecieron más sexys y seductores que ahora.
Una de las vendedoras nos guió por la inmensa tienda hasta la zona de prendas íntimas. Alice y Leah estarían peleándose en este instante por estar en mi lugar, frente a la última de colección de las más atrevidas tangas y conjuntos de lencería que podrían existir. Miré varios modelos, y todos parecían estar hechos para destrozar de un solo tirón. Encontré un conjunto negro hecho a base de tiras, ni siquiera Edward tendría la molestia de sacarme la ropa para hacerme suya, simplemente, jalaba de una de ellas, o la movía con su dedo y él ya estaría adentro… Lencería elegante y sexy para una noche de pasión.
― Edward, ¿estás seguro que quieres que me ponga esto? ―le señalé un conjunto de transparencia que ni siquiera creía que me cubriría mi zona íntima.
― Sí. Pero aquí no, eso lo harás en el hotel ―arqueé una ceja, confundida―. Lo que quiero que modeles ahora, es esto ―me señaló la fila de nightwear que se extendía al lado izquierdo, era ropa de cama transparente, pero a la vez follable―. Hoy quiero hacerte el amor bajo la luz de la luna, en la terraza, pero no quiero que nadie te observe desnuda.
Asentí y fui corriendo al vestidor con tres conjuntos diferentes. Su propuesta me encantó pues jugaría a ser sexy y diabólica. Frente al espejo me probé la ropa y finalmente escogí el que sabía que le gustaría y excitaría a tal grado que hoy no nos daríamos tregua alguna.
Me probé un par de camisolas más, y cuando salí del vestidor, no encontré a Edward. Giré mi vista, y nada, me puse una bata temporal y me acerqué a la recepción para preguntar por él a las vendedoras y tampoco tuve respuesta. Él no estaba. Me puse muy nerviosa a pesar de que mi mente me calmaba diciéndome al oído que él no podía haberse ido muy lejos.
Me senté en el sillón y sin querer, entre los cojines, encontré el celular de Edward que no dejaba de parpadear. La luz roja me alertó y me atreví a mirar.
Lo que leí en la pantalla me dejó sin habla.
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*Notas*
- Primero, gracias por leer hasta aquí! ^^ ojalá les haya gustado el capítulo =) y si no es así, ya saben... acepto sus tomates, amenazas de muerte y todo u.u
- Segundo... mandarles un super abrazo a las chicas del facebook que son super comprensivas y me aguantan siempre. También a las chicas del twitter, que nos hemos ido conociendo ultimamente y me caen super =)
- Tercero... y ¿ahora? ¿qué creen que pasará? O.O ! ¿Qué habrá visto Bella por el celular? ¡Me gustaría leer sus sugerencias, premoniciones, teorías y demás!
Besitos, mil gracias por leer.
Las quiero, Lu.
